sábado, 28 de agosto de 2021

LOS AFRANCESADOS Y (III)

 

LOS AFRANCESADOS Y (III)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Al cerrar esta breve serie sobre los afrancesados, y sus repercusiones en la historia dominicana, es oportuno decir que aunque sus esfuerzos fueron fallidos dejaron una cola de males que todavía se mueve en la mente de muchos.

Hay que decir que en la cadena de fracasos que tuvieron hubo una excepción: Aquellos afrancesados que se viraron a favor de España, logrando la Anexión. Sin embargo, en ese caso la sal les salió más cara que el chivo, como dice el viejo refrán.

Ese germen del entreguismo de los afrancesados ha llegado hasta nuestra época. Esa deformación espiritual se observa entre avivatos, bobalicones, apapipios, pero también en personajillos emperifollados que se mueven en diferentes niveles de la sociedad dominicana, a imitación del célebre péndulo de León Foucault.

La mala semilla germinada de los afrancesados está en cada acción en que se compromete el futuro de la soberanía nacional. Es un lastre que el país arrastra desde hace un montón de años.

Sólo la enorme resiliencia del pueblo dominicano ha impedido el naufragio anhelado por aquellos interesados en que desaparezca el conjunto de cosas que simboliza la hazaña ocurrida el 27 de febrero de 1844.

El artículo 210

Tal y como indiqué en la primera entrega de esta corta serie el injerto diabólico del artículo 210, colocado en el título XI de las disposiciones transitorias de la Constitución del 6 de noviembre de 1844, fue esencialmente el fruto de las maquinaciones de los afrancesados y del cónsul Saint Denys.

El texto original de la referida disposición sustantiva se mantuvo hasta la reforma constitucional del 25 de febrero del 1854, es decir que estuvo 9 años vigente.

El trinitario José María Serra le atribuyó al susodicho artículo 210 ser la base de graves males que minaron la salud de la joven República Dominicana.

Para Serra, que anotaba con perseverancia los detalles que no aparecían en los partes oficiales de entonces, (lo que luego el filósofo español Miguel de Unamuno llamó “la intrahistoria) Santana se convirtió en dictador: “arriando el pabellón nacional para entregar la patria a España.”1

Hay que precisar que por largo tiempo muchos actos de los gobiernos dominicanos fueron inspirados utilizando como escudo el referido artículo.

Una revisión al bloque de leyes, decretos, resoluciones y reglamentos emitidos durante un largo tramo de la historia nacional permite comprobar que el contenido del artículo 210, etiquetado en la Ley de Leyes de 1844, como se indica arriba, como transitorio, traspasaba su ensamblaje literario. En realidad se proyectó con sus fauces felinas por mucho tiempo.

Su aplicación no era solamente con fines de un duro y pesado ejercicio de política doméstica, para aplastar a los enemigos, coyunturales o no. Tenía el objetivo mayor de facilitar el aniquilamiento de la soberanía nacional, otorgándole una cobertura de impunidad al presidente que firmara la entrega de R.D. a Francia, tal y como se notaba claramente en las comunicaciones de Saint Denys y otros intrigantes.

No se trataba simplemente de lo que describió con un marcado interés particular, en el 1884, el general Damián Báez, en un manuscrito titulado Apuntes y Comentarios Históricos, al decir que:

“El artículo 210, fruto de Bobadilla, que Santana impuso por la fuerza a la Constitución de 1844, fue la vara de hierro con que se armó para continuar en la matanza y proscripciones que ya había perpetrado…”2

Esa especie de abejorro comenzó a volar hará en pocos meses 177 años, y aunque fue formalmente abatido en el 1854 lo cierto es que en la práctica una parte del mismo ha seguido moviéndose en el  palenque de la vida pública nacional.

Esa larga presencia, con sus matices y disimulos, se comprueba en la gran mayoría de las revisiones que se le han hecho a la Carta Magna del 6 de noviembre de 1844.

Un ejemplo clásico de lo anterior es el artículo 55 de la reforma constitucional del 28 de noviembre de 1966, cuyos 27 numerales le otorgaban al presidente de la República múltiples poderes, haciéndolo una suerte de rey del Antiguo Egipto.

Tomás Bobadilla

Tomás Bobadilla es un personaje con luces y sombras en el escenario de la historia dominicana. En no pocas ocasiones se movía con gran soltura entre socavones  tenebrosos. Esa manera de actuar no ha impedido que muchas de sus acciones hayan trascendido a la posteridad.

El consumado burócrata, y dueño de inmensos bosques de caoba en la vertiente sur de la cordillera central, en la parte que colinda con el valle de Peravia, llevó una vida austera. Dicen que era un conquistador de mujeres y amante de la lidia de gallos.

Siendo una de las cabezas mejor amuebladas de su época, Bobadilla siempre creyó que la preeminencia de las decisiones más trascendentales del país tenía obligatoriamente que recaer en él.

Sus escritos, discursos y hechos conocidos dan la impresión, con la lejanía del tiempo de por medio, que él se consideraba con derecho de poner sus pies en el escabel de las nacientes instituciones del aparato burocrático dominicano.

De él se ha escrito que: “…se elevó a la altura de estadista…probablemente la primera figura político-intelectual de su época…en la medida en que aspiró a ejercer un protagonismo de primer orden, sufrió fracasos que lo llevaron a resignarse a desempeñar funciones subordinadas.”3

En cada generación surgen admiradores suyos que buscan aligerar la pesada capa de hechos negativos que cubre su imagen de hombre importante en gran parte de las tres décadas posteriores a la independencia nacional. Algunos obliteran elementos cardinales de su vida pública.

En la actualidad el más prolífico de sus biógrafos (superando a Ramón Lugo Lovatón)  es Manuel Otilio Pérez Pérez. Ese distinguido tamayense ha escrito tres tomos sólo con expresiones favorables a Bobadilla.

El ing. Pérez Pérez publicó La impronta indeleble, El legado imperecedero y La praxis coherente de Tomás Bobadilla. Son obras que presentan lo que su autor considera de buena fe el accionar positivo de esa personalidad criolla del siglo XIX.4

Válido es también decir que antes de la independencia nacional Bobadilla tuvo sus actuaciones como funcionario al servicio de las autoridades coloniales, en tiempos de la llamada España Boba, y también con los ocupantes haitianos. Proclamó que  Boyer era el “ángel de la paz.” La verdad es que fue un opresor del pueblo dominicano.

Bobadilla, además de afrancesado, apoyó la Anexión a España, acusando a los patriotas restauradores de bárbaros, ladrones y asesinos. Ocupó en esa breve y siniestra etapa el elevado cargo de Magistrado de la Real Audiencia.  

Se hizo de la vista gorda ante los desmanes de Pedro Santana Familias, Felipe Ribero Lemoine,  Carlos de Vargas Cerveto, José de la Gándara  y Manuel Buceta del Villar, quienes como jefes en el terreno anexionista, entre 1861 y 1865, llenaron de cadáveres la geografía dominicana. Luego fue funcionario de gobiernos surgidos de las filas restauradoras.

 Paradójicamente Bobadilla, ya con más de 80 años de edad, murió resaltando el patriotismo del pueblo dominicano y rechazando vigorosamente el malsano proyecto urdido por Buenaventura Báez para anexar el país a los EE.UU.

Desde la ciudad de Aguadilla, Puerto Rico,  el 4 de febrero del 1871,  diez meses antes de morir, con su octogenario pensamiento parcialmente transformado, Bobadilla le dirigió una  comunicación al senador estadounidense por  Massachusetts Charles Sumner, aliado de República Dominicana, en la cual le exponía su negativa a esa aventura anexionista, indicándole, entre muchas otras cosas, que el pueblo dominicano estaba “acostumbrado a vivir libre, sin deber su libertad más que a su propio esfuerzo, no resiste extraña dominación…”5

Murió en Haití el 21 de diciembre de 1871, adonde había ido a parar cuando gobernaba allí el general Nissage Saget. Sus restos mortales desaparecieron en el torbellino creado en esa época entre los poderes legislativo y ejecutivo de ese país vecino.

Con el cadáver de Bobadilla se aplicó, lamentablemente, el célebre verso de su contemporáneo Gustavo Adolfo Bécquer: “¡Dios mío, que solo se quedan los muertos!”

                                                       9 de junio de 1844

Es oportuno señalar que Duarte y una parte de sus seguidores, entre ellos Juan Isidro Pérez y José Joaquín Puello, quienes abogaban por una independencia sin matices y sin compromisos con poderosos países europeos, les dieron el 9 de junio de 1844 lo que se denomina un golpe de bolsón a los conservadores que buscaban el protectorado de Francia. Con tropas que partieron del cuartel militar entonces conocido como La Fuerza, hoy Fortaleza Ozama, lograron descabezar a la Junta Gubernativa.

En esa ocasión se produjo una estampida entre los conservadores: Bobadilla y Caminero se ocultaron. Báez, Francisco Xavier Abreu, Manuel Joaquín Delmonte, etc. se asilaron en el consulado francés. Otros fueron detenidos.

Ese memorable día Sánchez, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez tomaron el control del incipiente aparato gubernamental.

El historiador haitiano Jean Price-Mars, coincidiendo con varios de sus colegas dominicanos, señala que el referido día Bobadilla y Briones pronunció un discurso para recordar que había un compromiso con Francia para ceder la península de Samaná y convertir al país en un protectorado de dicha potencia de Europa Occidental.

Era una provocación más del culto y ladino Bobadilla y Briones. En su obra La República de Haití y la República Dominicana Price-Mars relata que al escuchar esas palabras: “Duarte se alzó y se opuso con la mayor energía a la realización de semejante proyecto.”6

Los franceses imponen a sus socios

La  acción intrépida del 9 de junio de 1844, arriba referida, motorizada por los verdaderos trinitarios, duró poco. En breve tiempo el poderío de los franceses logró recuperar el control del gobierno, imponiendo a su socio Santana.

El aludido contragolpe fue una prueba más de la penetración de los galos en los asuntos internos del país cuando apenas hacía 3 meses que se había proclamado la independencia nacional.

Es preciso señalar, además, para robustecer lo anterior, que en los días posteriores a la proclamación de la independencia dominicana había una flota de barcos franceses (las fragatas Nereyde y Náyade y el bergantín Enryle) surcando las aguas  de la República Dominicana, en claro apoyo a los planes preconcebidos desde el 1843 por los afrancesados y los señores Levasseur y Saint-Denys.

En su obra titulada Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe, que abarca desde 1789 hasta 1854, el investigador cubano José Luciano Franco se refiere a la presencia del entonces jefe de la armada francesa en esta parte del mundo, el almirante Alphonse de Moges, quien “desde la Bahía de Ocoa, donde fondeaba la escuadra francesa” gestionó el primero de abril de 1844 una entrevista con el presidente haitiano Riviere Hérard, quien estaba en territorio dominicano a título de invasor.

“El marino francés, de acuerdo con el plan Levasseur que el cónsul Saint Denis dirigía, trató de influir al primer mandatario haitiano a que se plegara a sus exigencias en favor de los separatistas, a lo que se negó.”7

 

Cónsul Saint Denys

Es harto conocido el protagonismo que en contra de la soberanía dominicana jugó Eustache Juchereau de Saint-Denys. Lo que no se ha difundido mucho es que dicho personaje fue  primero cónsul de Francia en Cabo Haitiano, desde donde fue trasladado a Santo Domingo por órdenes del poderoso Andrés Nicolás de Levasseur,  con el apoyo del  mencionado almirante  Alphonse de Moges.

Esos tres intrusos franceses jugaron papeles importantes en los propósitos de cercenar la soberanía dominicana.

Estos individuos consideraron que Saint-Denys sería clave, y así fue, en sus planes de sacar ventajas políticas y económicas en medio de las convulsiones que vivía la isla a finales de 1843 y principios de 1844. Actuaron esa vez a contrapelo de las opiniones del señor A. Barrot,  enviado del rey de Francia, quien arribó a Haití en noviembre de 1843.

La intromisión de Saint-Denys en los asuntos dominicanos fue tan poderosa que la proclama de la capitulación, mediante la cual Haití terminaba su ocupación del territorio dominicano, (con 10 artículos y firmada el 28 de febrero de 1844) comienza así:

“Por la mediación del Señor Cónsul de Francia y en presencia de los miembros de la Comisión designada por la Junta Gubernativa y de los nombrados por el general Desgrotte…ha sido convenida la capitulación siguiente…” Dicho texto histórico contiene esta reveladora apostilla final: “Visto y sellado por el Cónsul de Francia. Firmado: E. de Juchereau de Saint-Denis.”8

Horas antes de esa firma, cuando lo que prevalecía aquí era un mar de incertidumbre, el general haitiano Henri Etienne Desgrottes, en su condición de comandante de la plaza y de la ciudad de Santo Domingo, le dirigió una carta a Saint Denys en la que le informaba que  recurría a él para, textualmente, “poner a los haitianos y a sus familias bajo la protección de la generosa bandera francesa.”9

En muchas de sus comunicaciones Saint-Denys se expresaba sin ambages con relación al control que a su pensar iba a tener Francia sobre la República Dominicana.

Así se comprueba, por enésima vez, en la carta que el 15 de marzo de 1844 le envió al almirante de Moges, el más alto jefe militar francés desplegado en el Caribe: “No temería comprometerme, señor almirante, afirmando aún que, si lo exigiremos con cierta insistencia, los colores franceses substituirían muy pronto, en Santo Domingo y otras partes también, los colores dominicanos.”10

Almirante de Moges

Los afrancesados, en su afán de entregar la soberanía nacional, también tocaron las puertas del ya mencionado almirante Alphonse de Moges, cuyo papel en los primeros años de la independencia del país ha sido poco analizado.

Dicho personaje, en su calidad de jefe de los barcos y soldados franceses desplegados en el Caribe, ejercía un gran poder desde uno de sus puestos de mando, en La Savane, una amplia planicie con vista al litoral marino de Fort-de-France, ciudad que desde hace más de cien años es la capital de la isla de Martinica, la cual es en el presente un Departamento de ultramar de Francia.

Oportuno es decir que una fragata enviada por el almirante de Moges estuvo en las cercanías de la Bahía de Ocoa el 15 de abril de 1844, cuando se produjo allí un combate naval con intrusos haitianos que fueron derrotados por los dominicanos que los fulminaron desde las goletas María Chica, Separación Dominicana y Leonor, comandadas respectivamente por Juan Bautista Maggiolo, Juan Bautista Cambiaso y José Alejandro Acosta.

En resumen, pertinente es decir que poderosos personajes dominicanos y extranjeros participaron activamente, durante varios años, en los fracasados planes de convertir a la República Dominicana en un protectorado o en una colonia de Francia.

Múltiples hechos impidieron que cuajaran los propósitos de los afrancesados y sus valedores.

 Los hechos de nuestro pasado permiten señalar que de haberse consumado aquel despropósito el mismo iba a terminar mal, pues el pueblo dominicano existe y existirá para respirar el aire que emana del manto de soberanía que cubre su territorio.

Bibliografía:

1-La Constitución de San Cristóbal (1844-1854).Reeditada en el 2017.Editora Serigraf.P81. Emilio Rodríguez Demorizi.

2-Papeles de Buenaventura Báez. Editora Montalvo,1969.ADH.Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

3- Personajes dominicanos, tomo I. Editora Alfa y Omega, 2013.Pp164 y 165.Roberto Cassá.

4-Sobre Bobadilla: La impronta indeleble. Editora Búho, 2011.El legado imperecedero. Búho, 2017 y La praxis coherente. Búho,2021. Manuel Otilio Pérez Pérez.

5- Revista Clío No.84, mayo-agosto 1949. Pp89-93. Carta de Bobadilla a Charles Sumner. 4-febrero-1871.

6-La República de Haití y La República Dominicana. Tomo II. Editora Taller, 2000.P520. Jean Price-Mars.

7-Revoluciones y conflictos internacionales en El Caribe (1789-1854).Editorial La Habana: Academia de Ciencias,1965. José Luciano Franco.

8-Bosquejo histórico del descubrimiento y conquista de la isla de Santo Domingo. Editado por SDB, 1976. Casimiro N. De Moya Pimentel.

9-Carta del general Desgrottes al cónsul Saint-Denys. 28 de febrero de 1844.

10-Carta del cónsul Saint-Denys al almirante de Moges.15-marzo-1844.

domingo, 22 de agosto de 2021

LOS AFRANCESADOS (II)

 

LOS AFRANCESADOS (II)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Los actos de los afrancesados contra la salud de la soberanía dominicana estaban pesados, medidos y contados. Así se pueden definir porque se movieron con hilos falsos, desde antes de 1844 hasta el 1853.

Políticos, militares, comerciantes, sacerdotes, escritores y otros representativos de la sociedad de entonces se implicaron de lleno en el intento de mantener sin libertad real al pueblo dominicano.

No sólo fueron afrancesados los conocidos Santana, Báez, Bobadilla, Manuel María Valencia, Manuel de Regla Mota, Juan Nepomuceno Tejera, Manuel Joaquín Delmonte y Andrés López Villanueva. Muchos otros también agitaron el fantasma del protectorado o la anexión a Francia.

Duarte y  los afrancesados

Juan Pablo Duarte fue uno de los patriotas dominicanos que más combatió a los afrancesados. A ellos y a otros que también conspiraban contra la patria les lanzó graníticas expresiones que forman parte de su Ideario. Les dijo que la República Dominicana es y será siempre una “Nación libre e independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera.”

A todos los  contrarios a una R.D. soberana, fueran afrancesados, pro ingleses, inclinados  por EE.UU. o por cualquier otro país poderoso, Duarte les estrelló este apotegma: “Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones.”1

Como se sabe, antes de proclamarse la independencia nacional Juan Pablo Duarte estaba exiliado en Curazao, tierra caribeña de la cual, valga la digresión, el periodista e historiador Adriano Miguel Tejada Escoboza, al pronunciar su discurso de ingreso como Académico de Número de la Academia Dominicana de la Historia, dijo lo siguiente: “…a esta isla le tocó el privilegio de ser la primera nación en el mundo que vio flotar y recibió en su puerto el pabellón tricolor de la naciente república.”2

Desde ese jirón de esta zona del mundo el patricio Duarte estaba al tanto del contubernio de los afrancesados con el cónsul de Francia en Santo Domingo Eustache Juchereau de Saint Denys.

El ideólogo de la independencia nacional estaba plenamente consciente del impacto negativo que para el futuro inmediato de la patria significaba que malos dominicanos se unieran a representantes de potencias extranjeras para destruir lo que era un brote de libertad recién surgida.

 

Por eso Duarte, cuando Juan Nepomuceno Ravelo, José Alejandro Acosta y otros independentistas fueron a buscarlo, con la misión de trasladarlo al país, ya liberado del yugo haitiano, se preparó mentalmente para demostrarles a los afrancesados que estaba al tanto de sus trapisondas contra la naciente República Dominicana, y que llegaba dispuesto a enfrentarlos.

Al llegar país, el 15 de marzo de 1844, en la goleta Leonor, a pocos días del fogonazo de Mella en la Puerta de la Misericordia, Duarte desechó la posibilidad de visitar al referido poderoso cónsul, lo cual causó gran disgusto tanto al susodicho agente extranjero como a sus socios los afrancesados. Eso acrecentó los ataques contra los trinitarios duartianos.

En ese momento la hipocresía, incluso de algunos que se hacían llamar “trinitarios”, se puso al descubierto, confirmando lo que había dicho unos pocos años antes el filósofo, político y escritor francés Alphonse de Lamartine: “la máscara hace siempre traición por algún resquicio.”

 

Arzobispo Portes

El arzobispo Tomás de Portes e Infante tuvo un papel protagónico en los primeros años de la independencia dominicana. En su biografía se destaca no sólo su papel como prelado católico, sino también su presencia en la escena política.

Se registra que alentaba a los trinitarios. El 15 marzo de 1844, al recibir a Duarte, a su llegada de su exilio en Curazao, lo proclamó Padre de la Patria. También tuvo varios desencuentros con Santana.

Carlos Nouel, en su  Historia Eclesiástica, consigna que al producirse en el país un terremoto, el 7 de mayo de 1842, a Portes se le consideraba como un “padre de los pobres” que en sus pastorales se expresaba de manera alentadora con “la idea de la Independencia.”3

Pero al parecer quien antes había sido amo de esclavos (como el sumiso Manuel de la Concepción) era un hombre con muchas dubitaciones. Hay notas sueltas en la historia dominicana que registran que “cuando supo de lo fraguado para la noche del 27 de febrero, hizo lo posible por disuadir a los conjurados, basándose en la falta de recursos para la empresa.”

Penosamente hay que decir, teniendo como soporte varios reportes de la etapa de su apogeo, que el arzobispo Tomás de Portes e Infante se hizo partícipe de la idea de que el país se convirtiera en un protectorado de Francia.

Ni él ni nadie pudo desmentir, a pesar de la dudosa catadura moral del emisor, el revelador memorándum del 31 de diciembre de 1843, firmado por el cónsul de Francia en Haití, dirigido al señor Guizot, ministro de Relaciones Exteriores de dicha potencia europea. Su contenido es una prueba de la apostasía entonces en curso en el lado oriental de la isla de Santo Domingo.

Así de claro escribió el sagaz Auguste Levasseur: “En Santo Domingo hay un sacerdote, que tiene mucha influencia y que es muy favorable a la idea de un protectorado francés. Se le venera como un santo….El Vicario general Portes (así se llama ese venerable eclesiástico) ejerce ya considerable autoridad en todos los sacerdotes de su diócesis.”4

 

Inglaterra y los afrancesados

 

Los ingleses habían intentado en varias ocasiones apoderarse del país, cuando todavía no había cuajado bien el germen de la dominicanidad entre muchos de los moradores de esta tierra tropical.

Su más sonoro fracaso en ese objetivo fue la derrota que sufrieron aquí, en abril de 1655, el General Robert Venables y el almirante William Penn.

Eso no impidió que casi 200 años después Inglaterra mantuviera su interés de que al menos otra potencia europea, como Francia, no se adueñara de la parte oriental de la isla de Santo Domingo. Ambos imperios se caracterizaron por ser grandes saqueadores de las riquezas de los países que caían bajo sus dominios.

Cada vez que había un amago de avance en los propósitos de los afrancesados de convertir a la República Dominicana en un protectorado de Francia, o en una colonia suya en toda la extensión de la palabra, los ingleses maniobraban para desbaratar dichos planes. Así quedó registrado en las comunicaciones de emisarios consulares y otros funcionarios civiles y militares de dicho reino.

Hay abundantes documentos históricos que demuestran que Inglaterra se oponía en principio a que no sólo el país, sino los demás de habla hispana del Caribe, quedaran bajo el poder de rivales suyos, como era Francia.

Obviamente que la Pérfida Albión (como peyorativamente definió a Inglaterra el poeta francés Augustin Louis Marie de Ximénés) no quería merma en sus cuantiosos intereses en esta parte del mundo.

Lo anterior no impidió que, principalmente por su rivalidad militar y en materia de comercio internacional con Francia, aceptara casi con gozo que la República Dominicana cayera en poder de España mediante la nefasta Anexión.

Cuando se produjo aquel hecho trágico el canciller inglés, Lord John Russell, escribió que su país “se lisonjea de este nuevo triunfo obtenido, no por la fuerza de las armas, sino por el prestigio y los atractivos de la civilización.”

Otra cosa fue lo que ocurrió ya consumada la Anexión con Martin Hood, el segundo cónsul inglés en Santo Domingo, a quien los anexionistas le abrieron expedientes judiciales de tipo penal.

Como si fuera un antecedente caribeño de la alegoría descrita seis décadas después por Frank Kafka en su famosa novela El Proceso, el señor Hood remitió la siguiente nota informativa con una gran carga de disgusto y frustración a la cancillería de su país, refiriéndose al maltrato que recibió de los jefes anexionistas españoles: “…yo me sentí humillado por las vulgares ofensas acumuladas contra mí…”5

Santana fue afrancesado

 

Un historiador caracterizado por ser muy severo en sus juicios contra personajes del pasado dominicano, pero muy indulgente con los de su preferencia, apañó muchos de los actos bochornosos de Santana; sin embargo, Rufino Martínez al no encontrar salida fácil para un resumen final de la vida agitada del férreo caudillo apodado El Chacal de Guabatico admitió que:

“A pesar de su carácter firme, inclinado a resolver las contrariedades de Gobierno tomando providencias extremas, en tratándose de la intromisión de representantes extranjeros se mostraba poco enérgico e inclinado a contemporizar.”6

Hay un fardo grande con pruebas sobre el comportamiento entreguista del general Pedro Santana.

Pocos días después de proclamada la independencia nacional el hatero seibano nacido en Hincha le envió una correspondencia al señor Abraham Coén, poderoso comerciante judío radicado en el país, (cuyos múltiples negocios los había hecho a través de testaferros, por imperativos legales de los ocupantes haitianos) para que le hiciera saber al mentado cónsul Saint Denys que él reafirmaba lo que ya le había dicho, en el sentido de aceptar el protectorado de Francia.

En carta del 14 de abril de 1844, casi con pelos y señales, Pedro Santana le hizo saber a Bobadilla, en su calidad de Presidente de la Junta de Gobierno, la necesidad de que moviera hilos para conseguir el apoyo de Francia. Hablaba de socorro de ultramar y  le decía que él “…tiene la capacidad necesaria para juzgar todo lo que yo le puedo querer decir, y para no hacerse ilusiones y conocer que debemos agitar esas negociaciones…”7

Luego de 5 años del grito liberador febrerista Santana insistía ante el nuevo representante francés en el país, señor Víctor Place,  para que “la Francia venga en nuestra ayuda.”

Después llegó el crimen mayor de la anexión a España, una mancha que lanzó al zafacón de la historia a muchos.

No hay ninguna prueba demostrativa de que hubo arrepentimiento de Santana, o de sus más cercanos colaboradores en clave de afrancesados, cuando descendían a los infiernos de su propio destino histórico, al confirmar que el pueblo dominicano jamás dejaría de luchar por su soberanía.

Bibliografía:

1-Ideario de Duarte, clasificado por Vetilio Alfau Durán.

2-Duarte, la prensa de Curazao y la independencia dominicana. Revista Clío No.182, julio-diciembre de 2011.Pp141-190. Adriano Miguel Tejada.

3-Historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo. Editora de Santo Domingo, 1979, tomo II.Pp423 y 430. Carlos Nouel.

4-Memorándum de Levasseur a Guizot.31-12-1843.

5-Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España.Pp22 y 29. Editora Búho, 2012. Roberto Marte.

6-Diccionario biográfico-histórico. Editora de Colores, 1997.P501.Rufino Martínez.

7-Guerra domínico-haitiana. Impresora Dominicana, 1957.P101. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

domingo, 15 de agosto de 2021

LOS AFRANCESADOS (I)

 

LOS AFRANCESADOS (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Reparto en ultramar

Se sabe que durante mucho tiempo la isla de Santo Domingo estuvo controlada por  España y Francia. Las principales decisiones sobre su destino se tomaban al otro lado del Océano Atlántico, muy lejos de las aguas caribeñas que bañan esta parte del mundo.

Francia, otrora potencia colonial, comenzó oficialmente su presencia en esta tierra caribeña cuando el imperio español le cedió el territorio que luego sería la República de Haití.

El instrumento legal usado para eso fue la primera parte del Tratado de Rijswijk, firmado el 20 de septiembre de 1697.

Pero un breve examen de la historia criolla conduce a pensar que el germen de una corriente de opinión de personas inclinadas por el dominio de Francia en la isla completa surgió aquí a partir de un convenio provisional que firmaron el 25 de agosto de 1773 el señor marqués de Valliere, entonces gobernador del lado francés, y el señor José Solano, Capitán General del lado español.

El perfeccionamiento de dicho acuerdo se concluyó el 29 de febrero de 1776, con la firma del señor Solano, por España, y por el señor Víctor Theresa Charpentier, (conde de Ennery) en representación del imperio francés.

El 28 de agosto de ese mismo año se hizo un instrumento de aplicación y ejecución de dicho acuerdo, con las firmas añadidas de los señores Joaquín García y Jacinto Luis, comandantes militares, respectivamente, de las dos colonias en que entonces se dividía la segunda isla en tamaño del archipiélago antillano.

Ese proceso de reparto territorial desembocó en el conocido tratado de Aranjuez, del 3 de junio del año 1777, firmado por el señor José Moñino Redondo, el famoso conde de Floridablanca, en representación de la corona española, autorizado por el rey  Carlos III; y el Marqués de Ossún por la corona francesa, cumpliendo mandato del rey  Luis XVI.

La nota de Heneken

En sus escritos, dejados en manos seguras para la posteridad, el señor Teodoro Heneken (patriota independentista y restaurador dominicano, de origen británico) describió con elocuencia el dominio que de las actividades públicas tenían para entonces los afrancesados, así como otros antipatriotas que abogaban para que diferentes potencias de entonces se apoderaran del país.

Así de claro lo indicó Heneken: “Hay una opinión…de que los dominicanos se encuentran divididos hoy en una porción de partidos: unos a favor de Inglaterra, otros a favor de Francia, algunos mostrando simpatías por los Estados Unidos, y pocos sosteniendo el partido nacional o del 27 de febrero cuya divisa es “a todo trance la independencia.”1

Saboteada antes de nacer

La soberanía nacional, concretada en la independencia, fue saboteada desde antes de nacer. Recibió dardos envenenados cuando sólo era un proyecto incubado en el pensamiento de unos cuantos jóvenes.

Las ideas de Juan Pablo Duarte y sus seguidores fueron brutalmente atacadas por algunos grupos pequeños, pero poderosos, que se oponían a que el pueblo dominicano se organizara en un Estado libre y soberano.

Partiendo de esa actitud negativa, ajena a motivos razonables de interés colectivo, comenzó una campaña de obstrucción, a veces de manera soterrada y en ocasiones en forma directa y frontal, mediante la cual los enemigos del proyecto liberador de los trinitarios fueron estrechando sus vínculos con personeros al servicio de potencias europeas y de los EE.UU.

Esos grupos trataban de explicar sus componendas alegando que no veían viable la independencia nacional. Como manto encubridor de sus propósitos malsanos decían que, a la altura de la primera mitad del siglo XIX,  el pueblo dominicano tenía debilidades insalvables.

Uno de los grupos que inicialmente más insistía en eso era el de los llamados afrancesados. Estos alegaban que cobijados bajo el alero de un país poderoso como Francia los dominicanos disfrutarían de una economía boyante y otras ventajas colaterales. Esas ofertas eran puras pamplinas, buscando así engañar al pueblo llano.

La inmensa mayoría de los dominicanos de entonces nunca creyó en eso, tal y como se comprueba al examinar el comportamiento popular frente a las incursiones de fuerzas extranjeras en el territorio nacional.

El ejemplo más elocuente de lo anterior fue la Guerra de la Restauración, protagonizada por las masas populares, que pusieron a morder el polvo de la derrota al poderoso ejército del imperio español y sus cúmbilas, los vendepatria criollos.

La realidad, que es el crisol de la verdad, ha demostrado que esas camarillas se movían en la nefasta dirección del entreguismo a poderes externos por puros intereses particulares, con variadas amalgamas de cabriolas semánticas que pretendían justificar sus hechos, pero que carecían de fundamentos, tal y como se comprueba en las páginas amarillas de la historia dominicana.

Los afrancesados, enemigos abiertos del proyecto liberador de los trinitarios, participaron activamente en el llamado Plan Levasseur, cuyo objetivo final disfrazado era que Francia se apoderara del territorio dominicano.

Para ese plan tuvieron la eficaz asesoría (no precisamente porque la mente de los afrancesados fuera una pizarra en blanco) del comisario de política internacional de Francia Eugenio Dupon, quien luego de proclamada la independencia nacional siguió incidiendo de manera indirecta en la política criolla, tal y como se comprueba en muchos registros de aquella etapa incipiente de la República Dominicana.

Poniendo en perspectiva lo anterior vale citar al historiador Leonidas García Lluberes, quien atribuye a la influencia de los referidos Dupon y Levasseur la actitud de los afrancesados de negar “su cooperación a la revolución del 27 de febrero, en el momento inicial o magno…”2

En la Asamblea Constituyente

En una suerte de revisionismo histórico es válido interpretar, con documentos a la vista, (para descubrir nuevas vertientes de nuestro ayer) las maquinaciones que los afrancesados hicieron contra la República Dominicana, en el tiempo en que batieron las alas con el malsano objetivo de quebrar su existencia.

En socorro de ese estudio crítico viene, incluso, el viejo esquema referente a que  “la historia necesita mucho tiempo para escribirse.”

Sobre las maniobras de los afrancesados conspirando contra la nación dominicana hay cientos de documentos que forman parte de un legajo infame sobre hechos  que cubren un largo tramo del siglo XIX.

Mientras se debatía en San Cristóbal la elaboración de la primera versión de la Constitución el intruso cónsul francés en la naciente República Dominicana, Eustache de Juchereau de Saint Denys, (pájaro de cuenta en la historia nacional) intervenía allí, con el apoyo entusiasta de los afrancesados, para crear las condiciones que permitieran a su país controlar los destinos del nuestro.

En carta de fecha 30 de noviembre de 1844, dirigida al ministro de negocios extranjeros de Francia, el susodicho representante consular le informa que los constituyentes dominicanos eran “hombres recelosos, sin instrucción, sin  ideas firmes…”

En una demostración de sus poderes de manipulación para ir abonando el terreno de un posible protectorado de Francia sobre la República Dominicana, aludiendo al bochornoso artículo 210,  dicho sujeto hizo esta grave revelación:

“La Constitución ha sido, al fin votada. Mis consejos, apoyados por algunos amigos adictos, miembros de la Constituyente…han triunfado de los malos deseos de algunos intrigantes partidarios netos de las hostiles prevenciones… Mis consejos prevalecieron y la Constitución definitiva le ha acordado (al Presidente)  no sólo atribuciones muy extensas, sino aún un poder casi dictatorial y sin responsabilidad para en caso de que la salud de la República pudiera ser comprometida…”3  

 

Activismo de los afrancesados

Cuando la República no había cumplido su primer año los afrancesados le enviaron una comunicación al Cónsul General de Francia en Haití, Auguste Levasseur, en la cual rogaban su intervención para entregar la soberanía dominicana a dicha potencia colonial.

Los afrancesados hicieron todo lo posible, desde los primeros meses de proclamada la independencia nacional, para arriar el pabellón tricolor e izar en el país la bandera de Francia.

Si eso no cuajó fue porque a Francia, cuya política internacional estaba entonces controlada por el célebre Francois Pierre Guizot, no le interesaba en ese momento tener roces con Inglaterra. Dicho eso al margen del desempeño de Guizot como figura estelar del liberalismo doctrinario.

Así se expresaban los afrancesados, en comunicación del 15 de febrero de 1845 al Cónsul General de Francia en Haití: “Usted no tiene más que indicarnos el medio que Ud. considere más conveniente para convencer a Francia de nuestro sincero deseo de colocarnos bajo su poderosa protección, cual que sea el sacrificio que sea necesario para obtenerla…”4

El 19 de abril de 1849, con el control del Congreso Nacional, los afrancesados tramitaron, a través del cónsul de Francia en el país, una súplica a las autoridades instaladas a orillas del río Sena pidiéndoles ocupar la República Dominicana.

Lo anterior, y no otra cosa, significaban estas palabras en las cuales hicieron descansar su pedido: “el Congreso Nacional ha decidido en su sesión de este día invocar el protectorado francés a favor de la República Dominicana.”5

Esos mismos afrancesados, frente al silencio deliberado que por conveniencia de política internacional mantenía la potencia que fijaba la atención de su insensatez  en ruta al delirio, volvieron a la carga con su voz plañidera el 20 de diciembre de 1849.

Esa vez se dirigieron directamente al presidente de la Segunda República Francesa, Luis III Bonaparte, urgiéndolo para que tomara una rápida decisión con relación a “la demanda de protectorado francés.” Un mes después, el 22 de enero de 1850, ampliaban su abanico petitorio para que el mandatario galo aceptara la demanda de “anexión o protectorado.”

Un jefe afrancesado

Buenaventura Báez fue uno de los más activos afrancesados. Esa es una verdad histórica de fácil comprobación.

Sin embargo, es pertinente señalar que el entreguismo de ese caudillo de la política criolla no se limitaba a favorecer sólo a Francia. Él se movía hacia la potencia que su olfato político le hiciera pensar que podría controlar en un momento determinado al pueblo dominicano y en esas circunstancias él empinarse como vicario de la usurpación.

Por ser afrancesado se opuso tenazmente al movimiento trinitario que luchaba por poner en práctica el ideal independentista de Duarte. Al ser derrotado su proyecto anti dominicano, el 10 de marzo de 1844 se refugió en el Consulado de Francia en la ciudad de Santo Domingo.

 Fue arrestado, pero siguió en su conspiración contra la naciente República. El 9 de junio del referido año logró salir de la cárcel y volvió asilarse en la mencionada delegación consular.

Una prueba de que sus inclinaciones iniciales de afrancesado no lo limitaban en su vocación de vendepatria es que dejando de lado los enconos entre Santana y él se inclinó por la anexión a España e incluso fue investido con el alto rango de Mariscal de Campo del ejército español, en pago por haber sido parte protagónica de esa maldición histórica.

En ese sentido una de sus más acuciosas biógrafas, la historiadora Mu-kien Adriana Sang, escribió lo siguiente:

“Fue un político profundamente conservador, que cifraba el éxito de su gestión en la protección de una nación imperial, no importaba su ubicación geográfica. Y conforme a estos postulados, orientó sus esfuerzos y dirigió su acción.”6 

Lo anterior se confirma con sus múltiples afanes posteriores de ceder la soberanía dominicana a los EE.UU., de lo cual hay abundantes documentos con fuerza de sellos históricos, como una supuesta ratificación popular de fecha 19 de septiembre de 1873 que invocó para ofrecer en paño de oro a ese país imperial la Península de Samaná.

Bibliografía:

1-Revista Clío No.126. Sept.-dcbre, 1970.P9.Discurso de ingreso a la ADH. Hugo E. Polanco Brito.

2-Revista Clío No.94.Sept.-dcbre.1952.P177.Leonidas García Lluberes.

3-Correspondencia del cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.Eustache de Juchereau de Saint-Denys. Recopilador (1996) Emilio Rodríguez Demorizi.

4-Comunicación dirigida a Levasseur.15 de febrero de 1844.

5-Oficio s/n.19 abril.1849. Congreso Nacional.

6-Buenaventura Báez. El caudillo del sur. Editora Taller, 1991.P14.Mu-kien Adriana Sang.

domingo, 8 de agosto de 2021

HOSTOS, GRAN SEÑOR ANTILLANO ( y II)

 

HOSTOS, GRAN SEÑOR ANTILLANO ( y II)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

La integración de las Antillas fue una preocupación constante de Eugenio María de Hostos. Era un mecanismo para evitar que el coloso de Norteamérica impusiera su dominio en las tierras insulares del Caribe.

Oportuno es decir, en honor a la verdad, que fue el gran héroe restaurador dominicano Gregorio Luperón el pionero en plantear la necesidad de la unión de los pueblos isleños situados en esta parte de América. Esa unión debería basarse en criterios comunes en materia política y de defensa.

En ese noble propósito secundaron a Luperón el dominicano Máximo Gómez, el propio Hostos y otro ilustre puertoriqueño, Ramón Emeterio Betances (el del Grito de Lares); el haitiano Fabre Geffrard y los cubanos José Martí y Antonio Maceo, en otros.

Hostos fue, para la sociedad dominicana, una especie de surtidor que emanaba el agua cristalina de sus saberes en diferentes direcciones.

Prueba al canto de lo anterior: El 28 de septiembre de 1884, en la investidura de los primeros maestros salidos de esa fértil cantera que fue la Escuela Normal, de la que era director, él pronunció un discurso de 14 páginas que adquirió trascendencia continental.

Al leer ese discurso uno comprueba que es una verdadera pieza maestra de la filosofía. Su contenido ha sido referente para entender muchas de las cosas que han ocurrido en estos pagos caribeños, antes y después del referido día. Entre otras cosas Hostos dijo entonces:

“Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie…”1

Otro ejemplo del impacto de Hostos en la vida pública del país ocurrió el 17 de abril de 1887, cuando pronunció el discurso central con motivo de la primera graduación de maestras en el instituto educativo fundado por Salomé Ureña de Henríquez.

En esa ocasión les dijo a las 6 jóvenes graduandas (Luisa Ozema Pellerano, Catalina Pou, Leonor María Feltz, Mercedes  Laura Aguiar, Ana Josefa Puello y Altagracia Henríquez Perdomo) que ellas eran las primeras mujeres dominicanas que le reclamaban a “…la sociedad el derecho de serle útil fuera del hogar, y venís preparadas por esfuerzos de la razón hacia lo verdadero, por esfuerzos de la sensibilidad hacia lo bello, por esfuerzos de la voluntad hacia lo bueno, por esfuerzos de la conciencia hacia lo justo.”2

Textos de la categoría de los dos anteriores impulsaron a Mariano Lebrón Saviñón, luego de un pormenorizado análisis de los aportes de la escuela normalista a la sociedad dominicana, a decir que la educación alcanza grados de primera magnitud con la llegada al país del gran americano, nacido en Puerto Rico, Eugenio María de Hostos…”3

Como se sabe, Hostos fue víctima de acoso político, religioso e ideológico. Sus orientaciones docentes fueron combatidas de muy mala manera por políticos, religiosos e intelectuales que no aceptaban esa especie de muy adelantado “aggiornamento (renovación y modernización) que él introdujo en la educación dominicana. Aún muchos años después de su muerte Trujillo, Balaguer, y un largo etc. de paniaguados de ellos, fueron persecutores de su hazaña educativa a favor del pueblo dominicano.

Democracia y Libertad

El señor Hostos dejó constancia escrita de su opinión sobre la democracia y la libertad. Dos de los conceptos fundamentales en que descansa cualquier pueblo libre.

El insigne maestro repetía a todo el que quisiera escucharlo que “la política sin moral es indignidad.” Esa especie de jaculatoria hostosiana llevó al historiador higüeyano Vetilio Alfau Durán a calificarlo como: “Hostos, el político moralista.”4

Cuando la tiranía de Ulises Heureaux comenzaba a afianzarse, con sus colmillos ensangrentados, en un régimen pleno de barbarie, él decidió enfrentarla con todas las consecuencias que fueran necesarias.

Para Hostos era imposible aceptar el dogal que alias Lilís tenía puesto sobre el pueblo dominicano.

Las fuertes contradicciones entre ambos provocaron una exasperante e intensa labor de hostigamiento desde el poder. El sátrapa sostenía, en clara alusión a la labor educativa de Hostos, que era un peligro que se quisiera “hacer trepar a cimas” a la que él consideraba “una sociedad infante.”

En esa ocasión (1888) Hostos tuvo que salir forzosamente del país. Se fue a Chile, donde también desarrolló una fecunda labor en el campo del humanismo.

Quedarse en la República Dominicana, en medio de la maledicencia de sus enemigos y con la tenaza de una mente criminosa que tenía bajo su control los resortes del poder, ponía en grave riesgo su vida. Lilís sabía que Hostos sería un muerto muy pesado, por eso no dispuso de él a la primera del cambio.

La situación llegó a tener tal nivel de encono que el férreo mandatario le dirigió una comunicación al ministro de Relaciones Exteriores, Manuel María Gautier, en la cual le decía, con una enorme carga de cinismo: “Celebro como es debido la salida del Doctor Hostos del país.”5

Esa frase de extraño contenido me lleva a creer que el tirano, abatido el 26 de julio de 1899 en la ciudad de Moca, podía haber pensado al escribirla en el famoso cuervo inmortalizado 43 años antes, en un poema narrativo, por el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, con su “nunca más” y su concepto dual de olvidar y al mismo tiempo recordar. Tal vez.

Hostos, en su obra La Moral Social, profundizó en su creencia de que la verdad basada en la ciencia y la razón, en conjunción con la ética, era el más eficaz medio para procurar el bienestar colectivo como fuente de la dignidad humana.

                                                       Hostos-Bosch

Una de las más completas biografías de ese singular personaje antillano la escribió Juan Bosch. La tituló de manera sugestiva Hostos, el sembrador. El escritor, maestro y político dominicano logró rescatar del olvido diferentes senos de ese insondable océano de cosas positivas que fue la vida del señor Hostos.

El referido biógrafo describe sin residuos la siembra y cosecha de la semilla  educativa, con base lógica, racional y objetiva que Hostos hizo en el país, y en otros lugares de América Latina. Fue un logro que se proyectó hacia el futuro gracias a sus amplios conocimientos y a la reciedumbre de un carácter cincelado con lo mejor de la naturaleza humana.

Ningún estudio serio de sociología versado sobre las clases sociales, la cultura y el ejercicio de la administración pública del país puede ignorar los significativos aportes que en esos temas hizo el señor Hostos.

Por eso  Bosch, en su obra Composición Social Dominicana, al referirse a todos los elementos convergentes en el proceso que dio origen a la sociedad dominicana, basado en una investigación extensiva hasta el año1961, señala que Hostos:

“…llevó a cabo una formidable labor educativa al fundar el 14 de febrero de 1880 la primera Escuela Normal de la República Dominicana. Esa institución hizo sentir su influencia en el proceso cultural y político del país.”6

Hostos-Bonó

El prócer cívico y pensador dominicano Pedro Francisco Bonó, en carta del 15 de junio de 1884, luego de hacer un largo recuento de las vicisitudes sufridas por el pueblo dominicano, invitó al tenaz antillanista Eugenio María de Hostos “a luchar contra los imbéciles.”7

El patriota Bonó, quien como sociólogo fue pionero en el país en los estudios vinculados con todas las manifestaciones humanas y las circunstancias que las determinan, alentaba a Hostos para que desde su rectitud moral, y desde su atalaya de grandes conocimientos siguiera luchando en favor de los mejores intereses del pueblo dominicano.

Valga la digresión para decir que para ambos personajes, (Hostos y Bonó) quienes privilegiaban el sentido racional de las cosas y priorizaban la búsqueda de la verdad desde la objetividad de la investigación, no era ajeno el pensamiento del ilustrado San Ambrosio, el famoso teólogo de Tréveris afincado como obispo en Milán, quien sostenía que “toda verdad dicha por quien sea es del Espíritu Santo.”

La lectura de algunos de los textos de Hostos y de Bonó permite decir que ellos tenían una conjunción de pensamiento que desembocaba en la lucha por establecer niveles de equidad entre los dominicanos. Ambos, por separado, explicaron con diafanidad los principales escollos que tenían los pobres para vivir con dignidad. Específicamente Hostos denunció los problemas que tenía la producción agrícola criolla, planteando soluciones para enfrentar los males que denunciaba.8

Hostos-Meriño

 

La presencia de Hostos en el país constituía un incordio para los planes del Arzobispo Meriño, quien también fue presidente de la República y era uno de los principales exponentes de la arcaica enseñanza de la escuela dominicana.

El referido prelado y político rechazó, en consecuencia, los novedosos planteamientos del ilustre maestro puertorriqueño.

En una circular del 15 de abril de 1901 criticó con dureza a Hostos y a sus alumnos (a estos los tildó en varias ocasiones de ser “extraños fabricadores de conciencias”).Alegó que actuaban con impiedad y que pretendían eliminar el sentimiento religioso del pueblo, lo cual era una falsedad de tomo y lomo.

Meriño, con su conocida fraseología, señaló con mala leche que lo que querían Hostos y sus seguidores era un “funesto desenfreno para atropellar todo orden, todo respeto y hundir la sociedad en un abismo de males.”9

Fue más lejos el mencionado mitrado nacido en el paraje Antoncí, de Yamasá, cuando en carta del 15 de marzo del 1900 tildaba de sofistas a los partidarios de la doctrina educativa de Hostos: “…Salimos de un tiranuelo y caímos en brazos de los sofistas…”10

Extrañamente, sin embargo, Meriño acogió en una ocasión a Hostos como docente en el Instituto Profesional, un centro de altos estudios que él presidía.

Hostos-Billini

En su calidad de rector del Colegio San Luis Gonzaga el inefable por difuso sacerdote Francisco Javier Billini lanzó una campaña de diatribas contra Hostos, propiciando actos de repudio en su contra bajo el alegato de que buscaba implantar una escuela sin Dios y de que azuzaba entre sus alumnos la división de la sociedad dominicana, lo cual era una mendacidad más grande que una catedral.

Hostos lo que negaba era la inducción especulativa y sin fundamentos en la formación escolar de niños y jóvenes. Rechazaba, por obsoleta y negadora de valores, la escuela empírica que predominaba aquí desde la oscura y larga etapa colonial.

Contrario a Billini, Hostos entendía que una simbiosis de la investigación y la práctica era la herramienta clave para lograr una educación esmerada, dejando atrás atavismos y taras que mantenían estancado al pueblo dominicano.

El cura Billini, en quien la cerrazón hacía parte de su existencia, fue un empedernido cascarrabias que lanzó todo el vitriolo que desprendía su ser contra el ilustrado señor Eugenio María de Hostos.

Contrario a la imagen falsa que todavía algunos pocos transmiten del anexionista Billini, lo cierto es que era un mar de arbitrariedad, caracterizándose por ser rencoroso, envidioso, traidor, taimado, codicioso de poder dentro de la curia dominicana y cargado de contradicciones insalvables.

 De haber sido todo lo anterior, y cosas peores, se encargó de demostrarlo nada más y nada menos que el actual director del archivo de la Catedral Primada de América, el esmerado sacerdote jesuita y laborioso historiador José Luis Sáez Ramo.

El sabio maestro puertorriqueño, (quien nunca llegó a conocer la malicia y la capacidad de simulación que se anidaban como víboras en el alma de Billini) dejando de lado los muchos agravios que sufrió de su parte, cuando éste murió, el 28 de noviembre de 1898, escribió desde Chile una comunicación abierta a sus alumnos dominicanos con un mensaje a la altura de su espíritu elevado.

En efecto, así se expresó Hostos con rasgos de excesiva nobleza: “…he sentido su muerte como ausencia de uno con quien se podía contar para buenas cosas…siento por la tierra dominicana que haya muerto uno de sus mejores hijos…”11

                                           Tres periódicos

El insigne antillano Eugenio María de Hostos fundó varios periódicos en la República Dominicana. Entre ellos el llamado Las dos Antillas, cuyo objetivo era alentar la independencia de Cuba y de Puerto Rico y buscar la unidad de los pueblos antillanos. 

El entonces presidente dominicano Ignacio María González Santín (1874-1876) fue sometido a un acoso terrible por los gobernantes colonialistas españoles que desde Cuba exigían que se le cerraran en el país los caminos de lucha que mantenía abiertos el señor Hostos.

Ese medio de difusión fue suspendido al poco tiempo de surgir. Se impuso la aludida presión de los españoles que sacaban jugosos beneficios económico en la isla mayor de las Antillas, y también en Puerto Rico, la hermosa isla situada en el oriente caribeño.

Hostos no se arredró ante ese percance. Decidió  editar otro periódico, al que tituló Las Tres Antillas, el cual también sufrió muchos obstáculos y pronto tuvo que dejar de circular.

Esa segunda caída no mermó la admirable perseverancia del señor Hostos, quien sacó a la luz pública  un tercer medio de comunicación con la misma tendencia de integración antillana que tuvieron los dos anteriores. A ese lo bautizó con el nombre de Los Antillanos.12

Asfixia moral

Como indiqué en la entrega anterior, Hostos murió en Santo Domingo el 11 de agosto del 1903. En su acta de defunción no consta lo que luego escribió el historiador Rodríguez Demorizi: Que estaba sano de cuerpo y que falleció de “asfixia moral”, por las incomprensiones y especialmente por las revueltas escenificadas en diversos lugares del país en los años 1902 y 1903.

Muchas obras se han escrito sobre Eugenio María de Hostos, pero tal vez una de las más significativas fue la publicada en el 1904 por sus alumnos, titulada “Eugenio M. de Hostos: Ofrendas a su memoria”, en ella condensan una miríada de opiniones muy merecidas sobre él, con un amplio recuento de su extraordinario itinerario vital.13

Bibliografía: 

1-Discurso en la investidura de los primeros maestros normales.28 de septiembre de 1884. Santo Domingo, R.D., Eugenio María de Hostos.

2- Páginas Dominicanas. Eugenio Maria de Hostos. Editorial Librería Dominicana, 1964.P214. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

3- Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo del Hogar, 2016.P23.Mariano Lebrón Saviñón.

4- Vetilio Alfau Durán en Anales. Escritos y documentos.Editora Corripio, 1977.P196.

5-  Carta de Lilís a M.M. Gautier, febrero 1888.

6-Composición Social Dominicana. Editora Alfa y Omega,1984.P343. Juan Bosch.

7-Papeles de Pedro F. Bonó.P13.Editora del Caribe, 1964. 

8-Periódico La Industria, junio 1882.Texto en Obras Completas. Eugenio María de Hostos.

9- Circular.15-abril- 1901. Fernando Arturo de Meriño.

10- Carta de Meriño a Bonó.15 de marzo de 1900.

11-Obras Completas. Eugenio María de Hostos.Editorial Cultural de La Habana, 1939.Digitalizadas en el 2019 por el Centro Hostosiano del Ateneo Puertorriqueño.

12- Hostos en Santo Domingo.Volumen II. Segunda edición, SDB.2004. Compilador Emilio Rodríguez Demorizi.

13-Eugenio M. de Hostos: ofrendas a su memoria. Edición facsimilar. Reeditado por Sociedad Histórica de Puerto Rico, 1996.