viernes, 28 de enero de 2022

DUARTE, UN EJEMPLO LUMINOSO I

 

DUARTE, UN EJEMPLO LUMINOSO I

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El 26 de enero de 1813, hace ahora 209 años, nació en la ciudad de Santo Domingo Juan Pablo Duarte Díez, quien luego se convertiría el más preclaro patriota de la República Dominicana.

Desde muy joven dedicó su vida a la lucha por la independencia del país. No escatimó esfuerzos, además, para la consolidación de la Nación dominicana.

Su padre fue el comerciante español Juan José Duarte Rodríguez, andaluz  proveniente del pueblo llamado Vejer de la Frontera, en la provincia de Cádiz, y su madre la dominicana Manuela Díez Jiménez, nacida en Santa Cruz del Seibo.

Apenas salido de la adolescencia fue enviado a cursar estudios a España. Regresó  en el 1832. Desde entonces se consagró a organizar la lucha para lograr la libertad del pueblo dominicano, el cual desde el 1822 estaba sometido al yugo de Haití, controlado por el despiadado general Jean Pierre Boyer.

Leer los Apuntes de su hermana Rosa Duarte (más allá de algunos errores cronológicos de los mismos) permite descubrir la verdadera esencia de lo que Duarte pensaba en términos políticos, sociales, culturales, etc.

Juan Pablo Duarte avizoró desde muy temprano las condiciones del pueblo dominicano para empinarse hacia la cúspide de la libertad sin importar los esfuerzos para lograrla.

Contemporáneos suyos, en cambio, negaban la posibilidad de que en esta tierra del Caribe insular brotara una nación con todos sus atributos de soberanía, y prefirieron colaborar con los usurpadores, relamiendo las migajas a que son adictos los sumisos.

Duarte era un nacionalista radical, pero también anticolonialista. Son dos condiciones que se complementan y que en él alcanzaron los más altos niveles. Así se comprueba con una simple mirada de su hoja de vida llena de hechos heroicos, abnegación, angustias y sacrificios.

Hacia el logro de los objetivos independentistas se encaminó cuando el 16 de julio del 1838 fundó, junto a un grupo de jóvenes valientes, en la casa de doña Chepita Pérez de La Paz, la sociedad secreta La Trinitaria.

Esa entidad patriótica fue en términos formales  de duración efímera, por traiciones internas y  circunstancias conexas con la etapa de tensión que entonces se vivía en el país. Sin embargo, ella fue el germen de donde brotó la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844.

“Sublime inspiración de Duarte acogida con fervor por la Trinitaria, fue la que vino al fin a abrir para los dominicanos horizontes de esperanzas.” Así se expresaba con justa razón el historiador José Gabriel García sobre la idea redentora de Juan Pablo Duarte.

Frente al descalabro de La Trinitaria Duarte no se amilanó. Al contrario, ese hecho infausto reafirmó en él su voluntad se arreciar sus acciones redentoras y decidió crear otra institución con características diferentes, pero con el mismo objetivo de defenestrar al régimen de ocupación.

Ese nuevo instrumento de lucha fue La Filantrópica, cuyas actividades no estaban permeadas del secretismo de la primera, lo cual facilitaba la labor llevada a cabo por los trinitarios.

Más adelante le dio forma a otra entidad que bautizó como la Sociedad Dramática. Esa agrupación, también marcada por la decisión de liberar el país, utilizaba el teatro como medio propagandístico para difundir las ideas independentistas.

A través de la Sociedad Dramática se presentaron obras que fueron despertando la conciencia del público presente. Esos oyentes, junto a miles de otros dominicanos,  luego participarían en los acontecimientos trascendentales que comenzaron en la puerta de la Misericordia, con el trabucazo disparado por Ramón Matías Mella, y que después se extenderían por toda la geografía nacional, durante muchos años, pues las jornadas bélicas por la libertad dominicana fueron largas.

Entre los dramas presentados estuvieron los titulados La viuda de Padilla, Bruto o Roma Libre y Un día del año 23 en Cádiz. Cada uno de ellos tenía una señal de impacto colosal para lo que sería el proceso de emancipación.

En su ensayo titulado Duarte y el teatro de los trinitarios Emilio Rodríguez Demorizi puntualiza que esos y otros dramas despertaron “el amor patrio en el aletargado espíritu de los dominicanos.”

Es pertinente decir que las obras teatrales patrocinadas por la Sociedad Dramática (con mensajes a veces subliminales y en ocasiones con inducciones directas hacia la lucha libertaria) eran escenificadas frente al parque Colón y justo al lado donde estaba la sede del gobierno usurpador haitiano.

Para Duarte todo sacrificio era poco, siempre que se tratara de dotar al pueblo de las herramientas necesarias para lograr y afianzar su soberanía. 

Teniendo todas las posibilidades de vivir cómodamente prefirió sacrificar el patrimonio familiar y sufrir él, su madre y sus hermanos, los abusos de sus enemigos, y por lo tanto enemigos de la Patria. Su padre falleció el 25 de noviembre del 1843, tres meses antes de la Independencia Dominicana.

Las penurias que sufrió en los diferentes exilios que tuvo que padecer fortalecían su espíritu, aumentaban su dignidad nunca mancillada y acentuaban más su fidelidad al proyecto de libertad que fue forjando desde su primera juventud.

Sólo mezquinos, farsantes y mentecatos han osado discutir la alta calidad moral que se condensaba en los ideales liberadores de Duarte.

Las fuerzas conservadoras, que no tenían fe en la capacidad de los dominicanos para lograr y sostener su libertad, fueron enemigos permanentes de Duarte. Anexionistas  y antipatriotas de todos los pelajes aborrecían a ese hombre que fue intransigente en su defensa de la soberanía nacional.

A los pocos días del nacimiento de la República Dominicana, magno acontecimiento en el cual él jugó un papel fundamental, hordas de los incómodos vecinos del oeste de la isla cruzaron en son de guerra los ríos Masacre y Artíbonito, así como zonas secas de otros puntos fronterizos.

Duarte decidió dirigirse hacia el sur para enfrentarlos en Azua. Lo mismo hizo viajando hacia el Cibao. Sus intentos resultaron fallidos, pues muchos de los que ejercían mandos militares y políticos en esas zonas del país rechazaron su oferta de incorporarse a los combates.

Con el paso del tiempo se supieron algunos de los motivos por los que no prosperaron entonces los afanes de lucha armada que ante las invasiones de los haitianos tenía el patricio mayor.

En la historia dominicana Duarte representa la luz y sus enemigos la oscuridad. En cualquier parte del mundo la luz de la luciérnaga siempre ha incomodado a los sapos que con su vientre frío y ojos desorbitados no comprenden cómo ese animalito puede iluminar las cosas.

Duarte simboliza la luciérnaga y los enemigos de la patria están representados en los sapos.

Ya de los batracios escribió cosas nada agradables en la antigüedad el poeta latino Horacio, en su famoso Epodo V; pero una de las mejores ilustraciones sobre el odio y la envidia de que fue víctima el más insigne de los patriotas dominicanos está en la célebre fábula para niños titulada La luciérnaga y el sapo, escrita por el dramaturgo español Juan Eugenio Hartzenbusch, precisamente cuando el país luchaba por mantener su recién lograda independencia.

 

lunes, 24 de enero de 2022

Flaubert, a 200 años de su nacimiento

 

Flaubert, a 200 años de su nacimiento

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El 12 de diciembre pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Gustave Flaubert, el célebre novelista que abrió por primera vez sus ojos en una ciudad  llamada Ruan, en la región de Normandía, Francia; donde 390 años más atrás había muerto trágicamente Juana de Arco, La doncella de Orleans.

Flaubert está incrustado en la controversia histórica que jalona las relaciones de la República Dominicana y la República de Haití.

La causa de eso tiene su origen en los rencores que desde los ancestros tiene una parte de la élite intelectual y política de Haití, empecinada en restarle integridad colectiva al pueblo dominicano.

Desde siempre, hasta el presente, los aludidos han esparcido mentiras en contra de la República Dominicana. Lo han hecho con la irresponsabilidad propia de fanfarrones traviesos.

Un médico e intelectual haitiano, Jean Price-Mars, con una alta dosis de soberbia echó mano de una mentira y utilizó a Madame Bovary, el más famoso personaje de la creación literaria de Gustave Flaubert, para denostar al pueblo dominicano al endilgarle un calificativo que no se corresponde con la verdad; atizando así la malquerencia de nuestros vecinos del oeste.

Ciertos sectores de poder del otro lado de la frontera han hecho acopio de la infamia elaborada por el referido historiador para mantener de manera machacona un embuste contra nuestro país.

En su obra titulada La República de Haití y la República Dominicana, publicada en el 1953, dicho historiador y diplomático haitiano se refirió maliciosamente sobre el pueblo dominicano, utilizando como ariete para eso a la inventada Madame Bovary:

“…el dominicano, en una exaltación de bovarismo colectivo, cree pertenecer a la raza blanca, dueña del Universo. Se cree blanco.”

Se trata de una falsedad completa, pues mezcló con mala intención la opinión desencajada de algunos intelectuales de aquí con el sentir y el ser del pueblo dominicano. Son dos cosas muy distintas.

El mencionado autor (que fue embajador de su país aquí, en el gobierno de León Dumarsais Estimé) sabía que mentía, pero prefirió convertirse en “profeta de desgracias”, transformándose en una versión masculina de Casandra, la famosa troyana de la mitología griega. Así se autocalifica al final de dicho libro.

Como esta crónica tiene otro propósito, y a Price-Mars le contestaron Emilio Rodríguez Demorizi y Sócrates Nolasco, entre otros, no es necesario distraer el tiempo en esa mendacidad de origen haitiano.1

Flaubert está considerado, por sus inmensos aportes literarios, como el creador de la novela moderna, fruto de su obra titulada Madame Bovary, escrita con gran lucidez, un cuidado literario de gran envergadura y portadora de un contenido insuperable.

En los 11 capítulos de esa clásica novela se desparraman el ingenio creativo y el dominio técnico en el arte de la escritura de su autor.

Dicha narración, propia de un maestro consumado, a pesar de que fue la obra primeriza de Flaubert, es considerada por muchos novelistas, críticos literarios, ensayistas, lexicógrafos, filólogos, y otros especialistas en diversas ramas de la literatura, como la segunda novela más importante de las letras universales, después de Don Quijote de la Mancha.

De Madame Bovary dijo Gabriel García Márquez lo siguiente: “Es una pieza de relojería. Un mecanismo perfecto.”2

Distinto opinaban algunos críticos literarios parisinos contemporáneos de Flaubert, quienes fueron mordaces, unos cegados por la mezquindad y el reconcomio y otros por variadas motivaciones subalternas.

Lo que nadie nunca ha podido negar es que Flaubert le daba una expresión propia a cada tema de su producción literaria. Valoraba, además, la fuerza de los hechos, a los que colocaba por encima del pensar mismo de los autores.

Así se comprueba al leer sus inigualables textos de ficción y la copiosa correspondencia que tuvo con diversos personajes del mundo de las letras o no.

A uno de ellos le escribió este párrafo impactante: “La vida es algo tan odioso que sólo se puede soportar evitándola y se le evita viviendo en el arte, en la búsqueda incesante de la verdad expresada por medio de la belleza.”

El activo novelista y ensayista peruano Mario Vargas Llosa, que se ha declarado deudor de las enseñanzas literarias de Flaubert, señaló:

“Hasta Flaubert la novela era considerada un género plebeyo, a diferencia de la poesía donde la belleza del lenguaje alcanzaba su máxima expresión…”

Sobre las exigencias de Flaubert para que la prosa narrativa tuviera el nivel  artístico de la poesía, el autor de obras tan famosas como La casa verde y Conversación en La Catedral puntualiza que: “eso hace que Madame Bovary nos parezca un objeto en el que nada falta y nada sobra, como una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Rembrandt o un poema de Góngora.”3

Al leer la principal obra de Flaubert se comprueba que Emma Bovary, como figura de ficción, supo bien temprano que el sexo cabalga en la larga sabana de la individualidad. Más allá de los prejuicios que existían en la sociedad parisina del siglo 19.

El periodista y literato español Miguel Salabert Criado, quien fue un gran flaubertiano, al referirse al conjunto de la obra del escritor francés, de cuyo nacimiento recién se cumplieron 200 años, escribió en uno de sus ensayos que su estilo literario le producía “un placer masoquista.”

El anterior no es un juicio ocioso. Contiene la sustancia que define los méritos literarios que permitieron colocar a Flaubert en un lugar preeminente en el panteón de las letras universales.

El personaje de ficción Emma Bovary es digno de analizarse como parte de la cultura tanática, que es aquella que surge de situaciones incómodas en el núcleo familiar de un individuo, con ausencia de amor y educación.

Pero los actos de esa joven provinciana, deslumbrada con las luces y el glamour de la gran ciudad de París, también deben ser vistos tomando en cuenta los elementos sociales que brotan de la vida de apariencias, materialista, y surcada por esa anomia abarcadora que son los antivalores. En el caso de ella pendía el aburrimiento de un lecho conyugal cargado de miseria, y una miríada de otras situaciones. Los elementos de sensibilidad que se captan en la vida diaria de Emma Bovary están mezclados con alienación.

Dicho lo anterior, en abono de Madame Bovary (quien en el paroxismo de sus ilusiones siempre estuvo chocando con la realidad, al creerse lo que no era) hay que señalar que los tormentos interiores que marcaron su existencia ficticia nunca la llevaron a los extremos de la célebre Aspasia, la astuta mujer del estadista griego Pericles, quien en sus momentos de mayor ira provocaba que las callejuelas empinadas de la isla de Samos y de la ciudad dórica de Mégara se inundaran de sangre. La criatura flaubertiana sólo ejerció la violencia extrema contra sí misma, al cometer suicidio.

La otra gran novela de Flaubert es La educación sentimental, con un contenido también trascendental, en la cual él no sólo derrochó su talento creativo sino que además demostró su gran dominio de los presupuestos narrativos.

La relevante figura que en el mundo de las letras universales es Flaubert lo convierte en acreedor de famosos escritores. Algunos de ellos incluso han recibido el Premio Nobel de Literatura.

Novelistas y cuentistas sobresalientes han admitido la vinculación intrínseca de algunos de sus textos con la producción literaria de Flaubert.

Cuando se leen, por ejemplo, las escenas del triángulo formado por Frederic Moreau, Marie Arnoux y Jacques Arnoux en la novela La educación sentimental, de Flaubert, y se comparan  con la ritualidad sentimental que se desarrolla en torno a Florentino Ariza, Fermina Daza y Juvenal Urbino, personajes centrales de la novela titulada  El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, se observan, por efectos de la intertextualidad, notables semejanzas y acentuadas colindancias entre ambos autores, aunque las tramas narrativas tengan cursos diferentes.

Por su novela Madame Bovary, publicada en una sociedad mojigata como la francesa de mediados del siglo 19, Flaubert y su personaje imaginario Emma Bovary fueron llevados a un risible juicio penal. Se les acusó de violar la entonces ley 1819, por supuesto escándalo público y atentar contra la moral religiosa.

La habilidad argumentativa de Flaubert lo salvó de una condena, aunque para ello tuvo que lanzar dardos contra Emma Bovary. Se dijo entonces también que el emperador Napoleón III intervino en su favor por razones políticas.

Lo cierto es que a petición del fiscal acusador, monsieur Ernest Pinard, la irreal Madame Bovary fue condenada porque “era un afronte a la conducta decente y a la moralidad religiosa.”

Luego otros libros famosos también sufrieron censura en otras partes del mundo. Uno de los casos más famosos fue el juicio al que en el 1921 fueron sometidos en los EE.UU. los editores de la monumental novela titulada Ulises, del irlandés de James Joyce, a quienes se les prohibió publicarla.

Varios años después de la aparición de Madame Bovary, Flaubert publicó su ya mencionada otra maravillosa novela, titulada La educación sentimental, cuyo principal personaje es Federico Moreau. Su lectura permite observar que en algunos de sus capítulos hay aspectos altamente coincidentes con la vida del escritor. Son visibles algunos elementos autobiográficos.

Emma Bovary y Federico Moreau nunca se cruzan en sus historias individuales; tienen actitudes diferentes frente a los hechos del día a día, pero hay en ellos algo en común: como criaturas creadas por el célebre autor están invadidas por las pasiones humanas en todas sus variedades.

 En ambos es notorio un espíritu cargado de idealismo. Los dos terminan sus itinerarios novelísticos desilusionados.

En el caso de Emma Bovary tomó una fatal decisión luego de la impotencia que la cubrió en su encuentro final con Rodolfo, su amante de los dos últimos años.  

Ella se envenenó con arsénico. Murió con “un puñado de polvos blancuzcos que se llevó a la boca”4

El joven observador y taciturno Federico Moreau, siempre enamorado de  Madame Arnoux, una mujer madura, se llenó de espanto y desencanto al ser testigo presencial del acto criminal cometido por su amigo Sénécal, quien en su condición de guardia municipal asesinó a su amigo el militante político socialista Dussardier  en el 1851, después de varios años en el fragor de la revolución de febrero de 1848.

El principal personaje de la novela La educación sentimental, Federico Moreau, se fue cubriendo de “la amargura de las amistades truncadas.”

Dicho lo anterior más allá de los recuerdos que surgieron 16 años después (1867) del crimen vicioso contra Dussardier, así como las humoradas con flores que escenificó él y uno de sus amigos de infancia en el burdel de la Turca, al cual habían acudido en su juventud.5

Bibliografía:

1-La República de Haití y la República Dominicana. Tomo II. Editora Taller, 2000. Pp817-866. Jean Price-Mars.

2-Suplemento Libros. El País.12-diciembre-1985. Pp1-3. Citado por Frances Arroyo.

3-Conferencia sobre Flaubert. Montevideo, Uruguay,1966. Mario Vargas Llosa.

4-Madame Bovary. Editorial Ramón Sopena, Barcelona, España, 1982.P245. Gustave Flaubert.

5- La educación sentimental. De virtual library.org. Traducción de  Hermenegildo Giner de los Ríos, 1891. Pp356, 357 y 364. Gustave Flaubert.

domingo, 16 de enero de 2022

ÚLTIMAS REBELIONES DE NEGROS EN SANTO DOMINGO y II

 

ÚLTIMAS REBELIONES DE NEGROS EN SANTO DOMINGO  y II

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

La esclavitud en Santo Domingo, tanto de aborígenes como de negros originarios de África, tenía como motivo principal los intereses económicos de los esclavistas, con preponderancia de asuntos raciales.

Es por ello que estoy de acuerdo con las conclusiones del sociólogo caribeño Oliver Cromwell Cox, quien en su ensayo titulado Economía de la sociedad colonial, al tocar el tema de la esclavitud de los negros en esta parte del mundo, señala que la misma era una expresión clara de lo que él definió como “capitalismo colonial.” Diferente al feudalismo europeo.

En otra de sus obras fundamentales el eminente trinitense Cox, recalcando en la crematística sobre la esclavitud, puntualiza así:“…el prejuicio racial se sustenta en una peculiar necesidad socioeconómica que necesita la fuerza en su protección.”1

En conexión con lo anterior, vale decir que los últimos alzamientos de los esclavos negros en Santo Domingo estuvieron precedidos de una larga serie de conflictos con los amos, quienes con una visión tubular, y comidos por la codicia y la maldad, no analizaban los matices de los hechos que se iban creando cada día en sus feudos de negreros.

Está comprobado que la esclavitud de los negros en esta tierra caribeña, tanto en la zona rural como en la parte urbana, siempre estuvo vinculada con la resistencia de las víctimas.

Frank Moya Pons sostiene en su obra titulada Historia del Caribe que: “El número de negros alzados fue aumentando hasta convertirse en un verdadero dolor de cabeza para los dueños de ingenios. Muchos cimarrones se unieron a una comunidad de varios cientos de indios alzados desde 1529 que estaban haciendo la guerra a los españoles…”2

La tozudez de los jefes coloniales y sus aliados facilitó que los esclavos fueran fortaleciendo sus tácticas de lucha.

El proceso de desaparición de la esclavitud en Santo Domingo fue largo, debido a que se trataba de un sistema económico que dejaba beneficios a la Monarquía de España, a burócratas, militares, curas, a dueños de minas, campos de caña, hatos ganaderos y  bosques de maderas preciosas,  a comerciantes y a otros oportunistas, entre ellos los llamados hidalgos, de los cuales vinieron a esta zona del Caribe de todos los pelajes, como los de bragueta, de gotera e infanzones.

Una autoridad colonial del nivel de Alonso de Suazo, jefe del tribunal llamado La Real Audiencia de Santo Domingo, escribió que tenía bajo control a los esclavos a base de hechos bárbaros que incluían mutilaciones y ahorcamientos.

 

Durante el largo tramo de la esclavitud de los negros en Santo Domingo no aparecieron, en términos prácticos, émulos de Simón de Cirene, aquel personaje que los relatos bíblicos describen ayudando a Cristo con la cruz en ruta hacia el Gólgota.

Pero eso no impidió que los esclavos negros continuaran su lucha, a pesar de las graves consecuencias que padecían.

Antes de las rebeliones postreras del 1812, relatadas en la entrega anterior, hubo agitaciones que no llegaron a más por delaciones de algunos esclavos timoratos que traicionándose a sí mismos creyeron que obtendrían alguna benevolencia de los amos.

Desde los monarcas españoles del feudalismo, pasando por Cristóbal Colón y sus continuadores, tales como virreyes, gobernadores, capitanes generales, oidores y burócratas de todos los niveles, se vendió la falsa idea de que los esclavos no tenían derechos.

Lo mismo ocurrió cuando los franceses dominaron con músculo militar el territorio que luego fue bautizado con el nombre de República Dominicana. El general Jean Louis Ferrand era un despiadado esclavista.

Durante la llamada España Boba, y también en los 22 años de apoderamiento haitiano, continuó aquí la esclavitud. Algunos, esgrimiendo un muestrario variopinto de alegatos, han pretendido negar esa verdad.

En su última fase, de 1822 hasta el 27 de febrero de 1844, la esclavitud en el hoy territorio dominicano era soterrada. El astuto gobernante haitiano Jean Pierre Boyer había proclamado su abolición, pero eso fue pura demagogia de un intruso que lanzaba humo de paja para confundir y apuntalar la ocupación armada.

Algo que se puede extrapolar a la esclavitud de los negros en Santo Domingo es la opinión que sobre el colonialismo, la sumisión, el reclamo de derechos y la represión contra los negros esclavos en otro lugar cercano a la República Dominicana divulga el escritor inglés David Nicholls, en su obra titulada De Dessalines a Duvalier, cuya primera edición en español fue puesta a circular en el país hace apenas un mes. Así se expresa:

“El gobierno colonial es, pues, autoritario…El paternalismo es un rechazo implícito de la idea de que los colonizados tienen derechos; más bien se les conceden favores…El paternalismo político es esencialmente represivo.”3

Pertinente es reiterar que en varias ocasiones se anunció que el odioso sistema de esclavitud de negros en Santo Domingo quedaba derogado, pero en la realidad seguía funcionando. Se le puso fin al producirse el fogonazo febrerino de 1844. 

La cuestión de los esclavos negros en Santo Domingo trasciende su condición de víctimas de un sistema de opresión cuyos orígenes se pierden en la Atenas de Pericles.

Al tratar el tema de la esclavitud y las rebeliones de los negros en Santo Domingo es oportuno recordar que el poeta y ensayista Pedro Mir, en su obra  titulada Tres leyendas de colores, (escrita en el 1948, pero publicada en el 1968) al referirse al “ingenio poderoso” y al “restallido del látigo”, define a los esclavos negros como “una raza excepcionalmente enérgica…” concluyendo que la misma “reaccionó oponiendo a la desgracia cósmica una alegría ruidosa indomeñable.”4

De esos esclavos negros, de los blancos españoles, franceses, etc., y en menor medida de los aborígenes, surgió el pueblo dominicano de ayer y de hoy, con “…las sorpresas que siempre  nos deparan unos rasgos en constante movilidad, unas pigmentaciones que producen inusitados maridajes…”, como bien escribió el literato y pianista montecristeño Manuel Rueda.

Somos un crisol de razas, fruto primario de la miscegenación de blancos,  indígenas y negros. Fue lo que en sus reflexiones de 1908 el escritor inglés Israel Zangwill definió como el “melting pot.”

El pueblo dominicano es esencialmente bueno. Sin embargo, los aspectos colectivos negativos han sido utilizados por diversos intelectuales y escritores para cargarlos casi exclusivamente sobre el componente genético proveniente de los negros.

Los que así han opinado ignoraron aposta que la base fundamental de la unidad de toda nación (la multicolor nación dominicana no es una excepción) descansa  como criterio comunitario en sus tradiciones, necesidades, lengua, derecho y aspiraciones, tal y como con su desbordante sabiduría lo expresó el eminente jurista francés León Duguit.5

Contrario a la opinión maliciosa de algunos, es importante señalar que el famoso antropólogo y etnólogo suizo Eugéne Pittard, en su obra Las Razas y la Historia, les enmendó la plana a todos los que por racismo, confusión, mezquindad u otros espurios motivos negaban y niegan la parte positiva que tienen todas las razas en la formación del mosaico multicolor de la humanidad. 

La apasionante curiosidad y el rigor de su intelecto permitieron a Pittard demostrar que al ser humano hay que analizarlo más allá de lo simplemente biológico. Afortunadamente el desarrollo de la genética como ciencia ha avalado sus reflexiones.6

Aquí ha persistido entre unos cuantos la errática visión de culpar a los esclavos negros y su parentela de males sociales y deformaciones espirituales.

El autor de una trilogía de novelas históricas (Rufinito, Alma Dominicana y Guanuma), Federico García Godoy, publicó posteriormente (1916) un ensayo titulado El Derrumbe, en el cual hace referencia a los negros de Santo Domingo (obviamente a los que fueron esclavos y sus descendientes). Los define en términos genéricos de “etíope salvaje.” Además, les atribuye introducir “gérmenes nocivos” en la composición étnica de la República Dominicana.7

En un ensayo titulado Influencia africana en la cultura dominicana Joaquín Balaguer, por su lado, señala que esa presencia ha sido casi imperceptible en nuestras manifestaciones culturales.

El negacionismo sobre la importancia de la voz de África, y específicamente de los esclavos negros en Santo Domingo, (y los que por la ley de la herencia ancestral les siguieron)  impulsó a Balaguer a esparcir ideas vagas y simplistas con relación a su aporte en las tradiciones, religión, cocina, bailes, costumbres e ideas que definen al pueblo dominicano.

Falseando la realidad dicho autor resalta lo que denomina “el sello de nuestro origen hispano”, a lo cual le da categoría sustantiva y casi única. Concluye el tema, sin ninguna base científica, y alejado de lo que se llama el espíritu histórico,  diciendo que:

“El único elemento de otra procedencia, en la formación de la cultura dominicana, es el que se manifiesta en nuestra legislación y en nuestra jurisprudencia, que son intrínsecamente francesas.”8

Dejo constancia que ese político dominicano, en su desenfoque respecto al tema de referencia, olvidó adrede las esclarecedoras reflexiones que sobre la etnografía en su dimensión de cultura de los pueblos, así como sobre el colonialismo y la esclavitud que finalizó en el siglo 19, hizo el gran pensador, filósofo y ensayista sardo Antonio Gramsci.

Bibliografía:

1- Casta, Clase y Raza. Primera edición 1948.Amazon book clubs, 2019. Oliver Cromwell Cox.

2-Historia del Caribe. Editora Búho, 2008.P43.Frank Moya Pons.

3-De Dessalines a Duvalier. Raza, color y la independencia de Haití. SDB. Editora Búho, 2021.P402. David Nicholls. 

4-Tres leyendas de colores. Ediciones de La Discreta. Pedro Mir.

5-Tratado de Derecho Constitucional. Tomo II.P7. León Duguit.

6- Las Razas y la Historia. Editorial Hispano América. Segunda edición, México, 1959. Eugéne Pittard.

7- El Derrumbe. Editado por la UASD.1975. Pp55-82. Federico García Godoy.

8-Influencia africana en la cultura dominicana. Inserto en Textos Históricos. Obras Selectas. Editora Corripio, 2006. Pp254 y 255. Joaquín Balaguer.

domingo, 9 de enero de 2022

ÚLTIMAS REBELIONES DE NEGROS EN SANTO DOMINGO I

 

ÚLTIMAS REBELIONES DE NEGROS EN SANTO DOMINGO I

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Una somera mirada a las instituciones oficiales de la colonia española de Santo Domingo lleva a la rápida conclusión de que aquella etapa de horror estaba ensamblada sobre la esclavitud, como fuente de su sostenimiento.

Esa situación era, con algunas variantes, una extensión de la trata atlántica que antes de la llegada de Colón a estas tierras funcionaba en sitios como el llamado río de los Esclavos que atraviesa el territorio de Benin, lugar del occidente africano donde luego se estableció el Reino de Dahomey y fue cuna del vudú; así como en los ríos que vierten sus aguas en el Golfo de Guinea, sin olvidar otras áreas como Mozambique y la isla de Madagascar, en el océano Índico.

La esclavitud de los aborígenes primero y de los negros después fue un hecho amargo que no puede borrarse de nuestro anteayer.

Ese pasado esclavista que padecieron aquí miles de seres humanos martillea en las páginas amarillas de la historia nacional, en cuyo interior siempre aparece a modo de recordatorio la frase lapidaria de Henri Grégoire, el líder revolucionario francés y obispo de Blois, la hermosa ciudad que se yergue en las orillas del río Loira: “El negrero es más criminal que el asesino, pues, ya que la esclavitud no es sino una agonía cruelmente prolongada…”1 

La esclavitud fue implantada aquí por hombres curtidos en la maldad que vinieron de “El verde mar de las Tinieblas”, que era el calificativo que al océano Atlántico le dieron los pueblos árabes cuando cayó el imperio romano de Occidente, al principio de la Edad Media.

Algunos, pretendiendo tapar el sol con un dedo, persisten todavía en decir que se trata de “una leyenda negra” contra España las informaciones verídicas que figuran en los registros históricos sobre lo que hicieron los colonialistas-esclavistas contra las etnias nativas y los negros, tanto en Santo Domingo como en otros lugares de esta zona del mundo.

La verdad sin matices es que las autoridades coloniales españolas en Santo Domingo procuraban por todos los medios mantener en pie la esclavitud, razón por la cual perseguían con saña a los subyugados que se rebelaban.

Los particulares que eran amos gestionaban con sus propios recursos la restitución  a su heredad de aquellos negros esclavos que se les escapaban y se convertían en  cimarrones.

Los archivos coloniales, especialmente aquellos formados a partir de la mitad del siglo XVI, (cuando al completarse la aniquilación de los indígenas en Santo Domingo tomó más impulso el papel de los esclavos negros) contienen cientos de casos que demuestran que hubo sujetos que se especializaron en la persecución de cautivos sublevados, a los cuales devolvían a la sevicia de sus dueños, por lo cual recibían una paga.

Lo que era una negación de la condición humana de los esclavos negros en Santo Domingo se mantuvo, con muy leves variaciones, durante más de 3 siglos y 4 décadas. Fue un largo período que arrancó en el 1502 y finalizó en términos prácticos en el 1844.

Muchos pensaban que cuando Juan Sánchez Ramírez y cientos de otros criollos salieron de Higüey para derrotar el 7 de noviembre de 1808 a los franceses, en el cerro seibano de Palo Hincado, florecería la libertad, y que los negros esclavos serían manumitidos, pero lo que se produjo fue la creación de una neocolonia española. La esclavitud quedó intacta.

A la muerte del referido caudillo cotuisano sus sucesores en el gobierno neocolonial,  Manuel Caballero y José Núñez de Cáceres, se negaron a darles la libertad a los esclavos negros.

Esa decisión provocó un gran disgusto que desembocó en una noche de plena agitación, el 15 de agosto de 1812, en los poblados conocidos como Mendoza y Mojarra, situados en una amplia franja del lado este del río Ozama, a su paso por la Ciudad Colonial.

Los dirigentes de los negros esclavos de Mendoza, Mojarra y Monte Grande, señores Pedro de Seda, José Leocadio y Pedro Henríquez,  justificaron su protesta en que su libertad inmediata fue establecida en la entonces recién promulgada Constitución de Cádiz (conocida también como La Pepa), votada por las Cortes Generales y Extraordinarias de España en el referido año 1812.

Esa rebelión quedó abortada por la traición de unos tales Domingo, Dionisio y José María Osorio.

Los jefes de la llamada España Boba ordenaron que fueran ahorcados varios de los rebeldes que fueron capturados. Otros sufrieron rigurosa prisión y maltratos físicos. Uno de los casos penosos fue el de la esclava María de Jesús, a la cual le dieron 50 azotes.

El otro levantamiento del 1812 se produjo 3 meses después de las acciones antes mencionadas. Ocurrió en la ciudad de Santiago de los Caballeros.

La información sobre ese hecho es mínima, pero existe un auto fechado el 20 de noviembre del indicado año, firmado por el entonces Alcalde Mayor de la ciudad más importe del Cibao, Gregorio Morel de Portes, en el cual reporta a sus superiores que estaba:

“Procediendo criminalmente contra varios de los esclavos sobre revolución y levantamiento que preparaban por su libertad.”2

Para resaltar aquí el largo período de lucha de aquellos infelices seres humanos, tratados por los opresores peor que a bestias de carga, es oportuno decir que ha quedado comprobado que el primer acto de rebeldía de los negros esclavizados en Santo Domingo se hizo el 26 de diciembre de 1521, entre los muchos tablones de caña de azúcar que poseía el virrey Diego Colón en la zona comprendida entre los ríos Haina, Nigua y Nizao; en el área en que comienzan a descender hacia el mar Caribe.

Además, es pertinente señalar que los llamados esclavos ladinos o cristianizados, al poco tiempo de llegar a La Española, (traídos desde España en el 1502 por Nicolás de Ovando) se les escaparon a los amos, refugiándose en los bosques. Esa valiente y arriesgada decisión era en sí también una expresión de rebeldía.

Sobre los referidos “ladinos” recoge alguna información, citando a otros autores, el doctor en Historia de América Esteban Mira Caballos. En su libro titulado La gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando 1501-1502 dice:

“... viajaban varios miembros de distintas minorías étnicas, tanto esclavos negros como indios americanos.” Más adelante, citando a Manuel Giménez de Fernández, agrega que Ovando, aunque después cambió de opinión por la necesidad de mano de obra, solicitó a la Metrópoli que “no consintiesen el paso de esclavos porque la mayoría de los que habían arribado se habían escapado a los montes, uniéndose a los indios cimarrones.”3

Contrario a las omisiones y tergiversaciones hay pruebas a borbotones de que en Santo Domingo siempre hubo insubordinación de esclavos negros contra los amos. Es como decir en lenguaje jurídico que nunca dejaron perimir por dejadez el reclamo de sus derechos.

Uno de los casos más conocidos de dichas sublevaciones lo protagonizó el carismático combatiente Sebastián Lemba Calembo, quien desafiando al Capitán General de la colonia, el almirante Luis Colón de Toledo, y al oidor de la Audiencia, Alonso López de Cerrato, se mantuvo en lucha desde su centro de operaciones en Higüey, (donde formó un gran palenque) hasta San Juan de la Maguana, Puerto Plata, El Seibo, Azua, Neiba y otros lugares.

Bibliografía:

1-La trata de esclavos. Editorial Planeta, 1998.P585.Hugh Thomas.

2-Auto del alcalde ordinario de Santiago de los Caballeros.20-noviembre de 1812. Gregorio Morel de Portes.

3-La gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando 1501-1502.ADH.Editora Búho, 2014.Pp173 y 174. Esteban Mira Caballos.

sábado, 1 de enero de 2022

LA PRIMERA REBELIÓN DE NEGROS EN SANTO DOMINGO

 

LA PRIMERA REBELIÓN DE NEGROS EN  SANTO DOMINGO

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La versión más socorrida  y mejor sustentada, sobre el primer grito de rebelión de negros esclavos traídos de África al llamado Nuevo Continente, es la que asegura que ocurrió la madrugada del 26 de diciembre de 1521. Hay crónicas que señalan que fue el 27 de diciembre del año 1522.

Se acaban de cumplir 500 años de aquella expresión de rebeldía y de dignidad, que fue ahogada en sangre por los jefes coloniales.

Ese hecho trascendental se produjo en los campos cañeros que se extendían desde la ribera oeste del río Haina hasta la orilla este del río Nigua, propiedad en su mayor parte del virrey Diego Colón.

Ese personaje dirigía la isla La Española, también llamada Santo Domingo a partir del 6 de diciembre de 1508. Cumplía mandado de los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.  

Esa insurrección marcó un punto de referencia en la larga etapa de opresión a que fueron sometidos los esclavos sacados violentamente de sus tribus en diversos lugares de África.

Esa primera sublevación de los negros gelofes, y una variedad de etnias bantúes, provocó un gran espanto entre las autoridades españolas. Entonces recordaron el sermón que el cuarto domingo de adviento de 1511 pronunció fray Antón de Montesino en defensa de los indígenas.

La resistencia, el cimarronaje y los quilombos en diversos lugares de América fueron inspirados en lo que aquí ocurrió en el lejano 1521.

Contrario a lo que pregonaban los esclavistas, esa asonada fue una elevada demostración de que los esclavos eran seres humanos y que, en consecuencia, estaban dotados de sustancialidad, individualidad y racionalidad. Que también tenían carácter, razón, estado de ánimo y sentimientos. Intrínsecamente tenían los mismos atributos que sus opresores.

Mil años antes de que los esclavos negros reivindicaran aquí sus derechos humanos, sobre  los mismos había reflexionado el famoso filósofo y poeta romano San Severino de Boecio.

Ágrafos como eran, los alzados en Nigua y sus contornos no supieron de las definiciones de Boecio, pero sí sabían que eran seres humanos, y que por su sola condición humana en ellos se subsumía una amplia gama de libertades y facultades.

Las autoridades coloniales elaboraron posteriormente una serie de ordenanzas contra los esclavos negros que se rebelaban, incluyendo azotes, colocación de “argolla de fierro”, cortes de un pie, de un brazo y hasta la horca. También establecieron severas reglas contra los sumisos.

A partir de 1528 se les ordenó a los blancos que no podían hacer ningún tipo de negocio directamente con los negros: “…ni venderles ni comprarles un alfiler.”

Pasados más de 260 años de aquella primigenia rebelión de los esclavos negros seguían los colonialistas creando hibérboles, como el llamado Código Negro Carolino, promulgado en el 1785 por la Real Audiencia de Santo Domingo, el cual formalmente estuvo vigente por sólo 4 años, aunque en realidad no pasó de ser un manojo de papeles mojados que se quiso vender como la conquista que no lo fue.

Por la importancia de aquel acontecimiento con estampa histórica que ocurrió el 26 de diciembre de 1521 siempre será importante explorar nuevas referencias sobre la presencia de los negros traídos en calidad de esclavos, principalmente desde África Occidental y Central.

Dicho lo anterior al margen de la abundante bibliografía que existe sobre el tema. No pocos historiadores y publicistas de antaño y hogaño han tergiversado la realidad de los esclavos negros.

Han pretendido, entre otras muchas cosas, presentarlos como renegados de su pasado. Se trata de una leyenda falsa.

Sus aportes han trascendido los genes, repercutiendo en la música, en la gastronomía, la religión y otros aspectos de su cultura. Los llamados negros bozales, los ladinos y las siguientes generaciones continuaron con esas contribuciones.

El historiador y gran antropólogo estadounidense Melville Herskovits fue uno de los más acuciosos investigadores sobre el fenómeno de la migración forzosa (y el drama anexo) de esclavos africanos a América.

Aunque Herskovits centró sus estudios al caso de los EE.UU., en clave de antropología cultural, eso no impide que en sus ideas se descubran proyecciones aplicables a otros lugares de América, incluyendo el caso de Santo Domingo.

Por ejemplo, la famosa obra de Herskovits, no exenta de polémicas, titulada Myth of the Negro Past, (Mito del pasado negro) permite aplicar parte de su contenido a los esclavos negros en la isla de Santo Domingo, cuando se refiere a la destrucción de los lazos familiares que provocaba en ellos el sistema de vida en las zonas productoras de caña de azúcar.

Tan nocivo para los esclavos negros explotados en las minas y en los ingenios y trapiches de la colonia española de Santo Domingo era el trabajo forzado como la desvinculación (lo que se ha denominado la deculturación) que los esclavizadores trataron de hacer de esa especie de doctrina espiritual que trajeron de su lejana tierra.  

Carlos Esteban Deive, al desmontar con sólidos argumentos una serie de falsedades sobre ese importante segmento de la etnología dominicana, señala en su obra titulada “¿Y tu abuela dónde está?”, lo siguiente: “La historia dominicana concerniente al negro y a la esclavitud está llena de tópicos y aberraciones que se presentan como verdades incontrovertibles.”1

Uno de los mayores impulsores de las muchas mentiras tejidas contra los esclavos negros fue el cura y negociante Antonio Sánchez Valverde quien, al referirse a los denominados esclavos de jornal, en su libro titulado Idea del Valor de la Isla Española, escribió lo siguiente:

“Esta es una especie de Negros que viven sin disciplina ni sujeción; que saca su jornal, la hembra, por lo regular, del mal uso de su cuerpo, y los hombres generalmente del robo. Se ocultan y protegen unos a otros y a los que se escapan de las haciendas.” Decía que romper la esclavitud significaba “un escándalo notorio que debe estorbar la legislación civil y Eclesiástica.”2

Un texto terrible sobre la esclavitud de los negros provino del jefe del sistema de justicia colonial en Santo Domingo, el segoviano Alonso de Suazo, quien en el 1518 le escribió al rey Carlos I esta barbaridad:

“Es en vano el temor de que negros puedan alzarse…Todo está en como son gobernados. Yo hallé cuando vine algunos negros ladrones, otros huidos al monte: Azoté a unos, corté las orejas a otros y ya no hay más quejas.”3

En un escrutinio minucioso de los registros históricos se observan grandes deformaciones sobre ese doloroso drama humano. Contrario a la visión de algunos, la esclavitud no fue un producto de turbiedades individuales. La Corona  de España era el eje central del entramado inhumano de que fueron víctimas los esclavos negros, como antes lo fueron los indígenas.

Todavía se mantiene una fuerte controversia sobre quién gestionó la presencia de los esclavos negros en Santo Domingo.

Muchos de los comentaristas del pasado le atribuyen al encomendero, cronista y filósofo Bartolomé de las Casas la iniciativa de traer esclavos desde África a esta tierra y más allá.

Alejandro Llenas, eminente médico y pensador dominicano, en su ensayo titulado Las Casas y la esclavitud, publicado en junio de 1889, luego de un estudio minucioso de documentos de la época colonial, concluye ese controversial tema así:

“…desde el año de 1500, cuando Las Casas no era más que un adolescente, ya se llevaban esclavos negros a América; y que mucho antes de la época de la intervención que se le atribuye, 1517, ya el tráfico aquel había sido objeto de varias reales órdenes…Aquel corazón tan compasivo para los males de los unos, no podía ser implacable para los males de los otros…”4 

Es pertinente indicar aquí que Bartolomé de las Casas llegó jovencísimo a La Española, en la expedición dirigida en el 1502 por Nicolás de Ovando. Fue encomendero, pero luego desarrolló una “fina inteligencia espiritual.”

El que después fue un sacerdote dominico y primer obispo de Chiapas, en el sur de México, dejó varios escritos en los cuales expresó su arrepentimiento de haber sido parte de los que abogaron por la llegada aquí, y a otros lugares de América, de negros en calidad de esclavos.

La controversia sobre el tema brota en una nota firmada por los  Reyes Católicos, dirigida a Nicolás de Ovando, antes de su expedición armada a La Española del 13 de febrero de 1502, al frente de 32 embarcaciones y 1500 colonizadores: “No se dejarán llevar a América sino esclavos negros nacidos en poder de cristianos.”

Dichos monarcas se referían a la gran cantidad de esclavos africanos que para entonces moraban en Sevilla y otros pueblos andaluces, llevados al sur español producto de negocios realizados con los portugueses, quienes luego de la hazaña marinera del  explorador y navegante luso Vasco da Gama se  apoderaron de una parte considerable del sur de Asia y controlaron una amplia franja de África.

Bibliografía:

1-¿Y tu abuela dónde está? Editora Nacional, 2013.P38.Carlos Esteban Deive.

2-Idea del valor de la Isla Española. Impresora M. Pareja, Barcelona, España, 1971.Pp170, 171. Antonio Sánchez Valverde.

3-Carta del licenciado  Alonso de Suazo al  rey Carlos I, 1518.

4-Ensayos y apuntes diversos. AGN. Vol. XLII. Editora Búho, 2007.P15. Alejandro Llenas.