BATALLAS DE EL NÚMERO Y LAS
CARRERAS I
TEÓFILO
LAPPOT ROBLES
El Número es un desfiladero situado entre sierras que integran un
amplio lateral de la parte sur de la Cordillera Central y la entrada del mar
Caribe que forma la Bahía de Ocoa.
Las Carreras es un pueblo que sigue siendo pequeño, ubicado en un
trecho de la orilla oriental del río Ocoa, cuando ese cinturón de agua dulce
comienza a formar su cuenca baja para desembocar en el cercano mar Caribe,
luego de recorrer casi 70 kilómetros de un relieve terrestre montañoso desde
que nace en la Loma La Chorriosa, anclada en lo que se conoce en la geografía
dominicana como Valle Nuevo.
El Número y Las Carreras fueron escenarios de guerra, hace ahora 173
años, en la gloriosa lucha del pueblo dominicano por apuntalar su independencia
que apenas tenía entonces 5 años.
Para poner en contexto los acontecimientos bélicos librados en esos dos
lugares es pertinente decir que el 5 de marzo de 1849 el entonces presidente
haitiano Faustin Élie Soulouque ordenó una tercera invasión a la República
Dominicana.
En la historia de Haití se recoge que en enero del referido año el
cónsul inglés en dicho país, Thomas R. Usher, previno a Soulouque para que su
gobierno “no emprendiese ninguna campaña contra los dominicanos para evitar los
horrores de una guerra de exterminio.”
Jean Price- Mars anota en su más importante obra (La
República de Haití y la R.D., tomo II,pp.596,597) que el referido gobernante:
“Se hallaba seguro de derrotar al enemigo…Asistido de tal determinación, ninguna
amenaza pudo conmoverlo…”
El indicado historiador, que luego fue embajador de su
país aquí, dejó anotado, también refiriéndose al gobernante de marras, que: “El
propio descalabro de la campaña de 1849 no menguó su irreductible voluntad de
someter a los dominicanos…se rebeló contra los obstáculos; rióse de la
adversidad.”
La verdad detrás de lo anterior es que, tal y como
señalaron no pocos personajes de la vida pública y autores de aquel lado de
nuestra frontera terrestre: “Haití contaba con los recursos del Este para pagar
sus deudas…”
El historiador haitiano Alexis Beaubrun Ardouin
relata, en uno de los tomos de su voluminosa y seriada obra titulada Estudios
sobre la historia de Haití, que el pensamiento prevaleciente entre los
dirigentes de ese país partía de una premisa en la cual había consenso: “…por
la fuerza, Haití restablecería, si era necesario, su autoridad en la parte
oriental de la isla.”
El entonces poderoso ejército haitiano, bajo el mando supremo de
Soulouque, y los comandantes operativos generales Fabre Geffrard, Paul
Cascayette, Bobo, Vincent, Héctor, Jean Francois y otros altos oficiales
aplastaron a su paso por el centro sur del país los pequeños bolsones de
resistencia de los dominicanos, quienes tenían para su defensa principalmente
armas blancas.
En esa ocasión los invasores fueron favorecidos, además de por la
superioridad que tenían tanto en número de hombres como en armamentos, por la
división que había entre prominentes miembros de la dirigencia militar y
política de la República Dominicana, quienes atizaban a algunos oficiales y
tropas para que se insubordinaran contra Duvergé.
Ramón Marrero Aristy, al describir los enfrentamientos en los sitios
llamados Sabana del Pajonal y Cañada Honda, en el agreste sur dominicano, corroboró
lo anterior al puntualizar (en su obra La República Dominicana. Origen y
destino.1957) que no obstante la división que había en las filas dominicanas
los generales Ramón Matías Mella y Valentín Alcántara pudieron frenar “todo el peso de la avalancha
haitiana, hasta lograr que el grueso del ejército de Duvergé se pusiera a
salvo.”
Contento con el avance arrollador de sus tropas, el 17 de marzo de 1849
el presidente Soulouque decidió presentarse personalmente al campo de batalla.
Llegó rodeado por miles de soldados de infantería entre los que
destacaban granaderos curtidos en batallas anteriores, una artillería bien
equipada y temibles cuerpos de caballería.
A pesar de la imponente parafernalia que trajo y de la bravata de los
baladrones que formaban su círculo más cercano, lo cierto es que en tierra
dominicana sufrió una cascada de derrotas, lo cual no le impidió 5 meses
después autoproclamarse en su país con el rimbombante título de Emperador
Faustino I.
Lo de Soulouque encaja en la amplia gama de paradojas de un Caribe
insular donde el surrealismo hace parte de los resortes del poder.
Él minimizó el hecho de que entre Las Matas de Farfán y Azua hombres
del calibre de Antonio Duvergé, Ramón Matías Mella, Valentín Alcántara,
Feliciano Martínez y Remigio del Castillo preparaban una y mil tácticas para
defender la soberanía dominicana.
Por más que algunos han querido dorar la píldora, tergiversando los
hechos, la realidad es que quien tenía el prestigio militar en el sur del país
era el general Antonio Duvergé.
En consonancia con esa verdad monda y lironda (por algo Aristóteles, el
sabio griego de Estagira, escribió que
la única verdad es la realidad) hay que
decir que fue Duvergé que dispuso, para proteger la soberanía nacional, en
aquel histórico abril de 1849, la distribución de los combatientes y de los
cañones en la tierra ardiente de Azua.
Al mismo tiempo que los invasores avanzaban tierra adentro crecían las
trampas, añagazas y traiciones de todo tipo contra el presidente dominicano
Manuel Jimenes, nacido en Baracoa, Cuba; el general Duvergé, pero especialmente
contra la nación que había proclamado su independencia el 27 de febrero de
1844.
Esa trágica circunstancia contribuyó en mucho para que en esa ocasión
Azua cayera en poder de los enemigos llegados con fanfarria de victoria desde
el oeste fronterizo.
Fue en medio de ese torbellino de contrariedades para la causa
dominicana que el genio militar de Duvergé se creció al máximo.
El gran guerrero que había puesto en fuga a los haitianos en Azua, el
19 de marzo de 1844, y el 17 de junio de
1845 en los cerros de Cachimán, en el lado oriental del río Artibonito, en el
área que ahora es territorio de la provincia Elías Piña, logró también revertir los nefastos hechos
consumados el 8 de abril de 1849 por el general haitiano Fabre Geffrard.
El general Antonio Duvergé, que nunca rehuyó los puestos de peligro,
había logrado recomponer las defensas nacionales.
Ubicó convenientemente a cientos de combatientes en el frente montañoso
al norte del poblado de Estebanía (a unos diez kilómetros de Azua) y en otros
lugares de la zona, principalmente en El Número, pero también en loma de Portezuelo,
Boca de la Palmita y Paso de las Carreras.
Duvergé estaba al frente de todos los combatientes, con delegaciones de
mando puntuales y específicas en las personas de los valientes Ramón Mella,
Manuel de Regla Mota, Bernardino Pérez, José María Cabral, Francisco Domínguez,
Francisco Sosa y otras figuras relevantes de la historia dominicana.
Para cambiar el curso de la suerte militar fue decisiva la
participación del almirante Juan Bautista Cambiaso, quien en la bahía de Ocoa
tenía desplegado en zafarrancho de combate un pequeño convoy integrado por una
fragata, un bergantín y dos goletas que en conjunto tenían 25 cañones navales
de diversos calibres, algunos de ellos con proyectiles explosivos y obuses entonces
de reciente creación en Europa, así como otras piezas de artillería pesada.
La presencia allí de la marinería dominicana obligó a los invasores a desechar
el derrotero costeño e internarse en los macizos cercanos, en fatigosas marchas
y contramarchas, y sin posibilidades de recibir por mar el avituallamiento que esperaban.
Estando así las cosas fue que el general Pedro Santana llegó de nuevo a
su cuartel general en Sabana Buey, acompañado de su innegable valor, su don de
mando y cientos de combatientes provenientes de Higüey, El Seibo, Santo
Domingo, San Cristóbal y Baní.
El 17 de abril de 1849 se produjo el histórico combate de El Número, en
el cual las tropas dominicanas dirigidas por Duvergé provocaron una sonora
derrota al a la sazón poderoso ejército haitiano que en ese lugar estaba
comandado por el general Geffrard, tres divisiones.
La fusilería dominicana hizo enormes claros entre los invasores. En su
huida muchos de ellos cayeron agujereados por las armas blancas de los héroes
que defendían la independencia nacional.
Aunque los repliegues montañosos de la demarcación donde se ubica El
Número se convirtieron en un criadero de malvas, con cientos de cadáveres de
haitianos insepultos, miles de sobrevivientes lograron internarse por los
mogotes y collados cercanos.
Después del triunfo de El Número el general Antonio Duvergé, que tenía
múltiples tareas tácticas y estratégicas que seguir desarrollando en una amplia
zona, puso en posesión del mando de las tropas estacionadas allí al coronel
Francisco Domínguez, con órdenes precisas de como actuar frente a cualquier
eventual sorpresa de los enemigos que se movían por los contornos como fieras agitadas
y desesperadas.
A partir del 17 de abril de 1849, con la referida derrota, los
invasores haitianos estaban en una especie de gigantesca ratonera, de la cual
difícilmente podían salir victoriosos, a pesar de los aspavientos de algunos de
sus principales oficiales.
En la próxima entrega demostraré, contrario a la opinión de algunos, la
importancia militar y política que para el futuro de la República Dominicana
tuvo la batalla de Las Carreras.