ASESINO DE DIOS, NOVELA DE MARIO J. CEDANO
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El prolífico y enjundioso escritor dominicano Mario J.
Cedano sorprende de nuevo al publicar una
nueva novela con el sugerente título Asesino de Dios, la cual no es en sí una
narración reservada a la descripción ficcionada de un deicidio.
En dicha obra el eximio poeta Cedano no entra en los
controversiales temas abandonados a las conjeturas del antiquísimo profeta
iraní Zaratustra, quien invocó dos cosas: Que Dios fue asesinado o que su
compasión por los hombres lo llevó “a la tumba.”
Tampoco le da curso a las reflexiones filosóficas del
poeta alemán del siglo 19 Friedrich
Nietzsche, quien gastó gran parte de sus energías mentales tratando de
explicar la supuesta muerte natural de Dios.
Con un lenguaje de fácil lectura, por el dominio que
el autor tiene de las técnicas narrativas, esta obra conduce a sus lectores por
los escabrosos caminos de la cotidianidad dominicana, pero en ella también hay
escenas relevantes que se elevan a principios filosóficos y religiosos, algunas
desarrolladas en la imaginaria Ciudad Cedano.
La calidad de esta novela vuelve a colocar al depurado
poeta y novelista Mario J. Cedano (merecidamente llamado el Homero de hoy) en
la senda que lo llevará a la parte más elevada del Olimpo de los mejores
escritores de América, a pesar de la mezquindad de algunos que en conocidas
capillas literarias se reparten entre sí las candilejas de los premios, en un
coro de autobombos. Es el conocido ritornelo de facciones de las letras
nacionales.
Asesino de Dios se mueve entre coordenadas reales y
personificaciones encajadas en las menudencias del diario vivir. Su autor, con
su extraordinaria capacidad, logra ensamblar lo humano y lo divino en una
especie de performance novelesca, al estilo de la célebre película del género
fantástico de Igmar Bergman titulada El Séptimo Sello, en la cual hay grandes
tramos dramáticos, y centrada en una insuperable alegoría adaptada a la edad
media, en la cual su personaje principal, un veterano de las guerras de las
Cruzadas, desafía a la Muerte en un partido de ajedrez.
Mario J. Cedano, con su atildado estilo de escribir,
abre el ancho y proceloso canal por donde se desliza su nueva obra, destacando
de entrada un hecho característico del abuso de poder que ha campeado por sus
anchas en esta zona del mundo, desde las primeras huellas de los conquistadores
europeos.
La materia prima inicial de esta formidable novela
está compuesta por una amalgama de acontecimientos que afectaron injustamente
al autor.
Pero eso es sólo un aspecto. Su variado contenido irá entusiasmando párrafo
tras párrafo a los lectores.
Poner la vista en movimiento horizontal de izquierda a
derecha sobre esta novela permite observar que no se trata de un pan ácimo,
sino todo lo contrario.
Una galería de sujetos que se mueven en la ruindad, la
falta de pulcritud, la envidia, la venganza y la impureza son radiografiados
por el autor con una valentía propia de un hombre que ha sido capaz de vencer
los grandes obstáculos que ha tenido en su vida para llenarla de logros
espirituales.
En esta comentada novela se disfruta la manera
ingeniosa con que el autor aborda temas religiosos, políticos, económicos,
sociales, judiciales y mágicos, penetrando con su característico gracejo al
retablo del cual brotan males y bondades de la sociedad dominicana de las
últimas décadas.
Lo que se describe en la novela Asesino de Dios sobre
figuras políticas criollas identificadas como José Joaquín Peña Bosch y Leloné
Modorá sintetiza mejor que cualquier tratado de ciencia política lo que ha sido
el quehacer partidario del país en los últimos 50 años.
Los comentarios vertidos sobre esos aludidos
personajes de la política criolla (tomando como referencia al último) permiten
hacer alguna similitud con el famoso rey persa Ciro II.
Dicho lo anterior por los privilegios que aquel
etnarca persa otorgó a raudales para conseguir simpatía y dominio en lo que se
conoció en la antigüedad como la “simbiosis medo-persa.”
En este nuevo trabajo literario que es la novela
Asesino de Dios el autor se refiere a unos tesoros diabólicos y a un bosque de
las culebras.
Como lector uno podría olvidarse de dichos tesoros,
pero no del bosque, el cual ayuda a rememorar árboles y arbustos que en el
pasado hacían parte importante de la floresta dominicana, y que ya no existen
por culpa del ecocidio que ha ido empobreciendo el medio ambiente nacional.
Pertinente es entonces decir que ese bosque imaginario
de Mario J. Cedano retumba como un eco de la denuncia contenida en la carta
encíclica Laudato Si, patrocinada por el papa Francisco.
En Asesino de Dios hay trazos del sincretismo mágico
religioso tan abundante en el Caribe insular; con claras demostraciones de los
amplios conocimientos que tiene el escritor sobre la sociología criolla.
Da en el centro de la diana con la creación del
personaje Tajulo, moviéndose en un pestilente mercado con venduteros con voz
aguardentosa pregonando sus productos entre
mesas cargadas de frutas, víveres, carnes, botes de agua para la suerte,
imágenes de santos y presume uno que pescado, como en aquel “evanescente reino
de los olores” del pútrido e imaginario mercado parisino inmortalizado por el
escritor alemán Patrick Süskind en su famosa novela El Perfume.
Tajulo, surgido de la fértil imaginación de Cedano, es
un vicioso que se deja conducir por un maniobrero vuduista hasta el ficticio
Lago de los Puñales y de ahí cae en medio de 666 puñales y frente a un espectro
que surge de una tinaja llena de sangre.
Oportuno es aclarar que se trata de una escena sin
ninguna vinculación con la religión que hace siglos floreció en algunos países
africanos, entre ellos Malí, Senegal, Benín, Nigeria y Costa de Marfil, en el
lado occidental de África.
Sí está ambientado dicho drama con hechizos, fetiches,
sangre, humo, contorsiones frenéticas y otros rituales alejados de la filosofía
vuduista aunque algunos persistan en confundirla con la práctica
mágico-religiosa conocida crudamente como vudú.
La frustración vivencial del Tajulo creado por Cedano
nada tiene que ver con el olfato y la maldad de Jean-Baptiste Grenouille, el
protagonista de la citada obra de Süskind, ambientada en la Francia del siglo
18, la cual llevó a la fama universal a su autor. Pero ambos son personajes
malditos y la creatividad del autor dominicano oriundo de Higüey no va a la
zaga de ningún otro.
A pesar del título de su novela, Mario J. Cedano no se
lanza, como el fraile italiano de la Orden de los Predicadores Tomás de Aquino,
(llamado el expositor) a plantear la solución del conflicto dialéctico entre
filosofía y teología; lo cual sí hizo el teólogo y filósofo nativo del poblado
d Roccasecca, en la provincia Frosinone, en la Italia central, basándose en su
gran conocimiento del pensamiento de Aristóteles.
Dicho lo anterior aunque desde el 6 de diciembre de
1273 Santo Tomás de Aquino se negó a seguir escribiendo y ni siquiera quiso
terminar su famosa obra titulada Summa Teológica.
No era
necesario que entrara en esas disquisiciones, porque el objetivo buscado y
logrado por Cedano queda satisfecho en la diáfana descripción que hace sobre
las falencias de una sociedad en la cual se cometen injusticias como las
señaladas en varios capítulos de Asesino de Dios.
Es evidente que Mario J. Cedano, con su proverbial
sabiduría, busca en esa obra, además de muchas otras cosas de elevación
espiritual, poner de relieve la conocida “doctrina de doble verdad”, basada en elementos filosóficos y religiosos.
Dicha doctrina, sea válido decirlo, le provocó
infinitos sinsabores e injustas malquerencias a su creador, Averroe, el sabio
filósofo y médico musulmán de la Córdoba andaluza.
Al terminar la lectura de Asesino de Dios sus lectores
podrán proclamar que han participado en un festín cultural, no muy frecuente en
las letras dominicanas.