miércoles, 14 de abril de 2021

 

INDEPENDENCIA EFÍMERA (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La primera proclamación de la independencia del pueblo dominicano, con sus matices, comenzó el primero de diciembre del 1821, bajo el liderazgo del ilustrado ciudadano José Núñez de Cáceres. En ocho meses se cumplirán 200 años de aquel hito histórico.

Esa intrépida decisión dio origen formal a la República y al mismo tiempo surgió un Estado, bautizado por su mentor con el largo nombre de “Estado Independiente de Haití Español.”

Con ello se puso punto final a las administraciones coloniales que durante 328 años había padecido la población que hoy está encarnada en lo que es el pueblo dominicano.

El gran líder, mentor y máximo impulsor de ese movimiento de liberación nacional fue José Núñez de Cáceres, quien fue una extraordinaria figura en términos políticos, sociales y culturales, tanto en el país como en el exterior.

Es importante decir, porque forma parte de la historia de los hechos ocurridos a finales del referido año 1821, que Núñez de Cáceres se forjó por su propia tenacidad, a contrapelo de la voluntad de su padre que le negó ayuda para educarse, pues lo quería agricultor.

Ese ilustre dominicano tuvo el mérito de que siendo parte del engranaje colonial (teniente gobernador y asesor general del gobierno en las colonias españolas de Cuba y Santo Domingo, y en esta última también auditor de guerra) se puso por encima de su propia posición de principalía oficial para ponerle fin al nefasto período llamado La España Boba.

El proceso previo al acontecimiento decembrino de 1821 fue una labor de paciencia e inteligencia, para la cual Núñez de Cáceres obtuvo la simpatía y ayuda de casi todos los individuos de mentes cultivadas o dedicados a actividades de incidencia colectiva, los cuales tenían diversos niveles de participación pública o privada en la sociedad dominicana en formación para aquella época.

Un caso que todavía no ha sido desmenuzado en todas sus vertientes es el papel que entonces jugó el Arzobispo Pedro Valera Jiménez, hijo de canarios pero nacido en Santo Domingo, quien a pesar de que era pro español orientaba en sus cátedras a muchos jóvenes sobre la realidad que se vivía, haciendo ejercicios de paralelismo con otras sociedades.

Valera Jiménez fue consagrado como Arzobispo de la Arquidiócesis de Santo Domingo el 15 de febrero de 1818. Fue el primer prelado de esa Arquidiócesis luego de su restablecimiento, pero también el primero en tener el título de Primado de Indias, en virtud de la bula “Divini praeceptis”, emitida el 28 de noviembre de 1816 por el entonces Papa Pío VII.

Desde la poltrona de Primado de las Indias dejaba escurrir ideas que insinuaban a sus oyentes la necesidad de luchar para disfrutar de un porvenir libre del lastre que durante siglos arrastraban los moradores de lo que desde el 1844 es la República Dominicana.

Valera Jiménez (de quien Max Henríquez Ureña escribió que “…la adversidad despierta en su ánimo energías insospechadas…”) sabía que en varios lugares de América y de Europa flotaban otros aires, muy diferentes a la modorra que se padecía en Santo Domingo.

Desde que el doctor José Núñez de Cáceres retornó al país en el 1810, cumpliendo funciones de la burocracia colonial, se perfilaba para ejecutar tareas del más alto nivel en una sociedad fuera del tutelaje extranjero.

Sus esfuerzos fueron poco a poco asimilándose en los diversos sectores que conformaban los pueblos del territorio nacional.

Una prueba elocuente de lo anterior es que una inmensa mayoría de los integrantes del claustro universitario de la reabierta (1815) Universidad Santo Tomás de Aquino lo eligió como Rector de la misma, en reconocimiento a sus esfuerzos para que ese centro de altos estudios volviera a recibir el alegre aleteo de una juventud ávida de conocimientos superiores. Eso formaba parte de sus ideas para ir abriendo la trocha en la espesura del bosque colonial.

Frente al deterioro de la vida individual de los moradores de Santo Domingo, y el colapso total de los departamentos en que se dividía el gobierno colonial, Núñez de Cáceres consideró que estaban dadas las condiciones para emancipar a los dominicanos del tutelaje español.

Su condición de asesor general del engranaje burocrático de la colonia no le impidió realizar una amplia labor de convencimiento para que diversos colectivos dijeran basta ya de aguantar tantos males mezclados con la ignominia contra el pueblo auspiciada desde la metrópoli.

La etapa de la España Boba profundizaba cada día la miseria y gran parte de la población malvivía desnutrida y en desamparo.

Relatos de la época dan constancia de que los moradores de ciudades, pueblos y aldeas dominicanas se caracterizaban por tener la piel reseca, los cabellos astrosos y los ojos cargados de melancolía, como resultado directo del hambre y la desesperanza.

Cuando en el país se consideró que estaban dadas las condiciones para ponerle fin al régimen colonial, y anunciar al mundo el nacimiento de una nación libre y soberana, se tenía el precedente del camino que habían emprendido otros países que en América ya habían obtenido su independencia.

 La independencia encabezada por Núñez de Cáceres comenzó con una revuelta en la ciudad de Santo Domingo la noche del 30 de noviembre del 1821. En pocas horas, en plena madrugada del primero de diciembre, se lanzó el grito estentóreo que anunciaba al mundo la libertad del pueblo dominicano.

Una de las primeras decisiones tomadas por los conjurados fue el apresamiento, para fines de deportación, del gobernador colonial español Pascual Real, así como  la ocupación de los recintos militares.

Fue prácticamente nula la oposición a los designios de libertad que tomó el pueblo bajo el biombo protector de las ideas pregonadas por Núñez de Cáceres y otros decididos dominicanos que lo acompañaron en la elaboración de los planes que dieron al traste con el régimen colonial.

Era tan dramática la crisis generalizada que, sin tener que profundizar el escalpelo de la crítica al régimen colonial, todos los sectores convergían en la necesidad de ponerle fin.

El historiador Rufino Martínez, en su Diccionario Biográfico-Histórico Dominicano, describe sin ripios sueltos lo que ocurrió en las pocas cuadras que entonces formaban la ciudad de Santo Domingo:

“Esa compacta unanimidad de un pueblo venía a ser la primera formal repudiación a un largo régimen que ya no tenía razón alguna de existir. Una Junta de Gobierno se organizaba. José Núñez de Cáceres, por acuerdo de todos, sin un parecer en discrepancia, asumía la Presidencia del Estado…”1

En el documento contentivo de la proclamación de independencia nacional de 1821 se explican las razones que tenía el pueblo dominicano para emanciparse de España. Ese texto sustituyó en el país el andamiaje legal de la Constitución española entonces vigente, promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812, llamada también la Pepa, por coincidir su promulgación con el día de San José, cuyo hipocorístico es Pepe.

Avanzando en la lectura del contenido de la mencionada Proclama, muy probablemente redactada al alimón por el jurista y periodista José Núñez de Cáceres y el médico y periodista Antonio María Pineda Ayala, se observan inquietudes que sobrepasaban simples metas materiales de ese momento.

En ese texto, pieza singular de la doctrina política dominicana, se proyectaban ideas de gran calado que se conectaban con el futuro del pueblo dominicano; aunque para eso sus redactores hicieron acopio de manera taxativa de textos difundidos en otras latitudes de la tierra, en un libre ejercicio de utilización del derecho comparado.

En esa carta política, de carácter sustantivo, que sirvió de marco legal a la independencia encabezada hace casi 200 años por Núñez de Cáceres, quedaron establecidos algunos de los principios fundamentales de los derechos humanos, con gran ascendencia en los conceptos de enciclopedistas de la talla de Diderot, Rousseau, Montesquieu y particularmente de Louis de Jaucourt, el polímata francés que escribió mucho sobre los derechos de los ciudadanos, que abogaba por la libertad de conciencia y que luchó con su polifacético pensamiento para que la esclavitud fuera abolida.

En la referida Proclama, hay que decirlo, no se abolió la esclavitud, como Núñez de Cáceres le había asegurado que ocurriría al comandante Pablo Alí, a la sazón jefe del Batallón de Pardos.

Sin embargo, en sentido general, en lo referente a los derechos políticos, económicos y sociales de los ciudadanos había un empapamiento de conceptos  que forman el ideario del derecho constitucional anglosajón americano, representados al calco en el siguiente párrafo:

“Para gozar de esos derechos se instituyen y forman los gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los asociados; de donde se sigue, que si el gobierno no corresponde a estos esenciales fines, si lejos de mirar por la conservación de la sociedad, se convierte en opresivo, toca a las facultades del pueblo alterar o abolir su forma y adoptar otra nueva que le parezca más conducente a su seguridad y futuro bien…”2

En resumen, el hito histórico del primero de diciembre de 1821 fue un vuelo de poco alcance en las luchas del pueblo dominicano en pro de su libertad. Los  motivos de su fracaso tienen múltiples explicaciones, algunas de las cuales abordaré en la próxima entrega.

Bibliografía:

1-Diccionario biográfico-histórico dominicano (1821-1930).Editora de Colores, segunda edición, 1997. P390. Rufino Martínez.

2-Proclama del primero de diciembre de 1821.José Núñez de Cáceres. Insertada parcialmente en la obra Historia del Derecho Dominicano. Editora Amigo del Hogar, sexta edición.Pp119 y 120. Wenceslao Vega B.

 

SANTIAGO EN MARZO DE 1844 (y III)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

 

Cuando aún no había transcurrido un mes de la Independencia Nacional los haitianos expulsados del territorio dominicano iniciaron una gigantesca ofensiva armada con miles de hombres sobre las armas que penetraron violentamente por diversos puntos fronterizos.

El 13 de marzo de 1844 fueron derrotados en el lugar conocido como la Fuente del Rodeo, cerca de Neiba. Seis días después del mismo mes corrieron suerte parecida en Azua de Compostela.

Santiago de los Caballeros era uno de los objetivos más importantes de esos intrusos, por ser un punto geográfico clave para dominar la zona más fértil y poblada del país.

Once días después de los hechos de Azua los haitianos que venían arrasando pueblos como Dajabón, Montecristi y Guayubín cayeron en enjambres, como una plaga de langostas, sobre el extrarradio oeste de Santiago, sin tener idea de lo que les esperaba allí.

Los habitantes de aquella vibrante ciudad, que entonces era un pueblo de mediano tamaño, con el apoyo de mocanos, veganos, francomacorisanos, cotuisanos, puertoplateños y moradores de otros pueblos, aldeas y caseríos cercanos, algunos enclavados en la franja serrana, tenían días realizando preparativos de guerra y apertrechándose para enfrentar a los invasores.

Se crearon batallones, compañías, pelotones y otras unidades de improvisados combatientes que dejaron estampadas sus huellas heroicas en el fulgor de los combates.

Los andulleros de Sabana Iglesia

 

Una de las compañías de cívicos que estuvo presente en el momento y el lugar oportunos, en la  batalla del 30 de marzo, fue la integrada por andulleros de la serranía que domina el lado sur de la ciudad de Santiago.

Fernando Valerio López bajó desde Sabana Iglesia y campos vecinos, al frente de unos 150 peones agrícolas dedicados especialmente a la siembra y cultivo de tabaco. Esos hombres fueron los que atacaron por sorpresa a los haitianos entre el Fuerte Libertad y el río Yaque el Norte, fondo de agua que les sirvió de sepultura a muchos de los invasores.

El filoso metal de los machetes, bajo el impulso heroico de esos labriegos, brilló como nunca. Su bizarra acción del 30 de Marzo de 1844 es lo que desde entonces se ha denominado la Carga de los Andulleros.

Con frecuencia se soslaya la importancia militar que tuvo esa unidad de combate compuesta por agricultores que abandonaron la azada para enfrentar al enemigo invasor.

Muchos de ellos luego volvieron al anonimato rural, pero con la luz del triunfo resplandeciente en sus rostros, como quedan representados en imágenes permanentes aquellos nimbados de gloria.

En su informe oficial sobre los acontecimientos bélicos de la referida batalla el general José María Imbert, por olvido momentáneo,  por falta de sintonía personal con Valerio (aunque remaban en la misma dirección patriótica) o por lo que fuere, no mencionó a ese cuerpo armado integrado por hombres corajudos y manos encallecidas que descendieron de la sierra para defender la patria, dejando los surcos donde muchas veces habían hecho brotar una de las más conocidas plantas solanáceas, así como los ranchos donde elaboraban andullos.

Alejandro Llenas, un sabio médico, historiador, botánico, antropólogo, geógrafo, etc., santiaguero educado en Francia y nacido en Gurabo el mismo año que se libró la Batalla del 30 de Marzo de 1844, realizó un aporte extraordinario al divulgar los antecedentes  que  culminarían con los hechos ocurridos aquel glorioso día en su lar nativo. Indica, como otros también, que el primer ataque fue repelido por Fernando Valerio y sus andulleros entre el Fuerte de la Libertad y el río Yaque del Norte.

Para ello entrevistó décadas después de aquella fecha gloriosa a varios sobrevivientes de esa epopeya que sembró para siempre en la historia dominicana el nombre de la ciudad de Santiago de los Caballeros.1 

Arturo Logroño, con su estilo barroco, se refirió a Fernando Valerio en una nota publicada el 1928: “…Enardecido por bélica embriaguez, decidió quizás con su carga, famosa en nuestros fastos militares, al frente de los andulleros de Sabana Iglesia, la brega marcial del 30 de Marzo de 1844.”2

El munícipe y costumbrista santiaguero Arturo Bueno, en el tomo I de su libro Santiago Quien te vio y Quien te ve, hace inquietantes preguntas sobre la referida omisión que de los andulleros y Valerio hizo el general Imbert, y concluye indicando que: “el general Valerio no fue una figura central en todo el curso de los acontecimientos de ese día; pero sí lo fue en el momento decisivo como iniciador de “la carga al machete…”3

Creo pertinente señalar, para poner en justo equilibrio los hechos concernidos a la batalla del 30 de marzo de 1844 en Santiago, que sobre la descarga de los andulleros el historiador Rufino Martínez, puntualizó lo siguiente:

“El hecho tuvo un valor decisivo en una línea de fuego, la correspondiente al Fuerte de Libertad, uno de los tres sobre los cuales se estrelló el enemigo; en las otras líneas, otros fueron los héroes, no inferiores a Valerio.”4

Algunos de los héroes

En la efervescencia bélica del 30 de Marzo de 1844 fueron muchos los que en Santiago se vistieron de gloria. Mencionarlos a todos es difícil, especialmente porque como siempre ocurre, con la intensidad de una constante, la mezquindad humana oculta nombres.

En la historia universal, pero particularmente entre nosotros, los conflictos de egos, los pujos de principalías y las desavenencias inter grupales han provocado muchos hiatos; algunos de esos agujeros se han ido corrigiendo pero otros  han perdurado hasta el presente. Sin embargo, eso no impide que señale aquí los nombres de varios de los héroes de aquel hecho de raigambre patriótica.

El Jefe Superior del Ejército Dominicano en aquella jornada épica, como se indica más arriba, fue el General José María Imbert, el cual tenía como lugarteniente al aguerrido coronel Pedro Pelletier, quien a su vez poseía de ayudante a Achilles Michel. Los tres nacieron en Francia, pero se entregaron con desbordante pasión y gran responsabilidad a la causa dominicana en los albores de su Independencia.

El jefe de la artillería y encargado del Fuerte Dios era el coronel José María López.  Fernando Valerio López dirigió a los andulleros de Sabana Iglesia, una fuerza cívica que hizo proezas. El célebre Batallón La Flor, integrado por valientes jóvenes santiagueros, lo encabezaba el comandante Angel Reyes.

También están en la conocida, pero limitada lista de héroes de aquella jornada gloriosa, con diferentes rangos y desempeños, los hermanos Juan Luis y Ramón Franco Bidó, Lorenzo Mieses, José María Gómez, Toribio Ramírez, Francisco Antonio Salcedo, Marcos Trinidad, José Silva, Manuel María Frómeta y los comandantes identificados como Dr. Bergés, Hungría, Bidó y Tolentino, y muchos más.

Juana Saltitopa

Es de justicia resaltar que antes, durante y después de la batalla santiaguera del 30 de marzo de 1844 sobresalió, por su arrojo incomparable, una humilde mujer campesina nacida en Jamo de La Vega.

Juana Trinidad, mejor conocida como Juana Saltitopa o La Coronela, dejó su nombre enmarcado con letras heroicas en la historia dominicana.

Esa valiente mujer dominicana no sólo realizó tareas de asistencia material a los combatientes, sino que en la fase explosiva de la batalla se convirtió en la principal agitadora para mantener en alto el espíritu de combate de los dominicanos que en esos pagos cibaeños representaban en ese momento la determinación de defender, a cualquier costo y bajo sacrificios supremos, la soberanía nacional.

Tiñaño, el músico héroe

Un personaje prácticamente ignorado, pero que tuvo una importante misión en el fragor de los combates, fue el músico popular conocido sólo por su apodo de Tiñaño.

Relatos recolectados por memoriosos de aquellos tiempos describieron que los redobles de su instrumento de percusión fueron la perdición de soldados haitianos que se acercaron al  mencionado Fuerte Dios, atraídos por el sonido marcial que ejecutaba Tiñaño.

Eso hace recordar la antigua leyenda alemana recogida por los hermanos  Grimm sobre el flautista de Hamelín, aquel que sacó de la ciudad de ese nombre las ratas que tenían en zozobra a sus habitantes hasta que se ahogaron en el río Weser. Y ahí dejo la comparación.

Una reseña desde Haití

 Las anotaciones del intelectual Jean Price-Mars, sobre la Batalla del 30 de Marzo de 1844 fueron hechas a mayor gloria de los héroes dominicanos de ese día.

Así se expresó el  indicado médico e historiador haitiano: “El 30 de marzo, a la una de la tarde, las tropas haitianas se lanzaron al asalto. Duró la lucha más de cuatro horas sin que cayera la ciudad…Las pérdidas totales de su ejército, antes que pudiera atravesar el Massacre y llegar al Cabo Haitiano, son estimadas, entre muertos y heridos, alrededor de setecientos hombres.”

Sobre el general Jean-Louis Pierrot, y su huida del territorio dominicano, Price-Mars se hizo esta interrogante: “¿Era sincero Pierrot en sus negociaciones o quería salir simplemente de un mal paso?”5

En resumen, la Batalla del 30 de marzo de 1844, librada en la ciudad de Santiago de los Caballeros, fue un hecho de gran importancia en la historia dominicana.

Los invasores haitianos fueron vencidos. Masticando el polvo de la derrota se dispersaron en hatajos por diversos trillos y atajos del noroeste, en huida despavorida hacia su país.

Del lado dominicano se amplió la lista de héroes, se fortaleció el espíritu de combate de las unidades armadas, y del pueblo en general, y prosiguió consolidándose la Independencia, aunque hubo que seguir enfrentando durante 12 largos y sangrientos años las embestidas de aquellos que pretendían volver a oprimir al pueblo dominicano.

Bibliografía:

1-Combate del 30 de marzo de 1844. Periódico El Orden, Santiago, 28 de marzo de 1875. Alejandro Llenas.

2- Papeles de Arturo Logroño. SDB. Impresora Amigo del Hogar, 2004.P111.

3- Santiago Quien te vio y Quien te ve. Tomo I.Pp113 y 114.SDB.Editora Búho, 2006.Arturo Bueno.

4-Diccionario biográfico-histórico. Editora de Colores, 1997.Segunda edición.P540. Rufino Martínez.

5-La República de Haití y la República Dominicana. SDB. Editora Taller, edición facsimilar, 2000.Pp335 y 336.Jean Price-Mars.

 

 

 

SANTIAGO EN MARZO DE 1844 (II)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Mella y la batalla del 30 de marzo de 1844

 

Al proclamarse la Independencia Nacional a Matías Ramón Mella, el hombre del histórico trabucazo de la puerta de la Misericordia, se le asignó la ardua tarea de dirigir el andamiaje armado que en el Cibao tenía como obligación patriótica defender la República recién nacida.

En esa calidad, y especialmente en su condición directa de Jefe Militar de Santiago, fue el organizador inicial de su defensa, días antes del alevoso ataque de los haitianos el 30 de marzo de 1844.

Mella comunicó directrices, impartió instrucciones militares y realizó designaciones en diferentes puntos estratégicos de la zona del Cibao para enfrentar ataques de sorpresa. Hay pruebas de sobra sobre ello. Además de que hizo ingentes labores de reclutamiento de combatientes, todo lo cual contribuyó sustantivamente al triunfo de las armas dominicanas.

 En  tareas de acopio de combatientes estaba el día de la referida batalla. La confrontación bélica lo sorprendió en San José de las Matas, en las estribaciones de la Cordillera Central, en compañía a títulos de sus edecanes del general Pedro de Mena y del capitán José Desiderio Valverde Pérez.

En el 1891, al cumplirse 47 años de la Independencia Nacional, Federico Henríquez y Carvajal escribió un ensayo biográfico sobre Mella, en el cual sostuvo lo siguiente sobre la Batalla del 30 de Marzo de 1844: “A no ser por su celosa solicitud de elementos para la lucha, suyos habrían sido los inmarcesibles laureles del triunfo que obtuvo para sus sienes otro invicto héroe en la gran batalla del 30 de Marzo.”1 

En su obra Personajes Dominicanos Roberto Cassá resalta el papel de Mella en esa icónica batalla al señalar que: “…Las previsiones tomadas por Mella y la competente dirección de Imbert dieron por resultado que el 30 de marzo se infligiese una derrota aplastante a los haitianos, quienes tuvieron cientos de muertos, mientras que, al parecer, pocos dominicanos perdieron la vida.”2

Hay constancia de que Mella aceleró el reclutamiento de los serranos y los incorporó a una tenaz persecución del ejército haitiano invasor en desbandada, logrando así que el general Pierrot no tuviera respiro en territorio dominicano.

Permitida sea la digresión para decir que el edecán de Mella José Desiderio Valverde Pérez no participó en los acontecimientos del 30 de marzo de 1844 en Santiago por lo indicado en el cuarto párrafo, pero había participado activamente cumpliendo órdenes de Mella en los preparativos de las defensas de esa ciudad y su papel fue excepcional en el 1856 en la batalla de Sabana Larga, en los contornos de Dajabón.

Los combates de Sabana Larga y el de Jácuba, en Puerto Plata, apagaron los ímpetus de ocupación de los haitianos y pusieron término a 12 sangrientos años de hostigamiento contra el territorio dominicano.

Valverde, ya con el rango de general, fue presidente de la República, del 7 de julio de 1857 al 31 de agosto de 1858. En el 1861, por su apego a los intereses conservadores que encarnaba Pedro Santana, torció el rumbo de su vida y se convirtió en un resuelto anexionista. Fue tan cúmbila de Buceta que ayudó a éste a organizar a los anexionista en la santiaguera Fortaleza San Luis.

Persiguió a los patriotas restauradores en el triángulo formado por Santiago, Puerto Plata y Monte Cristy, lo que le valió el alto rango de Mariscal de Campo del ejército de ocupación español. Lo que ganó en las luchas patrióticas lo perdió al convertirse en un feroz anexionista.

 

Una opinión sobre la batalla del 30 de marzo de 1844

 

Sobre la batalla librada en la ciudad de Santiago de los Caballeros el 30 de marzo de 1844, en la cual salieron victoriosos los patriotas dominicanos y derrotados los invasores haitianos, se han escrito ensayos, conferencias, relatos y capítulos de manuales de historia.

Sería prolijo hacer un cotejo detallado de las diversas versiones vertidas desde entonces hasta ahora.

Escojo como muestra representativa de las diferentes opiniones sobre el tema la del historiador Alcides García Lluberes, quien en un ensayo titulado Dos Grandes Batallas se refiere a la del 30 de Marzo de 1844 como “el castigo condigno de los insolentes desafueros”, puntualizando que “después de la Batalla del 30 de marzo los hombres de Haití quedaron completamente convencidos de que el pueblo dominicano estaba animado de nuevas e invencibles energías.”3

Dicho autor también escribió que “…el enemigo experimentó más de mil bajas y los dominicanos no sufrimos ninguna.” El atribuyó esa disparidad a que los dominicanos estaban mejor posicionados con los referidos tres Fuertes y  con las colinas de la ciudad, mientras los invasores se movían básicamente en la tierra plana del área.

General José María Imbert

El  general José María Imbert, que se convertiría en el principal héroe de la histórica batalla de Santiago, llegó allí el 27 de Marzo de 1844, procedente de  la cercana localidad de Moca, donde vivía desde hacía varios años, dedicado básicamente a labores de comercio y agricultura, pero también ejerciendo funciones de aseguramiento militar.

Fue llamado a Santiago por su reconocido coraje, preparación militar y por sus previas expresiones a favor de la soberanía dominicana, como cuando  proclamó en una plaza mocana el 5 de marzo de 1844 que: “Desde las aguas de Higüey hasta Las Matas de Farfán, y desde la península de Samaná hasta Dajabón, ha resonado el grito de Dios, Patria y Libertad…”4

Está demostrado, en todos los rincones de la tierra, que el azar tiene su lugar en la historia de los pueblos, así como en los sujetos. El destino, pues, jugó su papel en el caso del principal héroe de la Batalla del 30 de Marzo de 1844.

He aquí una prueba de lo anterior. Pedro Eugenio Curiel, combatiente de aquella acción bélica, en un documento redactado el 30 de septiembre de 1881, luego de describir pormenores de los días anteriores a ese encuentro armado entre dominicanos e invasores haitianos, señala que: “…por último se piensa en el general Imbert, jefe del movimiento de la Villa de Moca, y se resuelve mandar a buscarle; así fue…llega a Santiago en medio de vítores y aclamaciones. Se le entrega el mando de aquella plaza que él acepta sin dilación.”5

 

El informe oficial del general Imbert

 

 En un informe oficial, fechado el 5 de abril de 1844, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, dirigido a la Junta Central Gubernativa (que era el gobierno de la República), el general José María Imbert, en su calidad de Jefe del Distrito y  las operaciones de Santiago, al describir los hechos más notables de la Batalla del 30 de marzo de dicho año, haciendo referencia a la suerte de los invasores, señala que: “Por última vez se presentó en columnas cerradas, y nuestra artillería dejándola avanzar de frente, la pieza de la derecha tiró metralla sobre esta masa e hizo al centro un claro espantoso…”

En dicho testimonio el general Imbert también señaló que “el combate había principiado a las doce y siguió hasta las 5 de la tarde.” Añadió  que hubo unos 600 soldados haitianos muertos, con una cifra mayor de heridos y que “el camino que siguen en su retirada no es sino un vasto cementerio.” Remataba su descripción haciendo partícipe en los hechos a la Superioridad Celestial al decir que los dominicanos contaron con “una protección manifiesta de la Divina Providencia.”

 A ello atribuyó la siguiente sublimidad idílica: “…sin que nosotros hayamos tenido que sentir la muerte de un solo hombre, ni tampoco haber tenido un solo herido.”6

Por su lado el jefe de la artillería santiaguera, José María López, en unas breves notas fechadas el 24 de septiembre de 1881, expresó que el 30 de marzo de 1844 “ha sido el día que más amenazada ha estado esta población; y al mando del general Imbert tuvimos la gloria de rechazar a las tropas haitianas, que eran en fuerzas, cuadruplicadas a las nuestras…”7

 

Bibliografía:

 

1-Apoteosis del héroe. Discurso pronunciado el 27 de febrero de 1891.Reproducido en la revista Clío No.8, 1934. Fascículo II.P38. Federico Henríquez y Carvajal.

2-Personajes Dominicanos. Tomo I. Editora Alfa y Omega, 2003. P235. Roberto Cassá.

3-Dos grandes batallas. Periódico El Diario de Santiago, 30 de marzo de 1926.Alcides García Lluberes.

4-Proclama Pública, 5 de marzo de 1844, Moca. Corregidor José María Imbert.

5-Carta dirigida a Segundo Imbert. Puerto Plata, 30 de septiembre de 1881. Pedro Eugenio Curiel.

6-Parte Oficial a la Junta Central Gubernativa. Santiago, 5 de abril de 1844. José María Imbert. Vaciado en el volumen 3, pp 35 y 36, Obras Completas de José Gabriel García.AGN. Impresora Amigo del Hogar, 2016.

7- Nota del jefe de artillería José María López. Guerra Domínico-Haitiana. Impresora Dominicana, 1957. P88. Emilio Rodríguez Demorizi.

 

viernes, 2 de abril de 2021

SANTIAGO EN MARZO DE 1844 (I)

 

             SANTIAGO  EN MARZO DE 1844 (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La ciudad de Santiago de los Caballeros, en el corazón de la región del Cibao, fue el escenario donde se desarrolló uno de los combates decisivos para consolidar la Independencia Nacional. Se cumplen ahora 177 años de la Batalla del 30 de marzo de 1844. Fue un suceso histórico de gran significación.

Gran batalla llamó Federico Henríquez  y Carvajal a la sostenida en Santiago el 30 de Marzo de 1844. Tenía razón ese gran sabio dominicano al darle esa elevada calificación.

Allí, ese día, estaba planeando en todo su esplendor, como un ave de esperanza, el espíritu trinitario. Era el estímulo complementario del coraje y decisión de los combatientes dominicanos.

Ese acontecimiento de nuestras glorias patrióticas fortaleció la voluntad permanente de la mayoría de los dominicanos de no aceptar jamás que fuerzas extranjeras pisoteen su tierra y cercenen su libertad; aunque algunos lo hayan catalogado con desdén, infravalorándolo y pintándolo como un cuadro de la mitología criolla.

Apenas había transcurrido un mes del nacimiento de la República Dominicana  cuando decenas de miles de soldados haitianos invadieron el país por diferentes puntos del sur, bajo el mando del presidente de Haití Charles Riviére-Hérard.

Muchos de esos fueron vencidos en la batalla librada en el lugar conocido como Fuente del Rodeo, en la jurisdicción de Neiba, que desde entonces se considera como el bautismo de fuego del pueblo dominicano ya independiente.

El grueso de esos agresores que penetraron por la parte austral de la geografía nacional mordió el polvo de la derrota el 19 de marzo de 1844, en Azua de Compostela.

De manera simultánea con los arriba aludidos intrusos, y en igual condición, más de 10 mil militares haitianos fuertemente armados entraron por el norte del país, encabezados por el terrible general Jean-Louis Pierrot.

Su objetivo principal era ocupar y destruir la ciudad de Santiago de los Caballeros, entonces y ahora el centro poblacional más importante de la zona del Cibao.

Los registros históricos contienen la información de que el sol estaba radiante, en su cenit, cuando arreciaron los combates, luego de que poco antes aparecieron por la sabana del lado oeste de Santiago de los Caballeros miles de invasores que pretendían en la primera fase de sus macabros propósitos destruir las defensas dominicanas representadas en los Fuertes llamados Dios, Patria y Libertad.

Han sido publicistas haitianos quienes han divulgado que el general Pierrot, luego de tomar la segunda ciudad del país, aniquilaría a sus habitantes en un espantoso genocidio. Luego seguiría su avance mortífero hacia la capital de la República.

 

Sobre las bajas en combates

 

Tal vez nunca habrá datos comprobables sobre las bajas (muertos y heridos) de los dominicanos que cayeron defendiendo la soberanía nacional en la Batalla del 30 de marzo de 1844.

Más que ver como una farsa algunas cifras que aparecen recogidas en las páginas amarillas de nuestro pasado creo que hay que verlas como parte reservada de la verdad estratégica, tan común en todas las guerras.

Así reflexiono sobre las opiniones vertidas al respecto por los historiadores García (José Gabriel, Leonidas y Alcides, padre e hijos) y lo escrito en sus notas personales por José María Imbert, uno de los principales héroes de aquel hecho épico de nuestra historia.

Ese tipo de verdad estratégica se ha asimilado como parte natural de todo enfrentamiento armado.

En el pasado la verdad en el campo de la guerra quedó arropada con pólvora, catapulta, munición, plomo, una panoplia de lanzas, sables, machetes, cuchillos, espadas y artefactos de asta.

Ahora esa verdad se cubre con propelente de cohetes, proyectiles, y todo tipo de armas tácticas y estratégicas de alta gama.

Es un tema abordado con curiosa fascinación desde el filósofo y general chino Sun Tzu (que habló de ella hace más de 2,500 años, y que figura en la obra El arte de la guerra, que recoge su pensamiento militar), pasando por los comentarios vertidos por Tucídides, Heródoto, Jenofontes, Salustio, Eneas y otros filósofos e historiadores  que vivieron hace siglos.

En nuestra época una miríada de expertos han emitido juicios retóricos unos, y explicativos otros, sobre esa visión de la verdad de lo que ocurre en los escenarios de las guerras.

Por sólo citar un caso de lo anterior cabe mencionar el ensayo titulado Bailen la batalla que cambió el rumbo a Napoleón, publicado en el 2005 por José Antonio Alcaide Yebra sobre la batalla que tuvieron franceses y españoles el 19 de julio de 1808 en tierra de Jaén, Andalucía, España.

 

A modo de antecedentes

 

Para marzo del año1844 muchos hechos aciagos habían creado entre los moradores de la ciudad de Santiago de los Caballeros una suerte de pesimismo, sin que ello les quitara su espíritu de combate y su capacidad de resiliencia, cuando esa última palabra no existía en los diccionarios pero sí la sustancia de su significado en la actitud de las personas.

El primer Santiago de América ha sido marcado por desgracias colectivas desde los primeros años de su fundación.

Una de sus desdichas, que no la primera, pues antes hubo, está en un informe enviado a Madrid por el capitán general de Caracas, Manuel de Guevara Vasconcelos, tal y como así consta en los anales de la época colonial.

El historiador César Herrera Cabral vació el referido informe en su ensayo titulado Toussaint en Santiago de los Caballeros.

De Guevara relata muchos episodios que se derivaron de dicha indeseada presencia en esa ciudad dominicana. Incluso se menciona un enfrentamiento de Toussaint Louverture con el obispo francés Guillermo Moviell, recién llegado allí por órdenes de Napoleón Bonaparte.

Así arranca la referida nota informativa, redactada en marzo de 1802, conteniendo uno de los tantos hechos que han marcado a la población  santiaguera: “Llegó en fin el deseado Mesías a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Después de tres días de haber estado todo el mundo sobre las Armas para esperar al Señor Gobernador Toussaint se apareció éste el domingo seis de los corrientes a la una de la tarde en medio del estrépito de la Artillería, y acompañado de más de cien Oficiales, con una numerosa escolta de sus Dragones…”1 

Para entender mejor el comportamiento bizarro de los dominicanos en la Batalla del sábado 30 de Marzo de 1844 es válido saber algunas cosas que ocurrieron antes en la histórica ciudad de Santiago de los Caballeros.

Por ejemplo es importante decir que el 25 de febrero de 1805 Santiago y gran parte de los pequeños pueblos y campos cercanos fueron devastados, al nivel de tierra arrasada, por los diabólicos Jean-Jacques Dessalines  y  Henri Christophe.

Ese día aciago era lunes de carnaval, según señala Summer Welles en su obra La Viña de Naboth.

El aludido Christophe, un mandinga practicante del animismo nacido en la  volcánica isla de Saint Kitts (San Cristóbal), en la parte oriental del archipiélago antillano, había sido ayudante de Louverture y también de Dessalines.

Dessalines fue el mismo que el 12 de abril de 1805, ya instalado en su cuartel general del poblado Laville, en la zona de Plaisance, no muy lejos de Cabo Haitiano, justificó sus desmanes en tierra dominicana diciendo que “ hay una verdad que no admite duda: donde no hay campos no hay ciudades.”

Como antecedente de los avatares de la pujante ciudad de Santiago de los Caballeros no se puede olvidar tampoco la famosa rebelión de los capitanes, ocurrida allí en la segunda década del siglo XVIII contra el jefe colonial español Fernando Constanzo Ramírez, caracterizado por ser auspiciador de muchas arbitrariedades en la zona, incluyendo el fomento para su beneficio del estraperlo, así como constantes exacciones en perjuicio de comerciales y productores agrícolas de la zona.

1-Divulgaciones Históricas. Editora Taller, 1989.Pp71-75.César Herrera Cabral.

 

SEMANA SANTA Y LA COVID-19

 

               SEMANA SANTA Y LA COVID-19

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES


 

Igual que el año pasado esta Semana Santa encuentra al mundo en una situación anómala, por múltiples razones, todas centradas en una enfermedad llamada por la Organización Mundial de la Salud La Covid-19, producida por un coronavirus que la humanidad no había padecido.

Los expertos señalan que se trata de un repelente virus que los científicos y expertos en diversas ramas de la medicina tienen más de un año batallando  contra sus efectos.

Luego de que especialistas de la más alta formación lograron descodificar dicho virus se están produciendo en varios laboratorios vacunas con el propósito de quitarle de encima a la población mundial tan terrible desgracia, pero todavía la vulnerabilidad es alta.

Se cree que el nuevo mal que mantiene bajo terror al mundo podrá ser domeñado con las vacunas, el distanciamiento de las personas y con rigurosas prácticas de higiene personal.

Después de un año y pico de que apareciera de sorpresa esa calamidad mundial todavía hay personajes, especialmente algunos presidentes de países, que siguen dando bandazos negando la realidad de sus efectos mortales. Son incapaces de salirse del guion de sus mentiras redomadas.

La pandemia del coronavirus ha causado cientos de miles de muertos y millones de personas en diferentes lugares del mundo están sufriendo sus ataques no pocas veces mortales.

No obstante haber comenzado una masiva vacunación mundial, lo cual es positivo desde cualquier punto de vista, no acaba de producirse la llamada “curva de descenso” de la pandemia del susodicho coronavirus.  

En términos sanitarios La Covid-19 ha sido el más devastador ataque que el mundo ha sufrido en tiempos modernos.

Sus severos efectos presentes y futuros se proyectan también con impactos negativos más graves que las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo pasado, puesto que aunque entonces hubo combatientes de varios lugares de la tierra, lo cierto fue que ellas tuvieron un radio de acción en Europa, algunos países de Asia y una parte del Magreb, en el Norte de África.

Esta enemiga esquiva corre a velocidad de crucero y la humanidad no ha podido neutralizarla, aunque hay firmes esperanzas de que pueda erradicarse con las vacunas, si las mismas se acompañan con medidas de seguridades individuales.

Mientras tanto la realidad es que desde hace más de un año gran parte de la locomotora económica, educativa, social y religiosa del mundo está  paralizada, con múltiples vagones en posición de descanso forzoso.

La Semana Mayor o Semana Santa, que dentro de la Cuaresma comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Resurrección, ha encontrado este año a cientos de millones de cristianos en una calamitosa situación. Así también ocurrió el año pasado.

La Semana Santa es el período más intenso de la vida terrenal de Jesús de Nazaret, con su pasión, muerte y resurrección.

Esos tres temas, tan significativos en el mundo de la creencia religiosa, ocurrieron hace más de dos mil años en el valle de Cedrón, que es donde se ubican geográficamente el monte de los Olivos, el huerto de Getsemaní y el cerro  de Gólgota.

Jesucristo, sin quizás, es la figura más apasionante de la humanidad, especialmente para los creyentes cristianos, pero también de gran interés y curiosidad reflexiva para aquellos que no lo son.

El Rabí de Galilea incluso ha sido centro de juicios de valor para muchos ateos y agnósticos, básicamente para aquellos de éstos que han profundizado en meditaciones filosóficas y teológicas, aunque no lleguen a coincidir con Pablo de Tarso, en aquella aguda reflexión suya: “para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él…”1

Pongo como ejemplo de lo anterior al filósofo e historiador escocés David Hume quien en su obra Ensayos Políticos, y en otros textos suyos, al establecer que el politeísmo “fue la primera religión de los seres humanos”, nunca planteó con desdén la connotación que en la mente de millones de seres humanos ha tenido la esplendente personalidad de Jesucristo.

Coincidiendo así el ilustre escocés con lo que 18 siglos atrás había analizado y difundido el filósofo judaico Filón de Alejandría, quien desglosó con gran rigor el politeísmo. Él era de religión judía pero fue asimilado como propio por el cristianismo, entonces incipiente.

No tocaré ahora lo que dijo sobre temas vinculados a lo precedente Karl Popper, el famoso filósofo  de origen austríaco, al abordar sobre las vertientes espirituales del ser humano.

La figura de Jesucristo no fue ajena a los análisis de Popper, al menos en lo concerniente a la trascendencia de los ideales y en el plano de la ontología, aunque con sus razonamientos siempre profundos, singularmente en su libro La Lógica de la investigación científica, se centrara más en la cosmogonía, en contraposición del filólogo y filósofo francés Ernest Renan que abordó la figura de Jesucristo con una visión antropológica que le permitió decir retóricamente: “Entre tú y Dios ya no se hará distinción.”

Este año, como  también el pasado, los rituales de Semana Santa han sido modificados. Lo que se conoce como el Triduo Pascual no se desarrollará como es habitual, con templos repletos de feligreses.

Pienso oportuno reproducir en parte lo que publiqué anteriormente, en este mismo periódico, sobre la Semana Santa.

El período de siete días, que abarca desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, llamado por millones de personas como la Semana Mayor, tiene una importancia extraordinaria en la creencia religiosa de la humanidad.

Marcos, el sabio primer obispo de Alejandría, describió con singular maestría la Pasión de Cristo, cuando en Getsemaní les dijo a sus discípulos con una premonición perfecta: "Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos."2

La pasión de Cristo, con su infinita estela de reverencia por el torturante sacrificio que padeció, es el punto central de la Cuaresma y la esencia más que granítica de la Semana Santa.

Se trata del universo fascinante del alma, con sus clásicos enemigos que la filosofía del Cristianismo centró desde los tiempos más remotos en el demonio, la carne y el mundo.

Varios teólogos y canonistas de formación ascética (aferrados a pie juntillas a los textos del misal y del breviario, que ellos consideraban taxativos, así como a la simbología inalterable del pontifical y el ritual) plantearon hace siglos, y algunos los proyectan al presente, que en el campo espiritual el concepto mundo se combate obliterando "pompas y vanidades"; al demonio se le frena "con oración y humildad"; pero el tema de la carne, que digo aquí es como un caballo de gran alzada y encabritado, sólo se frena "con disciplinas, ayunos y mortificaciones."

Muchos creen que la fidelidad al mensaje de Cristo se limita al "mobiliario litúrgico: púlpito, confesionario, alcancías o cepillos petitorios, estatuas, imágenes..."3

La realidad cristológica es que la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se conmemoran con mayor énfasis en estos días es más que lo referido en el párrafo anterior.

Por eso se puede decir que para creyentes cristianos: católicos, coptos, ortodoxos, anglicanos y algunas denominaciones protestantes como los adventistas y pentecostales, la Cuaresma y la Semana Santa tienen un significado especial, con un impacto social que ha logrado sobrepasar la hoja marchita del tiempo con sus inexorables cambios.

En el ámbito del catolicismo se tiene como inicio institucional de la celebración de ese tiempo particular que es la Cuaresma el año 314, fecha en que se celebró el Concilio de Arlés, en la francesa región de Provenza.

Las primeras normas para los rituales cuaresmales surgieron, empero, en el Concilio de Nicea, en el año 325, en medio de los restos de las civilizaciones de los hititas y los cimerios, en la Turquía entonces bajo el Imperio Romano.

Aunque al compás de la evolución social se han producido ciertos cambios entre los católicos, lo cierto es que los inmovilistas han logrado una especie de quietismo místico, con posturas teológicas ancladas en etapas preconciliares del catolicismo.

Lo anterior se comprueba al observar que las principales ceremonias, y la parte más notoria de la simbología de la Cuaresma y de la Semana Santa, a lo interno de las iglesias, se han conservado sin cambios significativos, comenzando por el ritual de la colocación de la ceniza en la frente. Esto último se interpreta como una reminiscencia del Génesis: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás."4

Teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano están en consonancia al plantear que el miércoles de ceniza es la entrada a la liturgia de la Cuaresma.

En esa misma línea, aunque con notables gradaciones, el filósofo católico Jacques Maritain, en su famoso discurso sobre "Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz", y en otros ensayos suyos, al abordar parcialmente el tema del ritualismo religioso se acoraba en el realismo de Santo Tomás de Aquino para proclamar "esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad."

Los Heraldos del Evangelio, creados en el seno de la iglesia católica bajo la sabia y consagrada inspiración de monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, sostienen que la Cuaresma se define como una época de "cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita a rechazar las seducciones del mundo..."5

Otra cosa muy diferente a lo anterior es lo que ocurre fuera de los templos, donde los pueblos, incluyendo los creyentes cristianos de cualquier lugar del mundo, han ido variando la ortodoxia o al menos la antigua forma de vivir la Cuaresma y la Semana Mayor.

En algunos casos hasta se ha diluido el hecho histórico único en el que el hijo de Dios, por claro designio superior, se despojó de su rango con categoría divina y permitió su crucifixión en el Gólgota.

Ello dicho al margen de que el evangelista sinóptico Marcos atribuye a Jesús ordenar, desde la falda del monte de los Olivos, la toma del burro en cuyo lomo entró a Jerusalén, y para eso usó para sí el título de Señor, que para entonces se reservaba al emperador. "Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita..."6

La evolución de las costumbres no significa que todo está perdido en ese aspecto de la vida pía, pues hasta un declarado agnóstico como Mario Vargas Llosa sostiene que "en la era posmoderna la religión no está muerta y enterrada ni ha pasado al desván de las cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad."7

La Cuaresma es el período en el cual se recuerdan los 40 días que tuvo Jesús en el desierto de Judea, en un formidable ejercicio personal para probar su fe.

Algunos investigadores de diferentes disciplinas, como teólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos han agregado que con la vigencia universal de la Cuaresma también se trata de mantener presente la socorrida tesis de los 40 días del diluvio universal, los 40 años de la marcha forzosa que padeció en pleno desierto el pueblo de Israel y, además, se le agregan los 400 años de esclavitud impuesta por los egipcios a los judíos.

Lo cierto e irrefutable es que para cientos de millones de personas el tiempo cuaresmal rompe con lo cotidiano, provocando en los creyentes una mayor animación espiritual. Y así fue también para miles de millones de seres humanos que ya pasaron por la tierra.

Para muchos el final de la Cuaresma abre paso a la Semana Santa. Otros han escrito y sostenido que el tiempo cuaresmal abarca 46 días.

Lo cierto es que sobre ambas temporadas especiales dentro del cristianismo no hay unificación de criterio sobre su inicio y término.

Para unos la Semana Santa abarca desde el domingo de ramos (cuando Jesús entra a Jerusalén en un pollino, acorde con el relato del evangelista Juan, y como muchos siglos después pintó Giotto, el genial artista florentino propulsor del Renacimiento, en un hermoso fresco en una capilla de la ciudad italiana de Padua) hasta el sábado santo.

Para otros esa conmemoración comienza el Viernes Santo y concluye el Domingo de Resurrección. Para sostener dichos pareceres cada cual ha dado sus explicaciones y se ha explayado en justificaciones. El asunto viene de lejos. La discusión al respecto se pierde en la pátina del tiempo.

Entrar en disquisiciones religiosas es como hacer malabarismo en el filo de una navaja. Preferible es, en consecuencia, zanjar esas diferencias dejando los matices al albedrío de cada grupo de opinantes.

Para muchos, a través del fondo de los siglos, la Cuaresma y la Semana Santa han sido sinónimos de vida, muerte y resurrección del Divino Rabí de Galilea. Al mismo tiempo para no pocos representan un haz con destellos misteriosos y un foco de no pocas controversias.

Ello es comprensible si se toma en cuenta que la Cuaresma es un tiempo litúrgico que motiva la conversión de los creyentes para entrar con la alforja de creencias en la fiesta de la Pascua.

Aunque la filmografía universal tiene cientos de películas, largometrajes y documentales sobre la semana más dramática de Cristo (aquella en la cual hasta ateos lúcidos han reconocido que demostró con mayor intensidad su amor al prójimo), lo cierto es que la mayoría de esas obras de imágenes en movimiento son o alambicadas o simplistas y en no pocos casos mostrencas, en esta última vertiente por la torpeza de su contenido, lo cual no permite captar a plenitud la apasionante vida, la tumultuosa muerte (incluido el "ecce homo" de Poncio Pilato) y la sorprendente y secreta resurrección de Jesucristo.

Ante esa falencia cinematográfica sobre la vida, muerte y resurrección del Nazareno uno presume que hubiera sido formidable un filme hecho por dos católicos geniales, como fueron los italianos Cesare Zavattini y Vittorio De Sica.

"La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma", así de claro, y con su alta autoridad, lo dijo el Papa León Magno, el mismo que impulsó y proclamó que Cristo es "consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad."8

Monseñor Juan Félix Pepén Solimán, un sabio dominicano que dedicó su vida al sacerdocio católico, al criticar las deformaciones (que no ajustes acordes con una lógica evolución social) que se han ido produciendo en nuestro medio con relación a la Cuaresma, sentó cátedra a explicar que: "...la máscara con que nos encubrimos sólo puede engañar a los hombres. No a Dios, que todo lo sabe y todo lo ve y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros corazones."9

El gran prelado higüeyano Pepén Solimán, viendo y sufriendo esa realidad, acotó que: "Hay un patrimonio espiritual común en la humanidad y ese patrimonio resulta ser un tesoro que hay que cuidar y defender..."10

El misionero Emiliano Tardif, gran parte de cuyo apostolado religioso lo desarrolló en República Dominicana, acostumbraba a decir en sus múltiples intervenciones ante fieles cautivos por su verbo fácil y profundo que: "Cuando las cosas van bien, digo: "estamos en Domingo de Ramos". Si hay dificultades, simplemente afirmo: "estamos en Semana Santa."11

Vista como una milenaria tradición eclesial, en la Cuaresma se dan como en ningún otro escenario del cristianismo "los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza", tal y como proclamó el Papa Juan Pablo II.12

Es oportuno recordar que a través de los siglos se han publicado encíclicas, cartas papales, reflexiones colectivas de obispos escritas al alimón, exhortaciones de religiosos de las diferentes denominaciones en que se divide el arcoíris cristiano, obras teatrales, ensayos, tratados, novelas y hasta libros con acentuadas expresiones satíricas basadas en la época de Cuaresma y particularmente en la Semana Mayor.

Por ejemplo, El Arcipreste de Hita, cuyo verdadero nombre era Juan Ruiz, y cuya fama como poeta trascendió el Medioevo español, al escribir la que tal vez sea su producción literaria fundamental, el Libro del Buen Amor, hace un sabroso relato de la batalla entre Don Carnal, con su vida libidinosa y cargada de exagerados placeres; y doña Cuaresma, simbolizada en una existencia ajustada a la lógica de la austeridad y a modales inspirados en la tranquilidad de un espíritu sosegado.13

En dicha obra Doña Cuaresma salió con la victoria frente a Don Carnal, pero en la cotidianidad de la vida terrenal no siempre ocurre de ese modo. Así lo demuestra la historia de la humanidad.

Sobre ese tema, que es sal de la vida para los cristianos, cada grupo de creyentes le pone su propio acento y matices, aunque la esencia sea la misma.

En el 1975 la Sociedad Dominicana de Bibliófilos se encargó de unificar y publicar, en un tomo titulado Al Amor del Bohío, las separatas que en los años 1919 y 1927 publicó el poeta Ramón Emilio Jiménez sobre costumbres dominicanas. En octubre del 2001 publicó otra edición, en la que figura un relato de dicho autor sobre La Cuaresma.

Como la Semana Santa es parte esencial de la Cuaresma es pertinente refrescar ahora, en medio de esta pandemia del coronavirus, una estampa del pasado criollo narrada por el referido autor. Así lo escribió:

"Mucho de original y típico tiene la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene...Los amantes no podían casarse en este tiempo...Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico...Penitencia y querencia repelíanse...Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no...El plato favorito de cuaresma son los "frijoles con dulces."

El poeta Jiménez también dejó plasmado en sus escritos que gran parte del pueblo dominicano creía que cuando la "cuaresma es hembra" viene la lluvia y cuando es "macho" se apodera la sequía.14

Como se puede observar con la cita anterior, ya en el 1919 ese acucioso  recopilador de tradiciones dominicanas comprobaba cambios considerables en el país, en lo referente a las observancias y prácticas de la Cuaresma y la Semana Santa.

Eduardo Matos Díaz, otro escritor costumbrista dominicano, evocando la Semana Santa en su niñez de principios del pasado siglo, hace una extensa radiografía de ese período especial de la cristiandad, en el ámbito criollo: "Entonces eran días de verdadero recogimiento, de meditación, de auténtica unción, cuando reinaba el más absoluto silencio...En las casas de familia, durante esos días santos, no se majaban especias, ni se barría, ni se hacía nada que pudiera hacer ruido...Por las calles no circulaba un solo vehículo...ni se oía un grito de la chiquillada, reinaba sólo el silencio. Se decía entonces que quien se bañaba en los días santos se volvía sirena o pez."15

Por todas las transformaciones, con variantes de banalidad, que a través del tiempo han tenido la Cuaresma y la Semana Santa, es pertinente repetir que muchos, como dijo en la Cuaresma del 2018 el Papa Francisco: "se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad...Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos....haciéndonos caer en el ridículo..."16

Bibliografía:

1-Primera epístola a los corintios. 8:6.San Pablo.

2-Marcos.Capítulo 14, versículos 32 y siguientes. Biblia Latinoamérica. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento.Pp136 y siguientes.

3-Rouco (biografía no autorizada).Ediciones B,S.A., Barcelona, España,2014.P157.José Manuel Vidal.

4-Génesis, capítulo 3, versículo 19. La Biblia.

5-Revista Heraldos del Evangelio No.164.pág.16.Marzo 2017.

6- Marcos. Capítulo 11, versículos 2 y siguientes. Biblia Latinoamericana. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento, pp123 y 124.

7-La civilización del espectáculo. Santillana Ediciones Generales, 2012. p157.Mario Vargas Llosa.

8-Documento Pontificio, Año 461.Papa León I, el Magno.

9-La Palabra en Cuaresma. Editora Amigo del Hogar, 1982.Juan Félix Pepén Solimán.

10-Riqueza Del Espíritu, p11.. Impresora Amigo del Hogar, 1995. Juan Félix Pepén Solimán.

11-Jesús está vivo, p29.Emiliano Tardif.

12-Carta Encíclica Fides et Ratio, p99. Impresora Amigo del Hogar, julio 1999. Juan Pablo II.

13- Libro del Buen Amor. Biblioteca Económica de Clásicos Castellanos. Juan Ruiz, El Arcipreste de Hita.

14-Al Amor del Bohío. Pp.242-245. Editora Búho. Octubre 2001. Ramón Emilio Jiménez.

15-Santo Domingo de Ayer. Págs.122-124. Editora Taller, diciembre 1985. Eduardo Matos Díaz.

16-Mensaje de Cuaresma 2018. Papa Francisco.