GENERAL DE DIVISIÓN PEDRO FLORENTINO
Por TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Al analizar las múltiples
batallas libradas contra los invasores haitianos, luego de la proclamación de
la Independencia Nacional, el 27 de febrero de 1844, y la epopeya restauradora
del pueblo en armas que culminó con la salida estrepitosa del territorio
dominicano de las tropas españolas, mediante fuga negociada entre el 10 y el 25
de julio de 1865, es necesario realizar un aparte sobre el General de División
Pedro Florentino.
Es pertinente poner en
perspectiva ese personaje, primero por la trascendencia de sus acciones
de raigambre histórica y segundo para enfrentar el oprobio que contra su
memoria lanzaron inmerecidamente sus enemigos y los paniaguados y agüizotes de
éstos. La perfidia en su perjuicio viene desde el principio de su accionar en
la vida pública nacional.
El General de División Pedro Florentino
adquirió dicho rango, tal y como consta en la Gaceta del Gobierno del 12 de
febrero de 1856: “en recompensa de los méritos contraídos en la campaña de 1855
a 1856”. ( Ver página 54, volumen 3,
Obras completas de José Gabriel García, publicadas en febrero 2016, por el
Archivo General de la Nación).
Sobre Florentino, y en honor
a la verdad histórica, hay que decir que fue un combatiente polivalente que
usaba con igual destreza el sable, el machete y las armas de fuego; que sacaba
de combate de manera definitiva a invasores haitianos y a los anexionistas españoles
y criollos, pero también salvaba muchas vidas, incluyendo las de varios de sus
muchos enemigos personales, como aquel sujeto que le asesinó a su hijo de
nombre Santo Domingo.
Florentino, a la par de ser
poseedor de una convincente actitud para el combate, y que acometía al enemigo
sin esperar embrazar escudos de protección personal, también estaba dotado de
luces suficientes como para preservar la vida de Máximo Gómez y la de Gregorio
Luperón, poniendo en el último caso la suya en peligro pues tomó esa histórica
decisión contraviniendo una orden presidencial.
Sin duda se trata de un
personaje controversial, muy
vilipendiado por algunos historiadores que apertrechados en una apabullante
sarta de mentiras lo convirtieron en víctima de muchas calumnias que han
llegado al calibre criminal.
Una de esas mentiras
monumentales con la que quisieron pulverizarlo se produjo en octubre de 1846,
cuando junto al teniente coronel Lino Peralta fue acusado de “traición y
sonsaca”. El consejo de guerra de la provincia de Azua, a la sazón funcionando
en Las Matas de Farfán, no tuvo otra opción (ante la monstruosidad de la
falsedad acusatoria) que descargar al entonces capitán Florentino.
Desde esa lejana fecha
contra él se han cebado algunos que interpretan los hechos relevantes del pasado
de manera tangencial y con no pocos amaños.
Uno de sus detractores
gratuitos es el médico e historiador cubano Benigno Souza Rodríguez quien, al
referirse a la acción de guerra ocurrida en el
Baní infestado de anexionistas, tilda la actuación allí del general
Florentino así de distorsionada: “Este episodio salvaje y sangriento, fijó la
suerte futura de Baní y sus hijos”.( Ver biografía titulada Máximo Gómez, el Generalísimo,pág.29).
Escribidores así forman
parte de aquellos a quienes Francisco
Moscoso Pueblo les dedicó en sus Cartas a Evelina estas reveladoras
palabras:“!Oh los historiadores! Que afán de relatar, de deformar, de
adulterar, de desnaturalizar las acciones humanas...”
Los que así actúan integran
un grupo bien compenetrado de habilidosos sofistas que han logrado “convertir
en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”, como hubo de admitir
refiriéndose a los griegos de ese oficio el filósofo Protágoras, quien también
era experto en saetear el núcleo de la verdad con el uso de sorprendentes
sofismas.
Las acciones del general
Pedro Florentino, como las de otros actores de nuestro pasado bélico, no pueden
disociarse de una miríada de circunstancias difíciles, y en algunos casos de espectro difuso, en que
se batían en defensa de la Independencia Nacional y de la
Restauración de la República.
Lo ocurrido en Baní en septiembre de 1863 es
un ejemplo claro de lo anterior. Florentino llegó allí en pleno fragor de los
sables y las metrallas. Arribó acompañado, entre otros banilejos, por su secretario
particular, Marcos Ezequiel Cabral Figueredo, nacido en ese hermoso pueblo el
10 de abril de 1842, y quien luego sería General de División y Presidente de la
República por 17 días. Encontraron allí un caladero de anexionistas criollos
que junto con la soldadesca española ponían en peligro la proeza que arrancó en
firme con la clarinada del cerro de Capotillo.
Para juzgar las actuaciones
de los hombres en el péndulo de ese vaivén que es la vida, especialmente en
tiempos convulsos como los son una guerra de liberación, hay que analizar con
objetividad las decisiones fuertes, tomando en consideración que ningún
guerrero en el fragor de los combates puede dejarse llevar de carantoñas.
En situaciones de guerra abierta como en las que se movía
Florentino el aspecto expeditivo juega su papel. Especialmente si se sabe que
del lado contrario había en el terreno de los hechos más de 20,000 soldados
enemigos de origen extranjero, quienes estaban fogueados en muchas batallas,
amén de estar fuertemente armados y bien avituallados, distribuidos en
batallones de infantería y de marina, compañías de artillerías, pelotones con
soldados especialistas en manejo de cañones de alto calibre, escuadrones de
lanceros, etc.; así como otros miles de oficiales y soldados criollos que
componían la Reserva Dominicana, integrada por elementos clasificados como
activos y pasivos al servicio de los españoles que mancillaban la dignidad del
pueblo dominicano.
Sus actuaciones en el
siempre áspero terreno de la guerra estaban claramente enmarcadas en el único y
supremo objetivo de primero preservar la Independencia y luego de la nefasta
anexión a España recuperar la soberanía nacional, enlodada por el deshonor de
Pedro Santana y sus adláteres que lo apoyaron ciegamente en esa trágica decisión.
Además de lo anterior, es de rigor consignar que el General de
División Pedro Florentino estaba provisto de un talante de combatiente nato que
no le hacía susceptible de asimilar para sí aquella expresión del poeta y
teólogo francés Nicolás Boileau:”Que feliz el hombre que del mundo ignorado,
vive contento de sí mismo en un rincón retirado.”
Por más de 150 años el
General de División Pedro Florentino ha sido víctima de la bastardía de muchos
némesis, particularmente de aquellos relatores arracimados en un promontorio de
mentiras que han creado en contra de su memoria una fábrica de falsedades en
serie, para lo cual han creado un artificial fondo documental utilizado los
adjetivos más degradantes y se han trastocado las piezas del puzle de su actuación
como combatiente integérrimo, tanto en las cruentas luchas posteriores a la
Independencia Nacional como en la formidable guerra restauradora.
La saña contra el general
Florentino se fraguó desde el principio en los socavones de las más bajas
pasiones humanas, con el objetivo de ocultar muchas de las verdades de esas
contiendas liberadoras y su marco de complejidades, en las cuales abundaron los
personajes con inclinaciones propias de algunos de los que aparecen en las
tragedias de William Shakespeare.
Sin ningún temor a errar se
puede afirmar que las acciones guerreras libradas contra los invasores
haitianos, desde el mismo 1844 hasta el 1856, marcaron con la raya gruesa de la
verdad dos líneas: En una estaban quienes se jugaron muchas veces la vida y en
la otra se ubicaban quienes fueron indiferentes a la suerte del país o
directamente actuaron como traidores de la Patria.
En ese largo período de
guerra quedó plenamente probado el valor, el patriotismo, la integridad
personal y la pericia que como hombre de armas tuvo el general de división
Pedro Florentino, que fue uno de los
prominentes héroes en las sangrientas y decisivas batallas de Sabana Larga y
Jácuba, la primera en la llanura de Dajabón y la última cerca del cerro de la
Plata, ambas en el 1856. Aunque esas actuaciones sobresalientes de él se suelen
pasar casi de soslayo en muchos relatos sobre las batallas independentistas.
Sin embargo en el recuento
histórico del Ejército Dominicano quedó consignado que el 3 de enero de 1856
los generales dominicanos Juan Luis
Franco Bidó, Pedro Florentino, José Desiderio Valverde, José Hungría,
Lucas de Peña y otros retaron mediante un manifiesto público a los jefes
militares haitianos a sostener una batalla con el Ejército Dominicano. El
silencio de los últimos fue la respuesta. Luego taimadamente penetraron por El
Can, Sabana Larga y Jácuba. El resultado fue el triunfo dominicano.
La actuación del General
Florentino en aquellas memorables batallas se condensa, de conformidad con la
historia del Ejército Dominicano, así: “El ala derecha dominicana con el
General Florentino y De Peña al frente se mueve detrás de Jácuba hasta
Cayuco...Florentino y De Peña, descienden a la sabana de Jácuba, atacando las
fuerzas haitianas en retirada para encerrarlas y completar unas maniobras de
doble envolvimiento”.
En el caso de la
Restauración de la República él actuó de manera estelar, con el cúmulo de
sabiduría y capacidad de mando que había adquirido en las jornadas épicas
anteriores. La Restauración fue una
etapa de nuestra historia cargada de una descomunal intensidad de sus
principales actores y también de un fuerte impacto de los hechos en ella
producidos. A situaciones así es que se refería el escritor mexicano Carlos
Fuentes cuando definía lo que llamó “años constelaciones”.
Hay que tener presente, para
explicar algunos aspectos sociológicos e incluso de índole antropológica, en el
accionar de Florentino y de otros comandantes, que la guerra de la
Restauración fue hecha esencialmente por intrépidos dominicanos surgidos de las
masas populares marginadas.
Esos combatientes por la libertad vivían
antes, durante y después de esa lucha liberadora en condiciones de gran
pobreza y se presentaban a los combates hambrientos,
vistiendo harapos y calzando frágiles zoletas.
Lo que en esa conflagración
ocurrió del lado de los patriotas criollos puede analizarse utilizando como
pivotes de reflexión los conceptos expuestos a mediado del siglo XX por el
historiador francés George Lefrebvre en “la
historia desde abajo”, cuyos aspectos esenciales fueron luego ampliados y
potencializados por historiadores británicos del calibre de Eric John Hobsbawn,
quien aborda con franqueza las formas populares de resistencia.
Pedro Francisco Bonó,
Ministro de Guerra del gobierno provisional restaurador, luego de visitar el 5
de octubre de 1863 el Cantón de Bermejo,
narra con asombro lo que allí vio: soldados-monteros, desnudez de la
tropa, escasez de armas y suministros, un pedazo de tocino, 40 ó 50 plátanos y
los “cajones de municiones que estaban encima de una barbacoa y acostado a su
lado había un soldado fumando tranquilamente su cachimbo”.
En torno a la figura
histórica del General de División Florentino, y para poner en contexto el
escenario bélico en que le tocó desarrollar su vida, nada mejor que recordar la
impactante frase de la periodista norteamericana Ida B. Wells:”La única manera
de corregir un error es arrojar sobre él la luz de la verdad.” No es una
expresión suelta ni dicha al desgaire, ella contiene una verdad con carácter de
axioma. Por eso fue colocada en un lugar
destacado de una de las salas del Museo Nacional de Historia y Cultura
Afroamericana, inaugurado hace poco tiempo en la ciudad de Washington, capital
de los Estados Unidos de América.
Parte de sus detractores han
tomado como pretexto para opacar el brillo histórico de este formidable
combatiente dominicano su decisión de fusilar algunos traidores a la Patria en
el sitio La Urca de Punta Caña. Esa decisión, empero, no se puede separar de la
matanza que acuchilladas y bajo asecho cometieron esos sujetos y sus compinches
en el lugar llamado Sabana Cruz contra combatientes dominicanos. Tampoco puede
disociarse esa drástica medida de los continuos fusilamientos que en las
colindancias había realizado días antes contra muchos restauradores reducidos a
prisión el general español Valeriano Weyler, apodado “el enano diabólico” por
su estatura y crueldad.
El que con mejor objetividad y con muy buen
razonar analizó las acciones de guerra de esta figura de nuestro ayer fue el historiador
Sócrates Nolasco, quien en su ensayo titulado El General Pedro Florentino y un Momento de la Restauración aclaró
muchos de los infundios lanzados en su contra por los santanistas y por otros.
Nolasco incluso señala en dicha obra, refiriéndose a Florentino, que “se
extiende sobre su nombre una laguna en la cual soplaron vendavales de
destrucción”.
Por fortuna, la malicia y mezquindad de unos
historiadores, cronistas y publicistas y la inercia de otros va quedando
sepultada por la acción reivindicadora de la verdad.
Comienza a florecer la veracidad de los
hechos factuales y en esa virtud se va
comprobando que el General de División Pedro Florentino jugó un papel
sobresaliente en el cumplimiento de los objetivos militares que permitieron el
triunfo de los restauradores, tal y como también lo hizo en las duras batallas
libradas para apuntalar la independencia nacional.
Para juzgar correctamente lo que pasó en el
curso de la hazaña restauradora siempre hay que tener presente que los patriotas dominicanos no
podían llegar regando flores ante poderosos enemigos integrados por una
soldadesca experimentada en guerras de ultramar, compuesta por miles de hombres
traslados desde Cuba y Puerto Rico, así como por mercenarios de todos los pelajes y no pocos
criollos que con el merecido sambenito de vendepatria seguían a los corifeos
ibéricos.
La realidad no puede ocultarse por siempre y
es por ello que pese a los peñascos lanzados en el hoyo del Cerro de Las
Bóvedas, en Las Matas de Farfán, donde se presume lanzaron el cadáver del
General de División Florentino, y a contrapelo de las toneladas de baldosa y
granito conque han querido enterrar con ignominia su memoria, ella va
emergiendo con el auténtico perfil de un héroe dominicano.