sábado, 25 de marzo de 2023

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (y 4)

 

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (y 4)

POR TEÒFILO LAPPOT ROBLES

 

La derrota que el 19 de marzo de 1844 sufrieron en Azua los invasores del territorio dominicano creó grandes tensiones en Haití, el país agresor.

El triunfo de las armas nacionales obligó al Ministro de Guerra de aquel país mal vecino nuestro a crear una comisión ad-hoc para abrir expedientes acusatorios contra los oficiales y soldados que huyeron de la metralla y los machetes de los dominicanos.

El próximo triunfo de la República Dominicana contra los haitianos se produjo 11 días después, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, donde se libró la famosa Batalla del 30 de marzo de 1844.

Historiadores y opinantes han considerado a través del tiempo que ese enfrentamiento armado de gran envergadura arraigó en la conciencia de los dominicanos la creencia de que la Independencia Nacional era firme, sin importar los ataques que pudieran venir luego, como en efecto así ocurrió.

Sin embargo, no pocos publicistas de los hechos de nuestro pasado han sido parcos en resaltar la importancia que tuvo ese choque de armas. Al contrario, se han atrevido a darle la condición de simple escaramuza.

Las mezquindades, siempre presente en el barro humano, han sacado a colación, con frecuencia indeseada, la vileza de juicios mendaces en ese y otros importantes episodios del ayer dominicano.

Pero la verdad se ha ido consolidando, abriendo trochas en la espesura de la hojarasca en que se pretendió ocultar el brillo de los héroes que el 30 de marzo de 1844 les dieron una lección de coraje a miles de intrusos extranjeros.

No se puede esconder la verdad incuestionable (con categoría de axioma) de que los puestos de combates establecidos en los baluartes conocidos como Dios, Patria y Libertad, con piezas de artillería y combatientes de la incipiente infantería dominicana, infligieron centenares de bajas a los invasores, convirtiendo en cementerio abierto el suelo por donde estos se movieran en Santiago de los Caballeros.

Juntos con los santiagueros también lucharon ese referido día, en defensa de la patria, los montañeses de Sabana Iglesia, Jánico y San José de Las Matas, así como no pocos patriotas llegados de La Vega, Moca, San Francisco de Macorís, Cotuí y otros pueblos de la zona.

El triunfo del 30 de marzo de 1844 subió a los más altos niveles la moral de los dominicanos, quienes redondearon su creencia entonces en plena floración de que podían asegurar la integridad de la nación. Así fue.

Porque el prócer Ramón Matías Mella se encontraba en San José de Las Matas, reclutando hombres para la contienda que se avecinaba, se designó a José María Imbert como comandante en jefe de los combatientes dominicanos.

Se le asignó esa delicada misión 3 días antes de los combates referidos. Era de nacionalidad francesa, pero se sabía de él que tenía experiencia militar y sentía un cariño genuino por la tierra que lo había acogido.

Antes de tener el mando supremo de los patriotas que hicieron morder el polvo de la derrota a los invasores que osaron violar el territorio dominicano por la parte norte, el héroe nacional José María Imbert era corregidor en Moca, donde también ejercía actividades comerciales.

Con relación a esa designación de guerra in extremis es oportuno recordar que no había en Santiago preparativos bélicos de consideración para repeler al enemigo, a pesar de que ya se sabía que en la ciudad de Cabo Haitiano, al noreste de Haití, el general Jean Louis Pierrot esperaba desde hacía semanas incursionar hacia la zona del Cibao atravesando el río Masacre con más de 18,000 soldados.

Teodoro Stanley Heneken, un comerciante inglés que se compenetró con los ideales de soberanía del pueblo dominicano, se refirió así a la situación que había en Santiago pocos días antes de la Batalla del 30 de marzo de 1844:

“…era un laberinto sin jefe, sin orden, sin disciplina, todo a merced del pueblo que unas veces se entusiasmaba y otras veces perdía la seguridad del triunfo”. (La R.D. y el emperador Soulouque. Notas de 1852).

Oportuno es decir que de Stanley Heneken escribió el acucioso historiador Rufino Martínez lo siguiente: “Pocos dominicanos contemporáneos se le pueden equiparar en el esfuerzo por la formación y crecimiento de la nacionalidad”.

Uno de los hechos más significativos ocurridos pasado el mediodía del 30 de marzo de 1844 en Santiago de los Caballeros fue encabezado por Fernando Valerio, nativo de San José de Las Matas, quien al frente de 150 agricultores de pueblos ubicados en la parte montañosa del lado sur de la segunda ciudad del país causaron terror a las tropas de ocupación.

Esos labriegos, hasta entonces pacíficos habitantes de Sabana Iglesia, Jánico, San José de Las Matas y campos aledaños, causaron una degollina entre los enemigos del pueblo dominicano.

Fueron los protagonistas de la famosa Descarga de los Andulleros. Actuaron con una eficacia demoledora, a pesar de que esa bizarra acción no estaba en los planes de defensa trazados en pocas horas por el general Imbert.

Esos héroes humildes, sin nombres conocidos, (o como dijo el poeta petromacorisano Federico Bermúdez Ortega “los del montón salidos”, “heroicos defensores de nuestra libertad”) utilizaron como arma su machete de labores agrícolas, que también es un polifacético utensilio que resulta mortífero en los combates cuerpo a cuerpo.

Para mayor abundamiento sobre el significado histórico de la acción bélica de esos campesinos señalo que el historiador Alcides García Lluberes consignó en un breve ensayo al respecto que: “El capitán Fernando Valerio, a la cabeza de las tropas de Sabana Iglesia conquistó un buen tajo de laurel en este episodio de la batalla”. (Crónica publicada el 30 de marzo de 1933, periódico La Opinión).

Valga decir que del machete usado como arma en la indicada conflagración por los patriotas andulleros cibaeños, así como por muchos otros combatientes que en el mundo han habido, escribió hace ahora 40 años el eminente historiador Carlos Máximo Dobal Márquez, a modo de ilustración, lo siguiente: “…el machete debió surgir de un instrumento hecho para golpear, herir o dividir, con un movimiento vertical de arriba abajo…” (Panoplia dominicana, 1983).

La Descarga de los Andulleros, impresionante acción de guerra, provocó que las tropas haitianas dirigidas por el general Pierrot salieran huyendo, por pueblos y andurriales de la Línea Noroeste, en una contra marcha no planificada.

Dichos forasteros sintieron, además, la amenaza de una columna de dominicanos que iban tras ellos desde Puerto Plata y otra desde San José de Las Matas, con intenciones de rematar a los que horas antes sobrevivieron el fuego de los cañones y fusiles y el filo de los machetes en la ciudad de Santiago.

Por diferentes motivos se escribió entonces, en momentos de euforia, que del lado dominicano no hubo “que deplorar la pérdida de un solo hombre o la herida de un soldado”.

Claro está que por el tipo de enfrentamiento que hubo lo anterior pudiera definirse como “objetividad de bobos”. Hubo otros motivos para escribir eso, en el contexto de la delicada situación que atravesaba el país, recién independizado de quienes lo oprimieron durante 22 años.

La gran derrota sufrida por los haitianos en Santiago, en la fecha indicada, no impidió que en los años siguientes invadieran varias veces más el país. En su conocida ingratitud odian al pueblo dominicano, el mismo que siempre les ha tendido la mano generosa.

Es de justicia señalar que hubo muchos héroes el 30 de marzo de 1844, entre ellos José María López, Achilles Michel, José Nicolás Gómez, Francisco Antonio Salcedo y Marcos Trinidad.

El segundo al mando de los dominicanos en esa histórica batalla fue el paladín Pedro Eugenio Pelletier. Había sido militar francés y tenía pocos años viviendo en Santiago de los Caballeros.

Pelletier participó después en otras acciones armadas, pero por azares de la vida fue condenado a muerte en un juicio esperpéntico. Esa arbitraria decisión no se ejecutó y él terminó sus días radicado en Puerto Rico.

Al producirse el gran descalabro de sus tropas el general Pierrot se vio obligado a implorar el cese de las embestidas de los dominicanos, respondiéndole el general Imbert así:

“Siempre justa, siempre firme y generosa, la República Dominicana no fomentará una guerra civil de exterminio…Pero si se trata de encadenarla nuevamente…antes de someterse al yugo haitiano, hará en modo que no queden a la disposición de sus crueles opresores sino cenizas y escombros…” (Carta del general José María Imbert al general Pierrot.Santiago.31 de marzo de 1844).

sábado, 18 de marzo de 2023

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (3)

 

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (3)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Las tropas invasoras haitianas, que el 18 de marzo de 1844 iban como una brisa rompiente por los atajos del tramo San Juan-Azua, se encontraron con sorpresas desagradables que les tenían como respuesta las avanzadillas que Antonio Duvergé puso bajo la coordinación de Lucas Díaz.

Esos combatientes dominicanos fueron entrenados para tareas de exploración y combate y diseminados especialmente en la cuenca hidrográfica de la cual forman parte el río Jura, varias quebradas, lagunas y collados de esa zona del país.

Las arengas de sintaxis abrumante del presidente de Haití Charles Riviére- Hérard a sus tropas no impidieron que los agresores del pueblo dominicano masticaran en la ciudad de Azua y sus contornos el polvo de la derrota.

A parte de cientos de soldados y oficiales subalternos los haitianos perdieron también allí al general Thomas Héctor y varios coroneles, entre ellos Vincent y Giles famosos por su hostilidad hacia los dominicanos. Esos no pudieron huir derrotados por ambas orillas del río Jura.

Es significativo expresar que la  Batalla del 19 de marzo de 1844 se libró entre  más de 15 mil haitianos bien entrenados y con gran cantidad de armas y sólo 3 mil dominicanos, la mayoría de estos últimos combatientes improvisados, pero con la ventaja de que tenían el coraje que emana de los que defienden una causa justa. Además, los jefes criollos en la línea de fuego poseían gran capacidad táctica y estratégica.

Es oportuno decir que el reputado historiador del vecino país Thomas Madiou (quien entonces tenía 29 años de edad) escribió  que el 19 de marzo de 1844, en Azua, el presidente de Haití Hérard y sus tropas: “Fueron recibidos a cañonazos con metralla y obligados a replegarse, batiéndose en retirada un poco desordenadamente”. Tal vez contó con el asesoramiento informativo del general Joseph Balthazar Inginac, asistente de Boyer de principio a fin de su larga gestión presidencial. (Historia de Haití. De 1843 a 1846.4to.volumen.Thomas Madiou).

Aunque dicho autor no abunda en detalles, la verdad histórica es que el experimentado artillero Francisco Soñé, francés domiciliado en Azua y con experiencia militar bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte en el norte de África, fue el que recibió con fuego de cañón a los primeros invasores que osaron pisar la ciudad de Azua, situada entre llanos costeros del mar Caribe, en la bahía de Ocoa, y grandes picos que forman parte del lado sur del sistema montañoso de la cordillera central.

También fueron recibidos por varios pelotones comandados por los  oficiales Valentín Alcántara, Juan Esteban Ceara, Luis Álvarez, José Leger, José del Carmen García,  Marco de Medina, Matías de Vargas, Feliciano Martínez y otros tan bizarros como ellos.

Fue memorable la mortandad que causó en las filas enemigas la unidad de artillería que dirigió  el héroe y mártir Nicolás Mañón, desde el Fuerte Resolí, a pesar de que eran pequeños los ángulos de tiro en razón de la poca dimensión de la cureña y de la boca de fuego del cañón que dirigió hasta caer abatido.

El Batallón de Higüey (ya célebre desde el 21 de enero de 1691, cuando se libró la batalla de Limonade entre franceses y españoles) tuvo un desempeño brillante en la histórica jornada de Azua.

También fueron decisivos en el triunfo dominicano allí cientos de fusileros bajo la dirección de Vicente Noble, así como otros combatientes que usaron con gran eficacia los temibles machetes, arma que tiene un puesto de honor en muchos episodios de la historia dominicana.

Jean Price-Mars, el conocido historiador y diplomático haitiano, atribuye la derrota  en Azua a la deserción de tropas que marcharon para acá  “sin ardor ni entusiasmo…sin ideal alguno”. 

En una sutil y mezquina manera de restarle brillo al gran triunfo de los dominicanos, el referido autor justifica la debacle que el 19 de marzo de 1844 sufrieron  los haitianos en el territorio de Azua  a lo que denomina “situación trágica” del presidente Hérard.

En un análisis sesgado de lo que ocurrió entonces en el suroeste dominicano  Price-Mars señala, en su obra titulada la República de Haití y la República Dominicana, que el general Hérard solicitó en más de una ocasión refuerzos al ministro de Guerra de Haití, que lo era su primo el general Hérard Dumesle, pero que dicho personaje estaba “intoxicado de sibaritismo y dedicado al libertinaje y la lujuria.”  (La R. de Haití y la R.D. Tomo I.P.334.Editora Taller, julio del 2000.)

Para poner en mejor contexto las dichas deserciones (que no fueron el motivo esencial de la derrota de los invasores) es oportuno decir que 97 años después (1941) de la referida batalla el historiador estadounidense James G. Leyburn publicó su clásica obra titulada El Pueblo Haitiano, en la cual señala que: “La diligencia y la disciplina, las dos características más comunes del Haití de Christophe, eran precisamente las que más brillaban por su ausencia en las masas negras de 1843. La obediencia había dado paso a la independencia de conducta…” (El Pueblo Haitiano. Edición del 2011.Impresora Amigo del Hogar.P.125. James G. Leyburn).

No se puede hablar de la Batalla del 19 de marzo en Azua sin decir que los combatientes dominicanos estaban bajo la dirección nominal de Pedro Santana Familia, un hatero que al proclamarse la Independencia Nacional estaba en sus posesiones rurales de El Seibo.

Santana Familia no tenía ninguna noción del delicado manejo de operaciones bélicas, pero estaba acostumbrado a dirigir con no poca rudeza peones agrícolas y vaqueros.

Además, el luego marqués de Las Carreras tenía don de mando, era astuto, y contaba con seguidores que le daban valor histórico a sus muchos errores, lo que motivó con ánimo esclarecedor al historiador Víctor Garrido a escribir que en la Batalla de Azua “ya era el amo y no había olido la pólvora”.

Una gran verdad la dicha por el reputado Garrido sobre los hechos concernidos a la Batalla del 19 de marzo de 1844, pues miembros Duvergé y los demás auténticos héroes de esa acción histórica estaban jugándose la vida, Santana estaba acampando, rodeado de un numeroso séquito, en una colina del sitio conocido como El Peñón, a 9 kilómetros del centro de los combates.

Por hechos imprudentes, sin sentido y funestos, cometidos por Santana al llegar la noche del mismo día del espléndido triunfo de las fuerzas dominicanas en Azua, fue que la Junta Central Gubernativa decidió nombrar el 21 de marzo del glorioso 1844 a Juan Pablo Duarte con calidad para reemplazarle, si las circunstancias lo exigían.

Sobre el mando de Santana en Azua reflexionó el historiador José Gabriel García en el sentido de que no estuvo “a la altura del papel que representaba…no tenía conocimientos técnicos, ni prácticos todavía en el arte de la guerra, lo que es disculpable siendo el primer lance en que se encontraba…” (Obras completas JGG.Vol.I, tomos I y II.P.450.Impresora Amigo del Hogar, 2016).

Pero lo más importante es resaltar en estas notas que de parte de los dominicanos hubo muchos héroes reales en la batalla del 19 de marzo de 1844.

Uno de los más sobresalientes paladines en aquella gloriosa jornada bélica fue el patriota Antonio Duvergé, (luego víctima de la ferocidad de Santana)  cuya actuación fue tan relevante que Manuel María Gautier, considerado como el primer estadista dominicano, dijo de él: “…su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría fue suyo…”

 

 

viernes, 10 de marzo de 2023

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (2)

 

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

A partir de la tercera semana de marzo de 1844, luego de su regreso del exilio que padecía en Curazao, el ilustre patricio Juan Pablo Duarte comenzó a divulgar de manera abierta sus ideas en torno al contenido de lo que debería ser la Constitución dominicana.

Sus didácticos comentarios al respecto fueron dichos tanto entre los liberales, que eran sus seguidores, como entre miembros del pequeño pero poderoso grupo de los conservadores.

Decía Duarte entonces que en los días siguientes redactaría un texto (lo cual hizo) en el cual se definiera a nuestra nación como “la reunión de todos los dominicanos”, agregando que la misma: “…no es ni puede ser jamás parte integrante de ninguna otra potencia.”

La maldad de unos cuantos impidió que naciera esa carta sustantiva, la cual se quedó en proyecto, pues los hateros y demás conservadores pronto desplazaron del mando, persiguieron, encarcelaron y enviaron al exilio a muchos trinitarios, entre ellos al mismo Duarte (10 de septiembre de 1844).

Retomando el hilo de los acontecimientos históricos ocurridos en los días que siguieron a la proclamación de la Independencia Nacional, debo decir que para el 8 de marzo de 1844 casi todas las ciudades y pueblos que integraban entonces la recién nacida República Dominicana habían declarado con júbilo su respaldo a la acción redentora febrerina y habían defenestrado del mando local a las autoridades usurpadoras haitianas.

El 10 de marzo de dicho año 30,000 soldados de Haití, dirigidos por el propio presidente de ese país, Charles Rivière-Hérard, y por decenas de otros generales y coroneles, salieron desde la ciudad de Puerto Príncipe para invadir la República Dominicana, con el fallido propósito de someter de nuevo al pueblo dominicano a su hegemonía.

El referido gobernante extranjero fue quien preparó la arquitectura bélica de ese amplio y poderoso contingente militar. Lo separó en tres divisiones que pretendían moverse, en términos de estrategia de combate armado, en forma de doble embolsamiento, en columnas de pinzas, como enseñan muchos manuales clásicos de guerra. 

El estudio minucioso de las maniobras de los jefes haitianos de la época reseñada permite señalar que su objetivo era sofocar rápidamente a los  dominicanos.

Ellos creían, por ignorancia supina, que su correría de guerra aquí sería una especie de “operación militar especial”. Lo digo así para usar una expresión que trasuntaba su idea de una victoria relámpago, aunque esta última frase como tal se acuñó 100 años después, en la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial.

Nunca pensaron los intrusos haitianos que el pueblo dominicano siempre ha tenido lo que se denomina vocación de continuidad, especialmente cuando se trata de defender su tierra y todo lo que ella significa. Así ha sido incluso antes de proclamarse la Independencia Nacional.

El citado 10 de marzo de 1844 Charles Riviére-Hérard decidió encabezar él mismo la primera división invasora, la que entró por el lado oeste del camino que lleva hacia Las Matas de Farfán y San Juan de la Maguana.

Como parte de sus frustrados propósitos el susodicho mandatario le ordenó a su cúmbila el general Agustín Souffront que dirigiera los miles de soldados que entrando por La Descubierta y lugares aledaños se desplazarían por la ruta de Neiba.

Reservó para su también socio el general Louis Pierrot la jefatura de la tercera división, con instrucciones de que copara a sangre y fuego otra amplia zona del país (la que va desde el lado norte de la Cordillera Central, al penetrar al territorio nacional, hasta el litoral marino del Atlántico dominicano) en la cual había decenas de caseríos que para esa fecha eran parte de Santiago y Puerto Plata.

Hérard estaba aferrado a la falsa idea de que tenía el triunfo asegurado, pues el 12 de marzo, 2 días después de salir de Puerto Príncipe, proclamó en el poblado haitiano de Las Caobas que pronto estaría con sus soldados en la ciudad de Santo Domingo.

Con el talante propio de un demagogo dijo en esa ocasión que llegaría como un “misionero de paz y de verdad”. De inmediato le brotó la soberbia y el odio que portaba contra el pueblo dominicano al señalar que “…no vacilaré en emplear la fuerza y la voluntad que deben apagar la revuelta…” (Proclama de Hérard en Las Caobas.12 de marzo de 1844).

Sin embargo, ese jefe haitiano tendría horas de apuros en “átomos del espacio geográfico” dominicano; dicho así para usar una expresión creada por el gran geógrafo francés Roger Brunet.

 El 13 de marzo de 1844 se produjo el primer enfrentamiento armado entre los invasores haitianos y los patriotas dominicanos. Ocurrió en el lugar llamado La Fuente del Rodeo, dentro del valle de Neiba. La sangre derramada allí, con fatal resultado, por el comandante y héroe Fernando Tavera enardeció aún más a los triunfadores combatientes dominicanos, al frente de los cuales quedaron Vicente Noble y Dionisio Reyes.

Ese día un oficial del ejército de Haití, participante de los hechos en calidad de asistente del coronel Auguste Brouat, escribió una nota que quedó para la historia: “…el 13, al alba, una columna de alrededor de doscientos hombres, caballería e infantería, armados de fusiles, lanzas y espadas, tomó posición y atacó nuestra avanzada al grito de “Viva la República Dominicana! ¡Dios, Patria y Libertad!” (Notas del teniente Dorvelás-Doval).

Para esa fecha ya el general Pedro Santana, “con las tropas movilizadas de los pueblos orientales, había recibido orden de la Junta de marchar al encuentro de los invasores…” (José Gabriel García. Obras completas. Volumen 1.P.449. Impresora Amigo del Hogar, 2016).

Como parte de los hechos gloriosos cabe decir que en la noche del 14 de marzo de 1844 arribó al muelle de la ciudad de Santo Domingo el ilustre patricio Juan Pablo Duarte. Al día siguiente fue recibido con algarabía por el pueblo que se arracimó en el litoral del mar Caribe que baña el lado sur de la capital dominicana.

En esos días hubo combates en varios puntos del suroeste dominicano. Tal y como registran textos de historia de aquí y de allá, era incesante el aumento en esa parte del país de tropas haitianas de reemplazo.

Por ejemplo, el 17 del mes y año indicados arriba cientos de soldados y oficiales intrusos provenientes de la ciudad de Jacmel, al frente del general Sannon Selle, penetraron en el territorio dominicano. Pronto sufrirían fracasos en cascada. 

Las escaramuzas libradas el 18 de marzo de 1844 en lugares como Las Hicoteas, donde los hábiles comandantes dominicanos Manuel de Regla Mota y Manuel Mora ordenaron a sus tropas una retirada táctica hacia el cuartel general establecido en Azua, llevaron a los oficiales haitianos a creer que los dados lanzados días antes en Puerto Príncipe por el presidente Hérard estaban a su favor.

En pocas horas muchos de esa especie de jenízaros caribeños cayeron bajo la metralla y el filo de los machetes de los combatientes dominicanos.

Traspasado el ecuador del glorioso marzo de 1844, y ante los crímenes cometidos en aldeas y secadales contra indefensos campesinos, el gobierno de la República Dominicana le advirtió al presidente del país atacante que se informaría al mundo de esos espantosos hechos.

Vale decir que ese siniestro Hérard encabezaba en persona las tropelías, en su condición de jefe de las operaciones militares.

Los hechos ocurridos en el suroeste del país, horas antes de la histórica batalla del 19 de marzo de 1844, fueron una suerte de antesala de la derrota de gran envergadura que sufrieron los invasores haitianos a manos de los patriotas dominicanos, en las ardientes tierras de Azua.

sábado, 4 de marzo de 2023

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (I)

 

MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Se sabía que la liberación dominicana del yugo haitiano iba en firme, sin posibilidad de dar marcha atrás, desde que pasada las diez de la noche del 27 de febrero de 1844 se produjo en la puerta de la Misericordia el fogonazo redentor de Mella, bajo la consigna de “¡Dios, Patria y Libertad!”

En los minutos siguientes los trinitarios ocuparon el Baluarte del Conde, con la ayuda del capitán dominicano Martín Girón y los hombres bajo su mando, muchos de ellos incardinados entre las tropas del gobierno de ocupación militar.

Desde ese lugar histórico centenares de valientes dominicanos marcharon con las armas en ristre hacia la fortaleza Ozama, donde estaba instalado el principal centro de operaciones militares que tenían los haitianos en el país.

Los hechos de esa noche febrerina, principio de lo que ocurriría en el marzo siguiente, armonizaron con lo que muchos años después escribió, lejos de aquí, el ensayista y poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán: “…detrás de cada noche, viene una aurora sonriente”.

Lo anterior fue una nueva demostración de la legendaria resiliencia de un pueblo acostumbrado a sobrevivir a todos los avatares y zozobras de la vida, desde que fue adquiriendo su noción de dominicanidad, sin importar que ese sustantivo no estuviera todavía incorporado a los diccionarios.

Esa acción redentora, que comenzó a materializarse en la puerta de la Misericordia, quedó más afincada cuando la mañana y tarde del día siguiente se desarrolló una intensa jornada de negociación entre los revolucionarios dominicanos y las autoridades usurpadoras haitianas que durante 22 largos  años habían cometido aquí un largo rosario de abusos de todos los pelajes.

Los representantes dominicanos actuaron con demasiada generosidad al permitir que jefes civiles y militares haitianos salieran impunemente del país, con el abrigo protector del habilidoso cónsul francés en Santo Domingo, Eustache Juchereau de Saint-Denys, a pesar de que en gesto narcisista él llegó a considerarse a sí mismo como “el padrino de la revolución de la separación dominicana”. (Oficio emitido en París el 8 de diciembre de 1848, dirigido a la Cancillería de Francia).

Los sucesos posteriores llevan a pensar que los haitianos, aunque sobrepasados por la sorpresa, cometieron el 28 de febrero de 1844 una trampa saducea, que es como se conoce en la Biblia la “manipulación capciosa para conseguir que el adversario dé un paso en falso o cometa un grave error”.

La clave de lo anterior radicó en que pocos días después de producirse el nacimiento formal de la República Dominicana los mismos haitianos  volverían a cruzar la línea fronteriza, tratando de derribar lo que era una realidad irreversible, aunque ellos seguían pensando que la isla de Santo Domingo en pleno estaba integrada por haitianos.

En pleno regocijo por la alborada de su soberanía llegó marzo y cargó de gloria a los dominicanos, pues sus improvisados y bizarros combatientes evitaron que les arrebataran de nuevo su libertad.

La primera luz fulgurante del marzo dominicano de 1844 se produjo el día 2, cuando el gobierno recién instalado (Junta Central Gubernativa) envió una delegación a Curazao para traer a la patria a Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina y a otros dominicanos que se encontraban en calidad de exiliados en esa isla caribeña.

Ese mismo día 2 de marzo los registros de la historia de Haití consignan que el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, de Guerra y Marina de dicho país, el general de división Hérard-Dumesle, presentó en la asamblea constituyente instalada en la ciudad de Puerto Príncipe un mensaje cuyo contenido no tenía ni una milésima parte de verdad, en el cual informaba que en el lado oriental de la isla de Santo Domingo había una revuelta contra las autoridades haitianas. Ocultó, entre otras cosas, que ya había sido creado el Estado dominicano. 

También se supo ese día que el soberbio presidente haitiano Charles Riviére- Hérard, autor principal del derrocamiento de Jean-Pierre Boyer, había decidido iniciar los preparativos para ocupar de nuevo el territorio dominicano.

Sin imaginarse que apenas le quedaban dos meses en el poder ordenó que se  hiciera saber desde el recinto congresual, por boca del referido general de división, lo siguiente:

“…el Presidente ha creído indispensable movilizar toda la guardia nacional y trasladarse él mismo al lugar de los hechos para observar los movimientos de las tropas y darles la más útil instrucción a fin de asegurar el éxito…”

El día 4 de marzo del 1844 la asamblea constituyente de Haití emitió un Decreto otorgando poderes al mencionado primer mandatario de dicho país, a fin de que movilizara la llamada Guardia Nacional para lo que ellos llamaban “el restablecimiento de la tranquilidad general…”

Dicho texto legislativo decía textualmente en su artículo 2 que: “El Presidente de la República queda igualmente autorizado a mandar personalmente las fuerzas de tierra y de mar de la República, las cuales serán dirigidas a la parte del Este de la República”.

Estaban muy creídos de que lograrían una victoria fulminante contra el pueblo dominicano. Por eso en el artículo 3 del referido Decreto se puntualizaba que: “Estas autorizaciones cesarán, de pleno derecho, al restablecimiento de la tranquilidad pública en la parte Este”.

De inmediato Riviére-Hérard, que se empeñaba en negar el hecho real de la independencia dominicana, emitió una denominada “orden del día”, mediante la cual decretó una movilización de todos los militares activos, en disponibilidad o licenciados, para pasar revista el 7 de marzo de 1844 e iniciar las acciones bélicas a fin de “…que todo vuelva a entrar en el orden…”

El 7 de marzo de 1844 las autoridades de Haití, y los grupos económicos que tenían gran incidencia en ese territorio, hicieron publicar en la prensa de allá que sus tropas entrarían triunfantes “a paso de carga a Santo Domingo”.

Como se sabe de sobra ese deseo de los jefes haitianos se convirtió en poco tiempo en humo de paja seca, pura yesca, pues las armas dominicanas se vistieron de gloria en el marzo de 1844.

El día 9 del mes y año referidos el gobierno dominicano, que lo era la Junta Central Gubernativa, le hizo saber, con el énfasis correspondiente, al gobernante haitiano sobredicho que el pueblo dominicano había decidido “ser libre e independiente”.

Pero la respuesta que ese mismo 9 de marzo de 1844 dio quien menos de dos meses después sería obligado a cesar de la presidencia de Haití, por el asedio que desde el suroeste (Les Cayes) de ese país le hizo el denominado “Ejército de los sufrientes”, fue llamar a las armas para dizque “garantizar la integridad del territorio haitiano y de ahogar en su cuna la hidra de la discordia que ha osado levantar su cabeza en la Parte Este.”

La realidad del glorioso marzo de 1844 les dio de frente a los vecinos del oeste de la isla de Santo Domingo, tal y como quedará plenamente demostrado en las próximas entregas de esta breve serie.