CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
En eso de grandes convulsiones sociales, económicas y
políticas la República de Haití no es la excepción entre muchos de los países
situados al sur del Río Bravo, el coloso acuático que sirve de frontera parcial
entre México y Estados Unidos de Norteamérica.
Sin embargo, nadie puede ocultar que en el marco de
los muchos hechos que forman la historia de ese país fronterizo con la
República Dominicana hay un renglón de primerísima importancia relacionado con
la desaparición violenta de varios de sus presidentes y de dos de sus tres
emperadores de opereta.
La historia de Haití es rica, amplia y variada, lo que
ha dado margen para que allí hayan ocurrido hechos paradojales que oscilan
entre lo elevado y lo ridículo.
Tal vez lo anterior esté directamente vinculado con la
realidad inocultable de que fue en el hoy territorio haitiano de Fort Liberté
donde los españoles formaron en el llamado Nuevo Continente su primer
asentamiento con el nombre de Bayajá, también conocido como La Navidad, dando
inicio así a un conjunto de acontecimientos que llevaron al sabio colombiano
Germán Arciniegas a referirse a esta parte del mundo como América Ladina.
Pero también las grandes convulsiones haitianas pueden
estar conectadas con el hecho de que allí fueron llevados en calidad de
esclavos cientos de miles de africanos que procedían de tribus con ciertos
niveles de riqueza, que les habían permitido a sus miembros tener algunas
habilidades en las artes y desarrollar otras aptitudes que serían el germen de las
futuras rebeliones que protagonizaron.
Está comprobado que durante los siglos 15 hasta el 18 se vivió una
etapa de esplendor de la denominada civilización africana en zonas escogidas
para capturar personas y convertirlas en esclavas para trabajar en plantaciones
y hatos ganaderos de muchos lugares de América.
Un conjunto de factores, que se han clasificado desde
diferentes ángulos, determinaron que al producirse la
independencia haitiana, hace ahora 216 años, más de la mitad de su población no
había nacido en Haití, sino en diferentes lugares de África.
Me suscribo a la tesis del profesor del Departamento
de Africología de la Universidad de Wisconsin-Milwakee, el eminente historiador
haitiano Patrick Bellegarde-Smith, quien en su obra Haití la Ciudadela
Vulnerada plantea lo anterior desde la siguiente óptica:
“El hecho de que más de la mitad de los esclavos en el
momento de la independencia hubiera nacido en África, indica que era muy
corriente el mal trato y la muerte prematura en ese grupo social. Desde el
momento de su captura, la esperanza de vida de los esclavos era sólo de siete
años.”1
La rebeldía de los haitianos de finales del siglo 18 y
principios del siglo 19, llevada a niveles extremos, fruto de la esclavitud a
que eran sometidos, se conjugaba con la memoria de sus vidas pasadas en su
tierra de origen, donde vivían en situaciones al menos ajustadas a su condición
humana.
Diversos estudios sobre esa época de la historia de
Haití apuntan a que muchos de los hechos ocurridos en aldeas y bosques del
oeste de la entonces colonia francesa de Saint- Domingue estaban vinculados al
atavismo que mantenía a los esclavos con un hilo de comunicación espiritual con
sus ancestros.
Vale decir que, a pesar de los avatares de su
existencia, los esclavos que en el montañoso territorio de Haití sufrían el
azote de los esclavistas seguían recordando con añoranza lo que antes fueron en su tierra
natal. Eran dos tipos de situaciones muy diferentes.
Ese pensamiento se fue transmitiendo de generación en
generación, tal vez más allá de los propios planteamientos que sobre la
herencia genética hizo el naturalista y fraile agustino Johann Mendel.
En el primer año de la vida independiente de Haití se
les hacía muy cuesta arriba a determinados jerarcas de las grandes potencias
que entonces dominaban el mundo aceptar la realidad de un pueblo que les había
causado humillación a su orgullo imperial.
El famoso político, obispo y diplomático francés
Charles-Maurice de Talleyrand (que le sirvió al rey Luis XVI, pero también a la
Revolución francesa, al Imperio de Napoleón y a otros gobiernos), en su calidad
de ministro de Relaciones Exteriores de Francia, le escribió en el 1805 una
comunicación a quien a la sazón era el secretario de Estado de Estados Unidos,
James Madison, quien 4 años después sería el 4to. Presidente de ese país, en la
cual le expresaba sobre Haití lo siguiente:
“La existencia de un pueblo negro en armas, ocupando
un país que ha manchado con las acciones más criminales, es un espectáculo
horrible para todas las naciones blancas.”2
Siguiendo esa visión sobre Haití está documentado que
el gobierno de los Estados Unidos de América decidió en el 1806 no tener ningún
intercambio comercial con Haití, actitud que se mantuvo por varios años más,
incluso ya siendo el referido Madison Presidente de esa poderosa nación.
Pero la posición anti haitiana, especialmente en los
EE.UU., permaneció por muchos años más, al extremo de que para que ese país
participara en el primer congreso interamericano efectuado en Panamá, en el
1826, se tuvo que prohibir la participación de Haití.
En la referida fecha, con una patética demostración de
ignorancia, el señor Robert Y. Hayne, quien ostentaba la representación de
Carolina de Sur en el Senado de los EE.UU., se asombraba de que en Haití:
“Podéis encontrar hombres de color al frente de sus ejércitos, en sus Salones
Legislativos, y en sus Departamentos Ejecutivos…” Así lo resumió en el 1928 el
historiador Andrew N. Cleven, en uno de sus interesantes ensayos sobre la
historia de los negros.3
Al penetrar con ojo escrutador en el pasado de Haití
se puede observar que en sus constantes convulsiones ha habido de todo, lo cual
ha dado oportunidad para que se esparzan opiniones abigarradas por las cuales
se han colado verdades, mentiras fruto de prejuicios y la falacia de las
llamadas verdades a medias.
La maraña de dificultades que ha sufrido ese país
tiene un alto componente de abusos de potencias extranjeras que en diferentes
épocas se han aprovechado para llevar a los haitianos a increíbles niveles de
indefensión. A eso se agregan unas élites del mismo Haití que antes y ahora han
sido indolentes y que siempre se han cebado de ese pueblo famélico.
Lo que ocurrió en la Isla de La Tortuga en el siglo 17
(que no fue el primero ni el único caso de incidencia en el devenir de Haití)
basta para tener nociones sobre muchas de las cosas negativas que a través del
tiempo se han ido sucediendo en cascada en el país que ocupa un poquito más de
la tercera parte de la isla de Santo Domingo.
Como no es el tema tratar en con extensión ese caso me
limito a decir que en el año 1951 el entonces embajador de España en la
República Dominicana, Manuel Aznar Zubigaray, al escribir el prólogo de la obra
La Isla de la Tortuga, de Manuel A. Peña Batlle, señaló, aunque con sesgo
interesado, lo siguiente:
“…se cometió el crimen de permitir que bucaneros y
filibusteros, mandados por unos cuantos hombres de presa, y manejados por la
compleja política de Europa, se quedaran permanentemente en la Isla de la
Tortuga.”4
Años después de que la Isla La Tortuga se convirtiera
en un escenario de fechorías se produjo la sublevación de los esclavos
haitianos, quienes en el 1791 comenzaron un proceso de lucha que culminaría con
la proclamación de la República de Haití, luego de la derrota allí de decenas
de miles de soldados del poderoso ejército napoleónico cuya misión era
garantizar los intereses de los
franceses, sin importar las consecuencias en términos de sacrificios humanos.
Muchas páginas de la historia de Haití, descritas por varios
autores haitianos y extranjeros, recogen episodios realmente espeluznantes
entre esclavos y esclavistas.
Se ha escrito que los esclavos en lucha destripaban a
los blancos sin importar sexos o edades y que los blancos arrancaban girones de
piel a los negros y machacaban sus esqueletos mientras estos agonizaban. A no
pocos esclavos los blancos les llenaban los oídos de brea o aceite caliente
para hacerles más torturantes sus últimos instantes de vida.
No resulta abundante decir que en Haití nunca se
aplicó en favor de los esclavos el Código Negro que en el 1685 puso en vigor el
rey francés Luis XIV para suavizar los rigores de la esclavitud en las colonias
ultramarinas de Francia.
Tal vez dicho monarca propició ese texto de ley no por
cuestiones humanitarias, sino para mantener un mejor control de sus intereses, con
escalas menos rigurosas en el trato a los esclavos. Se puede decir que el
susodicho Código Negro fue una especie de antecedente de lo que en la segunda
mitad del siglo 20 se conoció en el mundo como el gatopardismo.
De un poco de todas esas y otras realidades fue que
surgieron en Haití personalidades como Jean-Jacques Dessalines, quienes dejaron
pesadas huellas en la larga y sangrienta existencia de ese pueblo vecino al
nuestro.
Dessalines
Jean-Jacques Dessalines nació el 20 de septiembre de
1758 en la plantación de Cormier, situada en la zona llamada Grande-
Riviere-du-Nord, en la parte norte-centro de Haití.
Fue uno de los más sobresalientes luchadores por la
independencia de su país. Demostró tener cualidades guerreras extraordinarias.
Por eso tomó de manera automática el primer puesto dirigencial luego de que en
el año 1802 Toussaint Louverture fue capturado y enviado a morir a una cárcel
de las montañas del Jura, en la fría frontera franco-suiza.
Al proclamarse la Independencia de Haití, el primero
de enero de 1804, fue investido como presidente de ese país. Con ese título
gobernó unos meses.
A Dessalines le tocó ser el primer presidente de
América Latina, pues en el continente llamado América entonces sólo los EE.UU.
habían declarado su independencia.
Para esa designación se tomaron en cuenta sus méritos
militares, especialmente su airoso desempeño en la Batalla de Vertiéres,
librada el 18 de noviembre de 1803 (en la cual puso a morder el polvo de la
derrota a las tropas francesas que había comandado hasta su muerte, por fiebre
amarilla, el 2 de noviembre de 1802, el general treintañero Charles-Victoire
Leclerc); así como el ascendiente que tenía entre los generales y demás
oficiales que con sus tropas hambrientas, descalzas y mal armadas habían
vencido a un poderoso ejército imperial.
El 2 de septiembre del referido 1804, en complicidad
con el cuerpo de generales que controlaban el naciente Estado, Dessalines fue
coronado como Emperador de Haití, con el pomposo nombre de Jacques I.
Así se etiquetó hasta su magnicidio (incluido el descuartizamiento
de su cuerpo, con desprendimiento de cabeza, brazos, piernas y órganos
genitales) el 17 de octubre de 1806, por una muchedumbre enfurecida que hace
recordar, con matices caribeños, a la violencia propia de un antiguo pogromo
ruso.
Ese hecho sangriento se produjo en el llamado Puente
Rojo, en el extrarradio de Puerto Príncipe, por soldados a su servicio y por
una turbamulta que se agregó súbitamente a la conjura.
Cuando lo mataron tenía dos años y unos meses
dirigiendo el gobierno, primero como presidente y después como emperador.
Su muerte violenta, a los 48 años de edad, se dio
luego de que él implantara un régimen de terror contra ciudadanos blancos,
negros y mulatos. Había desatendido las tareas de gobierno, disipando el tiempo
con decenas de mujeres que le brindaban placer, mucha comida, bebidas y
permanente diversión.
Entre los que participaron en el magnicidio de
Dessalines estaba el entonces jovencísimo soldado Pierre Rivere Garat, quien
cumplió la misión se hacer saltar los sesos del déspota con un certero balazo
en la nuca. En realidad el planificador de ese hecho fue el general Pétion,
quien de inmediato proclamó la necesidad de que Haití tuviera una democracia
del tipo liberal.
El principal autor material del magnicidio de
Dessalines llegó a ser general del Ejército de Haití. Con ese rango, y el
ostentoso título nobiliario de Duque de Leogane, Pierre Rivere Garat murió en
las cercanías de Neiba el 22 de diciembre de 1855, cuando los patriotas
dominicanos encabezados por el bizarro general Francisco Sosa vencieron a los
invasores haitianos en la célebre Batalla de Cambronal.
Es oportuna la ocasión para decir que en el 1805 Dessalines
cometió muchos crímenes en el hoy territorio dominicano (Santiago, Puerto
Plata, La Vega, Moca, Montecristi, etc.) haciendo aquí algo semejante a lo que
hizo en Haití el año anterior contra los blancos, cuando le ordenó a sus
soldados “que cada uno empape su mano de sangre…”, agregando lo siguiente: “Hay
mucha crueldad en lo que estamos haciendo…Qué me importa el juicio de la
posteridad sobre semejante medida…”Así lo describió el historiador haitiano
Thomas Madiou, y lo reprodujo Jean Price-Mars en su obra La República de Haití
y la República Dominicana.5
Acompañándolo en tareas de gobierno estuvieron, entre
otros, los generales Pétion, Cristóbal, Geffrard, Vernel, Gabart y Cherveaux, quienes
como gobernadores regionales controlaban todo el territorio de la naciente
República.
La muerte de Dessalines creó un caos grandísimo en
Haití, con una lucha feroz entre negros y mulatos, lo que provocó que unos
meses después ese país se dividiera en dos repúblicas.
En gran parte del Norte, cuya población era
mayoritariamente negra, el presidente era el despiadado general Enrique
Cristóbal (Henri Christophe), quien a partir de marzo de 1811 se convirtió en rey
con el soberano nombre de Enrique I.
Se hizo construir palacios y fortalezas y mediante
disposición propia formó una corte de opereta con la reina María Luisa,
príncipes, duques, condes, vizcondes, marqueses, barones y señores.
En el Sur, incluyendo la ciudad de Puerto Príncipe,
gobernó hasta su muerte ocurrida el 29 de marzo de 1818, por ataque de fiebre
amarilla, cuando tenía 47 años de edad, el ya mencionado general Alexandre
Sabés Pétion, un mulato dotado de gran cultura y a cuyo pensamiento no eran
ajenos los principios que inspiraron la Revolución Francesa de 1789.
Bibliografía:
1-Haití la Ciudadela Vulnerada. Segunda edición.
Editorial Oriente, Cuba, 2004.P61. Patrick Bellegarde-Smith.
2-Revista de estudios interamericanos.Vol.10, No.2,
abril del 1968.P282.Maurice A. Lubin.
3-Journal
of negro history 13, No.3, 1928.P240. Andrew N.
Cleven.
4-La Isla de La Tortuga. Edición facsimilar. Editora
de Santo Domingo, 1974.P10. Manuel Arturo Peña Batlle.
5-La República de Haití y la República Dominicana. Editora
Taller, cuarta edición facsimilar, 2000.P99. Jean Price-Mars.
Publicado el 19-diciembre-2020. www.Diario Dominicano.