LAS LEYES EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN (3)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Leyes sueltas, códigos,
estatutos, corrientes de opiniones jurídicas y escuelas de Derecho han surgido
a lo largo del tiempo en el proceso de la civilización.
En el derecho comparado, para
entender mejor el complejo entramado social de las relaciones entre pueblos e
individuos, es preferible no hacer cotejos paralelos y tajantes sobre la
preeminencia de unos textos sobre otros.
Es mejor hacer análisis de los
aportes de cada circuito de leyes tomando en cuenta época, lugar y motivaciones
de sus creadores y protagonistas.
El código de Hammurabi llevó
ese nombre en honor al sexto rey de Babilonia, probablemente descendiente de la
etnia de los amorreos, que eran pastores y guerreros procedentes principalmente
de Palestina, quienes fueron moviéndose en el tercer milenio a.C. por la cuenca
del famoso río Éufrates, donde fundaron varios pueblos.
Ese texto de leyes fue el
resultado de una amplia amalgama de luchas entre etnias, hechos y circunstancias
atadas al tiempo en que se hizo.
Se ha demostrado a través de
muchos siglos, en diferentes lugares del mundo, que
para hacer leyes efectivas se debe tomar en cuenta lo que ocurre en la
cotidianidad del medio donde se van aplicar.
El gran jurista y diplomático
Luis Jiménez de Asúa, quien fue durante ocho años presidente de la República
Española en el exilio, luego de hacer una rigurosa investigación histórica
sobre las legislaciones a través de tiempo, sostuvo con acierto imbatible que:
“Los suplicios de las épocas pretéritas eran reflejo de la norma de cultura que
el mundo vivía. Por eso es por demás injusto medir con las normas de hoy los
hechos del pasado….” (La ley y el delito. Quinta edición, 1967. Página 4. Luis
Jiménez de Asúa).
En relación con el señalado
código de Hammurabi (282 leyes escritas con caracteres cuneiformes) diversos
estudios arqueológicos coinciden en señalar que lo difundieron colocando en
Babilonia y en otros pueblos enormes piedras pulidas que tenían alrededor de
tres metros de altura. Están consideradas entre las más famosas pictografías de
la humanidad.
En la cúpula de esos monolitos,
como símbolos destacados, estaban un dios que representaba a la justicia y al
sol, así como el mencionado rey. Esas figuras eran el complemento del rigorismo
religioso del susodicho código.
Probablemente el sistema legal
referido pudo hacerse gracias al poder de Babilonia, la cual llegó a tener la
más alta influencia política y económica en todo el oriente más cercano al mar
Mediterráneo.
A los pueblos que Hammurabi
vencía, incluso a los poderosos elamitas, que para derrotarlos tuvo que aliarse
con otros reyes de la zona, les imponía sus creencias en asuntos de justicia. Para
materializar sus propósitos combinaba la fuerza militar y su gran astucia
política.
Uno de los puntos importantes
para que las leyes de Hammurabi tuvieran una larga vigencia fue que él mantuvo
el control de su gran imperio hasta que murió, un día del año 1750 a. C.
Aunque hay que puntualizar que
los derechos y obligaciones creados por él tenían gradaciones, por lo que su
nivel de cumplimiento se hacía tomando en cuenta si las personas pertenecían o
no a los “hombres libres, ciudadanos independientes o esclavos”.
El código de Hammurabi tenía un
gran componente de sugestión, pues desde sus párrafos iniciales se hacía
constar que todos los actos de ese enérgico monarca eran de origen divino.
Dicho soberano, imbuido en la
cosmogonía de su creencia religiosa mitológica, (que era la babilónica) negaba
que sus leyes fueran una creación de los humanos.
Sin embargo, al acto de la
aplicación de las mismas no se le daba el carácter en sí de un tribunal
religioso, ni las decisiones basadas en las ideas de Hammurabi formaban
archivos sagrados.
Si se salta el sanedrín, en la
Tierra de Israel, se puede decir que pasarían casi tres mil años para que en
otros lugares del mundo se crearan tribunales religiosos. Un ejemplo de eso
ocurrió en el nefasto período de la Inquisición (1184), en la Edad Media.
De igual modo transcurrieron
más de tres mil años para que el papa Paulo III creara, en el 1542, la
Congregación del Santo Oficio, como parte de la Inquisición romana, en la cual
los inquisidores dejaron una página siniestra en la historia universal,
escudándose en supuestos textos revestidos de una legalidad huera.
Claro está que las ideas en
materia legal de Hammurabi distaban mucho de las conceptualizaciones que decenas
de siglos después se desarrollaron dentro de los claustros de las diferentes
escuelas de pensamientos jurídicos-filosóficos que florecieron en el mundo.
El historiador español Federico
Lara Peinado, especialista en civilizaciones antiguas como las mesopotámica,
sumeria, egipcia y otras, al hacer una didáctica traducción del referido código
de Hammurabi indica que en su parte final ese poderoso rey invitaba al acusado
(para que comprendiera la sentencia en su contra) a leer su “estela escrita”
ante su “estatua de rey de la Equidad…”(Código de Hammurabi. Editorial Tecnos,
Madrid, 2008. Federico Lara Peinado).
En consideración a esos juicios
plasmados por el susodicho gobernante muchos estudiosos del pasado de
Babilonia, Asiria, Nínive, Sumeria y otros lugares de Oriente coinciden en
afirmar que la vida en esos lugares se vinculaba “a los poderes divinos”.
Como consecuencia de lo
anterior las leyes, los preceptos morales y las costumbres estaban indisolublemente
ligados a los dioses que adoraban esos pueblos; y también a sus encarnaciones terrenales, que
no eran otros que los reyes, altos dignatarios religiosos y potentados
económicos.
La verdad monda y lironda es
que desde que comenzaron a dictarse leyes y normas, sin importar su condición
primitiva, y sus fallas de orden lógico, las mismas tuvieron de algún modo eso
que se denomina una “base fáctica”, tomando en consideración que fueron los
hechos que en cada caso se vivían los que obligaron a su creación.
Después de la muerte del
poderoso Hammurabi sus leyes siguieron teniendo vigencia; incluso Ciro el
Grande en vez de impulsar un nuevo sistema legal hizo que se difundiera más el mencionado
código.
Los hititas, que saquearon gran
parte del legado de ese gobernante, respetaron sustancialmente las leyes
babilónicas, por conveniencia o por lo que fuera.
Lo que sí registra la historia
es que pasados 500 años de su creación el código de Hammurabi fue robado,
atribuyéndose dicho despojo a un rey elamita que controlaba lo que luego vino a
ser el suroeste del actual Irán.
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