domingo, 27 de marzo de 2022

BATALLAS EN MARZO DE 1844 y 2

 

BATALLAS EN MARZO DE 1844 y 2

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Para resumir la  batalla de Azua del 19 de marzo de 1844 me valgo de lo que en su Historia de Haití dice Thomas Madiou, un eminente ciudadano de ese país, quien explica que los haitianos, con el presidente Hérard a la cabeza: “Fueron recibidos a cañonazos con metralla y obligados a replegarse, batiéndose en retirada un poco desordenadamente.”

Quienes así recibieron a esos invasores fueron combatientes bisoños dominicanos dirigidos por Antonio Duvergé, de quien Manuel María Gautier resaltó que “…su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría, fue suyo...”

En Azua se comprobó que toda conflagración es en sí un escenario infernal, conectado con lo escrito por el prusiano Carl von Clausewitz, historiador de la ciencia militar, quien en su obra De la guerra (publicada en el 1832) dice: “La guerra es un acto de fuerza.”

Luego del resonante triunfo de las armas dominicanas en la batalla de Azua, Pedro Santana (que como bien dijo Víctor Garrido “ya era el amo y no había olido la pólvora”) ordenó una extraña retirada hacia Sabana Buey y Baní, contrariando la opinión de los auténticos héroes de esa jornada épica.

Esa decisión de Santana, sin sentido militar, permitió que los haitianos desandaran varios kilómetros de su ruta de huida, retornando para ocupar a Azua dos días después de su derrota en aquel lugar glorioso para los dominicanos.  

Luego de la batalla de Azua, cuyos pormenores reseñé en la entrega anterior, no hubo más que algunas escaramuzas entre dominicanos y haitianos, hasta 9 días después, cuando se produjo la batalla de Santiago, el 30 de marzo de 1844.

Ahora se cumplen 178 años de aquel hecho bélico (gran batalla la llamó Federico Henríquez  y Carvajal) que reforzó el espíritu patriótico del pueblo dominicano.

La ciudad de Santiago de los Caballeros, una vez más, fue el lugar donde los dominicanos demostraron, como antes y después, su coraje y firme determinación de no aceptar humillaciones de ocupantes extranjeros.

Algunos, por excesivo atrevimiento, oriundo de quién sabe cuáles intereses mezquinos, han llegado al extremo de considerar los hechos de la batalla de Santiago como algo mitológico. La realidad, que es el crisol de la verdad, dicta que  lo ocurrido el 30 de marzo de 1844 en el corazón de El Cibao quedó como una página de gloria para los independentistas.

La República Dominicana sólo tenía un mes de nacida cuando más de 10 mil invasores haitianos se asomaron por la puerta oeste de la ciudad de Santiago de los Caballeros, en horas tempranas de la mañana de aquel día histórico. Al frente de ellos estaba el cruel general Jean-Louis Pierrot. Habían causado muchos atropellos en los pequeños pueblos emplazados en el noroeste.

Esos intrusos trataban de aniquilar la soberanía nacional. En sus maquinaciones incluían destruir esa población dominicana.

Sabían que para lograr eso tenían que controlar las tres fortificaciones bautizadas con los nombres de Dios, Patria y Libertad, señorearse sobre las diversas colinas que emergen de la geografía de la zona y dominar las muchas trincheras paralelas y en zigzag que servían de defensa a la segunda ciudad del país.

En la mente de los altos oficiales haitianos estaban presentes hechos del pasado, entre ellos el desastre que hicieron en esa localidad, el 25 de febrero de 1805, los generales Jean-Jacques Dessalines y Henri Christophe. Summer Welles, en su obra La Viña de Naboth, se encargó de describir los crímenes cometidos allí por dichos señores. Ese día era lunes de carnaval.

La batalla de Santiago, el 30 de marzo de 1844, tuvo una significación impactante en el proceso de consolidación de la independencia nacional.

De ese hecho bélico dijo el historiador Alcides García Lluberes que fue “el castigo condigno de los insolentes desafueros.” Agregó que “después de la batalla del 30 de marzo los hombres de Haití quedaron completamente convencidos de que el pueblo dominicano estaba animado de nuevas e invencibles energías.”

El jefe militar de Santiago era Ramón Matías Mella, portador de elevadas cualidades como táctico y estratega de guerra. Es pertinente recordar que Mella fue autor de uno de los primeros textos de doctrina militar elaborados en el Caribe insular, que luego fue usado por los victoriosos guerreros restauradores.

El 30 de marzo de 1844 el patricio Mella estaba en la zona serrana enclavada al sur de Santiago, en labores de reclutamiento de combatientes.

Fue tan fecunda la labor organizativa de Mella, previo a los hechos aquí descritos, que 47 años después el escritor Federico Henríquez y Carvajal dejó una nota reivindicativa en su favor: “A no ser por su celosa solicitud de elementos para la lucha, suyos habrían sido los inmarcesibles laureles del triunfo que obtuvo para sus sienes otro invicto héroe en la gran batalla del 30 de Marzo.”

La realidad fue que por diversas circunstancias, que pueden inscribirse en el albur de la vida, el principal héroe de la batalla de Santiago fue el general José María Imbert, un francés avecindado en Moca, dedicado principalmente a labores comerciales y agrícolas, pero con un formidable entrenamiento militar.

De Imbert ya se sabía que era un ferviente partidario de la independencia dominicana.

El 5 de marzo de 1844 lanzó una proclama que comenzó así: “Desde las aguas de Higüey hasta Las Matas de Farfán, y desde la península de Samaná hasta Dajabón, ha resonado el grito de Dios, Patria y Libertad…”

Cuando los invasores se acercaban por el oeste como un vendaval implacable Imbert fue llamado con urgencia para que se encargara de la defensa de la ciudad de Santiago, donde fue recibido “en medio de vítores y aclamaciones.”

Una de las compañías más sobresalientes en la batalla de Santiago, el 30 de marzo de 1844, fue la formada por  unos 150 trabajadores agrícolas de Sabana Iglesia, al frente de los cuales estaba Fernando Valerio López.

 Esos improvisados combatientes hicieron historia al infligir grandes bajas a los invasores haitianos en el Fuerte de la Libertad y en un tramo del río Yaque del Norte.

Con sus temibles machetes dieron origen a una elevada expresión de la bravura de los dominicanos. La hazaña bélica de esos labriegos se conoce desde entonces como la carga de los andulleros. Ellos nunca se imaginaron que serían parte importante de la historia nacional.

Arturo Logroño, 84 años después de aquella hazaña de los dominicanos, escribió sobre Fernando Valerio lo siguiente: “…Enardecido por bélica embriaguez, decidió quizás con su carga, famosa en nuestros fastos militares, al frente de los andulleros de Sabana Iglesia, la brega marcial del 30 de Marzo de 1844.”

Actores de los hechos dejaron testimonios (y cronistas de ambos lados de la frontera hicieron comentarios) sobre los cientos de muertos y heridos esparcidos en los llanos y colinas de Santiago ese glorioso 30 de marzo de 1844.

José María Imbert, en un informe del 5 de abril de 1844, cifra en unos 600 los muertos haitianos y una cantidad mayor de heridos.

El héroe sorpresivo anotó: “El combate había principiado a las doce y siguió hasta las 5 de la tarde.” Remata su información así: “Por última vez se presentó en columnas cerradas, y nuestra artillería dejándola avanzar de frente, la pieza de la derecha tiró metralla sobre esta masa e hizo al centro un claro espantoso…”

El historiador haitiano Jean Price-Mars, al referirse a la Batalla de Santiago, escribió: “El 30 de marzo, a la una de la tarde, las tropas haitianas se lanzaron al asalto. Duró la lucha más de cuatro horas sin que cayera la ciudad…Las pérdidas totales de su ejército, antes que pudiera atravesar el Masacre y llegar a Cabo Haitiano, son estimadas, entre muertos y heridos, alrededor de setecientos hombres.”

Entre los héroes más sobresalientes de la batalla de Santiago, el 30 de marzo de 1844, además de José María Imbert y Fernando Valerio, hay que mencionar a Pedro Pelletier, José María López (defensor del Fuerte Dios), Achilles Michel, Angel Reyes (jefe del batallón La Flor), Francisco Antonio Salcedo, Manuel María Frómeta, Juana Saltitopa, Toribio Ramírez, los hermanos Juan Luis y Ramón Franco Bidó, el músico Tiñano, José María Gómez, José Silva, Marcos Trinidad, Lorenzo Mieses y obviamente muchos otros.

 

 

sábado, 19 de marzo de 2022

BATALLAS EN MARZO DE 1844 (1)

 

 

BATALLAS EN MARZO DE 1844 (1)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

A los pocos días de proclamarse la Independencia Nacional, el 27 de febrero de 1844, al territorio de la República Dominicana llegaron miles de soldados haitianos.

Se desató una guerra de invasión con choques armados que incluyeron escaramuzas, zafarranchos, refriegas y batallas épicas.

Esa circunstancia, con características insólitas en cualquier lugar del mundo,  motivó que prácticamente todos los sectores que entonces formaban la sociedad dominicana se involucraran en la lucha armada, a fin de preservar la soberanía recién inaugurada.

Una narración más bien resumida de los acontecimientos bélicos librados en marzo de 1844 en algunos lugares del país (Neyba, Azua, Santiago) permite en el presente tener una aproximación de los dolorosos momentos padecidos por una nación cuya libertad, por reciente, todavía estaba al amparo de los vaivenes de su cuna.

Hace ahora 178 años que el país fue agredido de manera brutal por fuerzas numéricamente superiores (integradas por profesionales de la milicia), dotadas con poderosos armamentos que los haitianos heredaron de Francia, cuando  ese otrora imperio fue desplazado como metrópoli del oeste de la isla de Santo Domingo.

El entonces presidente de Haití Charles Hérard emitió el 4 de marzo de 1844 un decreto mediante el cual se ordenaba reunir todas las fuerzas disponibles en aquel país para atacar a la República Dominicana, con la falsa creencia de que para ellos sería un paseo militar.

Cuando el flamante gobierno colegiado dominicano se enteró de los aprestos agresivos de Hérard y sus generales les advirtió de manera enérgica que la República Dominicana era una realidad irreversible y que bajo ninguna circunstancia se quedaría pasiva ante cualquier atentado a la soberanía nacional.

Para mayor contundencia de dicha decisión, aunque era sobrante, la más alta autoridad gubernamental del país les informó a los gobernantes haitianos, mediante comunicado del 9 de marzo del referido año, la “firme resolución de los dominicanos de separarse de la República de Haití, erigiéndose en un Estado soberano bajo sus antiguos límites.”

La realidad fue que la nación dominicana tuvo que reavivar los regimientos 31 y 32, así como otras fuerzas  que estaban dispersas, para involucrarse en batallas defensivas a fin de sostener en pie su libertad, amenazada por jenízaros extranjeros que llegaron a todo galope a la tierra de Duarte.

Se puede decir, de cara a una visión legal, que los invasores de marzo de 1844 actuaron con alevosía y nocturnidad. No había entonces nada que les permitiera  escudarse en un argumentario para alegar motivos de guerra.

Es decir, no había ningún porqué para poner en práctica contra el pueblo dominicano el casus belli de que hablaban los latinos.

El día 9 de marzo de 1844 los haitianos penetraron el territorio dominicano con dos poderosos cuerpos de ejército: El presidente Charles Hérard Ainé entró por los caminos de Las Matas de Farfán. Por Neiba llegó el general Agustín Souffrant.

Después del 27 de febrero de 1844 esa fue la primera irrupción en territorio dominicano de los vecinos que están en el oeste de la isla. Luego se produjeron, por más de diez años, otras sangrientas agresiones.

El pueblo dominicano hizo en ese marzo glorioso, como también después, una defensa activa, con objetivos positivos, lo cual le permitió revertir la debilidad que en términos militares implica pelear inicialmente a la defensiva.

El primer encuentro armado entre dominicanos y haitianos, después de la proclamación de la Independencia Nacional, se produjo en un lugar llamado la Fuente del Rodeo, en los contornos de Neyba.

Ese hecho de armas, por tener la primicia de los enfrentamientos que se extendieron por 12 largos años, se le conoce como el bautismo de sangre del pueblo dominicano, luego de tremolar gloriosa la bandera tricolor.

En aquel lugar agreste del sur los patriotas dominicanos estaban encabezados por el general Fernando Tavera, quien fue herido de gravedad, creando consternación, pero al mismo tiempo ese hecho infausto sirvió de bujía para impulsar la voluntad colectiva de los hombres bajo su mando de luchar sin importar las consecuencias.

El bizarro Tavera fue sustituido en la dirección de los combatientes por sus asistentes militares Vicente Noble y Dionisio Reyes, quienes siguieron llenando de gloria páginas de la historia nacional.

Los invasores, que merodeaban por diferentes puntos del territorio de la ahora  provincia Bahoruco, estaban encabezados por el coronel Auguste Brouard.Con motivo de esa primera derrota emprendieron la fuga ante la tenacidad de los dominicanos, moviéndose desde Las Tejas hacia las proximidades de Cerro en Medio.

Pocos días después de los hechos de la Fuente del Rodeo, un coronel Brouard reforzado con pelotones de dragones y granaderos fuertemente armados que llegaron al país bordeando el frente norte del Lago Enriquillo, por los caminos de La Descubierta, Postrer Río, Las Clavellinas y Barbacoas, lograron contener a los dominicanos en los lugares denominados Cabeza de Las Marías,  cerca de Neiba, y Las Hicoteas, en las colindancias de Azua.

Más bien se trató en realidad de un repliegue táctico decidido por los coroneles Manuel de Regla Mota (luego Presidente de la República) y Manuel Mora, tal y como pudo comprobarse posteriormente.

Un oficial haitiano de nombre Dorvelás-Doval, en un parte militar consignó que los combatientes de la infantería y la caballería dominicanas llegaban a los escenarios de guerra al grito de ¡“Viva la República Dominicana!” Esa era la más alta demostración de la audacia y arrojo de los dominicanos.

La primera gran batalla de marzo de 1844  se libró  en Azua, el día  19. Fue una epopeya de las armas dominicanas, con una duración de varias horas en las cuales fue incesante el fuego de los contendientes.

En esa batalla hubo una enorme mortandad, principalmente entre los más de 15 mil invasores, quienes habían pensado de manera absurda que nada los detendría en su galopante ruta hacia la capital dominicana, máxime cuando se enteraron por medio de espías que del lado dominicano los hombres armados no pasaban de 3 mil.

Una simple operación matemática de porcentaje de los combatientes de ambos lados permite decir que los agresores eran 5 veces más que los patriotas dominicanos que los enfrentaban.

Es oportuno decir aquí que en la paz como en la guerra la fortuna tiene diversas caras. Con frecuencia el resultado de un hecho depende de elementos que pueden situarse en el inclasificable renglón del azar.

En el caso de la batalla de Azua, desarrollada el 19 de marzo de 1844, no hubo importantes aspectos derivados de la casualidad, sino una hábil planificación táctica de parte de los dirigentes militares dominicanos, tendente a controlar y ejecutar de manera impecable un conjunto de acciones que permitieron poner a masticar el polvo de la derrota a los enemigos de la soberanía dominicana.

Esa vez el éxito de las armas de la República Dominicana se produjo esencialmente porque se organizó bien la avanzada, a ambas orillas del río Jura, con el comandante Lucas Díaz a la cabeza, quien ordenó abrir fuego a los enemigos en una acción de distracción  que le permitió trasladarse a la ciudad de Azua a informar sobre la cercanía de estos.

Simultáneamente se enviaron al noroeste de esa ciudad, por la zona llamada Camino de El Barro y sus aledaños, varios pelotones de fusileros y expertos en el manejo de armas blancas, entre ellas espadas, cuchillos, lanzas, machetes, dagas, bayonetas y sables.

En los parajes conocidos como Camino de la Conquista y Los Conucos fueron situados pequeños contingentes cuya misión era proteger la zona sur de ese territorio dominicano.

En las laderas y collados de esa geografía montañosa también se llenaron de gloria Vicente Noble y los fusileros que lo acompañaban desde los hechos históricos de  la Fuente del Rodeo.

La retaguardia fue emplazada en la parte norte de la ciudad de Azua, en un cerro en forma de otero conocido como El Fuerte Resolí, bajo el mando del valiente patriota Nicolás Mañón, flanqueado por un equipo selecto de macheteros, quienes lo enterraron allí, por voluntad suya, cuando fue mortalmente herido en defensa de la patria.

En esa batalla fue muy importante para el triunfo de los dominicanos el diestro manejo que hizo de un potente cañón el experto artillero Francisco Soñé, un francés residente en aquella ciudad sureña, quien había sido oficial de artillería bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte. Soñé fue eficazmente auxiliado por los aguerridos oficiales criollos Luis Álvarez y Juan Ceara.

Ese cañón, y otro más pequeño, causaron estragos entre los invasores enemigos de la soberanía dominicana.

Entre las bajas haitianas más significativas que causaron esas armas mortíferas estuvieron el general Thomas Héctor y los coroneles Vincent y Giles, quienes murieron despedazados en la tierra donde nunca debieron penetrar de manera intrusa.

El autor de las principales tácticas exitosas desplegadas por los dominicanos en la batalla del 19 de marzo de 1844 fue el general Antonio Duvergé, genio militar que en los hechos fue el principal héroe de aquel día glorioso.

domingo, 13 de marzo de 2022

DR. ARIEL ACOSTA CUEVAS, PRECLARO DOMINICANO

 

DR. ARIEL ACOSTA CUEVAS, PRECLARO DOMINICANO

                   (Panegírico. 1-marzo-2022)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Después de una fructífera vida que se extendió por 86 años el Dr. Ariel Acosta Cuevas ha sido llamado a la casa grande, la que tiene como símbolo principal el sello de la eternidad. 

Las familias Acosta Luciano, Acosta Cuevas, y las diversas ramas unidas a ellas por el circuito de la genética sienten orgullo colectivo por el ejemplo que en vida fue el ilustre hombre cuyo cuerpo entregamos ahora a la tierra, quedando entre nosotros su legado de bien, pues como dijo el sabio de la antigüedad Marco Tulio Cicerón: “La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos.”

En esta postrera ocasión en que estamos frente al cuerpo del Dr. Ariel Acosta Cuevas, aunque yace inerte, como un fuerte roble derribado por esa hermana siamesa de la vida que es la muerte, es oportuno decir que formó un hogar modelo con su esposa, la siempre bien recordada doña Shirley Josefina Luciano Mejía de Acosta, con la cual estamos seguros ya está rememorando desde el paraíso celestial el paso de ambos, en conjunción de amor, por esta tierra colocada en un recodo del Caribe insular.

Cabe imaginarlos a ambos con una sonrisa de orgullo por la calidad  de los frutos que dejaron en la tierra: sus hijas Shirley Josefina y Radys Iris, así como sus nietos Jean Ariel, Shirley Mariel y Daniel Ariel.

El personaje cuyo funeral estamos realizando ahora se destacó por sus cualidades de gran jurista, con una obra amplia que difundió en decenas de ensayos, en su condición de refinado doctrinario del derecho dominicano, y especialmente mediante una labor docente que no se limitó al estrecho espacio de aulas cerradas, sino que  esparció sus saberes con humildad, sencillez y profundidad ante todos los que tuvimos el privilegio de cobijarnos bajo el árbol frondoso de su esplendente personalidad.

Fue juez y fiscal en diferentes niveles y  en diversos lugares del país. Por los pueblos y ciudades donde ejerció esas delicadas labores dejó una marca de rectitud, serenidad y apego a la verdad y a la justicia.

Como abogado de largo ejercicio hizo historia postulando con lealtad y gran sabiduría en los tribunales nacionales.

Como poeta tiene un nicho privilegiado en el mundo de las letras dominicanas. Él ocupa por méritos propios un lugar de principalía en el parnaso nacional, pues las musas de su inspiración dejaron para la posteridad hermosos poemas que sobrevivirán el paso del tiempo.

En su sobresaliente condición de historiador de las grandezas del sur dominicano dejó obras fundamentales para conocer y amar esa tierra caliente, hermosa y cargada de historia.

Por los caminos del sur, Neyba tierra de historia y poesía y Villa Jaragua, perfil histórico y cultural son tres muestras de su gran apego a la tierra que lo vio nacer y una prueba relevante de su capacidad de intelectual y de hombre comprometido con el presente y el futuro de su país.

Su libro Génesis de los Acosta Nacionales es la más alta expresión de su interés en contribuir, como lo logró, con el conocimiento de las esencias de la dominicanidad.

Utilizó como herramienta el apellido que con orgullo ostentaba, para construir con la paciencia de Job dicha obra, pero en realidad ella es en sí misma un monumento etnográfico, y como tal un alto exponente de la cultura que define al pueblo dominicano en los diversos componentes que integran su idiosincrasia.

Su obra Tú también puedes es una clarinada de esperanza dirigida a la juventud dominicana para que no se deje dominar por las dificultades de la vida cotidiana. En ella arroja sus mejores deseos para que el pueblo dominicano sea cada vez mejor.

En su juventud fue un reconocido músico de su amada ciudad, la legendaria Neyba, en la cual dejó gratos recuerdos como  ejecutante del requinto dominicano con su característica particular de cursos musicales que se sintonizan al mismo tiempo.

Hizo parte sobresaliente de la banda de música de aquella tierra agreste en cuyo suelo se produjo el histórico bautismo de fuego aquel glorioso 13 de marzo de 1844, que sirvió de guía para la defensa de la patria en largas jornadas de lucha armada.

A pesar de los achaques propios de su edad, aparejados con sufrimiento físico, el Dr. Ariel Acosta Cuevas nunca dejó de ser afable y generoso. Tenía lo que se conoce como don de gente, que utilizaba para hacer sentir bien a sus interlocutores.

Hasta sus horas finales se mantuvo como el orientador que siempre fue. Murió en plena lucidez, con su poderosa memoria siempre dispuesta para la enseñanza y el buen consejo. Las conversaciones con él se convertían en cátedras donde transmitía sus muchos saberes con asombrosa naturalidad y sin la más mínima muestra de aspavientos.

Estamos conscientes del significado de la pérdida física del Dr. Ariel Acosta Cuevas, como parte de la ley natural de la vida, pero su limpia trayectoria permitirá a sus seres queridos sanar la herida emocional de su fallecimiento y así entrar en la importante cuarta fase del duelo, que es la curación.

La curación del remolino de la turbación presente será la mejor manera para comprender en su justa dimensión la grandeza que simbolizó su presencia en la sociedad dominicana y el ejemplo de bien que fue, es y será.

A usted nunca le gustó el ruido de la chicharra y cuando alguna dificultad individual o colectiva se asomaba en el horizonte usted la contrarrestaba con su vibrante personalidad, la cual acompañaba con una gran formación humana caracterizada por la asertividad en sus acciones cotidianas.

El ser humano con su albedrío, con su libertad individual puede dedicarse al mal o al bien. Usted, inolvidable maestro Dr. Ariel Acosta Cuevas, siempre escogió el camino del bien, por eso hoy podemos decir con plena seguridad que su viaje hacia la eternidad será suave y ligero.

Frente al cuerpo inmóvil del Dr. Ariel Acosta Cuevas y ante el espejo de su ejemplar vida, cargada de todo lo bueno de que es susceptible la naturaleza humana, sólo me resta recordar al poeta Gastón Fernando Deligne, cuando frente a los restos mortales de su hermano Rafael le dijo:

“Ya has cavado hondo surco,…ve a dormir labrador.”

Panegírico. 1-marzo-2022.

Santo Domingo.D.N.,R.D.

 

Mujeres dominicanas en el febrero de la Independencia (y 2)

 

Mujeres dominicanas en el febrero de la Independencia (y 2)

 

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El papel estelar que tuvieron valientes mujeres dominicanas en el glorioso febrero de 1844, y más allá, debe siempre resaltarse. Ellas, con su ejemplo heróico,  contribuyeron a la siembra de la semilla de la libertad.

Necesariamente debo decir que las breves biografías que forman esta serie de dos entregas son limitativas. Muchas otras damas también adquirieron en aquella época la categoría de heroínas.

 

Josefa Antonia Pérez de la Paz

Doña Josefa Pérez de la Paz Valerio, más conocida como doña Chepita, nació en la ciudad de Santo Domingo el día 2 de marzo del 1788. Murió el 20 de julio de 1855.

Ella apoyaba las actividades patrióticas de Duarte, de su hijo Juan Isidro y de todos los trinitarios. No era pasiva ante los actos represivos de extranjeros que mancillaban la dignidad del pueblo dominicano.

Hay que pensar que esa actitud de ella la pudo haber puesto en peligro primero ante los espías de los generales haitianos Jean Pierre Boyer y Jéróme Maximilien Borgella y luego ante los soplones de Charles Riviére-Hérard y Henri Etienne Desgrotte, usurpadores que actuaron sobre el pueblo dominicano como reminiscencias de aquellos gobernantes del Bajo Imperio romano que dejando de lado cualquier control institucional ejercían de “auctoritas patrum.”  Es decir que eran “ley” aunque fuera en contra de la ley.

Fue en la casa de doña Chepita (situada en la calle entonces llamada del Arquillo, con vista a la iglesia Nuestra Señora del Carmen) que Duarte y 8 de sus amigos fundaron la Sociedad Patriótica La Trinitaria.

En una carta fechada el 14 de diciembre de 1887, enviada desde Venezuela al prominente ciudadano Alejandro Bonilla, las hermanas Rosa y Francisca Duarte señalan textualmente lo siguiente: “La sociedad Trinitaria fue instalada el 16 de julio de 1838, en una casa de Doña Chepita Pérez de la Paz, a las once de la mañana.”

Por sus hechos de raigambre patriótica ella se convirtió en uno de los personajes principales del movimiento revolucionario que alcanzó su más alto nivel el 27 de febrero de 1844, al proclamarse la Independencia Nacional.

Sin embargo, su nombre no aparece resaltado como corresponde. Sus méritos han sido sisados, en una prueba más de la creciente mezquindad que arrastra el cronológico de la historia dominicana.

 

 

María Baltasara de los Reyes Bustamante

María Baltasara de los Reyes Bustamante nació en la ciudad de Santo Domingo el 6 de enero de 1798, hija de doña Micaela Bustamente y de difusa paternidad.

Vivió los últimos años de su vida en Santa Cruz de Gato, un área rural de la ciudad de Higüey. En esa campiña higüeyana falleció un día impreciso de 1867.

Han sido infructuosos los rastreos realizados en diversos fondos archivísticos para dar con su acta de defunción.

Formó parte de la sociedad patriótica La Trinitaria. Su compromiso con la causa independentista era de tal envergadura que cobijó en su casa, en el año 1843, salvándole así la vida, al patricio Juan Pablo Duarte, cuando el gobierno de ocupación haitiano ordenó su captura.

Ella fue la madre del prócer trinitario y héroe de varios combates navales Juan Alejandro Acosta Bustamante; el mismo que el 15 de marzo de 1844 trajo en la goleta Leonor, desde Curazao, al desterrado Juan Pablo Duarte.

Ese hijo de doña Baltasara fue uno de los tres Juanes fundadores de la Marina de Guerra Dominicana.

María Baltasara de los Reyes Bustamante fue una de las heroínas más aguerridas en los hechos históricos de febrero de 1844 y en las luchas posteriores.

Mucha gente en la ciudad de Santo Domingo no se atrevía a desafiar la sombra del terror impuesto por un régimen de ocupación militar que se extendía por más de dos décadas.

No era fácil romper el letargo de una sociedad acostumbrada a soportar el yugo del boyero que provocaba pánico y aplicaba maniobras de manipulación para prolongar su dominio sobre el pueblo dominicano.

La realidad referida hace más interesante la figura histórica de María Baltasara de los Reyes Bustamante, puesto que en la fulgurante noche de la proclamación de la independencia dominicana ella jugó un papel estelar en la movilización de personas para que rompieran el miedo y acudieran a las puertas de La Misericordia y del Conde.

La historia registra que esa gloriosa noche, y en la madrugada del día siguiente, María Baltasara de los Reyes, apertrechada de un fusil y utilizando como  casamata el Fuerte del Angulo, situado en la calle La Atarazana, realizó varias rondas de vigilancia para neutralizar a militares y funcionarios haitianos que se movían por los alrededores.

La poetisa Josefa A. Perdomo Bona, en su poema titulado 27 de Febrero, la describe así:“…Pero entre todas brilla/Por su valor la heroica Baltasara; /Baltasara, la grande, al par sencilla;/Y a la lucha con denuedo se prepara.”

 

 

 

 

Joaquina Filomena Gómez Grateró

Joaquina Filomena Gómez Grateró nació en la ciudad de Santo Domingo en el 1800. Allí también murió ya nonagenaria, el 9 de mayo de 1893.

En las fototecas y pinacotecas que guardan las fotografías y dibujos de personajes sobresalientes del pasado dominicano no hay ningún rastro de ella. Pertenecía a una familia de elevada posición económica, cuyo fundador en el país fue un capitán de artillería del ejército colonial español.

Los registros históricos revelan que tres de sus hermanos tuvieron una destacada partición en las actividades independentistas, los cuales al ser menores que ella muy probablemente estuvieron influenciados por su espíritu de lucha en favor de la liberación del pueblo dominicano.

Ha pasado a la posteridad con el nombre de Filomena Gómez de Cova. Contribuyó económicamente con la causa febrerina del 1844, desde que surgió La Trinitaria, cuna de la misma.

Trajo al país desde Venezuela, donde residía, un jazmín de malabar, que se convirtió en uno de los más llamativos signos distintivos de hombres y mujeres que lucharon por la independencia nacional. En su honor esa hermosa flor blanca fue llamada filoria.

Algunos enemigos de los ideales de Duarte utilizaron luego la palabra filorios en términos de desprecio hacia sus seguidores, tal y como así lo consignaron en sus crónicas de antaño el trinitario José María Serra y el historiador Cayetano Armando Rodríguez, entre otros.

Emilio Rodríguez Demorizi, en la biografía sobre Juan Isidro Pérez, refiere el testimonio de que cuando un furibundo santanista dijo “¡Abajo los filorios!” recibió un réplica contundente de los seguidores de Duarte: “los trinitarios como jamás se ha respondido en una infamia: desde ese día las jóvenes duartistas llevan en sus cabellos una flor blanca: ¡la filoria!”

Doña Filomena Gómez de Cova desarrolló su intelecto en un medio donde no había ágoras culturales y la enseñanza para las mujeres era tan difícil como esos cursos de tela marinera.

Micaela de Rivera

Nació en el poblado de Hincha el 5 de julio de 1785 y falleció en la ciudad de El Seibo el 12 de diciembre de 1854. Fue una rica mujer que enviudó del hacendado Miguel Febles Vallenilla, dueño de enormes predios agrícolas y ganaderos en la región oriental. Había sido uno de los ayudantes militares más cercanos de Juan Sánchez Ramírez, el héroe de la batalla del cerro de Palo Hincado, con la cual culminó la era de Francia en el país.

 Doña Micaela de Rivera destinó parte de sus bienes para dotar al país de algunos de los primeros barcos de guerra.

Los registros históricos contienen su participación en la fabricación de cartuchos para abastecer a los que una vez proclamada la Independencia Nacional el 27 de febrero de 1844 se batieron en los diferentes escenarios de guerra en que se convirtió el territorio dominicano.

En esas importantes actividades patrióticas siempre la acompañó con gran entusiasmo su hija Froilana Febles, quien por causas política sufrió exilio.

Doña Micaela de Rivera enviudó el 12 de diciembre de 1824. Casi 4 años después se casó con Pedro Santana, quien para entonces se dedicaba a la crianza de ganado en la zona rural de El Seibo. 

Fue un poco extraña esa relación, no porque ella fuera 16 años mayor que el hombre que al montarse en su famoso caballo llamado Neibano causaba espanto al enemigo y cuando estaba asido a su poltrona dictatorial se transformaba en una suerte de Nerón caribeño. Dicho eso para recordar al  emperador romano bajo cuyo reinado fueron decapitado Pablo y crucificado Pedro, los dos famosos apóstoles del cristianismo.

En su obra El Cristo de la  libertad  Balaguer señala, al referirse al citado Febles, que Santana “… aguardó con fría indiferencia la desaparición de este terrateniente para desposar a su viuda doña Micaela Rivera.”

A su vez, el historiador Vetilio Alfau Durán divulgó para la posteridad el testimonio que en favor del papel patriótico de doña Micaela y su hija Froilana hicieron los diputados José María Beras y Julián Zorrilla. Esas declaraciones están contenidas en la Gaceta Oficial 797, en su edición del 30 de noviembre de 1889.