domingo, 25 de julio de 2021

 

  GALVÁN, POLÍTICO Y ESCRITOR

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Manuel de Jesús Galván, el ilustrado capitaleño que fue secretario de Pedro Santana en momentos muy difíciles para el pueblo dominicano, fue un escritor que dejó su nombre en un lugar cimero del listón de la literatura criolla.

Nació en la ciudad de Santo Domingo en el 1834 y falleció en Puerto Rico, en el 1910. Fue considerado como uno de los jóvenes dominicanos más instruidos de su época, siendo la bujía inspiradora, con sólo 20 años de edad, de la sociedad Amantes de las Letras, que era en sí una cantera de imberbes que de manera dual repartían su vida entre la política y la literatura.

Su vida fue como un caleidoscopio. Cuando uno se asoma a su accionar en el palenque de la actividad pública nacional se encuentra con un hombre dotado de variadas y vigorosas facetas, algunas contradictorias entre sí.

Esa característica de Galván obliga analizar con mucha minuciosidad sus hechos,  dichos y escritos, pero también a ver con lupa las opiniones divergentes que su figura rutilante siempre ha provocado, tanto entre sus contemporáneos como en las generaciones posteriores.

Como achichinque del grupo de los conservadores que se apoderó del aparato gubernamental en ciernes, en el período conocido como la Primera República, desempeñó múltiples y elevadas cargos, algunos visibles y otros desde los socavones de la trastienda de la política criolla.

Mantuvo siempre sobre su cabeza el yelmo conservador y entreguista con el cual se movió en el carromato del Estado surgido cuando él tenía 10 años de edad.

Eso no le impidió ser un experto en cabriolas políticas, con saltos sorprendentes, siempre por motivos mundanos y coyunturales.

Era un experto en practicar el estilo de los flamencos (ahora con un pie y al rato con el otro).Ejemplos sobran sobre ese comportamiento.

Hubo un caso bastante gráfico sobre lo anterior, ocurrido poco tiempo después del hecho heroico del 26 de julio de 1899, en Moca, que culminó con la muerte del sátrapa Ulises Heureaux, alias Lilís, al cual le sirvió desde diversos puestos, al tiempo que diversificaba el portafolio de sus negocios personales.

En efecto, con el olor de la pólvora mocana todavía sintiéndose en el ambiente de la convulsa política dominicana comenzó Galván a idear la creación del que luego llamaría Partido Republicano, con el cual se apalancó en el gobierno de Juan Isidro Jimenes, el carismático comerciante capitaleño radicado en Montecristi que arrasó en todos los Colegios Electorales, en las elecciones celebradas el 29 de noviembre de 1899, 4 meses después del referido tiranicidio.

Dicha agrupación política, de conformidad con sus estatutos, tenía unos lineamientos teóricos diferentes al lenguaje montaraz del traidor a la patria Pedro Santana, quien había sido el primer gran jefe de Galván y por el cual sentía una inclinación con fuerza de oleaje de borrasca.

Difería, también, con los métodos draconianos del férreo gobernante caído en la ciudad del Viaducto, a cuya práctica de gobierno estuvo adherido Galván desde los comienzos de esa dictadura decimonónica.

Versiones de antaño dicen que el presidente Juan Isidro Jimenes, en su primer gobierno (15-11-1899 al 2-5-1902), le dio apoyo a Manuel de Jesús Galván en ese proyecto político.

Es oportuno decir que dos décadas después de la muerte de su fundador el referido Partido Republicano terminó apoyando a Trujillo, en el 1930, fecha en que comenzó la oscura noche que por más de 30 años cubrió de sangre y maldad al pueblo dominicano.

Lo que es indiscutible es que Galván, desde su mocedad hasta su muerte ya en ruta hacia las 8 décadas de vida, mantuvo un vigoroso espíritu de intelectual, a lo cual le añadía elementos prácticos de la política criolla.

Fue ministro, juez, diplomático, asesor y académico. En sus decisiones generalmente  se ladeaba  en favor de los grupos que no tenían ningún interés en fomentar el procomún colaborativo.

Era un hispanófilo cerrado y sin matices, lo cual se observa en sus hechos, escritos y comentarios misceláneos. Esa tendencia dominante en él se comprueba también en su novela Enriquillo, en la cual aunque se centra en resaltar el gallardo espíritu del cacique originalmente llamado Guarocuya no escatima esfuerzos para limpiar de culpa a muchos jefes coloniales españoles.

Esa verdad, que cae como plomada en terreno cenagoso, y que es comprobable en muchas de las páginas de Enriquillo, ha sido edulcorada por unos cuantos, como es el caso de Max Henríquez Ureña, quien en su obra Panorama histórico de la literatura dominicana dice lo siguiente:

“Describió, pues, con gran mesura y no sin cierto estudiado alarde de imparcialidad, el choque de la raza de conquistadores con la raza aborigen. Logró cabalmente su objetivo sin apartarse de la verdad histórica…”1

                  

Galván y la anexión

Manuel de Jesús Galván era un apasionado de esa tragedia que fue la anexión de la República Dominicana a España, en el 1861. Ese fue un hecho trágico, un auténtico espasmo de incertidumbre que gracias al coraje del pueblo llano fue de corta duración, pues desde el principio los restauradores pusieron a masticar el polvo de la derrota a los anexionistas criollos e ibéricos.

Esa vez, como en otras ocasiones, Galván se colocó en el lado oscuro de la historia dominicana. Con sus hechos contribuyó a destruir la libertad lograda el 27 de febrero de 1844.

Él tuvo un papel protagónico en el aparato de reflexión del pequeño pero poderoso grupo que no creía en la viabilidad de la independencia nacional. Galván fue parte del oprobioso negocio de vender la patria por ventajas particulares.

Sirvió de muletilla intelectual a los jefes anexionistas, pretendiendo justificar con frases ingeniosas, pero envenenadas con el gusanillo del engaño, el andamiaje de ignominia que constituyó la anexión de la República Dominicana a España.

Muchos de sus  artículos, notas y ensayos revelan a un hombre carcomido por un enfermizo fervor españolizante y su falta de creencia en los valores patrióticos del pueblo dominicano.

Por una paradoja más de su vida luego contemporizó con los principales líderes de la Restauración, gloriosa epopeya que él había tildado con acritud de “monstruo de la rebelión”. Con algunos de ellos intimó durante su exilio en uno de los gobiernos de Báez, a pesar de que pocos años antes, en el fragor de la lucha libertaria comenzada con el grito de Capotillo, los había acusado de sólo querer “matanzas y destrucción.”

Cuando todavía Charles Sanders, William James y John Dewey no habían desarrollado a fondo, a finales del siglo XIX, su polémica teoría filosófica llamada pragmatismo ya aquí había un campeón pragmático. Ese era Manuel de Jesús Galván.

Esa actitud le permitió ser ministro de Exterior en el breve gobierno del luchador restaurador Ulises Francisco Espaillat, a quien acompañó el 5 de octubre de 1876 cuando ese ilustre ciudadano bajó del solio presidencial para asilarse en el consulado francés en la ciudad de Santo Domingo, víctima de las intrigas políticas y apesadumbrado “de contemplar bajezas.”

                                            Galván y Lugo

Américo Lugo despojó a Galván de todo asomo de mancha, de espinas y guijarros. Lo describió como un ser casi edénico:

“Don Manuel de J. Galván era el dominicano de más talento, el primero de nuestros escritores, el príncipe de nuestros diplomáticos, el más reputado de nuestros jurisconsultos, el más galante de los caballeros, el más cariñoso de los amigos…”2              

                                           Un tribunal político

No pocas de las decisiones judiciales firmadas por Manuel de Jesús Galván como presidente de la Suprema Corte de Justicia (1883-1889) estuvieron marcadas por la conveniencia política. Una simple lectura lineal de la jurisprudencia por él impulsada permite decir que siempre puso en un segundo plano la asepsia valorativa de los casos, contaminando con miasma los expedientes.

Al dictar sentencia, especialmente cuando eran casos vinculados directa o indirectamente con la política, nunca miró los viejos epifonemas que se le atribuyen a la diosa Temis.

Tal vez el más sonado canallismo judicial del tribunal que encabezaba Galván ocurrió en el 1887, cumpliendo a pie juntillas un mandato expreso del tirano Ulises Heureaux (Lilís). En esa ocasión fue condenado a muerte el general seibano Santiago Pérez, quien provocado y lastimado en su dignidad por enésima vez actuó contra el general, poeta y periodista Eduardo Scanlan.

En la actitud de Galván pesó más su interés en seguir siendo parte de la burocracia lilisista que la aplicación correcta de justicia. Dicho lo anterior al margen de que el condenado a la pena capital era su amigo. Esa draconiana decisión fue otro tramo del sendero caliginoso que transitó Galván en su faceta política.

El joven general Santiago Pérez fue fusilado el 4 de mayo de 1887, a pesar de que una compañía del Batallón Santa Bárbara estaba dispuesta a usar las armas para salvar al que era diputado por Samaná, quien bajó a la tumba el mismo día que cumplía 36 años de edad.

Una exégesis de los textos legales de entonces; una comprobación de los hechos de profunda humillación personal sufridos por Pérez de parte de Scanlan Daly, (quien profanó varias veces su lecho conyugal y luego lo divulgó por escrito y verbalmente) y verificada la condición de secretario ad-hoc de Lilís que ostentaba el último, conducen a pensar que la decisión judicial de marras fue tomada por sentenciadores, presididos por Galván, que dejaron de lado su deber fundamental de ser imparciales, apolíticos e independientes.

 

                                            Galván y Hostos

 

Galván mezclaba su servicio público, su posición política y los negocios. Tenía vocación desmedida por las actividades pecuniarias. Tal vez por ello, a pesar de su brillantez, era objeto de no pocas mofas entre aquellos contemporáneos suyos que mantenían en alto el concepto de la dignidad.

Una anécdota, nunca desmentida, describe que Eugenio María de Hostos y Galván se encontraron en una de las aceras de la calle El Conde y el primero, con mucha gallardía, le dijo al segundo: “¿Cómo está pensando hoy ese estómago?”

La referida pregunta tenía naiboa, tomando en cuenta que el ilustre maestro antillano Hostos poseía amplios conocimientos sobre los rasgos y peculiaridades de los principales actores políticos, económicos, religiosos, militares e intelectuales de las primeras décadas del proceso histórico dominicano que surgió a partir del 27 de febrero de 1844.

                                   Galván y Lebrón Saviñón

Sobre la importancia de Galván como literato escribió Mariano Lebrón Saviñón, hace ahora más de 50 años, lo siguiente: “Manuel de Jesús Galván da a la luz su Enriquillo, la mejor novela histórica escrita en América, en un estilo que discurre con la severidad del más correcto clasicismo; pero la intención es romántica, y Galván logra injertar en su obra, junto a la trama central, que es la rebelión en la sierra del Bahoruco, amores desventurados con culminación trágica…”3 

 

                                          Galván visto por PHU

Pedro Henríquez Ureña, al referirse a las vicisitudes que en el siglo XIX había en el país para escribir e imprimir libros, señalaba lo siguiente sobre la novela Enriquillo, publicada completa en el año 1882:

 “…Manuel de Jesús Galván es de los escritores de libro único…Ni antes había escrito otro, ni otro escribió después.”4

 

Galván y Martí

 

José Martí, el poeta, ensayista, político, ideólogo y organizador de la lucha por la independencia de Cuba, colmó de elogios a Galván, en carta del 19 de septiembre de 1884, con motivo de la publicación de su novela Enriquillo.

En esa misiva, entre otras muchas cosas, Martí le prometía a Galván que presentaría su importante obra literaria  a todo el mundo como “si fuera cosa mía”, y añadía que “será en cuanto se le conozca, cosa de toda América.”5

 

Bibliografía:

1-Panorama histórico de la literatura dominicana. Editorial Compañía brasileña de artes gráficas, Río de Janeiro, 1945. Max Henríquez Ureña.

2-D. Manuel de J. Galván. Colección Pensamiento Dominicano. Librería Dominicana.1949.Américo Lugo (Antología).P180, antologista Vetilio Alfau Durán.

3-Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo del Hogar, 2016.P23. Mariano Lebrón Saviñón.

4-Periódico La Nación, Buenos Aires, Argentina, 13-enero-1935.Pedro Henríquez Ureña.

5- Carta de Martí a Galván. New York, EE.UU.19-septiembre-1884.

domingo, 18 de julio de 2021

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (y III)

 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (y III)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Es una verdad constatada por los hechos que Pedro Henríquez Ureña fue, en la primera mitad del siglo pasado, el más sobresaliente humanista de América Latina, con lo cual puso bien en alto el nombre de la República Dominicana.

Cuando se leen sus trabajos de investigación literaria se comprueba que ellos se mueven hacia el objetivo común de descubrir, analizar y divulgar valores culturales ocultos de la América no anglosajona.

Eso se comprueba desde sus versos iniciales hasta sus profundos estudios filológicos finales. Fue un prolífico investigador del idioma que tiene eñes y acentos.

Su cotidianidad en la docencia y en la investigación de todas las vertientes culturales de indígenas, africanos y españoles nunca fue motivo para él ser indiferente a otras cuestiones de la vida de los pueblos que habitan desde Mexicali en el extremo norte de México hasta Ushuaia, en los confines del sur de Argentina, así como en las islas que emergen del mar Caribe, en el Atlántico tropical.

Por su compromiso con un mejor destino para los pueblos de América Latina sostenía que “el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia perfección intelectual.”

Cuando se verifica el permanente crecimiento de los conocimientos literarios de Pedro Henríquez Ureña, como una espiral en constante expansión, se comprueba que en su mente estaba presente, con niveles superiores de curiosidad intelectual, lo que en sus escritos (recopilados por Andrónico de Rodas, su undécimo sucesor) sostuvo Aristóteles hace ahora más de 2,300 años: “todos los hombres tienen, naturalmente, el deseo de saber.”1

El sustancioso contenido de los libros que integran las obras completas de Pedro Henríquez Ureña ayuda a comprobar que era un consumado conocedor de las más importantes obras literarias, desde los tiempos del poeta lírico latino Horacio y su visión afincada en el “Carpe Diem” (vivir el momento) hasta las publicadas en la cercanía del día de su muerte prematura.

Se descubre en los textos de PHU un permanente afán suyo por hacer sentir la existencia de una independencia de América Latina, más allá de una visión limitada a la esfera política y a los sentimientos ideológicos.

Él enfatizaba mucho en eso que los griegos llamaban “ethos”, cuando se referían al comportamiento, las costumbres y los elementos organizativos que perfilan el ser de individuos y colectividades.

De PHU se puede afirmar, además, que sus ensayos tienen una acentuada visión racionalista. En ellos la lógica y la objetividad están en un lugar preeminente, con el añadido de que él nunca usó sus muchos saberes para vanagloriarse, como sí han hecho otros.

No se discute que hubo y hay una franja ancha en la galería de pensadores y escritores que utilizaron y utilizan su plataforma literaria para envanecerse. Esos son los antípodas de PHU.

Un ejemplo de lo anterior: cuando se leen textos del escritor español Miguel de Unamuno hay que darle la razón al filósofo Julián Marías, quien señala en su libro de cuatro ensayos titulado Filosofía Española Actual que: “los ensayos de Unamuno son rigurosamente personales. Quiero decir con esto que están escritos en primera persona, y que el yo que dice no es un puro sujeto gramatical, ni siquiera lógico, sino un yo concreto, individual, personal, que es Unamuno.”2

El gran humanista dominicano tenía un estilo profundo, comprometido en términos sociales y sin ningún resquicio de vanidad; lo cual combinaba con un claro sentido dirigido a la  unión de América Latina, desde su atalaya de gran investigador  y divulgador cultural.

Por lo anterior coincido con la filóloga, lingüista, etnóloga y escritora dominicana Irene Pérez Guerra, quien en su ensayo titulado “la producción del tema lingüístico y filológico en la obra de Pedro Henríquez Ureña” dice que: “PHU enmarcó sus estudios filológicos dentro de su concepción de la cultura hispanoamericana como una entidad autónoma, pero siempre con su sentido integrador: la lengua es el sutil instrumento que nos une, siendo ésta sólo una parcela de algo que llamamos cultura.”3

El cuidado que ponía PHU al transformar en letras sus reflexiones quedó de manifiesto cuando le escribió en fecha 7 de septiembre del 1907 una carta a su hermano Max, en la cual le dijo que:

 “En cuanto a las ideas, también es necesario pensarlas muy cuidadosamente, antes de escribir…El mejor modo de precisar ideas es leer frecuentemente pensadores y críticos serios.”4  

Hacia la reafirmación de ese criterio se encaminó el poeta y filólogo José Enrique García, al tratar el tema del uso excesivo de adjetivos, en una investigación de gran calado que hizo sobre ensayos de crítica literaria, al señalar sobre Pedro Henríquez Ureña que: “su prosa llega a considerarse como propia de la lengua inglesa, donde la concisión es norma primera.”5

PHU y Bosch

Una prueba más de la gran importancia de PHU en las letras continentales está contenida en una carta que le envió un maestro universal del cuento, Juan Bosch, el 18 de abril de 1938, desde Puerto Rico. Entre otras cosas le informaba que iba a publicar una edición corregida de su novela La Mañosa, y le pedía que le escribiera su opinión, “buena o mala”, sobre dicha obra.

En dicha misiva el también político y ensayista Juan Emilio Bosch Gaviño le explicó lo siguiente: “Es que como necesito venderla para vivir, quisiera sacarla con unas palabras suyas, por ser Ud. dominicano, y porque el nombre suyo es de por sí un pasaporte.”6

PHU y Borges

Jorge Luis Borges, el célebre autor de El Aleph, escribió sobre PHU lo siguiente: “Su método, como el de todos los maestros genuinos, era indirecto…El dilatado andar por tierras extrañas, el hábito del destierro, habían afinado en él esa virtud…su memoria era un preciso museo de las literaturas.”7

PHU y Sábato

Ernesto Sábato, el autor de obras tan famosas como la novela El Túnel y el ensayo titulado Hombres y engranajes, publicó en el 1964 cosas tan verídicas y hermosas sobre Pedro Henríquez Ureña como estas: “Espíritu exquisito, hecho al parecer para el ejercicio de la pura belleza… Aquel humanista excelso, quizá único en el continente…Disciplinado, trabajador y profundo, preciso y austero…”8  

PHU y Gómez

 Al reseñar la muerte y el entierro en La Habana, Cuba, del generalísimo Máximo Gómez, Pedro Henríquez Ureña (entonces con sólo 21 años de edad) termina su emocionante narración haciendo, como tenía que ser, una unidad indisoluble entre el hombre y sus hechos heroicos:

“Mientras los patriotas lloraban al dar el adiós supremo a Máximo Gómez, la tierra, madre y alma simbólica debía abrazarle amorosamente, porque al entrar en su regazo entraba también su vida, como parte gloriosa de las grandes evoluciones humanas, en la consagración inmortal y serena de la historia.”9  

En esa especie de oración fúnebre, envuelta en una crónica de entierro, estaba resaltando la figura del venerable anciano a quien el 18 de junio de 1905(3 días antes de su sepelio) le escribió un poema cuyo último verso dice así: “¡Hijo postrero de la heroica estirpe,/último paladín de alma lumínica,/hoy te besa, al sentirte en su regazo,/el alma de la tierra estremecida!”10   

Joaquín Balaguer, en su rol de crítico literario, definió a Pedro
Henríquez Ureña como un “humanista de prestigio universal” y el  escritor Manuel Mora Serrano lo calificó como “un monstruo de la cultura que dedicó toda su vida al magisterio y a la literatura.”
11  

Muchos eruditos españoles han coincidido en afirmar que los trabajos de PHU, contenidos en su libro titulado La versificación irregular en la Poesía Castellana, son imprescindibles para conocer el desempeño de la literatura de España durante los siglos XII, XIII y XIV.

El  catedrático emérito de la universidad de Princeton Arcadio Díaz Quiñones, en un interesante ensayo titulado “Pedro Henríquez Ureña y las tradiciones intelectuales caribeñas”, señala que: “El dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) fue el gran artífice del concepto moderno de la cultura hispanoamericana…”En ese texto también le atribuye ser portador de un “helenismo británico.”12

Decenas de libros, miles de tesis, artículos, seminarios, conferencias y ensayos se han hecho sobre el egregio Pedro Henríquez Ureña, resaltando en cada caso la excepcionalidad de su esplendente personalidad.

En la República Dominicana la Biblioteca Nacional, una universidad, así como decenas de escuelas, salones culturales, calles y avenidas llevan su nombre.

Bibliografía:

1-La Metafísica. Libro Primero. Ppcndigital.org. Aristóteles.

2-Filosofía española actual. Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1963.Pp47 y 48. Julián María.

3-La producción del tema lingüístico y filológico en la obra de Pedro Henríquez Ureña. Ensayo  inserto en Obras Completas de Pedro Henríquez Ureña. Tomo IV. Editora Universal, 2003.Pp6-47. Irene Pérez Guerra.

4-Obra Dominicana.SDB. Editorial Cenapec,1988.P554. Pedro Henríquez Ureña.

5-Joaquín Balaguer, o la aproximación a un escritor polifacético. Inserto en Ensayos Literarios II.Pp21-71. Editorial Corripio, 2006. José Enrique García.

6-Carta a Pedro Henríquez Ureña. San Juan, Puerto Rico.18 de abril de 1938. Juan Bosch.

7-Pedro Henríquez Ureña. Obra Crítica. Editor Fondo de Cultura Económica, México, 1960.Prólogo. Jorge Luis Borges.

8- Significado de Pedro Henríquez Ureña. Editor UNPHU, 1966. Prólogo. Ernesto Sábato.

9-Papeles dominicanos de Máximo Gómez.Pp293-297.Editora Corripio,1985. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

10-Máximo Gómez. Poema.18-junio-1905. Pedro Henríquez Ureña.

11-Introducción a ensayos literarios I. Obras selectas de Joaquín Balaguer. Editora Corripio,2006. P97.Manuel Mora Serrano.

12-Pedro Henríquez Ureña y las tradiciones intelectuales caribeñas. Revista Letral No. I, año 2008. Arcadio Díaz Quiñones

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (II)

 

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (II)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La incursión de Pedro Henríquez Ureña en la poesía fue relativamente fugaz y con luz mortecina. Lo hizo dentro de la corriente llamada Modernismo.

En Flores de otoño se resumió su paso por esa rama literaria: “¡ Flor de oro, flor de nieve,/ ya ha pasado entre esplendores el estío,/ya es la hora, desplegad vuestro botón!”1

Casi sepultó, a partir del 1911, esa faceta de su vida de escritor.

Es oportuno decir que escribió cuentos como los titulados El hombre que era perro, Con el cuervo y el coyote, En Jauja, Con el burro y el ratón, La Sombra y otros. También abordó la tragedia antigua con su obra El nacimiento de Dionisos.2

Bruno Rosario Candelier, actual presidente de la Academia Dominicana de Las Letras, en su obra ensayística titulada Valores de las letras dominicanas, señala con suficiente fundamento y alta credibilidad, que Pedro Henríquez Ureña, junto con Juan Bosch y Manuel del Cabral forman “la trilogía de los grandes escritores con repercusión internacional.”3

Pero se impone decir que lo que realmente colocó el nombre de Pedro Henríquez Ureña en lugares cimeros de la cultura de América fueron sus estudios literarios, lingüísticos, métricos y filológicos.

Su inagotable capacidad de investigación, en diapasón con reflexiones profundas,   grabaron su nombre con letras doradas en las letras continentales.

Pedro Henríquez Ureña fue, en el fondo, un gran semiólogo, utilizada esa palabra en su vertiente filosófica. Lo fue mucho antes de que la fama mundial cubriera al insigne italiano Umberto Eco con sus ensayos de lingüística, estética y filosofía, así como con su novela  histórica  titulada “El nombre de la rosa”, que a pesar de su densa carga de misterios del siglo XIV en una abadía italiana situada entre los Alpes y los Apeninos tiene en su interior lo que se conoce como “el hilo de Ariadna.”

Con justo reconocimiento Pedro Henríquez Ureña ha sido catalogado por muchos especialistas en literatura como el primer humanista de Latinoamérica.

Razón no les falta a los que así han opinado, apertrechados con las herramientas del abundante material bibliográfico de tan preclaro dominicano.

Por esa sobresaliente y singular calidad hoy se puede decir que cuando Pedro Henríquez Ureña explayaba su energía conceptual para analizar la producción literaria de un escritor, en cualquiera de las ramas de la literatura, se producía una visión colectiva favorable hacia el autor de referencia.

En no pocas ocasiones, si se ve desde la perspectiva ontológica, las observaciones de Pedro Henríquez Ureña sobre un sujeto determinado provocaban una especie de big bang o explosión positiva en la vida literaria del mismo.

Así lo hizo con escritores noveles, consagrados, contemporáneos suyos o de generaciones anteriores, dominicanos o de otras nacionalidades, famosos o casi anónimos.

Los hombres y mujeres de letras que fueron tocados por el fino y eficaz bisturí de Pedro Henríquez Ureña forman una amplia galería. Muchos de ellos aparecen en sus obras completas, publicadas décadas después de su muerte, ocurrida el 11 de mayo de 1946, en Buenos Aires, Argentina.

 En sus estudios literarios abordó, entre muchos otros, la producción de los dominicanos José Joaquín Pérez, Gastón Fernando Deligne, Manuel de Jesús Galván, Salomé Ureña de Henríquez, Federico García Godoy, Virginia Elena Ortea y Mercedes Mota.

También abundó en sus comentarios de gran calado sobre José Martí, de quien dijo “hombre de pensamiento. Héroe consagrado está. La gran fuerza de ese hombre era, repito, su pensamiento. Uno de los grandes escritores castellanos de su siglo.”  Sentía una gran admiración y un profundo conocimiento sobre la obra literaria de ese ilustre cubano.

Analizó la obra del gran poeta nicaragüense Rubén Darío e hizo importantes exégesis sobre los escritores irlandeses Oscar Wilde y Bernard Shaw, así como de los ingleses William Shakespeare y Arthur Wing Pinero.

Por su ojo crítico pasaron, además, españoles tan famosos como Tirso de Molina, (quien con su nombre y su seudónimo vivió en la ciudad de Santo Domingo por casi 3 años, en el siglo XVI) Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Azorín, Marcelino Menéndez y Pelayo, Pedro Calderón de la Barca y otros. Entre los mexicanos menciono a  Alfonso Reyes, sor Juana Inés de la Cruz y Juan Ruiz de Alarcón, pero otros también pasaron por el tamiz de sus investigaciones.

Fue Pedro Henríquez Ureña quien siglos después de la desaparición de los aborígenes de esta tierra habló por primera vez del nombre de su idioma. Lo hizo en su obra titulada El Español en Santo Domingo.

Así, con el peso de su autoridad en la materia, lo escribió: “Designo el idioma que hablaban los indios de Santo Domingo con el nombre de taíno, adoptado por Loven y otras autoridades; este idioma pertenecía a la numerosa familia arahuaca que se extendía desde La Florida hasta los actuales territorios de Bolivia y el Paraguay.”4

 

 

                                  PHU y la ciudad de Santo Domingo

 

En su libro Obra Crítica Pedro Henríquez Ureña escribió sobre Santo Domingo esta estampa que retrata el impacto que siglos atrás tuvo la misma en países cercanos:

 “La ciudad de Santo Domingo del Puerto, fundada en el 1496…en el mar Caribe fue durante dos siglos la única con estilo de capital, mientras las soledades de Jamaica o de Curazao, y hasta Puerto Rico y Venezuela, desalentaban a moradores hechos a la cultura y vida social…Los estudiantes universitarios acudían allí de todas las islas y de la tierra firme de Venezuela y Colombia.”5

Al referirse al resplandor cultural de la que una vez se llamó La Atenas del Nuevo Mundo (la ciudad de Sto.Dgo.) Pedro Henríquez Ureña refiere que en el siglo XVII un ex esclavo negro logró tal nivel de educación que alcanzó la categoría de orador de gran enjundia, y era también un teólogo que al  explicar texto bíblicos lograba la admiración del arzobispo Francisco de Guadalupe y Téllez, quien escribió de él que era: “subjeto docto, theólogo, virtuoso, de gran fructo en el púlpito, en la cátedra…”. Así también opinaban otros, como los jueces de la Real Audiencia.

Pedro Henríquez Ureña, muy ajeno a lo que en realidad iba a ser el vendaval Trujillo en los siguientes lustros de la historia dominicana, se ilusionó con la idea de que él podía contribuir con la cultura de su país desde el claustro universitario de la ciudad de Santo Domingo.

En efecto, el 8 de febrero de 1932, cargado más de quimeras que de cualquier otra cosa, creó la Facultad Libre de Filosofía y Letras, como una especie de “think tank” de una parte de la intelectualidad dominicana de entonces, nucleando en su entorno figuras tan sobresalientes como Américo Lugo, Max Henríquez Ureña, Viriato Fiallo, Francisco Javier Ruiz, Andrejulio Aybar y otros distinguidos ciudadanos. Aquel ensayo de luz apenas duró un pequeño ramillete de meses.

Poco después de la referida fecha salió del país, pues no soportaba la asfixia moral que ya iba arropando las más mínimas endijas de libertad de cátedras.

Cuando abordó la poesía lírica en el país, con su empalme de los mundos físicos e ideales, se refirió a José Joaquín Pérez, el célebre autor de Fantasías Indígenas, calificándolo como “la personificación genuina del poeta lírico; el que expresa en ritmos su vida emotiva y nos da su historia personal…”6

Sus aportes a la lingüística fueron muchos. Por ejemplo en una carta que aparece en el tercer tomo de su Epistolario Íntimo, fechada en el 1919 y dirigida a su gran amigo (del cual fue en gran modo mentor) el mexicano Alfonso Reyes, le señala, con lujos detalles en cada caso, los que a su juicio son los 5 grupos lingüísticos de América: a) Grupo ístmico, b) Grupo del mar Caribe, c) Grupo peruano, d) Grupo araucano y e) Grupo del Plata.

 

Fue de ese Alfonso Reyes, que luego tanto supo corresponderle como fiel guardián de sus tesoros como crítico literario, que Pedro Henríquez Ureña dijo que surgió al mundo de las letras: “en adolescencia precoz, luminosa y explosiva…sus versos, al saltar de sus labios con temblor de flechas, iban a clavarse en la memoria de los ávidos oyentes…”7

Pedro Henríquez Ureña, al analizar la producción literaria de Manuel de Jesús Galván, en el marco de su novela Enriquillo, señaló que su fuerte como escritor era el clasicismo académico. A eso añado ahora que también tenía dicho novelista una considerable influencia de los restos humeantes de la escolástica que por mucho tiempo se practicó en las academias coloniales del país.

Para fortalecer sus juicios sobre la inclinación clasicista de Galván escribió en su ensayo titulado “Enriquillo” que: “Cuanto vino después, resaltaba en él como mera adición, cosa accidental no sustantiva.”8 

Como Galván se permitió la licencia de utilizar nombres reales, de figuras conocidas, y les atribuyó determinados hechos, dándolos como verdades con categoría de axioma, sin así serlos, Pedro Henríquez Ureña explicó eso, en el mencionado escrito, con la siguiente indulgencia de un crítico comprensivo: “Cede Galván a la costumbre, que Francia difundió, de atribuir a los personajes históricos amores de que la historia no habla.”

Bibliografía:

1-Flores de otoño, poema. New York, EE.UU., octubre de 1901.Pedro Henríquez Ureña.

2-Obras Completas, tomo I. Editora  Universal, 2003. Pp51-66.Pedro Henríquez Ureña.

3-Valores de las letras dominicanas. Ediciones Pucamaima, 1981. Bruno Rosario Candelier.

4-El Español en Santo Domingo. Buenos Aires, Argentina, 1940. Pedro Henríquez Ureña.

5- Obra Crítica. Editado por el  Fondo de Cultura  Económica, 1960.Pedro Henríquez Ureña.

6-Horas de Estudios. Editora Ollendorf, París, Francia,1910. Reproducida en Obras Completas, tomo II. Editora Universal,2003.Pp45-50. Pedro Henríquez Ureña.

7-Obras Completas, tomo II. Estudios Literarios.Pp157.Editora Universal,2003. Pedro Henríquez Ureña.

8-Enriquillo (ensayo). Obra Crítica, México, 1960.Pp670-673. Pedro Henríquez Ureña.

domingo, 4 de julio de 2021

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (I)

 

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El 29 del mes pasado se cumplieron 137 años del nacimiento en la ciudad de Santo Domingo de Pedro Henríquez Ureña, catalogado como uno de los más ilustres intelectuales de América Latina.

Su madre fue la poetisa Salomé Ureña, de gran resonancia en las letras y la educación del país. Cuando su hijo tenía sólo 6 años de nacido ella vaticinó con exactitud sorprendente lo que él sería en la vida. Lo hizo en el poema titulado Mi Pedro (al cual 7 años después, ya al borde de su muerte a destiempo en el 1897, le agregó dos versos finales):

“…si a sus sienes aguarda una corona, la hallará del estudio en los vergeles…/busca la luz, como el insecto alado, y en sus fulgores a inundarse acude.”1

Su padre fue el médico, escritor, abogado y presidente de la República Francisco Henríquez y Carvajal, quien a parte de sus estudios de medicina durante 4 años en París también adquirió un gran bagaje cultural, sumergiéndose en las costumbres y el ambiente decimonónico de aquella gran ciudad europea, así como empapándose con variadas lecturas del enciclopedismo liberal que fue impulsado a partir del ecuador del siglo XVIII por personajes tan sabios como Diderot, D Alambert, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros.

Una simple lectura lineal del emotivo y a veces angustiante epistolario de sus progenitores permite descubrir el difícil cuadro familiar en que desenvolvieron sus primeros años de vida Pedro Henríquez Ureña y dos de sus tres hermanos, por la prolongada ausencia del hogar del padre.

Eso significó un drama de grandes dimensiones para la madre a quien, a pesar de que era una ferviente y consumada seguidora del método de enseñanza preconizado por el ilustre educador boricua Eugenio María de Hostos, se le dificultaba lidiar sola con la educación de una prole de 3 menores, con brotes de indisciplina de Francisco, el mayor de ellos, además con estrecheces económicas que dificultaban el aprovisionamiento de alimentos, ropa y medicina. Camila nació en el 1894, luego del retorno al país de su padre.2

La grandeza de Pedro Henríquez Ureña se aproximaba hacia el perfeccionamiento, si se observa el conjunto de elementos que se nuclean en torno a la espiritualidad de la persona excepcional que era.

En el prólogo de una obra recopilatoria de una parte importante de los escritos de Pedro Henríquez Ureña vinculados con el país, Juan Jacobo de Lara escribió muy certeramente que:

“Pedro Henríquez Ureña tuvo siempre gran amor e interés por su patria. Dedicaba sus pensamientos y su obra con mucha frecuencia a su país, a su Santo Domingo natal, a la región del Mar Caribe.”3

El referido prologuista dio en la diana. Pedro Henríquez Ureña, en sus intervenciones públicas y privadas, tanto en el país, como en cualquier lugar del mundo donde se encontrare, siempre situaba en altos relieves a la República Dominicana. En momentos aciagos para el pueblo dominicano no vaciló en exponer su propia integridad física y sus medios de sustento para defender su lar nativo.

Una inmensa cantidad de educadores, intelectuales, escritores y críticos literarios de  América Latina, España y los Estados Unidos de Norteamérica han coincidido en que Pedro Henríquez Ureña fue uno de los más profundos historiadores de la cultura que define los pueblos situados entre el sur del Río Bravo, en el norte continental, hasta Tierra del Fuego en el lado más austral.

Ni siquiera los consabidos mezquinos que siempre aparecen, como incordios reveladores de la doblez del barro humano, han osado cuestionar la grandeza de este hombre. A lo más que han llegado algunos es a guardar un vergonzoso silencio ante la trascendencia de un hombre fuera de serie.

En términos de los aportes culturales que hizo Pedro Henríquez Ureña para todas las Américas el renombrado literato y académico Andrés L. Mateo describe con palabras claves al personaje que motiva esta crónica. El autor de la novela titulada El Violín de la Adúltera lo expresó así:

 “Todos conocen la nombradía de Pedro Henríquez Ureña en el Continente Americano. Los más importantes estudios de indagación filológica, lingüística, culturológica, y todo esfuerzo por establecer una historicidad espiritual del ser americano, atraviesan, inexorablemente, por la labor de él, que fue pionera, múltiple, creativa y extensa.”4

Era tanto el afán de ilustrarse que a pesar de la conocida mesura para elogiar a los suyos que caracterizaba a Camila Henríquez Ureña (filósofa, pedagoga, ensayista y conferenciante de altos vuelos) no pudo más que revelar que su hermano Pedro hasta quería aprender la lengua china (tal vez el mandarín). Refiere ella que un amigo de él proveniente del gigante asiático sólo atinó a preguntarle: “¿Y qué cantidad de chino quiere Ud. Aprender?”5

                                  Una conferencia magistral

Se hicieron famosas las conferencias de Pedro Henríquez Ureña, particularmente las que pronunció con frecuencia en la Universidad de Minnesota, famosa por la excelencia académica en sus dos campus, en las ciudades de Minneapolis y Saint Paul. Él fue profesor de Literatura Española en ese centro de altos estudios cuyo lema es: “Un vínculo común para todas las artes.”

En el 1917 pronunció allí una de sus magistrales disertaciones, con el sugerente título de “La República Dominicana”, en la cual hizo una amplia travesía por su tierra natal, desde los inicios de la colonización hasta el referido año.

Describió, con categoría de paraíso, sus bellezas naturales. Relató las vicisitudes y aniquilamiento de los aborígenes, la fundación de pueblos. Resaltó su papel histórico como punto de salida de expediciones de conquistadores españoles que iban hacia otros lugares de América.

Explicó con la claridad del gran maestro que fue la fertilidad, abundancia, prosperidad, calor  y decadencia de la tierra insular que el 5 de diciembre de 1492 Cristóbal Colón decidió llamar Española y que luego, como se sabe, fue llamada por mucho tiempo Hispaniola, por un antojo latinista del cortesano de los reyes de España Pedro Mártir de Anglería.

Relató la hazaña frustrada de José Núñez de Cáceres, en el 1821, que pasó a denominarse en la historia dominicana como la Independencia Efímera. Mencionó la larga y pesada ocupación haitiana (1822-1844) y la expulsión del territorio nacional de los usurpadores.

 La Anexión, la Restauración, las luchas internas, la odiosa y dañina intervención de los EE.UU. en el 1916 también fueron temas de esa conferencia.

Resumió las costumbres del pueblo dominicano. Explicó la importancia de su riqueza arquitectónica, escultórica y pictórica, heredada de la era colonial.

Se refirió a la literatura dominicana a partir del siglo XVI, con escritores y poetas de gran valía, así como el cobijo que se les brindó aquí a escritores de la talla de Tirso de Molina.

Concluyó en esa ocasión el ilustre dominicano su intervención en el claustro universitario de Minnesota de esta elocuente manera:

“En suma, la República Dominicana, por lo mismo que ha sufrido amores y miserias y más hondos desastres que ningún otro pueblo de América, es la mejor prueba de la virtualidad esencial de ellos.”6

Enérgicas protestas contra la invasión de 1916

Pedro Henríquez Ureña dejó muchos mensajes para consumo, aprendizaje y aplicación de las futuras generaciones de dominicanos. Uno de ellos, de un valor imperecedero, es que la soberanía del país tiene que defenderse siempre, sin importar el tamaño o el poder económico y militar de los atacantes.

En ese sentido Pedro Henríquez Ureña no hacía excepciones. Así se comprueba sin ninguna anfibología en libros, publicaciones periodísticas, conferencias y comunicaciones públicas y privadas enviadas a instituciones nacionales e internacionales y también a particulares influyentes.

Él estaba persuadido de que la República Dominicana forma un pueblo con un conjunto de valores históricos, culturales y sociológicos que le son propios y  cuyas bases de sustentación  deben mantenerse inmanentes; por ser parte esencial de su idiosincrasia.

Juan Isidro Jimenes Pereyra renunció a la presidencia de la República en el 1916, negándose a aceptar  presiones extremas de poderosos personeros norteamericanos encabezados a la sazón por el entonces Secretario de Estado William Bryan.

Lo mismo ocurrió con su sucesor, Francisco Henríquez y Carvajal, quien también se negó rotundamente a aceptar las imposiciones de los EE.UU.

Esas patrióticas actitudes de los presidentes Jimenes y Henríquez motivaron a Pedro Henríquez Ureña para emprender un largo proceso de protestas en todo continente. Dedicó en ese tiempo todos sus esfuerzos para dar a conocer ante el mundo los días amargos que se estaban viviendo en la República Dominicana.

Para entonces el poderoso país del septentrión (con su símbolo del águila calva con las 13 flechas que sostiene con su garra derecha) primero intervino las finanzas nacionales y controló el aparato burocrático del país.

Pocos meses después, el 29 de noviembre de 1916, el capitán H.S. Knapp hizo la tristemente célebre proclama que lleva su apellido, diciendo que el país había sido ocupado militarmente por los EE.UU., con una jefatura de gobierno y unas leyes impuestas por ellos.

Ese incalificable atropello contra el pueblo dominicano, con gendarmes extranjeros profanando al máximo la soberanía nacional, provocó en Pedro Henríquez Ureña una indignación mayor de la que ya sufría.

Su firme  y vigorosa oposición a los desmanes de la soldadesca extranjera arreció con el paso de los días. Su voz fue cada vez más alta en diferentes escenarios internacionales.

En su ensayo titulado El Despojo de los Pueblos Débiles, publicado en el 1916, de amplia circulación tanto aquí como en otros países, Pedro Henríquez Ureña hace un recuento de los abusos que los estados poderosos hacen contra los débiles; sólo por la supremacía económica y militar, y no por otros motivos. También externó  sus quejas por la falta de solidaridad de muchos dirigentes latinoamericanos ante los desafortunados hechos que se estaban produciendo en el país.

Una de sus protestas más sólidas está contenida en un aldabonazo lanzado en la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos de Norteamérica.

En efecto, mediante una carta de fecha 30 de septiembre de 1919 dirigida al poderoso senador  republicano  por Massachusetts Henry Cabot Lodge, pero cuyo contenido cubría a toda la cúpula dirigencial de EE.UU., (que luego se publicó con el título “Libertad de los pueblos pequeños y el Senado Norteamericano”) el ilustre polímata dominicano se expresó de este modo:

“Nuestro principal deseo es que se devuelva la soberanía nacional a los dominicanos, única solución ajustada a derecho.”7

Bibliografía:

1-Mi Pedro.Poema. Salomé Ureña de Henríquez.1890.

2-Familia Henríquez Ureña, Epistolario. Segunda edición, 1996.Compiladores Blanca Delgado Malagón  y Arístides Incháustegui.

3-Obra Dominicana. Pedro Henríquez Ureña.SDB.Editorial Cenapec,1988.P11.

4-La virtud del anonimato. Conferencia.Museo de Historia y Geografía,1985.Andrés L. Mateo.

5-Camila Henríquez Ureña.Obras y apuntes.Editora Universal,s/f.P54 y 55.

6-Pedro Henríquez Ureña. Obra dominicana.SDB.Editorial Cenapec,1988.P 412.

7- Carta al senador Henry Cabot Lodge.30-septiembre-1919.Pedro Henríquez Ureña.