sábado, 25 de septiembre de 2021

LUPERÓN EN LA RESTAURACIÓN (I)

 

LUPERÓN EN LA RESTAURACIÓN (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La Guerra de la Restauración puede considerarse como la más alta cumbre donde se asentó el patriotismo dominicano.

Frente a la miseria material y la escasez de todo tipo de medios para combatir a fuerzas muy superiores brotó el coraje del pueblo llano para derrotar a los enemigos de la soberanía nacional.

Era el mismo pueblo que más de 100 años después de la hazaña restauradora Fidel Castro definió así: “República Dominicana: país legendario, David del Caribe y veterano de la historia.”

Desde antes de que se formalizara la desgraciada anexión a España muchos patriotas dominicanos comenzaron a prepararse, aquí y en el exterior, para enfrentar ese hecho que eclipsó la libertad.

El martirologio de Sánchez y sus compañeros, a menos de 4 meses de aquel hecho, es la prueba más elocuente de la voluntad indeclinable de los dominicanos de buena voluntad para rechazar aquella grosera intervención extranjera.

Una vez consumado el crimen de lesa patria, con la proclamación el 18 de marzo de 1861 de la anexión de la República Dominicana al reino de España, comenzaron diversas comunidades de diferentes lugares del país a expresar su oposición.

La primera manifestación en contra de aquella barbaridad se produjo en San Francisco de Macorís, el 23 de marzo de 1861, cuando allí se presentaron los ocupantes a tomar posesión de la plaza. Hacía 5 días que se había hecho pública la declaración de entrega de la soberanía nacional.

El segundo acto de rebeldía ocurrió en Moca, al filo de la media noche del jueves 2 de mayo de referido año. Más de 800 patriotas dominicanos encabezados por José Contreras y Cayetano Germosén (fusilados por Santana 18 días después junto a otros participantes de esa gesta) asaltaron el cuartel de los anexionistas, arriaron la insignia española e izaron el estandarte tricolor dominicano.

El entonces cónsul inglés en el país Martin J. Hood, en comunicación fechada en Santo Domingo el 20 de mayo de 1861, dirigida a John Russell, jefe de la diplomacia de su país, señalaba, entre otras cosas, que “en Moca…echaron abajo la bandera española y reenarbolaron la bandera dominicana…El 10 de corriente el general Santana dejó esta ciudad para ir a Santiago acompañado de un cuerpo de lanceros españoles, lo que revela la gran importancia atribuida a los recientes sucesos en Moca.”1

Así se fueron tejiendo los eslabones que formaron la cadena de combatientes que devolvieron al pueblo dominicano la libertad que Duarte encarnó 17 años antes, cuando fue proclamada, en su ausencia forzosa, la Independencia Nacional.

Al analizar los hechos concernidos a la Guerra de la Restauración se comprueba que esa formidable gesta del pueblo dominicano tuvo dos componentes claves: la parte militar y el elemento político. Sin desdeñar otros aspectos, que también los tuvo.

En la crónica anterior abordé la figura de Gregorio Luperón antes de la Guerra de Restauración. Sus primeros 20 años fueron esencialmente de formación autodidacta en diferentes facetas de su vibrante vida. Eso le sirvió de zapata resistente para con el paso del tiempo convertirse en uno de los hombres fundamentales del país.

Sobresalió en el manejo de armas, tanto de fuego como blanca. Fue un excelente conductor de hombres en guerra, guiando regimientos de infantería de línea y también empleando tácticas de caballería ligera con escuadrones que se hicieron célebres en el transcurso de las confrontaciones con los anexionistas.

Pocos, sólo por ruindad, han negado que en la guerra restauradora Luperón fue un experto en la elaboración y puesta en práctica de muy variados métodos marciales  que resultaron ser eficaces para el triunfo de la causa nacional.

En la política fue astuto, desplegando entre sus contemporáneos unos modos y unas habilidades que le permitieron encabezar las fuerzas liberales que se disputaban la hegemonía con los conservadores. Mantuvo siempre una postura invariable en materia de patriotismo.

Al hacer acto de presencia  en ese escenario que llenó de gloria la historia nacional Gregorio Luperón, con su enérgico carácter, participó con altos perfiles protagónicos, y con interés apasionante, en los enfrentamientos armados así como en las turbulencias de la actividad política.

Es importante señalar que a pesar de ser entonces un joven veinteañero Gregorio Luperón ya tenía un halo de gloria y que sobresalió como jefe de armas en el fragor de una guerra en contra de una potencia de ocupación que pretendía doblegar el espíritu del pueblo.

El reino de España creía que su presencia de nuevo en esta tierra sería un paseo militar, pues también contaba con la ayuda de malos criollos que utilizaban el negacionismo como parapeto para no reconocer la verdad de que los dominicanos jamás permitirían de manera pasiva que su soberanía desapareciera.

La realidad fue bien distinta. Los  guerreros restauradores, con Luperón como uno de sus más prominentes jefes, vencieron todas las artimañas de los 4 capitanes generales que tuvo la anexión: Pedro Santana Familias, Felipe Ribero Lemoine, Carlos de Vargas Cerveto y José de la Gándara Navarro.

Se cifra en más de 20 mil los españoles muertos o heridos. Es válido decir en ese aspecto que la fiebre amarilla ayudó mucho a la causa de liberación del pueblo dominicano.

En su estudio sobre la composición social dominicana Juan Bosch reflexionó con una mezcla de criterios sociológicos e históricos sobre las características de esa lucha patriótica en la cual Luperón rápidamente se convirtió en un titán.

Así lo escribió el político, cuentista y ensayista Bosch Gaviño: “La Revolución Restauradora fue, en verdad, la heredera legítima de los trinitarios. Si alguien encarnaba en el país las mejores ideas de la época, eran los jefes restauradores; y además, eran los que se habían sacrificado por la patria…”2

En esta entrega reseño algunos de los hechos bélicos con categoría histórica en los que participó Gregorio Luperón desde antes de que sonara en todo el territorio dominicano el grito de Capotillo.

El estudio de la historia militar de la Guerra de Restauración permite resaltar que Luperón pronto estuvo colocado en la cúspide de su dirigencia armada. Más tarde, por motivos variopinto, entró de lleno en la fase política de aquella época.

A poco tiempo de comenzar la dicha ocupación, cuando desembarcaron en tierra dominicana los primeros contingentes de tropas del batallón Valladolid, Luperón fue objeto de una tenaz persecución.

Se refugió, disfrazado de curandero, utilizando el sobrenombre de Eugenio el Médico, en distintos parajes de la Línea Noroeste, para allí continuar su labor de reclutamiento de combatientes.

Participó en el tercer levantamiento armado que contra la anexión tuvo lugar en el país en febrero de 1863.

Esa malograda proeza, encabezada por los generales Santiago Rodríguez, Pedro Antonio Pimentel y José Cabrera, ocurrió el día 22 del referido mes en el pueblo de Sabaneta, hoy capital de la provincia Santiago Rodríguez.  

Ese mes de febrero se abrió con la sublevación que el día 3 dirigió en Neiba el general Cayetano Velásquez. El 17 se produjo el alzamiento de Guayubín, teniendo al frente al general Juan Antonio Polanco y a los corones Benito Monción, Lucas de Peña y Norberto Torres.

En el recuento histórico de la gran gesta de la Restauración se observa que Luperón, con categoría de paladín, aparece siempre enérgico e intransigente en su propósito de recuperar la soberanía dominicana.

Fue uno de los más brillantes jefes militares del pueblo en armas. Participó de manera directa en los principales combates de la guerra restauradora. Sus huellas de proceridad quedaron marcadas para siempre en el Cibao oriental, central y occidental, así como en el este y el sur del país.

Donde quiera que Luperón hizo acto de presencia, en el teatro de la guerra restauradora, demostró poseer cualidades excepciones como líder militar. Siempre desafió con denuedo al enemigo; enfrentó con valentía y aplomo cualquier adversidad y dejó para la posteridad su impronta de contendiente bizarro.

Bibliografía:

1-Correspondencia consular inglesa sobre la anexión de Santo Domingo a España.AGN. Editora Búho 2012.P78.Roberto Marte.

2-Composición social dominicana. Impresora Soto Castillo, 2013.P268. Juan Bosch.

sábado, 18 de septiembre de 2021

LUPERÓN ANTES DE LA RESTAURACIÓN

 

LUPERÓN ANTES DE LA RESTAURACIÓN

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La parábola vital del prócer Gregorio Luperón  fue el resultado de la unión de la laboriosa Nicolasa Luperón (Duperron) y del comerciante Pedro Castellanos, quien le negó su filiación paterna.

Nació el cálido domingo 8 de septiembre del 1839 en la ciudad de Puerto Plata. Su muerte se produjo el viernes 21 de mayo de 1897, en esa misma ciudad. Vivió, en consecuencia, 57 años, 8 meses y 13 días. En su niñez y adolescencia era más conocido por el alias de Goyito.

En ese espacio de tiempo (definido como “una encrucijada histórico-social”) ocurrieron acontecimientos importantes en la individualidad de Luperón y también hechos extraordinarios  en la colectividad dominicana.

A golpes de acciones heroicas se convirtió en uno de los más formidables ejemplos de superación personal de su época, con proyección hasta la actualidad.

Su vida estuvo marcada por un itinerario preñado de sucesos trascendentales que hicieron de él una figura cimera en la historia nacional.

Vino al mundo dotado de condiciones fuera de lo común, tal y como pudo demostrar a lo largo de su existencia muy movida.

Su origen más que humilde no fue retranca para que venciera los obstáculos que abundaban en la sociedad dominicana de su época.

En sus notas autobiográficas hay descripciones impresionantes sobre la escasez de recursos que padeció junto a su familia monoparental.

En efecto, el gran prócer restaurador narró que siendo niño tuvo que trabajar duro para contribuir al sustento familiar. Pescaba de noche, hacía pan de madrugada y antes de salir los primeros rayos del sol ya estaba en las calles de su pueblo natal “vendiendo frutas en el mercado, dulces en los cuarteles y agua en un burro el resto del día.”1

Lo anterior significa que las calles puertoplateñas, con todos sus peligros y desventajas para un niño, más allá de cualquier análisis sociológico, fueron su primera escuela. Coplas de antaño recogieron su pregón al mercadear como buhonero frutas tropicales y una bandeja repleta de piñonates.

Pasó casi de manera fugaz por las aulas de una pequeña escuela que tenía instalada en Puerto Plata un educador inglés. De aquel aprendizaje escribió después su primer biógrafo, el poeta y patriota Manuel Rodríguez Objío, que se trató de: “…algunas ligerísimas  indicaciones para aprender a leer, escribir y contar, tan imperfectamente como debe presumirse.”2

 

Antes de convertirse en el formidable líder militar y político que fue pudo controlar muchos instintos anexos a la mocedad. Lo logró a base de disciplina personal y profundas cavilaciones en la floresta de la cordillera septentrional, en el área de Jamao.

Muchos de sus contemporáneos con inquietudes políticas o vocación por las armas actuaban sólo con la fuerza propia de esos toros de lidia que llaman morlacos, pero en Luperón primaba más el estudio minucioso de los pasos que daba.

Ese puertoplateño nacido en cuna humilde llegó a ser un gran jefe militar y un caracterizado político que pensaba sus acciones, como lo haría un consumado estratega que analiza los pros y los contras de cada movimiento táctico.

Accionaba de esa manera en virtud de su viva inteligencia (esa misma facultad mental que magistralmente ha analizado en nuestro tiempo Howard Gardner, el eminente académico de la Universidad de Harvard); por su disciplina y, además, por su formación buscada por él al margen de tutores o profesores. Dicho sea que en realidad fue autodidacta.

Luperón surgió a la palestra pública con una clara valoración de la importancia de la libertad y de la soberanía. Su aprendizaje en la biblioteca del señor Pedro Eduardo Dubocq, a partir de los 12 años de edad, le permitió afincar en su pensamiento criterios sólidos que sobrepasaban las simples nociones del deber patrio.

Sus energías interiores, que no eran pocas, encontraron en las páginas de los libros que allí leyó con avidez el camino que lo condujo en pocos años a ser un guerrero y político con disciplina, formación, destreza y don de mando.

Uno de los libros que más hondo caló en el pensamiento del jovencísimo Luperón fue la colección de biografías de decenas de famosos personajes griegos y romanos que el filósofo e historiador griego Plutarco agrupó en su obra siempre vigente titulada Vidas paralelas.

El referido hacendado maderero de origen francés, llegado aquí desde Guadalupe, la Mariposa del sur del mar Caribe, observó que Gregorio Luperón, entonces con solo catorce años de edad, tenía condiciones tan extraordinarias que decidió nombrarlo capataz de su negocio de corte de caoba en Jamao.

Hay que hacer destacar que particularmente para esa época era muy difícil que un hombre rico decidiera poner en parte los destinos de su fortuna en un imberbe que no era su pariente y que provenía de un hogar carenciado. Por demás sin ningún vínculo con las élites de la zona.

La perspicacia del señor Dubocq, afincado en esa área del Atlántico dominicano,  le permitió comprender que Luperón era un ser fuera de serie llamado traspasar los linderos de una vida rural rutinaria.

Le facilitó inicialmente los medios para que fuera desarrollando su potencial humano, lo cual le permitió lograr el insospechado éxito que en unos pocos años tendría.

Mientras Luperón ejercía niveles de jefatura con la peonada que cortaba árboles en la serranía de Jamao y sus colindancias comenzó en la ciudad de Santiago de los Caballeros, contra el segundo gobierno de Buenaventura Báez, la revolución del 7 de julio 1857, encabezada entre otros por José Desiderio Valverde y Benigno Filomeno de Rojas.

Cuando se produjo la referida sublevación, el que luego sería adalid de la Restauración tenía apenas 18 años de edad. Ese acontecimiento lo precipitó a participar por primera vez  en la vida pública del país.

En la cronología de su vida está que a esa edad fue designado por los alzados en armas como Comandante Auxiliar del Puesto Cantonal de Rincón.

Desde esa posición Luperón participó en los hechos que provocaron casi un año después, el 12 de junio del 1858, la salida forzosa del poder de Báez. Muchos pensaron entonces que el país se enrumbaría por caminos de paz, libertad y prosperidad, pero la realidad fue otra.

El resultado final de aquello, por la atomización de los cabecillas de la mencionada revolución, fue la fatal toma del poder por quien poco tiempo después se convirtió en el parricida de la República Dominicana. Ese fue el general Pedro Santana Familias, el jefe de los anexionistas criollos.

Al concluir por su propia voluntad sus vínculos laborales en Jamao con los señores Dubocq y Ginebra, Luperón abrió un negocio propio para vender mercancías nacionales y extranjeras en un cruce de caminos de la zona, específicamente en el pueblo de Sabaneta de Yásica, situado entre las estribaciones del lado norte de la cordillera septentrional y el océano Atlántico.

El 18 de marzo de 1861, cuando llevaba 3 años ejerciendo el comercio de manera independiente, ocurrió en el país un trágico hecho que definiría el rumbo definitivo hacia la proceridad de Gregorio Luperón.

Ese fatídico día la nación fue anexada a España. La soberanía se eclipsó, pero de ahí surgiría la llamarada de luz que permitió que el mundo mirara con respeto y admiración al pueblo dominicano.

A pesar de su juventud ya el nombre de Gregorio Luperón resonaba en los pueblos costeros situados desde Río San Juan hasta la Bahía de la Isabela, así como en las comarcas cercanas emplazadas tierra adentro.

Tan evidente era que los pobladores de esa región tenían conocimiento de las condiciones que adornaban al joven Gregorio Luperón que dos prestantes ciudadanos lo urgieron, mediante carta del 25 de marzo de 1861, para que retornara a Puerto Plata a fin de desafiar la afrenta de la anexión.

Así le escribieron: “Al fin se ha quitado la máscara el general Santana, y verifica la traición de entregar la República a la Monarquía española. Puerto Plata se opone y resistirá hasta la muerte. Tú haces falta en tu pueblo; jamás habíamos visto este pueblo más decidido por la defensa de su independencia.”3

Tres días después de leer esa impactante invitación, y luego de vadear cañadas crecidas, evitar tramos pantanosos y caminar fatigosamente por trillos y atajos intransitables por árboles caídos (una de las usuales tormentas tropicales había afectado días antes esa parte del país) llegó a la ciudad de Puerto Plata para iniciar un largo camino lleno de abrojos. Venció todos los obstáculos y se convirtió en uno de los dominicanos más ilustres de todos los tiempos.

Gregorio Luperón quedó conmovido al ver la bandera del reino de España izada en el lugar donde antes estaba la dominicana, la cual había sido lanzada  con soberbia e irrespeto por los anexionistas en quién sabe qué rincón, como si de un trapo sucio se tratara.

En la fría mañana del 28 de marzo de 1861 ese paladín de la libertad juró luchar hasta la muerte para devolver la soberanía al pueblo dominicano.

En ese momento de tribulación, con la profanación de que era víctima el sagrado lienzo tricolor que define la dominicanidad, bien pudo Luperón haber pensado algo similar a lo que en el 1911 escribió el poeta seibano Emilio A. Morel:

“El sacro pabellón dominicano/es la condensación del patriotismo, /y no puede morir porque en sí mismo/lleva el alma de un pueblo soberano.”4

Fue tal su determinación que en no mucho tiempo ya no sería conocido por Goyito, sino como El General de la Restauración.

Para una persona como Luperón la pérdida de la libertad era una afrenta inaceptable, que merecía una respuesta vigorosa de todos los dominicanos de buena voluntad. A recuperar la soberanía nacional se dedicó desde entonces.

Una de las primeras expresiones públicas que demostró el talante de valiente combatiente de Luperón fue cuando hizo lo que correspondía con un español anexionista que con arrogancia lanzó en su presencia improperios contra los dominicanos.

Fue apresado por el hecho de dejar bien aleccionado al forastero aludido. Pronto se fugó de la cárcel y emprendió por primera vez el camino del exilio.

En poco tiempo, sin importar riesgos, volvió a la patria mancillada. Entró por Monte Cristi, dando inicio así a una épica jornada de lucha restauradora que no terminaría hasta lograr, junto a  miles de otros intrépidos patriotas dominicanos, la derrota de los anexionistas españoles y criollos.

Lo precedente sirvió de argamasa para crear uno de los personajes más impactantes de la historia dominicana.

Otras glosas más extensas constituyen el acervo probatorio de las condiciones excepcionales con las cuales se presentó al palenque de la vida pública dominicana  la esplendente personalidad de Gregorio Luperón.

Bibliografía:

1-Notas autobiográficas y apuntes históricos. Editora Santo Domingo, 1974.Tomo I.P89. Gregorio Luperón.

2-Gregorio Luperón e historia de la Restauración. Editorial El Diario, 1939.Tomo I.P27. Manuel Rodríguez Objío.

3- Carta a Luperón. Puerto Plata, 25-marzo-1861.Federico Sheffemberg y Baldomero Regalado.

4- 16 de Agosto. Cancionero de la Restauración. Editora del Caribe,1963.P 156.Fabio A. Mota y Emilio Rodríguez Demorizi.

 

 

 

BATALLÓN DE HIGÜEY (y II)

 

BATALLÓN DE HIGÜEY (y II)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

                                      Después de la Independencia

El Batallón de Higüey puso en práctica diferentes estilos de combate, al socaire de lo que conviniera a los intereses del pueblo dominicano en cada ocasión. Ello se desprende al analizar los resultados de su accionar en el terreno bélico.

Realizó múltiples jornadas épicas durante los 11 años que el pueblo dominicano tuvo que luchar contra invasores haitianos que luego de proclamarse la independencia nacional, el 27 de febrero de 1844, pretendían eliminar la naciente República Dominicana.

Esa organización de aguerridos combatientes era sui géneris. Dependiendo de las circunstancias se desdoblaba en escuadradas, escuadrones o pelotones, pero en todo momento manteniendo su nombre original en cualquier lugar. Así fue en los enfrentamientos contra haitianos, y también frente a españoles, franceses, ingleses y antipatriotas criollos.

Siempre le correspondió luchar en guerras de invasión, adaptándose con una asombrosa rapidez a terrenos de batallas tan diferentes como Sabana Larga, en Dajabón; Jácuba, en Puerto Plata o en diversos puntos de la sabana de Guabatico y áreas adyacentes.

El Batallón de Higüey se fue consolidando con el paso del tiempo en su objetivo de defender la soberanía dominicana. A sus integrantes no les importaba que en el teatro de operaciones tuvieran que actuar como frente o como retaguardia.

Así también, tal vez sin ninguno de ellos haber leído ni una cartilla de tácticas militares, sabían cómo combatir cuando eran encuentros de frente y lo hacían diferente cuando, en clave de guerrillas, tenían que tirarse al monte para atacar de manera sigilosa al enemigo.

En la batalla del 19 de marzo de 1844, en Azua de Compostela, acompañando al general Antonio Duvergé, estuvieron presentes los higüeyanos, quienes con su vozarrón colectivo como santo y seña decían, antes de cada acometida al enemigo, ¡Batallón de Higüey!

A la batalla del 6 de diciembre de 1844, para recuperar el estratégico cerro de Cachimán, en la periferia del río Artibonito, los miembros de esa unidad bélica llegaron con su merecida fama de bravura y su gran habilidad en el uso del arma blanca.

Los jefes militares haitianos himplaban como panteras, tanto en Cachimán como en otros lugares, pero comoquiera se impusieron los fusiles y los machetes de los dominicanos.

El 17 de junio de 1845 miembros destacados de ese cuerpo armado también combatieron en la zona de amortiguamiento del lomerío que circunda el área de Cachimán. Con ellos estaba el bravo coronel Elías Piña, quien luego murió por heridas recibidas en combates en los zarzales cercanos al poblado de Bánica. Así también pelearon fieramente allí muchos otros héroes del glorioso pasado dominicano.

La infantería y la sencilla artillería del Batallón de Higüey llenaron en los hechos páginas de gloria en el proceso de consolidación de la soberanía dominicana.

Una prueba más de lo anterior se verifica con su presencia en los intensos combates librados en septiembre de 1845 en el llamado “sur profundo”, específicamente en lugares como Las Matas de Farfán, Los Jobos, Estrelleta, Matayaya, Sabana Mula, Las Cañitas y otros parajes y poblados vecinos, donde fueron derrotados los generales extranjeros Morisset, Toussaint y Telémaque juntos con miles de soldados bajo sus órdenes.

Así lo describe José Gabriel García, considerado como padre de la historiografía dominicana: “…reservándose el general Puello el mando de la retaguardia, que formó con el Batallón de Higüey y dos piezas de artillería, mandadas por los sargentos Juan Andrés Gatón e Hilario Sánchez…se generalizó el combate…durante dos horas consecutivas, al cabo de las cuales principió a perder terreno el haitiano…”1

La bizarra actuación de Cleto Villavicencio, sobresaliente componente de dicha unidad de combate, ha sido resaltada por algunos cronistas que han desmenuzado los hechos ocurridos en la batalla de Las Carreras, desarrollada el 21 de abril de 1849 en el poblado de ese nombre (situado entre Ocoa, Baní y Azua), el cual figura en la topocetea del país como uno de los más importantes lugares históricos.    

El Batallón de Higüey, con el acicate de su valiente abanderado León Concepción, (quien sin miedo a la muerte penetraba a las filas enemigas con el lienzo tricolor en alto) sirvió de gran auxilio al general José María Cabral, en la célebre Batalla de Santomé, librada el 22 de diciembre de 1855, al oeste de la ciudad de San Juan de la Maguana.

Es pertinente decir, para poner en mejor perspectiva lo que allí ocurrió, (juicio con el que estoy de acuerdo) que esa batalla fue definida por el acucioso historiador César A. Herrera Cabral como la acción “… donde Cabral rubricó definitivamente la Independencia Nacional. Bajo el filo de los machetes vengadores, el ejército haitiano se desbandó impotente.”2

                                      En la Restauración

La Restauración fue una guerra de carácter popular, en la cual los patriotas que luchaban por revertir la anexión eran campesinos, trabajadores, artesanos, comerciantes y pequeños burgueses.

El Batallón de Higüey, que al calor de los combates llegó a especializarse en tácticas de guerrilla, no se andaba “con poesía” a la hora de entablar combate con el enemigo.

Sus miembros se caracterizaban por la determinación de siempre ganar, como se impone en el arte de la guerra, tal y como enseñan muchos manuales militares desde el gran estratega Sun Tzu hasta el gran teórico de la ciencia militar moderna  el sabio prusiano Carl von Clausewitz, para sólo citar dos autores eminentes.

Tal vez a esos combatientes criollos les cabría aquella impactante frase del cuento semi-teatral de José Ramón López titulado De la Restauración, cuyo escenario lo sitúa su autor montecristeño en Puerto Plata, 3 años antes de él nacer:

“¡Poeta…Don Gonzalo! Aquí somos guerreros o comerciantes. Para la poesía, la Naturaleza.”

El Batallón de Higüey estuvo disponible desde la primera hora para enfrentar con las armas la execrable anexión del país al reino de España. Eso se comprueba de una y mil maneras. Y no sólo por el protagónico papel de su jefe de avanzada, el coronel Dionisio Troncoso.

Por ejemplo, cuando ya era más que evidente que los anexionistas tenían sazonado el plato de la traición para entregar el país a la susodicha potencia colonial, patriotas dominicanos exiliados en Curazao le enviaron al patricio Francisco del Rosario Sánchez una reveladora misiva.

Dicha comunicación estaba fechada el 6 de febrero de 1861.Fue enviada a Haití, donde estaba el mártir Sánchez ultimando los detalles de una expedición armada para impedir que se consumara la entrega de la patria de Duarte a la referida potencia colonial ibérica.

 Comprobado quedó, por los hechos siempre tozudos, que no era tal el apoyo ofrecido a los héroes dominicanos por el presidente Fabre Geffrard. En poco tiempo ese gobernante haitiano, que todavía algunos confundidos creen que fue solidario con la República Dominicana, abandonó el compromiso que había asumido y en parte fue responsable de la hecatombe que tuvo a Sánchez como su víctima más prominente.

En la aludida comunicación, firmada por figuras tan conocida en las páginas amarillas de la historia dominicana como José María Cabral, Pedro Alejandrino Pina, Manuel María Gautier, Franco Saviñón, Valentín Ramírez y otros le informan a Sánchez la disponibilidad que para la lucha contra el proyecto anexionista tenía el “comandante Manuel de Luna en Higüey.”3

En esa misma carta hacen saber que han constatado al general Contreras para que, por su conocida capacidad de organizador militar, pudiera “utilizar sus influencias desde el Ozama hasta Higüey.” En ese caso fallaron en sus propósitos.

En ese Juan Contreras pesó más sus vínculos de subordinación ciega a Santana que su deber patriótico. Aunque sin mucho entusiasmo se inclinó por la anexión, fatídica decisión que le costó la vida y colocó una gruesa e indeleble mancha en su memoria.

Nadie mejor que el historiador y narrador Sócrates Nolasco para describir el drama de Contreras: “Luchó a regañadientes por causa que no creía la mejor, hasta caer en Maluco abatido por Olegario Tenares, que entró  en la Guerra de Restauración con ímpetu de huracán y, quizás, con similar discernimiento al que un huracán…”4 

Era tal la confianza, bien correspondida, que se tenía sobre el Batallón de Higüey, para causas patrióticas, que 16 días después de la misiva citada más arriba los indicados ciudadanos, en clara referencia a esa aguerrida unidad de combate, le enviaron otra al mismo Sánchez sugiriéndole la posibilidad de que ellos salieran de Curazao en una “expedición que deba movilizar a Higüey y Samaná, siquiera para llamar la atención de Santana.”

Más adelante le indicaban que: “Si no es así y los higüeyanos deben irse de esta isla a hacer el desembarque sería muy importante el vapor, porque ya a estas horas Santana debe tener armada una fuerte escuadrilla.”5

Es pertinente señalar que el mencionado comandante Manuel de Luna fue un miembro distinguido del Batallón de Higüey, quien había combatido con gran gallardía en las luchas libradas durante 11 años para consolidar la independencia nacional, con motivo de los reiterados ataques del invasor haitiano.

Entre los patriotas restauradores que formaban parte del círculo más cercano del patricio Francisco Del Rosario Sánchez, y que cayeron fusilados el 4 de julio de 1861 en San Juan de la Maguana, por órdenes de Santana, estaban los  capitanes del Batallón de Higüey Pedro Zorrilla y Luciano Solís.6

 

En el este

El célebre Batallón de Higüey se vistió una vez más de gloria en los campos y pueblos del oriente del país. Fue parte importante en la derrota que tuvieron los españoles y malos dominicanos que eran sus compinches.

En septiembre de 1863 los anexionistas pensaban que en las praderas, lomas, mogotes y collados del este dominicano iban a derrotar a los restauradores.

Al frente de esos aprestos bélicos estaba Pedro Santana Familias, quien desde el 28 de marzo de 1862 ostentaba sin ningún pudor el título nobiliario español de marqués de Las Carreras, una de las gratificaciones que recibió de parte de la reina Isabel II de España.

No fue un chovinista dominicano, sino el capitán del ejército de ocupación español Ramón González Tablas quien, en su densa y muchas veces parcializada obra titulada La dominación y última guerra de España en Santo Domingo, reseñó sobre el poderío de fuego, el numeroso personal de combate, el gran avituallamiento y en fin el fuerte apoyo logístico que tenían los anexionistas para intentar avasallar a los patriotas dominicanos que provenientes de diferentes lugares del territorio nacional se movían desde la ribera del Río Ozama, a su paso por la ciudad de Santo Domingo, hasta los campos más al oriente de Higüey.

Así lo escribió el antedicho González Tablas: “El martes, 15 de septiembre de 1863, salió de Santo Domingo el general Santana, con una columna compuesta del batallón de cazadores de Bailén, del batallón de San Marcial, parte del de Vitoria, una compañía de ingenieros, dos piezas de montaña, sesenta caballos del escuadrón de cazadores de Santo Domingo y cuatrocientos voluntarios de infantería y caballería de las reservas de San Cristóbal.”7

En los meses siguientes las tropas anexionistas que se desplazaban por diversos puntos de la región oriental recibieron importantes refuerzos, entre ellos el batallón del Rey, el regimiento de La Habana, etc.

Era la parte visible de una frenética  campaña tratando de prolongar la ocupación del territorio dominicano. Muy diferente fue la realidad. Se produjo una debacle para los usurpadores de la soberanía dominicana.

La cartografía bélica de dicha época permite comprobar que hubo constantes movimientos de tropas desde Mojarra hasta el desembarcadero de Gato, en la zona de Higüey; así como desde los sitios llamados el Sillón de la Viuda y Guanuma hasta Los Yagrumos, pasando por Pulgarín, Manchado y El Jovero.

No valieron las maniobras directas o indirectas de altos oficiales anexionistas,  como Carlos de Vargas Cerveto, La Gándara, Santana (marqués de Las Carreras), Deogracias Hevia, Juan Suero, Báez (mariscal de campo del ejército español), Antonio Abad Alfau, José María Pérez, Mariano Goicoechea, Ramón Fajardo y otros.

A esos jerarcas militares anexionistas les resultó fallida la consigna que predicaban a sus soldados para que en los combates contra los restauradores fueran exactos “como en un ejercicio doctrinal.”

Cerrando esta serie de dos entregas es válido decir que en la región oriental, y en todos los escenarios de guerra del país, el resultado final de la Guerra de Restauración fue el triunfo resonante del pueblo dominicano.

La restauración de la independencia dominicana fue una de las más altas demostraciones del coraje del pueblo dominicano. Allí donde fuere que la pólvora se vistiera de gloria restauradora estaba el Batallón de Higüey.

Bibliografía:                                                        

1-Obras completas.Vol. I.Tomos I y II. Editora Amigo del Hogar, 2016.P490.José Gabriel García.

2-Divulgaciones históricas. Editora Taller,1989.P118. César A. Herrera Cabral.

3-Carta a Sánchez. Curazao, 6-febrero-1861.Franco Saviñón, J.M. Cabral, P.A. Pina, Valentín Ramírez. J.M. González, M.M. Gautier.

4- Dos Juan Contreras. Obras completas.2-Ensayos Históricos. Editora Corripio,1994.P283.Sócrates Nolasco.

5-Acerca de Francisco del R. Sánchez. Editora Taller, 1976.P101. Emilio Rodríguez Demorizi.

6-La hecatombe de San Juan o los mártires del 4 de julio de 1861.Editado por el AGN, 2013. Manuel de Jesús Rodríguez.

7-La dominación y última guerra de España en Santo Domingo. Editora de Santo Domingo, 1974.P176. Ramón González Tablas.

viernes, 3 de septiembre de 2021

BATALLÓN DE HIGÜEY (I)

 

BATALLÓN DE HIGÜEY (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El Batallón de Higüey fue un célebre grupo de aguerridos combatientes de las gloriosas luchas armadas que tuvo que librar el pueblo dominicano, desde antes de tener conciencia en sí del concepto de la nacionalidad, hasta concluir con la derrota de los anexionistas españoles y criollos.

Ese histórico cuerpo armado, como tal, no participó en las luchas internas, con marcado acento fratricida, llevadas a cabo posterior a la salida del territorio dominicano, el 15 de julio de 1865, de los susodichos anexionistas.

No hay constancia documental de que el Batallón de Higüey tuviera presencia institucional en los cruentos enfrentamientos entre rojos y azules, bolos y coludos, conservadores y liberales de diversos pelajes, así como entre individualidades dominantes en los años que siguieron al nacimiento de la Segunda República.

Lo que sí merecen resaltarse siempre son sus laureles de victoria, así como los hechos intrépidos de no pocos de sus más sobresalientes miembros.

Por ejemplo, los ecos de antaño todavía recogen los vivas que (referidos en un parte de guerra por el mismo victorioso general José Joaquín Puello) recibió “el sargento primero Florencio Soler, abanderado del Batallón de Higüey” cuando se apoyó en el asta de la bandera dominicana y de un solo machetazo dividió en dos el cuerpo de un oficial invasor haitiano, provocando el pavor entre los extranjeros.

Ese hecho singular se produjo el 17 de septiembre de 1845, en el fragor de la Batalla de La Estrelleta, llevada a cabo en los cerros que protegen la zona que va desde Las Matas de Farfán hasta Bánica y lugares contiguos, en un momento crucial de la fiera lucha que allí se desarrollaba entre patriotas dominicanos e intrusos del país fronterizo.

Sobre el Batallón de Higüey escribió el consumado historiador Vetilio Alfau Durán, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “… en los días de la Reconquista de la Independencia y de la Restauración de la República, se distinguieron como bravos en los campos de batalla por sus heroicas acometidas al machete, dando origen a la fama de que disfrutó en época gloriosa el legendario Batallón de Higüey.”1

Pienso que hay que situar más atrás en el tiempo el embrión de donde surgió rugiente la que sería desde finales del siglo XVII una formidable formación armada, integrada por una incansable infantería de línea y una modesta artillería de batalla que la historia, aunque con gran mengua informativa, conoce como el Batallón de Higüey.

A falta de informaciones precisas, y de conformidad con el argumentario de los hechos pasados con sustancia histórica del país, hay que convenir que el legendario Batallón de Higüey (formado desde el principio por higüeyanos y moradores de otros pueblos cercanos) comenzó su germinación al participar de manera decisiva en la batalla de Limonade, el 21 de enero de 1691.

Ese encuentro bélico fue su bautismo de fuego, aunque todavía no se había creado el nombre que luego le dio fama a la marcialidad de los combatientes del levante dominicano.

Los principales contendientes de la batalla de Limonade, (entonces un descampado cercano a la ciudad de Cabo Haitiano) escogidos por los jefes coloniales españoles Francisco  de Segura y Pedro Miniel, fueron los lanceros higüeyanos y seybanos que formaron  el referido cuerpo de combate. Creo que esa acción de armas es la reminiscencia más lejana de lo que luego sería el mencionado Batallón de Higüey.

Lo cierto es que por el papel que tuvieron desde los cerros de Duclée en la mañana del referido 21 de enero de 1691, que dio como resultado la muerte del gobernador francés Tarín de Cuzzy y de decenas de oficiales y soldados franceses, los lanceros que llegaron allí desde Higüey dijeron y repitieron que su triunfo había sido por las invocaciones de protección que habían hecho a la virgen de Altagracia.

Esa vinculación surge principalmente por relatos orales, que en este caso más bien forman parte de vivencias del folclore, y si se quiere también de la religiosidad popular en torno a la virgen de Altagracia en la historia dominicana, desde que su trono se estableció en Higüey con la leyenda de los hermanos extremeños Alonso y AntonioTrejo, conocidos moradores de allí.

Isidoro Rodríguez Lorenzo, que fue Arzobispo de Santo Domingo desde el 14 de diciembre de 1767 hasta el 12 de septiembre de 1788, al acercarse el centenario de aquel hecho marcial en la zona de Guarico (que en los tiempos precolombinos era el principal poblado del Cacicazgo  Marién, y asiento de la autoridad del cacique Guacanagarix) le dio un gran impulso a la idea de que se instaurara cada 21 de enero como la principal fiesta altagraciana del país.

El referido prelado ató con la virgen de Altagracia la acción militar que puede considerarse como el más remoto antecedente de la presencia en la historia criolla del Batallón de Higüey.

Así lo escribió: “El triunfo de La Limonade se le atribuye a la intercesión de la Altagracia, a quien se le hizo el voto de celebrarle una gran fiesta, si los criollos regresaban sanos y salvos…”2

Fray Cipriano de Utrera, al referirse al papel desempeñado por higüeyanos y seibanos en la referida batalla, (entonces denominados “criollos españoles”) dijo que el uso que dieron a las armas, especialmente “al espantable y terrible machete en combinación con las demás armas” fue el factor clave para la derrota de los franceses.”

El Batallón de Higüey intervino en los combates de la Reconquista, encabezada por Juan Sánchez Ramírez, la cual culminó con la derrota de las tropas de ocupación francesas, cuando el general Ferrand fue abatido, el 7 de noviembre de 1808, en la batalla de Palo Hincado, en las afueras de la ciudad de El Seybo. El sustituto de Ferrand, el general Joseph-David Barquier, junto a sus subalternos, militares y civiles, abandonaron el país el 9 de julio de 1809, poniendo fin a la llamada Era de Francia en Santo Domingo.

Consta en el recuento histórico de ese proceso llamado de la Reconquista que, como parte del activismo  que fue creando las condiciones para la consolidación de la referida unidad armada, le fue concedida a Sánchez Ramírez una presencia domiciliaria en Higüey.

“El 4 de junio de 1806, el Comandante militar de Higüey, José Aniceto Guerrero, hizo en Higüey una escritura de poder para causas universales en favor de don Juan Sánchez Ramírez.”Así de claro está en la cronología de los principales hechos que figuran en el abultado legajo del proceso que culminó con la derrota de los franceses.

En el altozano de Palo Hincado y sus colindancias brilló ese cuerpo armado, tal y como lo hace constar el mismo caudillo cotuisano Sánchez Ramírez, en su Diario de la Reconquista, haciendo mención de higüeyanos de gran prestancia como Manuel Carbajal y otros.

Fray Cipriano de Utrera, en sus prolíficas notas sobre la lucha armada que causó la derrota de los franceses, haciendo obvia referencia al proceso formativo del Batallón de Higüey, menciona que José Villavicencio era para el 1805 el presidente de lo que entonces se denominaba Consejo de Notables de esa comarca del este dominicano.

Señala el famoso franciscano capuchino, además, que habiendo sido designado Villavicencio como comandante militar en su pueblo natal, en representación de la autoridad francesa, el 28 de julio del 1807, al año siguiente se inclinó en favor de

 la lucha llamada de la Reconquista, accionando en el cuerpo armado que ya era conocido con el  nombre con el cual pasó a la historia.3

Es pertinente decir, porque así ha quedado en la historia oral, que la mayoría de los integrantes del Batallón de Higüey lucharon por zafar al pueblo dominicano del yugo francés, pero no sabían de los propósitos de Juan Sánchez Ramírez de convertir esa lucha en un regalo para España, manteniendo en calidad de colonia al país.

Semanas antes de la debacle de los franceses se le dio acogida en la ciudad más oriental del país al activo conspirador Antonio Rendón Sarmiento, a quien aquellos perseguían a muerte.

Bajo la protección de Manuel Carbajal fue escondido el citado Rendón Sarmiento en el fundo campestre de Valentín Villavicencio. Para su mayor seguridad el 9 de octubre de 1808 lo trasladaron al Macao, donde parlamentó con Sánchez Ramírez, ultimando allí las tácticas que cuajaron poco después con el triunfo aplastante de los criollos.

Una de las más resonantes hazañas bélicas, poco antes de la victoria del proceso de la Reconquista, la hizo el Batallón de Higüey, con su comandante Manuel Carbajal al frente, cuando apresó en la villa blasonada de Salvaleón de Higüey al coronel Manuel de Peralta,  natural de Granada, en el sur de España, pero al servicio de los ocupantes franceses. El granadino había llegado a esa población dominicana con su numerosa escolta, cumpliendo un mandato militar del gobernador Ferrand, tratando de neutralizar a los higüeyanos.

A ese cuerpo armado dedicado a la guerra era que se refería Juan Sánchez Ramírez cuando anotó en su Diario, en víspera de la Batalla de Palo Hincado, lo siguiente:

“…por la tarde llegué a Higüey, empleando allí toda la noche en reunir paisanos, formar compañías y dar las disposiciones convenientes…”4

La historia registra que entre los miembros más destacados del Batallón de Higüey  estuvieron, en diferentes etapas de la existencia del mismo, Remigio del Castillo, Tomás Guerrero, los parientes Juan, Rufino, José, Damián, Ramón y Cleto Villavicencio; Manuel y Miguel Durán, Felimón Lappot,  Federico Robles, Juan de la Rosa Arache, Bartolo y Manuel Sánchez, Andrés de Jesús, Eduardo Pión, Rafael Garrido, Baltazar Belén, Bartolo Sánchez, Gregorio de Peña, León Concepción, Beltrán Verón; los hermanos Anastacio y Rumaldo  Cedeño, Juan Liberato Arache, Pío Monegro, León Güílamo, Tomás Guerrero, Florencio Soler, Nicolás de Soto, Modesto Cedeño, José Aniceto Guerrero, Bernardo Montás, Vicente Palacio, Juan Bautista Padua, Miguel Suberví,  Antonio de Aza, Fausto Castillo, Celedonio y Abad Cedano, Alejandro Chevalier, Jacinto Gatón, Felipe Donastorg; los parientes Juan, Esteban, Nicolás y Cornelio Rijo, Dionisio Troncoso y muchos otros.

Bibliografía:

1-Por la verdad histórica. Editora Búho, 2015.P357 (póstuma).Vetilio Alfau Durán.

2-Papeles del arzobispo Isidro Rodríguez Lorenzo.(14-12-1767;12-9-1788.)

3-Papeles de Higüey, 1807 y 1808, citados por fray Cipriano de Utrera.AGN.

4-Diario de la Reconquista. Editora Montalvo, 1957.P46. Juan Sánchez Ramírez.