sábado, 17 de septiembre de 2022

LOS MONARCAS MÁS LONGEVOS (1 de 2)

 

LOS MONARCAS MÁS LONGEVOS (1 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Antes de las revoluciones democráticas del siglo 18, envueltas en convulsiones políticas, sociales y económicas, la institución de la monarquía era el régimen político predominante en varios países de Europa, algunos de Asia, pequeños territorios insulares del Pacífico  y en tribus de África. Hubo hasta reyes y emperadores de opereta.

En este siglo 21 las monarquías son rémoras del pasado. Pocos países las mantienen, generalmente atendiendo a supuestos motivos de política interna.

Hoy generalmente las funciones de algunos reyes y emperadores son protocolares y simbólicas, puesto que están enmarcadas en lo que en derecho constitucional se denomina monarquías parlamentarias.

Son poquísimos los monarcas de hoy que tienen un poder real sobre sus súbditos. Sólo quedan unos pocos con mando directo en pequeños territorios insulares y uno que otro país de esos que viven socialmente en una especie de permanente “hibernación”, tomándole prestada aquí esa palabra a la fisiología.

Lo que antes la antropología definía como creencia primitiva atribuía poderes divinos a los soberanos, primero bajo el supuesto de que eran en sí dioses y luego de que eran enviados de Dios.

Se trataba de una codificación elaborada para mantener alienadas a sociedades como las egipcia, japonesa y china, por ejemplo, que durante siglos sostuvieron que sus etnarcas eran “Hijos del Cielo.”

En eso reconozco el esfuerzo de investigación del historiador francés Albert Mathiez, quien al referirse a la religión como pilar de los poderes  imperiales de antaño concluyó que “era la clave de bóveda de la monarquía.” (Los orígenes de los cultos revolucionarios.)

Por la pertinencia del tema, con motivo del fallecimiento el día 8 de los corrientes de la reina Isabel II, me centro en los motivos del título de estas notas para referirme brevemente a los tres monarcas más longevos registrados por la historia:

El francés Luis XIV, la inglesa Isabel II y el tailandés Bhumibol.

Luis XIV

De los tres personajes arriba mencionados el que más tiempo vivió con el título de rey fue el Borbón Luis XIV, un hombre de acción que emprendió tres guerras para expandir sus dominios imperiales al mismo tiempo que daba protección a escritores, comediantes, escultores y arquitectos que elevaron la cultura del pueblo francés.

Fue el titular del trono de Francia desde que tenía 5 años de edad. También ostentó la condición de monarca de la región de Navarra y  copríncipe de Andorra, un pequeño Estado ubicado entre macizos montañosos que separan a Francia y España.

Nominalmente fue rey desde el 14 de mayo de 1643 hasta su muerte, el primero de septiembre de 1715. La aritmética arroja en su favor un período monárquico de 72 años, 3 meses y 18 días, a pesar de que en ese período tuvo que enfrentar muchos enemigos internos, comenzando por una amplia franja de la nobleza que no comulgaba con sus actitudes de estilo absolutista.

Por más de una década los que en realidad gobernaron al entonces poderoso imperio francés fueron su madre, Ana de Austria, y el cardenal y político italiano Jules Mazarino, un protegido del papa Urbano VIII, quien lo elevó a cardenal sin haber rezado nunca el Ave María.

Los actos protocolares para la coronación de Luis XIV se realizaron en el 1654, con todo el boato parisino; pero todavía faltaban unos años para que él se afianzara como lo que fue, un monarca absoluto, apodado rey Sol, cuya obra de infraestructura principal tal vez fue el palacio de Versalles, un lugar importante en la historia de la humanidad.

La personalidad avasallante del rey Luis XIV quedó demostrada en múltiples ocasiones.

El culmen más elocuente de su condición de déspota quedó grabado cuando en momentos dramáticos para el destino de Francia se definió así mismo, frente a oponentes poderosos y desafiantes, con la contundente expresión: “El Estado soy yo.”

Isabel II

El Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) tuvo a Isabel II como reina durante 70 años y 214 días. Al nacer el 21 de abril de 1926 sus padres la registraron con el nombre de Isabel Alexandra Mary Windsor.

Aunque nació en el seno de la Casa real Windsor ella no figuraba con muchas posibilidades ciertas de ocupar el trono.

Su destino varió cuando tenía 10 años de edad, con motivo de hechos inesperados que cambiaron el curso de la historia de su familia, de su país y de una parte importante del mundo.

El 11 de diciembre de 1936 Eduardo VIII abdicó del trono, prefiriendo disfrutar los encantos femeninos de la señora Wallis Simpson en Bahamas, EE.UU.,  Francia y con interminables paseos por el mar Mediterráneo.

Por esa decisión fue que su hermano Alberto Federico Arturo Jorge se convirtió en el  rey Jorge VI. A él lo sucedió después su hija Isabel II, la nieta del rey Jorge V, quien gustaba llamarla Lilibeth.

La reina recién fallecida llegó a tener también, con el paso del tiempo y los cambios en la geopolítica mundial, la condición de máxima dirigente de la llamada Mancomunidad de Naciones, (Commonwealth) integrada por más de 50 países que antes fueron colonias del reino de Inglaterra.

La aludida Commonwealth es en términos prácticos un hábil artificio de política internacional para proyectar la sensación de que el imperio que hace décadas no es tal siga esparciendo en el imaginario popular la idea de que es la poderosa potencia que fue siglos atrás.

El reinado de Isabel II puede considerarse en realidad como el más longevo de la historia, por lo que indiqué más arriba sobre la regencia que hubo en Francia cuando Luis XIV.

Ella subió al trono el 6 de febrero de 1952, cuando era una joven de 25 años de edad, y cesó en dichas funciones, hace pocos días, cuando falleció a los 96 años, en su castillo de Balmoral, situado en Escocia.

Isabel II fue parte importante de los principales acontecimientos mundiales de la segunda mitad del siglo pasado y de algunos de las dos décadas que lleva este.

Terminó su parábola vital siendo una respetada lideresa con un gran dominio del tablero de la política, lo cual le permitió capear muchos vendavales de su reino e influir en otros lugares del mundo.

A pesar del discreto protagonismo de Isabel II, el famoso poeta y prosista argentino Jorge Luis Borges llegó a escribir que si Inglaterra se convirtiera en una república “no sé si cambiarían mucho las cosas; posiblemente no cambiarían nada. Porque la gente seguiría siendo la misma.”(Siete conversaciones con J.L.B./Fernando Sorrentino, 1973.)

Alfonso Pessoa, un periodista especializado en temas religiosos, reportó desde la agencia noticiosa católica Gaudium Press que la de Isabel II fue “una muerte suave, elegante, tranquila y discreta como fue su vida.”

 

domingo, 11 de septiembre de 2022

PERICLES (2 DE 2)

 

PERICLES (2 DE 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Pericles fue una persona tan extraordinaria que se le dio su nombre al siglo en que transcurrió su existencia.

Más de veinte siglos después se mantiene esa valoración, en base a sus realizaciones como gobernante.

En su obra La Atenas de Pericles el inglés Cecil Maurice Bowra, especialista en temas de la antigua Grecia, dice en abono a lo anterior que: “Ninguna edad de oro iguala totalmente a la ateniense en la amplitud de su realización o en la categoría sustentada por las obras que las han sobrevivido…”

Más adelante puntualiza el referido profesor de la Universidad de Oxford que: “El impulso conductor de este proceso fue su sistema democrático y las energías que liberó y puso en marcha.”

Eso fue posible porque Pericles, que era un extraordinario estratega político, supo manejar con brillantez los tiempos, y en consonancia con su ideal de grandeza para su pueblo les dio gran importancia a la literatura, la filosofía, a las artes en sus diversas manifestaciones y a todo lo que él consideraba eran los elementos que realzaban a los atenienses.

Aunque después del desastre de los persas en la batalla de Salamina los atenienses se convirtieron en la fuerza dominante en el Mediterráneo oriental, no cabe duda que la llegada al poder de Pericles, diez años después del referido enfrentamiento naval, fue lo que permitió que Atenas, la ciudad-Estado de Ática, se consolidara durante tres décadas en la zona influenciada por los mares Egeo, Mediterráneo y de Creta.

Para lograr esa hazaña económica, militar y cultural Pericles se nutrió en gran parte de los juicios de Temístocles, quien sostenía la conveniencia de hacer de Atenas una potencia naval. Entre ambos convirtieron el puerto de Tireo en el más grande y poderoso de la zona.

Otro personaje que influyó en el pensamiento de Pericles fue Clístenes, quien como legislador impulsó principios de democracia y sentó las bases para eliminar de la vida pública de Atenas todo atisbo de tiranía.

Cabe señalar también a Efialtes, considerado su mentor, asesinado por los oligarcas atenienses. Su  muerte provocó el ascenso al poder de Pericles, quien se mantuvo fiel a los postulados políticos de ese malogrado líder, reivindicando gran parte de sus ideas. 

Siguiendo el ejemplo de sus referidos inspiradores, Pericles amplió las puertas de las libertades individuales, ensanchando el camino de las realizaciones humanas  de los atenienses más humildes.

Gracias a las ejecutorias que como estadista tuvo Pericles fue que Atenas se convirtió en el principal faro de cultura del mundo hasta entonces conocido.

El impacto artístico y el florecimiento del pensamiento de la Atenas de Pericles puede considerarse superior (visto desde el contexto de cada época) al de los Médicis del Renacimiento florentino, y también a lo que realizó Ludovico Sforza, apodado el Moro, duque de Milán, quien le dio esplendor cultural a esa hermosa ciudad del norte de Italia.

Lo que se produjo en Atenas hace más de dos mil años llevó a un poeta y comediante tan quisquilloso y agresivo en sus juicios como fue el griego Eupolis a resaltar de Pericles que: “Poseía ese poder exclusivo de los oradores/de impulsar los corazones de los hombres/ y llevarlos detrás del aguijón.”

Pericles obraba con discernimiento al momento de poner en práctica las pesadas decisiones de gobierno, lo cual no le impedía conectar hechos concretos con metáforas envueltas en conceptos filosóficos.

Prueba de lo anterior fue cuando se refirió a la muerte en combate de muchos jóvenes atenienses: “La ciudad ha perdido a su juventud; es como si el año hubiese perdido su primavera.”

Propicia es la ocasión para decir que antes y después del gobierno encabezado por Pericles el antiguo imperio griego, con Atenas como centro, fue sacudido por una miríada de crímenes de sangre y económicos.

Las tres provechosas décadas que él estuvo al frente del poder ateniense no estuvieron exentas de esa realidad, pero combatió la impunidad mediante el aparato judicial, al cual cada día le daba más preponderancia.

Hace sentido esa apreciación, puesto que muchos expertos en los hechos trascendentales de aquella lejana era coinciden en calificar a Pericles como el primer abogado profesional.

Prueba de lo anterior se verifica en el hecho de que él modificó la regla fijada por el estadista, poeta y legislador Solón en el año 594 a. C. para el funcionamiento de  la principal asamblea (audiencia). Los griegos la llamaban ecclesia.

Para Solón los acusados llevados ante ese tribunal no podían utilizar los servicios de asesores legales, teniendo que ingeniárselas solos o recibiendo cuchicheos de cercanos. Pericles terminó con eso.

La más conocida pasión de amor de Pericles (y al mismo tiempo su mayor sostén político) fue una hermosa e inteligente mujer procedente de la península Anatolia, quien llegó a Atenas cargada de saberes y con la añoranza del mar Negro que baña el norte de su tierra natal.

Aspasia de Mileto se llamaba la dama que influyó mucho en el mandato gubernamental de Pericles.

Sus detractores, sin aportar pruebas, divulgaron en el siglo V a. C. la noticia de que ella era dueña de un centro de prostitución. Otros dijeron que eso era una mentira con categoría de maniobra de politiquería ramplona de los enemigos del poderoso gobernante que compartía lecho con ella.

Dicho lo anterior al margen de que esa astuta mujer, nativa de la que fue la pujante ciudad de Mileto, tal vez tuviera alguna pasión mercantil.

Aunque Pericles fue condenado en un juicio por supuesta corrupción, como indiqué en la entrega anterior, lo cierto es que se trató de una avilantez de sus enemigos, la mayoría de ellos jinetes de baja altura, que usaron  en su contra el filo de la espada de la malicia empapada del veneno del odio.

Muchos textos de historia antigua lo describen como un hombre a quien no lo seducía el interés por acumular riqueza personal. La codicia no era parte de su vida.

Pericles, antes de caer en lecho de muerte por casi dos años, atacado por la peste de Atenas (fiebre, dolores de cabeza, sangrado en lengua y garganta, etc.) encabezó su última actividad bélica dirigiendo centenares de barcos de guerra que se enfrentaron a las poderosas fuerzas navales de Esparta, en la larga y sangrienta guerra del Peloponeso.

Algunos han opinado, siguiendo a pie juntillas los juicios del historiador romano Plutarco, que Pericles abrió esa guerra como un artificio político-militar ante las tenazas que le estaban tendiendo sus adversarios internos para dar al traste con su largo régimen.

Lo cierto fue que Pericles supo sortear muchos vendavales políticos, siempre evitando en lo posible aplicar los resortes de la maldad que se aposentan en los cuartos de mando de todo gobierno. Dejó un amplio repertorio de motivos y hechos que lo colocaron como uno de los más brillantes gobernantes de la humanidad.

Tal vez pensando en él fue que Nicolás Maquiavelo escribió en su clásica obra El Príncipe esta impactante reflexión: “Un príncipe que quiera conservar su autoridad deberá aprender a no ser bueno y usar ese conocimiento, o prescindir de su uso, según las necesidades que se le presenten.”

Cuando Pericles murió bajó al sepulcro en olor de multitud, porque los atenienses le admiraban y respetaban mucho.

 

 

 

 

viernes, 2 de septiembre de 2022

PERICLES (1 DE 2)

 

PERICLES (1 DE 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Pericles fue uno de los más renombrados gobernantes de la antigüedad. Cultivó méritos como dirigente político y militar para que su nombre siga concitando interés después de más de dos mil años de su paso por la tierra.

Sobre la persona de ese ateniense fuera de serie comenzaron a tejerse comentarios desde antes de nacer en la parte norte de Atenas, en el siglo V a.C.

Una anécdota famosa decía que su madre, doña Agaristé, había soñado durante su embarazo que iba a parir un león. Así lo señalan, al parecer en son de guasa, los historiadores griegos Heródoto y Plutarco.

Se le decía El olímpico, por su voz estentórea y su ingeniosidad como orador forense y político que deslumbraba a sus oyentes con su retórica.

Pericles fue un impulsor y ejecutante de la democracia en la antigüedad, con sus matices propios, lo cual convirtió a Atenas en la ciudad-estado más importante de su época.

Ejerció su gobierno en el período comprendido entre las guerras médicas (persas y griegos) y la primera del Peloponeso (atenienses-espartanos).

Las tres décadas del gobierno de Pericles fueron la época dorada de Atenas. El declive comenzó con su muerte, con la guerra en fases del Peloponeso y con la peste que diezmó gran parte de su población.

Pericles convirtió a Atenas en una potencia naval, con barcos que navegaban en viajes largos y cortos por los mares Mediterráneo, Egeo y de Creta. Eso le permitió conquistar diversos pueblos que le dieron a esa antiquísima ciudad el perfil de un imperio.

Su memoria, a más de dos mil años de su protagonismo, está colocada en el primer escalón de la historia universal. Tiene todavía admiradores y detractores, por eso no hay consenso en los juicios hacia Pericles.

Entre sus  críticos hay que mencionar al filósofo griego Platón, quien en sus obras de diálogos tituladas Protágoras y Gorgias destiló un enorme desprecio a Pericles, sobre el cual emitió juicios demoledores.

Lo acusó de sólo buscar la supremacía material de Atenas. La realidad, según recoge la historia, es que Pericles hizo florecer la filosofía, la literatura y las artes en todas sus manifestaciones.

Dejó huellas positivas, que luego fueron utilizadas por otros gobernantes, como fue el caso de Cayo Graco, quien cuando realizaba maniobras para vencer los obstáculos que le impedían hacer reformas en beneficio del pueblo romano invocó el nombre de Pericles, al proclamar que lo que buscaba con sus actos era crear “un imperialismo democrático al estilo Pericles.”

Algunos especialistas en la denominada época clásica griega señalan que él no dejó un campo teórico documental, a pesar de sus dotes de gran orador. Sin embargo, el historiador Tucídides, al recrear la Oración Fúnebre, en su obra titulada Historia sobre la Guerra del Peloponeso, señala que en ella Pericles estableció el marco en que se concentraron los elementos esenciales de su gobierno.

El mismo Tucídides lo calificó como “el primer ciudadano de Atenas.” Así lo escribió tomando en cuenta no sólo el poder que tenía sino también por una miríada de cualidades que elevaban su valía como ser humano.

Dicho lo anterior aunque el que está considerado por muchos como el padre de la historiografía científica reconoció que no hizo una recopilación palabra por palabra de las intervenciones orales de Pericles, sino una aproximación general.

Por el contrario, debo consignar que el filósofo, político, orador y escritor romano Marco Tulio Cicerón ponía en duda la esencia misma del grueso de los pensamientos que Tucídides atribuía a Pericles.

Sin embargo, esa recreación de sus piezas oratorias puede calificarse como “el legado retórico de Pericles”, tal y como bien lo escribió en uno de sus ensayos el brillante filólogo y clasicista estadounidense Hervey Yunis, especialista en temas vinculados con la Antigua Grecia.

No hay dudas que Pericles facilitó la movilidad social y resaltó los talentos individuales de su pueblo, además de que  consolidó con aportes sustantivos un estilo de gobierno denominado democracia.

A pesar de que cuando gobernaba había un ambiente de agitación permanente, con pleitos de diversas tonalidades, algunos de ellos producto de la infamia de  calumniadores de oficio, que eran los llamados sicofantes, una de cuyas características distintivas entonces era convertir los juicios en verdaderos espectáculos.

Aristófanes, el gran dramaturgo ateniense, en varias de sus obras teatrales hizo una magistral descripción del dramatismo que se vivía en la ciudad-estado bajo el control de Pericles.

Como toda gran obra tiene sus controversias hay que decir que los cimientos de la democracia perfilada  por Pericles acunaron un cáncer político llamado populismo, que en la sociedad que él dirigía quedó comprobado esencialmente por el comportamiento de dos sobresalientes demagogos: Alcibíades, del cual Pericles fue tutor, y Cleón, uno de sus principales adversarios.

Ese Cleón fue el mismo que actuó como su principal acusador en un juicio por supuestos sobornos al construirse el Partenón. También fueron acusados esa vez su  hábil e influyente mujer Aspasia de Mileto y su amigo Fidias.

La traza histórica de ese juicio permite concluir que el testigo de cargo, un tal Menon, era una marioneta de los enemigos de Pericles, especialmente de los políticos de Esparta que padecían un creciente reconcomio por el esplendor que  rodeaba al poderoso ateniense. A pesar de la brillante defensa que hizo el filósofo Hipias el gran Pericles fue condenado a pagar una elevada multa.

En su ensayo Democracia y Populismo en la Atenas de Pericles, el académico venezolano Francisco Moro Albacete plantea que: “La Democracia ateniense por su parte es, indudablemente, el precedente inspirador de las democracias modernas…Pericles y la democracia ateniense son indisociables tanto en las luces como en las sombras…”

En sintonía con lo anterior es oportuno decir que muchísimo tiempo después de que Pericles impulsara un estilo de gobierno rompedor para su época Winston Churchill, a medio camino del siglo XX, definió la democracia como un sistema político defectuoso, pero menos que todos los demás conocidos.