sábado, 27 de marzo de 2021

PASCUAL REAL ( gobernador colonial mayo-noviembre 1821)

 

PASCUAL REAL

( gobernador colonial mayo-noviembre 1821)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El brigadier Pascual Real, que había sido gobernador de Maracaibo, Venezuela, llegó al país a las 5 de la tarde del 14 de mayo de 1821. Arribó por la costa de Samaná. 

Un examen de las actuaciones de dicho personaje, tanto en Santo Domingo como en Venezuela y Cuba, permite afirmar que Real carecía de varios de los atributos que le permitieron a su antecesor, el brigadier Kindelán, sostener en pie su mandato colonial.

En poco tiempo José Núñez de Cáceres y otros personajes claves del país (intelectuales, oficiales militares, sacerdotes, hacendados, hateros, artesanos especializados, comerciantes, etc.) se dieron cuenta que el nuevo gobernador colonial sería el sepulturero, sin él proponérselo, del nefasto período conocido como La España Boba.

Los individuos más representativos de entonces comenzaron a bascular para romper vínculos con la metrópoli y defenestrar a su representante colonial aquí; como en efecto así ocurrió.

El primer obstáculo que no pudo superar el gobernador Pascual Real fueron las acciones del habilidoso gobernante haitiano Jean Pierre Boyer, quien en esos tiempos se dedicaba al sonsacamiento de los habitantes de las aldeas dominicanas situadas en las zonas fronterizas.

El referido gobernante del país vecino colocó para esa tarea al coronel Desir Dalmazí, en la franja sur. En la parte norte ubicó al contratador José Justo de Silva, influyente personaje del comercio en Montecristi, Manzanillo y Dajabón.

Eso lo hacía Boyer como parte colateral del proceso de la consolidación de su  mando unificado de Haití, luego del suicidio el 8 de octubre de 1820 del auto proclamado rey Henri Christophe, momento en el cual todo el territorio de ese país quedó bajo el mando del sustituto del fallecido presidente Alexandre Pétion.

En resumen, La España Boba terminó la noche del 30 de noviembre de 1821, cuando se dio inicio a una sublevación dirigida por el doctor José Núñez de Cáceres, la cual en pocas horas resultó triunfante, proclamándose la independencia nacional al día siguiente.

Los hechos sucedieron rápidamente, pues casi toda la población repudiaba la asfixiante situación imperante, que ya tenía varios lustros sin mejoría.

La resistencia a los seguidores de Núñez de Cáceres fue escasa. Sólo trataron de oponerse el sargento Diego Quero, en el fuerte San Diego y el sargento Anselmo García en el fuerte San José.

Quero y García estaban al frente de sendos pelotones con escasas municiones y sus reducidas tropas tenían pocas ganas de combatir.

El último gobernador colonial español durante la fase conocida como La España Boba, brigadier Pascual Real, fue apresado sin ninguna dificultad por el ciudadano Leonardo Pichardo.

Ese casi sietemesino administrador de la crisis referida pasó sus últimas horas en el territorio nacional bajo arresto domiciliario, en el casoplón de su pariente Felipe Dávila. De allí salió hacia España en un barco inglés. 

Con ese acto se le puso un grueso sello una de las épocas más controversiales de la historia dominicana, como lo fue La España Boba.

 

SEBASTIÁN KINDELÁN OREGÓN ( gobernador colonial 1818-1821

 

SEBASTIÁN  KINDELÁN OREGÓN

 ( gobernador colonial 1818-1821)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El brigadier Sebastián Kindelán Oregón, español descendiente de irlandeses, tomó posesión como gobernador colonial de Santo Domingo el día 6 de enero de 1818, cuando la situación económica y política que vivía el territorio que luego se convertiría en la República dominicana parecía no aguantar más deterioro.

El significado real del calificativo de La España Boba estaba en dicha fecha en lo que parecía ser su máximo nivel, pero la fama de organizador que precedía a Kindelán creó cierta esperanza en los espíritus alicaídos de los moradores de Santo Domingo.

A pesar del desaliento colectivo de la población, se le tributó un cálido recibimiento en la ciudad desde donde gobernó la neocolonia surgida del movimiento denominado La Reconquista, que había dado al traste con la época de Francia en el país.

Dicho personaje luego reciprocó dicho trato con un comportamiento moderado en el ejercicio de su mandato y con iniciativas bien intencionadas en favor de la sociedad bajo su mando, según consta en el recuento de los hechos principales de esa época.

 El  referido gobernador colonial Kindelán siempre pensó que su salida de Cuba hacia Santo Domingo fue una trapisonda orquestada en su contra por el navarro arzobispo de la arquidiócesis de Santiago de Cuba Joaquín de Osés y Alzúa.

Valga la digresión para decir que algunas crónicas de la Cuba colonial resaltan que  dicho prelado católico se preocupó mucho por la cultura de los habitantes del territorio bajo su dirección arzobispal. También abogó por la eliminación de la esclavitud y por la creación de programas de reforma agraria. Esa valiente actitud lo enfrentó a los grupos oligárquicos cubanos.

El desentendimiento entre Osés y Kindelán tuvo su origen en problemas económicos originados en “indelicadezas” y desvíos de dinero que hicieron familiares del referido gobernador cuando tenían a su cargo la reconstrucción de la Catedral del Arzobispado asignado al primero.

Lo cierto es que el legajo de la gobernación colonial de Kindelán en la etapa conocida como La España Boba en Santo Domingo permite decir que él hizo algún esfuerzo por cambiar el rumbo torcido que llevaban ciertas cosas de la administración pública.

Por encima de lo antedicho, en sentido general no prosperaron sus proyectos de aliviar el estado calamitoso de la población. Cada día se profundizaba la crisis económica, por factores que escapaban a su control.

Se impuso aquella vez, como en muchas otras ocasiones, el poder abrasador de los intereses creados.

Los intereses individuales, de acaudalados o no, fueron los mismos que 89 años después del comienzo de la gobernación de Kindelán en el territorio dominicano recreó Jacinto Benavente en una obra teatral, en la cual uno de sus protagonistas, el tunante Crispín, le dice  con voz estentórea y sin ningún tapujo a su cúmbila el también pícaro Leandro que: “Creedlo. Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses…”1

Otra prueba de lo crítica que era la situación al final de la España Boba consta en  comunicaciones que el 16 y el 31 de enero de 1821 envió Kindelán a sus superiores en la metrópoli, en las cuales hacía un memorial sobre las vicisitudes que se vivían cotidianamente en el territorio nacional. Está demostrado que no le hicieron caso a sus reclamos.

En la primera de las comunicaciones aludidas el gobernador Kindelán exponía, en resumen, que las milicias tenían once años esperando un alivio de su situación y que “en el estado de penuria en que se encuentra toda la Isla” sólo veían la designación de personas llegadas de fuera en puestos que “no son de absoluta necesidad.”2  

En respeto a los hechos históricos hay que decir que Kindelán puso en práctica desde su jadeante gobierno lo que mucho tiempo después se popularizó en el país como “dinero inorgánico.”

Con algunas decisiones intrépidas y novedosas, dadas las circunstancias imperantes,  el  mencionado Kindelán amortiguó un poco la caída libre que llevaba el gobierno a su llegada a la poltrona de la gobernación colonial.

Uno de los mecanismos que le permitió no sucumbir de inmediato fue que un mes y días después de su toma de posesión, vale decir el 18 de febrero de 1818, puso en funcionamiento una disposición de años atrás que autorizaba que algunos puertos del país se abrieran al comercio exterior. Eso fue un respiro, sólo eso.

El gobernador Sebastián Kindelán tuvo que enfrentar algunas rebeliones. La primera revuelta se produjo en Santiago de los Caballeros en julio de 1818, encabezada por los funcionarios municipales José de Aranda, Leonardo Pichardo, Antonio Martínez, Cristóbal José de Moya y otros.

La última conspiración en contra de dicho funcionario fue descubierta el 19 de marzo de 1821, figurando como líder de la misma el capitán Manuel Martínez, quien fue apresado pero puesto rápidamente en libertad por influencia de sus auspiciadores.

Su gobernación colonial terminó con algunos gestos que buscaban aligerar ciertos torniquetes que afectaban al cuerpo social, con los que buscaba disminuir el desempleo y socorrer a los más desvalidos, así como reducir el sistema de torturas contra los presos.

Después de mucho pedirlo las autoridades de la metrópoli lo liberaron de su responsabilidad como gobernador en Santo Domingo. Retornó a Cuba el 22 de mayo de 1821. Su reemplazante fue el brigadier Pascual Real.

 

1-Los intereses creados.Acto segundo.Última escena.Editorial Espasa,1998. Jacinto Benavente.

2-Oficio fechado el 16 de enero de 1821, del gobernador Sebastián Kindelán a la gobernación de ultramar de España.

CARLOS URRUTIA MONTOYA ( gobernador colonial 1813-1818)

 

CARLOS URRUTIA MONTOYA

( gobernador colonial 1813-1818)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

La Junta de Gobierno de España, que entonces tenía su asiento en la ciudad de Sevilla, en el sur español, nombró el 27 de abril de 1811 al mariscal de campo Carlos Urrutia Montoya como gobernador, Intendente y Capitán General de la que denominaban provincia de ultramar de Santo Domingo.  Dos meses y 15 días antes había muerto en su lecho de enfermo Juan Sánchez Ramírez, el abanderado de La Reconquista.

Múltiples motivos retrasaron la llegada a su destino del nuevo gobernador colonial, la cual se materializó el 7 de mayo de 1813.

Su toma de posesión se produjo el 28 de julio de 1813, según él mismo hace constar en un largo y detallado oficio que le envió al día siguiente al Consejo de Regencia, en el cual hacía una radiografía del cuadro de miseria que había encontrado en el territorio que habían puesto bajo su mando, cuyos moradores estaban “amaestrados por las vicisitudes.”

Una de las medidas controversiales que tomó el gobernador colonial Urrutia Montoya fue el cambio del papel moneda y su valor fiduciario por monedas de cobre. Nunca pudo resarcir a los dueños por los billetes anulados. Particularmente el caso de los comerciantes fue dramático.

A Urrutia se le puso el mote de Carlos Conuco, en una especie de venganza porque ordenó que muchos adultos, particularmente holgazanes de todos los pelajes, se dedicaran al cultivo de pequeños predios.

Por los mismos resultados de aquella decisión de alias Carlos Conuco queda claro que era una simple agricultura de subsistencia, sin normas de trabajo asalariado ni tampoco se han encontrado huellas informativas de que aquello estaba cubierto por la modalidad de aparcería.

Dicho lo anterior a pesar de que él sostenía, y así lo dejó anotado en sus papeles como gobernador colonial, que la producción agrícola comercial era fundamental para sacar a la población de la postración económica.

Hay narraciones de antaño que señalan que el mismo Urrutia tenía un conuco donde producía hortalizas y frutos menores.

A los dos años y seis meses de estar ejerciendo aquí como gobernador fue ascendido a teniente general y, además, se le otorgó la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, en la categoría de  Gran Cruz.

A pesar de las mofas y las ácidas críticas con las que su figura aparece en muchos textos que se refieren al período de La España Boba, Urrutia Montoya encontró un defensor en el acucioso historiador César A. Herrera Cabral, quien escribió de él lo siguiente:

“Este hombre ha pasado por las páginas de la historia nacional como un menguado reaccionario sin alientos constructivos. Nuestros historiadores lo presentan como un viejo gruñón y amargado…Estoy a punto de creer todo lo contrario del Mariscal Urrutia.”1   

1-El gobernador y capitán general Carlos Urrutia Montoya (1813-1818).Revista Clío No.189.Enero-junio 2015. César A. Herrera Cabral.

LA ESPAÑA BOBA (y 3)

 

LA ESPAÑA BOBA (y 3)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

La España Boba brotó con su cuerpo deforme de un vientre con múltiples placentas en un mismo útero. Surgió de la acción conocida como La Reconquista.

Esa triste etapa de la historia dominicana fue un engendro extraño, como tenía que ser un régimen colonial cubierto con el sonsonete de una invocación al Rey y al mismo tiempo a la Patria. Una consigna de por sí esperpéntica.

 La Reconquista fue un movimiento armado con connotaciones políticas dirigido por enfermizos seguidores en esta tierra dominicana del rey felón, como apodaban al Borbón Fernando VII, quien ni siquiera tuvo lealtad con su propia tierra.

Esa testa coronada (meses antes de la Batalla de Palo Hincado sustituyó en el trono español a José I Bonaparte, alias Pepe Botella) cometió mil vilezas contra la España decimonónica, entonces atacada sin piedad por las fuerzas napoleónicas, y carcomida internamente por grupos voraces que operando desde Sevilla y otros pueblos andaluces se nutrían de las hilachas que quedaban de su ampuloso traje de otrora imperio poderoso.

Con el último día de La España Boba se abrieron otros ciclos de la accidentada historia dominicana. Algunos de ellos caracterizados por una gran consternación espiritual.

No obstante las múltiples dificultades, el germen de lo que sería luego el pueblo dominicano que es hoy no desapareció ni con La Reconquista ni con La España Boba ni con otras etapas tristes y convulsas que surgieron posteriormente.

Por eso estoy en diapasón con los juicios que, conectado con La Reconquista y su secuela directa, escribió el historiador Hugo Tolentino Dipp en su ensayo titulado Orígenes, vicisitudes y porvenir de la nacionalidad dominicana. Así lo planteó el gran pensador y académico ya fallecido:

“A pesar de este fracaso las fuerzas creadoras de la historia siguieron en marcha. El pueblo, que a ellas aportaba su entusiasmo y que con ellas vislumbraba el porvenir, continuó rumiando el sueño de la independencia.”1

Para que se tenga una idea de los principales personajes de la etapa denominada La España Boba haré breves semblanzas de sus tres últimos gobernadores, pues sus actuaciones permiten entender mejor qué sucedió en nuestro país desde el 1808 hasta el 1821.

 

 

Carlos Urrutia Montoya (1813-1818)

 

La Junta de Gobierno de España, que entonces tenía su asiento en la ciudad de Sevilla, en el sur español, nombró el 27 de abril de 1811 al mariscal de campo Carlos Urrutia Montoya como gobernador, Intendente y Capitán General de la que denominaban provincia de ultramar de Santo Domingo.  Dos meses y 15 días antes había muerto en su lecho de enfermo Juan Sánchez Ramírez, el abanderado de La Reconquista.

Múltiples motivos retrasaron la llegada del nuevo gobernador colonial, la cual se materializó el 7 de mayo de 1813.

Su toma de posesión se produjo el 28 de julio de 1813, según él mismo hace constar en un largo y detallado oficio que le envió al día siguiente al Consejo de Regencia, en el cual hacía una radiografía del cuadro de miseria que había encontrado en el territorio que habían puesto bajo su mando, cuyos moradores estaban “amaestrados por las vicisitudes.”

Una de las medidas controversiales que tomó el gobernador colonial Urrutia Montoya fue el cambio del papel moneda y su valor fiduciario por monedas de cobre. Nunca pudo resarcir a los dueños por los billetes anulados. Particularmente el caso de los comerciantes fue dramático.

A Urrutia se le puso el mote de Carlos Conuco, en una especie de venganza porque ordenó que muchos adultos, particularmente holgazanes de todos los pelajes, se dedicaran al cultivo de pequeños predios.

Por los mismos resultados de aquella decisión de alias Carlos Conuco queda claro que era una simple agricultura de subsistencia, sin normas de trabajo asalariado ni tampoco se han encontrado huellas informativas de que aquello estaba cubierto por la modalidad de aparcería.

Dicho lo anterior a pesar de que él sostenía, y así lo dejó anotado en sus papeles como gobernador colonial, que la producción agrícola comercial era fundamental para sacar a la población de la postración económica.

Hay narraciones de antaño que señalan que el mismo Urrutia tenía un conuco donde producía hortalizas y frutos menores.

A los dos años y seis meses de estar ejerciendo aquí como gobernador fue ascendido a teniente general y, además, se le otorgó la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, en la categoría de  Gran Cruz.

A pesar de las mofas y las ácidas críticas con las que su figura aparece en muchos textos que se refieren al período de La España Boba, Urrutia Montoya encontró un defensor en el acucioso historiador César A. Herrera Cabral, quien escribió de él lo siguiente:

“Este hombre ha pasado por las páginas de la historia nacional como un menguado reaccionario sin alientos constructivos. Nuestros historiadores lo presentan como un viejo gruñón y amargado…Estoy a punto de creer todo lo contrario del Mariscal Urrutia.”2   

Sebastián  Kindelán Oregón (1818-1821)

 

El brigadier Sebastián Kindelán Oregón, español descendiente de irlandeses, tomó posesión como gobernador colonial el día 6 de enero de 1818, cuando la situación  parecía no aguantar más deterioro.

El significado real del calificativo de La España Boba estaba en dicha fecha en lo que parecía ser su máximo nivel, pero la fama de organizador que precedía a Kindelán creó cierta esperanza en los espíritus alicaídos de los moradores de Santo Domingo.

A pesar del desaliento colectivo la población de la ciudad de Santo Domingo le tributó un cálido recibimiento, que él luego reciprocó con un comportamiento moderado en el ejercicio de su mandato y con iniciativas bien intencionadas en favor de la sociedad bajo su mando, según consta en el recuento de los hechos principales de esa época.

 El gobernador colonial Kindelán siempre pensó que su salida de Cuba hacia Santo Domingo fue una trapisonda orquestada en su contra por el navarro arzobispo de la arquidiócesis de Santiago de Cuba Joaquín de Osés y Alzúa.

Valga la digresión para decir que algunas crónicas de la Cuba colonial resaltan que  dicho prelado católico se preocupó mucho por la cultura de los habitantes del territorio bajo su dirección arzobispal. También abogó por la eliminación de la esclavitud y por la creación de programas de reforma agraria. Esa valiente actitud lo enfrentó a los grupos oligárquicos cubanos.

El desentendimiento entre Osés y Kindelán tuvo su origen en problemas económicos originados en “indelicadezas” y desvíos de dinero que hicieron familiares del referido gobernador cuando tenían a su cargo la reconstrucción de la Catedral del Arzobispado asignado al primero.

Lo cierto es que el legajo de la gobernación colonial de Kindelán en la etapa de La España Boba permite decir que él hizo algún esfuerzo por cambiar el rumbo torcido que llevaban ciertas cosas de la administración pública.

Por encima de lo antedicho, en sentido general no prosperaron sus proyectos de aliviar el estado calamitoso de la población. Cada día se profundizaba la crisis económica, por factores que escapaban a su control.

Se impuso aquella vez, como en muchas otras ocasiones, el poder abrasador de los intereses creados.

Los intereses individuales, de acaudalados o no, fueron los mismos que 89 años después del comienzo de la gobernación de Kindelán en el territorio dominicano recreó Jacinto Benavente en una obra teatral, en la cual uno de sus protagonistas, el tunante Crispín, le dice  con voz estentórea y sin ningún tapujo a su cúmbila el también pícaro Leandro que: “Creedlo. Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses…”3

Otra prueba de lo crítica que era la situación al final de la España Boba consta en  comunicaciones que el 16 y el 31 de enero de 1821 envió Kindelán a sus superiores en la metrópoli, en las cuales hacía un memorial sobre las vicisitudes que se vivían cotidianamente en el territorio nacional. Está demostrado que no le hicieron caso a sus reclamos.

En la primera de las comunicaciones aludidas el gobernador Kindelán exponía, en resumen, que las milicias tenían once años esperando un alivio de su situación y que “en el estado de penuria en que se encuentra toda la Isla” sólo veían la designación de personas llegadas de fuera en puestos que “no son de absoluta necesidad.”4  

En respeto a los hechos históricos hay que decir que Kindelán puso en práctica desde su jadeante gobierno lo que mucho tiempo después se popularizó en el país como “dinero inorgánico.”

Con algunas decisiones intrépidas y novedosas, dadas las circunstancias imperantes,  el  mencionado Kindelán amortiguó un poco la caída libre que llevaba el gobierno a su llegada a la poltrona de la gobernación colonial.

Uno de los mecanismos que le permitió no sucumbir de inmediato fue que un mes y días después de su toma de posesión, vale decir el 18 de febrero de 1818, puso en funcionamiento una disposición de años atrás que autorizaba que algunos puertos del país se abrieran al comercio exterior. Eso fue un respiro, sólo eso.

El gobernador Sebastián Kindelán tuvo que enfrentar algunas rebeliones. La primera revuelta se produjo en Santiago de los Caballeros en julio de 1818, encabezada por los funcionarios municipales José de Aranda, Leonardo Pichardo, Antonio Martínez, Cristóbal José de Moya y otros.

La última conspiración en contra de dicho funcionario fue descubierta el 19 de marzo de 1821, figurando como líder de la misma el capitán Manuel Martínez, quien fue apresado pero puesto rápidamente en libertad por influencia de sus auspiciadores.

Su gobernación colonial terminó con algunos gestos que buscaban aligerar ciertos torniquetes que afectaban al cuerpo social, con los que buscaba disminuir el desempleo y socorrer a los más desvalidos, así como reducir el sistema de torturas contra los presos.

Después de mucho pedirlo las autoridades de la metrópoli lo liberaron de su responsabilidad como gobernador en Santo Domingo. Retornó a Cuba el 22 de mayo de 1821. Su reemplazante fue el brigadier Pascual Real.

 

 

 

Pascual Real (mayo-noviembre 1821)

 

El brigadier Pascual Real, que había sido gobernador de Maracaibo, Venezuela, llegó al país a las 5 de la tarde del 14 de mayo de 1821. Arribó por la costa de Samaná.  

Un examen de las actuaciones de dicho personaje, tanto en Santo Domingo como en Venezuela y Cuba, permite afirmar que Real carecía de varios de los atributos que le permitieron a su antecesor, el brigadier Kindelán, sostener en pie su mandato colonial.

En poco tiempo José Núñez de Cáceres y otros personajes claves del país (intelectuales, oficiales militares,  sacerdotes, hacendados, hateros, artesanos especializados, comerciantes, etc.) se dieron cuenta que el nuevo gobernador colonial sería el sepulturero, sin él proponérselo, del nefasto período conocido como La España Boba.

Los individuos más representativos de entonces comenzaron a bascular para romper vínculos con la metrópoli y defenestrar a su representante colonial aquí; como en efecto así ocurrió.

El primer obstáculo que no pudo superar el gobernador Pascual Real fueron las acciones del habilidoso gobernante haitiano Jean Pierre Boyer, quien en esos tiempos se dedicaba al sonsacamiento de los habitantes de las aldeas dominicanas situadas en las zonas fronterizas.

El referido gobernante del país vecino colocó para esa tarea al coronel Desir Dalmazí, en la franja sur. En la parte norte ubicó al contratador José Justo de Silva, influyente personaje del comercio en Montecristi, Manzanillo y Dajabón.

Eso lo hacía Boyer como parte colateral del proceso de la consolidación de su  mando unificado de Haití, luego del suicidio el 8 de octubre de 1820 del auto proclamado rey Henri Christophe, momento en el cual todo el territorio de ese país quedó bajo el mando del sustituto del fallecido presidente Alexandre Pétion.

En resumen, La España Boba terminó la noche del 30 de noviembre de 1821, cuando se dio inicio a una sublevación dirigida por el doctor José Núñez de Cáceres, la cual en pocas horas resultó triunfante, proclamándose la independencia nacional al día siguiente.

Los hechos sucedieron rápidamente, pues casi toda la población repudiaba la asfixiante situación imperante, que ya tenía varios lustros sin mejoría.

La resistencia a los seguidores de Núñez de Cáceres fue escasa. Sólo trataron de oponerse el sargento Diego Quero, en el fuerte San Diego y el sargento Anselmo García en el fuerte San José.

Quero y García estaban al frente de sendos pelotones con escasas municiones y sus reducidas tropas tenían pocas ganas de combatir.

El último gobernador colonial español durante la fase conocida como La España Boba, brigadier Pascual Real, fue apresado sin ninguna dificultad por el ciudadano Leonardo Pichardo.

Ese casi sietemesino administrador de la crisis referida pasó sus últimas horas en el territorio nacional bajo arresto domiciliario, en el casoplón de su pariente Felipe Dávila. De allí salió hacia España en un barco inglés. 

Bibliografía:

1-Orígenes, vicisitudes y porvenir de la nacionalidad dominicana, 7 de junio de 1963.Reproducido en el boletín del AGN. No.143.sept.dcbre.2015.Pp487-509. Hugo Tolentino Dipp.

2-El gobernador y capitán general Carlos Urrutia Montoya (1813-1818).Revista Clío No.189.enero-junio 2015. César A. Herrera Cabral.

3-Los intereses creados. acto segundo. última escena. Editorial Espasa,1998. Jacinto Benavente.

4-Oficio fechado 16 de enero de 1821, del gobernador Sebastián Kindelán a la gobernación de ultramar de España.

 

 

 

 

AZUA EN MARZO DE 1844 (y 3)

 

AZUA EN MARZO DE 1844 (y 3)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El análisis del repliegue que hizo el general Pedro Santana hacia Sabana Buey arroja como resultado que fue una resolución descabellada, sin explicación de ningún tipo.

Ni siquiera hay que tener una marcada visión crítica sobre el papel del referido personaje en la historia nacional para llegar a esa conclusión, pues incluso la mayoría de los santanistas no ha podido justificarla con solidez argumental.

Como señalé en la entrega anterior, cuando se libraban los combates del 19 de marzo de 1844 en Azua Santana estaba en el sitio conocido como El Peñón, en las proximidades de Tortuguero. Allí seguía cuando el derrotado presidente haitiano Charles Hérard había ordenado la retirada de sus tropas.

Los invasores haitianos fueron perseguidos varios kilómetros fuera de la ciudad de Azua. Parte de ellos estaban acampados en un recodo del río Jura, con el desaliento que acompaña a los vencidos.

Allí se enteraron de que Santana (luego marqués de Las Carreras como parte de los pagos que recibió por la abominable Anexión a España) había ordenado el abandono del escenario de la victoria dominicana. El general Hérard se envalentonó de súbito y se dirigió de nuevo al lugar de su amarga derrota, donde arengó a sus perplejos soldados de este modo:

“Soldados, cuento con vuestro coraje y el honor que os atañe a vuestras banderas. Azua les abre las puertas de Santo Domingo; ustedes marcharán conmigo hacia esa ciudad rebelde…Juren pues todos no regresar a vuestros hogares, sino después de haber reducido a los perversos que conspiran la ruina de los hijos de Haití.”1  

Entre otras consecuencias negativas que conllevó la inoportuna fuga de Santana fue la decisión pirómana del susodicho Charles Hérard de quemar la ciudad de Azua.

Es válido recordar que antes, en el 1805, Azua había sido pasto de las llamas por órdenes de Jean Jacques Dessalines. En abril del 1849, por tercera ocasión, ocurriría lo mismo allí, esa vez por voluntad de otro jefote haitiano en fuga, el general y emperador de plastilina Faustin Soulouque, quien había sido derrotado en las batallas de El Número y Las Carreras. En ambas el gran general Duvergé fue héroe.

Los tres incendios criminales que ha sufrido Azua han sido elementos claves para ralentizar su desarrollo. Es una prueba elocuente que la psiquis de los pueblos se mueve en los meandros de su pasado.

De esos siniestros, saqueos y mutilaciones, con sus orígenes y consecuencias, escribió con gran detalle quien no fue un diablillo enredador, sino un brillante ciudadano haitiano, Jean Chrisostonie Dorsainvel, en su obra Manual de Historia de Haití.2 

 Dejando el pasaje de la piromanía haitiana en Azua y retomando la huida de Santana, es de rigor decir que el historiador Rodríguez Demorizi (cuyas inclinaciones santanistas quedaron vivamente expresadas cuando sugirió que el caudillo seibano fuera llevado al más alto pedestal de la patria) al referirse a la dicha retirada de Santana, su Estado Mayor y sus soldados, la explicó así: “…la batalla librada en Azua el 19 de marzo, victoria espléndida, que perdió su importancia política y militar con el abandono que durante la noche hicieran las fuerzas vencedoras de las posiciones que ocupaban, para replegarse sobre Sabana Buey, primero, y concentrarse después en Baní.”3 

En cambio el historiador Vetilio Alfau Durán, en su ensayo titulado En el campamento de Baní, sostiene, que: “Las tropas dominicanas, después de haber vencido, por razones de orden militar, se replegaron a Sabana Buey y a Baní, en donde establecieron el Cuartel General del Ejército Libertador, colocándose ventajosamente en actitud defensiva…”4

Pienso que el distinguido Alfau Durán escribió lo anterior desde una atalaya de incomprensible justificación a una de las más raras e innecesarias decisiones de Pedro Santana; a pesar de que él generalmente fue asertivo en sus análisis del pasado dominicano.

Luego de un estudio minucioso sobre los acontecimientos previos, durante y después de la batalla del 19 de marzo de 1844, y sobre el protagonismo excepcional que en ella y en otros encuentros bélicos algunos han querido atribuirle a Santana, el historiador y periodista Joaquín Priego define con claridad meridiana al investido con el  fanfarronesco título nobiliario de Marqués de Las Carreras.

Así se expresa Priego sobre Santana, en su libro Batallas de Marzo 1844: “Su nula capacidad como estratega nos hace pensar que era un comandante de tropas digno de la prehistoria, el que no obedecía sus órdenes lo fusilaba.” De inmediato anota que Santana tenía “terror de miedo y de ignorancia a dirigir batallas en campo abierto.”5 

Es pertinente señalar, en aras de abarcar las diferentes opiniones sobre ese tema tan controversial, que el historiador seibano Francisco Elpidio Beras tenía una opinión muy particular sobre la decisión de Santana.

Beras, que era un prolijo justificador del santanismo, indicó que lo de Sabana Buey fue: “…la resultante de una deliberación mayoritaria…No la decisión unilateral del Primer Generalísimo…”6 

Asimismo debo indicar que Jacinto Gimbernard Pellerano, mejor violinista que historiador, sostiene en su libro Historia de Santo Domingo que: “si Santana hubiese considerado posible la permanencia en Azua, no se habría auto-despojado del triunfo que significaba retenerla…esta retirada muestra a Santana como un hábil estratega, ya que su valor personal está fuera de toda duda.”7

Por su lado Sócrates Nolasco, maestro de los relatos dominicanos y autor de Cuentos Cimarrones, en su ensayo titulado Retazos de la “Batalla del 19 de marzo”, publicado el 11 de diciembre de 1967, al restarle méritos a esa acción de guerra, y considerar que en Azua no hubo batalla campal, atribuye a los santanistas aventar sus repercusiones para glorificar al caudillo seibano. Va más lejos al considerar que la tan mentada escapada a Sabana Buey debió ser consultada con Buenaventura Báez, Remigio del Castillo, Francisco Soñé, Joaquín Puello y otros.

Es el mismo Nolasco quien admite que sus primeros juicios desfavorables sobre ese episodio de la historia nacional, divulgados en el año 1940, provocaron una reacción de los azuanos que él califica: “algo así como un menjurje de apazote, palo de cerro, aceite de higuereta y serrín de guao.”8

En resumen, considero que la Batalla del 19 de Marzo de 1844 fue un hecho de trascendental importancia en la historia dominicana y que el principal héroe de ese punto luminoso de las armas nacionales fue el gran general Antonio Duvergé,  quien en la sabana azuana participó en enfrentamientos frontales con el enemigo invasor y en los terrenos elevados de los contornos practicó emboscadas y desplazamientos veloces, ambas técnicas de guerras antiquísimas y que en ese caso fueron efectivas.

Creo, además, que la retirada (más bien una fuga extraña) de Pedro Santana hacia Sabana Buey y Baní no tuvo motivos de interés en términos de táctica militar, tal y como se encargaron de demostrar los hechos posteriores.

 

Bibliografía:

1-Proclama Militar. Azua, 21 de marzo de 1844. Charles Hérard.

2-Manual de historia de Haití.Editora de Santo Domingo, 1979. Jean Chrisostonie Dorsainvel.

3-Guerra domínico-haitiana. Imprenta Dominicana,1957.P74.Nota 11.Emilio Rodríguez Demorizi.

4-Vetilio Alfau en Clío.Escritos II.Editora Corripio,1994.Pp57 y 58.

5-Batallas de Marzo 1844.Publicaciones América, 1980.P49. Joaquín Priego.

6-Una batalla calumniada.Listín Diario, 21 de marzo de 1974. Francisco Elpidio Beras.

7-Historia de Santo Domingo.Editora Cultural Dominicana, 1974.Quinta edición.Pp229 y 230.Jacinto Gimbernard Pellerano.

8-Obras Completas.Editora Corripio, 1994.Pp203-208.Sócrates Nolasco.

sábado, 20 de marzo de 2021

AZUA EN MARZO DE 1844 (2)

 

 

 

AZUA EN MARZO DE 1844 (2)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

 

Antonio Duvergé en Azua

 

El gran héroe Antonio Duvergé, con su coraje,  su corpulencia, la compañía siempre fiel de su perro al que llamaba Corsario, era apodado Papá Bois, tal vez por sus ojos verdes, su piel morena y su capacidad para quebrar árboles con el ímpetu de sus bríos.

Él  no solamente demostró su perfil heroico el 19 de marzo de 1844 en Azua (“la salamandra fabulosa”), sino también en las jornadas bélicas de Santomé, Cachimán, Estrelleta, El Número, El Memiso, Las Carreras y otros lugares de gran significación histórica en el proceso de consolidación de la independencia nacional.

 La República Dominicana fue atacada, durante once tediosos y sangrientos años, por hordas de intrusos que penetraban al territorio dominicano desde el lado oeste de los ríos Masacre, Artibonito, Pedernales y Soliette.

En la batalla de Azua los combatientes dominicanos eran comandados, en términos formales, vale decir en los papeles de la incipiente burocracia gubernamental, por el general Pedro Santana.

El presidente haitiano Charles Hérard estaba al frente de los invasores que persistían en volver a mancillar la soberanía del pueblo dominicano.

En lo que atañe a la República Dominicana la realidad fue que Antonio Duvergé tuvo una misión crucial en esa batalla, pues era el encargado de colocar adecuadamente, en posición de combate, a todos los batallones del cuerpo militar dominicano desplazado en esa zona de guerra.

Demostró ser un experto en la distribución de los soldados de caballería y en la utilización de las mortíferas armas blancas. Sus habilidades militares y su innata capacidad de mando, amén de la superioridad moral de los dominicanos, suplieron con creces la falta de fortificaciones y la diferencia abismal en el número de combatientes, con relación a los agresores.

Duvergé está considerado en los hechos como el principal héroe de ese cruento enfrentamiento.

Mientras el que luego sería mártir en la Cruz de Asomante exponía constantemente su vida, en incesantes movimientos de orientación y guía en los puntos de combate, Santana estaba resguardado en el lugar conocido como El Peñón, cerca de Tortuguero, a varios kilómetros al Este de las líneas de fuego.

Duvergé, con el auxilio eficaz de Cabral y otros bizarros oficiales, fueron los que prepararon los planes de combate de la batalla del 19 de marzo de 1844.

Ordenaron los macheteros con tal pericia bélica que los mismos hicieron estragos en las tropas invasoras, causando un pánico enorme entre la soldadesca haitiana.

Otra prueba de que Antonio Duvergé fue el auténtico héroe de la más gloriosa mañana azuana la brinda el historiador haitiano Dorvelas Dorval, quien se refiere a él en este contenido: “intrépido…uno de los más valiosos oficiales; este nómada de nuestros  desiertos aparecía y desaparecía con la celeridad de un relámpago para mantener la alarma…”1 

En diapasón con el criterio de Dorval está Víctor Garrido. En su obra Los Puello, refiriéndose a Santana y sus tratativas con los franceses, califica de “dudosos los laureles cosechados el 19 de marzo…Ya era el amo y no había olido la pólvora.”2 

 Manuel García Gautier, a su vez, en su obra titulada La Traición de Santana, refiriéndose a la participación de Duvergé en Azua, dice lo siguiente: “…Su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría, fue suyo…”3

Una anécdota ocurrida en la  indicada batalla azuana da cuenta de que en medio de los combates el chispeante Vicente Noble observó que los haitianos estaban preparando una estratagema militar conocida como movimiento envolvente. Eso lo puso de inmediato en máxima alerta.

Se dirigió raudo hacia donde estaba el mando de las tropas dominicanas para poner en conocimiento de sus superiores lo que acababa de ver.

En su obra Narraciones Dominicanas el jurista, político y ex presidente de la República Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (que era un reconocido santanista) describe textualmente, sin indicar su fuente de información, que con quien habló el comandante Noble fue con Pedro Santana, diciéndole:

“¡General Santana: los haitianos nos están echando una manga! Al oírlo Santana le gritó a su vez: -¡Pues métanles el brazo!”4

Sin embargo sobre ese mismo episodio hay una versión más verosímil (por la cual me inclino) de un testigo presencial e instructor militar de Duvergé, el comandante Francisco Soñé, quien en su ensayo histórico titulado Memorias de un Capitán de Artillería acotó lo siguiente:

“Noble le dijo a Duvergé: “los haitianos están tirando una manga por el camino de El Barro.-A lo que respondió Duvergé, “pues vamos  usted y yo con algunos hombres a meterles el brazo.”5

Otros comandantes que también descollaron en la batalla del 19 de marzo de 1844, como los mencionados José María Cabral, Vicente Noble y Francisco Soñé, fueron Nicolás Mañón, Rudescindo Ramírez, Juan Esteban Ceara, Luis Álvarez, Valentín Alcántara, Lucas Díaz, Marco de Medina, José Leger, Feliciano Martínez, Matías de Vargas y muchos más.

El coronel Francisco Carvajal fue un bravo barahonero que realizó una gran jornada épica en los combates de Azua. Era experto en el manejo de las armas portátiles. Poseía habilidad en el uso de los fusiles con retrocarga y balas de punta.

Muchos combatientes dejaron para el conocimiento de las próximas generaciones de dominicanos, mediante testimonios orales, que Carvajal era muy creativo en la pelea. Con el mérito para él de que era básicamente intuitivo y no había leído literatura militar.

Más de veinte años después de las ingeniosidades bélicas del coronel Francisco Carvajal fue que el gran historiador italiano Cesare Ambrogio Cantú (César Cantú) publicó el tomo VIII de su gigantesca obra Historia Universal,  en el cual analiza con descarga de profundidad explicativa las creatividades que surgen en el fragor de las guerras. Algunas de las habilidades sobre la marcha de los combates que ese autor describe son muy parecidas a las que se pusieron en práctica en la batalla librada el 19 de marzo de 1844 en Azua de Compostela.6

Otro sobresaliente oficial de mando en ese enfrentamiento armado fue Juan Esteban Ceara, tal y como lo justiprecia Emilio Rodríguez Demorizi en su obra Próceres de la Restauración, evocando su marcialidad y su coraje en los combates.7

 

La retirada a Sabana Buey y Baní

 

Cuando el general Pedro Santana decidió retirarse (desde el lugar conocido como El Peñón, cerca de la cala de Tortuguero) a Sabana Buey, primero, y a Baní después, luego del triunfo de las tropas dominicanas del 19 de marzo de 1844 en Azua, se llevó no sólo el tambor mayor de su Estado Mayor, sino también el clarín de la compañía de caballería, además de las trompetas de los escuadrones.

Esa desbandada permitió al presidente Hérard, derrotado en Azua, permanecer allí hasta el 9 de mayo, cuando emprendió su desordenada retirada hacia Haití, después de cometer muchas tropelías en la zona. Había sido depuesto de la Presidencia de su país el día 3 de dicho mes, y en su lugar fue colocado el analfabeto general Philippe Guerrier, quien era analfabeto y ostentaba el “título nobiliario” de Duque de L´Avancé.

La evasión de Pedro Santana a Sabana Buey no fue una decisión de praxis militar.  O para decirlo de manera más clara: No fue un acto de aplicación de lo que en estrategia militar se conoce desde la antigüedad como la economía de fuerza, pues eso no estaba en los dominios del conocimiento de quien Manuel de Jesús Galván y otros de sus más cercanos partidarios etiquetaron por mucho tiempo con el adjetivo de El Libertador.

Fue una huida carente de sindéresis. Un reculamiento sin ningún sentido, por más que algunos compinches de la corriente pro santanista hayan hablado de prudencia.

Santana no era un teórico ni tenía un espíritu reflexivo. Actuaba en base a su carácter montaraz y a una intuición que desconocía los matices de las decisiones y acciones.

Aquella extraña desbandada ordenada por el general Santana, luego del triunfo resonante de los combatientes dominicanos encabezados por Duvergé, fue una iniciativa aislada, y tan incongruente frente a la realidad que parecía más bien salida de un badulaque.

Esa incomprensible deserción, que en el surco de la libertad dominicana representaba una semilla amarga y estéril, no se podía entender en ese momento ni después desde las coordenadas de la lógica.

Por eso no fue aceptada por la inmensa mayoría de los oficiales que brillaron en el frente de los combates, comenzando por Duvergé.

 

Bibliografía:

1-Campaña del Este en 1844.Imprenta Jr. Courtois, 1862. Dorvelas Dorval.

2-Los Puello. Editora Taller,1974. P42.Víctor Garrido.

3-La traición de Santana. Ensayo divulgado en el 1862.Manuel María Gautier.

4-Narraciones Dominicanas. SDB. Editorial Cenapec,1998.Séptima edición.P299.Manuel de Jesús Troncoso de la Concha.

5-Memorias del capitán de artillería de los ejércitos napoleónicos. Francois Sogne (Francisco Soñé.)

6-Historia Universal. Tomo VIII (Sobre la guerra). Imprenta de Gaspar y Roig, Madrid, 1870. Reedición de Editora Sopena, 1956.César Cantú.

7-Próceres de la Restauración. Editora del Caribe, 1963.P70. Emilio Rodríguez Demorizi.