sábado, 31 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (3)

 

 

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (3)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La etiología de la conducta criminal de los generalísimos Trujillo y Franco permite afirmar que mantuvieron su capacidad de matar hasta el último momento de su existencia.

Ambos tenían fija en la mente una especie de “conspiranoia”, eso que en este diciembre del 2022 la Real Academia ha agregado al Diccionario de la Lengua Española para definir la tendencia de ciertos individuos a ver en cualquier hecho una conspiración.

Los registros históricos consignan que el 1 de octubre de 1975 (un mes y días antes de su muerte) Franco pronunció un ominoso discurso en la plaza de Oriente, en el corazón de la zona antigua de Madrid, en la cual lanzó graves acusaciones generalizadas alegando que estaba en curso una conspiración “masónica y comunista” en su contra.

Los españoles fusilados el 27 de septiembre de 1975 en Barcelona, Burgos y Madrid fueron la reafirmación del matonismo del caudillo de El Ferrol y su camarilla, la cual al final de su oprobioso régimen estaba formada por facciones en pugna, especialmente falangistas, tradicionalistas y miembros del  Opus Dei.

En lo referente a Trujillo es válido decir que algunos libros de novedades policiales de su última semana con vida son un retrato fiel del terror que su perversidad implantó en el país.

A pesar de lo anterior ambos generalísimos terminaron siendo espectros de lo que fueron en el apogeo de sus respectivos mandos supremos.

Prueba de lo anterior se ve al verificar que en sus días finales Trujillo hizo circular un anuncio en el que ofrecía sus “conocimientos” para curar enfermedades, incluyendo a lo que en el país se le dice “pecho apretao.”

En la última década del gobierno franquista España estaba cada vez más aislada del exterior. Por infidencias salidas de su círculo más íntimo se supo después que Franco dirigió sus últimos consejos de gobierno con los esfínteres descontrolados.

Trujillo y Franco coincidieron siempre en tomar medidas drásticas para eliminar cualquier asomo de ataques a su seguridad personal o para hacer trizas cualesquiera amenazas a su poder absoluto. Los hechos, que son el crisol de la verdad, amparan ese axioma.

Pero es válido decir que entre ellos había matices en ese aspecto, pues el caudillo ibérico siempre tomaba sus recaudos, protegiendo su persona con una impresionante parafernalia de seguridad. El sátrapa criollo, en cambio, cuando fue abatido sólo iba acompañado de su chofer, el mayor del Ejército Nacional Zacarías De la Cruz.

El uruguayo Eduardo Galeano escribió una frase que bien puede aplicarse a las malsanas ejecutorias de esos dos generalísimos: “Escribieron el prólogo y el epílogo del mismo libro.”

Por lo que se conoció luego, ambos generalísimos fueron incubando sus ambiciones de poder desde las barracas militares donde comenzaron a dar sus primeros pasos como hombres de armas.

Trujillo trabajó como telegrafista durante 3 años, pero luego se convirtió en ladrón de caballos, vacas y otros semovientes, así como falsificador de documentos públicos y privados. Por esos delitos guardó prisión más de una vez. Un pariente suyo logró que lo nombraran como guarda campestre del ingenio Boca Chica.

Ese puesto de vigilante cañero era de escaso interés para sus ambiciones. De esa tarea monótona pasó unos meses (1918) en la escuela militar que funcionaba en la comunidad de Haina, San Cristóbal.

En enero de 1919 lo designaron como segundo teniente de la Guardia Nacional Dominicana, entonces encabezada por un coronel norteamericano de apellido Williams. El país estaba invadido desde el 1916 por tropas de los EE.UU.

Hasta el 1924 había llegado a capitán (le saltaron el rango de primer teniente en pago a sus servicios a los invasores), pero a partir de ese año ascendió de manera meteórica.

El  1 de octubre de dicho año lo hicieron mayor. El 6 de diciembre de 1924 fue elevado a teniente coronel. El 28 de junio de 1925 fue promovido a coronel y designado Comandante de la Policía Nacional.

El 13 de agosto de 1927 fue impulsado a general de brigada, con la calidad de Jefe del Ejército. Fue una desatinada decisión del a la sazón presidente de la República, Horacio Vásquez, quien cayó rendido ante las falsas genuflexiones de Trujillo,ya para esa época experto en marear la perdiz, como dice el dicho popular.

Mezclando oportunidades con su ambición personal Trujillo creó poco tiempo después las condiciones para hacer caer a Horacio Vásquez, quien desoyó opiniones sensatas sobre las maniobras golpistas del jefe del Ejército.

Franco ingresó al cuerpo de oficiales del ejército de tierra de España  el 13 de julio de 1910. Su primer destino fue el VIII Regimiento de Zamora.

Luego estaría en varios lugares, destacándose su presencia en Ceuta, Melilla y Tetuán, enclaves de España en el norte de África.

Franco fue subiendo de rango hasta que en marzo del 1934 el presidente Alejandro Lerroux lo hizo general de división. En ese momento fue el general más joven de Europa.

En noviembre de ese mismo año el referido presidente le otorgó la Gran Cruz del Mérito Militar. Para no alargar este relato debo decir que a partir de ahí comenzó a consolidarse la figura de Franco como el máximo exponente del militarismo en España, aunque otros tenían más rango que él.

Fuerzas poderosas unieron por un largo tiempo a ambos generalísimos. Era un arco de intereses políticos, económicos, sociales e incluso fachadas culturales.

viernes, 23 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (2)

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (2) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Un variado concurso de circunstancias facilitó que Trujillo y Franco mantuvieran por muchos años, desde ambas orillas del Atlántico, vínculos de interés político recíproco.

Haciendo claridades sobre la espesura de la maraña de mentiras organizadas por los publicistas de ambos generalísimos se comprueba que no ejecutaban ningún acto de gobierno sin calcular beneficios políticos o económicos para ellos.

Ambos tuvieron un control absoluto del aparato de gobierno. Franco hasta su agonía en su lecho de muerte, en noviembre de 1975 y Trujillo hasta caer bajo ¨dos onzas de plomo¨ redentor en mayo de 1961.

Desde sus comienzos como jerarcas, incluso antes de llegar a ser Jefes de Estado de sus países respectivos, ambos tiraron por la borda todo lo que significara institucionalidad.

De ellos puede decirse que también actuaron a imitación de Saturno, el dios de la mitología romana que devoraba a sus hijos. En el caso de Trujillo y Franco destruían de diversas maneras a aquellos de sus hijos políticos o personajes cercanos que presumieran podían sustituirlos.

Ninguno de ellos jamás concibió el ejercicio del poder como una circunstancia para servir en favor de la sociedad.

Se mimetizaron como encarnaciones demoníacas del poder. Absorbieron todo el mando terrenal en sus naciones, pero también se empinaron, con una descomunal carga de soberbia, tratando de arañar las particularidades exclusivas del Ser Supremo.

Franco llegó a la cima del poder guiando soldados y civiles con las armas, que causaron la muerte de cientos de miles de españoles, en una sangrienta guerra que duró tres años (1936-39).

Trujillo subió a lo más alto del control absoluto en la República Dominicana maquinando  contra el presidente Horacio Vásquez y  contra otros que lo ayudaron en su ascenso militar, social, político y económico.

El historiador español Francisco Javier Alonso Vásquez, en el prefacio de una obra sobre los aludidos generalísimos, escribió que: “ambos militares enarbolaron una serie de principios ideológicos prácticamente idénticos, como fundamentos ilativos de su Estado. Entre otros el nacionalismo, anticomunismo recalcitrante, catolicismo como elemento cohesionador de ambas naciones…” (La alianza de dos generalísimos. Editora Amigo del Hogar 2005.P5)  

Por la mayor parte de sus actos Trujillo y Franco están en los bajos fondos de la historia, mereciendo situarse, en la escatología dantesca, en varios de los círculos del Infierno de la Divina Comedia.

Es importante anotar, para conocer mejor algunas actitudes de ambos, que  esos dos tiranos fueron resentidos sociales. A pesar de la inmensa fortuna que amasaron, de las lisonjas de que fueron objeto y del poder que acumularon nunca superaron situaciones traumáticas de su niñez.

Muchos de los que fueron cercanos a Trujillo, y otros que como especialistas han analizado a ese personaje malvado, coinciden en afirmar que le tenía malquerencia a su padre, (José Trujillo Valdez, el inefable Pepito) quien no sólo nunca fue un progenitor responsable sino que también maltrataba de muchas maneras a la madre del tirano, doña Julia Molina, la que luego sería llamada “la excelsa matrona”, “la más noble madre del país” y un largo etc.de ditirambos.

El resentimiento de Franco (que creció como un niño pobre al igual que Trujillo) nació también de los abusos de su padre Nicolás Franco a su madre, doña María del Pilar Bahamonde.

José Luis de Vilallonga en una novedosa novela, cuyo coprotagonista es el sable que recibió Franco al graduarse en la academia militar, relata que:

¨Abandonada por su marido, la madre del futuro Generalísimo las pasó moradas para sacar ella sola adelante a sus cuatro hijos, Nicolás, Ramón, Pilar y Paquito. Franco no supo lo que era el lujo hasta que, siendo ya comandante, se casó con Carmen Polo¨  (El sable del caudillo.P.21.Plaza y Janés, Editores, 1998.)

En algo que también coincidieron ambos autócratas fue en recibir el favor de una parte importante de la cúpula religiosa de sus países.

Franco, en pleno fragor de la guerra civil, (1936-39) contó con el apoyo entusiasta de las figuras de mayor peso en el alto clero español. Así consta en las principales obras que versan sobre ese desgraciado período de la historia de España.

Los cardenales catalanes Isidro Gomá, primado de España, y Enrique Pla, arzobispo de Toledo, así como el vasco Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, jugaron un importante papel inclinando la balanza para ayudarlo a triunfar en los infernales campos de batalla en que se convirtió el territorio español.

Esos cardenales, y no pocos obispos de las primeras décadas del siglo XX español, eran una réplica de sus antecesores de finales del siglo XV, quienes representaban lo que el gran escritor mexicano Octavio Paz, en su obra Las Peras del Olmo, definió como: ¨Una religión a la defensiva, sentada sobre sus dogmas.¨

Luego desfilarían ante el caudillo, en su palacio de El Pardo, muchos purpurados, arzobispos, obispos y pastores evangélicos, cuyas pastorales eran escrutadas minuciosamente por un equipo de expertos franquistas antes de darse a la publicidad.

Durante el régimen de Trujillo, salvo algunas contadas excepciones, hubo una suerte de cohabitación entre el férreo gobernante (excepto en el tramo final de su vida) y una parte importante de la cúpula de los diferentes credos religiosos que operaban en el país.

Dos arzobispos de Santo Domingo cubrieron con plena complacencia los 30 largos y pesados años de la tiranía de Trujillo: Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla y Ricardo Pittini Piussi, un salesiano italiano que se compenetró hasta los tuétanos con el  régimen de terror que sufrieron los dominicanos en las tres primeras décadas del siglo pasado.

Vale decir que meritorios mitrados y sacerdotes, dominicanos y extranjeros, nunca contemporizaron con el tirano Trujillo, tales como los obispos Juan Félix Pepén, de Higüey, Francisco Panal, de La Vega y  Thomás O’ Reilly, en San Juan.

Así también actuaron muchos sacerdotes, entre ellos el puertoplateño Rafael Conrado Castellanos o aquel español cuyo nombre no aparece en las crónicas del pasado, enviado a la parroquia de San Cristóbal, quien a los pocos días de estar allí dijo que había que operar las amígdalas por el recto porque la gente no podía abrir la boca. En un santiamén fue expulsado del país.

Connotados personajes del protestantismo también fueron muy afines a Trujillo e inclusive tuvo como socios a muchos curanderos y otros elementos de la religiosidad popular.

En la próxima y última entrega de esta breve serie abordaré los acuerdos que protagonizaron Trujillo y Franco para afianzar sus vínculos de Estado.

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (1)

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS  GENERALÍSIMOS (1)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Rafael Trujillo Molina y Francisco Franco Bahamondes fueron dos siniestros personajes que actuaron desde el ejercicio de sus poderes arbitrarios como lo hacían en el feudalismo los señores de horca y cuchillo.

Ambos generalísimos y tiranos (enterrados en el cementerio del poblado español Mingorrubio)mantuvieron vínculos políticos de beneficio mutuo, como demostraré en la próxima entrega.

Los dos sometieron a sus respectivos países, República Dominicana y  España, a los peores rigores, creando una zozobra permanente en la población con muertes, encarcelamientos y exilio de miles de personas.

La violencia era un signo común en ellos. Se afianzaron en el poder ordenando crímenes atroces. No sólo eran avasallantes sino también sanguinarios.

Hay que resaltar que los dos se cobijaron en la cleptocracia para acumular riquezas asqueantes. El dominicano robaba de manera abierta y desembozada. El español generalmente lo hacía bajo la capa de la simulación, pues era un maestro del solapamiento.

Pocas veces, sólo por cuestiones internas, hubo algún alejamiento en el connubio que de hecho tenían, tal y como se comprueba al analizar la política internacional durante las tres décadas de despotismo de Trujillo y las tres décadas y media de Franco.

Hasta el final de sus vidas usaron el terror sobre sus pueblos. Actuaron siempre con un mogollón de malicias para mantenerse en el poder por tiempo indefinido.

Trujillo fue en parte producto de la invasión norteamericana al país(1916-24). Franco fue un engendro, en su significado de persona perversa, de la terrible guerra española de 1936-39.

En gran medida por el origen de su ascensión al poder esos dos generalísimos hundieron en la miseria y la desesperanza a sus respectivos países, a los cuales convirtieron en fincas suyas.

La voluntad de ambos fue transformada en lo que se conoce como “fuente de Derecho”, imponiéndose al tinglado de leyes, jurisprudencia y doctrina en cada nación bajo su control omnímodo.

Ese accionar desde los máximos peldaños del poder fue la puesta en práctica por parte de ellos de la célebre frase que tantas veces enarboló el rey de Prusia Federico II: “Cuando cometo alguna tropelía siempre encuentro algún idiota dispuesto a justificarlo en Derecho.”

Trujillo y Franco eran dos megalómanos, que no desperdiciaban oportunidad para demostrar su ánimo ególatra, tal y como se comprueba al analizar de manera general sus actos.

Esos dos generalísimos y tiranos tuvieron apodos antes y después de elevarse al poder. A Franco, cuando sólo dirigía tropas, tanto en la paz como en la guerra, le decían el Comandantín, Paquito, Franquito, etc. Luego hizo que se divulgara hasta el hartazgo que era El Caudillo “por la gracia de Dios.”

Cuando un cagatintas e irresponsable catalán lo llamó desde una columna periodística como el Centinela de Occidente rio a mandíbula batiente y facilitó que dicho ditirambo se difundiera, como un sonsonete, por todos los rincones de España.

A Trujillo le decían antes de 1930 Chapita. Pero desde que se encaramó en el poder impuso que su persona fuera invocada con los más variados y curiosos calificativos que exaltaban su figura.

Para saciar su vanidad sus alabanceros agotaron todas las palabras que aparecen en el diccionario de la lengua castellana vinculadas con atributos almibarados.

Le gustaba que le dijeran, entre muchos otros apelativos, el Jefe, el Benefactor, el perínclito de San Cristóbal, así como padre de la patria nueva. Hizo que la sugerente frase “Dios y Trujillo” se convirtiera en una suerte de himno en todo el territorio nacional.

Herbert (Harry) Stack Sullivan, eminente psiquiatra especialista en asuntos de conductas desde los escalones superiores del gobierno, en su ensayo titulado El concepto de poder, analizó con profundidad y gran despliegue de detalles todos los eslabones que permiten mantener el control del mando supremo.

Los juicios de ese académico estadounidense abren un amplio abanico para comprender las actuaciones públicas y privadas de gobernantes despóticos como Trujillo y Franco. O como el duce Benito Mussolini en Italia y el Führer Adolf Hitler en Alemania.

Sullivan, que murió en el 1949, y por lo tanto pudo observar parte del modus operandi de los susodichos caudillos, demostró, desde sus observaciones directas, tal vez más eficaces que las visiones abstractas del inconsciente, que hay en realidad “una fuerza poderosa sin descanso” que mueve las palancas del poder político, económico y social.

Los susodichos dos generalísimos tenían muchos puntos comunes, siendo uno de ellos disfrutar las llamadas mieles del poder: Franco en El Pazo de Meirás, en La Coruña, en su Galicia natal, así como en diversos cotos de cacería e inclinado a consumir una gastronomía del más alto nivel, con preferencia por el filete de merluza y los medallones de ternera como plato central, así como otras delicatesen.

Trujillo bebía, comía y practicaba el fornicio en sus mansiones ubicadas en diferentes lugares del país. Tres de las más famosas las concentró en su San Cristóbal natal: Casa de Caoba, en la hacienda Fundación; la Casa Blanca, en la hacienda María y la  casa de playa de Najayo.

Otras sincronías entre ellos las relataré en la próxima entrega de esta breve serie.

sábado, 10 de diciembre de 2022

COLÓN, PIGAFETTA Y OTROS EXAGERARON SOBRE AMÉRICA

 

COLÓN, PIGAFETTA Y OTROS EXAGERARON SOBRE AMÉRICA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Las crónicas de Indias (por lo común una mezcla de paradojas e hipérboles) abarcan el período histórico que se inicia cuando Cristóbal Colón  llegó a esta parte de la tierra, prosigue con la sangrienta conquista de los pueblos indígenas y culmina con la colonización llevada a cabo desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego, incluyendo todas las islas del Caribe.

La exageración y la fantasía, al estilo medieval, eran parte cotidiana de la línea narrativa de muchos cronistas que en el transcurso de varios siglos pasaron por esta zona del mundo. Algunos de ellos, como Pedro Mártir de Anglería, ni siquiera se acercaron por aquí.

Tal vez los muchos embustes que leyó en las crónicas de América fue lo que llevó en el 1979 al antropólogo y filósofo francés Claude Lévi Strauss a escribir que muchas de ellas parecían tener como objetivo comprobar algunos vaticinios que aparecen en la Biblia, así como los relatos fantásticos que en la Edad Media llegaron a Europa desde los pueblos de Oriente.

Esta vez hablaré de las discordancias que algunos divulgaron, especialmente sobre  elementos del reino animal y plantas, del continente que fue llamado al principio Nuevo Mundo.

El primero que dejó notas asimétricas al respecto fue Cristóbal Colón, quien al referirse en su Diario a la vegetación que dijo haber visto por estos contornos del mundo escribió lo siguiente: “los árboles eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura.”

Al describir a la isla Trinidad la consideró como el asiento del paraíso terrenal cuando fue creada la tierra. Calificativos parecidos les dio a Cuba y a La Española, en lo que era en él una cascada de opiniones que extravasaban la realidad.

Para el almirante Colón el morro de Montecristi era como un gigantesco halcón de cetrería. Así lo describió: “tiene forma de un alafaneque muy hermoso.” Vale decir que él pensaba que esa montaña del noroeste dominicano era una isla.  

Antonio Pigafetta, un hábil geógrafo y explorador florentino que llegó a España en el 1518, no se quedó atrás en sus exageraciones sobre el continente que desde el 1507 se conoce con el nombre de América.

Como integrante del viaje naval de exploración alrededor del mundo, por órdenes de la Corona española, que en el 1519 encabezó Fernando Magallanes (del cual Pigafetta era el único tripulante leal) y concluyó en el 1522 Juan Sebastián Elcano, escribió que cuando bordeaban el Océano Atlántico a la altura de Río de Janeiro, Brasil, y penetraron al Río de la Plata, por los litorales de Uruguay y Argentina, y su paso por el estrecho de Magallanes, vio lo que nadie más nunca ha visto:

“pájaros sin patas, cerdos con el ombligo en el lomo, un cuadrúpedo con cuerpo de camello, cabeza y orejas de mula, relincho de caballo y patas de ciervo.”

Américo Vespucio, florentino como Pigafetta, se asentó como comerciante en Sevilla, en el sur español. Como experto en mapas y dotado de un espíritu de explorador viajó por Brasil y Venezuela.

En sus famosas cartas Vespucio escribió que conoció indígenas de 150 años, entre ellos a uno que se había comido a 300 de sus congéneres y, además, que vio hombres con genitales gigantescos, que recurrían para lograr eso a “un cierto recurso suyo, la mordedura de ciertos animales venenosos.” Ninguno de sus compañeros de viaje corroboró lo dicho por Vespucio.

Otro cronista de Indias que no fue ajeno a exagerar sobre animales, árboles y frutas de esta parte del mundo fue Bartolomé de las Casas, a quien Pedro Henríquez Ureña calificó como el Quijote del Océano, por sus 14 viajes por el Atlántico.

Tal vez muchas de las fábulas que aparecen en las narraciones de Bartolomé de las Casas comenzaron a germinar cuando siendo muy joven presenció en la ciudad de Sevilla la llegada de Cristóbal Colón de su primer viaje a esta parte del mundo,  exhibiendo allí indígenas, oro y también “loros y papagayos.”

Al referirse a la llanura cibaeña (el que luego fue obispo de Chiapas, en el sur de México) dijo que era tan hermosa que sobresalía a “toda la tierra del mundo sin alguna proporción cuanto pueda ser imaginada.” Así lo escribió en su historia de las Indias.

El escritor español Menéndez Pelayo reconoce la grandeza de fray Bartolomé de las Casas, pero en el volumen 7 de su obra titulada Estudios de Crítica Histórica lo señala como hiperbólico y dice de él que era intemperable su lenguaje.

Por su parte el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en el capítulo V del Libro Tercero de su obra Historia General y Natural de las Indias, al referirse al entonces llamado lago Xaraguá (luego Enriquillo) dice que había “todos los pescados que hay en el mar…e aún también hay tiburones de los más grandes…”

Como se sabe, nadie ni antes ni después ha hecho referencia a esa fabulosa población piscícola que Oviedo dijo haber observado en el lago Enriquillo, en particular sobre los referidos escualos.

Oviedo, también en el referido capítulo, hizo fábula sin valor ético con la celebérrima cruz de Santo Cerro escribiendo que colocada en ese lugar por orden de Cristóbal Colón “jamás se pudrió, ni cayó por ninguna tormenta de agua ni viento, ni jamás la pudieron mover de aquel lugar los indios, aunque quisieron arrancar, tirando della con cuerdas de bejucos mucha cantidad de indios…” Concluye dicho autor  español que los indios se espantaron “como avisados de arriba, o del cielo de su deidad.”

Hasta el sabio Alejandro von Humboldt fue metido en el tema de las exageraciones sobre la naturaleza de América cuando en la novela titulada Cien años de soledad Gabriel García Márquez recrea un supuesto encuentro de ese geógrafo y explorador prusiano con unos aborígenes que le narraron sobre la existencia de unos volcancitos fangosos cerca del poblado colombiano de Turbaco, y le enseñaron a Macondo, “un árbol de tronco redondo…de maravillosa madera.”

Según García Márquez Humboldt escribió de ese árbol de flores rojas y hojas anchas esta perla: “Sus frutos membranosos y transparentes parecen linternas suspendidas en la extremidad de las ramas…”

 

 

sábado, 3 de diciembre de 2022

EL DEGÜELLO DE MOCA Y OTROS CRÍMENES

 

EL DEGÜELLO DE MOCA Y OTROS CRÍMENES

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Los crímenes perpetrados por siniestros haitianos encabezados por Jean-Jacques Dessalines en pueblos de El Cibao, en abril de 1805, fueron contra el pueblo dominicano, por más que algunos pocos insistan en decir que para entonces no existían los dominicanos.

La población masacrada tenía sus hábitos y costumbres definidos y había una unidad espiritual que los cientistas sociales llaman ethos. Las víctimas eran criollos, con su idiosincrasia en formación desde hacía décadas. No eran franceses ni españoles.

El recuento histórico de esos desgraciados hechos no se hace con otro ánimo que no sea reflejar mínimamente los ataques feroces de que han sido víctimas los dominicanos a través del tiempo, por parte de los vecinos del oeste de la isla.

El degüello del 3 de abril de 1805 en Moca se hizo en el recinto de una iglesia, donde se refugiaron cientos de hombres, mujeres y niños bajo la inútil protección de fray Pedro Geraldino, a quien el siniestro Christophe engañó.

El coronel Brossard fue el responsable directo de crímenes, saqueos e incendios en Monte Plata, San Francisco de Macorís, Cotuí y caseríos colindantes.

Además de los múltiples asesinatos a mansalva en La Vega el coronel Antoine se llevó de allí, como reos hacia Haití, a casi mil habitantes. San José de Las Matas, Montecristi y otros pueblos del norte del país también fueron víctimas de la vesania de Dessalines y su estado mayor deshilachado.

Algunos han pretendido vincular la barbarie de los asesinatos referidos con un Decreto emitido el 6 de enero de 1805 por el gobernador colonial francés general Jean-Louis Ferrand, cuyo contenido era de un potencial ataque a la entonces recién obtenida soberanía de Haití.

Ese alegato carece de sindéresis, por ilógico, a la luz del río de sangre inocente desatado por Dessalines, Christophe y otros criminales cuando iban en desbandada hacia su tierra, en el lado oeste de la isla.

Lo ocurrido en aquella ocasión puede calificarse como un crimen de lesa humanidad, en la definición presente de cualquier diccionario jurídico, y desde la perspectiva de una acción violenta contra una población civil.

Para confirmar lo anterior, y como demostración de que no es una exageración dominicana, basta decir que en las más conocidas páginas de la historia de Haití aparecen estas expresiones conectadas con la masacre referida:

 “Al verse frustrado en sus esperanzas y burlado por las circunstancias, Dessalines montó en cólera. Su irritación y su despecho no tuvieron límites. Se enorgullecía de haber ordenado a sus subalternos que por doquier arrasaran con todo en el territorio enemigo por el que volvieran a pasar…”

Aunque usó cabriolas semánticas para explicar lo ocurrido, remontándose a un “sentimiento de venganza” y colocando a Dessalines como la encarnación de “una serie de víctimas mudas”, finalmente el historiador haitiano Jean Price-Mars reconoció que el degüello de Moca del 3 de abril de 1805, y otros homicidios en pueblos dominicanos por orden del susodicho Dessalines y ejecutados por Christophe y demás jefes haitianos en desbandada, fue:

“Uno de los episodios más dramáticos y sangrientos…nada faltó a tan triste cuadro de inútiles horrores…Con qué júbilo delirante ordenaba entonces el exterminio de los blancos y de los que consideraba tales…”(La República de Haití y la República Dominicana. Tomo I. Editora Taller,2000.Pp 97,98. Jean Price-Mars).

Para mejor entender la barbaridad aludida es importante acudir a la opinión del abogado, político y profesor haitiano Alfred Viau, en un ensayo que publicó mientras estaba exiliado en nuestro país: “…el prejuicio de color en Haití es un sentimiento colectivo, opresivo, sanguinario y monstruoso.”(Negros, Blancos y Mulatos. Editora Montalvo, 1955).

En su historia del pueblo dominicano (séptima edición, 2008.P158), el sociólogo e historiador Franklin Franco reseña que: “En su retirada, los ejércitos que regresaban por la zona Norte capitaneada por Dessalines, Cristóbal y Brossard, cometieron todo género de abusos y crímenes en Monte Plata, Cotuí, San Fco. De Macorís, La Vega, Moca y Santiago.”

Las crónicas de la ciudad de Santiago de los Caballeros registran que después de cometer maldades a mansalva allí el mismo Dessalines encabezó (era pirómano) el incendio que destruyó esa ciudad el 6 de abril de 1805.

El 12 de abril de 1805 el mencionado Dessalines, ya en su cuartel del poblado Laville, en el norteño distrito haitiano de Plaisance, intentaba justificar sus hechos sangrientos en El Cibao: “…donde no hay campo no hay ciudades.” Peor  aún alegó que frenó “la ventaja que el enemigo se proponía alcanzar.”

El tiempo demostró que sus acciones en nada contribuyeron a consolidar los ejes en que él pretendía desarrollar su “dictadura militar revolucionaria.” Tampoco lograron impulsar principios soberanistas en Haití, ni sentaron bases firmes en el aparato económico de ese país, entre otras cosas.

Sobre esos y otros hechos, en fecha 26 de marzo de 1849 el Congreso Nacional se expresó así: “Recordemos sus invasiones de los  años I y 5; sus devastaciones, los horrendos degüellos de Moca…la rabia de tales caníbales se repitió en la Iglesia de Moca, Santiago y otros lugares…” (Guerra Domínico-Haitiana. Impresora Dominicana, 1957.pp219, 220 y 247.Editor Emilio Rodríguez Demorizi).

A pesar de ese pasado azaroso los dominicanos ayudamos a los haitianos; aunque naciones poderosas que actúan como tartufos en la escena mundial (comenzando por los EE.UU.) pretendan lanzar lodo contra este pequeño país “colocado en el mismo trayecto del sol”, como bien escribió el poeta nacional Pedro Mir.