GALVÁN,
POLÍTICO Y ESCRITOR
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Manuel de Jesús Galván, el ilustrado capitaleño que
fue secretario de Pedro Santana en momentos muy difíciles para el pueblo
dominicano, fue un escritor que dejó su nombre en un lugar cimero del listón de
la literatura criolla.
Nació en la ciudad de Santo Domingo en el 1834 y
falleció en Puerto Rico, en el 1910. Fue considerado como uno de los jóvenes
dominicanos más instruidos de su época, siendo la bujía inspiradora, con sólo
20 años de edad, de la sociedad Amantes de las Letras, que era en sí una
cantera de imberbes que de manera dual repartían su vida entre la política y la
literatura.
Su vida fue como un caleidoscopio. Cuando uno se asoma
a su accionar en el palenque de la actividad pública nacional se encuentra con
un hombre dotado de variadas y vigorosas facetas, algunas contradictorias entre
sí.
Esa característica de Galván obliga analizar con mucha
minuciosidad sus hechos, dichos y
escritos, pero también a ver con lupa las opiniones divergentes que su figura
rutilante siempre ha provocado, tanto entre sus contemporáneos como en las
generaciones posteriores.
Como achichinque del grupo de los conservadores que se
apoderó del aparato gubernamental en ciernes, en el período conocido como la
Primera República, desempeñó múltiples y elevadas cargos, algunos visibles y
otros desde los socavones de la trastienda de la política criolla.
Mantuvo siempre sobre su cabeza el yelmo conservador y
entreguista con el cual se movió en el carromato del Estado surgido cuando él
tenía 10 años de edad.
Eso no le impidió ser un experto en cabriolas
políticas, con saltos sorprendentes, siempre por motivos mundanos y coyunturales.
Era un experto en practicar el estilo de los flamencos
(ahora con un pie y al rato con el otro).Ejemplos sobran sobre ese
comportamiento.
Hubo un caso bastante gráfico sobre lo anterior,
ocurrido poco tiempo después del hecho heroico del 26 de julio de 1899, en
Moca, que culminó con la muerte del sátrapa Ulises Heureaux, alias Lilís, al
cual le sirvió desde diversos puestos, al tiempo que diversificaba el portafolio
de sus negocios personales.
En efecto, con el olor de la pólvora mocana todavía
sintiéndose en el ambiente de la convulsa política dominicana comenzó Galván a
idear la creación del que luego llamaría Partido Republicano, con el cual se
apalancó en el gobierno de Juan Isidro Jimenes, el carismático comerciante
capitaleño radicado en Montecristi que arrasó en todos los Colegios Electorales,
en las elecciones celebradas el 29 de noviembre de 1899, 4 meses después del
referido tiranicidio.
Dicha agrupación política, de conformidad con sus
estatutos, tenía unos lineamientos teóricos diferentes al lenguaje montaraz del
traidor a la patria Pedro Santana, quien había sido el primer gran jefe de
Galván y por el cual sentía una inclinación con fuerza de oleaje de borrasca.
Difería, también, con los métodos draconianos del
férreo gobernante caído en la ciudad del Viaducto, a cuya práctica de gobierno
estuvo adherido Galván desde los comienzos de esa dictadura decimonónica.
Versiones de antaño dicen que el presidente Juan
Isidro Jimenes, en su primer gobierno (15-11-1899 al 2-5-1902), le dio apoyo a
Manuel de Jesús Galván en ese proyecto político.
Es oportuno decir que dos décadas después de la muerte
de su fundador el referido Partido Republicano terminó apoyando a Trujillo, en
el 1930, fecha en que comenzó la oscura noche que por más de 30 años cubrió de
sangre y maldad al pueblo dominicano.
Lo que es indiscutible es que Galván, desde su mocedad
hasta su muerte ya en ruta hacia las 8 décadas de vida, mantuvo un vigoroso
espíritu de intelectual, a lo cual le añadía elementos prácticos de la política
criolla.
Fue ministro, juez, diplomático, asesor y académico.
En sus decisiones generalmente se
ladeaba en favor de los grupos que no
tenían ningún interés en fomentar el procomún colaborativo.
Era un hispanófilo cerrado y sin matices, lo cual se
observa en sus hechos, escritos y comentarios misceláneos. Esa tendencia
dominante en él se comprueba también en su novela Enriquillo, en la cual aunque
se centra en resaltar el gallardo espíritu del cacique originalmente llamado Guarocuya
no escatima esfuerzos para limpiar de culpa a muchos jefes coloniales
españoles.
Esa verdad, que cae como plomada en terreno cenagoso,
y que es comprobable en muchas de las páginas de Enriquillo, ha sido edulcorada
por unos cuantos, como es el caso de Max Henríquez Ureña, quien en su obra
Panorama histórico de la literatura dominicana dice lo siguiente:
“Describió, pues, con gran mesura y no sin cierto
estudiado alarde de imparcialidad, el choque de la raza de conquistadores con
la raza aborigen. Logró cabalmente su objetivo sin apartarse de la verdad
histórica…”1
Galván y la anexión
Manuel de Jesús Galván era un apasionado de esa
tragedia que fue la anexión de la República Dominicana a España, en el 1861.
Ese fue un hecho trágico, un auténtico espasmo de incertidumbre que gracias al
coraje del pueblo llano fue de corta duración, pues desde el principio los
restauradores pusieron a masticar el polvo de la derrota a los anexionistas
criollos e ibéricos.
Esa vez, como en otras ocasiones, Galván se colocó en
el lado oscuro de la historia dominicana. Con sus hechos contribuyó a destruir
la libertad lograda el 27 de febrero de 1844.
Él tuvo un papel protagónico en el aparato de
reflexión del pequeño pero poderoso grupo que no creía en la viabilidad de la
independencia nacional. Galván fue parte del oprobioso negocio de vender la
patria por ventajas particulares.
Sirvió de muletilla intelectual a los jefes
anexionistas, pretendiendo justificar con frases ingeniosas, pero envenenadas
con el gusanillo del engaño, el andamiaje de ignominia que constituyó la
anexión de la República Dominicana a España.
Muchos de sus
artículos, notas y ensayos revelan a un hombre carcomido por un
enfermizo fervor españolizante y su falta de creencia en los valores
patrióticos del pueblo dominicano.
Por una paradoja más de su vida luego contemporizó con
los principales líderes de la Restauración, gloriosa epopeya que él había
tildado con acritud de “monstruo de la rebelión”. Con algunos de ellos intimó
durante su exilio en uno de los gobiernos de Báez, a pesar de que pocos años
antes, en el fragor de la lucha libertaria comenzada con el grito de Capotillo,
los había acusado de sólo querer “matanzas y destrucción.”
Cuando todavía Charles Sanders, William James y John
Dewey no habían desarrollado a fondo, a finales del siglo XIX, su polémica
teoría filosófica llamada pragmatismo ya aquí había un campeón pragmático. Ese
era Manuel de Jesús Galván.
Esa actitud le permitió ser ministro de Exterior en el
breve gobierno del luchador restaurador Ulises Francisco Espaillat, a quien
acompañó el 5 de octubre de 1876 cuando ese ilustre ciudadano bajó del solio
presidencial para asilarse en el consulado francés en la ciudad de Santo
Domingo, víctima de las intrigas políticas y apesadumbrado “de contemplar
bajezas.”
Galván y Lugo
Américo Lugo despojó a Galván de todo asomo de mancha,
de espinas y guijarros. Lo describió como un ser casi edénico:
“Don Manuel de J. Galván era el dominicano de más
talento, el primero de nuestros escritores, el príncipe de nuestros
diplomáticos, el más reputado de nuestros jurisconsultos, el más galante de los
caballeros, el más cariñoso de los amigos…”2
Un tribunal político
No pocas de las decisiones judiciales firmadas por
Manuel de Jesús Galván como presidente de la Suprema Corte de Justicia
(1883-1889) estuvieron marcadas por la conveniencia política. Una simple
lectura lineal de la jurisprudencia por él impulsada permite decir que siempre puso
en un segundo plano la asepsia valorativa de los casos, contaminando con miasma
los expedientes.
Al dictar sentencia, especialmente cuando eran casos
vinculados directa o indirectamente con la política, nunca miró los viejos
epifonemas que se le atribuyen a la diosa Temis.
Tal vez el más sonado canallismo judicial del tribunal
que encabezaba Galván ocurrió en el 1887, cumpliendo a pie juntillas un mandato
expreso del tirano Ulises Heureaux (Lilís). En esa ocasión fue condenado a
muerte el general seibano Santiago Pérez, quien provocado y lastimado en su
dignidad por enésima vez actuó contra el general, poeta y periodista Eduardo
Scanlan.
En la actitud de Galván pesó más su interés en seguir
siendo parte de la burocracia lilisista que la aplicación correcta de justicia.
Dicho lo anterior al margen de que el condenado a la pena capital era su amigo.
Esa draconiana decisión fue otro tramo del sendero caliginoso que transitó
Galván en su faceta política.
El joven general Santiago Pérez fue fusilado el 4 de
mayo de 1887, a pesar de que una compañía del Batallón Santa Bárbara estaba
dispuesta a usar las armas para salvar al que era diputado por Samaná, quien
bajó a la tumba el mismo día que cumplía 36 años de edad.
Una exégesis de los textos legales de entonces; una
comprobación de los hechos de profunda humillación personal sufridos por Pérez
de parte de Scanlan Daly, (quien profanó varias veces su lecho conyugal y luego
lo divulgó por escrito y verbalmente) y verificada la condición de secretario
ad-hoc de Lilís que ostentaba el último, conducen a pensar que la decisión
judicial de marras fue tomada por sentenciadores, presididos por Galván, que
dejaron de lado su deber fundamental de ser imparciales, apolíticos e
independientes.
Galván y Hostos
Galván mezclaba su servicio público, su posición
política y los negocios. Tenía vocación desmedida por las actividades
pecuniarias. Tal vez por ello, a pesar de su brillantez, era objeto de no pocas
mofas entre aquellos contemporáneos suyos que mantenían en alto el concepto de la
dignidad.
Una anécdota, nunca desmentida, describe que Eugenio
María de Hostos y Galván se encontraron en una de las aceras de la calle El
Conde y el primero, con mucha gallardía, le dijo al segundo: “¿Cómo está
pensando hoy ese estómago?”
La referida pregunta tenía naiboa, tomando en cuenta
que el ilustre maestro antillano Hostos poseía amplios conocimientos sobre los
rasgos y peculiaridades de los principales actores políticos, económicos,
religiosos, militares e intelectuales de las primeras décadas del proceso
histórico dominicano que surgió a partir del 27 de febrero de 1844.
Galván y Lebrón Saviñón
Sobre la importancia de Galván como literato escribió
Mariano Lebrón Saviñón, hace ahora más de 50 años, lo siguiente: “Manuel de
Jesús Galván da a la luz su Enriquillo, la mejor novela histórica escrita en
América, en un estilo que discurre con la severidad del más correcto
clasicismo; pero la intención es romántica, y Galván logra injertar en su obra,
junto a la trama central, que es la rebelión en la sierra del Bahoruco, amores
desventurados con culminación trágica…”3
Galván visto por PHU
Pedro Henríquez Ureña, al referirse a las vicisitudes
que en el siglo XIX había en el país para escribir e imprimir libros, señalaba
lo siguiente sobre la novela Enriquillo, publicada completa en el año 1882:
“…Manuel de
Jesús Galván es de los escritores de libro único…Ni antes había escrito otro,
ni otro escribió después.”4
Galván y Martí
José Martí, el poeta, ensayista, político, ideólogo y
organizador de la lucha por la independencia de Cuba, colmó de elogios a
Galván, en carta del 19 de septiembre de 1884, con motivo de la publicación de
su novela Enriquillo.
En esa misiva, entre otras muchas cosas, Martí le
prometía a Galván que presentaría su importante obra literaria a todo el mundo como “si fuera cosa mía”, y
añadía que “será en cuanto se le conozca, cosa de toda América.”5
Bibliografía:
1-Panorama histórico de la literatura dominicana. Editorial
Compañía brasileña de artes gráficas, Río de Janeiro, 1945. Max Henríquez
Ureña.
2-D. Manuel de J. Galván. Colección Pensamiento
Dominicano. Librería Dominicana.1949.Américo Lugo (Antología).P180, antologista
Vetilio Alfau Durán.
3-Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo
del Hogar, 2016.P23. Mariano Lebrón Saviñón.
4-Periódico La Nación, Buenos Aires, Argentina,
13-enero-1935.Pedro Henríquez Ureña.
5- Carta de Martí a Galván. New York, EE.UU.19-septiembre-1884.