lunes, 27 de abril de 2020

LA INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO ( I )


LA INQUISICIÓN EN  SANTO DOMINGO (I)
Publicado el 18-abril-2020
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La definición más simple que se puede dar sobre la nefasta institución denominada La Inquisición es que formalmente fue un instrumento de persecución por cuestiones religiosas.
Para ejecutar sus decisiones los inquisidores hicieron un catálogo visible sobre los motivos de los terribles castigos que imponían, al mismo tiempo que  tenían códigos secretos para perseguir a miles de seres humanos por una miríada de elementos al margen de la fe.
El odio personal, la envidia, los pugilatos políticos, la competencia desleal en materia de negocios, los celos y la venganza por múltiples alegatos se sumaron a las contradicciones de creencias para provocar en muchos lugares del mundo una orgía de sangre y el despojo de bienes.
La Inquisición fue una realidad cuyas consecuencias muchos quisieran que pasaran al olvido total, pero los hechos son los hechos, y el presente tiene que nutrirse de elementos del pasado, con sus conexiones perdurables, porque ambos tiempos vertebran las características que definen cada etapa de los pueblos.
La Inquisición en Santo Domingo estuvo precedida de una serie de acontecimientos dramáticos en los palacios reales y catedrales europeas. De Europa llegó esa perversidad histórica hasta estos contornos caribeños.
Los más remotos orígenes de la inquisición que desde España se implantó aquí,  y con mayor contundencia en otros lugares de América, se ubican en los momentos más sórdidos y tenebrosos de la Edad Media.
En esa etapa de la humanidad los bancos de reflexión de muchas sacristías, a través de la inquisición episcopal, así como con el posterior apalancamiento por decisiones provenientes de las habitaciones de palacios reales, mantuvieron en zozobra permanente a gran parte del mundo.
En los siglos 15 y 16 los asuntos relacionados con reales o supuestas torceduras conductuales, en materia religiosa, eran categorizados como  crímenes y delitos  en las escalas de las reglas penales.
Tanto en Santo Domingo como en otros sitios la misión de procesar a los llamados herejes estaba a cargo de los obispos, quienes al tener algunas limitaciones sancionatorias se valían de tribunales de orden común para obtener contra los acusados penalidades adicionales, que en principio ellos tenían vedadas.
Hasta Santo Domingo llegaron, recalando en el tiempo, las directrices del Papa Lucio III, un toscano de armas a tomar, que se encargó de ampliar el espectro de acción de los obispos, a fin de que pudieran no sólo desterrar a los considerados herejes sino también disponer de sus bienes.
Ese Papa guerrero fue el que perfiló las bases que posteriormente sustentarían el denominado Santo Oficio y La Inquisición.
Al momento de morir en la región del Véneto, en el Nordeste de Italia, el Vicario de Cristo Lucio III estaba preparando tropas para enfrentarse al musulmán Saladino. Fue, sin su presencia, la guerra denominada La Tercera Cruzada.
Hasta este rincón del Caribe llegaron los rescoldos de lo que fue una etapa de mucha crueldad, con injusticias a raudales y donde la incuria estaba a la orden del día.
Estaba entonces, y también después, el oscurantismo en su máxima expresión, con una patética demostración de que el barro humano es capaz de las más bajas pasiones.
Pero eso venía de más atrás. Un hecho abominable que antecedió al Santo Oficio y La Inquisición, y que simboliza el terror, la tiniebla y la concentración de maldad en unos cuantos, fue la decisión que en el 1197 tomó el rey Pedro II de Aragón, apodado el Católico, quien estableció como código de acción quemar vivos a los considerados herejes que permanecieran en Gerona y demás pueblos emplazados en la ribera del río Oñar, en la región de Cataluña.
Para poner en el contexto del Santo Domingo colonial lo precedente es necesario señalar que entre el 1481 y el 1758 La Inquisición Española (creada formalmente en el 1478 por los Reyes Católicos), actuando como Tribunal del Santo Oficio, ordenó quemar vivas a 34,382 personas, acusadas de herejía. Casi 20 mil fueron detenidas, torturadas y vejadas y a cerca de 300 mil les fueron confiscados sus bienes.
El sacerdote dominico Tomás de Torquemada fue uno de los primeros y más terribles inquisidores españoles. Su brazo ejecutor abarcó el territorio unificado de los reinos españoles de Castilla y Aragón.
La vida non sancta de Torquemada, por más que algunos hayan querido suavizar su biografía, nunca acopló con el Salmo 42. No pasó de ser “el ciervo que brama por las corrientes de las aguas.”1
La importancia de ese clérigo con alma de verdugo puede asociarse con esta etiqueta abigarrada que sobre él hizo el escritor Sebastián del Olmo: “el martillo de los herejes, el relámpago de España, el protector de su país, el honor de su orden.”
Las principales víctimas de los reyes, de los influyentes cortesanos, así como de Torquemada y sus achichinques eran moradores de las juderías que en España tenían su principal centro en la ciudad de Toledo y se extendían a otras 23 comunidades, la mayoría de ellas situadas en el territorio que ahora es la región de Andalucía, desde Huelva hasta Armería y desde Cádiz hasta Jaén, en el Sur de España.
El comportamiento contra el judaísmo de personajes, con y sin sotanas, que tenían predominio político, social y religioso provocó la referida hecatombe que comenzó en Navarra, extendiéndose luego a Cataluña y siguiendo por otros lugares de esa España encrespada, llegando a su culmen, quizás en Sevilla.
Las fuentes históricas arrojan como información que se produjeron todo tipo de tropelías anti judías, que terminaban siempre en horripilantes matanzas, como ocurrió en Sevilla en el 1391, antes incluso de la creación institucional de La Inquisición.
En el 1492, el mismo año en que Cristóbal Colón arribó a la tierra que llamó La Española, se produjo formalmente la expulsión en España de miles de judíos.
 Sólo permanecieron allí aquellos que aceptaban el cristianismo como su nueva religión; eran los llamados conversos, pero además porque muchos de ellos tenían vínculos transversales con el poder o sus allegados, y también por un grueso y clandestino tráfico de sobornos.
El drama de las persecuciones por herejías en España no se circunscribían a los judíos, sino también a cualquier manifestación religiosa contraria a la fe católica, como  lo narra  el gran escritor y periodista vallisoletano Miguel Delibes en su novela El Hereje, quien por medio de su personaje Cipriano Salcedo describe las atrocidades cometidas por La Inquisición española, específicamente en el terrible siglo XVI, en el ámbito geográfico de Valladolid.2 
En Santo Domingo La Inquisición funcionaba como un apéndice de la Real Audiencia, entidad judicial cuyo campo de acción cubría buena parte de las colonias dispersas en diferentes riberas del mar Caribe.
Los integrantes de dicho tribunal eran ciudadanos que, en términos generales, salvo las consabidas excepciones, tenían aceptables niveles de responsabilidad siempre que no estuviera en juego el mantenimiento del status quo del gobierno colonial de la época, el cual actuaba por delegación de la casta reinante en España.
 En la obra Historia colonial de la isla Española o de Santo Domingo Américo Lugo hace un amplio recuento sobre los personajes que en la etapa colonial de nuestra historia cumplieron funciones en la Real Audiencia, relievando sus actuaciones cuando fungían como miembros del Tribunal de Inquisición. Tanto el inventario de nombres como algunas reflexiones permiten abrir opciones de investigación más amplias al respecto.3
Al estudiar la casuística de muchos expedientes conocidos por los diversos tribunales del Santo Oficio, en la América bajo el control español, se concluye que en Santo Domingo La Inquisición fue menos terrorífica que en otros lugares, tal y como constan en los registros históricos.
Si se estudian al azar algunos documentos judiciales de la época colonial se comprobará que los sentenciadores de La Inquisición de Santo Domingo actuaron en varios casos sin la sevicia y la estulticia que servía de mantra a esa institución surgida en Europa. 
El análisis de sus decisiones, hecho con el bisturí con que lo haría un exégeta jurídico, permite deducir que la mayoría de los integrantes del Santo Oficio en Santo Domingo actuaba con los pies de plomo.
Pero ese reconocimiento no significa que quedaron exonerados por el tribunal de la historia, en razón de que en La Inquisición de Santo Domingo, así como en todas las otras, lo que se hacía no era brindar miel sobre hojuelas. El acíbar de la inquina siempre planeaba en un tribunal de esas características, como se puede verificar en la interesante obra titulada Heterodoxia e Inquisición en Santo Domingo (1492-1822), autoría de Carlos Esteban Deive.
Ese laborioso investigador dominicano nacido en el poblado de Sarria, ciudad de Lugo, España, se refiere en dicho libro, con base documental, al padre Bernardo Boyl quien ostentaba una especial representación papal para actuar aquí como inquisidor; también relata que el gobernador colonial Diego Colón en la práctica realizaba tareas similares, persiguiendo a súbditos de la corona española y calificándolos de herejes, con la carga criminosa que implicaba ese sambenito.4
Incluso Deive enlaza en la citada obra la atribuida actuación de Bartolomé de Las Casas (obviamente antes de metamorfosear su espíritu en lo que luego fue)  en un proceso contra dos judíos que finalmente cayeron calcinados por la hoguera inquisidora.
 Tanto en  las colonias centroamericanas y caribeñas, como en los demás lugares donde operó por mucho tiempo, La Inquisición venida de España fue un instrumento de persecución utilizado por estados y gobiernos regidos por reyes, jerarcas religiosos y poderosos señores del mundo de los negocios y de las grandes haciendas para perseguir y cometer tropelías, generalmente invocando la Divinidad Celestial.

              Martín García y La Inquisición en Santo Domingo

Alonso López Cerrato fue el primer inquisidor no religioso que ejercicio en el territorio que desde el 27 de Febrero de 1844 es República Dominicana. El mandato estaba avalado por la real cédula del 24 de julio de 1543.Su  trabajo en ese sentido fue defendido por Gonzalo Fernández de Oviedo y Bartolomé de Las Casas, quienes dicen en sus crónicas coloniales maravillas sobre dicho personaje fallecido en el 1555 en Guatemala. En ese sentido me atengo a lo que dice el Crispín de la obra teatral Los intereses creados, de Jacinto Benavente: “mejor que crear efectos es crear intereses.”
Uno de los casos más sonoros del tribunal de La Inquisición, que operaba dentro de la Real Audiencia en el Santo Domingo colonial, correspondió al juicio llevado a cabo contra el señor Martín García, en la segunda década del siglo XVI.
Dirigió dicho proceso judicial el inquisidor apostólico y obispo Alonso Manso, quien aunque tenía asiento en Puerto Rico fue designado mediante real cédula emitida en la ciudad catalana de Barcelona por el Rey Carlos V, el 20 de mayo de 1519, para que actuara como tal en la Isla de Santo Domingo.

Para que se tenga una idea del personaje referido vale decir que se da por seguro que la sierra Martín García debe su nombre a ese rico terrateniente español radicado en Azua, donde también poseía una floreciente ganadería al cuidado de cientos de esclavos y personal liberto.
Dicho macizo montañoso está ubicado en el Suroeste del país, entre las provincias Azua y Barahona. Fue declarado Parque Nacional el 22 de julio de 1997, mediante el Decreto 319-97.-5
Según  documentos de la época Martín García, por los motivos que fueran, no tenía cercanía con la jerarquía religiosa de la colonia e incluso se permitía emitir opiniones contra el comportamientos de ciertos párrocos, vicarios, arciprestes y canónigos, a pesar de que era un católico confeso.
Ese rico dueño de grandes estancias ganaderas, agrícolas y maderables fue acusado de blasfemia, motivo por el cual fue apresado en Azua y conducido a la ciudad de Santo Domingo, donde se le encerró en la Torre del Homenaje, después llamada Fortaleza Ozama.
El Tribunal de la Santa Inquisición, en un juicio sumario, prescindiendo de las consabidas formalidades, lo condenó bajo el supuesto de haber atentado contra las creencias religiosas de la Corona y de los súbditos españoles.
El juicio fue el más impactante de esa época, por la connotación del acusado,  por el contenido de las acusaciones, por la decisión tomada y por el desenlace final  que tuvo, con la intervención directa del Rey Carlos V.
En efecto, Martín García, a pesar de ser uno de los hombres económicamente más poderosos de su época, fue rápidamente condenado a una ristra de penalidades que incluían caminar descalzo por las calles de Santo Domingo con una vela encendida en las manos y un trapo como mordaza en la lengua sacada de su cavidad habitual.
Además, se le prohibió volver a sus predios de Azua durante dos meses y también se le impidió ejercer cualquier oficio o hacer negocios relacionados de modo directo con La Corona. La sentencia no contenía excomunión, pero García era tratado como si le hubieran vedado recibir los sacramentos del rito católico.
Como se trataba de un hombre de gran ascendencia económica y social, luego de ordenar sus negocios en Azua y zonas aledañas se trasladó a la capital colonial para asesorarse sobre la manera de arreglar su situación. Luego de consultas envió una carta de súplica al Rey, cargada de zalemas y reverencias, la cual surtió efectos positivos.
Desde la ciudad andaluza de Toledo, mediante cédula real del 7 de julio de 1529, el Rey Carlos V le respondió a Martín García, con el castellano de entonces, que resumo con la gramática de ahora así:
1-Que lo habilitaba en la plenitud de sus derechos, luego de analizar la sentencia impuesta en su contra por el obispo Alonso Manso, comprobar el cumplimiento de la misma en su parte de ejecución inmediata, y atendiendo a la súplica escrita de levantarle el impedimento de ejercer labores públicas y de honra en “estos nuestros reinos y en las yndias”.
2-Que por esa misma disposición real le quitaba cualquier nota de infamia que por la susodicha sentencia hubiera caído o incurrido.
Debió ser grande la algarabía que esa inusual decisión de perdón produjo en Martín García, sus asesores y sus allegados.
Para esa fecha Miguel de Cervantes no había nacido, por lo tanto no existía El Quijote; pero en un ejercicio de imaginación uno está tentado a pensar que de haber existido para entonces dicha obra paradigmática de la literatura universal el referido hacendado, que tenía afición por la lectura, habría rememorado su capítulo 74, en la parte que reza así:
“-¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.”6 
Martín García tuvo mejor suerte que el también hacendado Juan de Loyola Haro de Molina, el personaje descrito por Domingo Faustino Sarmiento en su obra clásica Recuerdos de Familia, quien en el Virreinato del Perú fue acusado de ser judío por algunos de sus criados, muy probablemente azuzados por competidores de aquel.
A Juan de Loyola Haro de Molina La Inquisición le confiscó todos sus bienes, fue torturado, lo mataron y lo enterraron de manera clandestina.7
Muchos años después, en un acto de contrición, uno de sus delatores describió la patraña tramada contra el referido Juan de Loyola Haro de Molina. Su memoria fue reivindicada, tal y como consta en un expediente post mortem recogido en la valiosa obra de consulta Cuadernos de Estudios del Instituto de Investigaciones Históricas del Perú.8
Pero al margen de casos como el de Martín García y algunos más, cubiertos bajo el paraguas seudo legal del llamado Tribunal del Santo Oficio, es pertinente consignar que el polímata dominicano y escritor de temas literarios y académicos Marcio Veloz Maggiolo, en un ponderado análisis titulado La Inquisición arrepentida, luego de indicar que “la Santa Inquisición se caracterizó por su intransigencia y por la toma de decisiones muchas veces producto de la fanatización de los más altos sectores de la Iglesia Católica”, concluye que:
 “En Santo Domingo no fue un fenómeno importante, no existieron condena a la hoguera, y mucho menos se trató de un modelo de lucha contra los demonios, la brujería o las herejías que ofendían a la divinidad…por esas razones la inquisición en Santo Domingo colonial tiene, “gracias a Dios”, un expediente pobre.”9
En síntesis, como se puede comprobar al estudiar La Inquisición, los inquisidores de Santo Domingo no actuaron con el desafuero de muchos de sus colegas de otros lugares del mundo.
En su abono digo que dichos señores probablemente no podían haber leído al sacerdote jesuita Baltasar Gracián, el autor de El Arte de la Prudencia, obra  de aforismos cuyo nombre original era el Oráculo Manual, publicado en el 1647, con su “castellano elíptico.”
A muchos enjuiciadores al servicio de La Inquisición, en gran parte de América y en varias zonas de Europa, sí les ajustaban estas expresiones del mencionado escritor, filósofo y clérigo zaragozano: “La necedad siempre actúa descaradamente. Todos los necios, en efecto, son audaces. Su misma cortedad mental les imposibilita ver las dificultades…La necedad siempre actúa descaradamente. Todos los necios, en efecto, son audaces. Su misma cortedad mental les imposibilita ver las dificultades, y los priva del sentimiento del fracaso…Hay muchos bajíos hoy en el trato humano y conviene ir tanteando el fondo con la sonda.”10
Dicho lo anterior sabiendo que Jorge Luis Borges, el gran cuentista, narrador  y poeta argentino escribió cosas fuertes sobre el citado padre Gracián.
Así se expresó Borges sobre Gracián en un poema nada laudatorio: “helada y laboriosa nadería, fue para este jesuita la poesía, reducida por él a estratagema…A las claras estrellas orientales/que palidecen en la vasta aurora,/apodó con palabra pecadora/gallinas de los campos celestiales…No hubo música en su alma.”11
Es oportuno decir que según expertos en lingüística el texto original del referido libro de Gracián era farragoso, propio de su experiencia vital barroca. La primera edición dominicana fue publicada en el 1996 por el difunto sacerdote jesuita, y escritor con fecunda labor de bien en el país, Mario Suárez Marill, quien realizó un valioso ajuste y adecuación de letras y estilo al escrito inicial, aunque manteniendo los conceptos del autor.
Bibliografía:
1-Salmo 42. La Biblia.
2-El Hereje. Editorial Destino, 2007. Miguel Delibes.
3-Historia colonial de la isla Española o de Santo Domingo (1557-1608). Américo Lugo.
4-Heterodoxia e Inquisición en Santo Domingo (1492-1822).Editora Taller, 1983.Carlos Esteban Deive.
5-Decreto No.319-97, promulgado el 22 de julio de 1997.
6-El Quijote. Capítulo LXXIV. Edición IV Centenario. Real Academia Española, 2004.P1100.Miguel de Cervantes Saavedra.
7-Recuerdos de Familia. Editora Clarín, 2009, tomado del original publicado en Chile en el 1850. Domingo Faustino Sarmiento.
8-Cuadernos de estudios del Instituto de Investigaciones Históricas del Perú. Tomo II.Pp302-307.Publicado en el 1941.Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
9-La Inquisición arrepentida. Publicado el 10-mayo-2013.Marcio Veloz Maggiolo.
10-El Arte de la Prudencia. Primera edición dominicana, 1996.Editora Santo Domingo.P47.Baltasar Gracián. Traductor Mario Suárez Marill.
11-Baltasar Gracián. Poema. Jorge Luis Borges.

Publicado el 18-abril-2020


LA INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO ( Y 2)


LA INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO (Y 2)
Publicado el 25-abril-2020
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La Inquisición en Santo Domingo fue una realidad que existió bajo el amplio paraguas de injusticias que caracterizó en sentido general a esa institución revestida de una dudosa legalidad.
La existencia de La Inquisición y del Santo Oficio estaba afincada en alegatos que luego fueron repudiados tanto por la iglesia católica como por muchos descendientes de reyes y reinas que participaron en su creación o ayudaron a que echaran raíces en varios lugares del mundo.  
Los inquisidores que operaron en Santo Domingo y en otros lugares de América respondían a funcionarios y validos que formaban parte de las dinastías reinantes en España.
Sujetos como ellos, que se movían entre cortinajes, alfombras afelpadas y butacones de palacios reales eran a quienes los griegos llamaban con cierta picardía Basilikos. Tuvieron gran influencia con varios monarcas, así como ante cardenales y obispos con predominio de poder.
En ese orden de ideas hay que decir que los jueces inquisidores de Santo Domingo (seglares, sacerdotes o religiosos) no eran islas sueltas en el archipiélago de atrocidades y brutalidades que constituían la base de La Inquisición y del  tribunal de Santo Oficio. A pesar de eso no se singularizaron por replicar a pie juntillas las crueldades que ocurrieron en el centro mismo de la Corona de España.
En La Inquisición en Santo Domingo, como en otros lugares de América, hubo de todo, incluyendo sobornos para que no se aplicaran algunas ordenanzas. El tesorero Miguel de Pasamonte y varios  dueños de grandes haciendas y comerciantes como Diego Caballero de la Rosa y Alonso Hernández Melgarejo (sin ser romanos ni samnitas)  eran candidatos seguros a cruzar por la horca caudina de esa institución medieval.
Ellos y otros, merced a sus cuantiosos recursos económicos, en conjunción con habilidades vinculadas con la crematística de que habló Tales de Mileto, se libraron de la furia de inquisidores como los gobernadores coloniales Alonso Arias de Herrera y Alonso de Zuazo, este último también abogado canonista y Oidor.
Carlos Esteban Deive, en su obra Los Judíos en La Española, cita una nota del Archivo General de Indias publicada en el 1906, en la cual se narra que en Santo Domingo el referido comerciante Alonso Hernández Melgarejo, apresado por una delación de un competidor suyo, obtuvo la ayuda de Rodrigo de Bastidas y del jefe de cárcel Gamarra para lograr su súbita libertad sin ningún trámite ordinario, pero sí “vestido de sotana, breviario en manos y asomado a la ventana de su calabozo.”1
Es oportuno señalar que Rodrigo de Bastidas nació en la ciudad de Santo Domingo, capital dominicana. Fue el primer obispo y también gobernador de Venezuela,  y fue el segundo prelado en empuñar el báculo del Obispado de Puerto Rico.
Todo indica que Hernández Melgarejo no tuvo la necesidad de hacer travesías por escondites y socavones carcelarios. Aunque su prisión al parecer era una más del rosario de injusticias, su liberación rocambolesca tenía  algún nivel de cohecho.
Juicio a Bernardo Santín

Un caso de La Inquisición en Santo Domingo que causó sonoridad, y por tragicómico no poca hilaridad en algunos, fue el del prominente comerciante español Bernardo Santín, cuyo negocio de mercancías ultramarinas era de los más florecientes en el entorno del barrio La Atarazana.
Santín era un monarquista consumado, un católico de comunión frecuente y obediente cumplidor de los tributos  de rentas; siempre dispuesto a colaborar con las instituciones públicas. Era lo que se denomina un hombre del sistema, acoplado a los resortes del poder colonial.
Sin embargo, una madrugada cualquiera su sueño fue interrumpido con un piquete de personas quienes con voz aguardentosa retumbaban en la puerta principal de su hogar situado en la calle del Caño, que luego fue bautizada como calle Principal de Santa Bárbara, calle de El Comercio, etc. Desde hace ahora 99 años es la famosa arteria cultural y turística Isabel La Católica.
Los aludidos visitantes inoportunos eran alguaciles y amanuenses emisarios de La Inquisición. Alegaban que había una grave denuncia contra el comerciante Santín. En un pasquín llegado de Lisboa se le acusaba de sacrilegio.
Se trataba de una falsedad creada por resentidos competidores suyos que se combinaron con comerciantes exportadores sefardíes que operaban en Portugal, lugar desde donde el día anterior había llegado un cargamento de mercancías consignadas a la casa comercial de Santín.
En la carcasa interior de unos originales que formaban parte de las referidas mercancías portuguesas aparecieron unas imágenes de santos, lo cual se consideró una acción de grave profanación.
Esa era la trampa urdida para destruir los negocios y la vida del infortunado Santín, quien fue a parar con sus huesos a la cárcel y luego procesado por el tribunal del Santo Oficio que actuaba dentro de La Inquisición en el Santo Domingo colonial.
A Bernardo Santín se le abrió un proceso; pero en los documentos de archivos referentes a La Inquisición de Santo Domingo nunca se ha encontrado una sentencia condenatoria o absolutoria de ese caso.
Todo indica que el juicio en cuestión se abrió sin las clásicas tres moniciones previas (como en el lenguaje de La Inquisición se les llamaba a las audiencias iniciales, con un “discurso de vida” incluido) cuyo objetivo era una especie de ablandamiento del acusado para que confesara y así mezclar un supuesto examen de conciencia con la  potencial clemencia de los inquisidores dejando en libertad condicional al reo.
Ante la monstruosidad y el origen de la delación, la grotesca acusación derivada,  y en aplicación a favor de Santín de lo que en la jerga inquisistorial se denominaba la abjuración de levi, o carencia de indicios inculpatorios en su contra, el caso fue sobreseído y el acusado fue puesto en libertad sin posteriores consecuencias para su persona y sus negocios.
Ese proceso judicial fue otra prueba de que aunque para la época dominaba una tendencia a validar mitos de una cosmogonía particularmente creada en los mandos de poder de catedrales y palacios reales españoles, algunos de los que integraron La Inquisición de Santo Domingo tenían un sentido lógico de aspectos en los que otros, en otros lugares, se mantenían sordos, ciegos y mudos.
El Consejo de Indias decidió el 13 de junio de 1609 trasladar la sede de La Inquisición de Santo Domingo hacia Cartagena de Indias, dentro del territorio entonces llamado Nueva Granada, hoy Colombia. Esa disposición se materializó el 25 de febrero de 1610.
Como se deduce por el caso del comerciante Santín, La Inquisición en Santo Domingo no tuvo los ribetes extravagantes que  experimentó esa entidad en México, por sólo citar un caso. Prueba al canto:

Un perro prieto y un cuervo

Un indicio más de hasta dónde estaba extendida la irracionalidad auspiciada por La Inquisición fue el runrún esparcido en noviembre de 1571 en ciudad de México, donde la población de todo el valle donde está enclavada fue informada de que se iba a realizar un auto de fe, que de no cumplirse implicaría llevar a la hoguera a unos infortunados seres. Eso provocó un terror colectivo y la consecuente intensidad emocional como reacción instintiva.
Las víctimas de la ocasión serían una mujer, un canino y un pájaro del grupo conocido como córvidos.
Claramente aquel acto de barbarie que incluiría a un cuervo o cacalote fue mucho antes de que existieran Grip, el cuervo parlanchín del novelista inglés Charles Dickens, o el más célebre de todos los cuervos literarios, el que el poeta estadounidense Edgar Allan Poe, en un “gélido diciembre”, “al filo de una lúgubre media noche”, puso con la potencia de su genio literario ante un amargado y enlutado amante innominado en ruta hacia la locura, al cual llenó de “fantástico terror” con su temible y repetido graznido “nevermore”(nunca más).
En el libro Inquisición y Crímenes, publicado por primera vez a mediado del siglo pasado, su autor Artemio de Valle Arizpe se refiere con detalles a lo indicado en el párrafo precedente. Señala que en la referida ciudad hasta “…a un perro prieto y un cuervo los iban a quemar vivos por haber servido a una  desgreñada bruja, ¡malhaya!, para sus secretas artes adivinatorias.”2

Cohabitación de poderes

Es de rigor recordar que muchas veces hubo en España una cohabitación de poderes, como la que existió en tiempos de la reina Isabel la Católica y el Cardenal Gonzalo (Francisco) Jiménez de Cisneros, el más influyente cardenal español, sin letras pequeñas. Otras veces la influencia clerical era tangencial, pero siempre efectiva.
La Inquisición, el Santo Oficio y el consorcio de gente de todo pelaje con influencia en esa etapa de la historia española fue en sí una erosión histórica, desprovista de nimiedades, muy pocas veces vista en otros lugares del mundo.
Dicho lo anterior, a pesar de que se sabe que los cronistas coloniales fueron parcos al escribir sobre La Inquisición, sometiendo con su silencio o soslayamiento  a las futuras generaciones a la dificultad extra de transitar por un pasillo informativo en penumbras.
Sólo hay sumarios judiciales desperdigados en diferentes archivos de ambos lados del Océano Atlántico e informes ordinarios de burócratas de aquella tenebrosa época.
Con ese material, apiñado sin rigor metodológico, investigadores, historiadores y cientistas sociales han ido formando cabezales explicativos que ayudan a entender el comportamiento siniestro de personajes influyentes de España, Portugal, Francia, Italia y otras potencias europeas, quienes mantuvieron bajo terror, por un largo tiempo, a una parte del mundo.
La Inquisición, específicamente la de España, tenía un repertorio de las denominadas herejías, y la población estaba obligada a reconocerlas e informar al Santo Oficio, so pena de excomunión y marginación social, tal y como bien recoge Ricardo Escobar Quevedo en su libro Inquisición y Judaizantes en América Española.
Quedó comprobado documentalmente que se inducía a la población, tanto de Santo Domingo como de las demás colonias de España en América, a observar si alguna persona hacía acto de cumplimiento a la ley mosaica o de Moisés, honrando algunos sábados con ropas limpias y mejoradas, usando manteles en las mesas y sábanas limpias; desaguado la carne a comer, sacado la landrecilla de la pierna del carnero, o degollado reses y  aves diciendo ciertas palabras rituales; tanteando con cuchillo la uña del animal para probar si tenía alguna mella; cubriendo la sangre con tierra, etc.
Sobre situaciones similares a la descrita más arriba se habla en varios libros que versan sobre la etapa colonial de los pueblos ubicados desde el Río Bravo hasta la Patagonia argentina, incluyendo las muchas islas adyacentes al territorio continental. Uno de esos libros lo escribió el referido Ricardo Escobar Quevedo, colombiano apasionado con el tema de La Inquisición.3
  
                                             Eran siameses

La Inquisición como tal y también el Santo Oficio, que en muchos aspectos eran como siameses, tuvieron una existencia cargada de sombras. Su posteridad ha sido un permanente cuestionamiento que aún perdura no sólo en el pensamiento de los que han estudiado ambas instituciones sino en la historia misma del accionar humano.
Para entender las prácticas que en el Santo Domingo colonial tuvieron ambas instituciones y así poder hacer las correspondientes inferencias, es necesario tener al menos nociones de cómo operaban dichos cuerpos represivos, porque eso eran, en otras partes del mundo.
 Es importante decir que en ocasiones ambas se acoplaban en forma mimética, como si fueran especies en clave depredadora.
Ese ejercicio comparativo es un imperativo para la mejor interpretación de las siniestras prácticas que sufrieron en sus cuerpos y bienes miles de personas.

Cuatro potencias europeas del medioevo

 Francia, Italia, Portugal y España, así como sus respectivas colonias, fueron los principales escenarios donde la crueldad fue revestida con un ropaje de falsa justicia. Aunque La Inquisición también funcionó, con sus matices, en otros países de Europa.
Desde la perspectiva funcionalista es oportuno hacer breves anotaciones que permitan comparar y tener tan siquiera una idea vaga del funcionamiento de La Inquisición y del Santo Oficio en algunos lugares del mundo.
En Santo Domingo La Inquisición, como he indicado antes, tuvo sus matices con relación a la matriz española. Ello dicho al margen de que ya entrado el siglo XIX todavía en textos sustantivos de la legislación de España el Santo Domingo español estaba considerado como parte inalienable de su territorio, tal y como se indicaba en una célebre Carta Magna.
En efecto, en el artículo 10 de la Constitución de Cádiz del 1812, en el fragmento descriptivo del territorio de las Españas, se hace expresa referencia a “la parte española de la isla de Santo Domingo.”
No obstante que se le consideró una Ley Sustantiva de avance para la época, el artículo 12 de dicho texto rezaba así: “La religión de la Nación es y será perpetuamente católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.”4
Dicha Ley Fundamental, de efímera vida por la convulsión política que entonces imperaba en España, se le conoció popularmente como La Pepa, por haberse promulgado un 19 de marzo, día dedicado por el santoral católico a San José.
En la España absolutista La Inquisición comenzó sus tétricas labores formalmente en el 1478 y fue abolida por las Cortes de Cádiz en el 1812, aunque siguió operando hasta el 15 de julio de 1834.
Las referidas cortes gaditanas estaban conformadas bajo las pautas trazadas por los artículos 27 y siguientes de la Ley de Leyes mencionada.

Un rey sobornado

En el caso de España hay pruebas más que indiciarias de que hasta el mismísimo rey Felipe III fue sobornado en el año1601. Algunos con gran poder económico y ascendencia política lograron que ese monarca se hiciera de la vista gorda e impidiera que en varios casos puntuales actuara La Inquisición.
Dicho rey no vetó procesos judiciales de La Inquisición por asuntos de escrúpulos morales, ni por piedad ni por convicción sobre la inocencia de personas, sino por puro lucro particular, tal y como lo documentó una autoridad en materia de historia de la Iglesia en la Edad Media, el laborioso investigador estadounidense Henry Charles Lea, en el tomo III de su monumental obra Historia de la Inquisición en España.5
En Francia La Inquisición surgió en el 1184, en la comuna Languedoc, en la zona sur, entre Toulouse y Montpellier.
En Portugal, la tierra del fado, ese mecanismo de terror funcionó desde el 1536 hasta el 1821. Hubo  más de dos mil muertos, torturas, penalidades diversas a más de 30 mil acusados y miles de propiedades confiscadas.
Papas en La Inquisición italiana

Italia, también conocida como la bota del Adriático, tuvo su Inquisición en los hechos desde tiempos remotos; pero ese organismo de múltiple accionar, con los detalles que se conocen en el hilo de la historia, fue fundado institucionalmente allí para perseguir el protestantismo. Su claustro materno fue la bula Licet ab Initio, promulgada el 21 de julio de 1542.
Su fundador fue el Papa Paulo III, a quien historiadores y reconocidos vaticanistas han descrito como amante del lujo y proclive al nepotismo. A pesar de ello, y para salvar la verdad, hay que indicar que su papado tuvo sombras y también luces.
Posteriormente La Inquisición italiana fue dotada de mayor vigor por el Papa Paulo IV, en el año 1555, quien le agregó como parte de su competencia cualquier tema moral, además de los asuntos de herejía y actividades vinculadas con potenciales actividades cismáticas.
Se impone reiterar que en las colonias y posesiones de ultramar de los mencionados países también se aplicaron las prácticas inquisidoras, tal y como ha sido recogido por la historia.
Esa verdad inocultable fue explicada, por ejemplo, con su conocida brevilocuencia,  por el intelectual francés Charles Amiel, autor de varias textos de gran calado conceptual, entre ellos el titulado Criptojudaísmo e Inquisición.
Casos impactantes

Los anales registran que la última sentencia de ejecución dictada por La Inquisición en España fue el 24 de agosto de 1781.
La víctima de esa postrera decisión fue una mujer andaluza, que era religiosa del credo católico, ciega, miembro de una familia integrada también por un sacerdote y una monja. Su nombre era María de los Dolores López.
El dicho tribunal que dictó la que sería la última sentencia de muerte dispuesta por La Inquisición en España operaba en Sevilla, aunque entidades judiciales similares disfrazadas con otros nombres siguieron ahorcando y quemando personas básicamente por asuntos de creencias religiosas.
Los inquisidores emitieron una sentencia de 160 páginas para matar y quemar a la  referida señora María de los Dolores López. Sus cenizas fueron lanzadas a las aguas del río Guadalquivir, a su paso por Sevilla, tal vez desde algún punto del barrio Triana.
En la historia de La Inquisición en Francia se observa que la misma tuvo también particularidades insólitas. Tal vez por ello influyó en la visión que sobre determinados comportamientos de seres humanos con mandos de poder tuvieron personajes europeos de tanto prestigio como el filósofo y militar Francois La Rochefoucauld; el gran cronista y moralista Jean de La Bruyére; el filósofo Arthur Schopenhauer y el filólogo y poeta Friedrich Nietzche, por solo mencionar algunos.
Incursionando en las añejas jurisprudencias francesas se encuentra uno con cosas tan estrafalarias como la ocurrida en la comuna francesa de Falaise, en la Baja Normandía, la tierra donde nació el célebre Guillermo El Conquistador.

En Francia La Inquisición sentenció una cerda

En Francia, en el año 1386, se acusó a una marrana (que no era ni cátara ni albigense) de quitarle la vida a dentelladas a un niño del lugar. El caso fue conocido en un tribunal de La Inquisición, como si la trágica cerda fuera un ser humano, con capacidad de raciocinio.
A la puerca en cuestión le pusieron ropa y calzado. Durante 9 días fue sometida a un intenso interrogatorio, con una tanda de torturas y vejaciones. No hubo confección de la acusada. Fue condenada a muerte. Su cuerpo ya hecho cadáver fue quemado en la plaza pública, para un supuesto escarmiento colectivo.
Juicio a Galileo Galilei

En Italia hubo un caso muy conocido y dramático. Fue el juicio que se le hizo al astrónomo y filósofo italiano Galileo Galilei. Fue enjuiciado porque sostenía que el centro del Universo era el Sol y no la Tierra. Se trataba de la famosa teoría heliocéntrica, en contraposición con la visión de los inquisidores y sus valedores que planteaban la llamada teoría geocéntrica.
La sentencia condenatoria se produjo el 21 de junio de 1633.Los jueces inquisidores estaban encabezados por el cardenal Roberto Belarmino.
Galileo fue condenado a prisión perpetua y se le obligó a renegar de sus ideas pero, según algunos, entre ellos el escritor turinés Giuseppe Baretti, cuando el sabio toscano nacido en Pisa se retiraba cabizbajo llegó a decir la célebre frase “eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve).
En el transcurso de los siglos siguientes hubo expresiones de reconocimiento de que la verdad estaba del lado de Galileo, pero no fue sino 359 años, 4 meses y 9 días después de aquella infame sentencia del Santo Oficio cuando el Papa Juan Pablo II lo reivindicó, al finalizar octubre de 1992.Aunque matizó su decisión indicando que  la susodicha sentencia fue un malentendido entre fe y ciencia.

Bibliografía:
1-Los judíos en La Española. Ciencia y Sociedad. Volumen XVII, No.3.Julio-Sept.1992.Pp309-324.Carlos Esteban Deive.
2-Inquisición y Crímenes. Editorial Maxtor,2016.Valladolid, España. P35.Artemio de Valle Arizpe.
3-Inquisición y judaizantes en América Española (siglos XVI-XVII).Editorial Universidad del Rosario, Bogotá. Primera edición 2008.P102. Ricardo Escobar Quevedo.
4- Constitución de Cádiz del 1812, artículo 12.
5-Historia de la Inquisición en España, publicada en el 1906. Henry Charles Lea.
Publicado el 25-abril-2020





viernes, 10 de abril de 2020

SEMANA SANTA ATÍPICA


SEMANA SANTA ATÍPICA
 (10-abril-2020)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES


Esta  Semana Santa es atípica por múltiples razones, todas centradas en una enfermedad denominada por la Organización Mundial de la Salud con el  nombre de La Covid-19, más conocida como coronavirus.
Este introito es necesario porque los expertos en medicina señalan que se trata de un  repelente virus que los científicos no han podido descodificar para crear una vacuna en su contra.
Al día de hoy no hay un remedio, farmacológico o no, capaz de domeñarlo, aunque sí se conocen los detalles de su forma de atacar.
Médicos y otros expertos sanitarios insisten en decir que la manera más efectiva de combatir el nuevo mal que mantiene bajo terror al mundo es mediante el distanciamiento de las personas y rigurosas prácticas de higiene personal.
Algunos gobernantes, sin embargo, han dado bandazos negando la realidad, en consonancia con su reconocida incapacidad para salirse del guion de sus mentiras redomadas.
Hay un mar de especulaciones, muchas estrafalarias, sobre el supuesto origen del coronavirus. Un bombardeo informativo con verborrea desquiciante aumenta la tensión en una población mundial anonadada por el brusco cambio de su cotidianidad.
Pero lo cierto es que la pandemia del coronavirus ya ha provocado decenas de miles de muertos y hay más de un millón de personas atacadas por sus fauces devoradoras, con proyecciones aterradoras de ampliar el número de víctimas hasta cifras escalofriantes.
Esta inesperada y nueva enfermedad, cuyo mortífero y rápido avance ya cubre el mundo en sus diversos rincones, ha sido el más devastador ataque sufrido por el llamado mundo moderno, pues las guerras mundiales tuvieron un radio de acción en Europa, algunos países de Asia y una parte del Magreb, en el Norte de África, pero este enemigo esquivo corre a velocidad de crucero y la humanidad no ha podido neutralizarlo.
Informaciones emitidas por la OMS indican que sólo algunas pequeñas islas de Polinesia, Micronesia, Oceanía y el Pacífico, así como dos países de Asia Central y un enclave en África del Sur, no han registrado bajas por la pandemia referida (Tonga, Samoa, Tuvalu, Kiribati, Vanuatu, Palaos, Comoras, Islas Marshall, Lesoto, Turkmenistán, Tayikistán).
Hoy la locomotora económica del mundo está paralizada, con sus múltiples vagones en posición de descanso, hasta que los científicos y los heroicos médicos y todo el personal sanitario, con la ayuda  del Soplo de lo Alto, logren doblegar al coronavirus.
Es en esa calamitosa situación que ha llegado este año para los cristianos la Semana Mayor o Semana Santa, que dentro de la Cuaresma comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Resurrección.
Se trata del período más intenso de la historia de Jesús de Nazaret, con su pasión, muerte y resurrección, hechos ocurridos en el valle de Cedrón, que es donde se ubican geográficamente el monte de los Olivos, el huerto de Getsemaní y el cerro Gólgota.
Jesucristo, sin quizás, es la figura más apasionante de la humanidad, especialmente para los creyentes cristianos, pero también de gran interés y curiosidad reflexiva para aquellos que no lo son.
El Rabí de Galilea incluso ha sido centro de juicios de valor para muchos ateos y agnósticos, básicamente para aquellos de éstos que han profundizado en meditaciones filosóficas y teológicas, aunque no lleguen a coincidir con Pablo de Tarso, en aquella aguda reflexión suya: “para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él…”1-a
Pongo como ejemplo de lo anterior al filósofo e historiador escocés David Hume quien en su obra Ensayos Políticos, y en otros textos suyos, al establecer que el politeísmo “fue la primera religión de los seres humanos”, nunca planteó con desdén la connotación que en la mente de millones de seres humanos ha tenido la esplendente personalidad de Jesucristo.
Coincidiendo así el ilustre escocés con lo que 18 siglos atrás había analizado y difundido el filósofo judaico Filón de Alejandría, quien desglosó con gran rigor el politeísmo. Aunque él era de religión judía fue asimilado como propio por el cristianismo entonces incipiente.
No tocaré ahora lo que dijo sobre temas vinculados a lo precedente Karl Popper, el famoso filósofo austriaco, al abordar sobre las vertientes espirituales del ser humano, que él analizó en el plano de la ontología y en la escala de lo que es trascendente, con sus razonamientos siempre profundos, singularmente en su libro La Lógica de la investigación científica.

Este año los rituales de Semana Santa han sido modificados. Lo que se conoce como el Triduo Pascual no se desarrollará como es habitual. Curas y monaguillos están celebrando misas virtuales, con los recursos de la cibernética,  y los feligreses más devotos  participan desde sus hogares, frente a la pantalla del televisor.
Por mantener vigencia en su contenido me permito reproducir un artículo de mi autoría que vio la luz en este periódico, en abril del año pasado:
El período de siete días, que abarca desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, llamado por millones de personas como la Semana Mayor, tiene una importancia extraordinaria en la creencia religiosa de la humanidad.
Marcos, el sabio primer obispo de Alejandría, describió con singular maestría la Pasión de Cristo, cuando en Getsemaní les dijo a sus discípulos con una premonición perfecta: "Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos."1-b
La pasión de Cristo, con su infinita estela de reverencia por el torturante sacrificio que padeció, es el punto central de la Cuaresma y la esencia más que granítica de la Semana Santa.
Se trata del universo fascinante del alma, con sus clásicos enemigos que la filosofía del Cristianismo centró desde los tiempos más remotos en el demonio, la carne y el mundo.
Varios teólogos y canonistas de formación ascética (aferrados a pie juntillas a los textos del misal y del breviario, que ellos consideraban taxativos, así como a la simbología inalterable del pontifical y el ritual) plantearon hace siglos, y algunos los proyectan al presente, que en el campo espiritual el concepto mundo se combate obliterando "pompas y vanidades"; al demonio se le frena "con oración y humildad"; pero el tema de la carne, que digo aquí es como un caballo de gran alzada y encabritado, sólo se frena "con disciplinas, ayunos y mortificaciones."
Muchos creen que la fidelidad al mensaje de Cristo se limita al "mobiliario litúrgico: púlpito, confesionario, alcancías o cepillos petitorios, estatuas, imágenes..."2
La realidad cristológica es que la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se conmemoran con mayor énfasis en estos días es más que lo referido en el párrafo anterior.
Por eso se puede decir que para creyentes cristianos: católicos, coptos, ortodoxos, anglicanos y algunas denominaciones protestantes como los adventistas y pentecostales, la Cuaresma y la Semana Santa tienen un significado especial, con un impacto social que ha logrado sobrepasar la hoja marchita del tiempo con sus inexorables cambios.
En el ámbito del catolicismo se tiene como inicio institucional de la celebración de ese tiempo particular que es la Cuaresma el año 314, fecha en que se celebró el Concilio de Arlés, en la francesa región de Provenza.
Las primeras normas para los rituales cuaresmales surgieron, empero, en el Concilio de Nicea, en el año 325, en medio de los restos de las civilizaciones de los hititas y los cimerios, en la Turquía entonces bajo el Imperio Romano.
Aunque al compás de la evolución social se han producido ciertos cambios entre los católicos, lo cierto es que los inmovilistas han logrado una especie de quietismo místico, con posturas teológicas ancladas en etapas preconciliares del catolicismo.
Lo anterior se comprueba al observar que las principales ceremonias, y la parte más notoria de la simbología de la Cuaresma y de la Semana Santa, a lo interno de las iglesias, se han conservado sin cambios significativos, comenzando por el ritual de la colocación de la ceniza en la frente. Esto último se interpreta como una reminiscencia del Génesis: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás."3
Teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano están en consonancia al plantear que el miércoles de ceniza es la entrada a la liturgia de la Cuaresma.
En esa misma línea, aunque con notables gradaciones, el filósofo católico Jacques Maritain, en su famoso discurso sobre "Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz", y en otros ensayos suyos, al abordar parcialmente el tema del ritualismo religioso se acoraba en el realismo de Santo Tomás de Aquino para proclamar "esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad."
Los Heraldos del Evangelio, creados en el seno de la iglesia católica bajo la sabia y consagrada inspiración de monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, sostienen que la Cuaresma se define como una época de "cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita a rechazar las seducciones del mundo..."4
Otra cosa muy diferente a lo anterior es lo que ocurre fuera de los templos, donde los pueblos, incluyendo los creyentes cristianos de cualquier lugar del mundo, han ido variando la ortodoxia o al menos la antigua forma de vivir la Cuaresma y la Semana Mayor.
En algunos casos hasta se ha diluido el hecho histórico único en el que el hijo de Dios, por claro designio superior, se despojó de su rango con categoría divina y permitió su crucifixión en el Gólgota.
Ello dicho al margen de que el evangelista sinóptico Marcos atribuye a Jesús ordenar, desde la falda del monte de los Olivos, la toma del burro en cuyo lomo entró a Jerusalén, y para eso usó para sí el título de Señor, que para entonces se reservaba al emperador. "Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita..."5
La evolución de las costumbres no significa que todo está perdido en ese aspecto de la vida pía, pues hasta un declarado agnóstico como Mario Vargas Llosa sostiene que "en la era posmoderna la religión no está muerta y enterrada ni ha pasado al desván de las cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad."6
La Cuaresma es el período en el cual se recuerdan los 40 días que tuvo Jesús en el desierto de Judea, en un formidable ejercicio personal para probar su fe.
Algunos investigadores de diferentes disciplinas, como teólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos han agregado que con la vigencia universal de la Cuaresma también se trata de mantener presente la socorrida tesis de los 40 días del diluvio universal, los 40 años de la marcha forzosa que padeció en pleno desierto el pueblo de Israel y, además, se le agregan los 400 años de esclavitud impuesta por los egipcios a los judíos.
Lo cierto e irrefutable es que para cientos de millones de personas el tiempo cuaresmal rompe con lo cotidiano, provocando en los creyentes una mayor animación espiritual. Y así fue también para miles de millones de seres humanos que ya pasaron por la tierra.
Para muchos el final de la Cuaresma abre paso a la Semana Santa. Otros han escrito y sostenido que el tiempo cuaresmal abarca 46 días.
Lo cierto es que sobre ambas temporadas especiales dentro del cristianismo no hay unificación de criterio sobre su inicio y término.
Para unos la Semana Santa abarca desde el domingo de ramos (cuando Jesús entra a Jerusalén en un pollino, acorde con el relato del evangelista Juan, y como muchos siglos después pintó Giotto, el genial artista florentino propulsor del Renacimiento, en un hermoso fresco en una capilla de la ciudad italiana de Padua) hasta el sábado santo.
Para otros esa conmemoración comienza el Viernes Santo y concluye el Domingo de Resurrección. Para sostener dichos pareceres cada cual ha dado sus explicaciones y se ha explayado en justificaciones. El asunto viene de lejos. La discusión al respecto se pierde en la pátina del tiempo.
Entrar en disquisiciones religiosas es como hacer malabarismo en el filo de una navaja. Preferible es, en consecuencia, zanjar esas diferencias dejando los matices al albedrío de cada grupo de opinantes.
Para muchos, a través del fondo de los siglos, la Cuaresma y la Semana Santa han sido sinónimos de vida, muerte y resurrección del Divino Rabí de Galilea. Al mismo tiempo para no pocos representan un haz con destellos misteriosos y un foco de no pocas controversias.
Ello es comprensible si se toma en cuenta que la Cuaresma es un tiempo litúrgico que motiva la conversión de los creyentes para entrar con la alforja de creencias en la fiesta de la Pascua.
Aunque la filmografía universal tiene cientos de películas, largometrajes y documentales sobre la semana más dramática de Cristo (aquella en la cual hasta ateos lúcidos han reconocido que demostró con mayor intensidad su amor al prójimo), lo cierto es que la mayoría de esas obras de imágenes en movimiento son o alambicadas o simplistas y en no pocos casos mostrencas, en esta última vertiente por la torpeza de su contenido, lo cual no permite captar a plenitud la apasionante vida, la tumultuosa muerte (incluido el "ecce homo" de Poncio Pilato) y la sorprendente y secreta resurrección de Jesucristo.
Ante esa falencia cinematográfica sobre la vida, muerte y resurrección del Nazareno uno presume que hubiera sido formidable un filme hecho por dos católicos geniales, como fueron los italianos Cesare Zavattini y Vittorio De Sica.
"La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma", así de claro, y con su alta autoridad, lo dijo el Papa León Magno, el mismo que impulsó y proclamó que Cristo es "consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad."7
Monseñor Juan Félix Pepén Solimán, un sabio dominicano que dedicó su vida al sacerdocio católico, al criticar las deformaciones (que no ajustes acordes con una lógica evolución social) que se han ido produciendo en nuestro medio con relación a la Cuaresma, sentó cátedra a explicar que: "...la máscara con que nos encubrimos sólo puede engañar a los hombres. No a Dios, que todo lo sabe y todo lo ve y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros corazones."8
El gran prelado higüeyano Pepén Solimán, viendo y sufriendo esa realidad, acotó que: "Hay un patrimonio espiritual común en la humanidad y ese patrimonio resulta ser un tesoro que hay que cuidar y defender..."9
El misionero Emiliano Tardif, gran parte de cuyo apostolado religioso lo desarrolló en República Dominicana, acostumbraba a decir en sus múltiples intervenciones ante fieles cautivos por su verbo fácil y profundo que: "Cuando las cosas van bien, digo: "estamos en Domingo de Ramos". Si hay dificultades, simplemente afirmo: "estamos en Semana Santa."10
Vista como una milenaria tradición eclesial, en la Cuaresma se dan como en ningún otro escenario del cristianismo "los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza", tal y como proclamó el Papa Juan Pablo II.11
Es oportuno recordar que a través de los siglos se han publicado encíclicas, cartas papales, reflexiones colectivas de obispos escritas al alimón, exhortaciones de religiosos de las diferentes denominaciones en que se divide el arcoíris cristiano, obras teatrales, ensayos, tratados, novelas y hasta libros con acentuadas expresiones satíricas basadas en la época de Cuaresma y particularmente en la Semana Mayor.
Por ejemplo, El Arcipreste de Hita, cuyo verdadero nombre era Juan Ruiz, y cuya fama como poeta trascendió el Medioevo español, al escribir la que tal vez sea su producción literaria fundamental, el Libro del Buen Amor, hace un sabroso relato de la batalla entre Don Carnal, con su vida libidinosa y cargada de exagerados placeres; y doña Cuaresma, simbolizada en una existencia ajustada a la lógica de la austeridad y a modales inspirados en la tranquilidad de un espíritu sosegado.12
En dicha obra Doña Cuaresma salió con la victoria frente a Don Carnal, pero en la cotidianidad de la vida terrenal no siempre ocurre de ese modo. Así lo demuestra la historia de la humanidad.
Sobre ese tema, que es sal de la vida para los cristianos, cada grupo de creyentes le pone su propio acento y matices, aunque la esencia sea la misma.
En el 1975 la Sociedad Dominicana de Bibliófilos se encargó de unificar y publicar, en un tomo titulado Al Amor del Bohío, las separatas que en los años 1919 y 1927 había publicado el poeta Ramón Emilio Jiménez sobre costumbres dominicanas. Esa entidad cultural, que aglutina parte del saber criollo, hizo otra edición de dicha obra en octubre del 2001, en la que figura un relato de dicho autor sobre La Cuaresma.
Como la Semana Santa es parte esencial de la Cuaresma es pertinente refrescar ahora, en medio de esta pandemia del coronavirus, una estampa del pasado criollo narrada por el referido autor.
"Mucho de original y típico tiene la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene...Los amantes no podían casarse en este tiempo...Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico...Penitencia y querencia repelíanse...Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no...El plato favorito de cuaresma son los "frijoles con dulces".
El poeta Jiménez también dejó plasmado en sus escritos que gran parte del pueblo dominicano creía que cuando la "cuaresma es hembra" viene la lluvia y cuando es "macho" se apodera la sequía.13
Como se puede observar con la cita anterior, ya en el 1919 el referido bardo, y recopilador de tradiciones dominicanas, comprobaba cambios considerables en el país, en lo referente a las observancias y prácticas de la Cuaresma y la Semana Santa.
Eduardo Matos Díaz, otro escritor costumbrista dominicano, evocando la Semana Santa en su niñez de principios del pasado siglo, hace una extensa radiografía de ese período especial de la cristiandad, en el ámbito criollo: "Entonces eran días de verdadero recogimiento, de meditación, de auténtica unción, cuando reinaba el más absoluto silencio...En las casas de familia, durante esos días santos, no se majaban especias, ni se barría, ni se hacía nada que pudiera hacer ruido...Por las calles no circulaba un solo vehículo...ni se oía un grito de la chiquillada, reinaba sólo el silencio. Se decía entonces que quien se bañaba en los días santos se volvía sirena o pez."14
Por todas las transformaciones, con variantes de banalidad, que a través del tiempo han tenido la Cuaresma y la Semana Santa, es pertinente repetir que muchos, como dijo en la Cuaresma del 2018 el Papa Francisco: "se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad...Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos....haciéndonos caer en el ridículo..."15
Bibliografía:
1a-Primera epístola a los corintios. 8:6.San Pablo.
1b-Marcos.Capítulo 14, versículos 32 y siguientes. Biblia Latinoamérica. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento.Pp136 y siguientes.
2-Rouco (biografía no autorizada).Ediciones B,S.A., Barcelona, España,2014.P157.José Manuel Vidal.
3-Génesis, capítulo 3, versículo 19. La Biblia.
4-Revista Heraldos del Evangelio No.164.pág.16.Marzo 2017.
5- Marcos. Capítulo 11, versículos 2 y siguientes. Biblia Latinoamericana. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento, pp123 y 124.
6-La civilización del espectáculo. Santillana Ediciones Generales, 2012. p157.Mario Vargas Llosa.
7-Documento Pontificio, Año 461.Papa León I, el Magno.
8-La Palabra en Cuaresma. Editora Amigo del Hogar, 1982.Juan Félix Pepén Solimán.
9-Riqueza Del Espíritu, p11.. Impresora Amigo del Hogar, 1995. Juan Félix Pepén Solimán
10-Jesús está vivo, p29.Emiliano Tardif.
11-Carta Encíclica Fides et Ratio, p99. Impresora Amigo del Hogar, julio 1999. Juan Pablo II.
12- Libro del Buen Amor. Biblioteca Económica de Clásicos Castellanos. Juan Ruiz, El Arcipreste de Hita.
13-Al Amor del Bohío. Pp.242-245. Editora Búho. Octubre 2001. Ramón Emilio Jiménez.
14-Santo Domingo de Ayer. Págs.122-124. Editora Taller, diciembre 1985. Eduardo Matos Díaz.
15-Mensaje de Cuaresma 2018. Papa Francisco.
  (Publicado el 10-abril-2020).