domingo, 26 de diciembre de 2021

JOSÉ MARTÍ EN R.D. y IV

 

JOSÉ MARTÍ EN R.D. y IV

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Tercer viaje

El día 29 de enero del año 1895JoséMartí había ordenado, a nombre de Máximo Gómez, de él mismo y de otros personajes de la lucha independentista cubana, una insurrección general en el interior de su tierra natal.

Dos días después de dicha orden le informó a Antonio Maceo lo siguiente: “Salgo con Mayía, lleno de brío y justa fe, para Santo Domingo.”

En efecto, en su tercer viaje a la República Dominicana José Martí arribó por Montecristi, en las primeras horas de la mañana del día jueves 7 de febrero del referido año. Llegó en compañía de algunos amigos, entre otros Ángel Guerra Porro y Mayía Rodríguez, veteranos de dos guerras anteriores en las que se intentó independizar a Cuba del que ya era un decadente imperio español.

Para ese entonces a Martí le asaltaba la duda de que Máximo Gómez desaprobara, en ese momento, los preparativos de guerra, debido a algunos fracasos tácticos, especialmente el que se produjo por errores del coronel López de Quezada.

Gómez pensaba todo lo contrario. Había resuelto retornar a Cuba por encima de cualquier circunstancia. Ya le había escrito a su amigo Domingo Figuerola Caneda, historiador y escritor cubano: “Ya sabe usted que decididamente me he puesto al lado de Martí.”

Ambos sabían que sería una lucha difícil, puesto que se enfrentarían a un ejército de ocupación compuesto por más de 200 mil soldados profesionales de la guerra, bien armados y avituallados.

Esa cantidad de combatientes nunca antes la tuvo concentrada a la vez el imperio español, en el gigantesco espacio comprendido desde Baja California, en sus llanos de Magdalena, hasta La Patagonia, con su clima gélido; incluyendo todos los territorios insulares adyacentes a la masa continental. El genio militar de Máximo Gómez los derrotó.

José Martí, luego de explicarle a Gómez algunos detalles importantes para la inminente expedición revolucionaria hacia la mayor de las islas del Caribe, llega a la ciudad de Santiago de los Caballeros el 13 de febrero. Allí se mantuvo en labores propias de su misión patriótica hasta la madrugada del 18, cuando sale con sus acompañantes a El Hatico, un campo entonces situado en el extrarradio de la ciudad de La Vega.

En ese lugar se reunió, en la casa del patriota Manuelico Genao, con el inquieto luchador por la independencia de Cuba Eleuterio Hatton, cuya  madre era cubana. Hatton era una figura importante, jefe del movimiento de liberación de Cuba en la estratégica península de Samaná. Martí lo calificó de noble, generoso y meritorio.

Habiendo retornado a Montecristi, Martí recibe la buena nueva de que varios periódicos latinoamericanos, incluyendo el Listín Diario, estaban divulgando la información de que el 26 de febrero había comenzado la guerra en Cuba, especialmente en las zonas de oriente y occidente.

La situación no estaba libre de dificultades. Había conflicto de personalidades, falta de coordinación, pocos recursos económicos y escaso armamento.

Así se comprueba sin mucho esfuerzo en una carta que el referido día le escribió Martí a Antonio Maceo: “El patriotismo de usted que vence a las balas, no se dejará vencer por nuestra pobreza, por nuestra pobreza, bastante para nuestra obligación…La dirección puede ir en una uña. Esta es la ocasión de la verdadera grandeza.”1

En el tercer viaje al país Martí tuvo que utilizar su más depurado tacto político para vencer varios obstáculos vinculados con los poderes coloniales españoles que aún incidían en esta área del mundo.

Uno de esos problemas era Cosme Batlle, agente español y poderoso comerciante estacionado en Puerto Plata. Dicho señor, a parte de su abierta oposición a la independencia de Cuba y Puerto Rico, era un acreedor del Presidente Ulises Heureaux e influía en algunos de sus actos. Ayudó mucho a neutralizar las acciones de Batlle la habilidad de don Juan Schoewerere, que representaba en esa demarcación la causa de Martí y Gómez y también tenía contactos con Lilìs.

Fue en su tercer viaje a República Dominicana que Martí conoció, entre otros dominicanos distinguidos, a Américo Lugo, los hermanos Bienvenido y Carlos Nouel, al gobernador  provincial Guelito Pichardo y a Lorenzo (Muley) Despradel, periodista de fina pluma y espíritu revolucionario que fue secretario personal de Gómez en la Guerra Necesaria, una larga lucha que se extendió por 3 años entre los independentistas cubanos dirigidos por Máximo Gómez, Antonio Maceo y otros adalides contra más de 200 mil soldados españoles de infantería, caballería y artillería.

En ese último viaje a tierra dominicana Martí no descansó un instante, moviéndose de un lugar a otro. De Montecristi fue a Dajabón y de allí al vecino país: Juana Méndez, Fort-Liberté y Cabo Haitiano, para retornar en pocas horas a la ciudad del Morro que parece un dromedario dormido.

Vuelve a la ciudad de Santiago de los Caballeros, además de a otros pueblos de la Línea Noroeste, a realizar labores en busca de apoyo a la causa de su patria.

Máximo Gómez, en carta despachada desde Montecristi el 9 de marzo de 1895, destinada a Francisco Gregorio Billini, le dice: “Allá va Martí con su cabeza desgreñada, sus pantalones raídos, pero con su corazón fuerte y entero para amar la independencia de su tierra.”2

El dictador Ulises Heureaux tenía inclinaciones a favor de la libertad de Cuba. Luego de algunos reparos, y gracias a la decisiva intervención de Federico Henríquez y Carvajal, ya entrada la noche del 2 de marzo de 1895, decidió ayudar económicamente la causa patriótica que motivaba la presencia de Martí por tercera vez en el país.

Lo hizo mediante una comunicación cablegráfica dirigida en dicha fecha al gobernador provincial de Montecristi, Guelito Pichardo.

“Mi estimado Guelito: La presente tiene por objeto suplicarte, bajo confianza de caballero, le entregues al portador, sin dilación alguna, la cantidad de Dos mil pesos oro…U. Heureaux.”3

Con motivo del tercer viaje de Martí a la República Dominicana a Heureaux se le atribuye haber dicho que no daba rienda suelta a su simpatía por la causa independentista de Cuba porque: “Los E.U. de América eran el Águila y España la gallina.” Añadiendo que “Santo Domingo era la cucaracha en peligro de ser comida si no andaba prevenida.”4

El pensamiento de Martí contribuyó en gran medida a la formación de lo que se considera la idiosincrasia latinoamericana.

Por eso es importante decir que sus ingentes labores independentistas no sólo estaban permeadas por las guerras de 1868-1878 y 1879-1880.

En sus escritos se comprueba que Martí estaba empapado también de otros antecedentes históricos que registran los manuales de la historia de Cuba.

Es válido señalar que antes del Grito de Yara, lanzado en el ingenio Demajagua, dirigido por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, hubo en la isla más grande del Caribe varios alzamientos que tenían diferentes motivos, pero todos fueron expresiones concretas de un estado de rebeldía contra las autoridades coloniales españolas. De una manera u otra sirvieron para abonar el camino de la libertad del pueblo cubano.

Entre las rebeliones aludidas cito la que dirigió el negro liberto José Antonio Aponte Ulabarra, en el 1811, conocida como la Conspiración de Aponte. En el año 1823 grupos de masones, encabezados por el poeta de origen dominicano José María Heredia, protestaron contra el gobierno colonial en lo que se dio en llamar la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar.

El Águila Negra fue otro movimiento de rebeldía que se produjo en La Habana en el 1826, inspirado en el grupo del mismo nombre creado 3 años antes en México por el contestatario señor Guadalupe Victoria. Así también se puede mencionar la Conspiración de la Escalera, que surgió en el 1843 en los campos cañeros y bateyes de la zona de Matanzas, cuyo objetivo era abolir la esclavitud de los negros sometidos a penosas condiciones de vida.

El tercer y último viaje de Martí a la República Dominicana terminó el primero de abril del 1895. Ya había firmado con Gómez el histórico documento llamado Manifiesto de Montecristi, fechado el 25 de marzo de dicho año. Su Testamento Político lo hizo  y firmó el día anterior en esa ciudad dominicana.

Ese día el apóstol de la independencia de Cuba, junto a Máximo Gómez, Marcos del Rosario Mendoza, Ángel Guerra, César Salas, Paquito Borrero y otros valientes salieron desde el litoral marino de la ciudad de Montecristi hacia Cuba, una isla “larga y estrecha como la lengua de un pájaro.”

La hazaña de José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y otros grandes personajes de la historia cubana mantiene su valor intrínseco y su importancia historia más allá del Tratado de París, firmado en el 1898 entre EE.UU. y España, y de la nefasta Enmienda Platt, un apéndice injertado en la Constitución cubana de 1901.

Esos dos hechos referidos en el párrafo anterior afectaron a los patriotas cubanos, pero en términos de proyección histórica no mellaron los ideales de aquellos valientes que, saliendo desde Montecristi en la República Dominicana y los que estaban territorio cubano con iguales propósitos, llenaron una página de gloria en la historia del continente americano.

El gran intelectual cubano Julio Le Riverend lo dejó escrito así: “Súbitamente, el proyecto histórico de independencia y soberanía, que es tanto como decir, de dignidad democrática, había quedado trozado por la intervención imperialista de 1898.”5

En un ensayo de gran calado, el escritor Joaquín Balaguer escribió que José Martí dejó “a los dominicanos, no sólo el honor de su presencia en nuestra isla como peregrino incansable de la libertad, sino también la convicción de que Cuba y Santo Domingo tienen el mismo destino, están ligados por los mismos intereses históricos y tienen la misión ineludible de vivir tanto para sí mismas como para toda la humanidad…”6

Uno de los frutos del tercer viaje de José Martí a la República Dominicana fue la amistad que entabló con Américo Lugo Herrera, quien 48 años después de la muerte del mártir de Dos Ríos le escribió una carta a un discípulo de este, en la cual le señalaba que Martí era “la más alta encarnación de la libertad en su época.” “…indudablemente de todos los hombres de su tiempo, Martí es quien más perdurará…” “Por boca de Martí, América ha hablado su propia lengua…”7 

Bibliografía:

1-Carta de Martí a Maceo. Montecristi, 26 de febrero de 1895.Reproducida en Martí en Santo Domingo. Segunda edición. Graficas Pareja, Barcelona, España, 1978. Pp111-113.Compilador Emilio Rodríguez Demorizi.

2-Carta de Máximo Gómez a Francisco Gregorio Billini.9-marzo-1895.

3-Carta de Heureaux a Guelito Pichardo. 2-marzo-1895.

4-Francisco Gómez Toro, en el surco del Generalísimo. Editorial Seoana y Fernández. La Habana, 1932.P173.Gerardo Castellanos García.

5-Entre cubanos. Psicología tropical. Fernando Ortiz. Prólogo a la segunda edición. PVI. Editorial de ciencias sociales, La Habana, Cuba, 1993. Julio Le Riverend.

6- José Martí. Publicado el 10-octubre-1975.Inserto en Obras Selectas, tomo VII. Biografías. Editora Corripio, 2006.Pp461-494.Joaquín Balaguer.

7-Américo Lugo. Correspondencia.AGN. Volumen CCCLXXXI. Primera edición, julio 2020.Pp311-315.

sábado, 18 de diciembre de 2021

JOSÉ MARTÍ EN R.D. III

 

 

 

JOSÉ MARTÍ EN R.D. III

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Segundo Viaje

El segundo viaje de José Martí fue el más breve de los tres que realizó a la República Dominicana. Era portador de una designación expresa para que Gómez asumiera la jefatura suprema de las fuerzas insurrectas y ordenara el andamiaje táctico a desarrollar para lograr la independencia de Cuba.

No se trataba de cualquier cargo. La organización patriótica llamada Partido Revolucionario Cubano había elegido al dominicano Máximo Gómez Báez como General en Jefe del Ejército de Cuba Libre.

Es oportuno recordar que ese partido fue fundado por Martí. Su filosofía descansaba en altos objetivos centrados en la liberación de su patria y otros pueblos caribeños aplastados por fuerzas coloniales. Él explicó que la tarea de esa formación política era “…lograr, con los esfuerzos unidos de los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico.”

Se impone señalar que ya antes el ilustre banilejo había luchado por la libertad de Cuba, y  hacía mucho tiempo que otros dominicanos, con  el pensamiento escrito  o verbal como arma, también habían combatido abusos coloniales en las calles habaneras.

En la ciudad de Santiago de los Caballeros nacieron dos de esos personajes aludidos: el obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz (1694) y el gran geógrafo y esmerado abogado Esteban Pichardo Tapia (1799).

El primero no sólo fue el que introdujo la cría de abejas melíferas en Cuba, sino que se enfrentó a los ingleses cuando invadieron La Habana en el 1762. El segundo siempre fue un gran crítico de las autoridades coloniales españolas.

Ellos dos antecedieron (como aportes humanos dominicanos en la lucha por la libertad de Cuba) a los que usaron machetes y fusiles: Máximo Gómez, Marcos del Rosario Mendoza, los hermanos Luis y Félix Marcano Álvarez, Manuel de Jesús de Peña Reinoso, Enrique Loinaz del Castillo, Modesto Díaz Álvarez, apodado El Jabalí de la Sierra, y muchos otros.

Cuando el 3 de junio de 1893 Martí pisó por segunda vez tierra dominicana, haciéndolo por la marítima ciudad de Montecristi, llegó con un pliego lleno de cláusulas de urgente atención, en razón de que en esos momentos el movimiento de liberación de la isla mayor del Caribe estaba cargado de incertidumbres, zancadillas y exaltación de ánimos.

Cabe decir, además de lo anterior, que en el triste papel de rémoras había individuos, dentro y fuera de Cuba, que se decían patrióticos, pero actuaban como versos libres, y no precisamente como si fueran espíritus de la poética de Walt Whitman, por ejemplo.

Las dificultades anteriores estaban coronadas por mil otros obstáculos,  particularmente porque había un enjambre de espías españoles que se movían en todo el continente americano, quienes a golpe de doblones de oro, escudos, reales y pesetas, maquinaban contra la lucha independentista de Cuba.

Para poder enfrentar exitosamente tantos inconvenientes, al decir del historiador Emilio Rodríguez Demorizi: “Necesitaba Martí la opinión y la participación del general Gómez, convertido en su oráculo desde 1892.”1

Su segundo viaje al país coincidió con una etapa en la cual el autor de Versos Sencillos y Nuestra América se movía de un lugar a otro con la agilidad del zunzuncito, esa hermosa ave endémica de Cuba que fue descubierta en el 1844 por el sabio naturalista alemán Juan Cristóbal Gundlach.

En esa visita de trabajo de Martí a la República Dominicana quedó claro que él y Gómez querían evitar a toda costa que ocurrieran situaciones como las que hicieron fracasar en Cuba la denominada Guerra Grande (1868-1878).

Para uno y otro era de suprema obligación evitar que hubiere una nueva versión de la Paz de Zanjón, por cierto no aceptada por el bizarro general Antonio Maceo, dando origen a la célebre Protesta de Baraguá.

Ambos tampoco podían permitirse abrir otra guerra con las imprevisiones que tuvo la ineficaz Guerra Chiquita (1879-1880) y los desembarcos en Cuba de los generales Gregorio Benítez (28-9-1879) y Calixto García (7-5-1880), quienes tuvieron que capitular ante las autoridades españolas el 3 de agosto de 1880; aunque es válido decir que el coronel Emilio Núñez se mantuvo combatiendo junto a sus tropas hasta el 3 de diciembre siguiente.

El día 6 de mayo del 1893 Martí le adelantó a Máximo Gómez, en carta despachada desde la isla de Cayo Hueso, en la parte más al sur de la Florida, EE.UU., algunos detalles del proceso revolucionario que bullía entre los patriotas cubanos, exponiéndole la urgencia de hacer consultas directas con él para la mejor orientación de la lucha de liberación que estaba en proceso de germinación.

Su segunda visita al país duró 3 días, en los cuales Martí y Gómez conversaron intensamente, y se movieron principalmente en la parte más al norte del cuadrante que forma lo que se conoce como Línea Noroeste.

En sólo 72 horas Gómez y Martí delinearon el marco general de la estrategia y también los fundamentos de las tácticas a aplicar para librar una nueva y definitiva guerra de independencia de Cuba.

Fue un viaje exitoso, como se comprueba en una carta que al día siguiente de abandonar el territorio dominicano le envió Martí a Gómez, desde la ciudad portuaria de Cabo Haitiano:

“…Yo, merced a la grandeza de usted, llevo en el alma uno de los goces más limpios del mundo…”2

En varias ocasiones Martí escribió que ese segundo viaje a R.D. fue de “consulta al general Máximo Gómez.”

En una misiva dirigida por él al patriótico general cubano Serafín Sánchez Valdivia, con fecha 25 de julio de 1893, le reveló lo siguiente: “…De Gómez vengo enamorado y no puedo recordarlo sin ternura…En los tres días, Gómez y yo dormimos tres horas.”3

Uno de los frutos de la segunda presencia de José Martí en el país fue la creación en la capital dominicana de la Sociedad Política Cubana Hijas de Hatuey, integrada por mujeres cubanas y dominicanas que dieron gran apoyo logístico a la causa independentista de Cuba.

En la tarde del día 5 de junio de 1893 el autor del poemario Ismaelillo partió desde la República Dominicana, por vía marítima, hacia la ciudad de New York, EE.UU. Iba acompañado del dominicano Emiliano Aybar.

Meses después, con motivo de una campaña nacional para erigir en la ciudad de Santo Domingo una estatua del patricio Juan Pablo Duarte, Martí inició un plan internacional de recolección de fondos; ocasión que aprovechó para recordar a los héroes dominicanos que participaron de manera solidaria en las dos primeras guerras en las que se procuraba la liberación de Cuba.

Así se expresó Martí sobre los dominicanos que se batieron contra un poderoso enemigo colonial en las ya referidas Guerras llamadas Grande y Chiquita: “…con el casco de sus caballos fueron marcando en Cuba el camino del honor.”4

Bibliografía:

1-Martí en Santo Domingo. Segunda edición. Gráficas M. Pareja. Barcelona, España, 1978.P97.Emilio Rodríguez Demorizi.

2-Carta de Martí a Gómez.6-junio-1893.

3-Carta de Martí a Serafín Sánchez. 25-julio-1893.

4-4-Texto reproducido en la revista Letras y Ciencias. Edición del 14 de mayo de 1894.Federico Henríquez y Carvajal.

domingo, 12 de diciembre de 2021

JOSÉ MARTÍ EN R.D. II

 

JOSÉ MARTÍ EN R.D. II

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Primer viaje

Antes de visitar por primera vez el país José Martí había sido un defensor de la soberanía dominicana. Así lo revelan diversas cartas publicadas por él a partir del 15 de enero de 1885, en el periódico argentino La Nación.

Otro ejemplo de su compenetración temprana con nuestro país se comprueba cuando el 30 de noviembre del 1889, al pronunciar un discurso laudatorio a la memoria del gran poeta cubano José María Heredia, de origen dominicano, dijo:

“…para ser en todo símbolo de su patria, nos ligó, en su carrera de la cuna al sepulcro, con los pueblos que la creación nos ha puesto de compañeros y de hermanos: por su padre con Santo Domingo, semillero de héroes…”1

José Martí llegó por primera vez a la República Dominicana el día 9 de septiembre del 1892. Entró por Dajabón. Después de un breve descanso siguió su ruta hacia Montecristi.

Ese trayecto lo hizo montado en el caballo melado del jefe militar de la zona, el general Toño Calderón. En palabras del propio Martí: “…el caballo que a nadie había dado a montar, el caballo que ese hombre quiere más que a su mujer.”

Esa famosa montura lo impactó tanto como después lo hizo su caballo Baconao, en cuyo lomo cayó fulminado por una bala enemiga el 19 de mayo de 1895, en su Cuba natal.

Facilitarle ese brioso caballo, con fama de que casi no sesteaba, fue la primera expresión concreta del fino trato que siempre se le dispensó en la República Dominicana a José Martí.

La primera tarea que se impuso al reencontrarse con Máximo Gómez fue sepultar el distanciamiento que había entre ellos desde octubre de 1884. Eso se logró de inmediato, tal y como consta en notas dejadas para la posteridad por ambos personajes.

El siguiente propósito era, y así fue, dar los pasos que fueran necesarios para emprender de nuevo la ardua jornada libertaria de Cuba, la mayor isla antillana, la cual durante siglos estaba sometida al coloniaje español.

Sobre lo anterior hay una nota elocuente en el Diario de Máximo Gómez, con fecha 11 de septiembre de 1892, cuando Martí ya estaba en su casa en el lugar conocido como La Reforma. En ese escrito el glorioso general puntualiza lo siguiente:

“…me sentí decididamente inclinado a ponerme a su lado y acompañarlo en la gran empresa que acometía. Así fue que Martí ha encontrado mis brazos abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.”2

Martí por su parte, al recibir el apoyo de Gómez para luchar de nuevo por la libertad de Cuba, le dijo que no podía ofrecerle otra cosa que no fuera “el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.”3

Transitando por las veredas rurales de la Línea Noroeste, a su anhelado encuentro con el héroe de la gran batalla de Palo Seco, en la cual los rebeldes cubanos con Gómez al frente provocaron una debacle al Ejército español el 2 de diciembre de 1873, José Martí se extendió en elogios a la naturaleza dominicana.

En su Diario dejó constancia de que los campos criollos “…brillan en pleno día como cestones de sol.”

En la primera selección de los escritos, discursos, correspondencias y conferencias de José Martí, titulada Flor y Lava, publicada en 1909, en París, Francia, Américo Lugo, prologuista y antologista de la misma, se hace eco de las impresiones favorables que tuvo el ilustre cubano sobre la República Dominicana, donde estuvo tres veces en su peregrinar buscando apoyo para liberar su patria.

Era tal la valía que los dominicanos reconocían en la persona de José Martí que en el prólogo de la referida antología el citado prócer civilista Lugo señaló lo siguiente: “El día que Cuba…mida a Martí en toda su grandeza, sus lágrimas rebosarán el mar y sus ayes enternecerán la tierra.”4

Fue el mismo Lugo quien lo calificó como “el último apóstol….el último tribuno…el último libertador de América…Todo denuncia en Martí al hijo de Bolívar: el golpe inmortal del corazón, que  aun resuena, haciendo estremecer el continente…”5

En su primer viaje a la República Dominicana Martí visitó las ciudades de Dajabón, Montecristi, Santiago, La Vega, Santo Domingo, Barahona y otros pueblos.

Para recibirlo, en un hermoso atardecer de septiembre de 1892, en la capital dominicana se preparó un encuentro en su honor. Él pronunció un vibrante discurso resaltando la solidaridad que había tenido aquí y enfatizando el pasado glorioso del pueblo dominicano.

También avanzó parte de lo que comentaría después acerca de las tradiciones, el lenguaje, la comida, las modalidades arquitectónicas y en sentido general sobre las particularidades que había observado de la cultura dominicana.

Desde Santo Domingo se trasladó en el velero Lépido hasta la Perla del Sur, Barahona. Desde allí salió a caballo en dirección a Haití, por la ruta del Lago Enriquillo, de cuya historia estaba fascinado, por las lecturas de la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, y las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas.

A Martí le interesaba conocer ese inmenso cuerpo de agua léntica, que había sido siglos atrás parte clave en la hazaña del cacique en cuyo honor fue bautizado.

Desde ese país vecino salió hacia la isla de Jamaica. Allí se embarcó con destino a la ciudad de New York, EE.UU., que era para la época uno de los centros más activos de la lucha de los cubanos contra el colonialismo español.

 La presencia de Martí en la República Dominicana tuvo un impacto tan grande que cincuenta años después de su última visita el escritor Max Henríquez Ureña, en un libro de historia literaria del país, consignó lo siguiente:

“Martí dejó entre los dominicanos una impresión que no admite paralelos: su palabra deleitó, cautivó, arrebató…” El mismo autor nos recuerda que: “A la memoria de Martí, muerto en el campo de batalla poco después de su llegada a Cuba, consagraron los intelectuales dominicanos un volumen, Álbum de un héroe, que contiene composiciones de José Joaquín Pérez, Bartolomé Olegario Pérez, Manuel de Jesús Peña y Reinoso y otros poetas, y más de sesenta trabajos en prosa.”6

Ciento y pico de años luego de que sus primeros pasos en el país abonaron la fraternidad domínico-cubana  el escritor y médico Mariano Lebrón Saviñón, uno de los más ilustres creadores del movimiento literario “La Poesía Sorprendida”, en sus prolijas notas para la historia de la cultura dominicana, señaló que:

“La llegada de José Martí al país fue un acontecimiento trascendente. Vino con su aureola de gran escritor, poeta de primera línea y apóstol de libertades, y apasionó a los que tuvieron la dicha y el honor de conocerlo.”7

Como se puede observar, la primera visita de Martí a la República Dominicana quedó inscrita como uno de los hitos fundacionales de la comunión de afectos entre los pueblos de los dos países más grandes del arco antillano; aunque ese viaje de Martí no fuera una imitación del que hizo en canoa a Baracoa, llamada la Ciudad Primada de Cuba, casi 400 años antes, el cacique taíno Hatuey, aclamado como el Primer Rebelde de América.

Bibliografía:

1-Discurso sobre Heredia.30 de noviembre de 1889. José Martí.

2-Diario de Máximo Gómez.11-9-1892.La Reforma, Montecristi. Reproducido en el libro Vida y obra del apóstol José Martí.P56.Centro de estudios martianos. La Habana, Cuba, 2006. Cintio Vitier.

3- José Martí, Epistolario. Centro de estudios martianos. La Habana, Cuba, 1993.Tomo III (1892-1893).P209.

4-Flor y Lava. Ediciones librería Paul Ollendorft, París, Francia. Diciembre1909. Primera antología de escritos de José Martí, por Américo Lugo.

5-Lugo. Citado en Vetilio Alfau Durán en Anales. Editora Corripio, 1997.P528.

6-Panorama histórico de la literatura dominicana. Río de Janeiro, 1945. Max Henríquez Ureña.

7-Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo del Hogar, 2016.P318. Mariano Lebrón Saviñón.

 

 

 

sábado, 4 de diciembre de 2021

JOSÉ MARTÍ EN R.D. I

 

JOSÉ MARTÍ EN R.D. I

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Es necesario señalar algunas cosas antes de penetrar en los detalles vinculados con las tres visitas que hizo el ilustre cubano José Martí a tierra dominicana.

Se trata de uno de los personajes de primera fila en la historia de los pueblos que forman lo que se conoce como el Caribe insular. Su ejemplo de vida transciende, además, hacia toda América, la del norte, la del sur y la del centro.

Martí siempre será un referente, por su trayectoria como pensador, escritor, poeta, filósofo, periodista y activista por la libertad de Cuba, su tierra natal.

Su importancia se proyecta, también, por sus afanes en procura de aglutinar a los pueblos antillanos, para hacerlos más fuertes ante los enemigos comunes.

Fue un fiel partidario de la Confederación Antillana, sumándose a la causa enarbolada por Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Gregorio Luperón y otras personalidades caribeñas.

Con la República Dominicana tenía vínculos muy estrechos desde antes de conocerla físicamente. Esa cercanía con nuestra tierra brotó en él desde que era un adolescente cargado de inquietudes patrióticas, sociales, políticas y culturales, tal y como se comprueba en sus escritos de mocedad.

En sus “Apuntes de viaje”, publicados 37 años después de su muerte, hace múltiples descripciones de nuestras bellezas naturales y de la calidez con que fue recibido en el país en cada una de sus tres visitas.

Al nacer en la ciudad de La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1853, fue registrado con el nombre de José Julián Martí Pérez. Fue el único varón de una prole de 8 hijos de la tinerfeña Leonor Antonia Pérez Cabrera y el valenciano Mariano Martí Navarro.

El 23 de enero de 1869, antes de cumplir 16 años de edad, Martí publicó una pequeña obra dramática que tituló Abdala, en la cual expresaba su visión sobre el amor a su patria y su opinión sobre los opresores de su pueblo. En ese texto comenzaba a perfilarse su juvenil “sustancia espiritual.”

Muy pronto se hizo sospechoso ante las autoridades de Cuba. Fue encarcelado y obligado a realizar trabajos forzados en canteras.

La persecución en su contra comenzó desde que se divulgó Abdala en las calles habaneras. El contenido de ese drama era en sí un firme cuestionamiento al sistema colonial español, que incluía la esclavitud, la cual él descubrió en el 1862, cuando tenía 9 años de edad y su padre lo llevó a los campos de caña en Matanzas.

Fue expulsado de su país hacia Madrid, España. Allí publicó en el 1871 un ensayo titulado “El presidio político en Cuba.” Es un testimonio crudo sobre los sufrimientos que él vivió en carne propia durante su prisión.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            

Extrapoló esa amarga experiencia, haciendo una conexión con la que tuvieron muchos otros jóvenes que como él no fueron sumisos a los colonizadores españoles. Ese ensayo fue otra de sus obras iniciales que lo definirían como el luchador sin tregua que siempre fue.

Esas brevísimas notas introductorias permiten tener una idea del calibre humano del hombre que dejó impactantes impresiones en la República Dominicana.

La primera vez que José Martí pisó tierra dominicana fue en el 1892, la segunda en el 1893 y la última en el 1895, el mismo año de su trágica muerte, ocurrida el 19 de mayo, en la comunidad de Dos Ríos, en el oriente cubano.

Allí fue mortalmente herido de bala por un desconocido soldado colonialista español del Regimiento de Caballería Hernán Cortés, que operaba en la zona como parte de las tropas al mando del coronel José Ximénez Sandoval. Tenía poco tiempo que se había montado en su caballo de nombre Baconao. En su saco negro encontraron la carta inconclusa que comenzó a escribirle el día anterior de la tragedia a su amigo mexicano Manuel Mercado. Murió de “de cara al sol.”

En cada visita que hizo al país el objetivo principal de Martí era persuadir a Gómez para que volviera a luchar por la libertad de Cuba. El poeta sabía que la valentía y la capacidad militar de ese dominicano eran vitales para revertir los resultados negativos de las dos anteriores guerras independentistas cubanas.

Martí tenía razón para esforzarse en persuadir al bizarro dominicano. En efecto, le correspondió de manera principal a Máximo Gómez Báez llevar hacia la victoria al pueblo cubano, en lo que se conoce como la Guerra Necesaria.

Gómez fue el General en Jefe del Ejército Mambí que se batió glorioso en dicho sangriento conflicto; en el cual también se destacaron los generales Antonio y José Maceo Grajales, Ramón Calixto García Íñiguez, Serafín Sánchez Valdivia, Juan Bruno Zayas, José María Rodríguez, el polaco Carlos Roloff Mialofsky y muchos otros combatientes de diferentes rangos.

Martí, con su carga de humanidad, en la cual se conjugaban sentimientos encontrados de angustia y anhelo, fue el propagador por excelencia de la importancia de esa tercera y victoriosa guerra, como muy bien describe Jorge Mañach en su obra titulada “Martí, El Apóstol.”

Probablemente los primeros vínculos de Martí con la República Dominicana surgieron después de que el 10 de octubre de 1868 se lanzó en la finca La Demajagua, en Manzanillo, en el oriente de Cuba, el famoso Grito de Yara, que dio inicio a una prolongada guerra independentista que duró 10 años, teniendo como uno de los más célebres comandantes a Máximo Gómez, bajo las órdenes del patricio cubano Carlos Manuel de Céspedes, primer presidente de la República en Armas.

Esa primera fase de la lucha liberadora de Cuba terminó en fracaso. Una parte de los dirigentes políticos y militares cubanos firmaron el 10 de febrero de 1878 el llamado Pacto del Zanjón.

Martí, analizando los hechos de esa lucha que duró diez años, quedó impactado con la excepcionalidad marcial de Gómez. 

En esa ocasión, a poco tiempo de salir de Cuba el ilustre banilejo, el presidente de Honduras Marco Aurelio Soto lo nombró General de División y jefe del Ejército de ese país centroamericano.

En esa circunstancia José Martí decide escribirle a Gómez una primera carta (que por los motivos que fueran no llegó a su destino) en la cual le pedía informaciones personales: “como algún día he de escribir su historia….Aquí vivo muerto de vergüenza porque no peleo…Seré cronista, ya que no puedo ser soldado.”

En una segunda comunicación, fechada en el 1882, Martí le dice a Gómez, entre otras muchas cosas, que: “Porque usted sabe, General, que mover un país, por pequeño que sea, es obra de gigantes…”Al señalar que estima a Gómez y que considera que el dominicano también lo estima a él, remata su carta así: “Creo que lo merezco, y sé que pongo en un hombre no común mi afecto.”1

Dos años después, en octubre del 1884, se produjo la primera entrevista entre ambos. Fue en la ciudad de New York. El encuentro tuvo ciertos niveles de aspereza, como podría ser previsible entre un curtido hombre de guerra y un poeta de fino estro. No siempre sintonizan el numen y las armas.

Allí fue que surgió la famosa frase martiana: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento...” y la respuesta de Gómez: “Ese hombre no me conoce…Como se verá, este hombre me insulta de un modo inconsiderado…”

Esa es la verdad de los hechos. Ese es el sustrato filosófico de dos personajes que se reencontraron luego en la República Dominicana para sellar un capítulo importante en el convulso anteayer de América Latina.

Esa es la historia, la cual, para decirlo con palabras del historiador, filósofo y político italiano Benedetto Croce, “aparece como el único juicio portador de la verdad, incluyendo en sí la filosofía, pues la filosofía no puede vivir  fuera de la historia y no se manifiesta más que como historia.”

En el referido año 1884, cuando Martí tenía 31 años, una parte de su obra ya era conocida entre los lectores dominicanos, especialmente sus escritos titulados La vuelta de los héroes de la Jeannette y Maestros Ambulantes.

El José Martí pensador y escritor tuvo como primer publicista en la República Dominicana al poeta José Joaquín Pérez quien, además, en su condición de ministro de Educación en el gobierno de Francisco Gregorio Billini Aristi, puso en práctica el mensaje contenido en la segunda obra arriba mencionada.

Fue el mismo José Joaquín Pérez quien en el 1883 lo calificó como “el eminente escritor cubano José Martí, cuya pluma embellece todo cuanto toca y cuya profundidad de pensamiento es notabilísima…”2

En las próximas entregas de esta breve serie señalaré los principales pormenores de las tres visitas que en la última década del siglo XIX realizó José Martí a la República Dominicana.

Bibliografía:

1-Carta de Martí a Máximo Gómez, 1882.

2-Revista Científica y Literaria.1883.Comentario sobre Martí. José Joaquín Pérez.

 

 

 

MATANZA EN LA HACIENDA MARÍA

 

MATANZA EN LA HACIENDA MARÍA

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Lo que en la historia dominicana se conoce como la matanza en la Hacienda María fue un acto de venganza particular, cometido en la noche del sábado 18 de noviembre del 1961 por Ramfis Trujillo y su grupo de matones contra seis de los héroes que el 30 de mayo de ese año eliminaron al sátrapa Rafael Trujillo, quien por más de tres décadas había mantenido bajo la más ignominiosa opresión al pueblo.

Demás está decir que la muerte de Trujillo fue un acto de justicia en su más alta significación, por encima de definiciones jurídicas. Fue un individuo que se movió en la geografía nacional durante más de 6 lustros como uno de esos toros embolados que hace más de 2,200 años lanzó el jefe celtíbero Orisson contra los cartagineses en la Valencia del oriente español.

La hecatombe perpetrada desde el casoplón de la referida finca ubicada en San Gregorio de Nigua, San Cristóbal, fue uno de los últimos hechos sangrientos dirigidos por el citado descendiente del mandamás que llenó de luto a la República Dominicana.

El 18 de noviembre de este 2021 se cumplieron 60 años de aquel horrible hecho que quedó impune por múltiples complicidades.

El 4 de febrero de 1965 la Primera Cámara Penal del Distrito Nacional produjo una sentencia condenatoria contra autores y cómplices, pero los responsables del abominable crimen nunca fueron a parar con sus huesos a la cárcel.

Las víctimas de ese escenario infernal fueron Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Tejeda Pimentel, Roberto Pastoriza Néret, Luis Manuel Cáceres Michel y Modesto Díaz Quezada.

Los asesinos fueron el hijo mayor de alias Chapita, el tirano ajusticiado, Ramfis Trujillo Martínez, un hombre con notorias turbulencias mentales avaladas por informes de siquiatras, así como un grupo de sus secuaces: Luis José  y José Alfonso León Estévez, Gilberto Sánchez Rubirosa, Fernando A. Sánchez hijo, Juan Disla Abreu, Américo Dante Minervino, Pedro Julio Vizcaíno y otros.

Los cadáveres de los héroes nunca aparecieron. Casi seguro fueron lanzados como alimento para los tiburones que llegaron a ese litoral caribeño atraídos por la sangre que emanaba de los cuerpos agujereados.

Los 6 de la Hacienda María no eran los primeros conjurados de la gesta del 30 de Mayo en ser asesinados.

Antonio de la Maza Vásquez  y Juan Tomás Díaz Quezada fueron muertos el 4 de junio de 1961, cerca del parque Independencia. Amado García Guerrero fue abatido dos días antes en la avenida San Martín. Los tres cayeron enfrentando a los esbirros del régimen en fase de desplome.

En contra de ellos había un proceso judicial por la muerte del dictador, pero siguiendo el hilo de lo que había sido la práctica del régimen de opresión que se instaló en el país desde el 1930 era evidente que no se respetaría ni el debido proceso ni la vida de los encartados. Aclarando que los 3 últimos nunca llegaron a ser apresados por la jauría de matones que los perseguían.

Entre los días 2 y 27 de junio de 1961 los seis héroes asesinados en la Hacienda María, luego de un calvario de torturas, habían sido interrogados por el fiscal del Distrito Nacional, Teodoro Tejeda Díaz, y por el Juez de Instrucción que realizaba la pesquisa del caso, Wilfredo Mejía Alvarado.

Ese formalismo procesal, como se comprobó el 18 de noviembre siguiente, carecía de importancia de cara a la perversidad que desde el principio había maquinado el círculo más cercano de Trujillo.

Los patriotas asesinados en el referido predio de San Gregorio de Nigua, San Cristóbal, estaban presos en la cárcel de La Victoria, sujetos a la sedicente autoridad de la pantomima que era la justicia trujillista.

El día que los aniquilaron fueron sacados de las inmundas celdas donde estaban, para realizar un supuesto descenso al lugar donde concluyó la vida del tirano. No había  ninguna orden oficial para dicho procedimiento judicial. Era una farsa para asesinarlos a mansalva. Incluso hacía 3 meses y 15 días que se había cerrado la fase de instrucción del expediente en su contra.

Cuando fueron llevados al patíbulo, para ser masacrados por los individuos crueles y malvados que todavía resollaban en los residuos podridos de la tiranía, prácticamente estaban convertidos en guiñapos humanos por las continuas torturas físicas y sicológicas de que fueron víctimas durante varios meses.

En la providencia calificativa “del proceso instruido a los acusados del 30 de mayo”, firmada el 3 de agosto de 1961 por el referido juez instructor a cargo del Proceso134B-año 1961, se hizo constar la muerte de los tres valientes que cayeron repeliendo a los calieses. Con el ríspido lenguaje forense señaló:

“Resolvemos: Primero: Declarar, como al efecto Declaramos, extinguida la acción pública contra los nombrados Juan Tomás Díaz Quezada, Antonio de la Maza Vásquez y Amado García Guerrero, por fallecimiento.”1

                                            Jefe policial

En su famosa novela La Fiesta del Chivo el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa expone su versión ficcionada del crimen perpetrado en la Hacienda María.

Dicho novelista pone en boca del entonces jefe de la Policía Nacional, coronel Marcos Antonio Jorge Moreno, versiones cantinflescas de que la camioneta con los prisioneros había desaparecido en su ruta hacia la cárcel de La Victoria; que luego fue encontrada, pero que los prisioneros se fugaron y mataron a los custodios.

El famoso escritor referido cierra el tema cuando al referirse al presidente Balaguer dice: “Antes de dormirse, lo sobrecogió un sentimiento de lástima. No por los prisioneros asesinados esta tarde sin duda por Ramfis en persona, sino por los tres soldaditos a los que el hijo de Trujillo también había hecho matar para dar apariencia de verdad a la farsa de la fuga.”2

Dicho sea de paso vale aclarar que no eran tales custodios, sino 3 infelices presos comunes vestidos de policías que fueron escogidos para ser asesinados como parte de la trama macabra que se había orquestado.

Era complicado el papel del a la sazón jefe policial Jorge Moreno, pero según dos sentencias en escala de instrucción, dictadas respectivamente el 24 de abril y el 11 de mayo de 1964, no se encontraron trazas de responsabilidad en su contra.

Los historiadores José Chez Checo y Juan Daniel Balcácer publicaron en el 2008 un libro en el cual se hacen eco sobre la no participación del referido coronel en los asesinatos consumados en la susodicha Hacienda María.

 

Opacan hazaña del 30 de Mayo

 

Por otro lado, es de rigor decir que hay más de una versión tratando de restar el nivel de calidad histórica que corresponde a la hazaña de ajusticiar a Trujillo. Con ello se ha querido disminuir la proceridad de los valientes que expusieron sus vidas para librar a los dominicanos de la cadena de desgracias que sufrían desde hacía más de 30 años.

Por ejemplo, el siquiatra Lino A. Romero, echando mano de la teoría sobre la autodestrucción del psicoanalista Karl Menninger, sostiene que en el 1961 Trujillo ya no quería vivir, pero tampoco suicidarse. Que eso ocurrió a partir de una visita al país del senador por el Estado de Florida George Smathers y un prominente amigo de Richard Nixon, el banquero y comerciante Charles (Bebe) Rebozo, quienes lo instaron a retirarse de la vida pública.

Según Romero es posible que luego de dicha visita el tirano “ya no encontrara razón para vivir”, y que su muerte fue en consecuencia un “homicidio provocado.” Sostiene que “Trujillo quería que le mataran.”3

La verdad monda y lironda, no sujeta a interpretaciones ni teorías, es que los que decidieron acabar con la satrapía trujillista llenaron una página de gloria en la historia dominicana. Decir lo contrario es una mezquindad.

 

General Pupo Román

Otra víctima del suceso del 30 de Mayo, aunque no murió en la Hacienda María, fue el general José René Román Fernández (Pupo), quien al momento de la muerte del tirano era el Secretario de Estado de Las Fuerzas Armadas.

El general Pupo Román tenía conocimiento de los preparativos para eliminar a Trujillo. Se había comprometido para organizar la toma del poder político, con la condición de que le presentaran el cadáver del hombre fuerte.

Fernando Arturo Amiama Tió, con muchos conocimientos de las interioridades de los hechos ocurridos antes y después del 30 de mayo de 1961, en su condición de hermano mayor y confidente de Luis, uno de los héroes del 30 de Mayo que sobrevivió a la persecución de los trujillistas, reivindica el papel de Pupo Román en aquella proeza. En su libro de memoria titulado Ayer, el 30 de Mayo y Después, señala que:

“A Román le preocupaba mucho la creciente dureza con que se comportaba el régimen, nunca satisfecho de las barbaridades que constantemente sucedían…Román quedó responsable de las gestiones militares para la toma del gobierno…”4

Algunos, tal vez por estar desinformados, han calificado de claroscuro el papel  de Pupo en esa conspiración. Pertinente es decir que su hija Sabrina Román, en su libro titulado Nuestras lágrimas saben a mar, publicado en el 2016, hace un gran esfuerzo para explicar la actitud de su padre en esos complicados momentos. Sus argumentos al respecto no son desdeñables. Hay en ellos una línea de coherencia meritoria.

En su obra titulada “Trujillo. El Tiranicidio de 1961” el ya citado historiador Balcácer señala que a Pupo lo asesinó Ramfis, pero que no se precisa ni cuándo ni dónde. Reproduce varias versiones distintas dadas por terceros sobre las torturas y el destino final de ese trágico personaje.

Entre otras cosas se ha escrito que al general Pupo Román le echaban en el cuerpo fogaré y gratey, plantas cuyas flores tienen pelitos urticantes que causan un fuerte dolor e inflamación en la piel. Que le dieron golpes con bates, que lo sentaron en una silla eléctrica, que lo sumergieron en una pileta con sanguijuelas, que le echaban hormigas gigantes, que le metieron un caballo drogado en la celda, etc.

De su asesinato se ha dicho que en la Hacienda Hainamosa Ramfis le hizo 53 disparos con el revólver del tirano. Que en el lugar del tiranicidio le vació varios cargadores desde los pies hasta el pecho. Que en un interrogatorio descerrajó varios tiros sobre su cuerpo.

El actual vicepresidente de la Academia Dominicana de la Historia (Balcácer) recoge en su mencionada obra la versión que terceros le dieron a la señora Lita Milán, esposa de Ramfis, sobre el asesinato del general Román:

Que un día le fueron disparando “poco a poco, poco a poco, a las manos, a los brazos, al hombro, a los pies, a las piernas, a las rodillas, a los muslos. Así lo fueron acribillando, con la misma impasible crueldad con que lo habían torturado.”5

Bibliografía:

1-Providencia calificativa del Proceso 134-B del año 1961.

2-La fiesta del chivo. Editora Taller, 2000. Primera edición.P497.Mario Vargas Llosa.

3-Trujillo. El hombre y su personalidad. Editora Búho,2006.Pp420 y 421. Lino A. Romero.

4- Ayer, el 30 de mayo y después. Editora Búho, 2005.Pp214 y 222. Fernando Amiama Tió.

5-Trujillo.El tiranicidio de 1961.Taurus, editorial Santillana, 2007.Pp316, 318, 319 y 320. Juan Daniel Balcácer.