BATALLAS EN MARZO DE 1844 y 2
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Para resumir la
batalla de Azua del 19 de marzo de 1844 me valgo de lo que en su
Historia de Haití dice Thomas Madiou, un eminente ciudadano de ese país, quien
explica que los haitianos, con el presidente Hérard a la cabeza: “Fueron
recibidos a cañonazos con metralla y obligados a replegarse, batiéndose en
retirada un poco desordenadamente.”
Quienes así recibieron a esos invasores fueron
combatientes bisoños dominicanos dirigidos por Antonio Duvergé, de quien Manuel
María Gautier resaltó que “…su heroico valor fue superior a todo esfuerzo
humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría, fue suyo...”
En Azua se comprobó que toda conflagración es en sí un
escenario infernal, conectado con lo escrito por el prusiano Carl von Clausewitz,
historiador de la ciencia militar, quien en su obra De la guerra (publicada en
el 1832) dice: “La guerra es un acto de fuerza.”
Luego del resonante triunfo de las armas dominicanas
en la batalla de Azua, Pedro Santana (que como bien dijo Víctor Garrido “ya era
el amo y no había olido la pólvora”) ordenó una extraña retirada hacia Sabana
Buey y Baní, contrariando la opinión de los auténticos héroes de esa jornada
épica.
Esa decisión de Santana, sin sentido militar, permitió
que los haitianos desandaran varios kilómetros de su ruta de huida, retornando
para ocupar a Azua dos días después de su derrota en aquel lugar glorioso para
los dominicanos.
Luego de la batalla de Azua, cuyos pormenores reseñé
en la entrega anterior, no hubo más que algunas escaramuzas entre dominicanos y
haitianos, hasta 9 días después, cuando se produjo la batalla de Santiago, el
30 de marzo de 1844.
Ahora se cumplen 178 años de aquel hecho bélico (gran
batalla la llamó Federico Henríquez y
Carvajal) que reforzó el espíritu patriótico del pueblo dominicano.
La ciudad de Santiago de los Caballeros, una vez más,
fue el lugar donde los dominicanos demostraron, como antes y después, su coraje
y firme determinación de no aceptar humillaciones de ocupantes extranjeros.
Algunos, por excesivo atrevimiento, oriundo de quién
sabe cuáles intereses mezquinos, han llegado al extremo de considerar los
hechos de la batalla de Santiago como algo mitológico. La realidad, que es el
crisol de la verdad, dicta que lo
ocurrido el 30 de marzo de 1844 en el corazón de El Cibao quedó como una página
de gloria para los independentistas.
La República Dominicana sólo tenía un mes de nacida
cuando más de 10 mil invasores haitianos se asomaron por la puerta oeste de la
ciudad de Santiago de los Caballeros, en horas tempranas de la mañana de aquel
día histórico. Al frente de ellos estaba el cruel general Jean-Louis Pierrot. Habían
causado muchos atropellos en los pequeños pueblos emplazados en el noroeste.
Esos intrusos trataban de aniquilar la soberanía
nacional. En sus maquinaciones incluían destruir esa población dominicana.
Sabían que para lograr eso tenían que controlar las
tres fortificaciones bautizadas con los nombres de Dios, Patria y Libertad, señorearse
sobre las diversas colinas que emergen de la geografía de la zona y dominar las
muchas trincheras paralelas y en zigzag que servían de defensa a la segunda
ciudad del país.
En la mente de los altos oficiales haitianos estaban
presentes hechos del pasado, entre ellos el desastre que hicieron en esa
localidad, el 25 de febrero de 1805, los generales Jean-Jacques Dessalines y
Henri Christophe. Summer Welles, en su obra La Viña de Naboth, se encargó de
describir los crímenes cometidos allí por dichos señores. Ese día era lunes de
carnaval.
La batalla de Santiago, el 30 de marzo de 1844, tuvo
una significación impactante en el proceso de consolidación de la independencia
nacional.
De ese hecho bélico dijo el historiador Alcides García
Lluberes que fue “el castigo condigno de los insolentes desafueros.” Agregó que
“después de la batalla del 30 de marzo los hombres de Haití quedaron
completamente convencidos de que el pueblo dominicano estaba animado de nuevas
e invencibles energías.”
El jefe militar de Santiago era Ramón Matías Mella,
portador de elevadas cualidades como táctico y estratega de guerra. Es
pertinente recordar que Mella fue autor de uno de los primeros textos de
doctrina militar elaborados en el Caribe insular, que luego fue usado por los
victoriosos guerreros restauradores.
El 30 de marzo de 1844 el patricio Mella estaba en la
zona serrana enclavada al sur de Santiago, en labores de reclutamiento de
combatientes.
Fue tan fecunda la labor organizativa de Mella, previo
a los hechos aquí descritos, que 47 años después el escritor Federico Henríquez
y Carvajal dejó una nota reivindicativa en su favor: “A no ser por su celosa solicitud
de elementos para la lucha, suyos habrían sido los inmarcesibles laureles del
triunfo que obtuvo para sus sienes otro invicto héroe en la gran batalla del 30
de Marzo.”
La realidad fue que por diversas circunstancias, que
pueden inscribirse en el albur de la vida, el principal héroe de la batalla de
Santiago fue el general José María Imbert, un francés avecindado en Moca,
dedicado principalmente a labores comerciales y agrícolas, pero con un
formidable entrenamiento militar.
De Imbert ya se sabía que era un ferviente partidario
de la independencia dominicana.
El 5 de marzo de 1844 lanzó una proclama que comenzó
así: “Desde las aguas de Higüey hasta Las Matas de Farfán, y desde la península
de Samaná hasta Dajabón, ha resonado el grito de Dios, Patria y Libertad…”
Cuando los invasores se acercaban por el oeste como un
vendaval implacable Imbert fue llamado con urgencia para que se encargara de la
defensa de la ciudad de Santiago, donde fue recibido “en medio de vítores y
aclamaciones.”
Una de las compañías más sobresalientes en la batalla
de Santiago, el 30 de marzo de 1844, fue la formada por unos 150 trabajadores agrícolas de Sabana
Iglesia, al frente de los cuales estaba Fernando Valerio López.
Esos
improvisados combatientes hicieron historia al infligir grandes bajas a los
invasores haitianos en el Fuerte de la Libertad y en un tramo del río Yaque del
Norte.
Con sus temibles machetes dieron origen a una elevada
expresión de la bravura de los dominicanos. La hazaña bélica de esos labriegos
se conoce desde entonces como la carga de los andulleros. Ellos nunca se
imaginaron que serían parte importante de la historia nacional.
Arturo Logroño, 84 años después de aquella hazaña de
los dominicanos, escribió sobre Fernando Valerio lo siguiente: “…Enardecido por
bélica embriaguez, decidió quizás con su carga, famosa en nuestros fastos
militares, al frente de los andulleros de Sabana Iglesia, la brega marcial del
30 de Marzo de 1844.”
Actores de los hechos dejaron testimonios (y cronistas
de ambos lados de la frontera hicieron comentarios) sobre los cientos de
muertos y heridos esparcidos en los llanos y colinas de Santiago ese glorioso
30 de marzo de 1844.
José María Imbert, en un informe del 5 de abril de
1844, cifra en unos 600 los muertos haitianos y una cantidad mayor de heridos.
El héroe sorpresivo anotó: “El combate había
principiado a las doce y siguió hasta las 5 de la tarde.” Remata su información
así: “Por última vez se presentó en columnas cerradas, y nuestra artillería
dejándola avanzar de frente, la pieza de la derecha tiró metralla sobre esta
masa e hizo al centro un claro espantoso…”
El historiador haitiano Jean Price-Mars, al referirse
a la Batalla de Santiago, escribió: “El 30 de marzo, a la una de la tarde, las
tropas haitianas se lanzaron al asalto. Duró la lucha más de cuatro horas sin
que cayera la ciudad…Las pérdidas totales de su ejército, antes que pudiera
atravesar el Masacre y llegar a Cabo Haitiano, son estimadas, entre muertos y
heridos, alrededor de setecientos hombres.”
Entre los héroes más sobresalientes de la batalla de
Santiago, el 30 de marzo de 1844, además de José María Imbert y Fernando Valerio,
hay que mencionar a Pedro Pelletier, José María López (defensor del Fuerte
Dios), Achilles Michel, Angel Reyes (jefe del batallón La Flor), Francisco
Antonio Salcedo, Manuel María Frómeta, Juana Saltitopa, Toribio Ramírez, los
hermanos Juan Luis y Ramón Franco Bidó, el músico Tiñano, José María Gómez,
José Silva, Marcos Trinidad, Lorenzo Mieses y obviamente muchos otros.