sábado, 19 de diciembre de 2020

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)

 

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

En eso de grandes convulsiones sociales, económicas y políticas la República de Haití no es la excepción entre muchos de los países situados al sur del Río Bravo, el coloso acuático que sirve de frontera parcial entre México y Estados Unidos de Norteamérica.

Sin embargo, nadie puede ocultar que en el marco de los muchos hechos que forman la historia de ese país fronterizo con la República Dominicana hay un renglón de primerísima importancia relacionado con la desaparición violenta de varios de sus presidentes y de dos de sus tres emperadores de opereta.

La historia de Haití es rica, amplia y variada, lo que ha dado margen para que allí hayan ocurrido hechos paradojales que oscilan entre lo elevado y lo ridículo.

Tal vez lo anterior esté directamente vinculado con la realidad inocultable de que fue en el hoy territorio haitiano de Fort Liberté donde los españoles formaron en el llamado Nuevo Continente su primer asentamiento con el nombre de Bayajá, también conocido como La Navidad, dando inicio así a un conjunto de acontecimientos que llevaron al sabio colombiano Germán Arciniegas a referirse a esta parte del mundo como América Ladina.

Pero también las grandes convulsiones haitianas pueden estar conectadas con el hecho de que allí fueron llevados en calidad de esclavos cientos de miles de africanos que procedían de tribus con ciertos niveles de riqueza, que les habían permitido a sus miembros tener algunas habilidades en las artes y desarrollar otras aptitudes que serían el germen de las futuras rebeliones que protagonizaron.

Está comprobado que  durante los siglos 15 hasta el 18 se vivió una etapa de esplendor de la denominada civilización africana en zonas escogidas para capturar personas y convertirlas en esclavas para trabajar en plantaciones y hatos ganaderos de muchos lugares de América.

Un conjunto de factores, que se han clasificado desde diferentes ángulos,   determinaron que al producirse la independencia haitiana, hace ahora 216 años, más de la mitad de su población no había nacido en Haití, sino en diferentes lugares de África.

Me suscribo a la tesis del profesor del Departamento de Africología de la Universidad de Wisconsin-Milwakee, el eminente historiador haitiano Patrick Bellegarde-Smith, quien en su obra Haití la Ciudadela Vulnerada plantea lo anterior desde la siguiente óptica:

“El hecho de que más de la mitad de los esclavos en el momento de la independencia hubiera nacido en África, indica que era muy corriente el mal trato y la muerte prematura en ese grupo social. Desde el momento de su captura, la esperanza de vida de los esclavos era sólo de siete años.”1

La rebeldía de los haitianos de finales del siglo 18 y principios del siglo 19, llevada a niveles extremos, fruto de la esclavitud a que eran sometidos, se conjugaba con la memoria de sus vidas pasadas en su tierra de origen, donde vivían en situaciones al menos ajustadas a su condición humana.

Diversos estudios sobre esa época de la historia de Haití apuntan a que muchos de los hechos ocurridos en aldeas y bosques del oeste de la entonces colonia francesa de Saint- Domingue estaban vinculados al atavismo que mantenía a los esclavos con un hilo de comunicación espiritual con sus ancestros.

Vale decir que, a pesar de los avatares de su existencia, los esclavos que en el montañoso territorio de Haití sufrían el azote de los esclavistas seguían recordando  con añoranza lo que antes fueron en su tierra natal. Eran dos tipos de situaciones muy diferentes.

Ese pensamiento se fue transmitiendo de generación en generación, tal vez más allá de los propios planteamientos que sobre la herencia genética hizo el naturalista y fraile agustino Johann Mendel.  

En el primer año de la vida independiente de Haití se les hacía muy cuesta arriba a determinados jerarcas de las grandes potencias que entonces dominaban el mundo aceptar la realidad de un pueblo que les había causado humillación a su orgullo imperial.

El famoso político, obispo y diplomático francés Charles-Maurice de Talleyrand (que le sirvió al rey Luis XVI, pero también a la Revolución francesa, al Imperio de Napoleón y a otros gobiernos), en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores de Francia, le escribió en el 1805 una comunicación a quien a la sazón era el secretario de Estado de Estados Unidos, James Madison, quien 4 años después sería el 4to. Presidente de ese país, en la cual le expresaba sobre Haití lo siguiente:

“La existencia de un pueblo negro en armas, ocupando un país que ha manchado con las acciones más criminales, es un espectáculo horrible para todas las naciones blancas.”2

Siguiendo esa visión sobre Haití está documentado que el gobierno de los Estados Unidos de América decidió en el 1806 no tener ningún intercambio comercial con Haití, actitud que se mantuvo por varios años más, incluso ya siendo el referido Madison Presidente de esa poderosa nación.

Pero la posición anti haitiana, especialmente en los EE.UU., permaneció por muchos años más, al extremo de que para que ese país participara en el primer congreso interamericano efectuado en Panamá, en el 1826, se tuvo que prohibir la participación de Haití.

En la referida fecha, con una patética demostración de ignorancia, el señor Robert Y. Hayne, quien ostentaba la representación de Carolina de Sur en el Senado de los EE.UU., se asombraba de que en Haití: “Podéis encontrar hombres de color al frente de sus ejércitos, en sus Salones Legislativos, y en sus Departamentos Ejecutivos…” Así lo resumió en el 1928 el historiador Andrew N. Cleven, en uno de sus interesantes ensayos sobre la historia de los negros.3

Al penetrar con ojo escrutador en el pasado de Haití se puede observar que en sus constantes convulsiones ha habido de todo, lo cual ha dado oportunidad para que se esparzan opiniones abigarradas por las cuales se han colado verdades, mentiras fruto de prejuicios y la falacia de las llamadas verdades a medias.

La maraña de dificultades que ha sufrido ese país tiene un alto componente de abusos de potencias extranjeras que en diferentes épocas se han aprovechado para llevar a los haitianos a increíbles niveles de indefensión. A eso se agregan unas élites del mismo Haití que antes y ahora han sido indolentes y que siempre se han cebado de ese pueblo famélico.

Lo que ocurrió en la Isla de La Tortuga en el siglo 17 (que no fue el primero ni el único caso de incidencia en el devenir de Haití) basta para tener nociones sobre muchas de las cosas negativas que a través del tiempo se han ido sucediendo en cascada en el país que ocupa un poquito más de la tercera parte de la isla de Santo Domingo.

Como no es el tema tratar en con extensión ese caso me limito a decir que en el año 1951 el entonces embajador de España en la República Dominicana, Manuel Aznar Zubigaray, al escribir el prólogo de la obra La Isla de la Tortuga, de Manuel A. Peña Batlle, señaló, aunque con sesgo interesado, lo siguiente:

“…se cometió el crimen de permitir que bucaneros y filibusteros, mandados por unos cuantos hombres de presa, y manejados por la compleja política de Europa, se quedaran permanentemente en la Isla de la Tortuga.”4

Años después de que la Isla La Tortuga se convirtiera en un escenario de fechorías se produjo la sublevación de los esclavos haitianos, quienes en el 1791 comenzaron un proceso de lucha que culminaría con la proclamación de la República de Haití, luego de la derrota allí de decenas de miles de soldados del poderoso ejército napoleónico cuya misión era garantizar  los intereses de los franceses, sin importar las consecuencias en términos de sacrificios humanos.

Muchas páginas de la historia de Haití, descritas por varios autores haitianos y extranjeros, recogen episodios realmente espeluznantes entre esclavos y esclavistas.

Se ha escrito que los esclavos en lucha destripaban a los blancos sin importar sexos o edades y que los blancos arrancaban girones de piel a los negros y machacaban sus esqueletos mientras estos agonizaban. A no pocos esclavos los blancos les llenaban los oídos de brea o aceite caliente para hacerles más torturantes sus últimos instantes de vida.

No resulta abundante decir que en Haití nunca se aplicó en favor de los esclavos el Código Negro que en el 1685 puso en vigor el rey francés Luis XIV para suavizar los rigores de la esclavitud en las colonias ultramarinas de Francia.

Tal vez dicho monarca propició ese texto de ley no por cuestiones humanitarias, sino para mantener un mejor control de sus intereses, con escalas menos rigurosas en el trato a los esclavos. Se puede decir que el susodicho Código Negro fue una especie de antecedente de lo que en la segunda mitad del siglo 20 se conoció en el mundo como el gatopardismo.

De un poco de todas esas y otras realidades fue que surgieron en Haití personalidades como Jean-Jacques Dessalines, quienes dejaron pesadas huellas en la larga y sangrienta existencia de ese pueblo vecino al nuestro.

 

                                                  Dessalines

 

Jean-Jacques Dessalines nació el 20 de septiembre de 1758 en la plantación de Cormier, situada en la zona llamada Grande- Riviere-du-Nord, en la parte norte-centro de Haití.

Fue uno de los más sobresalientes luchadores por la independencia de su país. Demostró tener cualidades guerreras extraordinarias. Por eso tomó de manera automática el primer puesto dirigencial luego de que en el año 1802 Toussaint Louverture fue capturado y enviado a morir a una cárcel de las montañas del Jura, en la fría frontera franco-suiza.

Al proclamarse la Independencia de Haití, el primero de enero de 1804, fue investido como presidente de ese país. Con ese título gobernó unos meses.

A Dessalines le tocó ser el primer presidente de América Latina, pues en el continente llamado América entonces sólo los EE.UU. habían declarado su independencia.

Para esa designación se tomaron en cuenta sus méritos militares, especialmente su airoso desempeño en la Batalla de Vertiéres, librada el 18 de noviembre de 1803 (en la cual puso a morder el polvo de la derrota a las tropas francesas que había comandado hasta su muerte, por fiebre amarilla, el 2 de noviembre de 1802, el general treintañero Charles-Victoire Leclerc); así como el ascendiente que tenía entre los generales y demás oficiales que con sus tropas hambrientas, descalzas y mal armadas habían vencido a un poderoso ejército imperial.

El 2 de septiembre del referido 1804, en complicidad con el cuerpo de generales que controlaban el naciente Estado, Dessalines fue coronado como Emperador de Haití, con el pomposo nombre de Jacques I.

Así se etiquetó hasta su magnicidio (incluido el descuartizamiento de su cuerpo, con desprendimiento de cabeza, brazos, piernas y órganos genitales) el 17 de octubre de 1806, por una muchedumbre enfurecida que hace recordar, con matices caribeños, a la violencia propia de un antiguo pogromo ruso.

Ese hecho sangriento se produjo en el llamado Puente Rojo, en el extrarradio de Puerto Príncipe, por soldados a su servicio y por una turbamulta que se agregó súbitamente a la conjura.

Cuando lo mataron tenía dos años y unos meses dirigiendo el gobierno, primero como presidente y después como emperador.

Su muerte violenta, a los 48 años de edad, se dio luego de que él implantara un régimen de terror contra ciudadanos blancos, negros y mulatos. Había desatendido las tareas de gobierno, disipando el tiempo con decenas de mujeres que le brindaban placer, mucha comida, bebidas y permanente diversión.

Entre los que participaron en el magnicidio de Dessalines estaba el entonces jovencísimo soldado Pierre Rivere Garat, quien cumplió la misión se hacer saltar los sesos del déspota con un certero balazo en la nuca. En realidad el planificador de ese hecho fue el general Pétion, quien de inmediato proclamó la necesidad de que Haití tuviera una democracia del tipo liberal.

El principal autor material del magnicidio de Dessalines llegó a ser general del Ejército de Haití. Con ese rango, y el ostentoso título nobiliario de Duque de Leogane, Pierre Rivere Garat murió en las cercanías de Neiba  el  22 de diciembre de 1855, cuando los patriotas dominicanos encabezados por el bizarro general Francisco Sosa vencieron a los invasores haitianos en la célebre Batalla de Cambronal.

Es oportuna la ocasión para decir que en el 1805 Dessalines cometió muchos crímenes en el hoy territorio dominicano (Santiago, Puerto Plata, La Vega, Moca, Montecristi, etc.) haciendo aquí algo semejante a lo que hizo en Haití el año anterior contra los blancos, cuando le ordenó a sus soldados “que cada uno empape su mano de sangre…”, agregando lo siguiente: “Hay mucha crueldad en lo que estamos haciendo…Qué me importa el juicio de la posteridad sobre semejante medida…”Así lo describió el historiador haitiano Thomas Madiou, y lo reprodujo Jean Price-Mars en su obra La República de Haití y la República Dominicana.5

Acompañándolo en tareas de gobierno estuvieron, entre otros, los generales Pétion, Cristóbal, Geffrard, Vernel, Gabart y Cherveaux, quienes como gobernadores regionales controlaban todo el territorio de la naciente República.

La muerte de Dessalines creó un caos grandísimo en Haití, con una lucha feroz entre negros y mulatos, lo que provocó que unos meses después ese país se dividiera en dos repúblicas.

En gran parte del Norte, cuya población era mayoritariamente negra, el presidente era el despiadado general Enrique Cristóbal (Henri Christophe), quien a partir de marzo de 1811 se convirtió en rey con el soberano nombre de Enrique I.

Se hizo construir palacios y fortalezas y mediante disposición propia formó una corte de opereta con la reina María Luisa, príncipes, duques, condes, vizcondes, marqueses, barones y señores.

En el Sur, incluyendo la ciudad de Puerto Príncipe, gobernó hasta su muerte ocurrida el 29 de marzo de 1818, por ataque de fiebre amarilla, cuando tenía 47 años de edad, el ya mencionado general Alexandre Sabés Pétion, un mulato dotado de gran cultura y a cuyo pensamiento no eran ajenos los principios que inspiraron la Revolución Francesa de 1789.

 

Bibliografía:

1-Haití la Ciudadela Vulnerada. Segunda edición. Editorial Oriente, Cuba, 2004.P61. Patrick Bellegarde-Smith.

2-Revista de estudios interamericanos.Vol.10, No.2, abril del 1968.P282.Maurice A. Lubin.

3-Journal of negro history 13, No.3, 1928.P240. Andrew N. Cleven.

4-La Isla de La Tortuga. Edición facsimilar. Editora de Santo Domingo, 1974.P10. Manuel Arturo Peña Batlle.

5-La República de Haití y la República Dominicana. Editora Taller, cuarta edición facsimilar, 2000.P99. Jean Price-Mars.

Publicado el 19-diciembre-2020. www.Diario Dominicano.

sábado, 12 de diciembre de 2020

SÉNECA, MISHIMA Y DORTICÓS. SUICIDIOS

 

SUICIDIOS HISTÓRICOS (V): SÉNECA, MISHIMA Y DORTICÓS.

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

A partir de que los suicidios de personas notables de la antigüedad comenzaron a reseñarse para fines de registros históricos se iba anotando también lo que cada cronista consideraba que había motivado la fatal decisión.

Esas notas mortuorias de los suicidas, conteniendo algunos detalles claves, quizá fueron los probables orígenes escritos de lo que se conoce como la casuística, en su connotación de particularidades de los hechos.

Pienso que podría ayudar a clarificar algunas zonas brumosas de los suicidios lo que el gran pensador cristiano Pierre Teilhar de Chardin escribió sobre la fuerza espiritual de la Materia, en su ensayo titulado El Medio Divino, cuando explica lo siguiente:

“Los hombres, en sus esfuerzos hacia la vida mística, muchas veces cedieron a la ilusión de oponer brutalmente entre sí, como si se tratara del Mal y del Bien, el cuerpo y el alma, la carne y el espíritu.”1

Entre las diferentes etapas por las que ha pasado el suicidio  cabe decir que cientos de siglos atrás se tejían ideas que reflejaban una especie de admiración hacia los suicidas.

Cuando en el pasado remoto alguien se imponía una vida de sufrimiento o martirio, como signo de entrega total a sus creencias especialmente religiosas, se llegó a considerar que se trataba de un proceso de suicidio lento.

Luego esa visión se aparcó, especialmente en las discusiones filosóficas-religiosas que se desarrollaron intensamente en la Edad Media, que fue una época en que se radicalizó la negativa de brindarles ritos religiosos a los suicidas.

Se dispuso entonces, además, que esos muertos por voluntad propia no se enterraran en los cementerios, casi todos bajo el control de las iglesias.

Generalmente los cuerpos de los suicidas se lanzaban en un hoyo cavado apresuradamente en un terreno yermo, en las afueras del pueblo donde ocurriera el hecho fatal.

Los estoicos griegos fueron contrarios a esas decisiones extremas. Ellos tenían el suicidio en su tabla de derechos, aduciendo que era un medio eficaz para ponerle término a una vida cargada de pesares, que no tenía sentido mantenerla.

Sin embargo, el filósofo Aristóteles se oponía al suicidio, basándose en que afectaba la producción de la comunidad. Para él los suicidas atentaban contra los caudales públicos, con pérdida para la economía colectiva. Ese era el fundamento que sustentaba su pensamiento sobre ese espinoso tema.

En el 1670 Luis XIV, conocido también como el rey Sol de Francia, quien duró en el trono más de 70 años, ordenó que los suicidas fueran arrastrados por las calles y que se confiscaran sus bienes.

En Francia se puso en práctica, además, por orden de dicho rey, que los cuerpos despellejados de los suicidas se colgaran en lugares públicos o que fueran lanzados a un estercolero para alimento de los animales que por allí pululaban.

De todo lo ocurrido sobre el suicidio y los suicidas en Francia, durante gran parte del largo reinado de Luis XIV, escribió abundantemente el eminente sociólogo y filósofo francés Emi Durkheim; pero sólo hago aquí la enunciación de eso.

Luego, no tan lejos en el tiempo, si se toma en consideración el largo trayecto de la historia de la humanidad, fueron siquiatras, neurólogos y sicólogos los que vincularon los suicidios con problemas de salud ubicados en desbalances cerebrales y conectados con asuntos referentes a componentes químicos del organismo humano.

Séneca

Lucio Anneo Séneca, quien pasó a la posteridad como Séneca, apodado El Joven, nació hace ahora 2004 años en la andaluza y milenaria ciudad de Córdoba, situada entre la Sierra Morena y el río Guadalquivir, en el sur de España.

La histórica ciudad natal de ese famoso sabio de la antigüedad fue fundada por los romanos 200 años antes de que él llegara al mundo.

Séneca pasó a la posteridad principalmente como filósofo, brillando por sus muchos saberes en la escuela del estoicismo, a la cual hizo aportes tan significativos como los que se les atribuyen a los también filósofos Marco Aurelio, un emperador romano  conocido como El Sabio, y  Epicteto, el genial griego que se empinó por encima de la miseria de su condición de esclavo.

Séneca también fue un orador de fuste y en su condición de escritor dejó importantes poemas, obras teatrales y otros escritos sobre ética y política.

Tenía condiciones sobresalientes de estadista, no sólo porque fue el mentor de Nerón en su niñez, adolescencia y primera juventud, enseñándole el difícil arte de la política, sino porque de hecho ejerció por un tiempo el control del vasto Imperio Romano.

Por sus conocimientos, su don de mando, su ecuanimidad y el dominio de los entresijos de la burocracia imperial, sus servicios de asesoría fueron requeridos por los emperadores Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.

Séneca, que ya tenía 3 años en un apasible retiro, cayó en desgracia cuando en Roma se produjo lo que pasó a la historia como la conjura de Pisón, cuyo objetivo era eliminar a Nerón. Fue implicado en ese fracasado intento de complot para descabezar el imperio romano.

Eran días difíciles pues hacía poco tiempo que Roma había sido en gran parte destruida por un fuego criminal y las finanzas imperiales decaían. Ya existía el germen de lo que sería una convulsión social.

Cuando por todos los sectores de la capital imperial y sus contornos se esparció el rumor de su alianza con el referido influyente senador Cayo Calpurnio Pisón, Séneca hizo un primer intento de suicidarse, pero sobrevivió.

Después que se dictó sentencia de muerte en su contra el autor del magnífico ensayo de meditaciones filosóficas titulado Cartas a Lucilio intentó, por segunda ocasión, matarse. Se hizo profundas heridas en brazos y piernas para quedar  exangüe y asegurar su fin, pero de nuevo fracasó como suicida.

Luego tomó cicuta, pero por tercera vez falló. La diosa de la mitología romana Átropos, que simbolizaba la muerte, rehuyó llevárselo consigo.

Ese potente veneno, cuya fama pasó a la posteridad al causar el fallecimiento de Sócrates, dejó a Séneca en condiciones de extrema debilidad, casi moribundo.

Fue entonces cuando decidió completar su actitud suicida sumergiéndose en un charco de aguas hipertermales. De ahí lo sacaron cadáver.

Nerón, tal vez por conveniencia particular, dada su veteranía criminal, o temiendo que sus enemigos, entre los que había muchos farsantes, manipularan a las masas populares si no actuaba contra Séneca, hizo parte del acorralamiento que llevó al suicidio a quien fuera su tutor. Casos similares los hubo antes.

Sobre el suicidio de Séneca, y las imputaciones que le hizo Nerón, entre otros alegatos escudándose en lo que algunos cortesanos le decían sin prueba alguna, es permitido recordar que  varios siglos atrás el genial ateniense Platón, en su obra La República, escrita en la madurez de su pensamiento, pintó un cuadro humano aplicable a ese caso.

Se refirió Platón a los sofistas, o a los que actúan como ellos, y al impacto que producen, como una corriente que arrastra, las “oleadas de alabanzas y de críticas” que se producen en “las asambleas públicas, en el foro, en el teatro, en el campo, o en cualquier otro sitio donde la multitud se reúne.”2

Tácito, el historiador  y político romano, fue un gran defensor de la inocencia de Séneca en la mencionada conjura de Pisón.

En su relato sobre su muerte hizo un pormenorizado recuento de los últimos mensajes intercambiados a través de un centurión entre el filósofo (que estaba entonces a unos 4 kilómetros de Roma, retornando de la zona de Nápoles) y el  implacable emperador.

 Cornelio Tácito, que no fue desmentido en sus notas, señaló que Séneca, ante la inminencia de su muerte, dijo que dejaba: “…al menos el único bien que le restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida.”

Es el mismo Tácito quien en sus Anales expresó que Séneca arengó a su esposa Pompeya Paulina y a dos amigos y discípulos que lo acompañaban desde la región de Campania: “Porque, en fin, ¿quién no conocía la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le había educado e instruido.”3    

Yukio Mishima

Yukio Mishima nació en la ciudad de Tokio, capital del Japón, el 14 de enero de 1925.Fue prolífico novelista, poeta creativo, dramaturgo de obras impactantes,  autor decenas de historias breves, ensayista relevante y escritor de guiones cinematográficos.

Uno de los más brillantes escritores japoneses del siglo XX se suicidó en su ciudad natal el 25 de noviembre de 1970.Tenía 45 años de edad.

Ni antes ni muchos años después de su muerte auto infligida gozaba de simpatías en su país, pues los críticos literarios y no pocos lectores lo consideraban como una especie de chiflado, entre otras cosas porque llevaba su apasionado nacionalismo a niveles que desbordaban la lógica.

Con el tiempo esa opinión negativa sobre él fue cambiando. Hoy se le considera un polímata con rasgos geniales, un orgullo de las letras y la cultura japonesas.

Mishima siempre ha sido bien valorado fuera de las fronteras niponas. En Occidente siempre se ha reconocido como un literato de gran calidad. Al morir dejó una larga lista de obras, la mayoría perdurables en el tiempo, como escritor de gran envergadura que fue.

Dos años antes de su muerte lo dejaron a la puerta de recibir el premio Nobel de Literatura. Se le otorgó a su amigo el igualmente japonés Yasunari Kawabata, quien en el año1972 también se suicidó.

Se divulgaron diferentes versiones en torno al suicidio de Mishima por el ritual de seppuku. En forma dramática y teatral, como si fuera una escena de teatro previamente ensayada de manera reiterada, y con una alta dosis de excentricidades, se abrió el vientre con una daga llamada tantó, al estilo de un militar de la élite samurái avergonzado por algún hecho incorrecto o por una derrota bélica.

No sé hasta dónde para él, anclado en una visión originalista de su creencia religiosa, su acción suicida pudiera conectarse con la base filosófica del budismo, la cual se centra en el nirvana y la reencarnación.

Una de las opiniones más socorridas sobre el por qué del suicidio de Mishima, y que parece tener mucho asidero, es que tomó esa fatal decisión luego de que fracasó en su intento de convencer a militares japoneses para que eliminaran la Constitución del 1947.

Mishima era lo que se dice un forofo del Emperador, quien había gobernado como un semidiós. Su figura quedó reducida con dicho texto constitucional.

 

 

Minutos antes del suicidio había ocupado por la fuerza, junto a unos pocos seguidores suyos, un cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Japón, convirtiendo en rehenes momentáneos a oficiales y tropas que se alojaban allí.

La referida Carta Magna fue elaborada por juristas estadounidenses que tenían encima el ojo escrutador del célebre general Douglas MacArthur, entonces Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, vencedoras en la Segunda Guerra Mundial.

Al examinar textos de Derecho Constitucional Comparado se comprueba que esa es una Constitución de las conocidas como rígidas. Con sus 5 mil palabras es, además, corta.

Sus bases esenciales parten de 3 ejes: a) el pacifismo, y por ende la imposición de no utilizar las armas para fines ofensivos; b) una visión occidentalizada sobre los alcances de los derechos humanos y  c) la eliminación del poder omnímodo que tenía el Emperador hasta la derrota militar del Japón en el 1945.

Consta de 103 artículos, muchos de ellos inspirados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que el 26 de agosto del año 1789 aprobó la Asamblea Nacional Constituyente de Francia.

Dicha ley fundamental fue dada a conocer al pueblo japonés el 3 de mayo de 1947, hace ahora 73 años. Se ha mantenido inalterable, aunque una constante movilidad en el cuerpo de leyes adjetivas es el soporte cotidiano de la legalidad de las relaciones comerciales, políticas, sociales, culturales, etc. en el Japón actual.

Con esa Constitución, tajantemente rechazada por Mishima, se eliminó el carácter de súbditos de los japoneses, garantizándoles la condición de ciudadanos y creando otras novedosas situaciones para un país con realidades colectivas inmovilizadas desde hacía muchos siglos.

Valga la aclaración de que los ocupantes del también llamado Imperio del Sol Naciente, creadores de la referida Ley de leyes, dejaron al Emperador Hirohito como “el símbolo del Estado y de la unidad de la nación.”

Lo anterior significa que Hirohito siguió siendo jefe de Estado, pero vale recalcar que fue despojado de los poderes supremos y soberanos, quedándose sólo con un papel simbólico y ceremonial. En esa condición también se mantuvo su hijo y sucesor Akihito, hasta el 2019, cuando cedió el trono imperial a su hijo mayor Naruhito.

Retomo a Yukio Mishima para decir que entre su producción literaria más relevante es de rigor citar Confecciones de una máscara, El tumulto de las olas, El pabellón de oro, El rito de amor y de muerte y El marino que perdió la gracia del  mar.

Mishima fue un budista con una fe concentrada sin margen a matices, tal y como se comprueba cuando se lee el ensayo que publicó dos años antes de su muerte, titulado El sol y el acero, que es en realidad su autobiografía.

En su libro Confesiones de una máscara también se descubren muchos de los elementos que fueron tejiendo su vida en todas sus ricas, confusas y enigmáticas vertientes, al menos a la luz de una mirada occidental.

Hay que tomar en cuenta que la cultura oriental tiene sus propios códigos, generalmente con grandes diferencias a como el resto del mundo ve y practica las diversas manifestaciones de la existencia humana.

En sus escritos Yukio Mishima ponía mucho énfasis en las tradiciones del Japón, enfatizando en lo que creía vital para no romper con el espíritu de su pueblo.

Aunque en honor a la verdad  hay que decir que él tenía una vasta cultura sobre las riquezas espirituales de otras zonas del mundo, tal y como se comprueba en algunos de sus libros, en los cuales comenta o hace referencia a autores tan diversos como Platón, Dostoievski, Cervantes, Stendhal, Proust, Goethe y otros cuyas lecturas le facilitaron tener una visión ecuménica.

En una nota escrita por Mishima, que revela lo que bullía como ondas  contradictorias en su yo interno, él reveló detalles tan impactantes y dramáticos como este mensaje de gran calado: “…La vida humana es breve, pero quisiera vivir siempre…”

Varios escritores de fama mundial publicaron crónicas o ensayos sobre Yukio Mishima, entre ellos Truman Capote, Henry Miller y Alberto Moravia; pero tal vez una de las mejores obras para entender a ese controversial personaje de las letras orientales la escribió la célebre autora de Memorias de Adriano, la novelista y dramaturga belga Margarite Yourcenar.

En su biografía literaria titulada Mishima o la visión del vacío Yourcenar plantea, en correcta alineación con la realidad, que él combinaba en sus obras la cultura oriental de que era portador con sus grandes conocimientos del acervo occidental, puntualizando lo siguiente:

“…es esa mezcla lo que hace de él, en muchas de sus obras, un auténtico representante occidentalizado, pero marcado a pesar de todo por algunas características inmutables…sin duda alguna, la muerte tan premeditada de Mishima es una de sus obras…”4

En el referido libro Yourcenar señala que el suicidio de Mishima “no fue, como creen los que nunca han pensado en tal final para sí mismos, un brillante y casi fácil gesto, sino un ascenso extenuante hacia lo que aquel hombre consideraba, en todos los sentidos de la palabra, su fin propio.”

 

Osvaldo Dorticós Torrado

 

Osvaldo Dorticós Torrado se suicidó de un balazo el 23 de junio de 1983, en su casa habanera. Algunas versiones atribuyen su muerte a un estado depresivo por problemas de salud y por la muerte de su esposa.

Otros, con razón o sin ella, vinculan el hecho trágico con una discusión que Dorticós tuvo en la víspera con Ramiro Valdés Menéndez, ahora casi nonagenario, quien es todo un “apparátchik” en los atajos gubernamentales cubanos desde el mismo 1959, con los galones de asaltante al cuartel Moncada, expedicionario del barco Granma, comandante de la Revolución y miembro del poderoso Buró Político del Partido Comunista de Cuba.

Unos especulan que ese suicidio fue un escape frente a una situación personal que se tornaba confusa en su mente. Otros han opinado que lo de Dorticós fue una especie de venganza con matices políticos.

Tal vez pensó él en el famoso y mortal último aldabonazo del fundador del Partido del Pueblo Cubano, Eduardo Chibás, el 16 de agosto de 1951.

La incógnita sobre la súbita muerte de Dorticós sigue flotando en Cuba y allende sus fronteras marítimas, a pesar de que han transcurrido casi 40 años de ese hecho infausto.

Osvaldo Dorticós Torrado nació el 17 de abril de 1919 en el seno de una de las familias más ricas de la hermosa ciudad cubana de Cienfuegos, llamada allá La Perla del Sur. Fue un excelente abogado, pero también tenía conocimientos de las ciencias médicas.

Cuando en el1959 Fulgencio Batista Saldívar huyó hacia la República Dominicana,  sin pensar en el calvario que Trujillo le haría pasar, casi de manera simultánea Dorticós abandonó su exilio forzado en México y retornó a La Habana. 

Como jurista de profundos conocimientos y gran cultura fue de los principales creadores de un texto sustituto de la obsoleta Carta Magna. También participó en la creación del cuerpo de leyes agrarias y de otros textos adjetivos que comenzaron a transformar el tinglado legal de Cuba.

Para sorpresa de no pocos el brillante cienfueguero, que había trabajado estrechamente en su juventud con el gran intelectual y político Juan Marinello, fue designado presidente de Cuba el 17 de julio de 1959, apenas unos meses después del triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro que puso término al régimen batistiano.

Osvaldo Dorticós Torrado fue, en consecuencia, el segundo jefe de Estado de la etapa de gobierno que en Cuba comenzó en el 1959 y aún está vigente. El primero lo fue el valeroso juez anti machadista y anti batistiano Manuel Urrutia Lleó, quien ocupó el cargo por 7 meses y unos días y terminó exiliado en EE.UU.

En el tiempo en que Dorticós fue presidente de Cuba, con las limitaciones burocráticas que fueran, se vivía un momento único y estelar, para fines históricos, en la mayor de las islas del Caribe.

El gran intelectual cubano Roberto Fernández Retamar señaló, con palabras magistrales, la realidad que prevalecía entonces en Cuba: “La Habana se había convertido en la encrucijada de América, en el centro de atención del Continente. De todas partes de América, y aun de todas partes del planeta, empezaron a arribar los que con sus propios ojos querían ver lo que se está haciendo en este país.”5

Es de rigor decir que Dorticós estuvo varias veces preso y sufrió exilio por su oposición a la dictadura de Fulgencio Batista, y por su apoyo a los combatientes de Sierra Maestra y zonas aledañas.

Ocupó el puesto nominal de presidente la República de Cuba hasta el 2 de diciembre de 1976, fecha en que fue sustituido por Fidel Castro, quien había ejercido hasta entonces el puesto clave de primer ministro.

Cuando fue cesado de su alto cargo, con motivo del cambio que se hizo del organigrama gubernamental cubano, en el citado año 1976, siguió desempeñando importantes tareas de gobierno.

Fue por varios años Presidente del Banco Nacional de Cuba, y cumplió otras funciones dentro de la nomenclatura oficial de ese país.

Sin embargo, algunos con etiqueta de enemigos políticos  suyos y otros con claros perfiles de envidiosos, lo apodaban (especialmente en mentideros políticos de Miami) como Cucharita.

Alegaban que ese mote era porque el hombre ni cortaba ni pinchaba, y ampliaban diciendo que Dorticós era una simple marioneta de los comandantes que bajaron de la Sierra Maestra con los caireles del triunfo revolucionario.

Por la realidad concreta que se vivía en la Cuba de los años 60s y 70s del siglo pasado parece que esos apodadores de Dorticós no leyeron o no entendieron al poeta Nicolás Guillén cuando escribió que en Cuba: “La culebra camina sin patas; la culebra se esconde en la yerba; caminando se esconde en la yerba, caminando sin patas... La culebra muerta no puede mirar, la culebra muerta no puede beber, no puede respirar, no puede morder.¡Mayombe,bombe, mayombé!”6

Bibliografía:

1-El medio divino. Alianza Editorial. Octava edición,1998.Pp79 y 80.Pierre Teilhar de Chardin.

2-La República. Editorial Universo, Perú. Cuarta edición, 1974.P162.Platón.

3-Expresiones de Séneca vaciadas en Anales XV. Cornelio Tácito.

4-Mishima o la visión del vacío. Edición de Seix Barral, 2003. Margarite Yourcenar.

5-Cuba defendida. Editorial Letras Cubanas, 2004.P28.Roberto Fernández Retamar.

6-Sensemayá.Canto para matar a una culebra. Poema. Nicolás Guillén.

Publicado el 12-diciembre-2020. www.diariodominicano.com

sábado, 5 de diciembre de 2020

GASTÓN FERNANDO DELIGNE Y EDMOND LAFOREST, POETAS SUICIDAS

 

SUICIDIOS HISTÓRICOS (IV): GASTÓN FERNANDO DELIGNE Y  EDMOND  LAFOREST, DOS POETAS ANTILLANOS

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Gastón F. Deligne

Gastón Fernando Deligne Figueroa, el gran poeta capitaleño que fue asimilado como petromacorisano, se suicidó el 18 de enero de 1913 en San Pedro de Macorís, ciudad conocida como la Sultana del Este.

Nació  en la ciudad de Santo Domingo el 23 de octubre de 1861. Al suicidarse tenía 51 años de edad. Cuando bajó al sepulcro se le reputaba como una de las más prominentes figuras de las letras dominicanas.

Cuando murió era, sin duda, uno de los dominicanos más cultos de su época y se encontraba en la cúspide de su madurez como escritor.  

Deligne fue también un crítico literario de fuerte gravitación en el micro mundo cultural que se vivía en la convulsa primera década del siglo veinte dominicano. Se reconoce que fue un gran políglota, traduciendo al español obras en latín, inglés, francés e italiano.

Era un niño cuando murió su padre, un ciudadano francés que fracasó en varios negocios que intentó desarrollar, como también le ocurrió a él después.  Al carecer su madre de bienes materiales los tres hermanos quedaron en indefensión económica ante el óbito de su progenitor.

Esa situación de precariedad extrema de la familia Deligne Figueroa impulsó al sacerdote católico Francisco Xavier Billini a ofrecerle educación gratuita en su colegio Juan Luis Gonzaga al mayor de los hermanos, que era Gastón.

En el libro-enciclopedia titulado Historia de la Cultura Dominicana se recoge como información verídica que el ilustre vate Gastón Fernando Deligne se suicidó “…cuando la lepra mordió sus carnes, tras haber visto morir despedazándose por esta misma enfermedad, a su hermano Rafael.”1 

Se comprende la desesperación que lo invadió al verse afectado por el mismo mal de la lepra, entonces sin cura, que diez años y meses antes (29 de abril de 1902) había acabado en forma miserable con la vida de su referido hermano menor (25 de julio de 1863); aquel a quien ante su tumba le dijo “ya has cavado hondo surco, ve a dormir labrador.”

Desde hace más de 100 años se están publicando diferentes escritos (tesis, ensayos, artículos, crónicas, etc.) sobre la producción literaria y obras de no ficción de Gastón Fernando Deligne.

Hacer mención de algunos de esos trabajos, aunque sea ligeramente, no es posible, por razones de espacio, en estos breves comentarios.

Pero la marca de Gastón F. Deligne en las letras dominicanas no podemos disociarla de lo que en el 1908 (con ligera revisión en el año 1946) dijo de su obra el eminente Pedro Henríquez Ureña, quien luego de desechar lo que llamó “inútil hojarasca” se refirió a él como un “poeta íntegro, real y magnífico.”

El sabio dominicano de fama mundial reconoció que a la poesía de Deligne “le falta un punto para ser poesía perfecta”, pero al mismo tiempo le dio el crédito de ser “un poeta correcto y elegante…Espíritu sagaz y grave…dueño de una fina sensibilidad…aforista de preocupaciones morales…germen de poeta humanista…toda su labor implica esfuerzo de síntesis.”2  

Es importante señalar que Gastón F. Deligne estaba considerado desde las últimas décadas del siglo19 como uno de los integrantes de lo que se denominó por un largo tiempo “los tres dioses mayores de la poesía dominicana.”

Los otros dos eran Salomé Ureña de Henríquez y José Joaquín Pérez. Ella, con mayor calidez emotiva en sus poemas; y el autor de la clásica obra en las letras criollas titulada Fantasías Indígenas con un nivel superior en las líneas que trazan la dramaturgia contenida en sus textos poéticos.

El reconocido historiador de las ideas y filólogo español Marcelino Menéndez y Pelayo hace entusiasta referencia de los dos últimos autores mencionados. Lo expresa en el primer tomo de su libro Historia de la Poesía Hispano-Americana; cuyo capítulo dedicado a Santo Domingo arranca así: “La isla Española….a quien el cielo pareció conceder en dote la belleza juntamente con la desventura.”

El citado poeta y crítico literario no conoció la producción lírica de Deligne, pero al revisar y ampliar su referida obra, y basándose en la investigación hecha por Pedro Henríquez Ureña, puso una nota a pie de página para resaltar que es “Gastón F. Deligne el más notable de los ingenios de su generación.”3

En la semblanza literaria que escribió sobre Gastón Fernando Deligne, el crítico literario Joaquín Balaguer no desperdició oportunidad para descalificar el conjunto de su obra. Puso de ejemplo el poema Ritmos, dedicado a su hermano Rafael, también poeta, con motivo de su muerte.

Dice el mencionado ensayista que en Deligne se observa más “al racionalista que se empeñó en reducir a fórmulas inflexibles el contenido del corazón humano.” Y añade que “la obra poética de Gastón Deligne se caracteriza por su irregularidad desconcertante”; atribuyéndole a su inspiración poética sufrir “repentinamente eclipses pasajeros…”4

 

Sin importar el criterio que cada comentarista haya expuesto sobre su obra, lo cierto es que las fibras patrióticas de Deligne no pueden ser puestas en mejor contexto que al recordar su poema Arriba el Pabellón, donde al referirse al sagrado lienzo tricolor dominicano plasmó estos encendidos versos: “¡Qué linda en el tope estás, dominicana bandera! Quién te viera, quien te viera, más arriba, mucho más…!”5 

El compromiso de Gastón F. Deligne con el destino político del país quedó de manifiesto en múltiples ocasiones.

Alcanzó un peldaño elevado con su poema Ololoi, el cual fue publicado días antes de cumplirse una década del tiranicidio que terminó con el régimen de opresión de Ulises Heureaux (Lilís).

Aunque no menciona a Lilís por su nombre es obvio que todo el discurrir de esa especie de catilinaria envuelta en poesía se refiere a dicho déspota.

Es evidente que el contenido de Ololoi puede proyectarse hacia otros personajes que dirigieron el país en forma dictatorial (Santana, Báez, Trujillo).

Ellos, al igual que el sátrapa que cayó en Moca el 26 de julio de 1899, también fueron de “un temple felino y zorruno, halagüeño y feroz todo en uno…”, como escribió Deligne en Ololoi.

El insigne poeta dominicano alude, en la referida pieza literaria, a aquellos que una vez encaramados en el lomo de la llamada Cosa Pública se hacen dueños “de todo y de todos.”

Debe ser un mensaje de permanente recordación en la memoria colectiva del pueblo dominicano esta lapidaria expresión de Deligne: “¡Y ha caído el coloso al empuje de un minuto y dos onzas de plomo.”!6

Al margen de las disonancias entre críticos literarios me permito expresar que Gastón F. Deligne tenía un manejo excelente de las coordenadas definitorias del movimiento literario conocido como el Romanticismo. Decenas de poemas salidos de su caletre de poeta superior así lo demuestran.

Señalo un verso de su poesía titulada “Subjetiva” como simple prueba de lo dicho arriba: “Cuando prende en dos almas el cariño, su ojo apagado entre la sombra acecha; y brilla-cuando en una se confunden,-como un botón de fuego en las tinieblas.”7

En su obra titulada Páginas Olvidadas hay una parte considerable de su producción literaria, así como fracciones de su cosecha de contenido político, que fueron divulgadas en diferentes periódicos y revistas dominicanas y de otros países vecinos (por ejemplo en el que fuera el famoso magacín Cuba Literaria, de la ciudad de Santiago de Cuba).

En ese libro descubren los lectores muchas de las cualificaciones que poseía Gastón F. Deligne como escritor y hombre pensante, pero también aflora el gran dominio que en la época de su esplendor llegó a tener en el mundo cultural dominicano.

Páginas Olvidadas es como la síntesis, en forma de recopilación, que recoge sus criterios sobre los diversos movimientos literarios que estaban en boga en el mundo antes de la irrupción del dadaísmo de Tristan Tzara y Hugo Ball, que él no conoció porque surgió en Europa un año después de su suicidio.

 

 En dicha obra están, además, sus opiniones, controversiales o no, sobre diversos escritores criollos y extranjeros; sus sesudas críticas literarias, a veces mordaces;  sus conceptos sobre la importancia de la cultura para el desarrollo de los pueblos, así como anécdotas, sátiras criollas y sus opiniones sobre el tejemaneje de la política dominicana.8 

 

Edmond Laforest

 

El 17 de octubre de 1915 (dos meses y pocos días después de la ocupación de su país natal, por la soldadesca americana) el poeta, dramaturgo, educador y periodista haitiano Edmond Laforest se suicidó lanzándose a una piscina con un grueso diccionario atado a su cuello, toda una simbología, quizá única entre las muchas maneras de cometer suicidio. 

Esa decisión de suprimir su existencia terrenal tal vez fue porque se sintió asfixiado por el cargado ambiente de humillación que se vivía entonces en Haití, el más empobrecido pueblo de América Latina.

Describir a Haití como lo que es no es ni por asomo ninguna llamada “narrativa negativa.” Son los organismos internacionales quienes colocan en índices rojos a ese vecino país.

Tal vez, por diferentes motivos que se pueden explicar desde el campo de la indolencia, una gran parte de responsabilidad para que así sea la tienen diversas élites de Haití que no les importa el destino de las masas hambreadas que allí mal viven.

Para Laforest, que no llevó una vida silenciosa, era una situación muy complicada observar las tropelías que cometían soldados invasores contra el pueblo del que él formaba parte.

Las permanentes crisis económicas, políticas, militares y sociales que siempre ha padecido el pueblo haitiano, con sus lógicas repercusiones en el ámbito cultural,  no han impedido que el nombre de Edmond Laforest se mantenga presente, por su calidad, en el pequeño universo de las letras de esa nación vecina a la República Dominicana.

A propósito de comentar brevemente la vida y la muerte de Edmond Laforest es pertinente decir que las letras haitianas tienen su lugar importante en la literatura caribeña.

Muchos de los escritores, poetas, religiosos, historiadores, artistas, así como hombres y mujeres de pensamiento nacidos en Haití también han sido grandes combatientes por la libertad de su tierra. Así lo consigna su larga historia de luchas sociales.

Cuando se penetra, aunque sea por curiosidad de aficionado, en la cantera de las letras de esta zona del mundo surgen a borbotones decenas de nombres de escritores del país más cercano al nuestro.

Si bien es indiscutible que en el centro del trono de la poesía haitiana está la figura ilustre de Jacques Roumain, el también célebre ideólogo político que en su tierra le dio perfiles con características particulares al marxismo, y que escribió desde hermosas páginas surrealistas hasta densos ensayos sobre sus reflexiones políticas, sin soslayar temas propios del folclor de su país; no menos cierto es que antes y después de él otros compatriotas suyos también dejaron su impronta en las letras y las luchas políticas y sociales.

Ese es el caso, por ejemplo, de Edmond Laforest, perteneciente a una generación anterior a la de Roumain.

Laforest nació el 20 de junio de 1876 en la ciudad de Jérémie, en el suroeste de Haití, situada en un recodo marino del Departamento de Grand Ansé. Es famosa por los muchos acontecimientos históricos que allí se han desarrollado a lo largo de cinco siglos.

En Jérémie comenzó, el 25 de marzo de 1762, la saga de la mundialmente famosa familia Dumas. También nacieron en esa tierra bañada por el mar el periodista, poeta, escritor y dramaturgo René Philoctéte y otros poetas que forman parte destacada del parnaso haitiano.

La vida de Laforest fue breve, pero dejó en su tierra semillas como cápsulas seminales para que otros continuaran lo que fue su activismo para hacer de aquella sociedad algo diferente de lo que era en su época.

Como periodista fue un formidable crítico de los políticos haitianos de todos los pelajes que a finales del siglo 19, y a comienzos del siglo pasado, mantenían en jaque a las instituciones de ese país, fomentando crisis en cadena por ambiciones personales y grupales.

En el 1901 Laforest publicó un libro titulado Poemas Melancólicos. Lo escribió bajo el influjo de una elevada inspiración lírica, expresando en cada verso la versatilidad de sus pasiones, con una nítida descripción de su entorno, dejando filtrar en ellos desazón y no poca tristeza por la cruda realidad que vivía.9

Al tiempo que combatía los desafueros de una clase política indolente, Edmond Laforest continuaba solitariamente escribiendo y puliendo su buen quehacer literario.

Fruto de esa paciente labor publicó en el 1909 una obra pequeña, pero de un hondo contenido emocional. La tituló “La última hada. Fantasía en versos” (La derniére fée. Fantaise en vers).10

Ese fue uno de los partos literarios de Edmond Laforest que lo colocaron bien fijo en el panteón de las letras haitianas, en los primeros años del siglo pasado.

Cuando se analiza el conjunto de su obra se comprueba que él logró lo que el gran dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español Lope de Vega Carpio definió con gran acierto como “la pintura de las costumbres.”

Una de sus últimas publicaciones, editada en el 1912 en París, con el título “Cenizas y Llamas” (Cendres et Flammes) le dio un gran impulso para que se le reconociera como un formidable escritor atento a la realidad social, económica y política de su país.11

En esa obra se capta que Laforest hizo una simbiosis de su condición de poeta y su manejo del lenguaje periodístico, simplificando lo que es la formalidad de un tema como el que él trató en ella, sin desdeñar los valores artísticos que debe contener toda producción literaria de ese género.

Cuando el 28 de julio de 1915 cientos de soldados estadounidenses desembarcaron en la bahía de Puerto Príncipe, por órdenes del presidente  Woodrow Wilson, para controlar de manera directa todos los poderes en Haití (hasta el 15 de agosto de 1934) fecha en la cual decidieron irse para seguir gobernando por otros medios, el periodista, poeta, educador y escritor Laforest les plantó cara.

Desde su sencillo pero combativo periódico La Patria no cesó en condenar a los invasores estadounidenses, que en connivencia con grupos internos machacaban la dignidad y la soberanía de su desafortunado país.

Al mismo tiempo Edmond Laforest, hay que repetirlo, se reiteraba en su firme y reconocida postura de culpar también a los grupos políticos y económicos haitianos por sus luchas de intereses. Son  sujetos privilegiados a los cuales no les ha importado nunca la suerte del pueblo llano, con el cual coexisten pero que no se sienten parte del mismo y sólo usan una retórica hueca, fuera y dentro de sus fronteras, para confundir y sorprender a incautos.

Bibliografía:

1-Historia de la Cultura Dominicana.Impresora Amigo del Hogar, 2016.P298. Mariano Lebrón Saviñón.

2-Obras Completas.Tomo II.Estudios literarios.Editora Universal, 2003.Pp35-43.Pedro Henríquez Ureña.

3-Historia de la poesía hispano-americana.www.Cervantesvirtual.com.Pp219-246. Marcelino Menéndez y Pelayo.

4-Ensayos literarios.Tomo II.Editora  Corripio, 2006.Pp377-445.Joaquín Balaguer.

5-Arriba el Pabellón. Poema. Gastón Fernando Deligne.

6-Ololoi. Poema.8 de julio de 1909. Gastón Fernando Deligne.

7-Subjetiva. Galaripsos, poesía,1908. Gastón Fernando Deligne.

8-Páginas Olvidadas. Reeditada por la Universidad Central del Este en el 1982. Gastón F. Deligne.

9- Poemas Melancólicos. Publicación del año1901. Edmond Laforest.

10-La última hada. Fantasía en versos. Publicado en el 1909. Edmond Laforest.

11-Cenizas y Llamas. Publicado en el 1912. Edmond Laforest.

Publicado el 5-diciembre-2020. www.diariodominicano.com