sábado, 24 de octubre de 2020

ESTADOS UNIDOS (y II),MAGNICIDIOS

 

MAGNICIDIOS EN ESTADOS UNIDOS (y II)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

John F. Kennedy

 

John F. Kennedy ha sido el único católico en llegar a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. También fue el más joven en ser elegido para sentarse en el principal sillón del Despacho Oval de la Casa Blanca.

Derrotó a Richard Nixon en las elecciones de 1960, con su lema electoral de la Nueva América, amén del impulso que tuvo de poderosos grupos económicos, así como de motivados activistas del Partido Demócrata y, además, por el carisma y la fotogenia que le caracterizaban.

En su discurso inaugural el presidente Kennedy dijo que comenzaba la fiesta de la libertad, añadiendo de inmediato que: “el hombre tiene en sus manos mortales el poder de abolir toda forma de pobreza humana y de abolir también toda forma de vida humana…Si la sociedad libre no puede ayudar a la multitud de pobres, jamás podrá salvar al pequeño número de ricos.”1

Kennedy no pudo completar su mandato presidencial. Fue asesinado el 22 de noviembre de 1963.Su muerte fue confirmada en los quirófanos de emergencia del hospital Memorial Parkland, en el condado de Dallas, Texas,  un territorio donde ni él ni su partido ni sus ideas gozaban de simpatías.

El asesino material de Kennedy era un individuo de pésimos antecedentes llamado Lee Harvey Oswald. Fue capturado una hora después de cometer el magnicidio, al penetrar a una sala de cine, luego de que también matara a un oficial de policía que encontró en su huida.

El referido magnicida fue asesinado dos días más adelante, en el sótano del edificio de la Jefatura de Policía de Dallas, cuando era llevado por una nutrida escolta de policías, alguaciles y detectives para ingresarlo en una cárcel cercana.

El matador de Oswald fue Jack Ruby, otro sujeto con turbias referencias, quien sospechosamente actuó sin ningún obstáculo en presencia de los alguaciles que custodiaban al reo.

Todos los indicios demuestran que esa secuencia criminosa no estaba anclada en un interés de venganza particular de un adolorido seguidor del joven presidente sacrificado. Ese hecho fue un eslabón más de la cadena de encubrimiento del magnicidio de la Plaza Dealey.

Un simple y lineal examen de la forma en que ocurrieron los hechos en el referido recinto policial conduce a pensar que el criminal baleado frente a unos perplejos custodios era la punta del iceberg de la trama criminal que segó la vida del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos.

Hubo desde el principio, sin ninguna duda, una espesa red de complicidades con el propósito de impedir que se llegara al fondo del ovillo o al corazón de la madeja, en relación con el magnicidio del presidente Kennedy.

 

Los mil días de Camelot

Con frecuencia se identifica el breve mandato presidencial de Kennedy con la expresión los mil días de Camelot. Eso tiene su historia, partiendo de una ficción ampliamente recogida por la literatura europea del siglo XII.

Muchos publicistas e historiadores han hecho un paralelismo entre la figura del malogrado presidente Kennedy (y el glamour que él y su esposa Jacqueline le impregnaron a la Casa Blanca) con las leyendas referentes a las actividades que se realizaban en el castillo-fortaleza llamado Camelot, en el ficticio reino del rey Arturo.

                                        Comisión Warren

La muerte de Kennedy se ha convertido con el tiempo en algo misterioso, alrededor de la cual se han tejido mil y una versiones, con una fuerte concentración de contradicciones.

Las diferentes investigaciones de ese magnicidio han desembocado en conclusiones que  no han convencido a nadie. Lo que han hecho es abrir un mar de especulaciones.

El grupo de investigación que se consideró más importante, La Comisión Warren, creada el 29 de noviembre de 1963 por el sucesor de Kennedy, Lyndon  Baines Johnson, presidida por el magistrado Earl Warren, entonces Presidente de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, no cumplió el papel de esclarecimiento de la verdad que de ella esperaban millones de estadounidenses.

 En algunos tramos del texto final que elaboró dicha Comisión, dado a conocer en octubre de 1964, se observa más bien una manifiesta voluntad de no llegar al fondo del caso.

Después de muchos tópicos y frases farragosas, típicas de una monserga encubridora, Warren y compañía colocaron como núcleo central de su informe que dicha Comisión “no encuentra evidencias de que Lee Harvey Oswald o Jack Ruby fueran parte de cualquier conspiración, nacional o internacional, para asesinar al presidente Kennedy.”2

 

Otras investigaciones

Del magnicidio de Kennedy se puede afirmar, sin ningún resquicio de duda, que las investigaciones institucionales abiertas sobre el mismo, así como las realizadas por grupos e individuos particulares, se convirtieron en un gelatinoso y enigmático material hundido, por así decirlo, en los enredos característicos de la mitología griega.

Dicho lo anterior en virtud de que al analizar las conclusiones de los  investigadores de marras se comprueba que pusieron al Minotauro de la justicia a dar muchos traspiés.

Las opiniones conclusivas de esos supuestos expertos dan la impresión como si  el personaje mitológico Dédalo hubiese participado en la creación de la tramoya levantada sobre el fatídico hecho consumado el 22 de noviembre de 1963 en la mencionada Plaza Dealey de la ciudad de Dallas, Texas.

Todo el andamiaje investigativo se fraguó para que nunca se pudiera llegar al punto donde está la verdad concernida al asesinato de Kennedy.

Muchos, fuera y dentro de los EE.UU., siempre han pensado que grupos enquistados en compañías con intereses fuera de la ley tuvieron participación en el último magnicidio que registra la historia estadounidense. La realidad inocultable es que sus portones blindados nunca fueron tocados.

Kennedy era un hombre con un reconocido apetito sexual, un refinado tenorio. Dicen que en ocasiones hasta practicaba una especie de ménage á trois.

Al parecer en su mente se movía con frecuencia la célebre frase del esclavo romano Publio Terencio Afro, la cual no ha sido erosionada por el paso de los siglos: “Soy un hombre; nada humano me es ajeno.”

Conociendo de ese flanco kennediano algunos investigadores se aprovecharon para centrarse en interrogar a féminas que habían compartido lecho con el mandatario asesinado. Era una deriva provocada adrede para no llegar a puerto seguro.

Una de esas mujeres, habitante del bajo mundo, fue vinculada con elementos de la mafia y del hampa, y hacia ella corrieron sabuesos investigadores, pero quienes los enviaron sabían que esa cabeza de chorlito nada aportaría para esclarecer la muerte del presidente que siendo muy joven había combatido en el Océano Pacífico, comandando una lancha torpedera en la Segunda Guerra Mundial.

Irving Wallace, un comentarista de la vida íntima de famosos, escribió al respecto lo siguiente: “Las relaciones más sonadas de Kennedy tuvieron por protagonista a una bella morena…Campbell Exner conoció a Kennedy antes de que éste accediera a la presidencia, pero prosiguió las relaciones con él durante sus primeros tiempos en la Casa Blanca.”3 

Por la mala gestión de los investigadores del magnicidio producido en la soleada Dallas no hay constancia cierta de la fuente donde se elaboraron las maquinaciones que pusieron al asesino Lee Harvey Oswald a disparar contra Kennedy.

Aunque no ha quedado nada concluyente sobre los responsables de ese crimen que llenó de espanto al mundo, sí hay muchos elementos, con la potencia que da la verosimilitud, que llevan a creer que los organizadores del mismo urdieron su plan incluyendo un capítulo final que sirviera, como lo ha sido, de muro infranqueable, a modo de valladar, para que no se pudiera descubrir la verdad del caso.

El asunto no se quedó en la tapadera que fueron las conclusiones de las respectivas investigaciones hechas por el FBI, la Comisión Warren, el Departamento de Policía de la ciudad de Dallas, el Servicio Secreto, la CIA, el Departamento de Justicia y otros grupos o entidades de investigación. Hubo algo más.

 

Campaña de descrito

 

Hay que decir que aparte de lo indicado arriba, también se abrió una campaña anatematizante contra Kennedy, con todo tipo de comentarios y publicaciones cargadas de imprecaciones en desdoro de su estatura histórica.

Mientras en muchos lugares del mundo voces autorizadas se alzaban para reconocer la figura de John F. Kennedy, en EE.UU. sus enemigos conocidos o encubiertos orquestaron una bestial campaña para desacreditar su legado.

Lo anterior no era nuevo en la historia de la humanidad. La dicotomía es permanente entre los que opinan sobre  la vida y obra de celebridades relevantes de pueblos y naciones.

Es pertinente poner un ejemplo que, aunque alejado en el tiempo, ayuda a recrear lo dicho arriba. El filósofo y poeta Petrarca colmó de elogios al papa Celestino V. En su obra La vida solitaria resalta la grandeza y la coherencia del hombre que renunció al inmenso poder que poseía y por propia voluntad descendió del trono de Pedro, dejando atrás el boato por una vida monacal de eremita.4

Mientras que, según la más socorrida opinión de los expertos en filología dantesca, es a ese mismo Pontífice a quien Dante Alighieri se refiere con dardos venenosos en el capítulo titulado Infierno, de su obra La Divina Comedia: “Allí, bajo un cielo sin estrellas resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos…Luego de haber mirado fijamente reconocí a algunos y vi la sombra de aquel que renunció por cobardía.”5

 

 

Mito o realidad

 

Muchos historiadores, ensayistas, politólogos y cineastas han trabajado el talante de Kennedy moviéndose entre el mito, la leyenda o la realidad. Tal vez  esa diversidad sea por la forma trágica e inesperada en que terminó su vida.

El renombrado académico francés André Kaspi, en su biografía sobre John F. Kennedy, se refiere a esa variedad de interpretaciones. Dice que el sobresaliente político nacido en Brookline, Massachusetts, representa “la fuerza de un mito que ha transformado una presidencia de mil días en una leyenda épica, como si los Estados Unidos de noviembre de 1963 fueran profundamente distintos de los de enero de 1961...No hay lugar a dudas: el inventor del mito Kennedy fue el propio Kennedy.”6

Theodore Sorense, quien fuera uno de los principales asesores de Kennedy, a quien éste describió en una ocasión como su “banco de sangre intelectual”,  escribió en su famoso libro El legado de Kennedy lo siguiente: “Sería una ironía del destino que su martirio convirtiera hoy en mito al hombre mortal. Según mi opinión, el hombre era más grande que la leyenda.”7

El denominado Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos sobre Asesinatos, creado en el 1976, en un informe conclusivo divulgado en el 1979, luego de indicar, entre otras cosas, la “alta probabilidad que hubo dos orígenes de disparos”, con “un segundo asesino localizado en el llamado montículo de hierba…”, señaló que:

“El comité cree, basándose en las pruebas disponibles, que el presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración…”8

 

Nixon y el asesino del asesino

 

 No resulta ocioso decir, como simple curiosidad, que está probado documentalmente que el mencionado Jack Ruby, fracasado dueño de negocios nocturnos de Dallas y empleado de poca monta de grupos mafiosos, tenía vinculaciones con Richard Nixon, el candidato republicano derrotado por Kennedy en las elecciones presidenciales de 1960.

Nixon nunca superó su inquina hacia el hombre que lo venció en una disputa electoral en la cual la mayoría de los analistas políticos y expertos en proyecciones electorales lo daban a él como ganador.

En su libro titulado Líderes, publicado 20 años después del magnicidio de Kennedy, Richard Nixon, a quien por algo apodaban Tricky Dick (Dick el Tramposo), insinúa con un nivel tan elevado de insistencia que es en sí una afirmación, aunque sin base probatoria, que Nikita Jruschov, el renombrado líder soviético, metió baza en favor de Kennedy en el referido certamen electoral.

Así lo consignó Nixon en la referida obra: “Después de las elecciones, Jrushchov se vanaglorió abiertamente ante los periodistas de que había hecho todo lo posible para ayudar a mi derrota. Años después, hasta llegó a afirmar que le había dicho a Kennedy: ─Le hicimos a usted presidente.”9

 

 

James Abram Garfield

 

Contra la persona del presidente James Abram Garfield se produjo el segundo magnicidio de la historia de los Estados Unidos de Norteamérica.

Garfield nació el 19 de noviembre de 1831 en las afueras de la gran ciudad de Cleveland,  Ohio, en el Medio Oeste del inmenso y poderoso país del Norte de América.

Estaba dotado de una inteligencia preclara, lo cual le permitió incluso convertirse en abogado autodidacta y por la enjundia jurídica que poseía prontamente fue admitido en el colegio de abogados de su estado natal.

Garfield combatió en la llamada Guerra de Secesión de los Estados Unidos, llegando a formar parte del Estado Mayor del Ejército de la Unión, con el rango de mayor general. Fue uno de los más jóvenes dirigentes de ese victorioso cuerpo armado, acumulando en su uniforme caireles que simbolizaban su bravura y gran desempeño militar contra los esclavistas del Sur de su país.

Su escogencia en junio del 1880 como candidato presidencial republicano fue una sorpresa. Las maniobras realizadas detrás de las bambalinas apuntaban que otro sería el seleccionado.

Había una feroz pugna entre los generales Grant y Sherman, incluyendo un rifirrafe entre sus partidarios. Ante el tranque presentado en el Grand Old Party (El Gran Partido Viejo) se optó por el abogado, profesor y militar clevelander para que encabezara la boleta del partido del elefante.

Salió triunfador en la campaña electoral, venciendo por amplio margen de votos electorales a su rival demócrata Winfield Scott, y convirtiéndose en el vigésimo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

El 4 de marzo de 1881, investido como presidente, llegó a la avenida Pensilvania 1600, que es donde está la Casa Blanca; pero tanto sus altas responsabilidades como las mieles que emanan del poder le durarían muy poco.

El 2 de julio del referido año fue herido con un arma de fuego, en una estación de tren de Washington, D.C., por un tal Charles Jules Guiteau, leguleyo chalado, aparentemente invadido por esquizofrenia, quien había estado merodeando por los frentes del casoplón presidencial edificado en la ciudad bañada por la rama baja del famoso río Potomac.

Luego del atentado estuvo más de dos meses guardando cama en la Casa Blanca. Según recoge la historia hubo un pésimo manejo profesional del personal médico que lo atendió, lo cual contribuyó a que falleciera el 19 de septiembre de 1881 en su casa del litoral marino de New Jersey, donde había sido trasladado a propia petición 13 días antes.

El magnicida del presidente Garfield fue ahorcado el 30 de junio de 1882, en cumplimiento de una sentencia. En el caótico juicio, un auténtico escenario de manicomio, el sujeto en cuestión vociferó “sí, le disparé, pero sus médicos lo mataron.”

 

Garfield descrito por José Martí

 

 

Con motivo del magnicidio de James A. Garfield el poeta y escritor cubano José Martí escribió un artículo laudatorio, en octubre de 1881, en el cual resaltó las cualidades del desafortunado mandatario; describiéndolo como un hombre virtuosísimo y de apostólico espíritu que honró su país con su prudente sabiduría.

Así se expresó Martí de Garfield: “La tierra puso en su camino todos los prejuicios, todos los inconvenientes, todas las vallas que levanta al paso de los hombres humildes, de los niños pobres…”

Apuntó, además, José Martí que en Garfield: “su superioridad no consistió en su espada, aunque la manejó como un bravo; ni en su ciencia, aunque la estudió como un sabio; ni en su elocuencia, aunque habló una lengua gallarda, sobria, coloreada, amplia…consistió su superioridad en la evangélica entereza con que afrontó y domó todos los riesgos de la vida…”10

Muchas otras personas han opinado, en el transcurso del tiempo, sobre ese dignatario que por sus credenciales podía ejercer una presidencia esplendorosa, que fue truncada por dos heridas de balas que no fueron tratadas con pericia; al decir de expertos en la materia que han analizado el protocolo médico que se llevó a cabo.

El historiador y académico del Brooklyn College Ari Arthur Hoogenboom, en una aproximación al personaje en su dimensión humana, describió al presidente Garfield, sin haber sido desmentido, con estas gruesas palabras: “Mitad reformista, mitad spoilsman; mitad moralista, mitad corrupto, Garfield fue difamado como un político sombrío y deificado como un noble mártir. Ambos retratos están plenamente justificados.”11

 

Bibliografía:

1-El teniente J.F. Kennedy. Editorial Juventud, Barcelona,1968.Pp199 y 201.Michel Duino.

2-Comisión Warren. Dictamen. Octubre del 1964.

3-Vidas íntimas de gente famosa. Ediciones Grijalbo, Barcelona, España, 1981.P380. Irving Wallace.

4-La vida solitaria. Edición online, 2015.Francisco Petrarca.

5-La Divina Comedia. Editorial Bruguera, 1973.Pp 52 y 53.Dante Alighieri.

6-John F. Kennedy. Biografía. Editorial ABC, 2003. André Kaspi.

7-El legado de Kennedy. Editorial Macmillan, 1969.Theodore Sorensen.

8-Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos sobre Asesinatos. Informe final, 1979.

9-Líderes.Editorial Planeta, Barcelona, España, 1983.P191. Richard M. Nixon.

10-La Ofrenda de Oro. La Habana, octubre de 1881.José Martí.

11-Spoilsmen and Reformers. Editorial Rand Mcnally,1964. Ari Arthur Hoogenboom.

Publicado el 8-julio-2020.Diario Dominicano.

 

 

ESTADOS UNIDOS (I),MAGNICIDIOS

 

MAGNICIDIOS EN  ESTADOS UNIDOS (I)

                          POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El magnicidio en su más clásica definición se produce cuando una persona importante, por su poder o la posición que ostente, pierde la vida violentamente.

Generalmente el magnicidio se produce contra políticos, religiosos u otras figuras de gran impacto colectivo en su medio o más allá.

Por las características del barro humano está comprobado que desde tiempos inmemoriales han ocurrido magnicidios sobre la tierra.

Prolijo sería hacer un recuento de las muertes violentas contra altas personalidades ocurridas desde el más lejano pasado.

En el período de la historia de la humanidad que comienza con Jesús de Nazareth hay que decir que el deicidio en su persona fue también la consumación del primer magnicidio de la Era Cristiana.

Ello dicho al margen de la controversia histórica respecto a si la responsabilidad de su muerte fue exclusiva de los judíos de entonces, como abiertamente sostienen los evangelistas Juan, Marcos, Mateo y Lucas, y de manera menos reiterada por el apóstol Pablo en algunas de sus cartas; o si prevalece el criterio de grandes investigadores del pasado que postulan que la crucifixión era una tradición implantada y ejecutada de manera exclusiva por los romanos.

En los Estados Unidos de Norteamérica, que desde hace poco más de cien años es la principal potencia del mundo, se han producido magnicidios del más alto nivel con los asesinatos de cuatro de sus presidentes.

Hubo intentos de magnicidios contra otros presidentes de EE.UU. pero la intención de los asesinos quedó frustrada, como en los conocidos casos contra Gerard Ford y Ronald Reagan.

Esos crímenes de alto perfil, y sus consecuencias, tuvieron gran impacto más allá de las fronteras de ese inmenso país.

Es por ello importante conocer, aunque sea a grandes rasgos, dichos personajes y situarlos en el contexto político, histórico y social en que vivieron y murieron.

El primer presidente de los Estados Unidos de Norteamérica asesinado fue Abraham Lincoln. El segundo se llamaba James Garfield. William McKinley fue  el tercero y el último magnicidio que se produjo en el gran país del Norte fue en la persona de John Fitzgerald Kennedy.

En esta entrega reseñaré algunos detalles sobre las personas, los gobiernos y los magnicidios respectivos de Abraham Lincoln y de William McKinley. En la segunda parte comentaré sobre los presidentes John Fitzgerald Kennedy y  James Garfield.

 

Abraham Lincoln

 

Abraham Lincoln nació el 12 de febrero de 1809 en una diminuta comunidad lindando con lo rural del sureño Estado de Kentucky. Fue el décimo sexto Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Antes había paseado sus saberes como abogado por varios tribunales de su país, en un brillante ejercicio profesional que le dio resonancia nacional antes de incursionar en la política.

Su elección en el 1860 como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica desató todos los demonios en el Sur esclavista de ese país, abriendo las compuertas de una sangrienta contienda civil denominada guerra de Secesión.

Antes de Lincoln ascender al principal puesto de la administración pública estadounidense era de conocimiento general que él abogaba por la abolición de la esclavitud, siendo esa posición el alegato invocado por los sudistas para provocar la lucha armada que finalmente perdieron.

Es irrebatible que Lincoln fue el principal abanderado de la terminación formal de la esclavitud en ese país.

Cuando en el año 1863 se aprobó la enmienda número 13 de la Constitución, que puso en el pasado el odioso sistema que infravaloraba a los negros hasta considerarlos no humanos, Lincoln se convirtió en el recipiente de todos los odios de los esclavistas.

Pero a lo anterior hay que añadir que él fue uno de los principales protagonistas del triunfo de los Estados del Norte, coalición que se denominó La Unión, y que luego de varios años de mortífera lucha vencieron a los esclavistas del Sur.

Ello dicho a pesar de que en el ejercicio del poder Lincoln utilizó un despliegue de reflexiones en las que combinó conceptos filosóficos con la filosa política del momento.

Era una etapa en la cual el realismo y pragmatismo eran de gran importancia en el juego de una democracia frágil y atacada por las tenazas de los plantacionistas y sus socios de todos los pelajes. Era el reinado de la cerrazón, que en algunos aspectos, con todo y sus matices, aún perdura en algunos segmentos de la sociedad estadounidense.

A los supremacistas blancos, dueños de esclavos que fueron manumitidos por Lincoln, les fue fácil inocular el veneno del odio en muchos individuos que se consideraban seres superiores por asuntos de melanina.

 

El magnicidio contra el presidente Lincoln fue cometido por un sujeto de nombre John Wilkes Booth, en el washingtoniano Teatro Ford, el Viernes Santo el 14 de abril de 1865, mientras presenciaba junto a su esposa la comedia de Tom Taylor Nuestro primo americano. Falleció a las 7:22 de la mañana del día siguiente. No hay ninguna duda al momento de afirmar que ese fue un crimen de odio alimentado por los esclavistas del Sur de los EE.UU.

Se demostró hasta la saciedad que ese individuo Booth no actuó sólo. El encabezaba una banda de criminales que también habían planificado matar al Vicepresidente Andrew Johnson (el encargado de actuar en su contra entró en pánico y no tiró del gatillo) y al Secretario de Estado William Seward, quien fue herido pero sobrevivió al atentado.

Desde los primeros días del magnicidio se pudo comprobar, por testimonios de los que fueron juzgados por ese hecho y los eventos conexos, que ellos y quienes los patrocinaban buscaban crear una conmoción de tal magnitud que el gobierno de la Unión se desmoronara y en medio del caos revivir la esclavitud de los negros, con otros añadidos igual de perniciosos.

En su novela histórica titulada Lincoln el famoso periodista y escritor estadounidense Gore Vidal describe con lujo de detalles la trama que los confederados urdieron para descabezar el Poder Ejecutivo del poderoso país del Norte de América. También hace una magnífica recreación de la etapa convulsa, con un país dividido hasta la médula, que le tocó protagonizar al presidente Abraham Lincoln. Al mismo tiempo Vidal construye una radiografía completa de ese personaje icónico en la historia de los EE UU. y del mundo.1

El 19 de abril de 1865 las calles de la ciudad de Washington se llenaron de millones de dolientes que custodiaban los restos mortales de Lincoln, en un desfile fúnebre nunca visto antes ni después en los Estados Unidos de Norteamérica.

Para que se tenga una idea del nivel de descuido en la seguridad del presidente Lincoln es oportuno decir que su asesino pudo escapar a lomo de caballo y su captura y muerte, varios días después, fue una verdadera odisea.

En la impactante obra La caza del asesino, subyugante historia novelada escrita por el abogado James L. Swason sobre los acontecimientos posteriores al asesinato de  Lincoln, su autor señala que cuando Booth llevaba 16 kilómetros de cabalgata en loca huida de la escena del crimen que había perpetrado “podría haber paseado tranquilamente entre todo un regimiento de caballería de la Unión. Ni un alma en Maryland sabía todavía que habían atentado contra Abraham Lincoln.”2

El Décimosexto de Caballería de New York fue la unidad militar que finalmente, doce días después del crimen en el Teatro Ford, dio caza al asesino de Lincoln, quien después de recorrer prados y pantanos de Maryland y Virginia fue acorralado  junto con uno de sus cómplices, en un granero de la zona, el cual tuvo que ser incendiado para hacerlo mover de la madriguera donde se había parapetado.

Swason pone en boca del sargento Boston Corbett lo siguiente: “…cuando vi claro que había llegado el momento le disparé a través de una gran grieta del granero.”3

 

William McKinley

 

William McKinley nació en una pequeña ciudad del Estado de Ohio, en el Medio Oeste de los Estados Unidos de Norteamérica. Muy joven participó en la Guerra Civil, también conocida como Guerra de Secesión. Estuvo en las filas de las tropas del Norte, donde se fogueó en artillería, infantería y caballería.

Al finalizar esa guerra abandonó las armas y se dedicó a estudiar Derecho en Albany, capital del Estado de New York. Fue un abogado de oratoria encendida que ejerció su carrera de leyes por poco tiempo.

McKinley fue arrastrado hacia el mundo de la política por varios magnates de empresas que vieron en él un seguro sello de garantía para sus negocios. Fue miembro prominente del Partido Republicano, que lo llevó a ser congresista y gobernador de su natal Ohio y, además, dos veces Presidente de EE.UU.

En las dos contiendas presidenciales en que participó venció al congresista demócrata por Nebraska, y futuro Secretario de Estados de los Estados Unidos,  William Jennings Bryan, nativo de Illinois y abogado por la Universidad de Chicago, dotado de condiciones excepcionales para el ejercicio presidencial.

William McKinley tenía 58 años de edad cuando fue impactado en el vientre por dos balazos disparados directamente a él por un sujeto alienado con ideas anarquistas de nombre Leon Czolgosz.

Ese magnicidio se produjo mientras el presidente McKinley recibía los saludos del público congregado en el Templo de la Música de la ciudad de Búffalo, muy cerca de las cataratas del Niágara en el Estado de New York, en el área que hace frontera con el territorio de Ontario, Canadá; en el marco de una feria mundial que se estaba desarrollando en aquel lugar, bautizada como Exposición Panamericana. El reloj marcaba las 4 y 7 minutos de la tarde del 6 de septiembre de 1901.

En varias de sus biografías se detallan los días de sufrimientos vividos por  Mckinley hasta que se produjo su fallecimiento a las 2 y 15 minutos de la madrugada del día 14 de septiembre del 1901.

No pocos especialistas han sostenido desde entonces que hubo un mal manejo médico durante los 8 días que cubrieron el arco de la etapa más dramática en la vida del vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos.

En su obra William McKinley y su América el historiador H. Wayne Morgan resalta la popularidad que siempre gozó el devoto metodista McKinley, incluso desde antes de tener en sus puños el bastón de mando de su país. El referido autor, en una biografía edulcorada, describe ampliamente las interioridades de las dos campañas presidenciales exitosas del asesinado presidente, así como sus vínculos con grandes empresarios de la época y su visión sobre diversos temas que trascendían la política interna estadounidense.4

El asesino de McKinley fue juzgado y sentenciado a muerte en la misma ciudad en que cometió el magnicidio. Fue ejecutado en la silla eléctrica el 29 de octubre de 1901. Nunca se arrepintió del crimen que cometió. Muy por el contrario, en el juicio se reafirmó en lo que vociferó instantes después de los disparos que resultaron ser mortales.

Un examen objetivo del truncado tramo presidencial de McKinley permite decir que él impulsó el ya de por sí creciente dominio imperial de los EE.UU.

Su decisión de involucrar en el 1898 al poderoso país del Norte de América en la guerra de liberación de Cuba le permitió vencer a España y así mantener control sobre territorios dispersos en el mar Caribe y el Océano Pacífico: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam.

De manera maliciosa una parte de la historiografía estadounidense ha divulgado la creencia de que el objetivo de McKinley en ese caso era ayudar a la libertad del pueblo cubano. Nada más falso. Se trataba de puros intereses económicos y de posicionamiento en la geopolítica de entonces.

El 12 de junio de 1898 los filipinos declararon su independencia de España, pero ese imperio declinante y los E.U.A. firmaron en la capital francesa, el 10 de diciembre de dicho año, el Tratado de París, cuyo artículo III dice en parte así: “España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las Islas Filipinas…Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares ($20,000.000) dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente tratado.”5

Pero como los filipinos no aceptaron esa nueva tutela colonial el malogrado McKinley desató el 4 de febrero de 1899 la sangrienta y larga conflagración filipino-estadounidense, considerada la primera guerra de liberación del siglo XX.

En esa ocasión McKinley dijo que su país no buscaba controlar el archipiélago asiático ubicado en la parte occidental del Océano Pacífico, pues “eso habría sido, de acuerdo a nuestro código moral, una agresión criminal.”

Eran palabras huecas pues los EE.UU. tenían claramente marcada la intención, como lo hicieron por mucho tiempo, de controlar ese país de muchas islas con una extensión territorial de 300 mil kilómetros cuadrados.

En medio de la feroz guerra filipino-estadounidense McKinley, olvidando prontamente lo que había dicho antes, llegó a decir que “los filipinos eran incapaces de auto gobernarse, y que Dios le había indicado que no podían hacer otra cosa más que educarlos y cristianizarlos.”6

Expresiones como la anterior eran la perfecta justificación de cadenas de masacres, en una tierra donde luego el general estadounidense Jacob H. Smith exigió a sus  oficiales y soldados que hicieran del lugar “un desierto que grita…Quiero que sean asesinadas todas las personas que sean capaces de portar armas en las actuales hostilidades contra los Estados Unidos…”7

Finalmente los Estados Unidos de Norteamérica, en una guerra desigual, en armamentos y combatientes, lograron aplastar a los filipinos. Para entonces ya había sido asesinado el presidente McKinley.

En su biografía el poeta, escritor y patriota filipino Pedro Alcántara Monteclaro retrató perfectamente el por qué los ocupantes estadounidenses vencieron en Las Filipinas: “¿Cómo puede un puñado de rifles, lanzas y balas de Máuser ganar contra las ametralladoras Gatting, que arrojan 600 balas por minuto? Sus cañones navales pueden pulverizar la ciudad desde una distancia segura.”8

En su interesante obra Las Filipinas: Tierra de promesas rotas, James B. Goodno, el periodista estadounidense especializado en temas políticos y militares del sudeste asiático, señala que la guerra iniciada por McKinley en  esa zona del mundo les costó la vida a más o menos un millón y medio de filipinos, equivalente a la sexta parte de la población que entonces tenía el país de Las Filipinas.9

 

Bibliografía:

1-Lincoln.Edhasa, Barcelona, 2013. Gore Vidal.

2-La caza del asesino. Ediciones Paidós Ibérica, 2009.P97. James L. Swason.

3-Ibídem. P298.

4-William Mckinley y su América. Edición septiembre 1963. H. Wayne Morgan.

5-Tratado de París, 10 de diciembre de 1898.

6-Documentos presidenciales. William McKinley.

7-Biografia de Jacob H. Smith. Archivo crónica del periódico New York Times del 17 de julio de 1902.

8-Biografia.Pedro Alcántara Monteclaro.

9-The Philippines: land of broken promises (Las Filipinas: tierra de promesas rotas). Editorial Books,1991. James B. Goodno.

Publicado el 1-Julio-2020.Diario Dominicano.

 

 

  

MÉXICO (y III),MAGNICIDIOS

 

MAGNICIDIOS EN MÉXICO (y III)

POR TEÓFLO LAPPOT ROBLES

                             Emiliano Zapata Salazar

Emiliano Zapata Salazar, también llamado El Caudillo del Sur, fue uno de los líderes fundamentales de la Revolución Mexicana que en el 1910 liquidó la larga tiranía de Porfirio Díaz.

Su legendaria figura forma parte de lo más selecto de la iconografía mexicana, pues no fue un político a la usanza tradicional. Su ideario se basaba en la reivindicación social y económica de indígenas, campesinos y obreros, muchos de los cuales formaban parte de su Ejército Libertador.

Fue un aliado de otro caudillo famoso, Pancho Villa, pero pronto afloraron desavenencias entre ellos y Zapata decidió centrar sus principales actividades en su tierra natal, Morelos, donde había nacido el 8 de agosto de 1879, en el seno de una familia acomodada de medianos ganaderos y productores agrícolas.

El también conocido como El Caudillo del Sur fue el impulsor de la consigna "la tierra es para quien la trabaja." Esa visión de la vida colectiva lo llevó a enfrentarse a empresas extranjeras, latifundistas y oligarcas ligados a la defenestrada tiranía encarnada en el Porfiriato, quienes para dicha época todavía dominaban una parte considerable del aparato productivo de la nación mexicana y que, además, acaparaban mucha tierra apta para el desarrollo agropecuario y la silvicultura.

En una nítida radiografía sobre las convulsas dos primeras décadas del siglo XX en México, el historiador Felipe Ávila Espinosa describe a Emiliano Zapata como el ícono fundamental de la Revolución Mexicana, la cual aglutinó "...la historia ancestral de los pueblos indígenas y campesinos por defender sus tierras, sus bosques, sus aguas y sus recursos naturales."1

La lucha llevada a cabo por Zapata durante 8 intensos años trascendió las fronteras de México. Tal vez uno de los ejemplos más conmovedores de eso lo refleja el mensaje subyacente en la novela El mundo es ancho y ajeno, del peruano Ciro Alegría, quien narra las vicisitudes de un pueblo indígena situado en el lomo de los andes peruanos, con su alcalde Rosendo Maqui a la cabeza enfrentado a terratenientes con vocación de geófagos y autoridades cómplices de éstos.

Los enfrentamientos armados que libraba diariamente contra los que habían traicionado los principios revolucionarios que dieron origen a la Revolución Mexicana iba acrecentando la admiración del pueblo por Emiliano Zapata Salazar.

Sus enemigos llegaron a la conclusión de que era imposible vencerlo en combates frontales y por eso idearon un engaño envuelto en una supuesta adhesión a su causa. Eso resultó fatal para él y sus seguidores.

En efecto, el presidente Carranza, el general Pablo González y el coronel Jesús Guajardo prepararon una trampa contra Zapata. El fatídico 10 de abril de 1919, en la entrada de una hacienda llamada Chinameca, en el estado de Morelos, el cuerpo del Caudillo del Sur fue agujereado con más de 20 balazos.

A 101 años de su magnicidio el pensamiento social y agrarista de ese gran luchador por los derechos de los de abajo se mantiene vigente.

Una de las últimas expresiones de eso lo constituyó el manifiesto que desde el chiapanesco Desierto de la Soledad, en la zona conocida como Selva Lacandona, se divulgó en el 1993. Dicho documento fue un abierto desafío a los sectores gobernantes de México.

La puesta en práctica de las intenciones reivindicativas expuestas en el referido manifiesto comenzó el día primero de enero de 1994, cuando cientos de indígenas armados tomaron varios pueblos del empobrecido sur mexicano, asombrando con su audacia al mundo entero. Era el bautismo de fuego del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

                                               Álvaro Obregón

Álvaro Obregón Salido nació en el estado de Sonora, en el noroeste de México, el día 19 de de febrero de 1880.Sus padres eran agricultores, pero desde que fue creciendo se dio cuenta que lo de él en la vida eran otras actividades.

Tanto en el ámbito político como en los escenarios de enfrentamientos armados fue un sobresaliente participante de la Revolución Mexicana que empezó con el final de la larga tiranía de Porfirio Díaz.

Entró a la vida pública siguiendo los ideales progresistas de Francisco I. Madero, por el cual sentía devoción y cuyo asesinato desarrolló en él una rebeldía irreductible.

El magnicidio del general Álvaro Obregón ocurrió cuando ostentaba la condición de presidente electo. Ya antes, durante 4 años, había dirigido los destinos de su nación. Su muerte dio origen a lo que en México se conoce como Maximato.

El hecho trágico se produjo el 17 de julio de 1928 en el restaurant La Bombilla, de la capital mexicana, donde había llegado poco antes para almorzar con congresistas del estado de Guanajuato. El presidente electo Obregón tenía 48 años de edad.

Según las crónicas de entonces eran las 2:20 minutos de la tarde del referido día, momento en que Obregón degustaba postre y escuchaba su canción favorita titulada Limoncito.

El asesino, que impactó con 6 disparos el cuerpo de su víctima, fue un joven de nombre José de León Toral. Era un fanático religioso que formaba parte de las milicias de laicos involucrados en la Guerra Cristera que en ese momento estaba en su apogeo entre el gobierno encabezado por el presidente Plutarco Elías Calles y la Iglesia Católica.

Las investigaciones realizadas con motivo del crimen perpetrado por el referido magnicida demostraron que hubo complicidad de una monja de alto perfil político-religioso conocida como la Madre Conchita, con quien de León Toral tenía con frecuencia contacto y quien supuestamente sostenía que era necesario matar tanto al presidente en ejercicio Plutarco Elías Calles, creador el 21 de febrero de 1925 de la Iglesia católica apostólica mexicana, como al presidente electo Obregón, quien a su decir profundizaría la lucha contra los católicos mexicanos.2

La historia recoge que el matador del presidente electo Álvaro Obregón confesó que quien lo inspiró para cometer el magnicidio fue la referida Madre Conchita, la cual platicando sobre el tema le dijo más de una vez: "Sería bueno ver quién se encarga de eso."

El 8 de noviembre de 1928 el magnicida de Obregón fue condenado a muerte. El 9 de febrero de 1929, frente a una tapia de la famosa cárcel de Lecumberri, un pelotón de fusilamiento lo ejecutó.

La monja Madre Conchita, comprobada su complicidad como inductora del crimen, fue condenada a 20 años de cárcel, de los cuales cumplió 12. En medio del proceso judicial que se le siguió abandonó sus hábitos religiosos y se casó. Luego su vida se fue disolviendo en el anonimato y la nadería.

Los estudiosos de la Revolución Mexicana, que fue una etapa preñada de impactantes hechos, describen a Obregón como un hombre de armas dotado de gran intuición en estrategia militar, la cual combinaba con un reconocido espíritu planificador.

Fue el jefe del Ejército del Noroeste, y en esa calidad puso en práctica novedosos movimientos de orden táctico con los cuales logró, especialmente en el 1913, victorias resonantes en Mazatlán, Culiacán, Sinaloa y Jalisco.

Su presencia en los teatros de la guerra fue determinante para la derrota de Victoriano Huerta, aquel cacique que desde dentro de la Revolución Mexicana había traicionado los ideales que la sustentaban.

Álvaro Obregón entró en contradicciones con algunos de sus compañeros de lucha. Por eso la historia lo describe combatiendo en ocasiones a quienes poco antes eran sus parciales.

Le apodaban el Manco de Celaya, por haber perdido en esa ciudad del estado de Guanajuato su brazo derecho, en ocasión de librar allí una victoriosa batalla contra las tropas seguidoras de su otrora compañero de luchas Pancho Villa.

Junto con Plutarco Elías Calles tuvo responsabilidad directa en el asesinato de Pancho Villa. Una amalgama de hechos contradictorios lo condujo a ser parte de esa pesada decisión. Incluso se dejó crecer una luenga barba que prometió no quitarse hasta no vencer al también llamado Centauro del Norte.

Su ejercicio presidencial de cuatro años (1920-24) ha sido considerado con valoración más que aceptable, tomando en cuenta los conflictos existentes y el contexto de esa época llena de muchas dificultades. Impulsó medidas de interés colectivo en consonancia con los postulados enarbolados por las fuerzas que borraron del mapa político mexicano el llamado Porfiriato.

Al analizar el accionar político de Obregón se comprueba que como político fue hábil y tenía vocación para emprender acciones de gran envergadura social, impulsando la reforma agraria; alentando la creación de cooperativas entre los obreros, artesanos y agricultores; ampliando el marco de la educación pública y ensanchando la participación de México en las relaciones internacionales, etc.

                                Luis Donaldo Colosio

El último magnicidio que registra la historia de México se produjo contra el político y economista Luis Donaldo Colosio Murrieta.

Colosio era el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional para las elecciones que se efectuaron en México el 21 de agosto de 1994. Antes había sido congresista y Secretario de Desarrollo Social de su país.

Fue asesinado el 23 de marzo de 1994, en un barrio popular de la ciudad de Tijuana, situada en el Pacífico mexicano.

Faltaban 5 meses para el encuentro del pueblo con las urnas electorales. Colosio se perfilaba como seguro ganador, especialmente por su talante de candidato carismático, con un discurso fresco y esperanzador en consonancia con los cambios que reclamaba el pueblo mexicano.

A lo anterior se añadía que tenía el apoyo, en apariencia, del aparato electoral del PRI, agrupación política que fue definida en el 1990 por Mario Vargas Llosa como la sustentadora de "una dictadura perfecta" en el ámbito de México. Después, con la salida del poder de ese partido, dicho escritor dijo que se había equivocado, que la dictadura era imperfecta y habló de "una democracia incipiente" allí.

Se ha sostenido que el magnicidio contra Colosio fue un complot del cual no estuvieron ajenas la cúpula de su propio partido y las más altas instancias gubernamentales.

El entonces subprocurador general de México, Pablo Chapa Bezanilla, sustentó con pruebas balísticas, criminalísticas, testimoniales y con imágenes de videos que en ese asesinato no hubo un criminal solitario.

El Senador Luis Colosio Fernández, progenitor del malogrado candidato, siempre sostuvo el criterio de que su hijo fue eliminado como parte de una conjura palaciega, dadas las fricciones que había tenido con sectores muy poderosos, tanto del gobierno como del PRI.

En un libro sobre sus memorias se detallan muchos hechos que afincaban su creencia sobre el origen del magnicidio de su hijo. El libro de referencia se titula A diez años, Colosio habla. En el capítulo más impactante el Senador Colosio Fernández expresa que: "...ni duda cabe que Donaldo fue ultimado en un clima profundo de deterioro de sus relaciones con el presidente Salinas."3

El periodista e investigador judicial Gastón Pardo preparó un minucioso análisis de los hechos concernidos al magnicidio de Colosio Murrieta. Recoge informaciones que parecen sólidas sobre la certeza de que en el caso hubo una vinculación directa del Estado Mayor Presidencial al servicio de Carlos Salinas de Gortari, con lo cual se refuerza la tesis de que hubo una conjura.4

Además del autor material principal, en el expediente acusatorio sometido a la consideración del juez correspondiente fue incluido un pistolero de nombre Othón Cortés Vásquez, perteneciente al referido Estado Mayor Presidencial, pero fue rápidamente descargado, pues su presencia por los meandros judiciales hacía verosímil la tesis del complot dirigido desde los centros de mando del gobierno.

En los anales judiciales mexicanos figura como asesino solitario de Colosio un canalla de nombre Mario Aburto Martínez, el cual fue condenado a 45 años de prisión. En la actualidad está purgando dicha condena.

                                      Emperador Maximiliano

Maximiliano de Habsburgo, cuyo nombre original era Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, nació en la ciudad de Viena el 6 de julio de 1832. Era hermano del emperador de Austria y rey de Hungría, Eslovenia, Croacia, Lombardía, Venecia y otros países de Europa. Por ese vínculo sanguíneo y otros cruces familiares de rancio abolengo fue nombrado emperador de México en el 1864.

En el 1862 Francia ocupó de nuevo México. Era la segunda vez que lo hacía en su condición de potencia mundial. En esa ocasión el pretexto fue una declaratoria de no pago de la deuda externa que hizo el presidente Benito Juárez.

Al momento de dicha invasión ya el pretexto aludido había desaparecido, lo que motivo que el Reino Unido y España devolvieran sus navíos, pero Francia materializó sus planes de violar otra vez la soberanía mexicana.

Las autoridades ocupantes hicieron que una llamada Junta de Conservadores emitiera el 10 de julio de 1863 una resolución en la cual se informaba, entre otras cosas, que: "la nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico...La corona imperial de México se ofrece a S.A. I. y R. Maximiliano, archiduque de Austria, para sí y sus descendientes."5

Como parte de la pantomima, el emperador de Francia Napoleón III brindó su apoyo a dicha decisión. El 3 de octubre del referido año una nutrida delegación de mexicanos con raíces adventicias en su nacionalidad se presentó a un idílico recodo del Mar Adriático a entregarle en persona a Maximiliano su designación imperial.

El 28 de mayo de 1864 el designado pisó tierra mexicana, entrando por el puerto de Veracruz, por donde mismo saldría después convertido en cadáver.

Maximiliano de Habsburgo nunca logró afincarse con pies de plomo en el poder, para utilizar una expresión de origen marino.

Dicho lo anterior a pesar de que desde el Castillo de Chapultepec, con gran esplendor y derroche de lujos, fungió como emperador de México desde el 10 de abril de 1864 hasta el 15 de mayo de 1867.

Ese atípico vienés en rol de emperador de México fue poco a poco perdiendo el apoyo de las tropas invasoras francesas, lo que le hizo perder fuelle como autoridad y colocarse en una situación de vulnerabilidad.

Cuando ya el control de México se hacía insostenible para los franceses, por razones internas y externas, el general Bazaine le ofreció cortejarlo en retirada hacia Europa; pero el emperador se negó, lo cual fue aprovechado por los seguidores del ilustre indio zapoteca Benito Juárez, para apresarlo el 15 de mayo de 1867.

En aplicación de una ley especial que condenaba todo atentado contra la nación mexicana y consignaba otros crímenes, promulgada el 25 de enero de 1862, el dicho emperador fue sometido a un juicio que, en el contexto de la época, marcó un antes y un después en la jurisprudencia de México.

El proceso judicial estuvo revestido de todas las garantías procesales de rigor. Tanto Maximiliano como dos otros acusados, así como sus respectivas barras de defensa, expusieron sus criterios y alegatos. Así también lo hizo la parte acusadora, tal y como se comprueba en el histórico documento que recoge las incidencias del caso.

Se ordenó el fusilamiento de los acusados, que eran el emperador Maximiliano de Habsburgo (34 años de edad) y los generales José Tomás Mejía Camacho y Miguel Gregorio Miramón Tarelo, dos mexicanos de huesos imperiales.

En el Cerro de las Campanas, en Querétaro, el 19 de junio de 1867, un pelotón de siete soldados hizo una descarga de fusilería. Los tres condenados fueron declarados muertos.

                                             Moctezuma II

El conquistador español Hernán Cortes llegó México desembarcando por las costas de Veracruz. Era la noche despejada del 21 de abril de 1519. La presencia de ese formidable guerrero provocaría tiempo después la conquista del vasto territorio mexicano.

Hay que decir, para sólo citar una de las tantas atrocidades ordenadas por Cortés, que Fray Bartolomé de Las Casas describe con rasgos espeluznantes la matanza que aquel fiero conquistador español ordenó en Cholula, una ciudad que entonces tenía más de 30 mil habitantes, mientras avanzaba hacia el corazón del imperio dirigido por Moctezuma. Se cree que en la ocasión, 1519, casi un tercio de la población cholulteca fue asesinada a mansalva.

Así lo narra Las Casas en su nutrida obra Apologética Historia Sumaria: "Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les llevasen las cargas...vienen desnudos en cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas...pónense todos en cuchillas como unos corderos muy mansos...pónense a las puertas del patio españoles armados que guardasen...echan mano a sus espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno ni ninguno pudo escaparse que no fue trucidado."6

No obstante esos pavorosos hechos, lo cierto es que el primer gran enfrentamiento armado entre nativos y los ocupantes dirigidos por Cortés fue adverso para los españoles.

Hace dos meses que se cumplieron 500 años de la llamada Noche Triste, en la cual Cortés y sus conmilitones tuvieron que coger las de Villadiego empujados por las circunstancias adversas derivadas de la derrota que les infligieron los mexicas o aztecas a unos dos mil españoles y miles de indígenas alienados que estaban a su servicio.

Diversos cronistas españoles de la época (y cientos de años después algunos historiadores mexicanos) señalaron que la debacle de los conquistadores fue la noche del día 30 de junio de 1520.

En un libro, clasificado como códice, atribuido a autores aztecas anónimos, que se conoce como Los Anales de Tlatelolco, se informa sobre el significativo hecho de esa derrota de Cortés y sus tropas: "Durante la celebración de las fiestas Tecuilhuitl partieron en la noche y se marcharon. Fue entonces cuando murieron en el Canal de los Tolteca y que los obligamos a dispersarse."7

Como una secuela directa de esos enfrentamientos se produjo el primer magnicidio que registra la historia mexicana. Fue el asesinato, el 29 de junio de 1520, de Moctezuma II, gran jefe indígena y gobernante de los mexicas o aztecas. Tenía 54 años de edad. Sus joyas fueron a parar a manos del emperador español Carlos V. Esos tesoros fueron parte de la rapiña que cometieron los españoles allí donde llegaban en América.

Moctezuma II era un exégeta de las creencias religiosas de su pueblo y un bizarro combatiente. Tuvo su trono en la ciudad Tenochtitlan, capital del más poderoso imperio que hubo en gran parte de lo que hoy es México y Centro América. Era una de las ciudades más grandes que entonces tenía el mundo.

Cronistas al servicio de la corona española difundieron muchas opiniones diferentes sobre la mencionada derrota inicial de Hernán Cortés. Los juicios de algunos de ellos son verdaderos esperpentos, revoltillos de grotescas mentiras que coronaron con una vaciedad conceptual espantosa. La dualidad humana suele ser así siempre.

Lo cierto es que sobre todos los enfrentamientos en México, luego de la llegada de los conquistadores, hay opiniones muy divergentes. Varios historiadores incluso han dicho que diferente a lo ocurrido en otros lugares de América, en México las luchas de aquella época eran entre distintas etnias indígenas que tenían viejas pendencias entre ellas, y que los españoles lo que hicieron fue incorporarse a uno de los bandos en pugna, lo cual en parte no riñe con la realidad. Es tema para desarrollar en otro comentario.

                                         Cuauhtémoc

El sustituto de Moctezuma II fue el bizarro cacique Cuauhtémoc, el cual pese a las desventajas no se amilanó y siguió combatiendo con ahínco a sus enemigos españoles e indígenas de otras etnias.

La llamada Noche Triste no fue el fin de Hernán Cortés. Su empresa conquistadora siguió adelante, cada vez con más poder por la incorporación de combatientes indígenas.

El poderoso conquistador español regresó al centro del imperio azteca, un año y pico después de su sonada derrota. Esa vez llegó con un ejército indígena que superaba los cien mil combatientes, mayormente integrado por tlaxcaltecas, que eran enemigos ancestrales de los mexicas.

La historia registra que el 13 de agosto de 1521 Cortés logró aplastar a los aztecas. Se aplica el antiquísimo refrán de que no hay peor cuña que la del propio palo, pues en los duros combates librados por el gobernante Cuauhtémoc y su pueblo el grueso de los enemigos no eran españoles sino elementos de otras etnias nativas que en tiempos precolombinos habían sido avasalladas antes por los mexicas o aztecas.

Cuando ese hecho ocurrió el gobernante de los mexicas o aztecas era, como se indica más arriba, Cuauhtémoc, quien había sido coronado como jefe supremo de su pueblo seis meses y medio antes, es decir, el 25 de enero de 1521. Fue el último emperador de ese aguerrido pueblo indígena.

Cuahtémoc fue ahorcado, aunque no hay una versión verídica de la fecha y el lugar en que se produjo ese hecho.

Hilvanando retazos informativos de los cronistas coloniales se considera que el magnicidio de Cuauhtémoc fue el 28 de febrero de 1525, en el hoy territorio de Honduras (entonces Hibueras), donde se encontraba el conquistador Cortés en persecución de un capitán español al que consideraba que estaba en actividades conspirativas en su contra. El eliminado jefe indígena tenía 28 años de edad.

Cuauhtémoc es un héroe reverenciado en México, tal y como se comprueba en la toponimia a lo largo y ancho de la geografía de ese país. Pueblos, campos, calles, escuelas, recintos militares, parques y estatuas llevan su nombre.

El premio Nobel de literatura Octavio Paz, en su obra de ensayos Las peras del olmo, publicada en el 1957, escribió lo siguiente: "No deja de ser reveladora, por otra parte, la vitalidad y permanencia del culto a Cuauhtémoc. El último jefe azteca es un mito popular. En otra época habría sido deificado... Cuauhtémoc encarna el culto al dios joven, que muere peleando para dar la vida."8

Ramón López Velarde definió a Cuauhtémoc como "el joven abuelo de México...único héroe a la altura del arte." Quien así escribió fue aquel poeta mexicano creador de un lenguaje donde se alternan lo cotidiano con lo mágico, y cuya religiosidad directa le permitió decir de sí mismo: "mi conciencia, mojada por el hisopo, es un ciprés que en una huerta conventual se contrista."

El poeta peruano José Santos Chocano, llamado El Cantor de América y quien, entre otras muchas cosas, fue secretario del legendario Pancho Villa, hizo esta estampa sobre la captura de Cuauhtémoc: "Un día un grupo de hombres blancos se abalanzó hasta él; y mientras que el Imperio de tal se sorprendía, el arcabuz llenaba de huecos el broquel. Preso quedó; y el Indio, que nunca sonreía, una sonrisa tuvo que se deshizo en hiel."¿En dónde está el tesoro?-clamó la vocería-; y respondió un silencio más grande que el tropel..."

Según Bernal Díaz del Castillo, en su obra Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, cuando Cuauhtémoc se vio preso frente a Hernán Cortés le dijo: "Señor Malinche; ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cintura y mátame luego con él."9

A pesar de los insistentes reclamos de Cuahtémoc de que lo matara, Hernán Cortés no ordenó su muerte inmediata, sino que prefirió tenerlo como un preso de alto perfil para beneficio de sus propósitos de conquistador y futuro colonizador. Así lo mantuvo durante 4 años, en un suspenso que era más que un suplicio.

Bibliografía:

1-Zapata.la lucha por la tierra, la justicia y libertad. Editorial Crítica, 2019. Felipe Ávila Espinosa.

2-El asesinato de un caudillo. Editado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de Las Revoluciones de México. Pablo Serrano Álvarez.

3-A diez años, Colosio habla. Fundación Académica Metropolitana, 2004. Luis Colosio Fernández y Samuel Palma César.

4-El asesinato de Luis Colosio apunta al Estado Mayor Presidencial de Carlos Salinas.1-junio-2004.Voltaire.net.org. Gastón Pardo.

5- Junta de Conservadores. Ciudad de México. Dictamen del 10 de julio de 1863.

6-Apologética historia sumaria. Fray Bartolomé de las Casas.

7--500 años de La Noche Triste. Darío Brooks. BBC news mundo.30 junio 2020.

8-Las peras del olmo. Colección Obras Maestras del Siglo XX. Editorial Seix Barral. España,1984.P193. Octavio Paz.

9-Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Capítulo CLVI.P276. Texto en línea. Biblioteca Cervantes, virtual. Bernal Díaz del Castillo.

Publicado el 28 de agosto del 2020.Diario Dominicano.