domingo, 21 de noviembre de 2021

LA DOCTRINA MONROE Y IV

 

LA DOCTRINA MONROE Y IV

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

 

Dedicado al Dr. Jottin Cury, patriótico canciller del gobierno constitucionalista de 1965.

El caso dominicano

Estados Unidos de Norteamérica, el poderoso país donde el bisonte y el águila calva son símbolos nacionales, no se detiene ni un segundo a valorar lo que significa el concepto de soberanía para los pueblos de América Latina.

La Doctrina Monroe ha sido una pieza clave para casi todos los gobernantes estadounidenses. Ella y el Destino Manifiesto les han servido de atajo para atropellar a los pueblos de esta zona del mundo.

El Tío Sam se mueve como un Goliat, atropellando de una y mil maneras a los demás, desde los pantanos de Punta Barrow, en el norte de Alaska; hasta islote Blanco, en Tierra del Fuego, Argentina, así como en el fascinante micromundo caribeño.

La República Dominicana ha sido uno de los lugares donde más de una vez se ha puesto en práctica la vocación imperial de aquella poderosa nación.

En su obra Los americanos en Santo Domingo el economista e historiador estadounidense Melvyn Moses Knight, al abundar sobre el papel de su país en las actividades financieras, bancarias, industriales, mineras, comerciales, políticas, militares, etc. en la República Dominicana, señala lo siguiente:

“La manera cómo el balance del poder en el Caribe ha regularizado la efectividad de la Doctrina Monroe, puede ser ilustrada observando nuestras relaciones con Santo Domingo después de 1850…”1

Ante esa inveterada mala maña de apabullar a los demás era claro que La Casa Blanca iba a quebrantar de nuevo la soberanía dominicana cuando el 24 de abril de 1965 fuerzas constitucionalistas, integradas por militares y civiles, decidieron restablecer la democracia que había sido rota el 25 de septiembre del 1963.

El Dr. Jottin Cury, en sabias y resumidas palabras, describió esa fatalidad septembrina así: “…al grito de acusaciones peregrinas enmarcadas con cañuelas religiosas, fue depuesto el gobierno democrático de Bosch…”2

En la entrega anterior describí someramente detalles de la incursión que hicieron tropas norteamericanas en la ciudad de Santo Domingo en el 1904, así como la larga ocupación que comenzó en el 1916 y se prolongó por 8 largos años. Ahora comentaré algunos aspectos de la invasión de 1965.

Nunca antes en América Latina los gringos habían tenido una resistencia tan aguerrida como ocurrió aquí la última vez que mancharon con sus botas la soberanía nacional.

En los sucesos bélicos de 1965 el sociólogo y teólogo cubano José A. Moreno estuvo presente en las zonas de combate, desde el principio hasta el final. Eso le permitió escribir su libro titulado El pueblo en armas (Revolución en Santo Domingo).

Hizo un formidable recuento de aquel hecho histórico, resaltando el patriotismo de los rebeldes. Concluyó diciendo lo que ocurrió, pero dejando pistas claras de que el campo de batalla no fue un paseo como pensaron los invasores:

“Protegiendo el viejo orden y rodeando a las fuerzas rebeldes en un pequeño sector de la ciudad, los Estados Unidos lograron detener el proceso revolucionario.”3

La lucha armada había comenzado entre los dominicanos el 24 de abril  del 1965, por motivos internos. El inicio formal fue el apresamiento del jefe del Ejército, general Marcos Rivera Cuesta, por parte del capitán Mario Peña Taveras, así como  la alocución radial del líder político José Francisco Peña Gómez informando al pueblo que soldados patriotas se habían sublevado para restaurar en el poder a Juan Bosch, quien había sido derrocado el 25 de septiembre de 1963.

Así las cosas surgieron cientos de combatientes civiles y militares que rápidamente se organizaron para convertir en realidad lo que desde hacía meses se estaba gestando entre bambalinas, en pro de devolverle al pueblo sus derechos democráticos.

Está demostrado, con pruebas incontrovertibles, que a 4 días de iniciarse los enfrentamientos armados las fuerzas constitucionalistas tenían la guerra ganada, a pesar de que los contrarios gozaban de un mayor poderío de fuego y tenían la asesoría del Grupo Consultivo de Asistencia Militar que opera permanentemente en la embajada de los EE.UU.

Una prueba contundente de que el pueblo en armas se encaminaba a un sonoro triunfo la señala Piero Gleijeses, catedrático italiano experto en política exterior de los EE.UU., en su ensayo titulado La Revolución de Abril, al describir el ambiente que había en el país el 28 de abril del 1965:

“Los soldados de Wessin estaban cansados y asustados; muchos habían desertado. En Santo Domingo, Caamaño y Montes Arache reorganizaban las fuerzas rebeldes; en San Isidro cundía el pánico.”4

Por esa poderosa verdad el 28 de abril del 1965 los Estados Unidos volvieron a invadir militarmente el país. Para consumar ese hecho nefasto, y tratar de justificar nuevamente la aplicación de la Doctrina Monroe y el llamado Destino Manifiesto, usaron cabriolas semánticas con mentiras en cascada.

El presidente Lindon B. Johnson, en una intervención radial y televisiva, anunció así la invasión de 1965 al país: “Acabo de tener  una reunión con los dirigentes  del Congreso. Les he informado de la grave situación en la República Dominicana…He ordenado al secretario de Defensa que desembarque las tropas de los Estados Unidos necesarias…”

Johnson hablando y al mismo tiempo cayendo sobre tierra dominicana marines estadounidenses que llegaron a sumar decenas de miles.

Sin que el gobernante de origen texano lo mencionara tenía en su poder, para resguardo de la posteridad, dos solicitudes clamando auxilio armado. Una de su embajador aquí William Tapley Bennett y otra  del coronel dominicano Pedro Bartolomé Benoit Vanderhorst, cabeza de una junta militar anti democrática que desde el 27 de abril de 1965 operaba en la Base Aérea de San Isidro, orquestada por los mismos norteamericanos.

A parte de Bennett otros personeros estadounidenses que tuvieron sobre el terreno en la crisis dominicana, como leones rampantes, con las garras en posición de ataque, fueron John Bartlow Martin, Mc George Bundy, Thomas C. Mann, Bruce Palmer, Harry Shlaudemann y el poco mencionado William B. Connett, quien en ausencia del embajador titular movía los hilos en las primeras horas de la guerra de abril de 1965.

El 7 de mayo de 1965 los jefes invasores decidieron crear un autodenominado  Gobierno de Reconstrucción Nacional, al frente del cual colocaron al general Antonio Imbert Barrera.

En materia institucional esa junta cívico-militar era un embeleco que se usó para diferentes fines, como la llamada Operación Limpieza que comenzó 6 días después, masacrando en la parte norte de la ciudad de Santo Domingo a un número grande de personas inermes.

En el plano local unos pocos dominicanos, cuyos nombres están ubicados en un lugar nada deseable en la historia, se prestaron para actuar, en clave antipatriótica, como especie de taloneros en los trágicos hechos desatados por la susodicha ocupación militar de los EE.UU.

Esos aludidos personajes hicieron el desdichado papel de lo que en el lenguaje de La Casa Blanca (valga la metonimia) denominan “quisling”, para referirse a los extranjeros genuflexos a sus dictados.

En el ámbito internacional los EUA, para aparentar que eran sólo parte de una coalición internacional de países e instituciones que trataban de “salvar la democracia dominicana”, involucraron  en los hechos descritos a la desacreditada OEA y a países controlados por gobernantes entreguistas, quienes actuaron como mamparas.

La realidad era que ese poderoso país controlaba desde el principio todo lo referente a la invasión contra el pueblo dominicano.

El famoso periodista  polaco Tad Szulc, corresponsal de guerra del periódico New York Times, no podía revelarlo más claro cuando escribió el siguiente párrafo, en su libro titulado Diario de la Guerra de Abril de 1965:

“El 3 de septiembre de 1965-tres meses después de la partida de Bundy de Santo Domingo- se estableció un gobierno provisional, encabezado por el Presidente García Godoy. Esta solución temporal, llevada a la práctica por la OEA, pero impuesta en realidad por los Estados Unidos, siguió en grado considerable las ideas que Bundy propuso poner en obra…”5  

Lo que en el 1965 se hizo contra la soberanía dominicana ha sido objeto de paralelismo con hechos similares ocurridos en otros lugares del mundo, con la participación de otras potencias que han atacado a países débiles.

Robert K. Furtak, catedrático de la universidad alemana de Freiburg y gran experto en política internacional, por ejemplo, al analizar las relaciones de desigualdad y dependencia entre los Estados, con potencias mundiales atropellando a naciones pequeñas, se refirió al uso de la doctrina Monroe en el país, en el 1965, haciendo un símil de dos invasiones igual de abominables: “La intervención de Estados Unidos en la República Dominicana (1965) y la intervención soviética en Checoslovaquia (1968).”6

La verdad de los hechos se mantiene firme: Las fuerzas constitucionalistas luchaban por devolver la democracia arrebatada con el golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963. La contraparte extranjera y criolla, en cambio, tenía como objetivo impedir la libre determinación de los dominicanos.

Un amplio catálogo de libros, artículos y ensayos permite conocer la parte visible de lo que entonces ocurrió en el país. Esa es la historia.

Pero el conocimiento de aquellos hechos se completa con la intrahistoria, de factura unamuniana, que ayuda a conocer los tejemanejes que en contra de la libertad de la República Dominicana hicieron en el año 1965 fuerzas foráneas coaligadas con sirvientes locales.

Bibliografía:

1-Los americanos en Santo Domingo. Editora de Santo Domingo, 1980. Melvyn M. Knight.

2-Caamaño frente a la OEA. Editora Búho, 2007.Pp14 y 15.

3- El pueblo en armas (Revolución en Santo Domingo).Cuarta edición, 2015. Editora Búho.P340.José A. Moreno.

4-Historia general del pueblo dominicano. Tomo VI. ADH. Editora Búho, 2018.P152.

5-Diario de la guerra de abril de 1965.ADH.Editora Búho, 2015.P360. Tad Szulc.

6-Las funciones y las consecuencias de las doctrinas Monroe y Brezhnev.Foro internacional.Vol.16.No.3, 1976.Pp327-349. Robert K. Furtak.

sábado, 13 de noviembre de 2021

LA DOCTRINA MONROE III

 

               LA DOCTRINA MONROE III

 

                           POR  TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El caso dominicano

 

Muchos países de América Latina han sido víctimas de la voracidad solapada contenida en la Doctrina Monroe.

En nombre de dicha doctrina y del Destino Manifiesto han sido muchos los abusos perpetrados contra los pueblos de esta zona del mundo.

Una de las tácticas empleadas por los EE.UU., cuando van hacer uso de la Doctrina Monroe, es desatar previamente una propaganda ensañosa contra su víctima de turno. Otra es lograr el favor de  una parte de los líderes locales a través de canonjías y otros beneficios particulares, así como el reparto de migajas para embobar pueblos y hacerlos cautivos de sus intereses.

Ambos mecanismos de signo imperial han estado presentes en América Latina y el Caribe, especialmente con el uso de las botas militares, desde el gran despojo de  casi la mitad del territorio de México en el 1845, hasta la invasión de Panamá en el 1989.

Pero el caso de la República Dominicana, por diversos motivos, adquiere alto relieve en esa cadena ignominiosa de arbitrariedades. Los hechos trágicos de 1904, 1916 y 1965 son manchas indelebles que llevan el sello del coloso del norte.

Un vistazo al pasado permite comprobar que en el 1854, hace ahora 167 años, se intentó aplicar la referida doctrina por primera vez en el Caribe, y específicamente en la República Dominicana.

Los EUA pretendieron entonces apoderarse de la Bahía de Samaná, mediante artificios seudolegales. Querían hacer de esa parte del nordeste dominicano una estación naval y otras muchas cosas. Avancé algo al respecto en la segunda parte de esta breve serie.

Entre los papeles con membrete oficial que trajo al país en el 1853 el general William Cazneau, en calidad de Comisionado Plenipotenciario de los Estados Unidos, había uno firmado por el Secretario de Estado  de dicho país, William Marcy, condicionando con exigencia vejatoria el reconocimiento de la independencia dominicana.

Así de cruda era la dicha nota: “…el más poderoso incentivo…es la adquisición de las ventajas que los Estados Unidos esperan derivar de la posesión y control de una porción del territorio en la Bahía de Samaná…”1

El pago sería una renta anual que “no deberá exceder de dos o tres cientos dólares”, tal y como consta en documentos oficiales generados en ese intento de despojo, afortunadamente abortado.

En eso estuvieron involucrados el presidente dominicano Pedro Santana, el presidente de los EE.UU. Franklin Pierce,  el referido  Secretario de Estado de ese país William Marcy y el citado William Cazneau, un tristemente célebre aventurero que había sido designado el 2 de  noviembre de 1853 para representar en el país al gobierno norteamericano. Su condición de hombre sin escrúpulos figura bien descrita por Sumner Welles en su obra La Viña de Naboth.

Ese hecho, enmarcado en la Doctrina Monroe y en el mentado Destino Manifiesto, estuvo a punto de cuajar, lo cual hubiera sido una desgracia para el pueblo dominicano.

El entusiasmo de Cazneau era tan grande, ante la posibilidad de hacer múltiples negocios  en la República Dominicana que arrojarían pingües beneficios para él, sus socios y su país, que en su informe del 23 de enero de 1854 ponía en aviso al gobierno que representaba con estas palabras:

“Quizás no haya país en el mundo con tantos recursos minerales y agrícolas como éste, entre los cuales se pueden contar el café, el cacao, la caoba, las maderas tintóreas y otros artículos que no se producen en los Estados Unidos.”2

Ante el abejoneo en torno a entregar la Bahía de Samaná a los EUA se desató un gran movimiento de protesta que inicialmente encabezaron los señores Robert H. Schomburgk, cónsul de Inglaterra; P. Darasse y M. Raybaud, cónsules de Francia;  y Juan Abril y Eduardo Saint-Just representantes de España.

Hay que señalar que en aquella etapa crucial del entonces joven Estado Dominicano los imperios de  Francia e Inglaterra utilizaron barcos de guerra, que se desplazaron en zafarrancho de combate por puntos claves del litoral marino dominicano.

El primero en llegar fue el buque inglés llamado La Devastación. Francia envió, entre otras  embarcaciones de guerra, La Penélope, una fragata dotada con 40 cañones.

Hay que resaltar que dichas potencias europeas actuaron así sólo motivadas por sus respectivos intereses. No por otra cosa.

La gestión del citado enviado estadounidense fue un fracaso. Ante los obstáculos encontrados, Cazneau, Santana y otros decidieron modificar un primer documento de negocio, con el cual se habían regodeado.

Por la repulsa que causó excluyeron del mismo el tema de la Bahía de Samaná. De todas maneras el Congreso de la República Dominicana no aceptó  el aludido acuerdo en la forma presentada por los interesados.

Al contrario, lo que se aprobó fue una contundente enmienda que pulverizaba las pretensiones de los EUA, lo cual causó un gran disgusto al referido comisionado plenipotenciario, a sus valedores, así como a Santana.

Pedro Mir, en su obra Raíces dominicanas de la Doctrina Monroe, señala que: “Esta enmienda era la derrota aplastante de Cazneau, quien sabía que una semejante cláusula sería automáticamente rechazada por el Congreso norteamericano…”3

En ese rechazo jugaron un papel clave muchos dominicanos que se opusieron al cercenamiento de una parte del territorio nacional. Por su patriotismo sufrieron pena de muerte, destierro o confinamiento.

Santana, en represalia contra los patriotas que contrariaron los deseos suyos y de sus socios, instaló un tribunal espurio que actuó como se decía antes “a verdad sabida y buena fe guardada.” Es decir, sin formulismo legal, de manera sumaria, sin garantías para los procesados.

Como una continuación de los efectos nefastos de la Doctrina Monroe hay que decir que desde noviembre de 1903 el país vivía una lucha política entre horacistas y jimenistas, que desembocó en enfrentamientos armados, en lo que se conoce en la historia dominicana como la guerra de la Desunión. Los EE.UU., sin ningún derecho, decidieron intervenir para consolidar en el poder “a uno de los suyos.”

 El 11 de febrero de 1904 los cruceros estadounidenses Newark, Columbia y Olimpia bombardearon el país por el lugar entonces llamado Pajarito, hoy Villa Duarte. Cientos de soldados hicieron tierra durante 72 horas e impusieron la continuidad presidencial de Carlos Morales Languasco.

Así también hay que señalar que en el 1916 la República Dominicana fue invadida por miles de soldados norteamericanos. Dicha ocupación duró 8 largos años. El control del aparato productivo, el manejo de los impuestos y las finanzas nacionales se prolongaría por un tiempo mucho mayor.

El presidente estadounidense Thomas Wodroow Wilson fue quien ordenó dicha invasión. El 6 de enero de 1916 ese mandatario pronunció un discurso en el cual decía que la Doctrina Monroe sólo exigía que los gobiernos europeos no extendieran sus sistemas políticos “allende el Atlántico.”

Sin embargo, apenas cuatro meses después (15 de mayo de 1916) ya el contraalmirante William Banks Caperton y el diplomático William  W. Russell tenían bajo control militar a la República Dominicana.

El 29 de noviembre del referido año el jefe supremo de los invasores, el susodicho gobernante Thomas Woodrow Wilson, declaró oficial el ilícito estado de ocupación del país, ordenando de manera simultánea un golpe de estado contra el digno presidente dominicano Francisco Henríquez y Carvajal y la inmediata designación de un entorchado marino de nombre Harry Shepard Knapp como gobernador militar.

Mucho se ha escrito sobre esa ocupación. No abundaré ahora sobre esa afrenta contra el pueblo dominicano, que motivó la repulsa universal. Sólo citaré a un ilustre caribeño cuya bibliografía es poco conocida aquí.

Me refiero al historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring, quien al relatar en el año 1921 el hecho probado de que en el transcurso del tiempo la Doctrina Monroe había servido para justificar intromisiones de los EE.UU. en países latinoamericanos, con “actos de ocupación, de intervención y de conquista”, citó el caso dominicano:

“Santo Domingo ocupado militarmente, desde 1916, so pretexto de posibles e inciertas violaciones de un tratado.”4 

 

Bibliografía:

1-Papeles del Secretario de Estado No.21.USA. William Learned Marcy.1853-1857.

2-Primer informe de Cazneau al Secretario de Estado Marcy. Sto.Dgo. 23 enero 1854.

3-Raíces dominicanas de la Doctrina Monroe. Editora Taller,1974.Pp39-45. Pedro Mir.

4- La Doctrina de Monroe y el pacto de la liga de las naciones. Imprenta el Siglo XX, 2da. edición, 1921. P17.Emilio Roig de Leuchesenring. 

 

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

LA DOCTRINA MONROE II

 

LA DOCTRINA MONROE II

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El primer tropiezo diplomático de la Doctrina Monroe ocurrió en la República Dominicana, en el 1854, con motivo de múltiples maniobras estadounidenses para apoderarse de la Bahía de Samaná.

En dicha fecha Francia protestó ante el gobierno de los EE.UU. por  el trapicheo que hacía en el país el conocido muñidor William Cazneau.

Hay que precisar que Cazneau fue una figura siniestra que llegó a ser general en los dramáticos acontecimientos de Texas, donde también se dedicó al comercio y a la política. Llegó aquí como agente especial de su país en el 1853, bajo el padrinazgo de James Buchanan, quien 4 años después se convirtió en el décimo quinto presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

El historiador Dexter Perkins, uno de los mayores escudriñadores de aquel instrumento imperial, escribió en uno de sus ensayos que esa fue “la primera protesta diplomática basada en los postulados de la Doctrina Monroe.”

Antes y después de esos aludidos hechos de Samaná algunos caudillos políticos y militares, así como otros actores de la vida pública de América Latina, creyeron  que la Doctrina Monroe era la salvación para los países de esta parte de la tierra.

Esa errónea e ingenua visión, que revela la falta de conceptos criteriosos de que padecían, quedó registrada en informes oficiales, en crónicas, artículos, comunicaciones privadas, así como en los más diversos comentarios laudatorios a la misma.

Ellos pensaron, por los motivos que fueran, que la indicada doctrina era un instrumento de compenetración y de solidaridad continental entre todos los pueblos de América.

No llegaban a comprender las múltiples interpretaciones que en cada caso permitía su sibilino y ambiguo texto, el cual siempre se ha aplicado en beneficio de los intereses de los EE.UU.

Muchas décadas después de la divulgación de la Doctrina Monroe incluso el laborioso historiador  y político dominicano José Gabriel García presentaba ciertos niveles de confusión. Al parecer el padre de la historiografía nacional no estaba convencido de los alcances perniciosos de la misma.

En un ensayo titulado “Nuevas coincidencias históricas”, publicado en el 1892, al tratar el tema de la ocupación por invasores estadounidenses de la isla Alto Velo,  entonces rica en guano que los dichos usurpadores se llevaron por toneladas hacia el puerto de Boston, García escribió con indulgencia extrema, lo siguiente:

“Empero, como la idea política de la absorción de la América española, a que ha dado origen una mala interpretación de la doctrina de Monroe, vive muriendo y resucitando en los Estados Unidos, según que son más o menos liberales los principios de los hombres que se suceden en el poder…”1

La verdad es que dicha doctrina fue ideada para que los Estados Unidos de Norteamérica sojuzgaran a sus vecinos latinoamericanos y caribeños en términos geográficos, políticos, militares, económicos y culturales. Su objetivo esencial era  justificar, a través de sofismas y mentiras abiertas, las acciones de un imperio entonces en expansión, sin importar conceptos ideológicos, con o sin matices.

La puesta en práctica de la Doctrina Monroe ha sido siempre para imponer la fuerza del poderoso país del norte sobre la soberanía y la dignidad de los pueblos  débiles de América Latina, profanando de ese modo el altar del Derecho Internacional, cuyas bases filosóficas se remontan a los sabios de la antiquísima Mesopotamia, siguiendo con Confucio y Buda, hasta adquirir los perfiles de la Edad Contemporánea con las reflexiones del fraile dominico y escritor español Francisco de Vitoria y del jurista y escritor holandés Hugo Grocio.

Cuando comenzaron los primeros zarpazos contra México y otros países latinoamericanos y caribeños, con la susodicha doctrina como escudo, todavía el guatemalteco nacido en Honduras Augusto Monterroso Bonilla no había escrito su cuento de fama mundial: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”  La verdad es que un imperio siempre crea con sus movimientos la sensación avasallante que se le atribuye a ese saurio de la prehistoria.

Es importante señalar que los ideólogos de la Doctrina Monroe no pudieron de arrancada confundir a todos. Unos cuantos captaron tempranamente la finalidad real que se ocultaba en su texto.  

A mi juicio el que con más fina puntería intelectual comprendió desde Europa los alcances de la misma fue George Canning, a la sazón ministro de asuntos exteriores de Gran Bretaña.

Para tratar de debilitar la aplicación de la susodicha doctrina creada por Monroe, Adams y otros líderes estadounidenses de la época, el mencionado político y abogado inglés planteó que Inglaterra reconociera, a la altura de 1824, la independencia de los países que en América Latina ya se habían quitado de encima el yugo de España, así como acercarse en plan de amistad y negocios al entonces Imperio de Brasil, presidido por Pedro I.

En el 1825 Canning, quien luego fue primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, recibió como el primer diplomático latinoamericano en Europa al representante de la Gran Colombia. Con eso aseguró el comercio con los nuevos Estados de América Latina, redujo el poder ya menguado de España y lanzaba una advertencia a EE.UU.

El reino de Gran Bretaña estableció una normativa de respeto a la independencia de los países latinoamericanos y de igualdad en sus vínculos económicos y diplomáticos.

Vale decir que no todo fue color de rosa en dichas relaciones. Hubo ocasiones en que las presiones de la llamada Pérfida Albión se hicieron presentes en países de América Latina que estaban en mora con sus pagos o por otras variadas razones. Esa presión fue más notoria a partir de 1830, con la denominada “diplomacia de cañonera.”

A más de 20 años de haber sido lanzada la Doctrina Monroe parecía que había sido olvidada, hasta que llegó a la presidencia estadounidense James K. Polk, quien  en su mensaje al Congreso, el 2 de diciembre de 1845, la mencionó y fue el primero que la aplicó en firme.

El presidente Polk invadió México e impuso el 2 de febrero de 1848 el Tratado de Guadalupe Hidalgo, mediante el cual anexó a su país gran parte del territorio vecino: Texas, Utah, California, Nuevo México, Nevada y una fracción amplia de Kansas, Wyoming y Oklahoma se convirtieron desde entonces en el gigantesco suroeste estodounidense.

Con otro tipo de acciones, pero siempre bajo la divisa de un supuesto designio celestial en favor de los EE.UU.,  el Reino Unido quedó fuera de la parte que tenía en la zona de Oregón, entre el Océano Pacífico y las Montañas Rocosas.

Aquellos despojos territoriales se hicieron invocando la Doctrina Monroe y el llamado Destino Manifiesto. Esos dramáticos hechos pasaron a la historia de los EE.UU. como la era del filibusterismo, en la cual surgieron personajes siniestros que hacen parte de un pasado de crueldad y de bandolerismo.

Bibliografía:

1-Obras completas.Vol.3.Impresora Amigo del Hogar,2016.P354.José Gabriel García.