sábado, 30 de julio de 2022

ASESINO DE DIOS, NOVELA DE MARIO J. CEDANO

 

ASESINO DE DIOS, NOVELA DE MARIO J. CEDANO

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El prolífico y enjundioso escritor dominicano Mario J. Cedano sorprende de nuevo  al publicar una nueva novela con el sugerente título Asesino de Dios, la cual no es en sí una narración reservada a la descripción ficcionada de un deicidio.

En dicha obra el eximio poeta Cedano no entra en los controversiales temas abandonados a las conjeturas del antiquísimo profeta iraní Zaratustra, quien invocó dos cosas: Que Dios fue asesinado o que su compasión por los hombres lo llevó “a la tumba.”

Tampoco le da curso a las reflexiones filosóficas del poeta alemán del siglo 19 Friedrich  Nietzsche, quien gastó gran parte de sus energías mentales tratando de explicar la supuesta muerte natural de Dios.

Con un lenguaje de fácil lectura, por el dominio que el autor tiene de las técnicas narrativas, esta obra conduce a sus lectores por los escabrosos caminos de la cotidianidad dominicana, pero en ella también hay escenas relevantes que se elevan a principios filosóficos y religiosos, algunas desarrolladas en la imaginaria Ciudad Cedano.

La calidad de esta novela vuelve a colocar al depurado poeta y novelista Mario J. Cedano (merecidamente llamado el Homero de hoy) en la senda que lo llevará a la parte más elevada del Olimpo de los mejores escritores de América, a pesar de la mezquindad de algunos que en conocidas capillas literarias se reparten entre sí las candilejas de los premios, en un coro de autobombos. Es el conocido ritornelo de facciones de las letras nacionales.

Asesino de Dios se mueve entre coordenadas reales y personificaciones encajadas en las menudencias del diario vivir. Su autor, con su extraordinaria capacidad, logra ensamblar lo humano y lo divino en una especie de performance novelesca, al estilo de la célebre película del género fantástico de Igmar Bergman titulada El Séptimo Sello, en la cual hay grandes tramos dramáticos, y centrada en una insuperable alegoría adaptada a la edad media, en la cual su personaje principal, un veterano de las guerras de las Cruzadas, desafía a la Muerte en un partido de ajedrez.

Mario J. Cedano, con su atildado estilo de escribir, abre el ancho y proceloso canal por donde se desliza su nueva obra, destacando de entrada un hecho característico del abuso de poder que ha campeado por sus anchas en esta zona del mundo, desde las primeras huellas de los conquistadores europeos.

La materia prima inicial de esta formidable novela está compuesta por una amalgama de acontecimientos que afectaron injustamente al autor.

Pero eso es sólo un aspecto. Su  variado contenido irá entusiasmando párrafo tras párrafo a los lectores.

Poner la vista en movimiento horizontal de izquierda a derecha sobre esta novela permite observar que no se trata de un pan ácimo, sino todo lo contrario.

Una galería de sujetos que se mueven en la ruindad, la falta de pulcritud, la envidia, la venganza y la impureza son radiografiados por el autor con una valentía propia de un hombre que ha sido capaz de vencer los grandes obstáculos que ha tenido en su vida para llenarla de logros espirituales.

En esta comentada novela se disfruta la manera ingeniosa con que el autor aborda temas religiosos, políticos, económicos, sociales, judiciales y mágicos, penetrando con su característico gracejo al retablo del cual brotan males y bondades de la sociedad dominicana de las últimas décadas.

Lo que se describe en la novela Asesino de Dios sobre figuras políticas criollas identificadas como José Joaquín Peña Bosch y Leloné Modorá sintetiza mejor que cualquier tratado de ciencia política lo que ha sido el quehacer partidario del país en los últimos 50 años.

Los comentarios vertidos sobre esos aludidos personajes de la política criolla (tomando como referencia al último) permiten hacer alguna similitud con el famoso rey persa Ciro II.

Dicho lo anterior por los privilegios que aquel etnarca persa otorgó a raudales para conseguir simpatía y dominio en lo que se conoció en la antigüedad como la “simbiosis medo-persa.”

En este nuevo trabajo literario que es la novela Asesino de Dios el autor se refiere a unos tesoros diabólicos y a un bosque de las culebras.

Como lector uno podría olvidarse de dichos tesoros, pero no del bosque, el cual ayuda a rememorar árboles y arbustos que en el pasado hacían parte importante de la floresta dominicana, y que ya no existen por culpa del ecocidio que ha ido empobreciendo el medio ambiente nacional.

Pertinente es entonces decir que ese bosque imaginario de Mario J. Cedano retumba como un eco de la denuncia contenida en la carta encíclica Laudato Si, patrocinada por el papa Francisco.

En Asesino de Dios hay trazos del sincretismo mágico religioso tan abundante en el Caribe insular; con claras demostraciones de los amplios conocimientos que tiene el escritor sobre la sociología criolla.

Da en el centro de la diana con la creación del personaje Tajulo, moviéndose en un pestilente mercado con venduteros con voz aguardentosa pregonando sus productos entre  mesas cargadas de frutas, víveres, carnes, botes de agua para la suerte, imágenes de santos y presume uno que pescado, como en aquel “evanescente reino de los olores” del pútrido e imaginario mercado parisino inmortalizado por el escritor alemán Patrick Süskind en su famosa novela El Perfume.

Tajulo, surgido de la fértil imaginación de Cedano, es un vicioso que se deja conducir por un maniobrero vuduista hasta el ficticio Lago de los Puñales y de ahí cae en medio de 666 puñales y frente a un espectro que surge de una tinaja llena de sangre.

Oportuno es aclarar que se trata de una escena sin ninguna vinculación con la religión que hace siglos floreció en algunos países africanos, entre ellos Malí, Senegal, Benín, Nigeria y Costa de Marfil, en el lado occidental de África.

Sí está ambientado dicho drama con hechizos, fetiches, sangre, humo, contorsiones frenéticas y otros rituales alejados de la filosofía vuduista aunque algunos persistan en confundirla con la práctica mágico-religiosa conocida crudamente como vudú.

La frustración vivencial del Tajulo creado por Cedano nada tiene que ver con el olfato y la maldad de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la citada obra de Süskind, ambientada en la Francia del siglo 18, la cual llevó a la fama universal a su autor. Pero ambos son personajes malditos y la creatividad del autor dominicano oriundo de Higüey no va a la zaga de ningún otro. 

A pesar del título de su novela, Mario J. Cedano no se lanza, como el fraile italiano de la Orden de los Predicadores Tomás de Aquino, (llamado el expositor) a plantear la solución del conflicto dialéctico entre filosofía y teología; lo cual sí hizo el teólogo y filósofo nativo del poblado d Roccasecca, en la provincia Frosinone, en la Italia central, basándose en su gran conocimiento del pensamiento de Aristóteles.

Dicho lo anterior aunque desde el 6 de diciembre de 1273 Santo Tomás de Aquino se negó a seguir escribiendo y ni siquiera quiso terminar su famosa obra titulada Summa Teológica.

 No era necesario que entrara en esas disquisiciones, porque el objetivo buscado y logrado por Cedano queda satisfecho en la diáfana descripción que hace sobre las falencias de una sociedad en la cual se cometen injusticias como las señaladas en varios capítulos de Asesino de Dios.

Es evidente que Mario J. Cedano, con su proverbial sabiduría, busca en esa obra, además de muchas otras cosas de elevación espiritual, poner de relieve la conocida “doctrina de doble verdad”,  basada en elementos filosóficos y religiosos.

Dicha doctrina, sea válido decirlo, le provocó infinitos sinsabores e injustas malquerencias a su creador, Averroe, el sabio filósofo y médico musulmán de la Córdoba andaluza.

Al terminar la lectura de Asesino de Dios sus lectores podrán proclamar que han participado en un festín cultural, no muy frecuente en las letras dominicanas.

 

 

sábado, 23 de julio de 2022

ENRIQUE IV, UNA MISA Y UN TRONO (anécdotas)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

ENRIQUE IV, UNA MISA Y UN TRONO (anécdotas)

Enrique III, de la dinastía de los Valois, fue asesinado el 2 de agosto de 1589 cuando sólo tenía 37 años de edad. Le correspondió sucederlo como rey de Francia el que hasta entonces era el monarca de Navarra, que era de la estirpe Borbón.

Había un problema religioso porque el sucesor era protestante y no podía reinar sobre una sociedad católica.

Esa situación desató una guerra, con ríos de sangre en  gran parte de la geografía francesa. Hubo proclamas de prominentes líderes católicos que decían preferir la muerte antes que coronar como rey de Francia a un protestante.

Frente al empantanamiento de la situación militar se escogió la vía diplomática, pues todos tenían presente “la matanza de San Bartolomé”, comenzada bajo la capa de la noche del 23 de agosto de 1572 contra miles de protestantes que vivían en Francia.

El 1589 la capital francesa estaba sitiada por los hugonotes, como se les llamaba a los seguidores de la doctrina del teólogo protestante Jean Calvino.

El jefe de las tropas francesas que defendían a la gran ciudad del río Sena, Charles de Lorraine (Carlos de Lorena), también llamado el duque de Mayenne, proclamó que el pretendiente a la Corona tenía dos opciones: o mataba, si podía, a todos los rebeldes o se convertía al catolicismo.

Poco después Enrique IV abjuró del protestantismo. Se declaró católico y comenzaron los preparativos para su instalación como monarca francés.

Fue en ese momento que Enrique IV produjo una anécdota que ha perdurado hasta el presente, con múltiples aplicaciones en el quehacer humano:

-“París bien vale una misa.”

Mediante el Edito de Nantes de 1598 el  referido rey fijó el catolicismo como la religión del Estado francés, con tolerancia abierta al protestantismo.

Los registros históricos consignan que fue un soberano querido por la mayoría de los franceses. Tenía como uno de sus lemas populares: “” Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos.”

Su final fue trágico.Un fanático católico lo asesinó de dos puñaladas el 14 de mayo de 1610.

BUENAVENTURA BÁEZ (anécdotas)

                                                  

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

BUENAVENTURA BÁEZ (anécdotas)

El cuarto gobierno de Buenaventura Báez, llamado de los Seis Años, tuvo un final con sabor anecdótico, pues quienes dieron al traste con el mismo no fueron sus enemigos del Partido Azul.

En ese sangriento período de la política criolla se acuñaron las expresiones “hombres de orden”, para calificar a los que consideraban al caudillo Báez como imprescindible para gobernar, y tildaban como “hombres de desorden” a los que le adversaban.

El primero de mayo de 1869 el país fue víctima de una gran estafa de parte del representante de Buenaventura Báez en Inglaterra, un extranjero de nombre Edward  H. Hartmont, quien comprometió  por décadas las finanzas dominicanas y se alzó con una fortuna.

Buenaventura Báez, en contubernio con el presidente estadounidense Ulysses S. Grant y los truhanes Joseph Fabens y William Cazneau, hacían todo lo posible para que la República Dominicana fuera anexionada a los EE.UU., lo que afortunadamente no ocurrió porque en el 1871 el Senado de ese último país rechazó eso.

En esa época la crisis económica iba en crecimiento, así como el malestar social entre la población dominicana que cada vez más repudiaba a dicho gobernante.

En cambio, a Báez lo apoyaban los caudillos comarcanos, una parte importante de los comerciantes y principalmente los productores de tabaco del Cibao que se beneficiaban de los altos precios internacionales de ese producto agrícola que exportaban hacia Europa, especialmente por los puertos alemanes de Hamburgo y Bremen.

La tirantez política y económica desató enfrentamientos sangrientos en los cuales los del Partido Rojo (conservadores) en el gobierno aplastaban a los opositores del Partido Azul (liberales).

En la región oriental del país la última rebelión opositora contra Báez fue encabezada por el héroe restaurador nativo de Yamasá Eusebio Manzueta, quien fue  capturado y fusilado el 12 de noviembre de 1873 por órdenes del general José Caminero, el jefe político y militar del baecismo en esa zona.

En el suroeste el dictador Buenaventura Báez formó bandas de asesinos dirigidos por unos tales Llinito, Mandé, Solito, Musié y Baúl. Esos sujetos y sus secuaces masacraron a cientos de opositores.

Ni el general José María Cabral ni los demás líderes del Partido Azul lograron articular las fuerzas necesarias para vencer al caudillo rojo.

Por eso tiene categoría de anécdota política que el desplome del cuarto gobierno de Báez comenzó cuando el 25 de noviembre de 1873 se rebelaron sus partidarios Ignacio María González (entonces gobernador de Puerto Plata) y Manuel Altagracia Cáceres, quien era el político baecista más prominente en el Cibao.

¿LA CASA BLANCA PINTADA DE NEGRO?(Anécdotas)

 


POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

¿LA CASA BLANCA PINTADA DE NEGRO? (Anécdotas)

Cuando el 7 de diciembre de 1941 la aviación japonesa atacó la base militar estadounidense de Pearl Harbor, en la isla Oahu, en el archipiélago de Hawái, el gobierno de los EE.UU. consideró la posibilidad de proteger con medidas extremas edificios importantes dentro del mismo territorio continental de ese gran país.

Fue así como se produjo una propuesta anecdótica de pintar de negro la sede del gobierno más poderoso del mundo, la Casa Blanca.

Se pensó que eso la protegería de eventuales ataques aéreos, al menos de noche. El poderoso Ejército estadounidense aprobó esa extraña propuesta.

De haber prosperado aquello hubiera sido como una regresión a las divinidades del antiguo Egipto, que por más de tres mil años tuvieron los colores como parte de su protección frente a enemigos imaginarios:

Los dioses mitológicos Ammón y Shu fueron vestidos de azul; el atuendo de Tot era verde con azul claro, mientras que Osiris era representado con el verde y con el negro.

El rey mítico Osiris era el más importante personaje del panteón egipcio. En la civilización faraónica era el dios de la agricultura, la fertilidad, la resurrección y la regeneración del río Nilo, a cuya agua fue lanzado en trozos luego de ser asesinado por su hermano Seth.

Los dioses Osiris y Tot terminaron con indumentaria olivácea, al decir del periodista y escritor italiano especializado en civilizaciones antiguas Peter Kolosimo, en su obra titulada Tierra sin tiempo.

Finalmente la idea de pintar de negro la mansión presidencial situada en la avenida Pensilvania 1600, de la ciudad de Washington, no pasó de ser un proyecto anecdótico, pues el presidente Franklin Delano Roosevelt rechazó esa idea. Fue un acierto de él, pues ningún ataque extranjero llegó para esa época a dicha ciudad.

SOBRE LOS RESTOS DE CRISTÓBAL COLÓN(anécdotas)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

SOBRE LOS RESTOS DE CRISTÓBAL COLÓN(anécdotas)

A través del tiempo se han creado una y mil polémicas sobre el lugar donde están los restos del Almirante Cristóbal Colón. En ocasiones el asunto ha tenido aspectos anecdóticos de dimensiones históricas y políticas.

Unos opinantes persisten en rechazar que sean de ese personaje las cenizas encontradas el 10 de septiembre  del 1877 en la Catedral Primada de América, ubicada en la ciudad de Santo Domingo.

Dicen los que así piensan, usando divagaciones y sandeces, que los restos del primer Cristóbal Colón están en Sevilla, España.

Hay muchas anécdotas, tal vez por haberse mantenido flotando durante siglos la polémica sobre ese tema.

Algunos, con no poco ingenio y sí mucha picardía, han tratado de zanjar de manera anecdótica esa controversia sobre el destino de los residuos corporales de Colón, sin entrar en los detalles de aquello que hace más de 2,250 años resumió el filósofo griego Aristóteles al reflexionar sobre el ser humano con su materia y su alma.

Dicen los bromistas aludidos que los restos que los turistas curiosean en Sevilla (si es que son tales) corresponden al Colón niño, y que el polvo que reposa en la República Dominicana es lo único que queda de la verdadera arquitectura ósea del almirante genovés Cristóbal Colón cuando murió en la ciudad española de Valladolid, el 20 de mayo de 1506, a los 54 años de edad.

Un informe farragoso preparado por el historiador y jurista Manuel Colmeiro Penido, publicado en el 1879, a petición de la Real Academia de la Historia de España, compendia el prejuicio de ciertos sectores de ese país al señalar, sin ninguna prueba mínimamente aceptable, que lo divulgado en el siglo 19 desde la República Dominicana sobre los dichos despojos mortales colombinos no es más que “una maraña” y añade con tinta venenosa que eso es “un fraude piadoso.”

Esas conclusiones amañadas del señor Colmeiro fueron avaladas por el Reino de España, abriendo así un conflicto con la República Dominicana que aún se mantiene sin señales de cerrarse.

Contrario a lo anterior, muchos de  los que han estudiado bien el tema sostienen que dichas cenizas están en la República Dominicana, siendo esa versión la que con más probabilidad encaja con la verdad de los hechos, pues se sustenta en pruebas documentales de raigambre histórica.

Los historiadores de la región de Liguria, en el noroeste de Italia, tierra natal de Colón, así como diversas academias de Historia, como las de Washington y New Jersey, dan por válido que es aquí que está lo que queda del cuerpo del cartógrafo y navegante que fue gobernador general de las Indias Occidentales.

Su hijo Diego Colón, en su testamento redactado el 23 de septiembre de 1523, consignó lo siguiente: “La segunda traslación de las cenizas del Descubridor tuvo por objeto dar a sus mortales despojos sepultura perpetua en la Isla Española y ciudad de Santo Domingo. Tal fue su voluntad y así lo encargó.”

En los infolios amarillos del Monasterio sevillano de Santa María de las Cuevas hay (tal y como publicó hace más de cien años el eminente dominicano Alejandro Llenas) una nota que dice así:

“En este año 1536 los restos de Don Cristóbal Colón fueron entregados para ser llevados a la isla de Santo Domingo.”

Es pertinente señalar que el 5 de noviembre del 1683, en un texto del Sínodo Diocesano del Arzobispado de Santo Domingo, el Arzobispo y teólogo fray Domingo Fernández Navarrete afirmó que los huesos del llamado descubridor de América “yacen en una caja de plomo en el presbiterio al lado de la peana del Altar Mayor de nuestra Catedral.”

Hay que agregar que desde el 1992 esa reliquia está en el mastodóntico monumento Faro a Colón, situado al este de la desembocadura del río Ozama en el mar Caribe.

ANÉCDOTAS POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (y 6)

 

 

 

ANÉCDOTAS POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (y 6) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

Sobre los restos de Cristóbal Colón

A través del tiempo se han creado una y mil polémicas sobre el lugar donde están los restos del Almirante Cristóbal Colón. En ocasiones el asunto ha tenido aspectos anecdóticos de dimensiones históricas y políticas.

Unos opinantes persisten en rechazar que sean de ese personaje las cenizas encontradas el 10 de septiembre  del 1877 en la Catedral Primada de América, ubicada en la ciudad de Santo Domingo.

Dicen los que así piensan, usando divagaciones y sandeces, que los restos del primer Cristóbal Colón están en Sevilla, España.

Hay muchas anécdotas, tal vez por haberse mantenido flotando durante siglos la polémica sobre ese tema.

Algunos, con no poco ingenio y sí mucha picardía, han tratado de zanjar de manera anecdótica esa controversia sobre el destino de los residuos corporales de Colón, sin entrar en los detalles de aquello que hace más de 2,250 años resumió el filósofo griego Aristóteles al reflexionar sobre el ser humano con su materia y su alma.

Dicen los bromistas aludidos que los restos que los turistas curiosean en Sevilla (si es que son tales) corresponden al Colón niño, y que el polvo que reposa en la República Dominicana es lo único que queda de la verdadera arquitectura ósea del almirante genovés Cristóbal Colón cuando murió en la ciudad española de Valladolid, el 20 de mayo de 1506, a los 54 años de edad.

Un informe farragoso preparado por el historiador y jurista Manuel Colmeiro Penido, publicado en el 1879, a petición de la Real Academia de la Historia de España, compendia el prejuicio de ciertos sectores de ese país al señalar, sin ninguna prueba mínimamente aceptable, que lo divulgado en el siglo 19 desde la República Dominicana sobre los dichos despojos mortales colombinos no es más que “una maraña” y añade con tinta venenosa que eso es “un fraude piadoso.”

Esas conclusiones amañadas del señor Colmeiro fueron avaladas por el Reino de España, abriendo así un conflicto con la República Dominicana que aún se mantiene sin señales de cerrarse.

Contrario a lo anterior, muchos de  los que han estudiado bien el tema sostienen que dichas cenizas están en la República Dominicana, siendo esa versión la que con más probabilidad encaja con la verdad de los hechos, pues se sustenta en pruebas documentales de raigambre histórica.

Los historiadores de la región de Liguria, en el noroeste de Italia, tierra natal de Colón, así como diversas academias de Historia, como las de Washington y New Jersey, dan por válido que es aquí que está lo que queda del cuerpo del cartógrafo y navegante que fue gobernador general de las Indias Occidentales.

Su hijo Diego Colón, en su testamento redactado el 23 de septiembre de 1523, consignó lo siguiente: “La segunda traslación de las cenizas del Descubridor tuvo por objeto dar a sus mortales despojos sepultura perpetua en la Isla Española y ciudad de Santo Domingo. Tal fue su voluntad y así lo encargó.”

En los infolios amarillos del Monasterio sevillano de Santa María de las Cuevas hay (tal y como publicó hace más de cien años el eminente dominicano Alejandro Llenas) una nota que dice así:

“En este año 1536 los restos de Don Cristóbal Colón fueron entregados para ser llevados a la isla de Santo Domingo.”

Es pertinente señalar que el 5 de noviembre del 1683, en un texto del Sínodo Diocesano del Arzobispado de Santo Domingo, el Arzobispo y teólogo fray Domingo Fernández Navarrete afirmó que los huesos del llamado descubridor de América “yacen en una caja de plomo en el presbiterio al lado de la peana del Altar Mayor de nuestra Catedral.”

Hay que agregar que desde el 1992 esa reliquia está en el mastodóntico monumento Faro a Colón, situado al este de la desembocadura del río Ozama en el mar Caribe.

¿La Casa Blanca pintada de negro?

Cuando el 7 de diciembre de 1941 la aviación japonesa atacó la base militar estadounidense de Pearl Harbor, en la isla Oahu, en el archipiélago de Hawái, el gobierno de los EE.UU. consideró la posibilidad de proteger con medidas extremas edificios importantes dentro del mismo territorio continental de ese gran país.

Fue así como se produjo una propuesta anecdótica de pintar de negro la sede del gobierno más poderoso del mundo, la Casa Blanca.

Se pensó que eso la protegería de eventuales ataques aéreos, al menos de noche. El poderoso Ejército estadounidense aprobó esa extraña propuesta.

De haber prosperado aquello hubiera sido como una regresión a las divinidades del antiguo Egipto, que por más de tres mil años tuvieron los colores como parte de su protección frente a enemigos imaginarios:

Los dioses mitológicos Ammón y Shu fueron vestidos de azul; el atuendo de Tot era verde con azul claro, mientras que Osiris era representado con el verde y con el negro.

El rey mítico Osiris era el más importante personaje del panteón egipcio. En la civilización faraónica era el dios de la agricultura, la fertilidad, la resurrección y la regeneración del río Nilo, a cuya agua fue lanzado en trozos luego de ser asesinado por su hermano Seth.

Los dioses Osiris y Tot terminaron con indumentaria olivácea, al decir del periodista y escritor italiano especializado en civilizaciones antiguas Peter Kolosimo, en su obra titulada Tierra sin tiempo.

Finalmente la idea de pintar de negro la mansión presidencial situada en la avenida Pensilvania 1600, de la ciudad de Washington, no pasó de ser un proyecto anecdótico, pues el presidente Franklin Delano Roosevelt rechazó esa idea. Fue un acierto de él, pues ningún ataque extranjero llegó para esa época a dicha ciudad.

Buenaventura Báez

El cuarto gobierno de Buenaventura Báez, llamado de los Seis Años, tuvo un final con sabor anecdótico, pues quienes dieron al traste con el mismo no fueron sus enemigos del Partido Azul.

En ese sangriento período de la política criolla se acuñaron las expresiones “hombres de orden”, para calificar a los que consideraban al caudillo Báez como imprescindible para gobernar, y tildaban como “hombres de desorden” a los que le adversaban.

El primero de mayo de 1869 el país fue víctima de una gran estafa de parte del representante de Buenaventura Báez en Inglaterra, un extranjero de nombre Edward  H. Hartmont, quien comprometió  por décadas las finanzas dominicanas y se alzó con una fortuna.

Buenaventura Báez, en contubernio con el presidente estadounidense Ulysses S. Grant y los truhanes Joseph Fabens y William Cazneau, hacían todo lo posible para que la República Dominicana fuera anexionada a los EE.UU., lo que afortunadamente no ocurrió porque en el 1871 el Senado de ese último país rechazó eso.

En esa época la crisis económica iba en crecimiento, así como el malestar social entre la población dominicana que cada vez más repudiaba a dicho gobernante.

En cambio, a Báez lo apoyaban los caudillos comarcanos, una parte importante de los comerciantes y principalmente los productores de tabaco del Cibao que se beneficiaban de los altos precios internacionales de ese producto agrícola que exportaban hacia Europa, especialmente por los puertos alemanes de Hamburgo y Bremen.

La tirantez política y económica desató enfrentamientos sangrientos en los cuales los del Partido Rojo (conservadores) en el gobierno aplastaban a los opositores del Partido Azul (liberales).

En la región oriental del país la última rebelión opositora contra Báez fue encabezada por el héroe restaurador nativo de Yamasá Eusebio Manzueta, quien fue  capturado y fusilado el 12 de noviembre de 1873 por órdenes del general José Caminero, el jefe político y militar del baecismo en esa zona.

En el suroeste el dictador Buenaventura Báez formó bandas de asesinos dirigidos por unos tales Llinito, Mandé, Solito, Musié y Baúl. Esos sujetos y sus secuaces masacraron a cientos de opositores.

Ni el general José María Cabral ni los demás líderes del Partido Azul lograron articular las fuerzas necesarias para vencer al caudillo rojo.

Por eso tiene categoría de anécdota política que el desplome del cuarto gobierno de Báez comenzó cuando el 25 de noviembre de 1873 se rebelaron sus partidarios Ignacio María González (entonces gobernador de Puerto Plata) y Manuel Altagracia Cáceres, quien era el político baecista más prominente en el Cibao.

Enrique IV, una misa y un trono

Enrique III, de la dinastía de los Valois, fue asesinado el 2 de agosto de 1589 cuando sólo tenía 37 años de edad. Le correspondió sucederlo como rey de Francia el que hasta entonces era el monarca de Navarra, que era de la estirpe Borbón.

Había un problema religioso porque el sucesor era protestante y no podía reinar sobre una sociedad católica.

Esa situación desató una guerra, con ríos de sangre en  gran parte de la geografía francesa. Hubo proclamas de prominentes líderes católicos que decían preferir la muerte antes que coronar como rey de Francia a un protestante.

Frente al empantanamiento de la situación militar se escogió la vía diplomática, pues todos tenían presente “la matanza de San Bartolomé”, comenzada bajo la capa de la noche del 23 de agosto de 1572 contra miles de protestantes que vivían en Francia.

El 1589 la capital francesa estaba sitiada por los hugonotes, como se les llamaba a los seguidores de la doctrina del teólogo protestante Jean Calvino.

El jefe de las tropas francesas que defendían a la gran ciudad del río Sena, Charles de Lorraine (Carlos de Lorena), también llamado el duque de Mayenne, proclamó que el pretendiente a la Corona tenía dos opciones: o mataba, si podía, a todos los rebeldes o se convertía al catolicismo.

Poco después Enrique IV abjuró del protestantismo. Se declaró católico y comenzaron los preparativos para su instalación como monarca francés.

Fue en ese momento que Enrique IV produjo una anécdota que ha perdurado hasta el presente, con múltiples aplicaciones en el quehacer humano:

-“París bien vale una misa.”

Mediante el Edito de Nantes de 1598 el  referido rey fijó el catolicismo como la religión del Estado francés, con tolerancia abierta al protestantismo.

Los registros históricos consignan que fue un soberano querido por la mayoría de los franceses. Tenía como uno de sus lemas populares: “” Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos.”

Su final fue trágico.Un fanático católico lo asesinó de dos puñaladas el 14 de mayo de 1610.

sábado, 16 de julio de 2022

ABRAHAM LINCOLN (anécdota)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

ABRAHAM LINCOLN (anécdota)

En la abultada biografía de Abraham Lincoln hay una miríada de anécdotas  producidas en las diferentes facetas de su esplendente personalidad: abogado de intensa actividad, político, legislador, combatiente en la guerra de Secesión,  decimosexto presidente de los EE.UU., abolicionista de la esclavitud, etc.

En su condición de abogado en ejercicio, mucho antes de ser primer mandatario de su país, le correspondió llevar el mismo día y ante el mismo tribunal dos asuntos contenciosos muy parecidos.

En ambos casos hizo planteamientos diferentes, pues en uno actuó como acusador, defendiendo al demandante, y en el otro estaba en la barra de la defensa de un acusado.

En el primer lance el tribunal acogió su tesis sobre los agravios sufridos por su cliente. Le dio ganancia de causa en todos los aspectos planteados y Lincoln se sintió eufórico por esa victoria procesal.

Tres horas más tarde estaba en la barra de enfrente, representando a un comerciante demandado por sus hechos personales.

Lincoln hizo piruetas verbales para convencer al mismo juez que conoció el caso anterior sobre la inocencia de su cliente, pero en su segundo discurso forense eran evidentes las contradicciones con la forma expresiva que argumentó en horas de la mañana.

Concluidos los debates, y antes de dictar su fallo, el juez actuante, dejando de lado lo que en Derecho se conoce como la casuística, le preguntó de manera algo socarrona a Lincoln sobre su ambivalencia jurídica.

Quien luego se convirtió en una figura histórica de alcance mundial le dio una respuesta que se convirtió en un clásico del anecdotario judicial mundial:

-“Magistrado, esta mañana pude tener errores conceptuales, pero ahora, en este segundo caso estoy seguro que tengo la razón.”

Luego de 133 años de su muerte una anécdota surgida en el 1998, por un escándalo sexual en la Casa Blanca (suceso Clinton-Lewinsky), hizo reaparecer en la escena pública estadounidense la sagacidad  que tuvo Lincoln como abogado:

Entonces se hizo popular una comparación anecdótica: Lincoln nunca mentía. Nixon nunca decía verdad y Clinton no reconoce diferencia entre verdad y mentira.

GENERALES LILISISTAS (anécdotas)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

GENERALES LILISISTAS (anécdotas)

Luego de la muerte del sátrapa Ulises Heureaux (cuya última respiración fue en un callejón de Moca, el 26 de julio de 1899) sus principales seguidores pretendieron mantenerse en el poder, generando sus acciones un mar de anécdotas de política criolla.

Los generales lilisistas Wenceslao Figuereo, Teófilo Cordero Bidó, José Dolores (Loló) Pichardo, José de Jesús Álvarez y otros, quienes formaban una abigarrada mezcla de antiguos partidarios de los partidos Rojo y Azul, quisieron aplicar métodos parecidos a los utilizados por su jefe ya difunto.

Los remanentes lilisistas sólo pudieron sostener el régimen descabezado durante un mes y 4 días. Como ocurrió con la famosa carabina de Ambrosio, el tiro le salió por la culata. El presidente Figuereo fue sustituido por Horacio Vásquez, uno de los conjurados en la gesta histórica de Moca.

En narraciones dominicanas del pasado se describe que el general Teófilo Cordero Bidó, “un personaje indispensable” en el régimen herido de muerte en una angosta calle mocana, trató de atajar la revuelta desatada en  diversos lugares del norte del país para expulsar del poder a los que entonces pretendían mantenerse al frente de la llamada Cosa Pública utilizando el espectro del implacable puertoplateño que primero se llamó Hilarión Lebert, hasta que su padre, al darle su apellido Heureaux, le puso por nombre Ulises.

Cuando la balanza de la lucha armada que se realizaba en pueblos y campos del Cibao se inclinaba en favor de los rebeldes el referido general Teófilo Cordero Bidó le envió a su jefe inmediato el siguiente telegrama:“Presidente de la República. Capital. Sólo necesito oro. Por lo demás, con mi espada me basto. Cordero.”

Al leer ese breve texto el mencionado Loló Pichardo, que al parecer era experto en el juego de baraja española (oro, espada, basto, copa) amén de que era un hombre culto y con un gran sentido del humor, y quien luego de la muerte del tirano movía los hilos del gobierno en desbandada, atinó a decirle a Figuereo:

-“¿Oro, espada y basto? Presidente: tengamos mucho cuidado con este hombre, porque nos copa.”

EN UN PATÍBULO EN SAN JUAN

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

EN UN PATÍBULO EN SAN JUAN

Hace sólo unos días se cumplieron 161 años de la hecatombe hecha en el valle de San Juan por los anexionistas encabezados por Pedro Santana y otros gerifaltes militares (españoles y criollos) contra los patriotas dominicanos que vinieron a luchar por devolver la soberanía a la República Dominicana, arrebatada cuando se produjo la fatídica anexión a España, anunciada el 18 de marzo de 1861 desde un balcón frente al Parque Colón, así llamado desde el 27 de febrero de 1887.

Al evocar situaciones como esa masacre de San Juan vale recordar a la filósofa cristiana Simone Weil, quien al tratar sobre la opresión y la libertad, en su libro de ensayos llamado Escritos en Londres, narra que un día al pisar el umbral de su iglesia sufrió un dramático bloqueo mental con una carga de dudas sobre la cuestión de: “pensar al mismo tiempos en la desdicha de los hombres, la perfección de Dios y el lazo que une a los dos.”

Como en esta corta serie sobre anécdotas políticas hay que dejar de lado ese mensaje subliminal de Simone Weil, y  no tocar tampoco las profundidades de los análisis del famoso antropólogo y teólogo cristiano Pierre Teillard de Chardin, en su obra titulada El fenómeno humano, es pertinente continuar refrescando la memoria con hechos anecdóticos del pasado.

A las 4 de la tarde del fatídico 4 de julio de 1861, frente al patíbulo levantado en el cementerio de San Juan de la Maguana, un patriota apodado “Medio Mundo” dijo una impactante frase que quedó como un símbolo de conciencia y compromiso patrio en el altar del sacrificio de miles de dominicanos.

Rudescindo de León, que era el nombre de pila del héroe y mártir referido, antes de caer fulminado por balas anexionistas proclamó, con la energía del valiente que sabe que va a morir por una causa justa, lo siguiente: “¡Señores, ya sí se acabó Medio Mundo!”, en clara referencia a su sobrenombre.

En ese mismo lugar de inmolación, en aquel día triste para la patria, luego de una pantomima de juicio, fueron fusilados el patricio Francisco del Rosario Sánchez y 21 otros patriotas.

Allí se produjo otra anécdota envuelta en un mensaje histórico cuando el valiente capitaleño Francisco Martínez, soldado independentista y restaurador, a quien apodaban Quiquita, le dijo con voz firme a uno de sus compañeros de infortunio estas palabras impactantes:

“Levanta la cabeza para que no diga Santana que has estado triste.”

VICENTE CELESTINO DUARTE (Una anécdota)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

VICENTE CELESTINO DUARTE (Una anécdota)

Vicente Celestino Duarte era un hombre de acción militar, lo cual demostró antes y  en la proclamación de la independencia nacional, así como en los hechos que ocurrieron posteriormente.

Por eso para nadie fue sorpresa que al retornar al país por el puerto de Monte Cristi, el 25 de febrero de 1864, poniendo fin a su último exilio en Venezuela, lo primero que le dijo al general Benito Monción, a la sazón jefe restaurador en esa zona del territorio dominicano, fue que le enviaran de inmediato a los frentes de combates más activos en ese momento.

En efecto, Vicente Celestino Duarte fue enviado a Yamasá, Monte Plata y zonas aledañas (Guerra, Bayaguana, etc.) escenarios de jornadas gloriosas para las armas nacionales en el tramo final de esa epopeya que fue la Guerra Restauradora.

En las cuencas fluviales de los ríos Yabacao, Ozama y sus afluentes los restauradores obtuvieron triunfos en cadenas contra las fuerzas anexionistas. A los patriotas dominicanos que tenían dos años y meses luchando contra fuerzas militarmente superiores se unieron Vicente Celestino y otros próceres revolucionarios que hicieron tierra por la ciudad más al noroeste del país.

Al frente de los rebeldes dominicanos que iban venciendo a los anexionistas estaba el bizarro general Gregorio Luperón, quien designó al coronel Vicente Celestino Duarte en la importante función de comisario pagador de las tropas.

Cuando era inminente un sangriento combate entre restauradores y anexionistas, en la Sabana de Guabatico, Luperón consideró que por su edad (62 años) no era conveniente que tan ilustre personaje estuviera en la línea de fuego, motivo por el cual le solicitó que saliera del lugar por una ruta segura.

Lo que no esperaba el adalid puertoplateño, considerado como la primera espada de la restauración de la soberanía dominicana, era la contundente respuesta que a su prudente petición  le hizo el coronel Vicente Celestino Duarte, quien rompiendo el principio de la cadena de mando, le dijo lo siguiente:

 “No, no me retiraré, General, que hoy hay gloria para todos los dominicanos.”

ANÉCDOTAS POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (5)

 

ANÉCDOTAS POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (5)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Vicente Celestino Duarte

Vicente Celestino Duarte era un hombre de acción militar, lo cual demostró antes y  en la proclamación de la independencia nacional, así como en los hechos que ocurrieron posteriormente.

Por eso para nadie fue sorpresa que al retornar al país por el puerto de Monte Cristi, el 25 de febrero de 1864, poniendo fin a su último exilio en Venezuela, lo primero que le dijo al general Benito Monción, a la sazón jefe restaurador en esa zona del territorio dominicano, fue que le enviaran de inmediato a los frentes de combates más activos en ese momento.

En efecto, Vicente Celestino Duarte fue enviado a Yamasá, Monte Plata y zonas aledañas (Guerra, Bayaguana, etc.) escenarios de jornadas gloriosas para las armas nacionales en el tramo final de esa epopeya que fue la Guerra Restauradora.

En las cuencas fluviales de los ríos Yabacao, Ozama y sus afluentes los restauradores obtuvieron triunfos en cadenas contra las fuerzas anexionistas. A los patriotas dominicanos que tenían dos años y meses luchando contra fuerzas militarmente superiores se unieron Vicente Celestino y otros próceres revolucionarios que hicieron tierra por la ciudad más al noroeste del país.

Al frente de los rebeldes dominicanos que iban venciendo a los anexionistas estaba el bizarro general Gregorio Luperón, quien designó al coronel Vicente Celestino Duarte en la importante función de comisario pagador de las tropas.

Cuando era inminente un sangriento combate entre restauradores y anexionistas, en la Sabana de Guabatico, Luperón consideró que por su edad (62 años) no era conveniente que tan ilustre personaje estuviera en la línea de fuego, motivo por el cual le solicitó que saliera del lugar por una ruta segura.

Lo que no esperaba el adalid puertoplateño, considerado como la primera espada de la restauración de la soberanía dominicana, era la contundente respuesta que a su prudente petición  le hizo el coronel Vicente Celestino Duarte, quien rompiendo el principio de la cadena de mando, le dijo lo siguiente:

 “No, no me retiraré, General, que hoy hay gloria para todos los dominicanos.”

 

Ante el patíbulo

Hace sólo unos días se cumplieron 161 años de la hecatombe hecha en el valle de San Juan por los anexionistas encabezados por Pedro Santana y otros gerifaltes militares (españoles y criollos) contra los patriotas dominicanos que vinieron a luchar por devolver la soberanía a la República Dominicana, arrebatada cuando se produjo la fatídica anexión a España, anunciada el 18 de marzo de 1861 desde un balcón frente al Parque Colón, así llamado desde el 27 de febrero de 1887.

Al evocar situaciones como esa masacre de San Juan vale recordar a la filósofa cristiana Simone Weil, quien al tratar sobre la opresión y la libertad, en su libro de ensayos llamado Escritos en Londres, narra que un día al pisar el umbral de su iglesia sufrió un dramático bloqueo mental con una carga de dudas sobre la cuestión de: “pensar al mismo tiempos en la desdicha de los hombres, la perfección de Dios y el lazo que une a los dos.”

Como en esta corta serie sobre anécdotas políticas hay que dejar de lado ese mensaje subliminal de Simone Weil, y  no tocar tampoco las profundidades de los análisis del famoso antropólogo y teólogo cristiano Pierre Teillard de Chardin, en su obra titulada El fenómeno humano, es pertinente continuar refrescando la memoria con hechos anecdóticos del pasado.

A las 4 de la tarde del fatídico 4 de julio de 1861, frente al patíbulo levantado en el cementerio de San Juan de la Maguana, un patriota apodado “Medio Mundo” dijo una impactante frase que quedó como un símbolo de conciencia y compromiso patrio en el altar del sacrificio de miles de dominicanos.

Rudescindo de León, que era el nombre de pila del héroe y mártir referido, antes de caer fulminado por balas anexionistas proclamó, con la energía del valiente que sabe que va a morir por una causa justa, lo siguiente: “¡Señores, ya sí se acabó Medio Mundo!”, en clara referencia a su sobrenombre.

En ese mismo lugar de inmolación, en aquel día triste para la patria, luego de una pantomima de juicio, fueron fusilados el patricio Francisco del Rosario Sánchez y 21 otros patriotas.

Allí se produjo otra anécdota envuelta en un mensaje histórico cuando el valiente capitaleño Francisco Martínez, soldado independentista y restaurador, a quien apodaban Quiquita, le dijo con voz firme a uno de sus compañeros de infortunio estas palabras impactantes:

“Levanta la cabeza para que no diga Santana que has estado triste.”

Como en el juego de la baraja española

Luego de la muerte del sátrapa Ulises Heureaux (cuya última respiración fue en un callejón de Moca, el 26 de julio de 1899) sus principales seguidores pretendieron mantenerse en el poder, generando sus acciones un mar de anécdotas de política criolla.

Los generales lilisistas Wenceslao Figuereo, Teófilo Cordero Bidó, José Dolores (Loló) Pichardo, José de Jesús Álvarez y otros, quienes formaban una abigarrada mezcla de antiguos partidarios de los partidos Rojo y Azul, quisieron aplicar métodos parecidos a los utilizados por su jefe ya difunto.

Los remanentes lilisistas sólo pudieron sostener el régimen descabezado durante un mes y 4 días. Como ocurrió con la famosa carabina de Ambrosio, el tiro le salió por la culata. El presidente Figuereo fue sustituido por Horacio Vásquez, uno de los conjurados en la gesta histórica de Moca.

En narraciones dominicanas del pasado se describe que el general Teófilo Cordero Bidó, “un personaje indispensable” en el régimen herido de muerte en una angosta calle mocana, trató de atajar la revuelta desatada en  diversos lugares del norte del país para expulsar del poder a los que entonces pretendían mantenerse al frente de la llamada Cosa Pública utilizando el espectro del implacable puertoplateño que primero se llamó Hilarión Lebert, hasta que su padre, al darle su apellido Heureaux, le puso por nombre Ulises.

Cuando la balanza de la lucha armada que se realizaba en pueblos y campos del Cibao se inclinaba en favor de los rebeldes el referido general Teófilo Cordero Bidó le envió a su jefe inmediato el siguiente telegrama:“Presidente de la República. Capital. Sólo necesito oro. Por lo demás, con mi espada me basto. Cordero.”

Al leer ese breve texto el mencionado Loló Pichardo, que al parecer era experto en el juego de baraja española (oro, espada, basto, copa) amén de que era un hombre culto y con un gran sentido del humor, y quien luego de la muerte del tirano movía los hilos del gobierno en desbandada, atinó a decirle a Figuereo:

-“¿Oro, espada y basto? Presidente: tengamos mucho cuidado con este hombre, porque nos copa.”

Abraham Lincoln

En la abultada biografía de Abraham Lincoln hay una miríada de anécdotas  producidas en las diferentes facetas de su esplendente personalidad: abogado de intensa actividad, político, legislador, combatiente en la guerra de Secesión,  decimosexto presidente de los EE.UU., abolicionista de la esclavitud, etc.

En su condición de abogado en ejercicio, mucho antes de ser primer mandatario de su país, le correspondió llevar el mismo día y ante el mismo tribunal dos asuntos contenciosos muy parecidos.

En ambos casos hizo planteamientos diferentes, pues en uno actuó como acusador, defendiendo al demandante, y en el otro estaba en la barra de la defensa de un acusado.

En el primer lance el tribunal acogió su tesis sobre los agravios sufridos por su cliente. Le dio ganancia de causa en todos los aspectos planteados y Lincoln se sintió eufórico por esa victoria procesal.

Tres horas más tarde estaba en la barra de enfrente, representando a un comerciante demandado por sus hechos personales.

Lincoln hizo piruetas verbales para convencer al mismo juez que conoció el caso anterior sobre la inocencia de su cliente, pero en su segundo discurso forense eran evidentes las contradicciones con la forma expresiva que argumentó en horas de la mañana.

Concluidos los debates, y antes de dictar su fallo, el juez actuante, dejando de lado lo que en Derecho se conoce como la casuística, le preguntó de manera algo socarrona a Lincoln sobre su ambivalencia jurídica.

Quien luego se convirtió en una figura histórica de alcance mundial le dio una respuesta que se convirtió en un clásico del anecdotario judicial mundial:

-“Magistrado, esta mañana pude tener errores conceptuales, pero ahora, en este segundo caso estoy seguro que tengo la razón.”

Luego de 133 años de su muerte una anécdota surgida en el 1998, por un escándalo sexual en la Casa Blanca (suceso Clinton-Lewinsky), hizo reaparecer en la escena pública estadounidense la sagacidad  que tuvo Lincoln como abogado:

Entonces se hizo popular una comparación anecdótica: Lincoln nunca mentía. Nixon nunca decía verdad y Clinton no reconoce diferencia entre verdad y mentira.