LA DOCTRINA MONROE Y IV
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Dedicado al Dr.
Jottin Cury, patriótico canciller del gobierno constitucionalista de 1965.
El caso dominicano
Estados Unidos
de Norteamérica, el poderoso país donde el bisonte y el águila calva son símbolos
nacionales, no se detiene ni un segundo a valorar lo que significa el concepto
de soberanía para los pueblos de América Latina.
La Doctrina
Monroe ha sido una pieza clave para casi todos los gobernantes estadounidenses.
Ella y el Destino Manifiesto les han servido de atajo para atropellar a los
pueblos de esta zona del mundo.
El Tío Sam se
mueve como un Goliat, atropellando de una y mil maneras a los demás, desde los
pantanos de Punta Barrow, en el norte de Alaska; hasta islote Blanco, en Tierra
del Fuego, Argentina, así como en el fascinante micromundo caribeño.
La República
Dominicana ha sido uno de los lugares donde más de una vez se ha puesto en
práctica la vocación imperial de aquella poderosa nación.
En su obra Los
americanos en Santo Domingo el economista e historiador estadounidense Melvyn
Moses Knight, al abundar sobre el papel de su país en las actividades
financieras, bancarias, industriales, mineras, comerciales, políticas,
militares, etc. en la República Dominicana, señala lo siguiente:
“La manera cómo
el balance del poder en el Caribe ha regularizado la efectividad de la Doctrina
Monroe, puede ser ilustrada observando nuestras relaciones con Santo Domingo
después de 1850…”1
Ante esa
inveterada mala maña de apabullar a los demás era claro que La Casa Blanca iba
a quebrantar de nuevo la soberanía dominicana cuando el 24 de abril de 1965 fuerzas
constitucionalistas, integradas por militares y civiles, decidieron restablecer
la democracia que había sido rota el 25 de septiembre del 1963.
El Dr. Jottin
Cury, en sabias y resumidas palabras, describió esa fatalidad septembrina así:
“…al grito de acusaciones peregrinas enmarcadas con cañuelas religiosas, fue
depuesto el gobierno democrático de Bosch…”2
En la entrega
anterior describí someramente detalles de la incursión que hicieron tropas
norteamericanas en la ciudad de Santo Domingo en el 1904, así como la larga
ocupación que comenzó en el 1916 y se prolongó por 8 largos años. Ahora
comentaré algunos aspectos de la invasión de 1965.
Nunca antes en
América Latina los gringos habían tenido una resistencia tan aguerrida como
ocurrió aquí la última vez que mancharon con sus botas la soberanía nacional.
En los sucesos
bélicos de 1965 el sociólogo y teólogo cubano José A. Moreno estuvo presente en
las zonas de combate, desde el principio hasta el final. Eso le permitió
escribir su libro titulado El pueblo en armas (Revolución en Santo Domingo).
Hizo un
formidable recuento de aquel hecho histórico, resaltando el patriotismo de los
rebeldes. Concluyó diciendo lo que ocurrió, pero dejando pistas claras de que
el campo de batalla no fue un paseo como pensaron los invasores:
“Protegiendo el
viejo orden y rodeando a las fuerzas rebeldes en un pequeño sector de la
ciudad, los Estados Unidos lograron detener el proceso revolucionario.”3
La lucha armada
había comenzado entre los dominicanos el 24 de abril del 1965, por motivos internos. El inicio
formal fue el apresamiento del jefe del Ejército, general Marcos Rivera Cuesta,
por parte del capitán Mario Peña Taveras, así como la alocución radial del líder político José
Francisco Peña Gómez informando al pueblo que soldados patriotas se habían
sublevado para restaurar en el poder a Juan Bosch, quien había sido derrocado
el 25 de septiembre de 1963.
Así las cosas
surgieron cientos de combatientes civiles y militares que rápidamente se
organizaron para convertir en realidad lo que desde hacía meses se estaba
gestando entre bambalinas, en pro de devolverle al pueblo sus derechos
democráticos.
Está
demostrado, con pruebas incontrovertibles, que a 4 días de iniciarse los
enfrentamientos armados las fuerzas constitucionalistas tenían la guerra
ganada, a pesar de que los contrarios gozaban de un mayor poderío de fuego y
tenían la asesoría del Grupo Consultivo de Asistencia Militar que opera
permanentemente en la embajada de los EE.UU.
Una prueba
contundente de que el pueblo en armas se encaminaba a un sonoro triunfo la
señala Piero Gleijeses, catedrático italiano experto en política exterior de
los EE.UU., en su ensayo titulado La Revolución de Abril, al describir el
ambiente que había en el país el 28 de abril del 1965:
“Los soldados
de Wessin estaban cansados y asustados; muchos habían desertado. En Santo
Domingo, Caamaño y Montes Arache reorganizaban las fuerzas rebeldes; en San
Isidro cundía el pánico.”4
Por esa
poderosa verdad el 28 de abril del 1965 los Estados Unidos volvieron a invadir
militarmente el país. Para consumar ese hecho nefasto, y tratar de justificar
nuevamente la aplicación de la Doctrina Monroe y el llamado Destino Manifiesto,
usaron cabriolas semánticas con mentiras en cascada.
El presidente Lindon
B. Johnson, en una intervención radial y televisiva, anunció así la invasión de
1965 al país: “Acabo de tener una
reunión con los dirigentes del Congreso.
Les he informado de la grave situación en la República Dominicana…He ordenado
al secretario de Defensa que desembarque las tropas de los Estados Unidos
necesarias…”
Johnson hablando
y al mismo tiempo cayendo sobre tierra dominicana marines estadounidenses que
llegaron a sumar decenas de miles.
Sin que el
gobernante de origen texano lo mencionara tenía en su poder, para resguardo de
la posteridad, dos solicitudes clamando auxilio armado. Una de su embajador
aquí William Tapley Bennett y otra del
coronel dominicano Pedro Bartolomé Benoit Vanderhorst, cabeza de una junta
militar anti democrática que desde el 27 de abril de 1965 operaba en la Base
Aérea de San Isidro, orquestada por los mismos norteamericanos.
A parte de
Bennett otros personeros estadounidenses que tuvieron sobre el terreno en la
crisis dominicana, como leones rampantes, con las garras en posición de ataque,
fueron John Bartlow Martin, Mc George Bundy, Thomas C. Mann, Bruce Palmer, Harry
Shlaudemann y el poco mencionado William B. Connett, quien en ausencia del
embajador titular movía los hilos en las primeras horas de la guerra de abril
de 1965.
El 7 de mayo de
1965 los jefes invasores decidieron crear un autodenominado Gobierno de Reconstrucción Nacional, al frente
del cual colocaron al general Antonio Imbert Barrera.
En materia
institucional esa junta cívico-militar era un embeleco que se usó para
diferentes fines, como la llamada Operación Limpieza que comenzó 6 días
después, masacrando en la parte norte de la ciudad de Santo Domingo a un número
grande de personas inermes.
En el plano
local unos pocos dominicanos, cuyos nombres están ubicados en un lugar nada
deseable en la historia, se prestaron para actuar, en clave antipatriótica,
como especie de taloneros en los trágicos hechos desatados por la susodicha
ocupación militar de los EE.UU.
Esos aludidos
personajes hicieron el desdichado papel de lo que en el lenguaje de La Casa
Blanca (valga la metonimia) denominan “quisling”, para referirse a los
extranjeros genuflexos a sus dictados.
En el ámbito
internacional los EUA, para aparentar que eran sólo parte de una coalición
internacional de países e instituciones que trataban de “salvar la democracia
dominicana”, involucraron en los hechos
descritos a la desacreditada OEA y a países controlados por gobernantes
entreguistas, quienes actuaron como mamparas.
La realidad era
que ese poderoso país controlaba desde el principio todo lo referente a la
invasión contra el pueblo dominicano.
El famoso
periodista polaco Tad Szulc, corresponsal
de guerra del periódico New York Times, no podía revelarlo más claro cuando
escribió el siguiente párrafo, en su libro titulado Diario de la Guerra de
Abril de 1965:
“El 3 de
septiembre de 1965-tres meses después de la partida de Bundy de Santo Domingo-
se estableció un gobierno provisional, encabezado por el Presidente García
Godoy. Esta solución temporal, llevada a la práctica por la OEA, pero impuesta
en realidad por los Estados Unidos, siguió en grado considerable las ideas que
Bundy propuso poner en obra…”5
Lo que en el 1965
se hizo contra la soberanía dominicana ha sido objeto de paralelismo con hechos
similares ocurridos en otros lugares del mundo, con la participación de otras
potencias que han atacado a países débiles.
Robert K.
Furtak, catedrático de la universidad alemana de Freiburg y gran experto en
política internacional, por ejemplo, al analizar las relaciones de desigualdad
y dependencia entre los Estados, con potencias mundiales atropellando a
naciones pequeñas, se refirió al uso de la doctrina Monroe en el país, en el
1965, haciendo un símil de dos invasiones igual de abominables: “La
intervención de Estados Unidos en la República Dominicana (1965) y la
intervención soviética en Checoslovaquia (1968).”6
La verdad de
los hechos se mantiene firme: Las fuerzas constitucionalistas luchaban por devolver
la democracia arrebatada con el golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963.
La contraparte extranjera y criolla, en cambio, tenía como objetivo impedir la
libre determinación de los dominicanos.
Un amplio
catálogo de libros, artículos y ensayos permite conocer la parte visible de lo
que entonces ocurrió en el país. Esa es la historia.
Pero el
conocimiento de aquellos hechos se completa con la intrahistoria, de factura
unamuniana, que ayuda a conocer los tejemanejes que en contra de la libertad de
la República Dominicana hicieron en el año 1965 fuerzas foráneas coaligadas con
sirvientes locales.
Bibliografía:
1-Los
americanos en Santo Domingo. Editora de Santo Domingo, 1980. Melvyn M. Knight.
2-Caamaño
frente a la OEA. Editora Búho, 2007.Pp14 y 15.
3- El pueblo en
armas (Revolución en Santo Domingo).Cuarta edición, 2015. Editora
Búho.P340.José A. Moreno.
4-Historia
general del pueblo dominicano. Tomo VI. ADH. Editora Búho, 2018.P152.
5-Diario de la
guerra de abril de 1965.ADH.Editora Búho, 2015.P360. Tad Szulc.
6-Las funciones
y las consecuencias de las doctrinas Monroe y Brezhnev.Foro
internacional.Vol.16.No.3, 1976.Pp327-349. Robert K. Furtak.