sábado, 31 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (3)

 

 

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (3)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La etiología de la conducta criminal de los generalísimos Trujillo y Franco permite afirmar que mantuvieron su capacidad de matar hasta el último momento de su existencia.

Ambos tenían fija en la mente una especie de “conspiranoia”, eso que en este diciembre del 2022 la Real Academia ha agregado al Diccionario de la Lengua Española para definir la tendencia de ciertos individuos a ver en cualquier hecho una conspiración.

Los registros históricos consignan que el 1 de octubre de 1975 (un mes y días antes de su muerte) Franco pronunció un ominoso discurso en la plaza de Oriente, en el corazón de la zona antigua de Madrid, en la cual lanzó graves acusaciones generalizadas alegando que estaba en curso una conspiración “masónica y comunista” en su contra.

Los españoles fusilados el 27 de septiembre de 1975 en Barcelona, Burgos y Madrid fueron la reafirmación del matonismo del caudillo de El Ferrol y su camarilla, la cual al final de su oprobioso régimen estaba formada por facciones en pugna, especialmente falangistas, tradicionalistas y miembros del  Opus Dei.

En lo referente a Trujillo es válido decir que algunos libros de novedades policiales de su última semana con vida son un retrato fiel del terror que su perversidad implantó en el país.

A pesar de lo anterior ambos generalísimos terminaron siendo espectros de lo que fueron en el apogeo de sus respectivos mandos supremos.

Prueba de lo anterior se ve al verificar que en sus días finales Trujillo hizo circular un anuncio en el que ofrecía sus “conocimientos” para curar enfermedades, incluyendo a lo que en el país se le dice “pecho apretao.”

En la última década del gobierno franquista España estaba cada vez más aislada del exterior. Por infidencias salidas de su círculo más íntimo se supo después que Franco dirigió sus últimos consejos de gobierno con los esfínteres descontrolados.

Trujillo y Franco coincidieron siempre en tomar medidas drásticas para eliminar cualquier asomo de ataques a su seguridad personal o para hacer trizas cualesquiera amenazas a su poder absoluto. Los hechos, que son el crisol de la verdad, amparan ese axioma.

Pero es válido decir que entre ellos había matices en ese aspecto, pues el caudillo ibérico siempre tomaba sus recaudos, protegiendo su persona con una impresionante parafernalia de seguridad. El sátrapa criollo, en cambio, cuando fue abatido sólo iba acompañado de su chofer, el mayor del Ejército Nacional Zacarías De la Cruz.

El uruguayo Eduardo Galeano escribió una frase que bien puede aplicarse a las malsanas ejecutorias de esos dos generalísimos: “Escribieron el prólogo y el epílogo del mismo libro.”

Por lo que se conoció luego, ambos generalísimos fueron incubando sus ambiciones de poder desde las barracas militares donde comenzaron a dar sus primeros pasos como hombres de armas.

Trujillo trabajó como telegrafista durante 3 años, pero luego se convirtió en ladrón de caballos, vacas y otros semovientes, así como falsificador de documentos públicos y privados. Por esos delitos guardó prisión más de una vez. Un pariente suyo logró que lo nombraran como guarda campestre del ingenio Boca Chica.

Ese puesto de vigilante cañero era de escaso interés para sus ambiciones. De esa tarea monótona pasó unos meses (1918) en la escuela militar que funcionaba en la comunidad de Haina, San Cristóbal.

En enero de 1919 lo designaron como segundo teniente de la Guardia Nacional Dominicana, entonces encabezada por un coronel norteamericano de apellido Williams. El país estaba invadido desde el 1916 por tropas de los EE.UU.

Hasta el 1924 había llegado a capitán (le saltaron el rango de primer teniente en pago a sus servicios a los invasores), pero a partir de ese año ascendió de manera meteórica.

El  1 de octubre de dicho año lo hicieron mayor. El 6 de diciembre de 1924 fue elevado a teniente coronel. El 28 de junio de 1925 fue promovido a coronel y designado Comandante de la Policía Nacional.

El 13 de agosto de 1927 fue impulsado a general de brigada, con la calidad de Jefe del Ejército. Fue una desatinada decisión del a la sazón presidente de la República, Horacio Vásquez, quien cayó rendido ante las falsas genuflexiones de Trujillo,ya para esa época experto en marear la perdiz, como dice el dicho popular.

Mezclando oportunidades con su ambición personal Trujillo creó poco tiempo después las condiciones para hacer caer a Horacio Vásquez, quien desoyó opiniones sensatas sobre las maniobras golpistas del jefe del Ejército.

Franco ingresó al cuerpo de oficiales del ejército de tierra de España  el 13 de julio de 1910. Su primer destino fue el VIII Regimiento de Zamora.

Luego estaría en varios lugares, destacándose su presencia en Ceuta, Melilla y Tetuán, enclaves de España en el norte de África.

Franco fue subiendo de rango hasta que en marzo del 1934 el presidente Alejandro Lerroux lo hizo general de división. En ese momento fue el general más joven de Europa.

En noviembre de ese mismo año el referido presidente le otorgó la Gran Cruz del Mérito Militar. Para no alargar este relato debo decir que a partir de ahí comenzó a consolidarse la figura de Franco como el máximo exponente del militarismo en España, aunque otros tenían más rango que él.

Fuerzas poderosas unieron por un largo tiempo a ambos generalísimos. Era un arco de intereses políticos, económicos, sociales e incluso fachadas culturales.

viernes, 23 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (2)

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (2) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Un variado concurso de circunstancias facilitó que Trujillo y Franco mantuvieran por muchos años, desde ambas orillas del Atlántico, vínculos de interés político recíproco.

Haciendo claridades sobre la espesura de la maraña de mentiras organizadas por los publicistas de ambos generalísimos se comprueba que no ejecutaban ningún acto de gobierno sin calcular beneficios políticos o económicos para ellos.

Ambos tuvieron un control absoluto del aparato de gobierno. Franco hasta su agonía en su lecho de muerte, en noviembre de 1975 y Trujillo hasta caer bajo ¨dos onzas de plomo¨ redentor en mayo de 1961.

Desde sus comienzos como jerarcas, incluso antes de llegar a ser Jefes de Estado de sus países respectivos, ambos tiraron por la borda todo lo que significara institucionalidad.

De ellos puede decirse que también actuaron a imitación de Saturno, el dios de la mitología romana que devoraba a sus hijos. En el caso de Trujillo y Franco destruían de diversas maneras a aquellos de sus hijos políticos o personajes cercanos que presumieran podían sustituirlos.

Ninguno de ellos jamás concibió el ejercicio del poder como una circunstancia para servir en favor de la sociedad.

Se mimetizaron como encarnaciones demoníacas del poder. Absorbieron todo el mando terrenal en sus naciones, pero también se empinaron, con una descomunal carga de soberbia, tratando de arañar las particularidades exclusivas del Ser Supremo.

Franco llegó a la cima del poder guiando soldados y civiles con las armas, que causaron la muerte de cientos de miles de españoles, en una sangrienta guerra que duró tres años (1936-39).

Trujillo subió a lo más alto del control absoluto en la República Dominicana maquinando  contra el presidente Horacio Vásquez y  contra otros que lo ayudaron en su ascenso militar, social, político y económico.

El historiador español Francisco Javier Alonso Vásquez, en el prefacio de una obra sobre los aludidos generalísimos, escribió que: “ambos militares enarbolaron una serie de principios ideológicos prácticamente idénticos, como fundamentos ilativos de su Estado. Entre otros el nacionalismo, anticomunismo recalcitrante, catolicismo como elemento cohesionador de ambas naciones…” (La alianza de dos generalísimos. Editora Amigo del Hogar 2005.P5)  

Por la mayor parte de sus actos Trujillo y Franco están en los bajos fondos de la historia, mereciendo situarse, en la escatología dantesca, en varios de los círculos del Infierno de la Divina Comedia.

Es importante anotar, para conocer mejor algunas actitudes de ambos, que  esos dos tiranos fueron resentidos sociales. A pesar de la inmensa fortuna que amasaron, de las lisonjas de que fueron objeto y del poder que acumularon nunca superaron situaciones traumáticas de su niñez.

Muchos de los que fueron cercanos a Trujillo, y otros que como especialistas han analizado a ese personaje malvado, coinciden en afirmar que le tenía malquerencia a su padre, (José Trujillo Valdez, el inefable Pepito) quien no sólo nunca fue un progenitor responsable sino que también maltrataba de muchas maneras a la madre del tirano, doña Julia Molina, la que luego sería llamada “la excelsa matrona”, “la más noble madre del país” y un largo etc.de ditirambos.

El resentimiento de Franco (que creció como un niño pobre al igual que Trujillo) nació también de los abusos de su padre Nicolás Franco a su madre, doña María del Pilar Bahamonde.

José Luis de Vilallonga en una novedosa novela, cuyo coprotagonista es el sable que recibió Franco al graduarse en la academia militar, relata que:

¨Abandonada por su marido, la madre del futuro Generalísimo las pasó moradas para sacar ella sola adelante a sus cuatro hijos, Nicolás, Ramón, Pilar y Paquito. Franco no supo lo que era el lujo hasta que, siendo ya comandante, se casó con Carmen Polo¨  (El sable del caudillo.P.21.Plaza y Janés, Editores, 1998.)

En algo que también coincidieron ambos autócratas fue en recibir el favor de una parte importante de la cúpula religiosa de sus países.

Franco, en pleno fragor de la guerra civil, (1936-39) contó con el apoyo entusiasta de las figuras de mayor peso en el alto clero español. Así consta en las principales obras que versan sobre ese desgraciado período de la historia de España.

Los cardenales catalanes Isidro Gomá, primado de España, y Enrique Pla, arzobispo de Toledo, así como el vasco Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, jugaron un importante papel inclinando la balanza para ayudarlo a triunfar en los infernales campos de batalla en que se convirtió el territorio español.

Esos cardenales, y no pocos obispos de las primeras décadas del siglo XX español, eran una réplica de sus antecesores de finales del siglo XV, quienes representaban lo que el gran escritor mexicano Octavio Paz, en su obra Las Peras del Olmo, definió como: ¨Una religión a la defensiva, sentada sobre sus dogmas.¨

Luego desfilarían ante el caudillo, en su palacio de El Pardo, muchos purpurados, arzobispos, obispos y pastores evangélicos, cuyas pastorales eran escrutadas minuciosamente por un equipo de expertos franquistas antes de darse a la publicidad.

Durante el régimen de Trujillo, salvo algunas contadas excepciones, hubo una suerte de cohabitación entre el férreo gobernante (excepto en el tramo final de su vida) y una parte importante de la cúpula de los diferentes credos religiosos que operaban en el país.

Dos arzobispos de Santo Domingo cubrieron con plena complacencia los 30 largos y pesados años de la tiranía de Trujillo: Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla y Ricardo Pittini Piussi, un salesiano italiano que se compenetró hasta los tuétanos con el  régimen de terror que sufrieron los dominicanos en las tres primeras décadas del siglo pasado.

Vale decir que meritorios mitrados y sacerdotes, dominicanos y extranjeros, nunca contemporizaron con el tirano Trujillo, tales como los obispos Juan Félix Pepén, de Higüey, Francisco Panal, de La Vega y  Thomás O’ Reilly, en San Juan.

Así también actuaron muchos sacerdotes, entre ellos el puertoplateño Rafael Conrado Castellanos o aquel español cuyo nombre no aparece en las crónicas del pasado, enviado a la parroquia de San Cristóbal, quien a los pocos días de estar allí dijo que había que operar las amígdalas por el recto porque la gente no podía abrir la boca. En un santiamén fue expulsado del país.

Connotados personajes del protestantismo también fueron muy afines a Trujillo e inclusive tuvo como socios a muchos curanderos y otros elementos de la religiosidad popular.

En la próxima y última entrega de esta breve serie abordaré los acuerdos que protagonizaron Trujillo y Franco para afianzar sus vínculos de Estado.

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (1)

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS  GENERALÍSIMOS (1)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Rafael Trujillo Molina y Francisco Franco Bahamondes fueron dos siniestros personajes que actuaron desde el ejercicio de sus poderes arbitrarios como lo hacían en el feudalismo los señores de horca y cuchillo.

Ambos generalísimos y tiranos (enterrados en el cementerio del poblado español Mingorrubio)mantuvieron vínculos políticos de beneficio mutuo, como demostraré en la próxima entrega.

Los dos sometieron a sus respectivos países, República Dominicana y  España, a los peores rigores, creando una zozobra permanente en la población con muertes, encarcelamientos y exilio de miles de personas.

La violencia era un signo común en ellos. Se afianzaron en el poder ordenando crímenes atroces. No sólo eran avasallantes sino también sanguinarios.

Hay que resaltar que los dos se cobijaron en la cleptocracia para acumular riquezas asqueantes. El dominicano robaba de manera abierta y desembozada. El español generalmente lo hacía bajo la capa de la simulación, pues era un maestro del solapamiento.

Pocas veces, sólo por cuestiones internas, hubo algún alejamiento en el connubio que de hecho tenían, tal y como se comprueba al analizar la política internacional durante las tres décadas de despotismo de Trujillo y las tres décadas y media de Franco.

Hasta el final de sus vidas usaron el terror sobre sus pueblos. Actuaron siempre con un mogollón de malicias para mantenerse en el poder por tiempo indefinido.

Trujillo fue en parte producto de la invasión norteamericana al país(1916-24). Franco fue un engendro, en su significado de persona perversa, de la terrible guerra española de 1936-39.

En gran medida por el origen de su ascensión al poder esos dos generalísimos hundieron en la miseria y la desesperanza a sus respectivos países, a los cuales convirtieron en fincas suyas.

La voluntad de ambos fue transformada en lo que se conoce como “fuente de Derecho”, imponiéndose al tinglado de leyes, jurisprudencia y doctrina en cada nación bajo su control omnímodo.

Ese accionar desde los máximos peldaños del poder fue la puesta en práctica por parte de ellos de la célebre frase que tantas veces enarboló el rey de Prusia Federico II: “Cuando cometo alguna tropelía siempre encuentro algún idiota dispuesto a justificarlo en Derecho.”

Trujillo y Franco eran dos megalómanos, que no desperdiciaban oportunidad para demostrar su ánimo ególatra, tal y como se comprueba al analizar de manera general sus actos.

Esos dos generalísimos y tiranos tuvieron apodos antes y después de elevarse al poder. A Franco, cuando sólo dirigía tropas, tanto en la paz como en la guerra, le decían el Comandantín, Paquito, Franquito, etc. Luego hizo que se divulgara hasta el hartazgo que era El Caudillo “por la gracia de Dios.”

Cuando un cagatintas e irresponsable catalán lo llamó desde una columna periodística como el Centinela de Occidente rio a mandíbula batiente y facilitó que dicho ditirambo se difundiera, como un sonsonete, por todos los rincones de España.

A Trujillo le decían antes de 1930 Chapita. Pero desde que se encaramó en el poder impuso que su persona fuera invocada con los más variados y curiosos calificativos que exaltaban su figura.

Para saciar su vanidad sus alabanceros agotaron todas las palabras que aparecen en el diccionario de la lengua castellana vinculadas con atributos almibarados.

Le gustaba que le dijeran, entre muchos otros apelativos, el Jefe, el Benefactor, el perínclito de San Cristóbal, así como padre de la patria nueva. Hizo que la sugerente frase “Dios y Trujillo” se convirtiera en una suerte de himno en todo el territorio nacional.

Herbert (Harry) Stack Sullivan, eminente psiquiatra especialista en asuntos de conductas desde los escalones superiores del gobierno, en su ensayo titulado El concepto de poder, analizó con profundidad y gran despliegue de detalles todos los eslabones que permiten mantener el control del mando supremo.

Los juicios de ese académico estadounidense abren un amplio abanico para comprender las actuaciones públicas y privadas de gobernantes despóticos como Trujillo y Franco. O como el duce Benito Mussolini en Italia y el Führer Adolf Hitler en Alemania.

Sullivan, que murió en el 1949, y por lo tanto pudo observar parte del modus operandi de los susodichos caudillos, demostró, desde sus observaciones directas, tal vez más eficaces que las visiones abstractas del inconsciente, que hay en realidad “una fuerza poderosa sin descanso” que mueve las palancas del poder político, económico y social.

Los susodichos dos generalísimos tenían muchos puntos comunes, siendo uno de ellos disfrutar las llamadas mieles del poder: Franco en El Pazo de Meirás, en La Coruña, en su Galicia natal, así como en diversos cotos de cacería e inclinado a consumir una gastronomía del más alto nivel, con preferencia por el filete de merluza y los medallones de ternera como plato central, así como otras delicatesen.

Trujillo bebía, comía y practicaba el fornicio en sus mansiones ubicadas en diferentes lugares del país. Tres de las más famosas las concentró en su San Cristóbal natal: Casa de Caoba, en la hacienda Fundación; la Casa Blanca, en la hacienda María y la  casa de playa de Najayo.

Otras sincronías entre ellos las relataré en la próxima entrega de esta breve serie.

sábado, 10 de diciembre de 2022

COLÓN, PIGAFETTA Y OTROS EXAGERARON SOBRE AMÉRICA

 

COLÓN, PIGAFETTA Y OTROS EXAGERARON SOBRE AMÉRICA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Las crónicas de Indias (por lo común una mezcla de paradojas e hipérboles) abarcan el período histórico que se inicia cuando Cristóbal Colón  llegó a esta parte de la tierra, prosigue con la sangrienta conquista de los pueblos indígenas y culmina con la colonización llevada a cabo desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego, incluyendo todas las islas del Caribe.

La exageración y la fantasía, al estilo medieval, eran parte cotidiana de la línea narrativa de muchos cronistas que en el transcurso de varios siglos pasaron por esta zona del mundo. Algunos de ellos, como Pedro Mártir de Anglería, ni siquiera se acercaron por aquí.

Tal vez los muchos embustes que leyó en las crónicas de América fue lo que llevó en el 1979 al antropólogo y filósofo francés Claude Lévi Strauss a escribir que muchas de ellas parecían tener como objetivo comprobar algunos vaticinios que aparecen en la Biblia, así como los relatos fantásticos que en la Edad Media llegaron a Europa desde los pueblos de Oriente.

Esta vez hablaré de las discordancias que algunos divulgaron, especialmente sobre  elementos del reino animal y plantas, del continente que fue llamado al principio Nuevo Mundo.

El primero que dejó notas asimétricas al respecto fue Cristóbal Colón, quien al referirse en su Diario a la vegetación que dijo haber visto por estos contornos del mundo escribió lo siguiente: “los árboles eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura.”

Al describir a la isla Trinidad la consideró como el asiento del paraíso terrenal cuando fue creada la tierra. Calificativos parecidos les dio a Cuba y a La Española, en lo que era en él una cascada de opiniones que extravasaban la realidad.

Para el almirante Colón el morro de Montecristi era como un gigantesco halcón de cetrería. Así lo describió: “tiene forma de un alafaneque muy hermoso.” Vale decir que él pensaba que esa montaña del noroeste dominicano era una isla.  

Antonio Pigafetta, un hábil geógrafo y explorador florentino que llegó a España en el 1518, no se quedó atrás en sus exageraciones sobre el continente que desde el 1507 se conoce con el nombre de América.

Como integrante del viaje naval de exploración alrededor del mundo, por órdenes de la Corona española, que en el 1519 encabezó Fernando Magallanes (del cual Pigafetta era el único tripulante leal) y concluyó en el 1522 Juan Sebastián Elcano, escribió que cuando bordeaban el Océano Atlántico a la altura de Río de Janeiro, Brasil, y penetraron al Río de la Plata, por los litorales de Uruguay y Argentina, y su paso por el estrecho de Magallanes, vio lo que nadie más nunca ha visto:

“pájaros sin patas, cerdos con el ombligo en el lomo, un cuadrúpedo con cuerpo de camello, cabeza y orejas de mula, relincho de caballo y patas de ciervo.”

Américo Vespucio, florentino como Pigafetta, se asentó como comerciante en Sevilla, en el sur español. Como experto en mapas y dotado de un espíritu de explorador viajó por Brasil y Venezuela.

En sus famosas cartas Vespucio escribió que conoció indígenas de 150 años, entre ellos a uno que se había comido a 300 de sus congéneres y, además, que vio hombres con genitales gigantescos, que recurrían para lograr eso a “un cierto recurso suyo, la mordedura de ciertos animales venenosos.” Ninguno de sus compañeros de viaje corroboró lo dicho por Vespucio.

Otro cronista de Indias que no fue ajeno a exagerar sobre animales, árboles y frutas de esta parte del mundo fue Bartolomé de las Casas, a quien Pedro Henríquez Ureña calificó como el Quijote del Océano, por sus 14 viajes por el Atlántico.

Tal vez muchas de las fábulas que aparecen en las narraciones de Bartolomé de las Casas comenzaron a germinar cuando siendo muy joven presenció en la ciudad de Sevilla la llegada de Cristóbal Colón de su primer viaje a esta parte del mundo,  exhibiendo allí indígenas, oro y también “loros y papagayos.”

Al referirse a la llanura cibaeña (el que luego fue obispo de Chiapas, en el sur de México) dijo que era tan hermosa que sobresalía a “toda la tierra del mundo sin alguna proporción cuanto pueda ser imaginada.” Así lo escribió en su historia de las Indias.

El escritor español Menéndez Pelayo reconoce la grandeza de fray Bartolomé de las Casas, pero en el volumen 7 de su obra titulada Estudios de Crítica Histórica lo señala como hiperbólico y dice de él que era intemperable su lenguaje.

Por su parte el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en el capítulo V del Libro Tercero de su obra Historia General y Natural de las Indias, al referirse al entonces llamado lago Xaraguá (luego Enriquillo) dice que había “todos los pescados que hay en el mar…e aún también hay tiburones de los más grandes…”

Como se sabe, nadie ni antes ni después ha hecho referencia a esa fabulosa población piscícola que Oviedo dijo haber observado en el lago Enriquillo, en particular sobre los referidos escualos.

Oviedo, también en el referido capítulo, hizo fábula sin valor ético con la celebérrima cruz de Santo Cerro escribiendo que colocada en ese lugar por orden de Cristóbal Colón “jamás se pudrió, ni cayó por ninguna tormenta de agua ni viento, ni jamás la pudieron mover de aquel lugar los indios, aunque quisieron arrancar, tirando della con cuerdas de bejucos mucha cantidad de indios…” Concluye dicho autor  español que los indios se espantaron “como avisados de arriba, o del cielo de su deidad.”

Hasta el sabio Alejandro von Humboldt fue metido en el tema de las exageraciones sobre la naturaleza de América cuando en la novela titulada Cien años de soledad Gabriel García Márquez recrea un supuesto encuentro de ese geógrafo y explorador prusiano con unos aborígenes que le narraron sobre la existencia de unos volcancitos fangosos cerca del poblado colombiano de Turbaco, y le enseñaron a Macondo, “un árbol de tronco redondo…de maravillosa madera.”

Según García Márquez Humboldt escribió de ese árbol de flores rojas y hojas anchas esta perla: “Sus frutos membranosos y transparentes parecen linternas suspendidas en la extremidad de las ramas…”

 

 

sábado, 3 de diciembre de 2022

EL DEGÜELLO DE MOCA Y OTROS CRÍMENES

 

EL DEGÜELLO DE MOCA Y OTROS CRÍMENES

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Los crímenes perpetrados por siniestros haitianos encabezados por Jean-Jacques Dessalines en pueblos de El Cibao, en abril de 1805, fueron contra el pueblo dominicano, por más que algunos pocos insistan en decir que para entonces no existían los dominicanos.

La población masacrada tenía sus hábitos y costumbres definidos y había una unidad espiritual que los cientistas sociales llaman ethos. Las víctimas eran criollos, con su idiosincrasia en formación desde hacía décadas. No eran franceses ni españoles.

El recuento histórico de esos desgraciados hechos no se hace con otro ánimo que no sea reflejar mínimamente los ataques feroces de que han sido víctimas los dominicanos a través del tiempo, por parte de los vecinos del oeste de la isla.

El degüello del 3 de abril de 1805 en Moca se hizo en el recinto de una iglesia, donde se refugiaron cientos de hombres, mujeres y niños bajo la inútil protección de fray Pedro Geraldino, a quien el siniestro Christophe engañó.

El coronel Brossard fue el responsable directo de crímenes, saqueos e incendios en Monte Plata, San Francisco de Macorís, Cotuí y caseríos colindantes.

Además de los múltiples asesinatos a mansalva en La Vega el coronel Antoine se llevó de allí, como reos hacia Haití, a casi mil habitantes. San José de Las Matas, Montecristi y otros pueblos del norte del país también fueron víctimas de la vesania de Dessalines y su estado mayor deshilachado.

Algunos han pretendido vincular la barbarie de los asesinatos referidos con un Decreto emitido el 6 de enero de 1805 por el gobernador colonial francés general Jean-Louis Ferrand, cuyo contenido era de un potencial ataque a la entonces recién obtenida soberanía de Haití.

Ese alegato carece de sindéresis, por ilógico, a la luz del río de sangre inocente desatado por Dessalines, Christophe y otros criminales cuando iban en desbandada hacia su tierra, en el lado oeste de la isla.

Lo ocurrido en aquella ocasión puede calificarse como un crimen de lesa humanidad, en la definición presente de cualquier diccionario jurídico, y desde la perspectiva de una acción violenta contra una población civil.

Para confirmar lo anterior, y como demostración de que no es una exageración dominicana, basta decir que en las más conocidas páginas de la historia de Haití aparecen estas expresiones conectadas con la masacre referida:

 “Al verse frustrado en sus esperanzas y burlado por las circunstancias, Dessalines montó en cólera. Su irritación y su despecho no tuvieron límites. Se enorgullecía de haber ordenado a sus subalternos que por doquier arrasaran con todo en el territorio enemigo por el que volvieran a pasar…”

Aunque usó cabriolas semánticas para explicar lo ocurrido, remontándose a un “sentimiento de venganza” y colocando a Dessalines como la encarnación de “una serie de víctimas mudas”, finalmente el historiador haitiano Jean Price-Mars reconoció que el degüello de Moca del 3 de abril de 1805, y otros homicidios en pueblos dominicanos por orden del susodicho Dessalines y ejecutados por Christophe y demás jefes haitianos en desbandada, fue:

“Uno de los episodios más dramáticos y sangrientos…nada faltó a tan triste cuadro de inútiles horrores…Con qué júbilo delirante ordenaba entonces el exterminio de los blancos y de los que consideraba tales…”(La República de Haití y la República Dominicana. Tomo I. Editora Taller,2000.Pp 97,98. Jean Price-Mars).

Para mejor entender la barbaridad aludida es importante acudir a la opinión del abogado, político y profesor haitiano Alfred Viau, en un ensayo que publicó mientras estaba exiliado en nuestro país: “…el prejuicio de color en Haití es un sentimiento colectivo, opresivo, sanguinario y monstruoso.”(Negros, Blancos y Mulatos. Editora Montalvo, 1955).

En su historia del pueblo dominicano (séptima edición, 2008.P158), el sociólogo e historiador Franklin Franco reseña que: “En su retirada, los ejércitos que regresaban por la zona Norte capitaneada por Dessalines, Cristóbal y Brossard, cometieron todo género de abusos y crímenes en Monte Plata, Cotuí, San Fco. De Macorís, La Vega, Moca y Santiago.”

Las crónicas de la ciudad de Santiago de los Caballeros registran que después de cometer maldades a mansalva allí el mismo Dessalines encabezó (era pirómano) el incendio que destruyó esa ciudad el 6 de abril de 1805.

El 12 de abril de 1805 el mencionado Dessalines, ya en su cuartel del poblado Laville, en el norteño distrito haitiano de Plaisance, intentaba justificar sus hechos sangrientos en El Cibao: “…donde no hay campo no hay ciudades.” Peor  aún alegó que frenó “la ventaja que el enemigo se proponía alcanzar.”

El tiempo demostró que sus acciones en nada contribuyeron a consolidar los ejes en que él pretendía desarrollar su “dictadura militar revolucionaria.” Tampoco lograron impulsar principios soberanistas en Haití, ni sentaron bases firmes en el aparato económico de ese país, entre otras cosas.

Sobre esos y otros hechos, en fecha 26 de marzo de 1849 el Congreso Nacional se expresó así: “Recordemos sus invasiones de los  años I y 5; sus devastaciones, los horrendos degüellos de Moca…la rabia de tales caníbales se repitió en la Iglesia de Moca, Santiago y otros lugares…” (Guerra Domínico-Haitiana. Impresora Dominicana, 1957.pp219, 220 y 247.Editor Emilio Rodríguez Demorizi).

A pesar de ese pasado azaroso los dominicanos ayudamos a los haitianos; aunque naciones poderosas que actúan como tartufos en la escena mundial (comenzando por los EE.UU.) pretendan lanzar lodo contra este pequeño país “colocado en el mismo trayecto del sol”, como bien escribió el poeta nacional Pedro Mir.

domingo, 27 de noviembre de 2022

REY FELIPE II

 

REY FELIPE II

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El rey Felipe II de España siempre estará vinculado a la historia de la etapa colonial española en el Caribe, aunque su papel no se limitó a lazos de subordinación entre el imperio que representó por décadas y esta parte del mundo, pues su poder monárquico se extendió a otros lugares.

Felipe II también fue rey de Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Inglaterra e Irlanda, así como duque de Borgoña y Milán y soberano de los Países Bajos.

Su reinado de 42 años (desde el 15 de enero de1556 hasta su muerte el 13 de septiembre de 1598) no estuvo libre de escándalos. Las estadísticas demuestran que fue un pésimo administrador de los fondos públicos, los cuales provenían en alta proporción de las colonias españolas en América.

Como rey en la época del Renacimiento auspició un aflojamiento en la rigidez de los métodos medievales que se practicaban en gran parte de Europa, lo cual hay que acreditarlo a su memoria.

Fue un mecenas de proyectos científicos, tal y como lo describe Enrique Martínez Ruiz en su obra titulada Felipe II, impulsor de la Ciencia y la Técnica.

Bartolomé de Las Casas, en sus crónicas coloniales, defiende a capa y espada al nieto de Isabel de Castilla, de quien dice que a petición suya firmó varias cédulas reales para salvaguardar a los indígenas y fomentar el cristianismo en la América española. En realidad eso sirvió de poco, al menos en las Antillas.

En su minuciosa obra titulada Felipe II. La biografía definitiva, el historiador inglés Geoffrey Parker hace un largo recuento de los esfuerzos de ese monarca español tratando de que Inglaterra volviera al seno de la Iglesia católica. Él era un fervoroso católico.

Ese monarca, que dejó su impronta en la historia, proclamó a la ciudad de Santo Domingo, capital de la actual República Dominicana, como la “llave, puerto y escala de todas las Indias.” Esa fue una opinión sensata y ajustada a la realidad del momento en que la dijo.

A Felipe II le pusieron como sobrenombre el Prudente. No se sabe el origen de ese apelativo, pero lo cierto es que en el 1588 él desoyó las sugerencias de cortesanos que le pedían que invadiera China, a pesar de que hacía poco tiempo que la Gran Armada española había sido vencida por los ingleses. Carecía de sentido militar en esos momentos emprender una acción bélica de esa magnitud.

Sobre ese particular el académico inglés David Abulafia vincula esa negativa a otros motivos. Así lo explica: “Felipe comprendió que debía poner preponderantemente el acento en la promoción de los intereses comerciales que España tenía en el Pacífico occidental, en lugar de soñar con la conquista de un nuevo imperio exótico…” (Un mar sin límites. Pp858, 859. Primera edición mayo 2021).

Lo cierto es que Felipe II fue un gobernante expansionista. Extendió los dominios de España por gran parte del mundo, convirtiéndola en su época en la primera potencia de Europa, con incidencia económica, militar y política en territorios de los océanos Pacífico y Atlántico, e incrementado su presencia en las islas y puertos del mar Caribe.

Por sus actos de gobierno está claro que Felipe II asimiló muy bien las llamadas Instrucciones de Palamós, que desde esa población catalana le hizo su padre, el rey Carlos I, en dos sustanciosas cartas fechadas los días 4 y 6 de mayo de 1543, en las cuales le señalaba especialmente el aseguramiento militar de los territorios bajo su dominio.

Conectado con lo anterior es pertinente señalar que las historiadoras Consuelo Naranjo Orovio, María Dolores González-Ripoll y María Ruiz del Árbol Moro describen en su interesante obra titulada El Caribe: Origen del mundo moderno, que Felipe II se dio cuenta que era necesario modificar antiguos medios de defensas, disponiendo “un nuevo sistema de fortificación basado en una novedosa disposición de los muros defensivos, en el tamaño y grosor de estos y en su ubicación frente al enemigo…”

No es ocioso decir que el archipiélago de Las Filipinas lleva ese nombre en su honor. Así lo decidieron los conquistadores españoles cuando todavía Felipe II no era rey, sino heredero del trono de Castilla.

Luego de su muerte sus adversarios escribieron páginas ásperas sobre él. Sus admiradores, en cambio, lo biografiaron de manera almibarada, resaltando en su persona virtudes como gobernante y explayándose sobre su calidez humana.

No fueron pocos los enfrentamientos que durante su largo reinado tuvo España con Francia e Inglaterra por las rapiñas que contra galeones españoles cargados de oro provenientes de las colonias americanas cometían en el Atlántico y el Mar Caribe corsarios y piratas de esos países.

Sobre la muerte de Felipe II el historiador mexicano Fernando Benítez describe que: “…murió en una celda del Escorial. Era una llaga viva y lo hería el roce de una sábana. Yacía sobre sus excrementos y su podredumbre despedía un olor fétido. Cardenales y arzobispos, arrodillados, le leían en voz alta el Evangelio y así pasaba días interminables.”(1992¿Qué celebramos, qué lamentamos? Editora Taller.P219).

En resumen, en sus momentos finales quien fuera un poderoso monarca con gran incidencia en territorios de Europa, América y Asia era en realidad “una maraña inmóvil de piel y huesos.”

Con Felipe II también se cumplió aquella expresión latina:” Así pasa la gloria del mundo.”

sábado, 19 de noviembre de 2022

DOTEL MATOS: MAESTRO DE LA CRIMINOLOGÍA

 

 

 DOTEL MATOS: MAESTRO DE LA CRIMINOLOGÍA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Héctor Dotel Matos es uno de los juristas dominicanos que más ha leído con plenitud de conciencia, lo cual le ha permitido ser un extraordinario ensayista.

En esta ocasión haré breves comentarios sobre su más reciente libro de criminología, que cubre desde lo que él define sabiamente como “unidad social mínima” hasta la “sociedad global.”

El libro titulado Manual básico de criminología, publicado en abril de este año, está dividido en 6 partes que son en sí un amplio arcoíris de conceptos que hacen parte intrínseca de esa ciencia social.

En dicha obra su autor, un maestro consumado del Derecho, analiza de manera cabal cada arista del conjunto de elementos que han llevado a través de los siglos a millones de individuos a colocarse en el socavón de la ilicitud.

La criminología, como una ciencia aplicada a temas específicos de las sociedades humanas, estudia la amplia gama de crímenes y delitos, el carácter y la personalidad de aquellos que se mueven al margen de las leyes penales, y también traza las pautas para reprimirlos de acuerdo con el tinglado legal establecido.

Como se ve, dominar dicha ciencia no es tan fácil como si se tratara, por ejemplo, de masticar un buñuelo empapado en miel.

Manual básico de criminología es una obra madura que convierte al profesor Dotel Matos en un referente para entender las coordenadas que llevan al conocimiento de las causas, los efectos y las trágicas consecuencias de la delincuencia.

Cada párrafo de esa obra contiene no sólo agudas reflexiones, sino un vocabulario de literatura jurídica del más alto nivel. Es el fruto sazonado de un jurista excepcional que lleva cincuenta años enseñando criminología dentro y fuera de las aulas.

Su brillantez al tratar temas difíciles es seductora, a pesar de que al ejercer como doctrinario jurídico él aparca las musas que rodean el estro y el numen de su condición de poeta y penetra con potencia dialéctica en las interioridades del Derecho.

La exégesis que hace el talentoso sanjuanero Héctor Dotel Matos sobre  la vasta producción ensayística del criminólogo y juez argentino Eugenio Raúl Zaffaroni permite afirmar que la obra comentada es una pieza mayor de la doctrina jurídica dominicana.

 El aporte sustantivo que hace Dotel Matos a la criminología trasciende el escenario dominicano, puesto que usa herramientas modernas para escudriñar en todas las vertientes que confluyen en esa ciencia.

 Sus opiniones distan mucho de aquel concepto de reciprocidad que en la mitología griega se le atribuía a Radamanto, “creador” del severísimo código de leyes de la isla de Creta. En la fábula oral de los griegos fue hace cinco mil años uno de los tres jueces del infierno. A él se le atribuía como especialidad juzgar a las almas de los orientales.

A ese Radamanto se le atribuía decir como consigna de justicia que: “Si el hombre sufriera lo que hizo, habría verdadera justicia.” Era en sí lo del “ojo por ojo y diente por diente.” Se afincaba en gran medida en lo narrado en el libro bíblico del Antiguo Testamento conocido como Éxodo. El sabio Aristóteles fue de los primeros en rechazar tal pensamiento.

Tal vez por ello mucho tiempo después el poeta romano Virgilio, en el VI libro de su imperecedera obra Eneida, ubicó a Radamanto como el juez de las sombras.

Al abordar la criminología preventiva el profesor Dotel Matos, contrario a aquella visión fuera de lógica del mencionado magistrado mitológico, la define como “la rama de la criminología aplicada que tiene por objeto la determinación de los medios más eficaces para asegurar la prevención del crimen…”(P.495)

Con el arsenal de sus conocimientos ahonda, en la obra comentada, en el avance que en los últimos cien años ha tenido esa ciencia interdisciplinaria.

Cuando penetra el escalpelo de su investigación en las teorías criminológicas, y desmenuza las escuelas clásica y positiva, ese ilustre  doctrinario dominicano se coloca parejo con el jurista italiano Nicolas Framarino Dei Malatesta, quien arroja mucha luz en su obra de dos volúmenes titulada Lógica de las Pruebas en Materia Criminal. 

En la que tal vez sea la primera obra dominicana sobre criminología, publicada en el 1940, el gran escritor y agudo jurista petromacorisano Freddy Prestol Castillo sostenía, afincado en la creencia de aquel tiempo, que “…lo típico es que el matonismo criollo acendra principalmente en el mestizo de nuestro campo…Hay una suerte de pacifismo connatural en el hombre de la costa…” (Distribución geográfica del Crimen.Pp.32 y 38.)

Dotel Matos demuestra que la amplia gama delincuencial que azota al país rompe aquella vieja y limitada visión.

En la quinta parte de Manual básico de criminología el Dr. Dotel Matos hace una exégesis amplia de esa ciencia, y su vinculación con aspectos particulares de la medicina. Reseña, además, opiniones de especialistas sobre la relación de enfermedades mentales con la conducta de ciertos tipos de criminales.

 

Sus reflexiones en ese sentido pueden empalmarse con la clásica obra titulada Aquellos enfermos que nos gobernaron, autoría del periodista e historiador Pierre Accoce-Capar y el científico de la medicina Pierre Rentchnick, quienes analizaron el accionar criminal de personajes como Hitler, partiendo de su histeria; Mussolini y su neurosífilis, Stalin y sus dolores en el cráneo, etc.

Se puede afirmar, sin salir del carril de la verdad, que las historias relatadas en la novela titulada Los renglones torcidos de Dios, del escritor Torcuato Luca de Tena Brunet, quedan reflejadas en esta obra doteliana.

En las tragedias de Sófocles los crímenes de sangre fueron vinculados sólo con cuestiones antropológicas. Sin embargo, en la más reciente obra del eminente doctrinario dominicano Héctor Dotel Matos se comprueba que la criminología cubre una constelación de estudios en pleno desarrollo.

domingo, 13 de noviembre de 2022

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (2 de 2)

 

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (2 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

Las sanciones establecidas en el Tratado de Versalles del 28 de junio del 1919 fueron tan lesivas para Alemania que, a modo del célebre bumerán de los aborígenes australianos, sirvieron como germen para que 20 años después se produjera la Segunda Guerra Mundial.

Ese acuerdo multilateral fue la catapulta para que surgieran bellacos inficionados de odio como Hitler y Mussolini. Juntos a esos, en ambos bandos en contienda, hubo otros iguales de crueles.

La sorpresa fatal de la aparición en el escenario europeo del siniestro Hitler, vinculado con lo que se decidió en Versalles, fue un caso semejante al cisne negro de la metáfora que muchos años después explicó el ensayista y académico Nassim Nicholas Taleb, en su obra titulada El cisne negro (2007).

Una definición bien clara de la realidad alemana derivada de lo que se decidió en un lugar histórico de los suburbios del poniente parisino la hizo el escritor e historiador inglés Antony Beevor, en el prefacio de su obra titulada Berlín. La Caída: 1945: “…el pueblo alemán se dio cuenta demasiado tarde de que se hallaba atrapado en una horrible confusión de causas y efectos.”

Una exégesis política, jurídica e histórica del acto firmado en Versalles permite decir que los líderes triunfadores de la Primera Guerra Mundial no calcularon el efecto que tienen las circunstancias en cada caso. Antepusieron sus intereses a la realidad y dejaron de lado la razón.

Olvidaron la lección histórica (aunque con sabor a mitología griega) de los pasos bien medidos que se daban desde la infernal laguna de Estigia hasta donde descansaban las tres Moiras, estas con sus poderes sobre la existencia de los mortales. Eso, en parte, llevó a la Segunda Guerra Mundial.  

Causaron lo más parecido a lo que 3,200 años antes hizo Moisés, el líder religioso hebreo, quien  ordenó a su pueblo que “aplastara por completo” a los cananeos. Ya se sabe el río de sangre que provocó entre estos últimos su lugarteniente y sucesor Josué. Los de Versalles no tuvieron la prudencia de pensar que eran hechos y circunstancias diferentes.  

Todo indica que también estaban imbuidos por la célebre frase del prusiano Carl von Clausewitz, gran teórico de la guerra: “...la aniquilación directa de las fuerzas enemigas deberá ser siempre el objetivo predominante.”

En el caso analizado no era lógico aplicar ese apotegma a una nación acorralada y víctima de sus dirigentes.

Cegados por recoger el botín de guerra olvidaron que el pueblo alemán fue arruinado en la segunda década del siglo pasado por el emperador Guillermo II, y por los más altos jerarcas militares que lo rodeaban, quienes en el fondo eran los que decidían en su imperio sobre cuestiones bélicas. Aquella Alemania cautiva no podía compararse con las belicosas tribus cananeas y sus reyezuelos.

El susodicho tratado convirtió a Alemania en un terreno fértil para el florecimiento de demagogos que se aprovecharon del apabullamiento moral y de la miseria que abatía a millones de personas que vivían en ciudades enclavadas en las cercanías de los ríos Elba, Danubio, Habel, Fulda, Meno, Mosa, Odra, Ems, Mosela, Esprea, Ruhr y otros.

Los gobernantes de las naciones triunfantes en la Primera Guerra Mundial, entre ellos el estadounidense Woodrow Wilson, el francés Raymond Poincaré y el británico David Lloyd George, no actuaron con el discernimiento que siempre se espera de los líderes de países poderosos.

Los vencedores de la Primera Guerra Mundial (EE.UU., Francia, Reino Unido y sus asociados) fueron angurriosos desmembrando la geografía de Alemania, a la cual le mutilaron 70 mil kilómetros cuadrados. Decidieron, además, que más de siete millones de alemanes pasaran a tener otras nacionalidades.

Redujeron su ejército a una especie de milicias liliputienses, sin posibilidad de reclutar nuevos miembros ni reparar o ampliar su parque militar.

El pueblo alemán también fue obligado a pagar 269 mil millones de marcos de oro por concepto de indemnización, cifra que terminó saldando decenas de años después; con los cotejos producidos con el paso del tiempo.

Las disposiciones tomadas por unos cuantos personajes del mundo de la política (bajo la euforia de su victoria del 1919) en salones entorchados, rodeados de jardines parecidos a los paisajes del pintor florentino Sandro Botticelli, fueron irreflexivas y onerosas, y como tales provocaron asimismo un ambiente socialmente convulso, principalmente en Alemania, cuya economía fue paralizada al extremo de que colapsó en el 1923.

Por eso allí prosperó la propaganda de agitación, resumida en el lenguaje de la publicidad política con la célebre palabra agitprop. Un ejemplo elocuente fue el libro de Hitler titulado Mi Lucha, publicado el 18 de julio de 1925.

Así nació la diabólica doctrina hitleriana conocida como nacionalsocialismo, con un componente político, militar, económico, racial (contra los judíos) y geográfico, cuyo centro era la teoría del “espacio vital.”

La verdad irrebatible es que el Tratado de Versalles en vez de asegurar la paz lo que produjo fue el nefasto resultado de la Segunda Guerra Mundial: Más de 50 millones de personas muertas, decenas de millones mutiladas y una gran parte del mundo en ruina; así como el grueso de la humanidad traumatizada durante generaciones por los horrores de los campos nazis de exterminio y por otros hechos propios de la vesania de monstruos con ropaje de humano.

viernes, 4 de noviembre de 2022

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1 de 2)

 

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Entre las muchas cosas que ocurrieron en el siglo pasado hubo dos acontecimientos bélicos que estremecieron a la humanidad. Dos guerras mundiales.

La segunda no puede separarse de la primera, porque en parte fue su consecuencia, especialmente por la forma en que los vencedores decidieron la suerte del país vencido, que lo fue Alemania.

Es válido señalar que la Primera Guerra Mundial se desencadenó en gran medida por la animosidad que se desarrolló entre Alemania y Francia, luego de que en el 1870 el Segundo Imperio Francés cayó derrotado.

Ese hecho provocó que ambas partes comenzaran una incesante labor de reclutamiento de nuevos soldados para sus respectivos ejércitos, así como el aumento de todo tipo de armas terrestres, aéreas y marítimas.

A esas dos naciones se sumaron otras que tomaron partido por una y otra. Fue el germen de la primera guerra a escala mundial.

Aunque los estrategas militares alemanes y franceses planteaban que su disputa era sólo por control de las ricas zonas de Alsacia y Lorena, arrebatadas en el citado año por Alemania a Francia, lo cierto era que el principal problema radicaba en el pugilato entre seis países que se dividieron en dos grupos antagónicos con el propósito de dominar Europa.

Uno de esos grupos fue formado originalmente por Francia, Gran Bretaña y Rusia, al que luego se sumaron los Estados Unidos de Norteamérica, China, Grecia, Portugal y otros países. Esa coalición fue conocida como la Triple Entente.

Alemania, Austria-Hungría e Italia, luego Japón, integraron lo que se llamó la Triple Alianza.

Hay que hacer la salvedad de que Italia, por motivos que algunos historiadores especializados en la Primera Guerra Mundial califican de explicables, se alió a franceses y británicos (rompiendo su compromiso inicial) poco después de comenzar la llamarada de fuego que destruyó millones de vidas humanas e hizo añicos la economía europea.

Para entonces había tensión frecuente en diferentes lugares de Europa, pero de alguna manera se resolvían las diferencias. Los caballos de la guerra se frenaban cuando se asomaban a la línea del abismo.

 Así fue hasta que ocurrió un hecho que sirvió de excusa para que se desencadenaran las hostilidades.

El aludido acontecimiento, que marcó con ríos de sangre la historia del último siglo del segundo milenio, en el marco del calendario gregoriano, así llamado porque su principal impulsor fue el papa Gregorio XIII, fue el magnicidio ocurrido el 23 de julio de 1914 en la ciudad de Sarajevo, enclavada en los Alpes Dináricos, contra Francisco Fernando.

Ese importante personaje era el príncipe de Austria, Hungría y Bohemia y, además, ostentaba la condición de heredero del trono del Imperio austrohúngaro. Junto con él también fue asesinada su esposa Sofía, la cual estaba embarazada.

Ese hecho trágico fue el pretexto para desatar una guerra que provocó más de 15 millones de personas muertas y cerca de 25 millones heridas, así como un vuelco sin precedentes en la geopolítica mundial.

Socapa del infortunio de esa familia monárquica los que abrieron ese conflicto bélico no lo hicieron por venganza particular.

La clave de ese hecho ocurrido a mitad de la segunda década del siglo pasado se descubre, en parte, en las brillantes reflexiones que el erudito estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski hace en su libro titulado El gran tablero mundial (1997), al referirse a la “compleja organización económica, financiera, educativa de seguridad” que hay detrás de cada país poderoso.

Como el tema de esta crónica no es hacer un recuento detallado de la Primera Guerra Mundial debo saltar al tramo final de la misma: Luego de 4 años de sanguinarios enfrentamientos Alemania fue derrotada. Su entonces jefe supremo, el Kaiser Guillermo II, abdicó. El 11 de noviembre de 1918 se produjo un armisticio, que fue la antesala de lo que ocurrió meses después.

En efecto, en medio de la fanfarria del triunfo del bloque de los países conocidos como los Aliados contra los que formaban el llamado Eje, se firmó el sábado 28 de junio de 1919 el tratado de paz que puso fin a la devastadora Primera Guerra Mundial.

El escenario escogido para formalizar ese arreglo entre triunfadores fue el relumbrante salón nombrado Galería de los Espejos, del Palacio de Versalles, situado en la ciudad francesa del mismo nombre, en el extrarradio de París. Entró en vigor el 10 de enero de 1920.

Al analizar el susodicho pacto se nota que sus redactores aparentaban sustentar el mismo, en gran medida, en las opiniones de los principales filósofos (franceses, alemanes, ingleses, escoceses) de aquel movimiento cultural que brotó en Europa a mitad de camino del siglo 18, conocido como la Ilustración, quienes sostenían que sólo era en Europa donde crecían “los principios más racionales” aplicados a los sistemas políticos.

La verdad monda y lironda fue que dicho texto multilateral era un apaño con gruesos tintes de embrollo y carecía de “sofisticación jurídica”, puesto que tenía un desfase entre lo pregonado por sus auspiciadores y el terreno de lo fáctico en su aplicación.  

Fue publicitado como una panacea que evitaría que el mundo padeciera de nuevo los estragos de un conflicto armado a gran escala y consecuencialmente los líderes  de los países victoriosos pensaron que sus decisiones quedarían grabadas en losas de piedra.

La realidad derivada del mismo fue muy diferente a su cuerpo literario, tal y como indicaré en la siguiente entrega.