RÍO HAINA
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
A pocos
minutos de salir de la ciudad de Santo Domingo se atraviesa el río Haina,
otrora un verdadero tesoro ecológico, tanto por su configuración como por la importancia de la mismidad de su
cuerpo de agua y, además, por la hermosa historia que lo acompaña desde antes
de que aquí llegaran los colonizadores españoles.
Muchos
acontecimientos de nuestra historia ocurrieron en sus riberas y en su estuario.
Siendo breve bastaría citar los enfrentamientos que en el entorno de este río Haina libraron los indios
tainos y los conquistadores españoles. Sin olvidar que estos últimos, con el
apoyo de lanceros criollos, en quienes ya germinaba lo que luego sería el
concepto de dominicanidad, frustraron en
el 1655, en la cuenca del este cinturón
de agua dulce, los deseos imperiales del terrible gobernante inglés Oliverio
Cromwell al derrotar de manera convincente (con ruidos o no de cangrejos) a los
miles de combatientes que, bajo el mando bicéfalo del general Robert Venables y
del almirante William Penn, pretendieron imponer los dominios de “la Pérfida
Albión” en el Caribe insular.
Luego
serían los españoles, en condición de tropas de ocupación, como resultado de la
Anexión, los que sufrirían varias derrotas en ambas riberas de este río. Una de
ellas ocurrió la tarde del 28 de julio del 1864, en el entonces llamado paseo
de La Angostura, cuando fueron pulverizados por los restauradores dominicanos,
al frente de los cuales estaba el coronel Eusebio Evangelista.
El río
Haina fue también el lugar donde el temible y tristemente célebre general de
origen mallorquín Valeriano Weyler Nicolau tuvo una de sus más sonadas
derrotas, llegando él mismo a proclamar
que en este importante curso de agua sufrió “el más difícil momento de su
accidentada carrera militar”. Así lo transmite el historiador Alcides García
Lluberes en su ensayo Los apuros de
Weyler en Santo Domingo, publicado en la revista Clío, en el año 1954.
Más
detalles de esa derrota del referido guerrero, quien luego fue premiado con el
marquesado de Tenerife, se constatan en la página 423 del libro Hojas de Servicios del Ejército Dominicano,
recopilación publicada en el año 1968 por el historiador Emilio Rodríguez
Demorizi, quien se nutrió de los asientos del archivo militar de España.
Al cruzar
por encima del río Haina, sobre el puente presidente Troncoso, al observar la
ensenada en forma de bolsa formada allí cuando se produce su encuentro con el
Mar Caribe, recordé que Jorge Luis Borges, en su clásica obra Historia Universal de la Infamia, dice
del Mississippi que “es río de pecho ancho...Es un río de aguas mulatas...”
La
asociación vino porque en la ría que
allí se produce, al confluir el Haina con el bravío Mar Caribe, esta hinchada corriente natural de agua dulce también
exhibe con frecuencia una inconfundible turbidez, como la que en muchos tramos
presenta el río Mississippi de Norteamérica.
A unos tres
kilómetros antes de formarse la ría, con su espectáculo de penetración del
líquido marino en la cuenca del río Haina, creando ondulaciones de agua
salada y salobre, están las ruinas del complejo arquitectónico del
ingenio azucarero Engombe, inicialmente llamado Santa Ana, creado en el siglo
XVI. Fue uno de los primeros en América. Forma parte de los principales atractivos
culturales y ecológicos de esta zona.
En los alrededores de ese ingenio azucarero
todavía quedan algunos yambos coronados de pomarrosa. Es un área protegida
desde el 24 de junio de 1993, en virtud de lo que se indica en el Decreto
183-93. El 20 de marzo del año 2002 pasó a formar parte del Parque Mirador del
Oeste.
Unos
cientos de metros más adelante del
referido puente están los dos puertos de Haina (el oriental y el
occidental), por donde entra una gran cantidad de mercadería extranjera para
comercializarse en el país, y por donde
se exporta mucha de nuestra producción industrial, agropecuaria y de diversos géneros de
mercancías artesanales de facturación criolla.
En el pasado remoto, como expresión de un gran
tráfico fluvial, con una estiba portuaria muy activa, funcionó en este lugar un
sistema de flotas y galeones regenteado por los colonizadores españoles.
Este cuerpo
de agua dulce siempre ha sido importante, incluso para fines literarios. El
escritor, investigador y erudito escocés Charles Mackenzie escribió en el
lejano 1830 una obra titulada Notas
sobre Haití, cuya primera edición en español fue publicada aquí en el 2016,
correspondiente al catálogo del Archivo General de la Nación. Dicho autor, al
refiriéndose al río Haina, dejó esta sorprendente nota: “...Cruzamos en un bote
ferry, que corre sobre un cable extendido a través del río. El río es profundo
y rápido, con tiburones de un inmenso tamaño retozando sin ninguna
restricción”...” (Ver página 214, edición del 2016).
Desde hace
varias décadas este gran río está muy contaminado. Su lecho es un depósito no
sólo de lodo y limo, sino también de todas las inmundicias que puedan ser
imaginadas. Lo peor es que no se observa ninguna iniciativa gubernamental para
su rescate y saneamiento. A pesar de que la Ley 164-00, de Recursos Naturales y
Medio Ambiente, es muy clara sobre lo
que debe hacerse ante casos como éste.
Cerca del
lado oeste del río Haina están la
dinámica comunidad homónima y también los pobladitos de Barsequillo, La Pared,
El Carril y Hatillo.
(Del libro El Suroeste Dominicano, publicado en el 2017)