sábado, 29 de octubre de 2022

HAITÍ: INVADIDO EN EL 1915 (2 de 2)

 

HAITÍ: INVADIDO EN EL 1915 (2 de 2) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Antes del 28 de julio de 1915, cuando entraron las primeras tropas estadounidenses de ocupación a Haití, ya Robert Lansing, a la sazón jefe de la diplomacia de los EE.UU., había dicho como pretexto para justificar ese hecho violatorio del derecho internacional, que “la raza africana carece de toda capacidad de organización política.”

Todavía no había ocurrido la matanza ordenada por el sanguinario presidente haitiano Vilbrun Guillaume Sam contra decenas de dirigentes políticos presos en la penitenciaría de Puerto Príncipe, entre ellos el ex gobernante Oreste Zamor.

Cuando aquellas palabras lapidarias del magnate financiero Lansing fueron pronunciadas en Washington, tampoco habían matado al referido presidente Sam, a quien turbas enardecidas descuartizaron y lanzaron sus vísceras en las calles de la capital haitiana para alimento de los perros cansinos que pululaban por ellas.

El objetivo principal de esa invasión se centró en el control total de la economía, la política y la cuestión militar del país vecino.

Dicho eso al margen de que los oficios despachados hacia la capital de los EE.UU. por jefes militares y civiles parecen un atado de literatura canónica, pues sin mencionar las masacres que cometieron contra la población haitiana, y el expolio que hicieron a todos los niveles, escribían sus mentiras sobre una supuesta labor humanitaria usando como materia prima la bíblica levadura de los fariseos.

Pero peor aún, 26 años después de dicha invasión James G. Leyburn publicó un libro sobre historia, etnología, religión, política y otros componentes de la sociología haitiana, cuyo contenido desciende enormemente cuando se refiere a la invasión de 1915, al decir lo siguiente:

“La ocupación, ordenada por ese alto profeta de la democracia que fue Woodrow Wilson, declaró su determinación de dar a Haití su primera oportunidad de convertirse en una nación democrática.” (El Pueblo Haitiano. Edición 2011.P.303.)

Dejando atrás la palabrería justificativa de dicha invasión, es oportuno decir que en el Haití de 1915 el comercio, y en parte la banca, eran controlados por alemanes, franceses, ingleses y sirios. Ese fue uno de los motivos por los cuales los EE.UU. decidieron imponer allí su creciente poderío de potencia mundial.

Para simular su control sobre el país invadido el mandatario estadounidense Woodrow Wilson puso como presidente títere de Haití al abogado y político Philippe Sudré Dartiguenave, un mulato nativo de la comuna de  Ansé-á Veau, en el suroeste de Haití, cuya inclinación hacia los invasores era conocida.

Ese personaje actuó como un vasallo entorchado durante casi 7 años, apoyado en las bayonetas y fusiles de los infantes de marina de USA. Así también gobernó su sucesor, el no menos entreguista Eustache Louis Borno, un académico y diplomático. A Borno le pusieron como alto comisionado estadounidense (en sí un control directo de sus pasos) al general John H. Russell.

En su libro titulado “La Doctrina Monroe en relación con la República de Haití” el abogado, financista y legislador estadounidense William Alexander MacCorckle hace una descripción ardiente sobre la obligación de aplicar dicho instrumento de poder como una especie de mandato divino en favor de los EE.UU.

Se sabe que dicha doctrina, como concepto voladizo, se aplicó sin miramientos en Haití y otros países del Caribe. Está claro que los que ordenaron la invasión de 1915 iban más allá de una ganancia política. Por eso clausuraron el congreso haitiano cuando lo consideraron innecesario, o tal vez incómodo, para seguir otorgándoles concesiones leoninas a grupos empresariales norteamericanos.

Uno de los mejores negocios que hicieron las empresas estadounidenses en Haití, como consecuencia directa de la indicada invasión, fue comprar a precio de “vaca muerta” cientos de miles de tareas de tierra para dedicarlas al cultivo de la caña de azúcar y la siembra y cosecha de otros productos agrícolas de gran consumo en su país y en Europa.

Sabían que desde la primera Carta Magna de Haití, la del 20 de mayo de 1805,  llamada la Constitución de Dessalines (con las breves excepciones de 1807 y 1811 impuestas por Henry Christophe) se había mantenido en ese país la prohibición formal de que extranjeros fueran dueños de tierra allí.

Antes de los 3 años de la invasión del 1915 los ocupantes obligaron al poder legislativo a que hiciera una constitución en la cual impusieron, entre otras cosas, que se autorizara a que los extranjeros fueran dueños de tierra haitiana, sin importar la extensión.

Tan fuerte y escandalosa fue la presión de los jefes invasores contra los legisladores de Haití que Warren Gamaliel Harding (quien luego fue presidente de los EE.UU.) se refirió a esa carta sustantiva como una imposición al pueblo haitiano: “a punta de bayonetas por los infantes de marina de los Estados Unidos.” (De Dessalines a Duvalier.P272. David Nicholls.)

En el triquitraque de los lucrativos negocios que hicieron los estadounidenses con motivo de la invasión de 1915 estuvo el tráfico de braceros haitianos hacia los cañaverales que tenían empresas de los EE.UU. en la República Dominicana.

Varios autores han descrito con gran despliegue de detalles ese tráfico de seres humanos, que se aumentó cuando nuestro país fue invadido en el 1916.

José Israel Cuello Hernández publicó en el 1997 una obra titulada “Contratación de mano de obra haitiana destinada a la industria azucarera” (la cual abarca el período 1952-1986), pero en la misma hace una radiografía histórica sustancial sobre esa cuestión, que incluye la época en que los dos países que se reparten la isla de Santo Domingo estaban ocupados militarmente por los EE.UU.

José del Castillo Pichardo señala que fue en el 1919 cuando llegaron al país los primeros braceros azucareros haitianos con autorización expresa. (La inmigración de braceros azucareros en la R.D. 1900-1930).

Frank Marino Hernández también escribió ensayos, con la profundidad conceptual que le caracterizaba, sobre operaciones crematísticas  que alcanzaron una magnitud nunca imaginada por el griego Tales de Mileto, creador de dicho concepto, en las cuales fueron involucrados campesinos haitianos especialmente en la siembra y cosecha de caña de azúcar en R.D.

Importante es mencionar también que Guy Alexander, ex embajador de Haití en nuestro país, publicó en el 2001 un ensayo titulado “la Cuestión migratoria entre R.D. y Haití”, en el cual aborda la decisiva participación en ese negocio de jefes civiles y militares estadounidenses en clave de intrusos.

Como punto final a este tema es pertinente señalar que el historiador Hans Schmidt hizo una acertada reflexión al señalar que el país más poderoso de la tierra nunca ha basado sus vínculos con los países del Caribe “en el marco del respeto mutuo.”

Dijo más, con veracidad inobjetable, que las invasiones del siglo pasado en Haití y otros países de esta parte del mundo, “eran instrumentos primarios del control americano en el área.” (Los EE.UU. Ocupación de Haití 1915-1934.Pp-5,8.Hans Schmidt.)

lunes, 24 de octubre de 2022

HAITÍ: INVADIDO EN EL 1915 (1 de 2)

 

 

HAITÍ: INVADIDO EN EL 1915 (1 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Haití ha sido ocupado en diversas ocasiones: tropas francesas, inglesas, alemanas y norteamericanas han pisado su suelo.

Es una especie de ritornello de su convulsa historia. Un caso parecido al castigo impuesto al rey Sísifo de la mitología griega, empujando una piedra que siempre caía antes de llegar al tope de una montaña.

Quizás sea el país latinoamericano que más se asemeja al uróboro, el concepto representado por un simbólico dragón girando sobre sí mismo, para siempre volver a morderse la cola.

Hace pocos días el político que ejerce nominalmente como primer ministro de Haití ha pedido que su país sea ocupado por tropas extranjeras, ante el acoso de grupos de malhechores fuertemente armados que tienen acorralado a su gobierno de plastilina y bajo terror al pueblo.

Un informe del embajador de los EE.UU. en Haití, Arthur Bailly Blanchard, fechado el 22 de febrero de 1915, hace ahora 107 años, no podía ser tan parecido (con sus gruesos matices) con la realidad de hoy.

Así escribió el referido diplomático desde la capital haitiana: “La ciudad ha estado prácticamente sin comida y sin agua durante los últimos tres días y los revolucionarios han detenido el ingreso de todos los alimentos y han cortado el suministro de agua, una situación que han declarado que se mantendrá mientras el presidente Théodore siga en el cargo.”

Por muchos motivos ahora es oportuno recordar algunos detalles relacionados con la invasión que en el 1915 hicieron tropas estadounidenses que penetraron primero por el puerto de Leogane, llamada por los haitianos la ciudad de Anacaona.

En el 1915, como antes y después, han sido brutales los enfrentamientos entre diversos grupos de las élites haitianas que siempre han usado sus peones y alfiles en el tablero del ajedrez político y económico.

Desde el 1911 la violencia se incrementó en Haití a niveles espantosos. Había un crecimiento vertiginoso del desorden, la inseguridad y el pánico.

El punto de partida de ese caos fue el derrocamiento el 3 de agosto de dicho año del presidente Francois Antoine Simon, nacido en la sureña ciudad de Les Cayes.

Fue expulsado del poder por el general Cincinnatus Leconte, nativo de la norestana comunidad de Juana Méndez (Ouanaminthe) y bisnieto de Jean-Jacques Dessalines, primer gobernante haitiano y cuyo nombre también tenía.

Cincinnatus Leconte había sido designado por el congreso haitiano para gobernar por siete años, pero sólo sostuvo el bastón de mando durante 358 días.

En el 1912 Leconte perdió la vida cuando una potente explosión destruyó el Palacio Nacional de Haití, cuya arquitectura era de estilo renacentista.

Vale decir que ese Cincinnatus en nada se parecía a su tocayo de la Antigua Roma, quien fue un hombre de muchas virtudes y notable sabiduría militar y política.

En poco menos de un lustro, hasta que llegaron con sus fusiles y bayonetas los marines americanos, se sucedieron 6 hombres en la presidencia haitiana.

Los EE.UU. alegaron que la ocupación militar de Haití en el 1915 era para salvar al pueblo. Hay pruebas a borbotones que demuestran lo contrario.

Los hechos de entonces están plasmados en la historia. El objetivo allí del presidente estadounidense Woodrow Wilson  y sus socios era proteger y expandir sus intereses económicos y geopolíticos.

Esa acción basada en el músculo del poder militar  contó con la complicidad de la llamada burguesía haitiana, integrada esencialmente por mulatos de Puerto Príncipe y de pueblos situados al sur de la capital de Haití.

La mayoría de los negros se opusieron, especialmente los que vivían en el norte montañoso y los del Departamento Central, con Charlemagne Péralte a la cabeza, el venerado héroe nacido en la ciudad de Hincha, quien nunca cesó su lucha contra los invasores de su país. Fue asesinado el 1 de noviembre de 1919, luego de ser traicionado por un sujeto cercano a él. 

Uno de los más profundos análisis de aquella invasión, que duró 19 años, lo hizo el gran intelectual haitiano Gerard-Pierre Charles al explicar que:

“El año 1915 marca una fecha importante en la historia de Haití y en la evolución del sistema sociopolítico. Es el fin de ciento once años de independencia formal.”

Añadió Charles que esa independencia “se fue disolviendo por el entreguismo de las clases dirigentes locales y los apetitos expansionistas de los Estados Unidos.”(Haití. La crisis ininterrumpida. P13).

Está documentalmente probado que tras bambalinas los EE.UU. también atizaban la violencia que desde el 1911 sufría el pueblo haitiano. Aplicaron en toda su extensión el viejo refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores.”

En febrero de 1915, cuando todavía ejercía la presidencia Joseph Davilmar Théodore, (a quien el gobierno de los EE.UU presionaba para que le cediera el manejo de las finanzas, las aduanas y los ferrocarriles) el jefe del barco de transporte de tropas USS Hancock, que se movía en aguas cercanas a Haití con elementos del Quinto Regimiento de la infantería de Marina, conociendo la actitud nacionalista y el espíritu combativo del médico Rosalvo Bobo, escribió a sus superiores previniéndoles sobre dicho personaje.

Roger Gaillard, el historiador  y académico haitiano que más escribió sobre la ocupación militar de su país en el 1915, divulgó muchos documentos reveladores de lo anterior. Uno de esos documentos desclasificados lo envió el aludido jefe de marines diciendo lo siguiente: “El hombre que, en el actual gobierno, es probablemente el más opuesto a los Estados Unidos, es el doctor Bobo, ministro del interior.”

Como se ve, con el tejemaneje de fuerzas externas y colaboradores internos que formaban la élite mulata, aquella época trágica llevó a Haití a padecer los rigores de otra “travesía del desierto.”

sábado, 15 de octubre de 2022

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (3 DE 3)

 

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (3 DE 3)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

Ahora que se han cumplido 530 años de la llegada de los españoles al llamado Nuevo Mundo, es oportuno decir que Nicolás de Ovando ejecutó en La Española una inicua política de esclavitud de negros e indígenas.

A los indígenas casi los exterminó. Cuando lo destituyeron del gobierno colonial, el 10 de julio de 1509, apenas quedaban aquí 60 mil taínos, la mayoría en condiciones maltrechas y a pie de sepultura.

Al cesar como señor de horca y cuchillo del Virreinato de las Indias, que ejerció con poderes casi ilimitados en los ámbitos políticos, administrativos y militares, se retiró a disfrutar parte de la inmensa fortuna que acumuló con malas artes.

El acelerado proceso de su enriquecimiento contó con el apoyo que indistintamente tuvo de los monarcas Isabel I de Castilla, Fernando II de Aragón y V de Castilla y nominalmente de Juana I de Castilla, alias la Loca.

El señor comendador Ovando se hizo acompañar en ese viaje de retorno a su país de quien fuera el alcalde mayor de la ciudad de Santo Domingo durante su gestión como mandamás colonial, el salmantino Alonso de Maldonado, así como de otros de sus amigos y subalternos.

El aragonés Miguel de Pasamonte, entonces recién nombrado tesorero de La Española, se apoderó de la mayor parte de los bienes inmobiliarios y semovientes que tenía aquí Ovando.

Pasamonte pudo adueñarse de esas propiedades de Ovando porque gozó del apoyo de personeros del citado rey Fernando II, entre ellos el influyente obispo zamorano Juan Rodríguez de Fonseca, considerado el primer impulsador de las prácticas colonizadoras de España en esta parte del mundo.

Ese mismo monarca le envió al nuevo gobernador colonial, Diego Colón, una carta de presentación a favor de Pasamonte, en la cual le decía que lo tenía “por muy buena persona y de buena consideración, y por muy cierto y leal servidor.”

Pero en estas breves notas es importante señalar que las obras materiales de Ovando no pueden ocultar sus crímenes ni su memoria puede justificarse detrás de sofismas como el romance del poeta español Manuel José Quintana Lorenzo, quien sin ninguna consideración ética escribió: “Que no se es cruel si se nace en tiempo que importa serlo.”

Nicolás de Ovando se inclinaba hacia la perversidad. Muchos de sus hechos avalan ese criterio. No se trata de una leyenda negra en su contra, como han pretendido hacer creer algunos falsificadores de la verdad histórica.

Está demostrado que Ovando gestionó que se hiciera institucional el reparto de indios en favor de los españoles (la encomienda), para lo cual fue complacido por la reina Isabel la Católica mediante una Real provisión firmada el 20 de diciembre de 1503.

El historiador mexicano Fernando Benítez, al referirse a esa labor del gobernador colonial, puntualizó lo siguiente: “Ovando aterrorizaba a los indios. Los repartía entre los españoles y al que más oro o comida obtenía le daba más esclavos; a los que rendían poco, les quitaba la encomienda.”(1992: ¿Qué celebramos, qué lamentamos? P.54)

También logró de Isabel la Católica la autorización para que trajeran aquí a miles de esclavos negros, con unas especificaciones que luego fueron reveladas por el bellaco funcionario colonial (juez de residencia, etc.) Alonso de Zuazo, en una carta fechada en enero de 1518.

Valga la digresión para decir que la reina referida está en proceso de beatificación desde 1958. En el 1974 fue declarada “sierva de Dios.”

Ovando forma parte destacada de la galería de los personajes más siniestros de la era colonial española en América. Les hace compañía, entre muchos otros, a Francisco de Galay y Juan de Esquivel (Jamaica); Alvar Núñez Cabeza de Vaca (Paraguay), Diego Velázquez (Cuba), Juan Ponce de León (Puerto Rico), Francisco Pizarro (Perú), Hernán Cortés (México), Alonso de Ojeda (Venezuela), Pedrarias Dávila (istmo de Panamá); todos responsables de masacres de personas por lo común vulnerables.

Abundan las crónicas del pasado sobre las acciones de Ovando, las cuales permiten ubicarlo con prominencia en dicha nómina de infames.

Bartolomé de las Casas, uno de sus acompañantes en el viaje de 1502, (estuvo durante un tiempo a su servicio) y quien vivió durante 8 años en la isla que ocupan la República Dominicana y Haití, escribió al referirse a la matanza de Jaragua, que:

“…el ejército de Ovando, con lanzas, espadas y mosquetes, se lanzó sobre la multitud indefensa, al mismo tiempo que le ponían fuego a la cabaña.”

Sobre el horror de los crímenes perpetrados en el cacicazgo de Higüey, incluyendo el ahorcamiento de la cacica Higuanamá, el referido cronista colonial consignó con la sintaxis de la época lo siguiente: “…yo vide quemar vivas y despedazar o atormentar por diversas y nuevas maneras de muerte o tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron.” (Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Bartolomé de las Casas.)

Contra Ovando se abrió aquí un Juicio de Residencia, luego de estar morando en España. Para ello el rey Fernando II emitió una cédula real en la ciudad de Valladolid, fechada el 15 de noviembre de 1509.

En un ensayo titulado El pleito Ovando-Tapia, publicado en el 1978, el historiador Emilio Rodríguez Demorizi hace una amplia descripción de ese sonado caso de la jurisprudencia colonial.

El resumen de ese litigio es que Ovando le confiscó al comerciante español Cristóbal Tapia un amplio terreno con vista a la ría del Ozama, sobre el cual construyó un edificio para la llamada Casa de Contratación. La sentencia, dictada el 23 de enero de 1510, fue a favor de Tapia. En ese edificio colonial está desde hace décadas el Museo de las Casas Reales.

Compendiando se puede afirmar que la historia del gobernador colonial Nicolás de Ovando tiene de manera abultada un saldo negativo. Sus hechos de gobierno así permiten decirlo en esta breve crónica.

 

 

 

 

sábado, 8 de octubre de 2022

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (2 DE 3)

 

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (2 DE 3) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

El gobernador colonial Nicolás de Ovando (que lo era de la isla Española y de todas las Indias) fue el primero en traer a esta parte del mundo negros esclavos. Lo hizo desde España, en el 1502.

Esos cautivos eran llamados ladinos, por su conocimiento del idioma castellano, además de estar “aculturados y cristianizados.”

Ellos fueron la avanzada de los millones que años después serían traídos desde África a este lado del océano Atlántico.

Posteriormente Ovando refunfuñaba enviando comunicaciones a sus superiores en la metrópoli porque los esclavos negros (que ya eran numerosos) huían a los bosques, en claras expresiones de rebeldía. Alegaba que con eso “enseñaban malas costumbres” a los indios.

Esa desobediencia que causaba alarma a Ovando fue el germen de la primera rebelión formal que hicieron los esclavos negros en la isla Española, en una plantación de caña de Diego Colón; de acuerdo al relato del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su obra Historia General y Natural de las Indias. 

Al examinar los documentos que existen sobre sus 7 años dirigiendo el gobierno en la isla Española se comprueba que Ovando tenía de sobra herramientas mentales para ordenar crímenes espantosos a mansalva, para la codicia, para favorecer a sus colaboradores más cercanos y también para mantener a raya a los que pudieran ser sus adversarios.

Para abultar su fortuna personal apartaba para sí importantes cantidades de dinero de los tributos de los habitantes bajo su gobierno. También se hizo dueño de casas, solares, hatos ganaderos, trapiches, grandes retales de tierra para cultivos diversos, minas de oro, etc.

En la Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias que se hizo en el 1680 se estableció sin ningún rodeo que “el derecho de alcabala pertenece al rey y se manda cobrar en las indias”; pero es evidente que en el caso del gobierno de  Ovando (1502-1509) había facilidades para que él se cebara.

Pero su huella como gobernante también quedó fijada fundando pueblos de un extremo a otro de la isla. A su tarea de constructor se debe, por ejemplo, el perfil arquitectónico de la zona más antigua de la ciudad de Santo Domingo.

La capital dominicana fue originalmente fundada por Bartolomé Colón en la ribera oriental del río Ozama, el 5 de agosto de 1498.

Esa entonces pequeña población estaba formada básicamente por unas decenas de chamizos, pero luego de uno de los acostumbrados ciclones que azotan la zona del Caribe quedó tan maltrecha que un día cualquiera del 1503  Nicolás de Ovando ordenó su traslado al margen occidental de dicho río.

A partir de esa decisión comenzó el proceso de construcción de obras como el hospital san Nicolás de Bari, considerado el primero de América. En fin, la ciudad de Santo Domingo cambió el pobre paisaje arquitectónico que tenía hasta que Ovando arribó a ella el 15 de abril de 1502, en la nao Santa María de la Antigua, al frente de una armada de 32 embarcaciones.

Varios de los edificios cuya construcción fue ordenada por Ovando, con paredes y techos de piedra, aplicando las técnicas de cantería, siguen en pie después de más de 500 años.

Por esa faceta de su vida fue calificado como “el verdadero colonizador y uno de los hombres más extraordinarios que ha pasado por América.”(Historia de la Cultura Dominicana.P.113.Mariano Lebrón Saviñón).

Entre los pueblos que ordenó fundar Ovando cabe mencionar San Juan de la Maguana, Azua, Puerta Plata,  Higüey, Cotuí, El Seibo y San Cristóbal, en el hoy territorio dominicano; así como  Bayajá, Yaguana, Jacmel, Cabo Haitiano, Hincha y Les Cayes, en la parte que ahora es la República de Haití. 

Varios de esos pueblos, llamados por algunos como ovandinos, tenían el mayor movimiento portuario del Caribe insular. Santo Domingo y Puerto Plata eran  los más activos en el siglo XVI.

Tal vez imbuido por esa actitud de hacedor de pueblos que tenía ese férreo gobernante colonial fue que Joaquín Balaguer, en su poema titulado Nicolás de Ovando, lo califica de “titán creador”, “merecedor de una imperial corona”, pero concluye diciendo que toda la gloria que logró al fundar “once ciudades” la mancilló “al llevar a la horca a Anacaona.” En la Isla inocente, otro de sus poemas, dicho autor puntualizó que: “…después Ovando trajo el martirio.”(Obras Selectas. Tomo III.Pp.370 y 641).

Ovando ostentó el título nobiliario de Comendador de Lares de la Orden Militar  de Alcántara. A partir del 20 de agosto de 1502 fue ascendido a Comendador Mayor de la misma.

Cuando murió, con 51 años de edad, fue enterrado como si hubiera sido un santo varón en el convento de San Benito de la ciudad de Alcántara, en su Extremadura natal.

 

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (1 de 3)

 

OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (1 de 3)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Nicolás de Ovando fue el quinto gobernador general de las Indias. Despachaba los asuntos del gobierno colonial desde la ciudad de Santo Domingo, principal centro poblacional, económico, político, religioso y militar de la isla La Española.

Ese personaje, trascendente en la historia del Caribe insular y más allá, fue designado en dichas funciones mediante un edicto de la Corona española emitido el 3 de septiembre de 1501, en la ciudad de Granada, al sur de España.

Gobernó la segunda isla en extensión del archipiélago caribeño desde el 15 de abril de 1502 hasta el 10 de julio de 1509, cuando fue sustituido por Diego Colón.

Su biografía está llena de detalles interesantes sobre su origen familiar. Nació un día cualquiera del año 1460 en el poblado de Brozas, en una casa con vista al río Salor, uno de los principales afluentes del gran río Tajo, en la provincia de Cáceres, Extremadura.

Muy joven se inclinó por los asuntos militares y religiosos, motivo por el cual ingresó a una de las principales órdenes militares que existían en España, la de Alcántara.

El análisis de los hechos de Ovando como gobernador colonial permite decir que era de mal carácter, despiadado, codicioso y con una visceral inclinación hacia la maldad.

Sus crímenes a mansalva contra miles de indígenas son la más elevada expresión de lo que él fue como autoridad. Actuaba como un déspota.

Dicho lo anterior sabiendo que varias de las biografías edulcoradas sobre él obliteran la sangre de inocentes y resaltan más su faceta de fundador de pueblos y organizador de las estructuras del gobierno colonial, lo cual abordaré en la próxima entrega.

Sustituyó en el referido alto puesto, que colocaría su nombre en la historia de los dos lados del Atlántico, al comendador Francisco de Bobadilla, cuya hermana Beatriz era marquesa de Moya y formaba parte de la corte de la reina Isabel I de Castilla.

Se sabe que Bobadilla, aunque apresó a Cristóbal Colón en el 1500, no tuvo éxito al enfrentar el alzamiento de Francisco Roldán, un rebelde que antes había sido miembro prominente de la corte del rey Fernando, y cuya insurrección tuvo mucho que ver con sus frustradas expectativas de adquirir grandes riquezas.

Roldán, que había sido mayordomo del almirante Colón, incitó a muchos indígenas para que lo acompañaran en el levantamiento que hizo en diferentes puntos de la isla. Eso era inaceptable para la Corona española, por el efecto imitación que provocaría en otros territorios coloniales.

Una de las primeras decisiones de envergadura del gobernador Ovando fue apresar a Roldán y enviarlo de vuelta a España conjuntamente con el ex gobernador Bobadilla. Ambos murieron en días diferentes del mes de julio de 1502, en el canal de La Mona, víctimas de un huracán que azotaba esta zona de América.

 Los cinco cacicazgos en que se dividía la isla llamada por Colón La Española fueron escenarios de espantosos crímenes ordenados por Ovando. Los dos casos más conocidos, por la sevicia, fueron las matanzas de Jaragua e Higüey.

Hizo que en el poblado Jaragua, del cacicazgo de igual nombre, se preparara una fiesta con motivo de su visita. Fue una trampa para asesinar a los indígenas allí congregados.

Al frente de esa siniestra labor designó a su lugarteniente Diego Velásquez. La víctima más conocida de lo que comenzó una tarde de jolgorio fue Anacaona, jefa de aquel cacicazgo, hermana de Bohechío, esposa de Caonabo y tía de Enriquillo, figuras prominentes, como ella, de los taínos.

De la hecatombe de Jaragua pudo escaparse el cacique Guaroa, logrando establecerse en uno de los cerros de la sierra de Bahoruco. Fue acorralado por los españoles. Prefirió suicidarse antes que rendirse, no sin antes cobrar cara su vida, dando de baja a varios de sus perseguidores.

El cacicazgo de Jaragua era el más grande de los cinco en que estaba dividida la isla, a la llegada de los españoles, en el 1492. Su conquista se produjo entre septiembre de 1503 y febrero de 1504. Para lograrlo Ovando empapó de sangre los diversos caseríos distribuidos de un confín a otro del mismo.

El cacicazgo de Higüey, el último bastión de la rebeldía indígena, bajo el mando del cacique Cotubanamá, fue objeto de dos guerras ordenadas por Nicolás de Ovando. Encabezó el grupo de matones el capitán Juan de Esquivel, quien cumplía con gozo criminal las órdenes del principal jefe colonial.

El jurista e historiador higüeyano Amadeo Julián Cedano, en un enjundioso ensayo titulado La conquista de Higüey, en el cual hace acopio de datos bien fundados, señala que la segunda acción sangrienta contra el cacicazgo de Higüey la ordenó Ovando “el verano de 1504…Su duración ha sido estimada en ocho o diez meses, al cabo de los cuales fue apresado Cotubanamá, y ahorcado en la ciudad de Santo Domingo.” (Clío No.182, año 2011.P.30).

Los nativos del cacicazgo de Higüey que pudieron salvarse de las dos guerras ordenadas por Ovando en su contra fueron sometidos a los peores tratos, por seres carentes del más mínimo sentimiento de bondad.

El demógrafo e historiador italiano Massimo Levi Bacci, para citar una voz autorizada que avala lo anterior, señala que: “…la fortaleza de Santo Domingo se construyó con mano de obra originaria de Higüey tras la pacificación del área.”(Los estragos de la conquista: quebranto y declive de los indios de América. Editorial Crítica, Barcelona, 2005).

LOS MONARCAS MÁS LONGEVOS (2 DE 2)

 

LOS MONARCAS MÁS LONGEVOS (2 DE 2) 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Después de los reinados de Luis XIV, en Francia y de Isabel II, en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, corresponde la tercera escala en longevidad como monarca a Bhumibol, en el Reino de Tailandia.

Gobernó por más de 70 años en un país situado en la parte este del sur de Asia, con una extensión superficial superior a los 500 mil kilómetros cuadrados y con más de 60 millones de habitantes.

Su mandato estuvo bajo la cubierta de una monarquía constitucional parlamentaria, lo que no le impidió aplicar poderes absolutos.

Bhumibol Adulyadej (Rama IX) era tailandés, pero su nacimiento se produjo el 5 de diciembre de 1927 en la ciudad de Cambridge, Massachusetts, EE.UU. donde residían sus padres.

El 9 de junio de 1946, cuando sólo tenía 18 años de edad, sucedió a su hermano, el rey Ananda Mahidol. Tomó el testigo del principal puesto de la casa real de Tailandia  con motivo de la nunca aclarada muerte violenta, en su propio lecho, de su antecesor.

Vivió en Suiza parte de su niñez y adolescencia, lo que influyó en él para llevar un estilo de vida a semejanza de la aristocracia europea, convirtiéndose en un asiático occidentalizado amante de la culinaria transalpina, así como del jazz y de la música clásica, con una notoria inclinación hacia el pizzicato de violín, guitarra y violonchelo.

Los portales informativos que almacenan crónicas sobre el reinado de Bhumibol coinciden en señalar que él era un maestro en el arte de dividir a señores feudales, cúpulas militares, altos burócratas y personeros budistas.

Muchos de esos aludidos sujetos eran o aparentaban ser amigos zalameros del rey, quien a su vez ponía en práctica de manera frecuente y con asombrosa habilidad aquel consejo que seguro aprendió del filósofo, abogado e historiador francés Voltaire: “Señor, protégeme de mis amigos, que de mis enemigos me protejo yo mismo.”

En todas las decisiones de alta política ocurridas durante su largo ejercicio del poder supremo él quedaba como árbitro al cual los demás veían como su áncora de salvación.

El periodista inglés Jonathan Head escribió, como colofón de un amplio reportaje sobre Tailandia, que Bhumibol era “una figura de influencia y capaz de traer calma.”

Lo cierto es que aquella era una calma chicha, para mejor decirlo con visual atmosférica, pues detrás de la neutralización de los individuos que él suponía que podían derrocarlo había vientos huracanados y olas encrespadas que sólo Bhumibol controlaba. Lo hacía con la tranquilidad de un jinete experto al cruzar un vado.

En varias de las biografías de Bhumibol se resalta como un punto común que en los primeros años de su reinado puso énfasis en difundir la moral contenida en las milenarias normas del budismo tailandés.

Con eso logró que la mayoría de sus súbditos lo calificaran como un gobernante altruista, modesto y de recto proceder. Por ese juego de ajedrez político no perdió el tren y se quedó en el trono hasta morir, ya longevo.

En realidad Bhumibol practicaba para sí y los suyos el epicureísmo, con el placer material como eje central, con un derroche de lujos que se sufragaban con los elevados ingresos obtenidos del vasallaje y también con sus múltiples inversiones en todos los renglones de la entonces pujante economía tailandesa. Los jugosos contratos que se firmaron durante su largo reinado eran generalmente leoninos.

El reinado de Bhumibol abarcó desde el arriba referido 9 de junio de 1946 hasta el día de su muerte, ocurrida el 13 de octubre del 2016. En consecuencia, estuvo en el solio tailandés 70 años, 4 meses y 4 días.

En esa larga etapa ocurrieron en Tailandia varios golpes militares, crímenes en masa, (por ejemplo, el 6 de octubre de 1976 hubo una hecatombe contra jóvenes estudiantes), robo de los bienes públicos y todo tipo de abusos contra una población atemorizada por leyes que hacían intocables al rey y su familia.

Mantuvo también una permanente maquinaria propagandística, tan efectiva que fijó en el pueblo llano la idea de que el rey estaba ajeno al origen de los males que como plaga de langostas siguen acogotando hoy a los tailandeses.

Durante su largo reinado se fomentó en ese país una sociedad cargada de sordidez y miseria. A pesar de que en el curso de décadas Tailandia fue uno de los motores económicos de Asia.

Una elocuente radiografía de lo anterior se comprueba en uno de los capítulos (desarrollado en la capital de Tailandia) de la novela policíaca titulada Los Pájaros de Bangkok, autoría del escritor español Manuel Vásquez Montalbán.

Bhumibol, vale reiterarlo, tuvo una participación tope en las principales actividades económicas, políticas, militares, sociales y religiosas del referido país. Acumuló una fortuna calculada en decenas de miles de millones de dólares, según varios reportajes que forman parte de las colecciones de Forbes y Bloomberg, medios especializados en finanzas mundiales.