domingo, 27 de noviembre de 2022

REY FELIPE II

 

REY FELIPE II

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El rey Felipe II de España siempre estará vinculado a la historia de la etapa colonial española en el Caribe, aunque su papel no se limitó a lazos de subordinación entre el imperio que representó por décadas y esta parte del mundo, pues su poder monárquico se extendió a otros lugares.

Felipe II también fue rey de Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Inglaterra e Irlanda, así como duque de Borgoña y Milán y soberano de los Países Bajos.

Su reinado de 42 años (desde el 15 de enero de1556 hasta su muerte el 13 de septiembre de 1598) no estuvo libre de escándalos. Las estadísticas demuestran que fue un pésimo administrador de los fondos públicos, los cuales provenían en alta proporción de las colonias españolas en América.

Como rey en la época del Renacimiento auspició un aflojamiento en la rigidez de los métodos medievales que se practicaban en gran parte de Europa, lo cual hay que acreditarlo a su memoria.

Fue un mecenas de proyectos científicos, tal y como lo describe Enrique Martínez Ruiz en su obra titulada Felipe II, impulsor de la Ciencia y la Técnica.

Bartolomé de Las Casas, en sus crónicas coloniales, defiende a capa y espada al nieto de Isabel de Castilla, de quien dice que a petición suya firmó varias cédulas reales para salvaguardar a los indígenas y fomentar el cristianismo en la América española. En realidad eso sirvió de poco, al menos en las Antillas.

En su minuciosa obra titulada Felipe II. La biografía definitiva, el historiador inglés Geoffrey Parker hace un largo recuento de los esfuerzos de ese monarca español tratando de que Inglaterra volviera al seno de la Iglesia católica. Él era un fervoroso católico.

Ese monarca, que dejó su impronta en la historia, proclamó a la ciudad de Santo Domingo, capital de la actual República Dominicana, como la “llave, puerto y escala de todas las Indias.” Esa fue una opinión sensata y ajustada a la realidad del momento en que la dijo.

A Felipe II le pusieron como sobrenombre el Prudente. No se sabe el origen de ese apelativo, pero lo cierto es que en el 1588 él desoyó las sugerencias de cortesanos que le pedían que invadiera China, a pesar de que hacía poco tiempo que la Gran Armada española había sido vencida por los ingleses. Carecía de sentido militar en esos momentos emprender una acción bélica de esa magnitud.

Sobre ese particular el académico inglés David Abulafia vincula esa negativa a otros motivos. Así lo explica: “Felipe comprendió que debía poner preponderantemente el acento en la promoción de los intereses comerciales que España tenía en el Pacífico occidental, en lugar de soñar con la conquista de un nuevo imperio exótico…” (Un mar sin límites. Pp858, 859. Primera edición mayo 2021).

Lo cierto es que Felipe II fue un gobernante expansionista. Extendió los dominios de España por gran parte del mundo, convirtiéndola en su época en la primera potencia de Europa, con incidencia económica, militar y política en territorios de los océanos Pacífico y Atlántico, e incrementado su presencia en las islas y puertos del mar Caribe.

Por sus actos de gobierno está claro que Felipe II asimiló muy bien las llamadas Instrucciones de Palamós, que desde esa población catalana le hizo su padre, el rey Carlos I, en dos sustanciosas cartas fechadas los días 4 y 6 de mayo de 1543, en las cuales le señalaba especialmente el aseguramiento militar de los territorios bajo su dominio.

Conectado con lo anterior es pertinente señalar que las historiadoras Consuelo Naranjo Orovio, María Dolores González-Ripoll y María Ruiz del Árbol Moro describen en su interesante obra titulada El Caribe: Origen del mundo moderno, que Felipe II se dio cuenta que era necesario modificar antiguos medios de defensas, disponiendo “un nuevo sistema de fortificación basado en una novedosa disposición de los muros defensivos, en el tamaño y grosor de estos y en su ubicación frente al enemigo…”

No es ocioso decir que el archipiélago de Las Filipinas lleva ese nombre en su honor. Así lo decidieron los conquistadores españoles cuando todavía Felipe II no era rey, sino heredero del trono de Castilla.

Luego de su muerte sus adversarios escribieron páginas ásperas sobre él. Sus admiradores, en cambio, lo biografiaron de manera almibarada, resaltando en su persona virtudes como gobernante y explayándose sobre su calidez humana.

No fueron pocos los enfrentamientos que durante su largo reinado tuvo España con Francia e Inglaterra por las rapiñas que contra galeones españoles cargados de oro provenientes de las colonias americanas cometían en el Atlántico y el Mar Caribe corsarios y piratas de esos países.

Sobre la muerte de Felipe II el historiador mexicano Fernando Benítez describe que: “…murió en una celda del Escorial. Era una llaga viva y lo hería el roce de una sábana. Yacía sobre sus excrementos y su podredumbre despedía un olor fétido. Cardenales y arzobispos, arrodillados, le leían en voz alta el Evangelio y así pasaba días interminables.”(1992¿Qué celebramos, qué lamentamos? Editora Taller.P219).

En resumen, en sus momentos finales quien fuera un poderoso monarca con gran incidencia en territorios de Europa, América y Asia era en realidad “una maraña inmóvil de piel y huesos.”

Con Felipe II también se cumplió aquella expresión latina:” Así pasa la gloria del mundo.”

sábado, 19 de noviembre de 2022

DOTEL MATOS: MAESTRO DE LA CRIMINOLOGÍA

 

 

 DOTEL MATOS: MAESTRO DE LA CRIMINOLOGÍA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Héctor Dotel Matos es uno de los juristas dominicanos que más ha leído con plenitud de conciencia, lo cual le ha permitido ser un extraordinario ensayista.

En esta ocasión haré breves comentarios sobre su más reciente libro de criminología, que cubre desde lo que él define sabiamente como “unidad social mínima” hasta la “sociedad global.”

El libro titulado Manual básico de criminología, publicado en abril de este año, está dividido en 6 partes que son en sí un amplio arcoíris de conceptos que hacen parte intrínseca de esa ciencia social.

En dicha obra su autor, un maestro consumado del Derecho, analiza de manera cabal cada arista del conjunto de elementos que han llevado a través de los siglos a millones de individuos a colocarse en el socavón de la ilicitud.

La criminología, como una ciencia aplicada a temas específicos de las sociedades humanas, estudia la amplia gama de crímenes y delitos, el carácter y la personalidad de aquellos que se mueven al margen de las leyes penales, y también traza las pautas para reprimirlos de acuerdo con el tinglado legal establecido.

Como se ve, dominar dicha ciencia no es tan fácil como si se tratara, por ejemplo, de masticar un buñuelo empapado en miel.

Manual básico de criminología es una obra madura que convierte al profesor Dotel Matos en un referente para entender las coordenadas que llevan al conocimiento de las causas, los efectos y las trágicas consecuencias de la delincuencia.

Cada párrafo de esa obra contiene no sólo agudas reflexiones, sino un vocabulario de literatura jurídica del más alto nivel. Es el fruto sazonado de un jurista excepcional que lleva cincuenta años enseñando criminología dentro y fuera de las aulas.

Su brillantez al tratar temas difíciles es seductora, a pesar de que al ejercer como doctrinario jurídico él aparca las musas que rodean el estro y el numen de su condición de poeta y penetra con potencia dialéctica en las interioridades del Derecho.

La exégesis que hace el talentoso sanjuanero Héctor Dotel Matos sobre  la vasta producción ensayística del criminólogo y juez argentino Eugenio Raúl Zaffaroni permite afirmar que la obra comentada es una pieza mayor de la doctrina jurídica dominicana.

 El aporte sustantivo que hace Dotel Matos a la criminología trasciende el escenario dominicano, puesto que usa herramientas modernas para escudriñar en todas las vertientes que confluyen en esa ciencia.

 Sus opiniones distan mucho de aquel concepto de reciprocidad que en la mitología griega se le atribuía a Radamanto, “creador” del severísimo código de leyes de la isla de Creta. En la fábula oral de los griegos fue hace cinco mil años uno de los tres jueces del infierno. A él se le atribuía como especialidad juzgar a las almas de los orientales.

A ese Radamanto se le atribuía decir como consigna de justicia que: “Si el hombre sufriera lo que hizo, habría verdadera justicia.” Era en sí lo del “ojo por ojo y diente por diente.” Se afincaba en gran medida en lo narrado en el libro bíblico del Antiguo Testamento conocido como Éxodo. El sabio Aristóteles fue de los primeros en rechazar tal pensamiento.

Tal vez por ello mucho tiempo después el poeta romano Virgilio, en el VI libro de su imperecedera obra Eneida, ubicó a Radamanto como el juez de las sombras.

Al abordar la criminología preventiva el profesor Dotel Matos, contrario a aquella visión fuera de lógica del mencionado magistrado mitológico, la define como “la rama de la criminología aplicada que tiene por objeto la determinación de los medios más eficaces para asegurar la prevención del crimen…”(P.495)

Con el arsenal de sus conocimientos ahonda, en la obra comentada, en el avance que en los últimos cien años ha tenido esa ciencia interdisciplinaria.

Cuando penetra el escalpelo de su investigación en las teorías criminológicas, y desmenuza las escuelas clásica y positiva, ese ilustre  doctrinario dominicano se coloca parejo con el jurista italiano Nicolas Framarino Dei Malatesta, quien arroja mucha luz en su obra de dos volúmenes titulada Lógica de las Pruebas en Materia Criminal. 

En la que tal vez sea la primera obra dominicana sobre criminología, publicada en el 1940, el gran escritor y agudo jurista petromacorisano Freddy Prestol Castillo sostenía, afincado en la creencia de aquel tiempo, que “…lo típico es que el matonismo criollo acendra principalmente en el mestizo de nuestro campo…Hay una suerte de pacifismo connatural en el hombre de la costa…” (Distribución geográfica del Crimen.Pp.32 y 38.)

Dotel Matos demuestra que la amplia gama delincuencial que azota al país rompe aquella vieja y limitada visión.

En la quinta parte de Manual básico de criminología el Dr. Dotel Matos hace una exégesis amplia de esa ciencia, y su vinculación con aspectos particulares de la medicina. Reseña, además, opiniones de especialistas sobre la relación de enfermedades mentales con la conducta de ciertos tipos de criminales.

 

Sus reflexiones en ese sentido pueden empalmarse con la clásica obra titulada Aquellos enfermos que nos gobernaron, autoría del periodista e historiador Pierre Accoce-Capar y el científico de la medicina Pierre Rentchnick, quienes analizaron el accionar criminal de personajes como Hitler, partiendo de su histeria; Mussolini y su neurosífilis, Stalin y sus dolores en el cráneo, etc.

Se puede afirmar, sin salir del carril de la verdad, que las historias relatadas en la novela titulada Los renglones torcidos de Dios, del escritor Torcuato Luca de Tena Brunet, quedan reflejadas en esta obra doteliana.

En las tragedias de Sófocles los crímenes de sangre fueron vinculados sólo con cuestiones antropológicas. Sin embargo, en la más reciente obra del eminente doctrinario dominicano Héctor Dotel Matos se comprueba que la criminología cubre una constelación de estudios en pleno desarrollo.

domingo, 13 de noviembre de 2022

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (2 de 2)

 

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (2 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

Las sanciones establecidas en el Tratado de Versalles del 28 de junio del 1919 fueron tan lesivas para Alemania que, a modo del célebre bumerán de los aborígenes australianos, sirvieron como germen para que 20 años después se produjera la Segunda Guerra Mundial.

Ese acuerdo multilateral fue la catapulta para que surgieran bellacos inficionados de odio como Hitler y Mussolini. Juntos a esos, en ambos bandos en contienda, hubo otros iguales de crueles.

La sorpresa fatal de la aparición en el escenario europeo del siniestro Hitler, vinculado con lo que se decidió en Versalles, fue un caso semejante al cisne negro de la metáfora que muchos años después explicó el ensayista y académico Nassim Nicholas Taleb, en su obra titulada El cisne negro (2007).

Una definición bien clara de la realidad alemana derivada de lo que se decidió en un lugar histórico de los suburbios del poniente parisino la hizo el escritor e historiador inglés Antony Beevor, en el prefacio de su obra titulada Berlín. La Caída: 1945: “…el pueblo alemán se dio cuenta demasiado tarde de que se hallaba atrapado en una horrible confusión de causas y efectos.”

Una exégesis política, jurídica e histórica del acto firmado en Versalles permite decir que los líderes triunfadores de la Primera Guerra Mundial no calcularon el efecto que tienen las circunstancias en cada caso. Antepusieron sus intereses a la realidad y dejaron de lado la razón.

Olvidaron la lección histórica (aunque con sabor a mitología griega) de los pasos bien medidos que se daban desde la infernal laguna de Estigia hasta donde descansaban las tres Moiras, estas con sus poderes sobre la existencia de los mortales. Eso, en parte, llevó a la Segunda Guerra Mundial.  

Causaron lo más parecido a lo que 3,200 años antes hizo Moisés, el líder religioso hebreo, quien  ordenó a su pueblo que “aplastara por completo” a los cananeos. Ya se sabe el río de sangre que provocó entre estos últimos su lugarteniente y sucesor Josué. Los de Versalles no tuvieron la prudencia de pensar que eran hechos y circunstancias diferentes.  

Todo indica que también estaban imbuidos por la célebre frase del prusiano Carl von Clausewitz, gran teórico de la guerra: “...la aniquilación directa de las fuerzas enemigas deberá ser siempre el objetivo predominante.”

En el caso analizado no era lógico aplicar ese apotegma a una nación acorralada y víctima de sus dirigentes.

Cegados por recoger el botín de guerra olvidaron que el pueblo alemán fue arruinado en la segunda década del siglo pasado por el emperador Guillermo II, y por los más altos jerarcas militares que lo rodeaban, quienes en el fondo eran los que decidían en su imperio sobre cuestiones bélicas. Aquella Alemania cautiva no podía compararse con las belicosas tribus cananeas y sus reyezuelos.

El susodicho tratado convirtió a Alemania en un terreno fértil para el florecimiento de demagogos que se aprovecharon del apabullamiento moral y de la miseria que abatía a millones de personas que vivían en ciudades enclavadas en las cercanías de los ríos Elba, Danubio, Habel, Fulda, Meno, Mosa, Odra, Ems, Mosela, Esprea, Ruhr y otros.

Los gobernantes de las naciones triunfantes en la Primera Guerra Mundial, entre ellos el estadounidense Woodrow Wilson, el francés Raymond Poincaré y el británico David Lloyd George, no actuaron con el discernimiento que siempre se espera de los líderes de países poderosos.

Los vencedores de la Primera Guerra Mundial (EE.UU., Francia, Reino Unido y sus asociados) fueron angurriosos desmembrando la geografía de Alemania, a la cual le mutilaron 70 mil kilómetros cuadrados. Decidieron, además, que más de siete millones de alemanes pasaran a tener otras nacionalidades.

Redujeron su ejército a una especie de milicias liliputienses, sin posibilidad de reclutar nuevos miembros ni reparar o ampliar su parque militar.

El pueblo alemán también fue obligado a pagar 269 mil millones de marcos de oro por concepto de indemnización, cifra que terminó saldando decenas de años después; con los cotejos producidos con el paso del tiempo.

Las disposiciones tomadas por unos cuantos personajes del mundo de la política (bajo la euforia de su victoria del 1919) en salones entorchados, rodeados de jardines parecidos a los paisajes del pintor florentino Sandro Botticelli, fueron irreflexivas y onerosas, y como tales provocaron asimismo un ambiente socialmente convulso, principalmente en Alemania, cuya economía fue paralizada al extremo de que colapsó en el 1923.

Por eso allí prosperó la propaganda de agitación, resumida en el lenguaje de la publicidad política con la célebre palabra agitprop. Un ejemplo elocuente fue el libro de Hitler titulado Mi Lucha, publicado el 18 de julio de 1925.

Así nació la diabólica doctrina hitleriana conocida como nacionalsocialismo, con un componente político, militar, económico, racial (contra los judíos) y geográfico, cuyo centro era la teoría del “espacio vital.”

La verdad irrebatible es que el Tratado de Versalles en vez de asegurar la paz lo que produjo fue el nefasto resultado de la Segunda Guerra Mundial: Más de 50 millones de personas muertas, decenas de millones mutiladas y una gran parte del mundo en ruina; así como el grueso de la humanidad traumatizada durante generaciones por los horrores de los campos nazis de exterminio y por otros hechos propios de la vesania de monstruos con ropaje de humano.

viernes, 4 de noviembre de 2022

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1 de 2)

 

PACTO DE VERSALLES: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Entre las muchas cosas que ocurrieron en el siglo pasado hubo dos acontecimientos bélicos que estremecieron a la humanidad. Dos guerras mundiales.

La segunda no puede separarse de la primera, porque en parte fue su consecuencia, especialmente por la forma en que los vencedores decidieron la suerte del país vencido, que lo fue Alemania.

Es válido señalar que la Primera Guerra Mundial se desencadenó en gran medida por la animosidad que se desarrolló entre Alemania y Francia, luego de que en el 1870 el Segundo Imperio Francés cayó derrotado.

Ese hecho provocó que ambas partes comenzaran una incesante labor de reclutamiento de nuevos soldados para sus respectivos ejércitos, así como el aumento de todo tipo de armas terrestres, aéreas y marítimas.

A esas dos naciones se sumaron otras que tomaron partido por una y otra. Fue el germen de la primera guerra a escala mundial.

Aunque los estrategas militares alemanes y franceses planteaban que su disputa era sólo por control de las ricas zonas de Alsacia y Lorena, arrebatadas en el citado año por Alemania a Francia, lo cierto era que el principal problema radicaba en el pugilato entre seis países que se dividieron en dos grupos antagónicos con el propósito de dominar Europa.

Uno de esos grupos fue formado originalmente por Francia, Gran Bretaña y Rusia, al que luego se sumaron los Estados Unidos de Norteamérica, China, Grecia, Portugal y otros países. Esa coalición fue conocida como la Triple Entente.

Alemania, Austria-Hungría e Italia, luego Japón, integraron lo que se llamó la Triple Alianza.

Hay que hacer la salvedad de que Italia, por motivos que algunos historiadores especializados en la Primera Guerra Mundial califican de explicables, se alió a franceses y británicos (rompiendo su compromiso inicial) poco después de comenzar la llamarada de fuego que destruyó millones de vidas humanas e hizo añicos la economía europea.

Para entonces había tensión frecuente en diferentes lugares de Europa, pero de alguna manera se resolvían las diferencias. Los caballos de la guerra se frenaban cuando se asomaban a la línea del abismo.

 Así fue hasta que ocurrió un hecho que sirvió de excusa para que se desencadenaran las hostilidades.

El aludido acontecimiento, que marcó con ríos de sangre la historia del último siglo del segundo milenio, en el marco del calendario gregoriano, así llamado porque su principal impulsor fue el papa Gregorio XIII, fue el magnicidio ocurrido el 23 de julio de 1914 en la ciudad de Sarajevo, enclavada en los Alpes Dináricos, contra Francisco Fernando.

Ese importante personaje era el príncipe de Austria, Hungría y Bohemia y, además, ostentaba la condición de heredero del trono del Imperio austrohúngaro. Junto con él también fue asesinada su esposa Sofía, la cual estaba embarazada.

Ese hecho trágico fue el pretexto para desatar una guerra que provocó más de 15 millones de personas muertas y cerca de 25 millones heridas, así como un vuelco sin precedentes en la geopolítica mundial.

Socapa del infortunio de esa familia monárquica los que abrieron ese conflicto bélico no lo hicieron por venganza particular.

La clave de ese hecho ocurrido a mitad de la segunda década del siglo pasado se descubre, en parte, en las brillantes reflexiones que el erudito estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski hace en su libro titulado El gran tablero mundial (1997), al referirse a la “compleja organización económica, financiera, educativa de seguridad” que hay detrás de cada país poderoso.

Como el tema de esta crónica no es hacer un recuento detallado de la Primera Guerra Mundial debo saltar al tramo final de la misma: Luego de 4 años de sanguinarios enfrentamientos Alemania fue derrotada. Su entonces jefe supremo, el Kaiser Guillermo II, abdicó. El 11 de noviembre de 1918 se produjo un armisticio, que fue la antesala de lo que ocurrió meses después.

En efecto, en medio de la fanfarria del triunfo del bloque de los países conocidos como los Aliados contra los que formaban el llamado Eje, se firmó el sábado 28 de junio de 1919 el tratado de paz que puso fin a la devastadora Primera Guerra Mundial.

El escenario escogido para formalizar ese arreglo entre triunfadores fue el relumbrante salón nombrado Galería de los Espejos, del Palacio de Versalles, situado en la ciudad francesa del mismo nombre, en el extrarradio de París. Entró en vigor el 10 de enero de 1920.

Al analizar el susodicho pacto se nota que sus redactores aparentaban sustentar el mismo, en gran medida, en las opiniones de los principales filósofos (franceses, alemanes, ingleses, escoceses) de aquel movimiento cultural que brotó en Europa a mitad de camino del siglo 18, conocido como la Ilustración, quienes sostenían que sólo era en Europa donde crecían “los principios más racionales” aplicados a los sistemas políticos.

La verdad monda y lironda fue que dicho texto multilateral era un apaño con gruesos tintes de embrollo y carecía de “sofisticación jurídica”, puesto que tenía un desfase entre lo pregonado por sus auspiciadores y el terreno de lo fáctico en su aplicación.  

Fue publicitado como una panacea que evitaría que el mundo padeciera de nuevo los estragos de un conflicto armado a gran escala y consecuencialmente los líderes  de los países victoriosos pensaron que sus decisiones quedarían grabadas en losas de piedra.

La realidad derivada del mismo fue muy diferente a su cuerpo literario, tal y como indicaré en la siguiente entrega.