sábado, 26 de febrero de 2022

MUJERES DOMINICANAS EN EL FEBRERO DE LA INDEPENDENCIA (I)

 

MUJERES DOMINICANAS EN EL FEBRERO DE LA INDEPENDENCIA (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Febrero de 1844 estuvo lleno de acontecimientos históricos para el pueblo dominicano.

Los gritos de libertad que surgieron a partir de la media noche del día 27 de ese mes estuvieron precedidos de una febril labor revolucionaria de muchos patriotas que desafiaron todos los peligros para lograr la independencia nacional.

Muchas valientes mujeres dominicanas tuvieron de manera directa o indirecta una participación notable en los hechos de la Puerta de la Misericordia, la Puerta del Conde, la Fortaleza Ozama y la Plaza Mayor de Santo Domingo.

Unas sobresalieron más que otras, pero todas deben ocupar un lugar preeminente en el altar de la gratitud del pueblo dominicano. De algunas de las mujeres de febrero de 1884 haré breves reseñas.

Manuela Díez Jiménez

Manuela Díez Jiménez era hija de Antonio Díez, un español proveniente de la villa de Osorno, en la región de Castilla y León; y de la dominicana Rufina Jiménez, nativa de El Seibo, en el este del país. Nació en la misma ciudad de su madre.

Realizó por sí misma un papel de gran valía en la historia nacional, siendo su principal aporte al país la condición de madre de una prole en la que sobresalieron por su activismo en pro de la lucha independentista Juan Pablo, Vicente Celestino y Rosa Duarte Díez.

Está comprobado que ella fue también la primera maestra de sus vástagos y la persona que más alentó a su segundo hijo, Juan Pablo, para que no escatimara esfuerzos en sus proyectos de lograr la soberanía dominicana.

Su vida se llenó de sobresaltos y sinsabores por las persecuciones a que fueron sometidos sus hijos Juan Pablo y Vicente Celestino, antes y después de proclamada la independencia nacional.

El 2 de septiembre de 1844 fue terrible para doña Manuela Díez viuda Duarte. Ese día se enteró, a través del sacerdote José Antonio Bonilla, que su hijo Juan Pablo estaba preso y que sus captores querían fusilarlo.

El impacto de ese acontecimiento fue tan grande en ella que duró semanas en lecho de enferma. En esas condiciones se enteró que sus hijos Juan Pablo y Vicente fueron expulsados del país por el que tanto habían luchado.

En comunicación del 3 de marzo del 1845 el entonces secretario de Interior y Policía, Manuel Cabral Bernal, le informó a doña Manuela Díez de la decisión del presidente Pedro Santana de expulsarla del país y con ella a sus hijos Filomena, Rosa, Francisca y Manuel.

El hogar de la familia Duarte Díez fue sometido a un asedio constante por tropas militares que se movían como auténticos zascandiles, llenando de pavor a una familia compuesta por mujeres y un infeliz perturbado mental, como lo era Manuel.

Hay que imaginarse los coloquios íntimos de doña Manuela y sus hijas en esos momentos de angustia e incertidumbre.

El arzobispo de Santo Domingo Tomás de Portes Infante y otros prestigiosos ciudadanos trataron de salvar a doña Manuela y sus descendientes de los rigores del exilio. Para tales fines se presentaron ante Tomás Bobadilla y Briones, quien era el principal asesor del gobierno.

Se encontraron con la malicia concentrada de dicho personaje, quien los trató con desdén y negó toda posibilidad de clemencia para la familia del patricio mayor de la patria.

Actuó como si fuera una especie de holograma del impiadoso presidente Santana, sellando así, con fatalidad, el destino de los últimos miembros de la familia Duarte Díez que quedaban en el país.

Doña Manuela Diez, como si fuera réproba, fue  expulsada del país el 19 de marzo de 1845. Con ella también fueron sacados hacia tierra extranjera sus referidos hijos. Fue enterrada en Caracas, Venezuela, el 31 de diciembre de 1858.

María Trinidad Sánchez

María Trinidad Sánchez nació en Santo Domingo el 16 de junio de 1794. En esa misma ciudad fue fusilada el 27 de febrero de 1845, al cumplirse el primer aniversario de la independencia nacional, en cuya fragua ella desempeñó labores estelares.

El 18 de enero de 1845 el presidente Pedro Santana emitió un decreto mediante el cual echó por tierra el incipiente andamiaje judicial del país, creando unas llamadas comisiones militares cuya misión era cumplir las órdenes que les impartía el gobernante apodado El chacal del Guabatico.

Uno de esos engendros, muchas veces utilizados por las fuerzas conservadoras que se impusieron sobre los padres de la patria, fue el que la condenó a la pena de muerte el 25 de febrero de 1845. Igual destino sufrieron su sobrino Andrés Sánchez, Nicolás de Bari (el primer tambor en la alborada que envolvió de luz el primer día de la independencia nacional) y el venezolano José del Carmen Figueroa.

Dos días después se consumó el crimen en contra de la sobresaliente heroína y sus compañeros de infortunio, ingresando en ese momento en el abultado martirologio de la historia nacional.  

María Trinidad Sánchez es, por sus muchos méritos patrióticos, una de las más significativas heroínas dominicanas. Sus labores antes y después de proclamarse la independencia nacional fueron de gran importancia.

Su vida fue un constante desafio ante los peligros. No le temió a la represalia de los jefes de la ocupación haitiana, tal y como dejó anotado en sus escritos el trinitario José María Serra.

 En medio de ese Campo de Agramante que era la ciudad de Santo Domingo, desde antes que surgiera la Sociedad Patriótica La Trinitaria, María Trinidad Sánchez se dedicó a proteger a los perseguidos y a realizar labores de reclutamiento y de organización para la justa causa independentista.

Sirvió de gran apoyo a su sobrino Francisco del Rosario Sánchez, a quien alfabetizó y lo encaminó en sus primeras enseñanzas. Fue siempre leal a los principios enarbolados por Juan Pablo Duarte.

Antes que delatar a sus compañeros de lucha prefirió que se cometiera la barbaridad del patíbulo ordenada por Santana y secundada por la camarilla de conservadores que controlaban el poder.

Al cumplirse ahora 177 años de su fusilamiento su figura de heroína y mártir sigue brindando oportunidades para descubrir su espíritu decidido y su determinación de luchar por los mejores intereses del pueblo dominicano, a costa de su propia vida.

Penetrar en los detalles de la vida de María Trinidad Sánchez, cotejando todo lo que hizo en los 50 años que duró su parábola vital, permite compararla con esos senos del mar Caribe que siempre sorprenden con algo inexplorado.

A su asesinato, que pretendieron encubrir con una espuria sentencia judicial, fue que Juan Pablo Duarte se refrió desde su amargo exilio en La Guaira, Venezuela, cuando escribió que sus asesinos cubrieron “de sangre y de luto los amados lares.”

Rosa Duarte Diez

Rosa Protomártir Duarte Díez nació en la ciudad de Santo Domingo  el 28 de junio de 1820. Falleció en Caracas, Venezuela, el día 25 de octubre de 1888. Las crónicas de antaño señalan que vivió en pobreza extrema, pero siempre se mantuvo vinculada a la tierra que la vio nacer.

Fueron sus padres el español Juan José Duarte y la dominicana Manuela Díez. Era hermana del patricio Juan Pablo Duarte, de quien fue una incansable y fiel seguidora en sus luchas patrióticas. Sacrificó sus comodidades económicas para cubrir importantes gastos en el proceso emancipador del pueblo dominicano.

Sus Apuntes han permitido conocer valiosas informaciones sobre el pasado de la nación dominicana. Contienen de manera especial un escrutinio minucioso sobre la vida de su ilustre hermano.

Una mirada retrospectiva de su vida permite coincidir con el historiador higüeyano Vetilio Alfau Durán, quien en una breve semblanza señala que por la libertad de su tierra Rosa Duarte: “…derramó amargas lágrimas, sufrió persecuciones, perdió sus bienes, sufrió destierro perpetuo…y perdió las ilusiones de su juventud.”

Un episodio de la vida de Rosa Duarte que también merece señalarse es que fue  novia del patriota Tomás de la Concha, llamado por el fundador de la nacionalidad dominicana la “primera ofrenda de la Patria”, en razón de que fue herido minutos después del trabucazo disparado por Mella en la medianoche del 27 de febrero de 1844.

Luego de haber vivido varios años en Higüey Tomás de la Concha, el novio de Rosa Duarte, fue fusilado el 11 de abril de 1855 en El Seibo, en cumplimiento de una inicua decisión de un tribunal militar formado por endriagos que cumplían órdenes de Pedro Santana.  

El ejemplo de patriotismo y sacrificio de Manuela Diez Jiménez, María Trinidad Sánchez y Rosa Duarte Díez debe resaltarse permanentemente entre los dominicanos. Es lo menos que puede hacerse para honrarlas como ellas se merecen.

sábado, 19 de febrero de 2022

FEBRERO EN LA HISTORIA DOMINICANA Y 2

 

FEBRERO EN LA HISTORIA DOMINICANA Y 2

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El escrutinio del pasado del país demuestra que el mes de febrero está cargado de acontecimientos de gran importancia para la República Dominicana.

Cada vez que comienza el segundo mes del año hay que resaltar su significado en términos históricos para los dominicanos.

Contrario a lo que algunos piensan, con una mirada incompleta y reduccionista, es válido decir que el pasado tiene un enorme peso sobre el presente y el futuro de los pueblos.

Al cumplirse 40 años de la independencia nacional, el 27 de febrero de 1884, los restos de Juan Pablo Duarte y de Francisco del Rosario Sánchez fueron inhumados en la catedral primada de América, también llamada Basílica Menor de Nuestra Señora de la Encarnación.

Ese mismo día se tocó por segunda vez la canción patriótica compuesta por José Reyes, con letras de Emilio Prud-Homme Maduro, la cual se convirtió después en el himno nacional dominicano.

La historia registra que en esa ocasión “se organizó un paseo triunfal, desde el Teatro hasta el Baluarte, i cien voces juveniles iban cantándolo al compás de sus brillantes notas.”

El 27 de febrero de 1944, con motivo del centenario de la creación de la República Dominicana, fueron exhumados del referido templo los restos mortales de Duarte, Sánchez y Mella y depositados en el Altar de la Patria, así consagrado mediante la Ley No.1185, promulgada el 19 de octubre de 1936.

El traslado de las urnas cinerarias conteniendo las cenizas de esos tres próceres dominicanos se produjo al amparo de la Ley No. 237 del 27 de marzo de 1943. Luego, el 27 de febrero de 1976, se inauguró el hermoso mausoleo que es el actual Altar de la Patria.

Febrero en la Restauración

 

Un día de febrero, cruzada la mitad del siglo 19, se firmó el documento que puede considerarse como la primera prueba escrita vinculante con el proceso negociador que posteriormente dio al traste con la soberanía nacional.

El escrito aludido se rubricó el día de 11 de febrero de 1855. Contenía el llamado Tratado de reconocimiento, paz, amistad y comercio entre la República Dominicana y España.

Seis años después dicho convenio fue uno de los elementos usados como pretexto para eclipsar la independencia nacional, cuando Pedro Santana (luego, durante la anexión, teniente general de los Reales Ejércitos, marqués de las Carreras, senador del Reino, Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Isabel la Católica y de Carlos 3ero., etc.) y las fuerzas antipatrióticas que él representaba entregaron la República Dominicana a España.

En su proclama de anexión Santana tuvo la desfachatez de decir que España: “…trae la paz a este suelo tan combatido, y con la paz sus benéficas consecuencias. La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas se impondrán a los extraños.”

Eran puras pamplinas de un entreguista que terminó dicha alocución con un: “¡Viva Doña Isabel!” y un “¡Viva la nación española!”

Febrero fue un mes de mucho movimiento en la Guerra de la Restauración. En esta crónica sólo haré mención de las primeras sublevaciones ocurridas antes de que se produjera el histórico Grito de Capotillo.

En el 1863 hubo levantamientos de los dominicanos en Neiba, Guayubín, Sabaneta, Santiago y Montecristi, entre otros lugares del país.

El 3 de febrero de 1863 los señores Cayetano Velázquez Martínez, Nicolás de Mesa, Manuel Ocampo, Luis de Vargas, Bartolomé Moquete, Alejo Marmolejo y otros patriotas pusieron bajo arresto al jefe militar de Neiba,  e intentaron  tomar el control de esa ciudad. En realidad no hubo enfrentamiento armado.

Se trató de un gesto patriótico que no logró cuajar (duró sólo 7 horas) pues los anexionistas restablecieron su dominio sobre la población de esa zona.

A altas horas de la noche del 21 de febrero de 1863 se produjo en Guayubín (que entonces era una aldea) la primera victoria de los dominicanos. Al frente de los patriotas estaba el general restaurador Lucas Evangelista de Peña. Ese acontecimiento provocó una alegría muy breve.

Usando el factor sorpresa, muy útil en acciones bélicas, capturaron a casi todos los anexionistas que ocupaban el recinto militar de aquel lugar.

Es pertinente señalar que ese hecho en se produjo de una manera precipitada, por la indiscreción del señor Norberto Torres, quien en estado de embriaguez comentó en una taberna los planes bélicos que se fraguaban para iniciar la Guerra de Restauración.

Esa imprudencia empapada de alcohol llegó a conocimiento de los oficiales que dirigían las tropas españolas de ocupación, que conjuntamente con renegados dominicanos acampaban por esos pagos de la Línea Noroeste.

Como para la época no había walkie-talkie, ni nada parecido, el avispero creado por unos tragos extras obligó a Torres a correr raudo, bajo persecución de los enemigos, hacia el caserío de El Pocito. Allí le informó al jefe de las fuerzas restauradoras de la zona el desaguisado que había hecho por causa del consumo de alcohol, que parece era habitual en él en esas solanas del noroeste dominicano.

Quedó probado que fue una pifia ajena a cualquier asomo de traición, y sin cálculo de medro, de parte de esa persona.

Es innegable que al penetrar en los entresijos de los inicios de la lucha restauradora  se comprueba que dicha incontinencia verbal entró en lo que se llaman los azares de la historia.

Ese infortunio hizo que el general Lucas Evangelista de Peña modificara todo el andamiaje táctico que estaba en proceso de elaboración. Hubo que iniciar de inmediato las hostilidades contra los anexionistas.

Hay que decir que las primeras escaramuzas fueron favorables a los españoles, pero luego fueron vencidos por la astucia de los aguerridos oficiales dominicanos Lucas Evangelista de Peña, José Cabrera, Juan de la Cruz Álvarez, Benito Monción, José Barrientos, Pedro Antonio Pimentel, Manuel González y Juan Antonio Polanco, quienes al frente de tropas improvisadas aprovecharon la capa oscura de la noche para atacar de nuevo. Esa alegría duró pocas horas.

Con motivo de lo que de manera anticipada ocurrió en Guayubín, al amanecer del día siguiente (22 de febrero de 1863), Santiago Rodríguez y otros héroes decidieron adelantar los planes bélicos y proclamaron la lucha restauradora en la población de Sabaneta, la cual está considerada justicieramente, por múltiples motivos, como la cuna de la Restauración. Esa vez también se impusieron los anexionistas.

En esa insurrección febrerina de Sabaneta participó un joven que entonces tenía 23 años de edad, nativo de Puerto Plata. Llevaba meses viviendo allí. Su nombre era Gregorio Luperón, quien se movía en los contornos de aquella ciudad con el alias de Eugenio El Médico. Poco tiempo después se convirtió en la primera espada de la Restauración, gracias a su bravura y una destreza en el difícil arte de la guerra que sigue asombrando a los especialistas en asuntos militares.

Dos días después del alzamiento en Sabaneta los patriotas de la ciudad de Santiago se sublevaron. Fueron aplastados por el general anexionista y gobernador militar José Antonio Hungría, quien después de haber sido un héroe independentista se convirtió en un feroz y servil partidario de los ocupantes españoles.

Manuel Rodríguez Objío relata en su obra titulada Gregorio Luperón e historia de la Restauración (tomo I) que el 26 de febrero de 1863 se presentaron en Sabaneta (“donde se juzgó que residiría el centro de las operaciones”) emisarios de los dirigentes Juan Luis Franco Bidó, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo Pujols, informando de la fracasada insurrección que dos días antes había ocurrido en la principal ciudad del Cibao.

Esos, y otros hechos, parecen justificar la reflexión del filósofo francés Michel de  Montaigne en uno de sus ensayos: “En ocasiones parece que la suerte se burla de nosotros.”

Sin embargo, en diapasón con los sabios juicios del historiador César A. Herrera, podemos decir que las rebeliones febrerinas ocurridas en Neiba, Sabaneta, Guayubín, Santiago y Montecristi, inicialmente fracasadas, “constituyeron la chispa que incendió el Cibao a contar del 16 de agosto de 1863.”

sábado, 12 de febrero de 2022

FEBRERO EN LA HISTORIA DOMINICANA I

 

 

FEBRERO EN LA HISTORIA DOMINICANA I

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El mes de febrero tiene una elevada presencia en los fastos históricos del pueblo dominicano.

El hecho de mayor trascendencia para los dominicanos, por su significado liberador, se produjo en el centro de la noche del 27 de febrero de 1844, en un costado de la ciudad de Santo Domingo, bajo la brisa marina.

Antes de que en el 1582 surgiera el calendario gregoriano, bajo el papado de Gregorio XIII, el mes de febrero, en la antigua Roma, estaba dedicado al dios mitológico Plutón, aquel cancerbero que se enfrentaba con toda su energía a los que en ese mundo mágico de la mitología romana “pretendían escapar de los infiernos.”

Algunos hechos trágicos que marcaron el pasado del país, cuando todavía no existía la nación dominicana, se produjeron en febrero, incluso mucho antes de que el 9 de febrero de 1586 el pirata inglés Francis Drake abandonara la ciudad de Santo Domingo, después de saquearla durante un mes, cometiendo todo tipo de tropelías.

Exactamente un año después, es decir 9 de febrero de 1587, la entonces colonia española de Santo Domingo, regida en la ocasión por la Real Audiencia, vivía una situación tan extrema que en una comunicación dirigida a la Corona el oidor de apellido Mercado informaba sobre contrabando de pólvora y municiones y la “relajación despreciadora de las leyes, pues tan común era el comercio prohibido como las ansias de placer….”

Así lo consigna en el tomo 3 de su recopilación sobre historia militar de Santo Domingo el historiador y sacerdote franciscano capuchino Manuel Higinio del Sagrado Corazón de Jesús Arjona Cañete, mejor conocido como Fray Cipriano de Utrera.

El 9 de febrero de 1822 fue funesto para los dominicanos. Ese día miles de tropas haitianas encabezadas por el general Jean Pierre Boyer ocuparon el país. Se mantuvieron aquí por 22 largos años, hasta el 27 de febrero de 1844.

El 25 de febrero de 1816, seis años antes de dicha invasión, ocurrió un hecho muy importante para la historia nacional. Ese día nació en la ciudad de Santo Domingo Ramón Matías Mella Castillo, quien luego se convirtió en uno de los héroes principales del proceso emancipador que dio nacimiento a la República Dominicana.

Fue un hombre de acción (el arco de sus actuaciones guerreras cubre desde el trabucazo en la Puerta de la Misericordia, que anunció al mundo el nacimiento de nuestra nación, hasta la creación, en su calidad de Ministro de Guerra, de la inexpugnable trinchera llamada El Duro, de gran eficacia en las épicas luchas libradas por el pueblo dominicano en la Guerra de la Restauración). Como ministro de Hacienda manejó las arcas nacionales con manos pulcras.

Aunque en más de una ocasión Mella se vio atrapado por circunstancias que no eran deseadas, mantuvo de manera perseverante su actitud de no transigir con el sagrado principio de defender la soberanía dominicana. Muchos de sus detractores ignoran las muchas luces de su vibrante personalidad.

El 27 de febrero de 1891, al cumplirse el 47 aniversario de su histórico trabucazo, los restos de Mella fueron colocados en la capilla de los inmortales, en la catedral de Santo Domingo, junto a los de Duarte y Sánchez.

El 24 de febrero de 1844 se reunieron en la ciudad de Santo Domingo, como parte de su labor conspirativa, los patriotas Sánchez, Mella, Juan Alejandro Acosta, los hermanos Concha, los hermanos Puello y otros independentistas. Decidieron que en la media noche del día 27 siguiente se haría, como se hizo, la proclamación de la República.

El 26 de febrero de 1844 fue el día que los febreristas determinaron que la bandera dominicana que tremolaría gloriosamente en la Puerta del Conde, al proclamarse la independencia nacional, sería la que ideó Juan Pablo Duarte.

El lienzo tricolor identifica la nacionalidad dominicana. Fue confeccionado en aquel febrero histórico por Concepción Bona Hernández, María Trinidad Sánchez, María de Jesús Pina e Isabel Sosa. Junto al escudo y al himno nacional forman los símbolos patrios.

El 27 de febrero de 1844, pasados unos minutos de las once de la noche, el escenario escogido para dar inicio a la independencia dominicana fue la Puerta de la Misericordia. En ese lugar fue que el patricio Ramón Matías Mella disparó el célebre trabucazo que anunció al mundo el nacimiento de la República Dominicana.

Al héroe y mártir Francisco del Rosario Sánchez le correspondió el alto honor de ser el primero en enhestar la bandera nacional, poco después del estruendo de libertad protagonizado por Mella. Mediante la Ley No.6085 (22-10-1962) se estableció como día de la bandera dominicana el 27 de febrero de cada año.

Cuatro días después del acontecimiento trascendental ocurrido en la Puerta de la Misericordia el sibilino Juchereau de Saint Denys, cónsul de Francia en el país, informó a sus superiores que el movimiento libertario referido comenzó con “una descarga de mosquete hecha al aire.” 

Pero antes de ese informe consular ocurrieron varios hechos en los cuales dicho personaje extranjero participó activamente en los asuntos concernientes a la recién nacida República Dominicana.

Saint Denys buscaba a toda costa ventajas para su país; sin importarle socavar las bases de la recentina independencia dominicana. Utilizó con gran maestría parisina a unos cuantos dominicanos que luego se conocerían como los afrancesados. Ese es tema para otra crónica.

Sólo habían transcurrido 3 horas del día 28 de febrero de 1844 cuando Sánchez, frente a entusiasmados independentistas, proclamó a Juan Pablo Duarte como Padre de la Patria.

El 28 de febrero de 1844 la Puerta del Conde, lugar destacado en la topocetea nacional, fue el sitio escogido para formar el primer gobierno dominicano, llamado Junta Gubernativa Provisional.

Ese mismo día se produjo la capitulación del gobierno usurpador haitiano. El acta levantada  al respecto decía en su artículo décimo lo siguiente: “Siendo la hora avanzada se ha convenido entre los comisionados abajo firmados de no hacer la entrega de la plaza sino el día de mañana, 29 de febrero, a las 8 de ella.” Como nota necesaria hay que decir que ese año el mes de febrero era bisiesto.

Así salieron de la ciudad de Santo Domingo, en ese último día de febrero de 1844, el gobernador general Henri Etienne Desgrotte, las tropas y los demás funcionarios haitianos.

El 25 de febrero de 1845 un espurio tribunal, formado por órdenes expresas del presidente Pedro Santana, condenó a la pena de muerte por fusilamiento a la heroína y mártir María Trinidad Sánchez y a otros patriotas.

Dos días después de esa funesta decisión fueron fusilados, coincidiendo con el primer aniversario de la proclamación de la independencia nacional. Fue una de las mayores aberraciones que registran los infolios amarillos de nuestra historia.

Como consecuencia de los acontecimientos de febrero de 1844 los haitianos hicieron (menos de un mes después de proclamada la independencia dominicana) múltiples y sangrientos ataques al territorio dominicano. Pretendían ocupar de nuevo el país.

 Esas incursiones  duraron casi 12 años, pues las últimas derrotas sufridas por los intrusos del oeste de la frontera se produjeron el 24 de enero de 1856, con el resonante triunfo de los dominicanos en las batallas de Sabana Larga, en Dajabón, y Jácuba, en Puerto Plata.

El día primero de febrero de 1849 los haitianos penetraron al poblado de Las Matas de Farfán. Era su tercer ataque al territorio nacional después de que se fundó la República Dominicana.

Ese mismo día los dominicanos, dirigidos por el general Antonio Duvergé, les infligieron a dichos intrusos una derrota aplastante.

Por la efectividad que ese día (y en otras ocasiones) tuvieron las armas blancas fue que semanas después el entonces ministro de Guerra y Marina, general Román Franco Bidó, ordenó que “no dejara de preferirse el uso del sable y de la lanza…por ser superiores en la guerra los dominicanos cada vez que hacen uso de dichas armas, experimentando los enemigos mayores estragos.”

viernes, 4 de febrero de 2022

DUARTE, UN EJEMPLO LUMINOSO y 2

 

DUARTE, UN EJEMPLO LUMINOSO y 2

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

La memoria de Juan Pablo Duarte debe mantenerse como una llama votiva. Su gran obra redentora merece un permanente recordatorio de veneración para todos los dominicanos agradecidos.

Dicho lo anterior a pesar de que a través del tiempo se ha maquinado para restar importancia a los asuntos que tienen que ver con el interés patrio.

No son pocos los que prefieren rendirle culto a eso que los latinos llamaban carpe diem, (centrado en sólo aprovechar el presente) inducidos por una sociedad estructurada sobre el inmediatismo, prescindiendo del pasado y sin importarles el futuro.

Duarte, que sí pensaba en el futuro de los dominicanos, estaba tan seguro de la viabilidad de la independencia nacional que al segundo mes de producirse el fogonazo redentor del 27 de febrero de 1844 se enfrascó (abril-junio 1844) en la redacción de un proyecto de Constitución que garantizara una sociedad organizada y regida por disposiciones legales justas.

Ese boceto de Carta Magna duartiana, por sus alcances, nada tenía de cercanía con su más remoto antecedente, la redactada en Inglaterra en el 1215 por Stephen Langton, a la sazón arzobispo de Canterbury, que meses después fue anulada por el Papa Inocencio III.

En el artículo 16 del proyecto de ley fundamental de Duarte se definió nítidamente a la nación dominicana con estas palabras doradas: “es la reunión de todos los dominicanos.”

No pudo concluir su texto sustantivo por la vorágine desatada en su contra en esos momentos, pero de su lectura se comprueba que tenía como eje central, con carácter de insustituible, el lema invariable de que para la nación dominicana y su gobierno tenía que ser innegociable la soberanía plena.

El artículo 18, de la que pudo ser la primera Ley de Leyes de la República Dominicana, lo redactó Duarte así:“La Nación dominicana es libre e independiente y no es ni puede ser jamás parte integrante de ninguna otra potencia, ni el patrimonio de familia o persona alguna propia ni mucho menos extraña.”   

En ese proyecto de Carta Magna el padre de la patria planteaba también la necesidad de que prevalecieran en la sociedad dominicana “leyes sabias y justas.” Procuraba que siempre se conservaran los “derechos legítimos de todos los individuos que la componen.”

Duarte sostenía, como un principio inmanente, que el gobierno “deberá ser siempre popular en cuanto a su origen, electivo en cuanto al modo de organizarse, representativo en cuanto al sistema…”

Con ese anteproyecto de código fundamental el prócer independentista procuraba cincelar su ideal de una República Dominicana preparada para arrancar su andadura de nación libre, montada sobre los rieles de la democracia, con instituciones políticamente organizadas, vertebradas en lazos de solidaridad colectiva que garantizaran los derechos y las responsabilidades de todos los ciudadanos.

De su lectura se desprende también que Duarte tejía un texto sustantivo que sirviera de fundamento al andamiaje de leyes adjetivas imprescindibles para regular la vida cotidiana.

Se puede decir que ese bosquejo constitucional elaborado por Duarte (el cual establecía, entre otras cosas, el sufragio universal) tenía aspectos políticos y sociales más avanzados que la Constitución de los EE.UU., publicada en la ciudad de Filadelfia el 17 de septiembre de 1787.

Es pertinente decir que el texto aludido, surgido de la Gran Convención de Filadelfia, ratificó el artículo 4 del Acta de Confederación, con lo cual se impidió que los esclavos, que entonces eran una quinta parte de la población estadounidense, pudieran ejercer el derecho al voto, entre otras restricciones.

Sin embargo, en el caso dominicano fuerzas adversas a los ideales de Duarte ni siquiera lo dejaron concluir la redacción de aquel borrador inspirado en los mejores deseos para la entonces naciente República Dominicana.

Personajes que negaban la capacidad del pueblo dominicano para sostener su soberanía asaltaron el órgano colegiado de gobierno, entonces llamado Junta Central Gubernativa. Desde el 13 de julio de dicho año impusieron como dictador a Pedro Santana. Estaba en curso, como escribió Rosa Duarte, “el imperio del sable.”

El 10 de septiembre del 1844 el principal ideólogo de la independencia nacional fue expulsado del país. Él mismo escribió al respecto: “Yo iba enfermo, con las calenturas que había traído de Puerto Plata. Me apoyaba para poder andar en los brazos de mi hermano Vicente y su hijo Enrique.”

Juan Pablo Duarte fue un hombre sin ambages y de una actitud rectilínea en su lucha patriótica. Por eso también dejó otra página de oro en la historia nacional cuando el “bando traidor y parricida” produjo la fatídica anexión a España.

Ya tenía dos décadas fuera de su patria, exiliado y aislado en la espesa selva periférica al río Orinoco, en el territorio de Venezuela.

Se enteró de ese crimen contra la patria ya sobrepasado un año de que las tropas españolas mancillaran esta tierra. De inmediato se puso en clave de acción.

Fue en esos momentos de tribulaciones que escribió un flameante poema contra los liberticidas y mercaderes que habían vendido la soberanía dominicana al imperio español, bajo el alegato de la inviabilidad de la independencia nacional.

Su primera estrofa dice así:

“Por la cruz, por la patria y su gloria/Denodados al campo marchemos: Si nos niega el laurel la victoria/Del martirio la palma alcancemos.”

El 25 de marzo de 1864 arribó al país por el litoral marino de Montecristi. Trajo consigo una modesta pero valiosa ayuda económica y armas portátiles de infantería para reforzar las fuerzas restauradoras que finalmente salieron victoriosas en una lucha desigual en la cual el pueblo en armas derrotó a un poderoso ejército imperial que, además, contaba con el apoyo interno de los renegados que no creían en la resiliencia de los dominicanos.

Las intrigas internas de algunos jefes restauradores pulverizaron de nuevo los deseos de Duarte de combatir en defensa de la libertad de su pueblo. Se usaron muchas alilayas para sacarlo del escenario nacional.

Esa vez había vuelto “a protestar con las armas en la mano contra la anexión a España...” Así se lo afirmó a su amigo Félix María Delmonte, en una de las tantas cartas que le escribió después.

En el ideario de ese ejemplo luminoso que fue Juan Pablo Duarte hay expresiones que demuestran con elocuencia que enfrentaba con energía a los enemigos de afuera como a los de adentro. No era un místico con vocación contemplativa, como maliciosamente lo han dibujado algunos publicistas de nuestro pasado.

Sobre los traidores no usó paños tibios. Los calificó con estas certeras palabras: “Mientras no se escarmiente a los traidores, como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones.”

Para Juan Pablo Duarte los individuos antinacionales, aquellos que tenían fines proditorios, eran ciudadanos del infierno. Para definirlos creó la palabra “orcopolitas.”

Lo que él pensaba como la mejor fórmula para dirigir al pueblo dominicano no ha cuajado todavía, por múltiples factores de la realidad nacional, pero ello no significa que sus objetivos no se mantengan flotando como un destello de luz sobre la nación que contribuyó a fundar.

Bibliografía:

Proyecto de ley fundamental de Duarte. Editado por el Tribunal Constitucional de la R.D., 2019. Juan Pablo Duarte.

Ideario de Duarte. Impresora San Francisco, 1943. Recopilador Vetilio Alfau Durán.

Apuntes para la Historia de los Trinitarios. José María Serra.

Duarte y el teatro de los trinitarios. Boletín del Instituto Duartiano. Año 1, No.2, 1969. Emilio Rodríguez Demorizi.

Obras completas, volumen 3.Impresora Amigo del Hogar,2016. P696. José Gabriel García.

La ideología revolucionaria de J.P.D. Orígenes y manifestaciones. Editora Alfa y Omega, 1983. Juan Isidro Jimenes Grullón.

Apuntes para la historia de la isla de Santo Domingo, 1994. Rosa Duarte.

Historia de la Cultura Dominicana. Impresora Amigo del Hogar,2016.Mariano Lebrón Saviñón.

Diccionario Biográfico-Histórico Dominicano (1821-1930).Editora de Colores, 1997. Rufino Martínez.