jueves, 10 de agosto de 2017



RÍO HAINA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

A pocos minutos de salir de la ciudad de Santo Domingo se atraviesa el río Haina, otrora un verdadero tesoro ecológico, tanto por su configuración como  por la importancia de la mismidad de su cuerpo de agua y, además, por la hermosa historia que lo acompaña desde antes de que aquí llegaran los colonizadores españoles.
Muchos acontecimientos de nuestra historia ocurrieron en sus riberas y en su estuario. Siendo breve bastaría citar los enfrentamientos que en el    entorno de este río Haina libraron los indios tainos y los conquistadores españoles. Sin olvidar que estos últimos, con el apoyo de lanceros criollos, en quienes ya germinaba lo que luego sería el concepto de dominicanidad,  frustraron en el 1655, en  la cuenca del este cinturón de agua dulce, los deseos imperiales del terrible gobernante inglés Oliverio Cromwell al derrotar de manera convincente (con ruidos o no de cangrejos) a los miles de combatientes que, bajo el mando bicéfalo del general Robert Venables y del almirante William Penn, pretendieron imponer los dominios de “la Pérfida Albión” en el Caribe insular.
Luego serían los españoles, en condición de tropas de ocupación, como resultado de la Anexión, los que sufrirían varias derrotas en ambas riberas de este río. Una de ellas ocurrió la tarde del 28 de julio del 1864, en el entonces llamado paseo de La Angostura, cuando fueron pulverizados por los restauradores dominicanos, al frente de los cuales estaba el coronel Eusebio Evangelista.
El río Haina fue también el lugar donde el temible y tristemente célebre general de origen mallorquín Valeriano Weyler Nicolau tuvo una de sus más sonadas derrotas, llegando él mismo a  proclamar que en este importante curso de agua sufrió “el más difícil momento de su accidentada carrera militar”. Así lo transmite el historiador Alcides García Lluberes en su ensayo Los apuros de Weyler en Santo Domingo, publicado en la revista Clío, en el año 1954.
Más detalles de esa derrota del referido guerrero, quien luego fue premiado con el marquesado de Tenerife, se constatan en la página 423 del libro Hojas de Servicios del Ejército Dominicano, recopilación publicada en el año 1968 por el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, quien se nutrió de los asientos del archivo militar de España. 
Al cruzar por encima del río Haina, sobre el puente presidente Troncoso, al observar la ensenada en forma de bolsa formada allí cuando se produce su encuentro con el Mar Caribe, recordé que Jorge Luis Borges, en su clásica obra Historia Universal de la Infamia, dice del Mississippi que “es río de pecho ancho...Es un río de aguas mulatas...”
La asociación vino porque  en la ría que allí se produce, al confluir el Haina con el bravío Mar Caribe, esta  hinchada corriente natural de agua dulce también exhibe con frecuencia una inconfundible turbidez, como la que en muchos tramos presenta el río Mississippi de Norteamérica.
A unos tres kilómetros antes de formarse la ría, con su espectáculo de penetración del líquido marino en la cuenca del río Haina, creando ondulaciones  de agua  salada y salobre, están las ruinas del complejo arquitectónico del ingenio azucarero Engombe, inicialmente llamado Santa Ana, creado en el siglo XVI. Fue uno de los primeros en América. Forma parte de los principales atractivos culturales y ecológicos de esta zona.
 En los alrededores de ese ingenio azucarero todavía quedan algunos yambos coronados de pomarrosa. Es un área protegida desde el 24 de junio de 1993, en virtud de lo que se indica en el Decreto 183-93. El 20 de marzo del año 2002 pasó a formar parte del Parque Mirador del Oeste.
Unos cientos de metros más adelante del  referido puente están los dos puertos de Haina (el oriental y el occidental), por donde entra una gran cantidad de mercadería extranjera para comercializarse en el país, y  por donde se exporta mucha de nuestra producción industrial,  agropecuaria y de diversos géneros de mercancías artesanales de facturación criolla.
 En el pasado remoto, como expresión de un gran tráfico fluvial, con una estiba portuaria muy activa, funcionó en este lugar un sistema de flotas y galeones regenteado por los colonizadores españoles.
Este cuerpo de agua dulce siempre ha sido importante, incluso para fines literarios. El escritor, investigador y erudito escocés Charles Mackenzie escribió en el lejano 1830 una obra titulada Notas sobre Haití, cuya primera edición en español fue publicada aquí en el 2016, correspondiente al catálogo del Archivo General de la Nación. Dicho autor, al refiriéndose al río Haina, dejó esta sorprendente nota: “...Cruzamos en un bote ferry, que corre sobre un cable extendido a través del río. El río es profundo y rápido, con tiburones de un inmenso tamaño retozando sin ninguna restricción”...” (Ver página 214, edición del 2016).
Desde hace varias décadas este gran río está muy contaminado. Su lecho es un depósito no sólo de lodo y limo, sino también de todas las inmundicias que puedan ser imaginadas. Lo peor es que no se observa ninguna iniciativa gubernamental para su rescate y saneamiento. A pesar de que la Ley 164-00, de Recursos Naturales y Medio Ambiente, es  muy clara sobre lo que debe hacerse ante casos como éste. 
Cerca del lado oeste del río Haina  están la dinámica comunidad homónima y también los pobladitos de Barsequillo, La Pared, El Carril y Hatillo.
(Del libro El Suroeste Dominicano, publicado en el 2017)