sábado, 16 de enero de 2021

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (y V) LOS DUVALIER, FIGNOLÉ, VILBRUN SAM Y ROSALVO BOBO.

 

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (y V)

LOS DUVALIER, FIGNOLÉ, VILBRUN SAM Y ROSALVO BOBO.

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Esclavitud e invasiones en Haití

 

Las convulsiones que ha sufrido Haití durante siglos están vinculadas de manera indisoluble a la actuación en su contra de países poderosos, corporaciones de negocios e individuos extranjeros, además del componente local, que incluye creencias y mitos poderosamente entrelazados en gran parte de la población.

La esclavitud, el sistema de plantaciones (caña de azúcar, café, cacao, tabaco y otros productos llamados de lujo), el intervencionismo directo e indirecto de botas militares extranjeras, y en las últimas décadas organismos civiles internacionales; la insensibilidad de sus élites, que han hecho del latrocinio y del aprovechamiento económico su leitmotiv; el dominio ideológico y religioso, así como la escasa escolaridad de la población, etc. han sido una especie de tuberculosis larvada en la sociedad haitiana.

Francia tiene una responsabilidad histórica en las convulsiones que a través del tiempo han estremecido al pueblo haitiano.

Esa poderosa nación europea comenzó la colonización y la esclavitud en Haití en el año 1623, teniendo como punto de entrada de sus tropas la isla de la Tortuga, ubicada en el noroeste de ese país.

El otrora poder imperial francés se mantuvo181 años acogotando a los esclavos, quienes después de varios años de revueltas lograron en el 1804 proclamar la independencia de Haití.

El 17 de abril de 1825, por una ordenanza del inefable rey francés Carlos X, Haití fue obligado a pagar 150 millones de francos, en cinco cuotas, como liquidación por las secuelas de su proceso independentista.

Para la primera amortización de dicha deuda impuesta el Estado haitiano tomó un préstamo a un banco francés que para otorgarlo cobró 6 millones de francos por comisiones y otros gastos. En el 1830, ante la imposibilidad de pagos del empobrecido país caribeño, la ex potencia colonial rebajó el monto inicial a la mitad.

Haití terminó de pagar esa deuda en el 1947; es decir 122 años después de ser impuesta por Francia. En un ejercicio de indexación ese dinero superaría ahora los 20 mil millones de dólares estadounidenses.

 

La explosiva amalgama de factores que envuelve la historia del pueblo haitiano permite escribir extensamente sobre la misma. Por más datos y opiniones que se hayan divulgado al respecto siempre se podrán hacer nuevos hallazgos sobre la miríada de crímenes y abusos padecidos por los esclavos africanos y sus descendientes.

Los mitos en Haití

 

Los mitos, desde su perspectiva de creaciones mágicas, siempre están presentes en la vida de todos los pueblos, con sus diversas matizaciones.

En Haití los mitos están muy poderosamente presentes, más allá incluso de una simple visión antropológica. Tal vez es así debido a que la inmensa mayoría de sus habitantes han asimilado sus tradiciones como parte de sus mitos.

Lo anterior es algo complejo a simple vista, pero que fluye casi de manera natural en el diario vivir de los haitianos. Cualquier observador perspicaz lo capta en poco tiempo.

Esa simbiosis de mitos, creencias y el recuerdo de los ancestros va más allá de lo que trajeron a América los esclavos de esa África antigua que en su parte norte, específicamente en el noreste del Magreb, y no muy lejos del mar Rojo, produjo hace más de 1600 años al docto y conceptista san Agustín de Hipona.

Lo que ha vivido Haití desde el siglo XVII, con todo y sus muchos mitos, nada tiene que ver con aquel mundo onírico de los mitos de la Grecia Antigua que describió Homero en la Ilíada, hace más de 3,200 años.

El pueblo aqueo descrito en la Ilíada, a pesar de la violencia de la guerra, seguramente no sufrió los aguijones del hambre que día y noche sufren los estómagos de la inmensa mayoría de los haitianos. Lo señalado por Homero, en su poema pre helénico, se reduce a una carga inmensa de metáforas.

Pienso que una parte considerable de la obra literaria y ensayística sobre Haití, partiendo desde los antepasados capturados en Benín, Ghana, Camerún, Gabón, Nigeria y otros pueblos del golfo de Guinea, hasta el presente, se reduce a simple propaganda y a puro faroleo de algunos autores.

Muchos de los escritos aludidos chocan con la cruda realidad de ese pueblo haitiano que en sus barrios carenciados y en sus campos desamparados tiene un tiempo sagrado para sus mitos y creencias (especialmente con la complicidad de la penumbra) y un tiempo profano para sus otros quehaceres.

Más bien encajan en la visión que Jorge Luis Borges proclama en el tercer párrafo del prólogo de su libro El informe de Brodie: “Mis cuentos….quieren distraer y conmover y no persuadir…”1

 

La genética y otras cosas

 

A propósito de lo mucho que se escribe sobre la singularidad del pueblo haitiano como parte de las Antillas Mayores, es pertinente decir que desde que el pionero austriaco Gregor Mendel, un sabio monje Agustino quien pasada la mitad del siglo XIX creó un conjunto de reglas sobre la genética, los expertos en la materia han comprobado que ella tiene un origen nómada.

La importancia de la genética es considerable al momento de profundizar en el comportamiento de individuos y pueblos enteros. Los genes constituyen uno de los componentes vitales de toda acción de los seres vivos del universo.

A ese propósito señalo, por la amplia vinculación genética de Haití con África, que el gran historiador medievalista, poeta y catedrático en varias universidades francesas  Zakari Dramani-Issifou de Cewelxa ha tratado con profundidad el tema de las migraciones, partiendo de los mitos, creencias, historia y realidades que forman parte de la existencia de los pueblos.

El ilustre académico africano nacido en Benín sostiene en su obra titulada África Genitrix que: “…el África es, gracias a estas migraciones, la fuente fecunda de donde brotó la conciencia de los hombres y un crisol generador de su pensamiento.”2

Pero hay que puntualizar que por ignorancia o mala fe muchos opinantes mal venden la idea de que Haití es un pedazo de África en América.

Es una visión reduccionista de su historia pretender atar a ese pueblo a un simple fenómeno psicosocial de las tribus africanas. La realidad es otra. Las convulsiones históricas de ese país caribeño son el producto de su accidentada formación, sin que ella sea de origen lineal.

 

Militares y políticos

 

Casi en su totalidad los haitianos que han llegado a la cúspide del poder, o han estado en sus proximidades, están en una escala de valoración negativa, a la luz de las convulsiones históricas de su país: Los Duvalier, Daniel Fignolé, Vilbrun Sam y Rosalvo Bobo son algunos ejemplos de los muchos dirigentes políticos y militares que han contribuido al hundimiento en que se mantiene ese país.

Desde Dessalines hasta Jean Claude Duvalier, Haití ha tenido 9 presidentes vitalicios. Dos de ellos también se encasquetaron el título de emperadores y uno de rey. Si se escarba más en el pasado aparecerán otros hechos insólitos.

Por más que se quieran encubrir los hechos nadie discute que los diferentes gobernantes que ha tenido ese país representan una sima de gran calado que pesa como un grueso lastre en ese pueblo, que al día de hoy, y luego de muchos avatares, se asemeja a una nave desvencijada, más que por el tiempo por las magulladuras que ha sufrido.

 

Un falso emperador gringo en Haití

 

En el año 1925, en el golfo de Guanaba, en el oeste haitiano, donde está enclavada  la Isla Gonáve, una caplata (jefa vudú) del lugar se puso de acuerdo con el encargado militar estadounidense de la zona para designarlo como el emperador Faustino II, con cuya pompa se movió durante 4 años.

El motivo de esa “coronación” fue surrealista: el tipo aludido tenía por nombre  Faustin Wirkus. Eso bastó para que se difundiera la idea de que él era la reencarnación de su tocayo el general Faustino Soulouque, quien luego de ser presidente vitalicio de Haití  se declaró el 26 de agosto de 1849 emperador, con el nombre de Faustino I.

La bruja conocida como Ti Memenne, tal vez rodeada por arpías en su altarejo en un altozano de la Gonáve, consideró que ese gringo de origen polaco tenía que ser emperador de esa ínsula montañosa y suelo rocoso, con casi 800 kilómetros cuadrados de tamaño. Así pasó a la historia haitiana. Una absurdidad más.

Tal vez sea una anécdota de García Márquez, o una píldora más de la realidad haitiana, pero él narra en el libro El Olor de la Guayaba, escrito al alimón con Plinio Apuleyo Mendoza, lo siguiente:

“El doctor Duvalier, de Haití, “Papa Doc”. Hizo exterminar todos los perros negros que había en el país porque uno de sus enemigos, para no ser detenido y asesinado, se había convertido en perro. Un perro negro.”3

 

Los indolentes en las convulsiones de Haití

 

Las continuas convulsiones de las últimas décadas en Haití son reflejos directo de lo que ya en el siglo antepasado expresó el gran pensador haitiano Beaubrun Ardouin, cuando se refería a la efervescencia política y social que vivía entonces su país.

Luego de palpar las primeras seis décadas del siglo XIX, comprobar el comportamiento de grupos e individuos, y de analizar detalles intrínsecos de su tierra natal, Ardouin proyectó sus reflexiones hacia el futuro.

A pesar del rechazo que han tenido muchas de las opiniones que dejó Ardouin en su larga serie de notas recogidas en 11 volúmenes bajo el título de Estudios sobre la historia haitiana, nadie puede negar que en lo anterior acertó en la diana.

Ante los múltiples problemas que se van acumulando en Haití hay personajes de plastilina que sólo hacen declaraciones y nada más. Algunos viven agazapados en las llamadas organizaciones no gubernamentales (ongs), creadas como tapadera para sacar beneficios económicos sobre la miseria cada vez más profunda de ese pueblo.

 Se calcula que al día de hoy hay varios millones de habitantes de Haití que  subsisten con permanente falta de alimentos, inclinándose su calamitosa situación hacia una emergencia catastrófica.

 Los que dentro y fuera de Haití no ayudan a paliar la miseria de la mayoría de su población hacen recordar las reflexiones del sabio español Miguel de Unamuno cuando se refería a los sujetos pensantes que temerosos de mirar el rostro de la esfinge preferían contarles los pelos del rabo.

Respecto a lo anterior, una cosa es la creación fantasmagórica del demonio de destrucción que en la mitología griega se le atribuyó en principio a Hesíodo, y que dicho sea de paso el escritor y miliciano romano apodado Plinio el Viejo la caracterizó con un pelaje pardo en las profundidades del reino de Abisinia. Otra cosa muy diferente es el destino de millones de seres humanos con una existencia precaria, destinados a vivir y morir en condiciones de extrema adversidad, como es la realidad de Haití.

 

La invasión americana en Haití (1915-1934)

 

Las convulsiones haitianas del primer lustro de la segunda década del siglo pasado, protagonizadas por personajes como Cincinnatus Leconte (objeto de magnicidio como su bisabuelo Dessalines), los hermanos Zamor, Jean Vilbrun Guillaume Sam, Rosalvo Bobo y otros, fueron la excusa invocada en el 1915 por el presidente estadounidense Woodrow Wilson para ordenar al contralmirante William Banks Caperton que dispusiera que tropas a bordo del portaaviones US Washington ocuparan Haití.

Allí se quedaron durante 19 años. Designaron presidentes títeres como Philippe Sudre Dartiguenave, Louis Borno, Louis Eugene Roy y Sténio Vincent, pero los  reales gobernantes de aquel país eran los comandantes militares estadounidenses de turno.

Poderosos grupos empresariales de los Estados Unidos de Norteamérica obtuvieron grandes beneficios durante la ocupación de Haití, empobreciendo aún más a su población y dejando secuelas negativas de tipo militar y una larga estela de crímenes a mansalva, tal y como está comprobado en documentos.

El 10 de julio del año 1920 Herber J. Seligman, entonces Secretario Ejecutivo de La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (fundada en EE.UU. en el 1909), publicó en el famoso semanario estadounidense The Nation una denuncia que nunca pudo ser desmentida por los acusados:

“Se han construido campamentos militares por toda la isla. Se ha incautado la propiedad de los indígenas para uso militar. Durante un tiempo, se disparó sin previo aviso contra cualquier haitiano visto con arma de fuego. Se disparó con ametralladora contra multitudes de nativos desarmados…”4

 La historiadora haitiana Suzy Castor hizo una amplia radiografía sobre lo que ha significado, en términos negativos para su país, el período de ocupación estadounidense que abarcó del 1915 al 1934, y que ella le atribuye ser 23 años después la conexión directa con el surgimiento de la larga dictadura de los declarados presidentes vitalicios Duvalier, padre e hijo.

En su obra titulada La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934) la profesora Suzy Castor plantea, entre muchas otras cosas, que esa ocupación dejó en Haití: “…estructuras de dependencia, un reacondicionamiento de las fuerzas sociopolíticas y la implementación de un sistema bastardo de “democracia representativa.”5

La historia corrobora que los hechos aparejados con esa invasión han sido la principal fuente generadora de muchas de las desgracias que ha sufrido el pueblo haitiano en los últimos 105 años de su existencia.

 

Manuel Rueda y Makandal

 

Queda mucho que decir sobre Haití. Ahora es válido citar al poeta dominicano Manuel Rueda, quien en su libro titulado Las metamorfosis de Makandal, al evocar a ese valiente esclavo cimarrón que se alzó varias veces en las montañas del noroeste haitiano, escribió:

 “Pero ahí están los llantos/y las planicies desoladas/con su capa de polvo/y sus miserias. Veréis la muerte oculta/en tantas carnazones que revientan/ aguas de las galeras volcadas en las costas/ que esperan su dolor/ la cosecha del dolor en surcos que se ahondan/ todos sangre y dolor/dolor y sol/en mediodías que no acaban.”6

 

Aimé Césaire habló muy claro

 

Dicho lo anterior es pertinente señalar (por su vinculación con las convulsiones históricas en Haití) que el poeta, político y escritor martiniqueño Aimé Césaire tronó en el 1950, en un lúcido ensayo que contiene una crítica al nefasto sistema colonial implantado en el Caribe insular por varios países europeos.

Césaire se refiere en ese escrito de antología a un tal reverendo Barde quien desde un púlpito con ornamentos de fementido cristianismo (y obviamente con alma de ofidio y sin haber leído el Sermón que en el 1511 pronunció en la ciudad de Santo Domingo el valiente sacerdote Fray Antón de Montesinos) inculcaba a sus idiotizados feligreses que si los bienes de este mundo “permanecieran indefinidamente repartidos, como ocurriría caso de no haber colonización, no responderían ni a los designios de Dios, ni a las justas exigencias de la colectividad humana.”7

Esta serie de 5 crónicas sobre las convulsiones históricas de Haití es sólo un simple aporte. Por ello me acojo para cerrarla al criterio del historiador y sociólogo holandés Harry Hoetink, quien en su ensayado titulado África y el Caribe: Los vínculos culturales, expone que:

“La exploración de los vínculos culturales entre el área del Caribe y África durante el período 1600 a 1850, exige una destreza en el arte de sintetizar que acaso supere mis posibilidades…”8

 

Bibliografía:

1-El informe de Brodie. Editorial Emecé, 1970. Jorge Luis Borges.

2-África Genitrix.AGN. Volumen  238. P76.Editora Búho, 2015. Zakari Dramani-Issifou de Cewelxa.

3-El olor de la guayaba. Editorial Bruguera, 1982. P85. Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza.

4- Semanario The Nation, New York, EE.UU., 10 de julio de 1920. Herber J. Seligman.

5-La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934). Siglo Veintiuno Editores, 1971.P199. Suzy Castor.

6-Las metamorfosis de Makandal. Ediciones BCRD. Segunda edición,1999.P18. Manuel Rueda.

7-Fragmento del discurso sobre el colonialismo, pronunciado en el 1950. Aimé Cesáire.

8-Santo Domingo y el Caribe.SDB. Editora Serigraf,2011.P129.Harry Hoetink.

Publicado el 16 de enero del año 2021.

 

 

 

sábado, 9 de enero de 2021

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (IV) SOULOUQUE Y PIERROT

 CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (IV) SOULOUQUE Y PIERROT

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Desde los primeros meses de la histórica Revolución Francesa del año 1789 se abrió en Haití, en su condición de territorio sometido a un régimen de esclavitud, una larga y sangrienta etapa de luchas raciales, económicas, políticas y sociales.

La yesca haitiana, o para decirlo de otro modo, la debilidad orgánica del régimen colonial y esclavista que imperaba en la referida colonia (falencia nacida de la creencia de los esclavizadores de que serían eternos) contribuyó en mucho a que la pradera se incendiara sin muchas dificultades.

Varios historiadores haitianos han coincidido en describir como dramáticas las enconadas disputas que entonces libraron grupos que fueron clasificados como “grandes blancos”, affranchís (que eran los mulatos oligarcas), negros libres, “pequeños blancos”, mulatos y esclavos.

Juan Bosch, en su obra Composición Social Dominicana, al referirse a la convulsión de marras, y partiendo de los datos que arrojan las estadísticas económicas de entonces sobre el cada vez más activo intercambio comercial que desde mediado del siglo 18 había entre las dos partes en que se divide la isla de Santo Domingo, puntualizó lo siguiente: 

“El pueblo dominicano se hallaba frente a una fuerza ingobernable que destruía en un momento las mejores perspectivas del país. Pero esta vez el golpe iba a ser seguido por muchos otros; la historia dominicana iba a entrar en un proceso rápido, arrastrada por los acontecimientos desatados en Europa por la Revolución francesa y en la Isla por la revolución haitiana…de ese proceso saldría al fin nuestro pueblo agotado y a punto de desaparecer.”1

Como en cualquier lugar del mundo, todas las convulsiones ocurridas en la historia haitiana tienen un por qué, aunque no hay consenso en trazar una  causa exclusiva como fuente primigenia de las mismas.

Ejemplo de lo anterior es la opinión que sostuvo en el 1895 el prócer dominicano Pedro Francisco Bonó, desde la tribuna de su llamado Congreso Extraparlamentario, al referirse a las hostilidades de los haitianos contra los dominicanos:

“Haití tiene por base inquebrantable de su conservación y progreso, el exclusivismo de una raza; la negra, única objeto de sus amores y predilección…”2

Prueba de que lo anterior era verdad, aunque no una verdad exclusiva, fue el genocidio que en febrero, marzo y abril del año 1804 cometieron, por órdenes de Jean-Jacques Dessalines, cuadrillas de negros armados contra los blancos, nacidos o no en Haití.

Ya antes habían ocurrido hechos similares, como por ejemplo el incendio que en el 1791 hicieron del poblado de Plaine du Cap, masacrando a todos los blancos, sin importar edades o sexos.

En esa misma línea de crímenes en masa hay que ubicar a los colonizadores blancos que en Haití arrasaron con familias completas de negros. Se había desatado un incontenible odio mutuo.

Los blancos que en Haití mantenían la esclavitud de los negros, y dominaban el comercio y la economía en general, fueron los iniciadores de esa tragedia cuyas heridas jamás se han cicatrizado en el cuerpo social de ese país.

Tal vez sirva para establecer el nivel de animadversión racial que existía en aquel país la famosa expresión del principal asistente de Dessalines, el escritor e historiador Louis Félix Mathurin Boisrond-Tonnerre, quien el primero de enero de 1804 dijo con mucha solemnidad, y convencido de la trascendencia de sus palabras, que:

 “¡Para nuestra declaración de independencia, deberíamos tener la piel de un hombre blanco como pergamino, su cráneo como tintero, su sangre como tinta y una bayoneta como pluma!”

Dos años y meses después de esa terrible declaración de Boisrond-Tonnerre (específicamente a los pocos días de que se produjo el magnicidio de su jefe Dessalines), ese brillante pero obnubilado hombre de letras, educado en París y sobreviviente de un rayo que partió en dos su cuna infantil, fue asesinado en una celda carcelaria el 24 de octubre de 1806.

Muchas de las cosas que han ocurrido en la historia de Haití no pueden disociarse de su dramático pasado. Se trata, en parte, de lo que  Pedro Francisco Bonó describió en el 1895: “Haití conquistó su libertad devastando e incendiando su mismo suelo…extinguió por odio dos razas de su suelo, la blanca y la mezclada, tal vez se justificaba con los precedentes y con la barrera que querían poner a la esclavitud…”3

Un siglo y medio después de esas expresiones del referido héroe restaurador dominicano las mismas se pueden aproximar a las reflexiones del intelectual brasileño Ricardo A. S. Seitenfus, quien en su obra titulada Reconstruir Haití: entre la esperanza y el tridente imperial, publicada en el 2016, señala que:

“Hijo bastardo e indeseable de una colonización prometedora, transformado con el proceso de independencia en catástrofe traumática, el Occidente  se esfuerza por ahuyentar de su horizonte cuanto se refiera al colonialismo y, en particular, a Haití…La Revolución Haitiana fue percibida por Occidente como absurda e inaceptable…”4 

El repaso de los hechos del pasado permite decir que ningún pueblo ha comenzado su andadura institucional con una pizarra de superficie limpia. Por eso es válido decir que también en Haití hubo presidentes como Soulouque,  Pierrot y otros que gobernaron en medio de los rutinarios torbellinos que han jalonado la historia de ese país.

 

Faustino Soulouque

 

Faustino Soulouque, de raza mandinga, nació en un valle rústico de Petit-Goáve, en el oeste haitiano. Fue presidente y emperador de Haití, mostrando como su principal condición para llegar a la cima del poder su actitud despiadada. Fue un pertinaz enemigo de la República Dominicana.

 En más de una ocasión tanto Soulouque como Pierrot trasladaron hacia acá, con grandes daños, las sangrientas convulsiones que se vivía en Haití cuando ellos ejercieron sus respectivos mandos presidenciales.

Los muchos agravios que cometieron contra el pueblo dominicano fueron consecuencias de la ambición y el interés particular y grupal de ambos individuos. Los dos fueron de los más ardientes valedores de la absurda idea de que la isla de Santo Domingo no podía estar dividida en dos Estados.

 Uno de los hechos más abominables de Soulouque comenzó el primero de mayo de 1849, cuando firmó el funesto decreto de invasión del territorio dominicano.

En esa excursión armada, como en otras, ese siniestro personaje salió derrotado. Es pertinente resaltar que en las operaciones militares de ese año, en defensa de la soberanía nacional, participaron en apoyo a las tropas en tierra las unidades de la flota dominicana identificadas como la fragata Cibao, el bergantín 27 de Febrero, y las goletas General Santana y Constitución.

Mediante ese zafarrancho de combate se comprobó otra vez la pericia naval del general Juan Bautista Cambiaso, del coronel Juan Alejandro Acosta, del comandante Simón Corso y del capitán  Ramón Gonzales.

Los registros históricos recogen que ante la ausencia de fuerzas navales enemigas, las cuales quedaron detenidas en el Cabo Mongó, en el litoral caribeño del país, el glorioso Cambiaso ordenó que los barcos de guerra dominicanos se colocaran en línea de batalla en la demarcación marina azuana, a distancia que les permitieran usar con efectividad sus cañones para impedir el paso, en formación recta, de las tropas lideradas por el presidente de Haití Soulouque, las cuales según informes de espías pretendían ocupar lugares estratégicos de la zona.

Fue una táctica de guerra efectiva. Los intrusos, bajo el mando militar del mismo Faustin Soulouque y del general Jean Francois Jeannot, luego de su sufrir continuas derrotas, tuvieron que internarse usando vericuetos en el lomerío que forma parte de la Sierra de Ocoa, en la vertiente sur de la Cordillera Central.

De allí bajaron para ser derrotados en el desfiladero de El Número y en la llanura de Las Carreras.

 

Jean-Louis Pierrot

 

Jean- Louis Pierrot vio la luz por primera vez en la aldea llamada Acul-du-Nord, una tierra rocosa, pero con arroyos que se asemejan a ríos, situada en el norte montañoso de Haití. Al igual que el mencionado Soulouque fue un enemigo declarado de la República Dominicana.

Es válido decir que cuatro años antes de la referida invasión fallida de Soulouque resultaron aciagas para la flotilla del entonces país enemigo de la República Dominicana las disposiciones contenidas en la circular No. 20, emitida el 26 de noviembre de 1845.

En dicho oficio militar, expedido en la ciudad portuaria de Cabo Haitiano, firmado por un almirante, cumpliendo órdenes del presidente Jean-Louis Pierrot, se ordenó que varios barcos de guerra haitianos, formando un convoy que creyeron invencible, zarparan hacia el litoral atlántico dominicano: “a fin de combatir los buques de los insurgentes hasta su exterminio…”

El historiador José Gabriel García señala, en su obra titulada Guerra de la Separación Dominicana, que al margen del contenido de la referida circular los intrusos tenían órdenes expresas de que: “una vez posesionados de cualquier punto que fuera, y como si los dominicanos no tuvieran alma en el cuerpo, las hordas haitianas deberían pasar a cuchillo a todos los dominicanos: los varones sin excepción de persona…La tropa desenfrenada se entregaría al pillaje, lo que les había ofrecido en premio a sus servicios.”5

Es  correcto señalar que el presidente Pierrot trasladó la sede de su gobierno a la ciudad atlántica de Cabo Haitiano, lo cual causó gran disgusto a la élite de Puerto Príncipe, que sentía así disminuida su urbe.

El motivo que alegó dicho mandatario para abandonar junto a sus ministros la histórica capital situada frente a una hermosa bahía del occidente haitiano fue la sospecha de que sus poderosos enemigos podían atentar contra su vida en el mismo interior del palacio presidencial.

La desconfianza era uno de los puntales en las actuaciones políticas y militares de Pierrot. Tal vez por haberse forjado en la manigua.

Gran parte de su vida adulta la pasó vadeando ríos, moviéndose entre valles intramontanos o picos de montañas, tomando atajos o transitando por caminos desconocidos, oyendo hablar de casamata, pero pernoctando debajo de árboles.

Reseñas del pasado haitiano recogen la curiosidad de que él mantenía a sus escoltas en estado de revista. Siempre al asecho de enemigos.

Lo anterior permite tener una clara idea del alto nivel de tensión que existía en Haití, donde el principal jerarca militar y político no se sentía seguro ni siquiera en los aposentos del edificio donde descansan los resortes del poder ejecutivo.

Es importante recordar que el susodicho general Pierrot fue el mismo que en marzo de 1844 invadió la parte norte de la República Dominicana.

El propio Pierrot que ante su fracaso invasor, luego de atravesar el río Yaque del Norte con más de 10 mil militares con potentes armas de uso individual y decenas de piezas de artillería pesadas y ligeras, le dirigió el 31 de marzo de 1844 una comunicación al victorioso general dominicano José María Imbert, recibiendo respuesta inmediata en estos términos: “Siempre justa, siempre firme y generosa, la República Dominicana no fomentará una guerra civil y de exterminación, aunque el éxito a su favor no puede de ningún modo ser dudoso…”6  

El mismo Pierrot que luego de ser derrotado militarmente en la ciudad de Santiago de los Caballeros, y llegar en estado de sofocación a Cabo Haitiano, aprovechó la gran división que había en el gobierno de turno en su país e inició una asonada militar contra Charles Riviére-Hérard, el hombre de Praslin, logrando expulsarlo de la poltrona presidencial con el abierto apoyo de la élite mulata poderosamente anclada en Puerto Príncipe, Jacmel, Jéremie, Les Cayes y otros pueblos del sur y el oeste de Haití.  

El general Pierrot y su cuerpo de oficiales asesores pudieron entenderse con una parte de los mulatos porque en esos momentos imperaba una especie de tregua racial, en razón de que se les daba principalía a otros factores tan comunes en la convulsa historia haitiana.

El historiador Jean Price-Mars analizó ese acuerdo coyuntural así: “…la oposición de clases cuyo símbolo era el color de la piel y que por su origen se remonta a la formación social de la comunidad haitiana, estaba relegada a un segundo término, si bien no al olvido.” Más adelante expresa que el defenestrado Boyer “…había logrado hacer de la República de Haití una unidad política en la que reinaba un silencio voluntario sobre tales distinciones.”7 

 

Esa etapa convulsa de la historia haitiana se amainó cuando el depuesto mandatario Charles Riviére-Hérard fue enviado en calidad de exiliado a Jamaica. Era la misma ruta hacia Kingston que un año y meses antes él le había impuesto al presidente Jean- Pierre Boyer, a Incinac y a otras figuras destacadas del gobierno boyerista.

En esa ocasión se escogió como presidente de Haití, por pura conveniencia de las partes protagónicas, a un general retirado, analfabeto, anciano y enfermo de nombre Philippe Guerrier, a quien le quedaban 11 meses de vida.

Poco antes del ascenso de Guerrier al gobierno sus partidarios habían protagonizado en Puerto Príncipe una acción armada encabezada por el bravo oficial Dalzon, que fue dominada con una matanza que dejó las principales calles de la capital haitiana tintas de sangre.

Al día siguiente de la muerte del presidente Guerrier, el 16 de abril de 1845, el Consejo de Estado escogió para sustituirlo a Pierrot, quien nunca cesó en su inquina contra la República Dominicana.

 

Bibliografía:

1-Composición social dominicana. Décimo cuarta edición. Editora Alfa y Omega, 1984.P175.Juan Bosch.

2-Papeles de Pedro Francisco Bonó. Editora del Caribe, 1964. P42. Editor Emilio Rodríguez Demorizi.

3-Apuntes para los cuatro ministerios de la República. Santiago de los Caballeros, 8 de mayo de 1857. Pedro Francisco Bonó.

4-Reconstruir Haití: entre la esperanza y el tridente imperial. Impresora Soto Castillo, 2016.Red de bibliotecas virtuales de Clacso.Pp45 y siguientes. Ricardo A. S. Seitenfus.

5-Guerra de la Separación Dominicana. Documentos para su historia. Obras completas. Editora Amigo del Hogar, 2016.Volumen 3.P66. José Gabriel García.

6-Carta del general Imbert al general Pierrot. 31 de marzo de 1844. Cuartel General de Santiago.

7-La República de Haití y la República Dominicana. Tomo I. Editora Taller, 2000.Pp294 y 295. Jean Price-Mars.

Publicado 9-enero-2021.www.DiarioDominicano

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (III). BOYER Y GEFFRARD

 

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (III). BOYER Y GEFFRARD

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Cuando Francia y España firmaron el llamado Segundo Tratado de San Ildefonso, en el año 1796, en el que acordaron llevar a cabo una política militar conjunta frente al entonces Imperio Británico, éste intensificó sus acciones en el Mar Caribe y las islas que en él están situadas.

Pocos años después de dicho acuerdo, y tal vez conectado con el mismo, las luchas de los esclavos que en Haití se alzaron con justos motivos contra los esclavistas, a finales del siglo 18 y principios del 19, provocaron oleadas de emigraciones hacia otros lugares.

Por las graves convulsiones de entonces decenas de familias francesas que vivían en Haití fueron a establecerse a Higüey, otrora la más oriental población dominicana.

El jurista y ensayista Luis Julián Pérez lo narra así en su libro Santo Domingo frente al Destino:

“Algunos de los franceses que lograron salvarse, vinieron a refugiarse a territorio dominicano y no se sintieron seguros sino hasta alcanzar el último rincón, el más lejano de aquel escenario de muerte y de tragedia; muchos de ellos fueron a parar a Higüey, el lugar más remoto desde la frontera…”1

Aquello era el comienzo de dramáticos acontecimientos que se producirían desde entonces hasta el presente en el país más cercano a nosotros.

En los primeros días del año 1801 Haití estaba viviendo una de sus más notorias convulsiones históricas.

Pasado el ecuador del mes de enero del referido año, bajo el pretexto de una interpretación antojadiza del tratado de Basilea firmado entre Francia y España, los jefes militares rebeldes haitianos Toussaint Louverture, Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe y otros cometieron grandes matanzas en la ciudad de Santo Domingo y otras que forman el paisaje toponímico dominicano.

Esa incursión armada fue, sin quizás, una de las primeras manifestaciones demostrativas del gran daño que siempre han causado las conmociones sociales haitianas al territorio y a los habitantes que desde el 1844 forman la República Dominicana.

Un hecho de gran trascendencia para el futuro de Haití ocurrió cuando el hábil general Jean Pierre Boyer decidió unificar ese país, el cual estaba dividido en dos gobiernos desde el magnicidio de Jean-Jacques Dessaline, ocurrido en el extrarradio de Puerto Príncipe el 17 de octubre del 1806.

Con motivo de la muerte por enfermedad, el 29 de marzo de 1818, del presidente que dirigía la parte Sur de Haití (que incluye su capital, Puerto Príncipe) Alexandre Pétion, el Senado haitiano escogió al relativamente joven Boyer en lugar del general Jerónimo Borgellá, que era el favorito de la élite mulata gobernante; incluso preferido del mismo difunto Pétion. Fue una designación contra todo pronóstico.

Al suicidarse el emperador Henri I, el 8 de octubre  del 1820, en su palacio de Sans Souci, en Milot, al norte montañoso de ese país, el general Boyer decidió unificar Haití bajo su mando, para lo cual utilizó la mezcla de inteligencia, agudeza, mordacidad y eficacia que lo caracterizaban.

Al margen de la elevada astucia utilizada por esa mente brillante que fue Boyer, no fueron pocas las rebeliones que se llevaron a cabo en varios lugares del septentrión del país vecino. En esa convulsa etapa corrió mucha sangre en pueblos como Cabo Haitiano, Port- de-Paix, Fort- Liberté, Gonaives, Mermelade, Trou-du Nord y otros.

Pero ese acontecimiento, que tuvo categoría de terremoto político, social y económico en Haití, desembocó dos años después, 1822, en la ocupación del territorio oriental de la isla de Santo Domingo, la cual  se prolongaría por más de dos décadas, hasta que el 27 de febrero de 1844 los intrusos haitianos fueron expulsados por los dominicanos.

La ocupación del territorio del entonces Santo Domingo español por parte de Haití, que marcó un antes y un después en la historia latinoamericana, fue para algunos historiadores haitianos (Thomas Madiou, Beaubrun Ardouin, Jean Price Mars, etc.) un acto de complacencia ante supuestas peticiones hechas dizque por figuras relevantes de la vida pública de la parte oriental de la isla de Santo Domingo; mientras que historiadores dominicanos del calibre de José Gabriel García enarbolan, con toda la razón, que ese hecho de barbarie se trató de una imposición, aunque para ello Boyer utilizó todo su arsenal persuasivo para captar simpatías envolviendo sus designios en promesas de bienestar colectivo.

Jean Pierre Boyer, un mulato nacido en Puerto Príncipe que nunca fue esclavo, gobernó la República de Haití del Sur desde el 30 de marzo de 1818 hasta el 9 de febrero de 1822, y con la unificación que luego hizo de la parte Norte se mantuvo en el poder durante 25 años (hasta el 13 de marzo1843) cuando fue obligado por sus enemigos a exiliarse.

Desde el año 1822 dirigió con puño de hierro la isla de Santo Domingo completa, desde Jérémie, en la punta más al suroeste de Haití hasta Cabo Engaño, en el extremo más al oriente de la República Dominicana.

Boyer luchó junto a Louverture contra los franceses, luego estuvo al lado del general Leclerc combatiendo a su antiguo socio. En medio del fragor de los combates, tal vez al observar que la suerte de las armas no era favorable a los colonialistas, se pasó al bando de los rebeldes bajo las órdenes de Pétion, en cuyo gobierno desempeñó con eficiencia varias funciones, y finalmente lo sustituyó con motivo de su muerte, víctima de la fiebre amarilla.

La agitación que en el año 1843 vivió la vida pública haitiana fue vinculada por la potencia colonial que entonces era Francia con el destino de lo que meses después sería la República Dominicana.

Así se comprueba al examinar la correspondencia de Juchereau de Saint- Denis, a la sazón cónsul francés en Santo Domingo.

Al analizar las comunicaciones enviadas y recibidas por dicho representante consular se observa que quien para la época controlaba las operaciones gubernamentales de Francia, el hábil político y minucioso historiador Francois Guizot, temía que si Haití perdía el territorio que usurpaba en la parte oriental de la isla de Santo Domingo corría peligro el pago de la deuda que se le había impuesto por independizarse de Francia en el 1804.

Guizot veía el asunto desde un ángulo exclusivamente crematístico. El tenía informaciones precisas sobre los grandes beneficios que recibía Haití del expolio que hacían sus dirigentes en el territorio dominicano.

Guizot no era cualquier persona, pues además de Ministro de Negocios Extranjeros en la realidad suplantó en el mando al monarca de formación jacobina Luis Felipe I, llamado “el rey de las barricadas”, que estaba dedicado a muchas otras cosas, menos a ejercer sus tareas como símbolo de la Unidad de Francia.

Era un caldo bien pesado el que se movía entonces en esta área del mundo. En su comunicación del 25 de enero de 1843 el cónsul de Francia en Haití, Auguste Levasseur (creador de un plan que lleva su apellido, mediante el cual buscaba la incorporación de nuestro país al suyo), hizo una descripción amplia de lo que estaba ocurriendo en términos de convulsiones económicas, políticas y sociales en Haití, pero con una extrapolación hacia lo que un año después sería la República Dominicana.2

El conjunto de las opiniones de Guizot, Levasseur y Juchereau de Saint- Denis demuestra que era de grandes dimensiones, y con notorias divergencias, el laborantismo previo a la independencia dominicana. La recopilación de ellas permite analizar la multiplicidad de intereses que confluían en esta zona caliente del Caribe insular.3

El traspaso hacia la República Dominicana de las convulsiones históricas que se produjeron en cascada en Haití en el año clave de 1845 tal vez estuvo estimulado en parte por la visión que de los dominicanos se formaron gente como Rafael Arístegui Vélez, mejor conocido como el Conde Mirasol (el mismo que ordenó construir ese año el famoso fuerte de la isla Vieques que lleva su título nobiliario), quien desde Puerto Rico, donde ejerció como gobernador colonial durante los años 1843-1847, envió sus opiniones negativas a la corona española sobre la viabilidad de la independencia dominicana:

“El Gobierno de  Santo Domingo es gobierno porque lleva el nombre de tal, pero que su cimiento es costal de plumas que espera el viento para llevarlo a puerto de salvación…”4

Ha habido etapas en la agitada vida pública de Haití que algunos de sus dirigentes hasta han proyectado desde allí una suerte de solidaridad hacia los intereses del pueblo dominicano, siendo eso una falsedad total.

Así lo hizo, por ejemplo, en los tiempos de la nefasta Anexión a España, uno de los presidentes declarados vitalicios de ese país, Fabre Nicolas Geffrard, también conocido como el Duque de Tabara, quien con un comportamiento ambivalente (al estilo de los flamencos con sus levantamientos indistintos de patas) fingía defender  con sinceridad la causa de los restauradores dominicanos, pero en cada ocasión esa proclamada solidaridad se iba deslavazando hasta que quedó al descubierto su verdadero objetivo.

El historiador estadounidense Charles Christian Hauch, conocedor de los entresijos de la política caribeña, en su calidad de jefe que fue de la división de Asuntos Centroamericanos y del Caribe de los EE.UU., explica muy bien el trasvase de las convulsiones haitianas hacia la República Dominicana.

En su sexto discurso al Congreso el presidente estadounidense James Monroe proclamó en el 1823 la Doctrina que lleva su apellido, elaborada por el Secretario de Estado de su administración, y futuro presidente John Quincy Adams, la cual consideraba hostil cualquier intervención de una potencia de Europa en América y permitía la represalia militar de su poderoso país. Era la famosa consigna de “América para los americanos.”

Empalmado con lo anterior, y aunque parezca a simple vista una exageración, el referido señor Hauch escribió en el 1942, para su tesis doctoral en la  Universidad de Chicago, que con relación a nuestro país Haití ha tenido como parte de la estrategia para su propia existencia una especie de “Doctrina de Monroe en miniatura.”5

Del presidente haitiano Fabre Nicolas Geffrard, dotado de gran inteligencia y un buen bagaje intelectual, hay que decir que todavía hay algunas personas que creen que apoyó con sinceridad a los restauradores dominicanos.

 La verdad fue que su único objetivo era impedir que Haití fuera fagocitado por la otrora potencia colonial española, cuya soldadesca había vuelto a imponer sus poderes en la parte oriental de la isla de Santo Domingo.

Lo anterior dicho al margen de que Geffrard hasta llegó a proclamarse partidario de una confederación antillana, varios años antes de que Eugenio María de Hostos popularizara esa idea de unidad caribeña.

Es oportuno precisar que el gran educador puertorriqueño Hostos estaba imbuido de un sentimiento de amor colectivo para todos los antillanos, muy diferente a los propósitos que se anidaban en la mente maquinadora del gobernante haitiano.

El gobernador anexionista español José de la Gándara Navarro (31 de marzo de 1864-11 de julio de 1865) incluso describe al presidente Geffrard con vocación de ser un gran líder antillano fusionando la República Dominicana con Haití y en una segunda fase aspiraba a formar una confederación con Puerto Rico, Cuba y otras islas cercanas. Obviamente bajo su dirección.6

La realidad es el crisol de la verdad. La abundante documentación relacionada con el gobierno de Geffrard, así como los partes militares de los anexionistas españoles y de los restauradores dominicanos demuestran más allá de toda duda razonable que no pocas veces él hizo creer que estaba a favor de  la restauración de la soberanía de la República Dominicana, dando apoyo con armas y alimentos a los insurgentes, pero al mismo tiempo se entendía con los jefes políticos y militares ocupantes.

Geffrard nació en la aldea de Anse-á-Veau, cercana a la ciudad de Miragoane, en el suroeste de Haití. Formó parte de la corte del emperador de opereta Faustino I, pero luego participó en una conjura en su contra que dio al traste con sus ímpetus imperiales. Devolvió al gobierno haitiano sus órganos republicanos y se proclamó jefe supremo e indiscutible.

Geffrard se mantuvo en el poder en Haití, a título de presidente vitalicio, desde el 15 de enero de 1859 hasta el 13 de marzo de 1867, cuando salió exiliado a Jamaica, donde murió el 31 de diciembre de 1878.

Frente a las constantes derrotas que a partir de febrero de 1844 sufrieron los haitianos de parte de los gloriosos combatientes independentistas dominicanos los dirigentes militares, políticos y económicos del país vecino comprendieron que era imposible para Haití volver a controlar a la República Dominicana y por lo tanto se imponía buscar otras fórmulas que les permitieran mantener  abierta esa especie de válvula de escape vital para ellos no asfixiarse.

En su rol de investigador de la historia de las relaciones domínico-haitianas Joaquín Balaguer señala en su obra La isla al revés, Haití y el destino dominicano, que “…el fracaso de las invasiones organizadas por Soulouque, convencieron a los gobernantes haitianos de que Santo Domingo no podía ya ser dominado por la fuerza, y que era forzoso recurrir a otros medios…La táctica de los gobiernos de Haití consistió entonces en favorecer la penetración pacífica del territorio dominicano y adueñarse paulatinamente de zonas enteras del territorio fronterizo…”7

 

Bibliografía:

1-Santo Domingo frente al Destino. Fundación Universitaria Dominicana, 1990. P134. Luis Julián Pérez.

2-Comunicación de Auguste Levasseur a Francois Guizot. 25 de enero de 1843.

3-Correspondencia del cónsul de Francia en Santo Domingo (1844-1846). AGN, 1944. Editor Emilio Rodríguez Demorizi.

4-Relaciones domínico-española.ADH,1955.P40.Recopiladores Emilio Rodríguez Demorizi y otros.

5-La República Dominicana y sus relaciones exteriores 1844-1882. Editado por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1996. Charles Christian Hauch.

6- Anexión y guerra de Santo Domingo. Vol. I.Pp402 y siguientes. José de la Gándara Navarro.

7- La isla al revés, Haití y el destino dominicano. Editora Corripio, 1984.P31. Joaquín Balaguer.

Publicado el 2-enero-2021.www.Diario Dominicano.

viernes, 1 de enero de 2021

MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ

 

MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El primer magnicidio que registra la historia de la República Dominicana se produjo el 27 de febrero de 1845, en siniestra coincidencia con el primer aniversario de la Independencia Nacional.

La víctima fue la heroína y mártir María Trinidad Sánchez, quien nació en la ciudad de Santo Domingo el 16 de junio de 1794, es decir que a la hora de su trágica muerte tenía 50 años de edad.

Fue fusilada por órdenes del déspota Pedro Santana, en medio de la lucha que libraban conservadores y liberales por controlar el poder en la recién nacida República Dominicana.

El historiador Carlos Nouel Pierret, de profunda raigambre conservadora, prefirió atribuir tan horrendo crimen a una “responsabilidad colectiva”. Era una manera de no establecer la carga histórica de nadie en particular.

Así se han tejido muchas mentiras y se han ocultado culpabilidades sobre hechos del pasado dominicano.

La realidad era que sólo el presidente Santana tenía potestad para ordenar ese magnicidio, haciendo uso y abuso del fatídico artículo 210 que él obligó a injertar en la Constitución del 6 de noviembre de 1844, como un traje a su medida para convertir sus abusos en material de impunidad.

 El asesinato de María Trinidad Sánchez, disfrazado de mandato judicial, fue el comienzo de muchos crímenes contra todos los que no se prosternaban ante la voluntad cerril del hombre que 16 años después entregó la soberanía nacional a España, en la nefasta Anexión.

En la enciclopédica obra Historia de la Cultura Dominicana su autor, Mariano Lebrón Saviñón, señala que el 27 de febrero de 1845 junto a María Trinidad Sánchez “murieron su sobrino Andrés Sánchez, herrero de oficio; el alférez de artillería Nicolás de Bari y el albañil venezolano José del Carmen Figueroa, quien lidió en la independencia dominicana.”

Y dice más al respecto el ilustre médico, poeta, escritor y lingüista Lebrón Saviñón: “María Trinidad Sánchez murió con entereza. Rechazó el perdón que se le ofrecía al precio de delatar a sus compañeros de conspiración…”1

Diversas crónicas de antaño registran que en la víspera del fusilamiento de María Trinidad Sánchez un poderoso personaje del gobierno (Tomás Bobadilla Briones), más como añagaza que como sincero quid pro quo, se le acercó a la heroína para ofrecerle el perdón de su vida a cambio de que ella delatara a sus compañeros de conspiración.

Frente a esa indecorosa propuesta la respuesta tajante de ella finalizó así: “Ellos son más útiles que yo a la causa de la República. Prefiero que los ignoren y se cumpla en mí la sentencia.”

María Trinidad Sánchez tuvo una destacada participación en las actividades de La Trinitaria, cantera de donde surgió el proceso que culminó con la Independencia Nacional.

Ella fue una fervorosa seguidora de los ideales de Juan Pablo Duarte y valedora de su sobrino, el patricio Francisco del Rosario Sánchez, así como de otros patriotas que organizaban al pueblo para alumbrar la República Dominicana.

La primera heroína y mártir dominicana desafió, con sus hechos comprobados, las órdenes emitidas por el presidente del país (Haití) ocupante del nuestro, el general Charles Riviére-Hérard.

 Protegió a todos los perseguidos que pudo y realizó tareas organizativas en medio de los enemigos, con graves riesgos de su vida.

María Trinidad Sánchez también participó en la confección del lienzo tricolor que simboliza la dominicanidad, conjuntamente con Concepción Bona, María de Jesús Pina e Isabel Sosa.

El primero que escribió sobre el talante decidido de María Trinidad Sánchez fue el trinitario José María Serra, quien en unos apuntes memoriosos consignó los ingentes esfuerzos desplegados por esa gran dominicana para que los sueños de Duarte y sus partidarios se convirtieran en realidad.

Describe Serra que en sus afanes patrióticos, antes y después del trabucado de Mella en la Puerta de la Misericordia, ella “en sus propias faldas conducía pólvora.”2

 Es importante señalar, para mejor entender el contexto socio-político-religioso y cultural en que ella se desenvolvió, que además de su devoción religiosa María Trinidad Sánchez tenía conocimientos generales que sobrepasaban a los de la mayoría de  los hombres y mujeres de entonces, tal y como coinciden todos sus biógrafos.

En efecto, el reputado historiador Vetilio Alfau Durán en su obra Mujeres de la Independencia al referirse a ella apunta lo siguiente: “Mujer de bastante instrucción para su época, a ella debió su sobrino Francisco del Rosario Sánchez su iniciación en los estudios elementales.”3

Como María Trinidad Sánchez era una católica de acrisolada fe en sus creencias, y se le reconocía haber leído textos filosóficos y religiosos en el convento e Iglesia de Santa Clara, bajo la orientación de las Monjas Clarisas, es permitido pensar que en los momentos supremos de su vida, previo a su fusilamiento, bien pudo ella reflexionar acerca de lo que en la obra titulada Meditaciones se atribuye al filósofo y emperador romano Marco Aurelio Antonino (siglo II) sobre la vida, las actitudes de los seres racionales, los valores humanos, la proyección del alma más allá del espacio terrenal y la muerte misma como un punto que convoca a meditar sobre lo humano y lo divino.

Al parecer tomando notas de unos manuscritos de Juan Francisco Sánchez sobre los momentos postreros de la heroína y mártir, el historiador Roberto Cassá señala en el tomo I de su obra Personajes Dominicanos lo siguiente:

“Los integrantes del pelotón de fusilamiento intentaron evadir la carga de fusilar a una mujer, por lo que desviaron las primeras dos descargas, lo que prolongó la agonía y puso de relieve una entereza estoica.”4

Diversas crónicas recogen el dato de que el traje de María Trinidad Sánchez se incendió con la descarga de plomo que finalmente le hicieron los fusileros encargados de cometer el magnicidio.

Una provincia situada en el nordeste del país fue bautizada con su nombre. Calles, escuelas, institutos y barrios diseminados por todo el país también se denominan María Trinidad Sánchez. Es un justo reconocimiento a su valía en la lucha patriótica  que libró antes y después de febrero de 1844 y en el año que le siguió.

Bibliografía:

1-Historia de la cultura dominicana. Editora Amigo del Hogar, 2016.P 217.Mariano Lebrón Saviñón.

2-Apuntes para la historia de los trinitarios. Primera publicación 1887.P21.José María Serra.

3-Mujeres de la Independencia. Editora Alfa y Omega,2009.P28. Vetilio Alfau Durán.

4- Personajes Dominicanos. Tomo I. Editora Alfa y Omega,2013.P268. Roberto Cassá.