sábado, 30 de abril de 2022

BATALLAS DE EL NÚMERO Y LAS CARRERAS I

 

BATALLAS DE EL NÚMERO Y LAS CARRERAS I 

TEÓFILO LAPPOT ROBLES  

El Número es un desfiladero situado entre sierras que integran un amplio lateral de la parte sur de la Cordillera Central y la entrada del mar Caribe que forma la Bahía de Ocoa.

Las Carreras es un pueblo que sigue siendo pequeño, ubicado en un trecho de la orilla oriental del río Ocoa, cuando ese cinturón de agua dulce comienza a formar su cuenca baja para desembocar en el cercano mar Caribe, luego de recorrer casi 70 kilómetros de un relieve terrestre montañoso desde que nace en la Loma La Chorriosa, anclada en lo que se conoce en la geografía dominicana como Valle Nuevo.

El Número y Las Carreras fueron escenarios de guerra, hace ahora 173 años, en la gloriosa lucha del pueblo dominicano por apuntalar su independencia que apenas tenía entonces 5 años.

Para poner en contexto los acontecimientos bélicos librados en esos dos lugares es pertinente decir que el 5 de marzo de 1849 el entonces presidente haitiano Faustin Élie Soulouque ordenó una tercera invasión a la República Dominicana.

En la historia de Haití se recoge que en enero del referido año el cónsul inglés en dicho país, Thomas R. Usher, previno a Soulouque para que su gobierno “no emprendiese ninguna campaña contra los dominicanos para evitar los horrores de una guerra de exterminio.”

Jean Price- Mars anota en su más importante obra (La República de Haití y la R.D., tomo II,pp.596,597) que el referido gobernante: “Se hallaba seguro de derrotar al enemigo…Asistido de tal determinación, ninguna amenaza pudo conmoverlo…”

El indicado historiador, que luego fue embajador de su país aquí, dejó anotado, también refiriéndose al gobernante de marras, que: “El propio descalabro de la campaña de 1849 no menguó su irreductible voluntad de someter a los dominicanos…se rebeló contra los obstáculos; rióse de la adversidad.”

La verdad detrás de lo anterior es que, tal y como señalaron no pocos personajes de la vida pública y autores de aquel lado de nuestra frontera terrestre: “Haití contaba con los recursos del Este para pagar sus deudas…”

El historiador haitiano Alexis Beaubrun Ardouin relata, en uno de los tomos de su voluminosa y seriada obra titulada Estudios sobre la historia de Haití, que el pensamiento prevaleciente entre los dirigentes de ese país partía de una premisa en la cual había consenso: “…por la fuerza, Haití restablecería, si era necesario, su autoridad en la parte oriental de la isla.”

El entonces poderoso ejército haitiano, bajo el mando supremo de Soulouque, y los comandantes operativos generales Fabre Geffrard, Paul Cascayette, Bobo, Vincent, Héctor, Jean Francois y otros altos oficiales aplastaron a su paso por el centro sur del país los pequeños bolsones de resistencia de los dominicanos, quienes tenían para su defensa principalmente armas blancas.

En esa ocasión los invasores fueron favorecidos, además de por la superioridad que tenían tanto en número de hombres como en armamentos, por la división que había entre prominentes miembros de la dirigencia militar y política de la República Dominicana, quienes atizaban a algunos oficiales y tropas para que se insubordinaran contra Duvergé.

Ramón Marrero Aristy, al describir los enfrentamientos en los sitios llamados Sabana del Pajonal y Cañada Honda, en el agreste sur dominicano, corroboró lo anterior al puntualizar (en su obra La República Dominicana. Origen y destino.1957) que no obstante la división que había en las filas dominicanas los generales Ramón Matías Mella y Valentín Alcántara  pudieron frenar “todo el peso de la avalancha haitiana, hasta lograr que el grueso del ejército de Duvergé se pusiera a salvo.”

Contento con el avance arrollador de sus tropas, el 17 de marzo de 1849 el presidente Soulouque decidió presentarse personalmente al campo de batalla.

Llegó rodeado por miles de soldados de infantería entre los que destacaban granaderos curtidos en batallas anteriores, una artillería bien equipada y temibles cuerpos de caballería.

A pesar de la imponente parafernalia que trajo y de la bravata de los baladrones que formaban su círculo más cercano, lo cierto es que en tierra dominicana sufrió una cascada de derrotas, lo cual no le impidió 5 meses después autoproclamarse en su país con el rimbombante título de Emperador Faustino I.

Lo de Soulouque encaja en la amplia gama de paradojas de un Caribe insular donde el surrealismo hace parte de los resortes del poder.

Él minimizó el hecho de que entre Las Matas de Farfán y Azua hombres del calibre de Antonio Duvergé, Ramón Matías Mella, Valentín Alcántara, Feliciano Martínez y Remigio del Castillo preparaban una y mil tácticas para defender la soberanía dominicana.

Por más que algunos han querido dorar la píldora, tergiversando los hechos, la realidad es que quien tenía el prestigio militar en el sur del país era el general Antonio Duvergé.

En consonancia con esa verdad monda y lironda (por algo Aristóteles, el sabio griego de Estagira,  escribió que la única verdad es la realidad)  hay que decir que fue Duvergé que dispuso, para proteger la soberanía nacional, en aquel histórico abril de 1849, la distribución de los combatientes y de los cañones en la tierra ardiente de Azua.

Al mismo tiempo que los invasores avanzaban tierra adentro crecían las trampas, añagazas y traiciones de todo tipo contra el presidente dominicano Manuel Jimenes, nacido en Baracoa, Cuba; el general Duvergé, pero especialmente contra la nación que había proclamado su independencia el 27 de febrero de 1844.

Esa trágica circunstancia contribuyó en mucho para que en esa ocasión Azua cayera en poder de los enemigos llegados con fanfarria de victoria desde el oeste fronterizo.

Fue en medio de ese torbellino de contrariedades para la causa dominicana que el genio militar de Duvergé se creció al máximo.

El gran guerrero que había puesto en fuga a los haitianos en Azua, el 19 de marzo de 1844,  y el 17 de junio de 1845 en los cerros de Cachimán, en el lado oriental del río Artibonito, en el área que ahora es territorio de la provincia Elías Piña,  logró también revertir los nefastos hechos consumados el 8 de abril de 1849 por el general haitiano Fabre Geffrard.

El general Antonio Duvergé, que nunca rehuyó los puestos de peligro, había logrado recomponer las defensas nacionales.

Ubicó convenientemente a cientos de combatientes en el frente montañoso al norte del poblado de Estebanía (a unos diez kilómetros de Azua) y en otros lugares de la zona, principalmente en El Número, pero también en loma de Portezuelo, Boca de la Palmita y Paso de las Carreras.

Duvergé estaba al frente de todos los combatientes, con delegaciones de mando puntuales y específicas en las personas de los valientes Ramón Mella, Manuel de Regla Mota, Bernardino Pérez, José María Cabral, Francisco Domínguez, Francisco Sosa y otras figuras relevantes de la historia dominicana.

Para cambiar el curso de la suerte militar fue decisiva la participación del almirante Juan Bautista Cambiaso, quien en la bahía de Ocoa tenía desplegado en zafarrancho de combate un pequeño convoy integrado por una fragata, un bergantín y dos goletas que en conjunto tenían 25 cañones navales de diversos calibres, algunos de ellos con proyectiles explosivos y obuses entonces de reciente creación en Europa, así como otras piezas de artillería pesada.

La presencia allí de la marinería dominicana obligó a los invasores a desechar el derrotero costeño e internarse en los macizos cercanos, en fatigosas marchas y contramarchas, y sin posibilidades de recibir por mar el avituallamiento que esperaban.

Estando así las cosas fue que el general Pedro Santana llegó de nuevo a su cuartel general en Sabana Buey, acompañado de su innegable valor, su don de mando y cientos de combatientes provenientes de Higüey, El Seibo, Santo Domingo, San Cristóbal y Baní.

El 17 de abril de 1849 se produjo el histórico combate de El Número, en el cual las tropas dominicanas dirigidas por Duvergé provocaron una sonora derrota al a la sazón poderoso ejército haitiano que en ese lugar estaba comandado por el general Geffrard, tres divisiones.

La fusilería dominicana hizo enormes claros entre los invasores. En su huida muchos de ellos cayeron agujereados por las armas blancas de los héroes que defendían la independencia nacional.

Aunque los repliegues montañosos de la demarcación donde se ubica El Número se convirtieron en un criadero de malvas, con cientos de cadáveres de haitianos insepultos, miles de sobrevivientes lograron internarse por los mogotes y collados cercanos.

Después del triunfo de El Número el general Antonio Duvergé, que tenía múltiples tareas tácticas y estratégicas que seguir desarrollando en una amplia zona, puso en posesión del mando de las tropas estacionadas allí al coronel Francisco Domínguez, con órdenes precisas de como actuar frente a cualquier eventual sorpresa de los enemigos que se movían por los contornos como fieras agitadas y desesperadas.

A partir del 17 de abril de 1849, con la referida derrota, los invasores haitianos estaban en una especie de gigantesca ratonera, de la cual difícilmente podían salir victoriosos, a pesar de los aspavientos de algunos de sus principales oficiales.

En la próxima entrega demostraré, contrario a la opinión de algunos, la importancia militar y política que para el futuro de la República Dominicana tuvo la batalla de Las Carreras.

sábado, 23 de abril de 2022

FIESTA DE LAS LETRAS

 

FIESTA DE LAS LETRAS

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

En abril de cada año se celebra en muchos países la fiesta de la cultura, expresada en libros.

Muchas naciones aprovechan ese mes para incentivar entre la población el interés por la literatura en sus diferentes manifestaciones.

En el año 1995 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el 23 de abril de cada año como el día dedicado para exaltar a nivel mundial la importancia del libro.

Es por eso que durante parte de ese mes se hacen múltiples ferias internacionales del libro en diversos lugares de la tierra.

Los poemas, las novelas, los cuentos, los dramas, los ensayos y la literatura en sentido general ayudan a lustrar el espíritu de los lectores, pues ellos contienen parte de la riqueza cultural de los pueblos.

Es pertinente señalar, para hacer honor a la verdad, que en el país se realizaban ferias de libros varias décadas antes de esa decisión del órgano cultural de las Naciones Unidas.

La primera feria del libro de la República Dominicana se celebró el 23 de abril de 1951, bajo la orientación de Julio Postigo, un religioso, librero y editor que fue  referente cultural en su época.

Esa alta expresión cultural criolla ha continuado y se ha ampliado, a pesar de que en el pasado tuvo sus altas y bajas e incluso momentos de letargo.

Sin embargo, gracias a la tenacidad de unos pocos con visión de futuro, nunca se apagó por completo el interés de fomentar el libro como fuente del conocimiento.

Al margen de que el escritor ruso León Tolstoi sostenía que la literatura se encaminaba sola, siempre es importante un estímulo como el que surge de las ferias de libros.

La decisión de escoger abril de cada año para festejar las letras universales tuvo como principal motivación el hecho de que en ese mes fallecieron, en diferentes años, escritores que dejaron huellas permanentes en la literatura universal.

Ellos fueron Miguel de Cervantes Saavedra, quien murió el 22 de abril de 1616; William Shakespeare, cuyo óbito ocurrió el 23 de abril de 1564 y Garcilaso de la Vega, cuyo deceso se produjo el 23 de abril de 1616.

Es oportuno hacer breves pinceladas biográficas y literarias de cada uno de ellos, a fin de ponerlos en perspectiva y valorar adecuadamente la decisión tomada por la UNESCO.

 

Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega, auto apodado El Inca, nació en lo que hoy es la República del Perú. Era hijo de un conquistador español y una princesa inca, teniendo como nombre de pila original Gómez Suárez de Figueroa.

Lo más resaltable de su presencia en el mundo de las letras es que a su manera unió en sus escritos dos culturas que nada tenían en común.

Su obra titulada Comentarios Reales es fundacional en lo que se refiere a los relatos indígenas expuestos al mundo desde la óptica de uno de los suyos. Por eso ha perdurado durante siglos en el interés de los lectores más acuciosos.

Hay consenso entre los que se han dedicado al estudio de los primeros trabajos de literatura hispanoamericana en el sentido de que la referida obra de Garcilaso de la Vega permite tener una aproximación al sustrato cultural de los pueblos  desparramados en la cordillera de los Andes, antes de la llegada de los conquistadores españoles, quienes fueron modificando todo lo que allí encontraron con las imposiciones propias de los foráneos que llegan a un lugar con el poder de la imposición de su poderío militar.

Miguel de Cervantes Saavedra

La primacía de Miguel de Cervantes Saavedra en las letras castellanas y más allá está fuera de duda, desde que se dio a conocer con su primera obra titulada La Galatea, publicada en el lejano 1585.

Así continuó hasta su obra póstuma denominada Los trabajos de Persiles y Segismundo. Sus Novelas Ejemplares, que abarcan un amplio abanico de títulos y contenidos, también ocupan un lugar de preeminencia en su bibliografía.

Pero sin duda la obra que lo inmortalizó fue El Quijote. Cervantes mismo, al hacer la dedicatoria de esa obra formidable al Conde de Lemos, escribió que la misma era la indicada para la enseñanza del castellano.

No pocos ilustrados de su época, y también en fechas posteriores, estaban de acuerdo con Cervantes de que su afirmación anterior no era una broma.

Tenían razón, pues el inmortal alcalaíno estaba dotado de la máxima imaginación creativa que haya podido tener en cualquier tiempo un novelista y dramaturgo, como lo fue él.

Por ejemplo, en el 1773 el Marqués de Grimaldi, un activo político y diplomático español de origen italiano, calificó a El Quijote, la obra fundamental de Cervantes, como: “Gloria del Ingenio español y precioso depósito de la propiedad y energía del Idioma castellano.”

El Quijote está poblado de cientos de frases impactantes, citarlas sería muy prolijo, por eso escojo como prueba esta que le dijo a su fiel escudero: “La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciosos que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”

Aunque Cervantes también era poeta hay que decir que él estaba consciente de sus limitaciones en esa categoría literaria, y así lo escribió en su poema El Viaje al Parnaso: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/por parecer que tengo de poeta/la gracia que no quiso darme el cielo…”

William Shakespeare

William Shakespeare es tal vez el más grande escritor de lengua inglesa, al margen de algunos ripios que de sus manuscritos se han divulgado a través del tiempo.

No hay certeza del día de su nacimiento, aunque sí se sabe que nació en la ciudad inglesa de Stratford, a un costado del río Avon.

El recuento histórico de esa tierra del medio oeste inglés recoge que en la época en que nació allí Shakespeare su población tenía una notable actividad cultural, con profesores que iban a impartir docencia desde las grandes ciudades de Oxford y Cambridge.

Ese fue el escenario donde abrió por primera vez sus ojos el poeta y dramaturgo autor de obras tan famosas como Romeo y Julieta, Julio César, El Mercader de Venecia, Hamlet y las alegres comadres de Windsor, El rey Lear y Macbeth, entre muchas otras.

Varios siglos atrás se decía que para terminar algunos de sus libros contó con la colaboración de manos ocultas, pero nunca nadie ha podido probar esas conjeturas que se pierden en el movedizo campo de la más grotesca especulación.

Lo que nadie ha podido negar es que con sus obras dramáticas se abrió una etapa de pasión en el teatro de la Europa de entonces.

Esa hazaña literaria de Shakespeare, con categoría de axioma, fue calificada por la educadora dominicana Camila Henríquez Ureña como “una actitud ni necia ni modesta, sino revolucionaria.”(Obras y Apuntes p.98.)

A contradecir esa verdad no se atrevieron ni siquiera las muchas cabezas pequeñas de alcance limitado que  por mucho tiempo osaron emitir opiniones destempladas en contra de la vasta producción literaria de Shakespeare.

El humanista Pedro Henríquez Ureña, después de sostener que “de Shakespeare sabemos no pocos”, escribió desde Buenos Aires, Argentina, el 10 de septiembre de 1939, que “era probablemente católico; pero bajo el reinado de Isabel había que mantener secreta la fe románica.”

Permitido sea decir que en el caso de Shakespeare, como en el de Cervantes y otros autores importantes, su vida y su obra literaria van a la par en el interés de los lectores. Es una fascinación curiosa que trasciende estilo y contenido de sus partos ora en prosa, ora en versos.

Ahora se está celebrando aquí la edición 24 de la feria internacional del libro de Santo Domingo, con la participación de escritores y expositores extranjeros y  dominicanos.

Está dedicada a dos importantes figuras del micromundo de las letras dominicanas: Carmen Natalia Martínez Bonilla y Pedro Peix.

Carmen Natalia

Hay que consignar brevemente que Carmen Natalia (nunca usó sus apellidos en sus obras literarias) fue una poeta petromacorisana. También incursionó con éxito creativo en obras inspiradas en el milenario teatro trágico griego.

Ella tuvo que apurar el trago amargo del exilio, donde una parte importante de su producción literaria fue conocida primero que en su tierra natal.

En su Antología Poética Dominicana, un acontecimiento cultural dominicano en el año 1945, el crítico literario Pedro René Contín Aybar impulsó de cara al público lector su figura literaria, al clasificarla como parte de “los cimeros entre muchos otros jóvenes poetas.”

Sobre la sobresaliente personalidad literaria de Carmen Natalia, fallecida el 6 de enero de 1976, cuando sólo tenía 58 años de edad, escribió el culto médico, poeta y ensayista Mariano Lebrón Saviñón quien resaltó su poesía calificándola de “alta categoría” y la colocó a la altura de figuras literarias latinoamericanas como Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini.

Es altamente demostrativo de su gran calidad poética su poema titulado Una tarde sin sol en tu cabaña, cuyos tres últimos versos lo dicen todo: “…un suspiro, un recuerdo y una lágrima,/toda una vida y toda una tragedia/una tarde sin sol en tu cabaña.”

Pedro Peix

Pedro Peix fue un poeta, cuentista, novelista, crítico literario, abogado, ensayista y antologista. Falleció el 11 de diciembre del 2015, a los 63 años de edad.

Su pluma fue un estilete que no pocas veces introdujo en la purulencia sobre hechos de extrema violencia cometidos por gobiernos de fuerza. Entre sus cuentos más leídos y comentados está Responso para un Cadáver sin Flores.

Su hermana Patricia de Moya fue justa y objetiva cuando definió a Pedro Peix como “un tremendo rebelde, una pluma fuerte, que se dedicó de lleno al desarrollo y profundización de la lectura y la escritura literaria.”

Después de la desgracia colectiva de la Covid-19, que todavía no ha desaparecido, hay que celebrar con más entusiasmo que antes esa fiesta de las letras que es la vigésimocuarta edición de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.

 

 

 

 

miércoles, 13 de abril de 2022

UNA SEMANA ESPECIAL

 

UNA SEMANA ESPECIAL

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Siempre será pertinente volver a reescribir sobre ese fascinante período del año que va desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, cuyo principal protagonista está dotado con el doble carácter de humano y divino.

Si la estadística no falla, se cumplen ahora 1989 años (si se acepta que al morir tenía 33 años de edad) que un revolucionario universalmente conocido llamado Jesús de Nazaret fue crucificado en la colina Gólgota, situada en las afueras de Jerusalén, donde agonizó por seis largas y penosas horas.

El hecho de que Cristo no fuera degollado o decapitado, a la usanza de los judíos, no excluye a sus dirigentes de entonces de una extrema responsabilidad, como han pretendido algunos, entre ellos Paul Winter el eminente jurista judío especialista en derecho comparado, nacido en el sur de la hoy República Checa, quien en su libro titulado Sobre el proceso de Jesús se muestra radical y cerrado sobre el tema, eximiendo de culpa a sus remotísimos antepasados.

La verdad incontrovertible es que Jesucristo fue víctima, si se ve en su condición humana, de un juicio político viciado de arriba abajo, tal y como lo han demostrado juristas, filósofos y teólogos.

Ese dramático acontecimiento, que significó un parteaguas en la historia de la humanidad, tiene muchas aristas por donde penetrarlo, dependiendo de la postura religiosa, ideológica y cultural de cada quien.

En el plano de las coordenadas seudolegales que arrojaron como resultado esa orden de muerte uno de los doctrinarios que tal vez más profundizó en el tema fue un jurista francés que tuvo entre sus clientes al mariscal Pétain, aquel héroe de las batallas en Verdún quien luego se convirtió en un títere de las fuerzas nazistas que lo instalaron como tetrarca en la ciudad de Vichy.

En efecto, Jacques Isorni, un verdadero zahorí del derecho, analizó con argumentos contundentes los tres cargos que se le hicieron al más famoso acusado de todos los tiempos.

Ese brillante y controversial polemista ha sido capaz de convencer a muchos de los que se han asomado a sus reflexiones sobre la impertinencia de la condena que se materializó en un lugar que con el tiempo se ha convertido en un balcón de peregrinación en la antigua tierra de Galilea, en el Medio Oriente.

Isorni se imaginó siendo defensor de Cristo en la pantomima de juicio que se le hizo, y partiendo de ese supuesto plantea en su obra Les cas de conscience de l’avocat (Los casos de conciencia del abogado) todas las violaciones procesales cometidas por  personajes como el prestor romano Poncio Pilatos y los miembros del consejo supremo religioso de los judíos (el famoso Sanedrín).

El sentido lógico no deja otro camino que decir que los romanos y judíos que actuaron en Galilea contra Jesucristo fueron más allá de sus propios límites, rompiendo así el orden de la justicia, al decidir de manera arbitraria e ilegal el destino de un hombre en la forma en que lo hicieron.

Doce siglos después de la crucifixión de Jesús, tal vez con alguna conexión con ese suceso, el gran teólogo y filósofo italiano Santo Tomás de Aquino escribió sobre las leyes injustas y su impacto “en el foro de la conciencia.”

Al analizar la forma y el fondo de los hechos concernidos a la dramática muerte de Cristo pienso que la abigarrada cantidad de romanos y judíos que hicieron de instigadores y juzgadores, así como el que se lavó las manos con gran irresponsabilidad para permitirla, ni siquiera tuvieron esa especie de abismo moral que en la mitología griega tuvo Aquiles ante la súplica de Príamo, el padre de Héctor, para que le permitiera sepultar con dignidad a su hijo.  

Pero como los hechos arriba referidos no se limitan a lo simplemente jurídico, debo señalar que múltiples son los motivos que hacen que en la Semana Santa los misterios de la fe se escudriñen con mayor interés entre feligreses cristianos, pero también entre filósofos, teólogos, juristas, seguidores de otras religiones, agnósticos e incluso ateos.

El motivo de ese interés colectivo parte de la personalidad refulgente de la figura central de esa semana especial: Jesucristo. Su vida y muerte está ampliamente descrita en los evangelios canónicos, incluyendo las divergencias que se descubren al profundizar en la lectura de los mismos.

La pasión de ese hombre singular llevó al primer obispo de Alejandría, el sabio Marcos, a vaticinar lo que pocos creían que podía ocurrir cuando dijo a los que estaban junto a él: “Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos.”

Con el paso de los siglos está más clara la realidad cristológica. Se puede decir sin ambages que cada día se agiganta en el mundo cristiano la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se recuerda con más intensidad en estos días, más allá de cualquier visión chata reducida a un mobiliario litúrgico.

En cientos de millones de personas la imagen de Jesucristo se proyecta de manera positiva de cara al convulso mundo de hoy.

Dicho lo anterior prescindiendo de los conceptos dogmáticos de algunos teólogos y canonistas que siguen anclados en la posición que tenían los ascetas, para quienes los hechos no tenían matices. 

El papel terrenal del personaje que también se conoce como el Rabbit de Galilea sobrepasó el marco de lo religioso. Así lo hizo saber Él mismo cuando en clave reveladora ordenó que buscaran el burro con el cual entró triunfante a Jerusalén el Domingo de Ramos, con la advertencia de que: “Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita…”

Esa frase ha sido desde entonces un punto de intensa reflexión, especialmente entre los cristianos de las diferentes denominaciones.

El relato del apóstol y evangelista Juan y el mural exhibido en la ciudad de Padua, Italia, hecho por el gran artista florentino Giotto, son tal vez las más convincentes expresiones de aquella entrada triunfal a Jerusalén (con un mensaje político-religioso) del hombre que poco después sería víctima de una muerte despiadada.

A parte de los evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) hay que decir que teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano han escrito textos profundos sobre la dualidad que tenía Jesús de Nazareth: humano y divino.

Válido es recordar ahora que el filósofo católico Jacques Maritain al reflexionar sobre el ritualismo religioso (muy relevante particularmente en la Semana Santa) dejó graficada también la realidad terrenal de Cristo, cuando en su ensayo titulado Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz calificó esa dimensión así: “esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad.”

En un documento pontificio que forma parte de la abundante bibliografía de la Iglesia católica el Papa León Magno, con su alta autoridad en el dominio de las virtudes teologales, al referirse a esta época del año se expresó así: "La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma."

Fue el mismo pontífice que en el Concilio de Calcedonia, celebrado en la península de Anatolia, en el litoral del mar Negro, en el lejano año 451, al referirse a Cristo escribió que era "consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad."

 

sábado, 9 de abril de 2022

 

TORTUGUERO Y EL MEMISO EN ABRIL DE 1844

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Los triunfos terrestre y naval de las armas nacionales en abril de 1844, en territorio de Azua, fueron fundamentales para tomar decisiones de impacto histórico.

Esas victorias, minimizadas por algunos, fueron parte de la materia prima que sirvió de  base para que el 19 de ese mes la Junta Central Gubernativa emitiera un decreto mediante el cual la República Dominicana le declaró una guerra total a Haití, por su comportamiento criminal y agresor contra el pueblo dominicano.

Esa decisión trascendental fue tomada, entre otros, por Juan Pablo Duarte, Tomás Bobadilla, Manuel María Valverde, Silvano Pujols, Carlos Moreno, José María Caminero y Mariano Echavarría.

Como marco referencial del tema concernido a esta crónica es deber señalar que Azua fue uno de los primeros pueblos criollos que proclamaron su adhesión a la triunfante causa independentista.

En efecto, en los primeros días de marzo de dicho año fuerzas dirigidas por Antonio Duvergé, Valentín Alcántara y Francisco Soñé vencieron a los conservadores que controlaban la zona, a la cabeza de los cuales estaba el Corregidor Buenaventura Báez, el nieto del cura Sánchez Valverde y heredero de los aserraderos de caoba de nombre Sajona.

Báez, Santana, Bobadilla, y otros de su misma calaña, no creían en la posibilidad de mantener en pie la soberanía dominicana.

Desde antes del 27 de febrero de 1844 los grupos más conservadores, encabezados por los mencionados, estaban en conciliábulos con los agentes consulares franceses Auguste Levasseur y Eustache Juchereaux Saint-Denys para hacer del territorio nacional un protectorado o una colonia de Francia, siguiendo las instrucciones del ministro Guizot, quien desde París movía los hilos de sus papalotes en esta zona del Caribe.

Los antecedentes más cercanos de los primeros hechos de guerra posteriores a la independencia nacional, tales como los ocurridos en Fuente del Rodeo, Cabeza de las Marías, La Hicotea, Azua (19 de marzo), Santiago (30 de marzo), Tortuguero y el Memiso, comenzaron a fraguarse el 4 de marzo de 1844, cuando la Asamblea Constituyente de Haití ordenó una marcha armada contra la República Dominicana y 3 días después el presidente de ese país, Charles Hérard, amenazó a los dominicanos con lanzar en su contra “toda la venganza nacional.”

Ante la amenaza proveniente de Puerto Príncipe, en el sentido de que el ejército haitiano pronto llegaría “a paso de carga a Santo Domingo”, el gobierno dominicano decidió nombrar el 7 de marzo de 1844 al general Santana como Jefe de la Armada Expedicionaria en la Frontera Sur, con poderes para reclutar los hombres necesarios para enfrentar a los invasores haitianos.

El comportamiento de Santana, especialmente luego del triunfo encabezado por Antonio Duvergé el 19 de marzo de dicho año en Azua, permitió que la Junta Central Gubernativa, aunque controlada por los conservadores, designara el 21 de marzo de 1844 a Juan Pablo Duarte como segundo jefe militar en el sur, con rango de oficial superior en la alta escala de general con calidad para reemplazar a Santana en el mando, si ello fuere necesario.

Algunos cronistas han señalado que fue una hábil maniobra del sagaz Tomás Bobadilla y Briones, buscando deshacerse de ambos, pues estaba consciente de que dos personalidades tan diferentes difícilmente se pondrían de acuerdo y de su encuentro sólo brotarían enconos.

Pedro Santana estaba aferrado a un incomprensible inmovilismo en Sabana Buey, con una actitud defensiva que avivaba la soberbia de los jefes militares y políticos haitianos, mientras que por el contrario Juan Pablo Duarte estaba deseoso de evitar que la independencia que él había ideado para su patria se derrumbara a los pocos días de haberse logrado.

Por más esfuerzos persuasivos del patricio Juan Pablo Duarte, Santana se mantuvo burlón e intransigente, usando sus conocidos dicharachos y sotorriéndose de las opiniones del hombre a quien el pueblo dominicano le debía en gran medida su libertad.

Para tener una idea de la frustración que entonces vivió Duarte por la actitud de Santana (en quien crecía a cada instante la idea de entregar la soberanía nacional a una potencia extranjera) basta leer su comunicación a la Junta Central Gubernativa, en la cual expresó, entre otras cosas, lo siguiente:

“Hace ocho días que llegamos a Baní y en vano he solicitado del Gral. Santana que formemos un plan de campaña para atacar al enemigo…”

En ese mismo mensaje Duarte, en una evidencia de su determinación de defender la entonces recentina independencia del pueblo dominicano, añadió que la división bajo su mando sólo esperaba las órdenes correspondientes “para marchar sobre el enemigo seguro de obtener un triunfo completo…”

El Memiso

El 13 de abril de 1844 combatientes dominicanos escasos de pertrechos militares se enfrentaron en el sitio llamado El Memiso, de Azua, a centenares de invasores haitianos bien avituallados que formaban parte de dos regimientos comandados por los coroneles Pierre Paul y Auguste Brouard, que se movían por una amplia franja montañosa del lado oeste del río Ocoa.

 Aquel día glorioso, en aquel lugar histórico, los dominicanos utilizando con sorprendente habilidad principalmente guijarros y peñascos derrotaron al veterano ejército ocupante y provocaron una nueva desbandada entre los enemigos.

Los principales héroes del combate de El Memiso fueron Antonio Duvergé, Cherí Victoria y Felipe Alfau. Junto a ellos también se bañaron de gloria decenas de otros dominicanos que expusieron sus vidas en defensa de la soberanía nacional.

Los partes militares de entonces consignaron que el triunfo en El Memiso permitió que los puntos cercanos ocupados hasta entonces por los haitianos volvieran a poder de los dominicanos, entre ellos La Cañada Cimarrona, El Portezuelo y La China.

A pesar de ese triunfo resonante el día después Tomás Bobadilla y Briones, en su condición de presidente de la Junta Central Gubernativa, recibió una comunicación de Pedro Santana cargada de pesimismo sobre las posibilidades de que los dominicanos pudieran resistir las embestidas de los haitianos. En realidad era una especie de carta marcada de un socio a otro.

Pedro Santana Familias, también conocido con el alias de El Chacal de Guabatico, auguraba un rotundo fracaso a las armas nacionales. Una paradoja que chocaba con los hechos que estaban ocurriendo en muchos lugares del sur del país y en gran parte del Cibao.

Era otra demostración de su nefasta visión negativa sobre el valor del pueblo dominicano para sostener su independencia.

En una confesión de un anti nacional a otro parigual Santana concluía su escrito a Bobadilla señalándole que la derrota nacional se produciría: “si como hemos convenido y hablado tantas veces, no nos proporcionamos un recurso de Ultramar…”

El texto anterior era una manifestación palmaria de que se acentuaba más en el pensamiento de los conservadores su afán de cercenar la soberanía nacional, tal y como se materializó 17 años después con la execrable anexión a España.

Batalla de Tortuguero

Es importante conocer los detalles geográficos y marítimos de los lugares donde se han desarrollado guerras entre países o sectores enemigos.

Fernando A. de Meriño y Ramírez, el arzobispo que fue presidente de la República y gran apasionado de la historia, escribió en el siglo 19, en el tomo 3 de su serie sobre geografía dominicana, que la Bahía de Ocoa tenía “fondeadores cómodos y espaciosos, entre los cuales los más notables son el Puerto Viejo, el puerto de Azua o Tortuguero, la ensenada de Caracoles y Bahía de la Caldera.”

El intelectual y educador hostosiano Cayetano Armando Rodríguez anotó, en su clásica obra titulada Geografía de la isla de Santo Domingo y reseña de las demás Antillas, que la zona marina donde está enclavado Puerto Tortuguero es “una hermosa bahía…es puerto capaz para contener y abrigar las más grandes escuadras, teniendo sus aguas fondo para los buques de mayor calado…”

Fue en ese piélago caribeño donde se libró 15 de abril de 1844, con éxito rotundo para las armas nacionales, la batalla de Tortuguero, considerada con justa razón como el primer encuentro armado de los marinos dominicanos, y como tal su bautismo de fuego.

Las embarcaciones criollas que se enfrentaron a las haitianas y quedaron indemnes fueron las goletas Separación Dominicana, que ejerció de buque insignia, a la cabeza de la cual iba Juan Bautista Cambiazo; María Chica dirigida por Juan Bautista Maggiolo (ambos italianos, nacidos en Génova, afincados desde hacía años en el país y cuyo amor por la libertad dominicana siempre ha sido resaltado) y la goleta San José, dirigida por el dominicano Juan Alejandro Acosta.

En ese combate naval los invasores haitianos perdieron el bergantín Pandora y las goletas La Mouche y Le Signifie, hundidas con todos sus tripulantes.

Esos barcos de palos integraban la flotilla intrusa que servía de apoyo a los soldados extranjeros que seguían merodeando por la zona sur del país. En Tortuguero quedó la marina de guerra haitiana prácticamente diezmada.

Ese encuentro sobre la superficie del mar Caribe fue un éxito resonante para los dominicanos.

La victoria obtenida sobre las olas de la bahía de Ocoa, en el sitio de Tortuguero,  fue una demostración de que por tierra o por agua el pueblo dominicano no cejaría en su objetivo supremo de mantener a buen resguardo su soberanía.

Pocas semanas atrás se había creado la Marina de Guerra Nacional. A partir del 15 de abril de 1844 las citadas naves Separación Dominicana, María Chica y San José pasaron a formar parte esencial de ese órgano de guerra.

Juan Bautista Cambiazo fue elevado al rango de almirante, con potestad para organizar de manera profesional a la segunda institución armada del país.

La batalla en Tortuguero no fue de la magnitud que tuvo la de Salamina, ocurrida 480 años antes de Cristo, en la cercanía de Atenas, la capital griega, en la cual el ateniense Temístocles derrotó al  Rey persa Jerjes I, pero para los dominicanos fue de mucha importancia, pues luego de esa hazaña vendría una suerte de calma chicha en las costas dominicanas.

 

 

sábado, 2 de abril de 2022

LOS IDUS DE MARZO

 

 

LOS IDUS DE MARZO

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 En la antigüedad romana los llamados idus se celebraban el día 15 de los meses de marzo, mayo, julio y octubre. Para los demás meses se reservaba el día 13.

Los más famosos idus pasaron a ser los de marzo. Su principalía se originó porque el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo ocurrió un hecho sangriento que transformó totalmente lo que hasta entonces eran horas de buena suerte, fiesta, alegría y buena vibra.

Antes de ese día los idus eran sinónimo de una especie de sarao que cubría el día y la noche, enmarcado en la fase de plenilunio, mejor conocida como etapa de luna llena.

El centro de jolgorios y amenidades era el dios mitológico Marte, hijo de Júpiter y símbolo romano de sexualidad, pasión, belleza, pero también de guerra y violencia en sus diversas escalas.

El magnicidio ocurrido en la persona de uno de los más famosos gobernantes de la Antigua Roma motivó que la expresión los idus de marzo se convirtiera en equivalente a traición y desgracia. Así ha pasado a la historia, especialmente en el campo de la política.

Ese trágico hecho puso fin a la República Romana y dio origen a un régimen imperial. Como secuela de ese crimen se produjo una guerra civil.

Las masas populares tenían sus esperanzas de redención compendiadas en el gobernante caído, quien a pesar de ser un aristócrata estaba enfrentado a grupos de su propio origen social que se mantenían recalcitrantes en sus posiciones de cerrar toda posibilidad de mejoría al pueblo llano.

Los que durante más de dos mil años han abordado el tema de los idus de marzo y la desaparición de Cayo Julio César coinciden en que si él le hubiera puesto atención a la advertencia que se le hizo otra fuera la página de ese período de la historia de occidente.

La premonición le fue hecha cuando iba rumbo al Senado, lugar donde se produjo su muerte el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo.

Cuenta la leyenda que camino al escenario donde dejó su último hálito de vida, a los 54 años de edad, a Cayo Julio César un sacerdote y vaticinador romano de nombre Espurina le avisó que se cuidara de los idus de marzo, pues su vida corría peligro.

El hombre fuerte de todos los dominios romanos no creyó aquel presagio de muerte, especialmente porque tal vez pensó que los que consideraba sus amigos, y hasta algunos parientes, impedirían cualquier acto de agresión en su contra.  

La antiquísima tradición recoge que al parecer con un poco de sorna alejó de su presencia a Espurina, quien con sus artes adivinatorias estaba previniéndolo de una muerte atroz.

El asesinato a mansalva de ese resonante personaje, acontecimiento vinculado con los idus de marzo, tuvo como origen el hecho de que él venció un año menos 3 días antes, en la segunda guerra civil de la República de Roma, al grupo de conservadores que dominaban el Senado, al frente de cuyas tropas estaba el destacado hombre de armas Pompeyo Magno. Además porque estaba desarrollando políticas que chocaban con los intereses particulares de muchos de ellos.

Al reflexionar sobre el hecho histórico objeto de esta crónica, ocurrido hace ahora 2066 años, uno piensa que el poderoso mandatario, que hasta el momento de su asesinato estaba invicto en todos los enfrentamientos que había librado con sus enemigos, llevaba ese día en su mente la alta carga de confianza en sí mismo, soberbia y arrogancia que en la mitología griega se conocía como hibris.

La realidad fue que la hibris del dictador facilitó que un grupo de 60 senadores se pusieran de acuerdo para asesinarlo en los idus de marzo.

Entre esos legisladores estaba el poeta y filósofo Marco Junio Bruto, de quien se ha escrito que era hijo no declarado de la víctima de aquel día histórico.

En el cuerpo de Cayo Julio César se contaron 23 perforaciones. Dicen que la primera herida se la produjo el senador Publio Servilio Casca, quien dos años después, al igual que Bruto, se suicidó en la ciudad de Filipos, cuando ambos se sintieron acorralados por las tropas de Marco Antonio y Octavio.

El historiador romano Suetonio, en su serie de biografías titulada Vidas de los doce césares, refiere una exclamación de asombro de Cayo Julio César al ver a Bruto entre el enjambre de atacantes que se cebaban en su contra.

Dieciséis siglos después, el dramaturgo inglés William Shakespeare popularizó en occidente el vocablo idus con el significado premonitorio de conspiración y muerte.

Shakespeare, en el drama titulado La tragedia de Julio César, escrito en el año 1599, recreó del texto de Suetonio lo que ha sido considerado el supuesto último quejido del malogrado dictador al reconocer a Bruto: “¿Tú también, hijo mío?”

A partir de la muerte de Julio César en el podio del Senado de Roma se han escrito miles de relatos, crónicas y ensayos en diversos lugares del mundo sobre el fin trágico de personajes que previamente habían sido advertidos sobre los inminentes peligros que corrían si iban a determinados lugares y no tomaban extremas medidas de seguridad.

El escritor argentino Jorge Luis Borges le escribió un soneto, que forma parte de su libro Los Conjurados, al personaje cuyo asesinato cambió el significado de los idus de marzo: “Aquí lo que dejaron los puñales. Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto que se llamaba César. Le han abierto cráteres en la carne los metales….”

La historia de la República Dominicana no ha sido ajena a la connotación que a partir del año 44 antes de Cristo ha tenido la frase los idus de marzo.

Escojo dos casos para vincular a nuestro país con esa antiquísima creencia acerca de premoniciones y muertes.

El fin de las vidas, en forma violenta, de los tiranos Ulises Heureaux, alias Lilís, y  Rafael Trujillo, alias Chapita, puede enmarcarse en nuestro ámbito en la larga lista de personajes atrapados en los idus de marzo, aunque sus muertes ocurrieran en meses diferentes al que era el primer mes del año en el calendario romano. Y aunque ninguno de los dos cayera abatido un día 13 o 15, que eran los escogidos para la festividad de los idus.

El 21 de julio de 1899 el tirano Ulises Heureaux salió de la capital dominicana en el vapor Independencia para realizar el que sería su último viaje con vida.

Su objetivo era apaciguar los pueblos del Cibao cuyos comerciantes y otros sectores estaban muy disgustados por el desastre político, social y económico en que se encontraba el país.

El lunes 24 de julio de dicho año llegó temprano al litoral de la pequeña ciudad de Sánchez, en la península de Samaná.

En aquel lugar recibió en clave telegráfica una advertencia enviada desde Santo Domingo por su cúmbila Lolo Pichardo Bethancourt, sobre los idus de marzo y como complemento un consejo para que se protegiera bien en Moca.

Las crónicas de antaño recogen que de la multitud que observaba al férreo gobernante en su caminata por las onduladas calles del pueblo costero de Sánchez, que antes fue llamado Las Cañitas, surgió un extraño personaje que le imploró que se cuidara, pues había tenido “un sueño revelador” en el que vio imágenes con emanación de sangre.

La decisión del presidente Heureaux frente a esas advertencias fue despachar el grueso de su escolta hacia su ciudad natal, Puerto Plata, y dirigirse él en ferrocarril, con sólo dos asistentes, hacia la ciudad de La Vega.

Las premoniciones de que la desgracia de los idus de marzo rondaba en torno a alias Lilís se esparcieron en La Vega con machacona insistencia.

El 25 de julio del citado año el delegado político del gobierno en esa provincia (lo que luego se denominó gobernador provincial) Zoilo García, en conocimiento del ambiente hostil que le esperaba en Moca al decadente gobernante, ordenó que más de 20 hombres lo escoltaran, lo cual rechazó el tirano.

Según tradiciones mocanas una señora de nombre Evangelista López, mejor conocida como La Cigua, muy vinculada al mandatario visitante, le envió un papel con un niño informándole sobre la conspiración en curso contra su vida. Tampoco le hizo caso.

Dicho lo anterior, a pesar de que poco antes le había dicho a su amigo mocano Manuel Morillo: “compadre aquí andan unos políticos que hay que desabotonar.” Al menos así lo escribió el historiador Emilio Rodríguez  Demorizi en su ensayo La muerte de Lilís (p148).

Horas después cayó abatido. Era el día de Santa Ana. Había mucho movimiento en la ciudad de Moca. El fiscal actuante, Ezequiel Hernández, no mencionó en su informe la referida carta de La Cigua entre las pertenencias encontradas en los bolsillos de la chaqueta y el pantalón de quien murió como vivió.

Las situaciones anteriores permiten pensar que los idus de marzo estuvieron presentes el 26 de julio de 1899 en Moca. Aunque los atacantes criollos tuvieran motivaciones diferentes a las de los senadores romanos.

Tal vez por ello es pertinente resaltar lo dicho por la historiadora Mu-kien A. Sang Ben, en su obra Ulises Heureaux. Biografía: “Ulises Heureaux murió solo y arruinado. Su vida había cumplido un ciclo completo…”(p215).

Del tirano Rafael Trujillo se dice que en los últimos meses de su vida, buscando sin saberlo vincular su destino con los idus de marzo, tenía en situación difícil a sus escoltas: ordenaba que lo llevaran por rutas improvisadas y dejaba que desconocidos se le acercaran. En él la hibris de los griegos llegaba a su máxima expresión.

Sobre algunos movimientos inusuales de alias Chapita en los meses del 1961 que vivió, los cuales pueden considerarse como imprudencias en cascadas en materia de seguridad, escribió el periodista Manuel de Jesús Javier, en su obra titulada Mis 20 años en el palacio nacional (p334). El destacado redactor seibano consignó, entre otras cosas, que Trujillo “hablaba luego de muerte y espíritu.”

Como una expresión premonitora de lo que poco después le ocurriría, en su último viaje a Puerto Plata repitió en varias ocasiones lo que quería que escribieran en su epitafio.

Cucho Álvarez,  antiguo horacista que devino en influyente funcionario al servicio de Trujillo, narra en su libro de memorias titulado La Era de Trujillo que dos semanas antes de su ajusticiamiento ese fatídico personaje les dijo a él y a Paíno Pichardo, en la cubierta del yate Angelita, surto en el puerto de Barahona, lo siguiente: “-Los dejo y pronto!...yo sé lo que les digo.”(p154).

Al matón por antonomasia Johnny Abbes García el sátrapa supuestamente le dijo días antes de que los idus de marzo, en su versión de muerte, lo cubrieran con su propia sangre: “Yo sé cuidarme…no necesito a nadie que me escolte.”