FIESTA DE LAS
LETRAS
POR TEÓFILO
LAPPOT ROBLES
En abril de cada año se celebra en muchos países la
fiesta de la cultura, expresada en libros.
Muchas naciones aprovechan ese mes para incentivar
entre la población el interés por la literatura en sus diferentes
manifestaciones.
En el año 1995 la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el 23 de abril de
cada año como el día dedicado para exaltar a nivel mundial la importancia del
libro.
Es por eso que durante parte de ese mes se hacen
múltiples ferias internacionales del libro en diversos lugares de la tierra.
Los poemas, las novelas, los cuentos, los dramas, los
ensayos y la literatura en sentido general ayudan a lustrar el espíritu de los
lectores, pues ellos contienen parte de la riqueza cultural de los pueblos.
Es pertinente señalar, para hacer honor a la verdad,
que en el país se realizaban ferias de libros varias décadas antes de esa
decisión del órgano cultural de las Naciones Unidas.
La primera feria del libro de la República Dominicana
se celebró el 23 de abril de 1951, bajo la orientación de Julio Postigo, un
religioso, librero y editor que fue referente
cultural en su época.
Esa alta expresión cultural criolla ha continuado y se
ha ampliado, a pesar de que en el pasado tuvo sus altas y bajas e incluso
momentos de letargo.
Sin embargo, gracias a la tenacidad de unos pocos con
visión de futuro, nunca se apagó por completo el interés de fomentar el libro
como fuente del conocimiento.
Al margen de que el escritor ruso León Tolstoi
sostenía que la literatura se encaminaba sola, siempre es importante un
estímulo como el que surge de las ferias de libros.
La decisión de escoger abril de cada año para festejar
las letras universales tuvo como principal motivación el hecho de que en ese
mes fallecieron, en diferentes años, escritores que dejaron huellas permanentes
en la literatura universal.
Ellos fueron Miguel de Cervantes Saavedra, quien murió
el 22 de abril de 1616; William Shakespeare, cuyo óbito ocurrió el 23 de abril
de 1564 y Garcilaso de la Vega, cuyo deceso se produjo el 23 de abril de 1616.
Es oportuno hacer breves pinceladas biográficas y
literarias de cada uno de ellos, a fin de ponerlos en perspectiva y valorar
adecuadamente la decisión tomada por la UNESCO.
Garcilaso de la
Vega
Garcilaso de la Vega, auto apodado El Inca, nació en
lo que hoy es la República del Perú. Era hijo de un conquistador español y una
princesa inca, teniendo como nombre de pila original Gómez Suárez de Figueroa.
Lo más resaltable de su presencia en el mundo de las
letras es que a su manera unió en sus escritos dos culturas que nada tenían en
común.
Su obra titulada Comentarios Reales es fundacional en
lo que se refiere a los relatos indígenas expuestos al mundo desde la óptica de
uno de los suyos. Por eso ha perdurado durante siglos en el interés de los
lectores más acuciosos.
Hay consenso entre los que se han dedicado al estudio
de los primeros trabajos de literatura hispanoamericana en el sentido de que la
referida obra de Garcilaso de la Vega permite tener una aproximación al
sustrato cultural de los pueblos desparramados en la cordillera de los Andes,
antes de la llegada de los conquistadores españoles, quienes fueron modificando
todo lo que allí encontraron con las imposiciones propias de los foráneos que
llegan a un lugar con el poder de la imposición de su poderío militar.
Miguel de
Cervantes Saavedra
La primacía de Miguel de Cervantes Saavedra en las
letras castellanas y más allá está fuera de duda, desde que se dio a conocer
con su primera obra titulada La Galatea, publicada en el lejano 1585.
Así continuó hasta su obra póstuma denominada Los
trabajos de Persiles y Segismundo. Sus Novelas Ejemplares, que abarcan un
amplio abanico de títulos y contenidos, también ocupan un lugar de preeminencia
en su bibliografía.
Pero sin duda la obra que lo inmortalizó fue El
Quijote. Cervantes mismo, al hacer la dedicatoria de esa obra formidable al
Conde de Lemos, escribió que la misma era la indicada para la enseñanza del
castellano.
No pocos ilustrados de su época, y también en fechas
posteriores, estaban de acuerdo con Cervantes de que su afirmación anterior no era
una broma.
Tenían razón, pues el inmortal alcalaíno estaba dotado
de la máxima imaginación creativa que haya podido tener en cualquier tiempo un
novelista y dramaturgo, como lo fue él.
Por ejemplo, en el 1773 el Marqués de Grimaldi, un
activo político y diplomático español de origen italiano, calificó a El Quijote,
la obra fundamental de Cervantes, como: “Gloria del Ingenio español y precioso
depósito de la propiedad y energía del Idioma castellano.”
El Quijote está poblado de cientos de frases impactantes,
citarlas sería muy prolijo, por eso escojo como prueba esta que le dijo a su
fiel escudero: “La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciosos que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se
puede y debe aventurar la vida…”
Aunque Cervantes también era poeta hay que decir que
él estaba consciente de sus limitaciones en esa categoría literaria, y así lo
escribió en su poema El Viaje al Parnaso: “Yo, que siempre trabajo y me
desvelo/por parecer que tengo de poeta/la gracia que no quiso darme el cielo…”
William Shakespeare
William Shakespeare es tal vez el más grande escritor
de lengua inglesa, al margen de algunos ripios que de sus manuscritos se han
divulgado a través del tiempo.
No hay certeza del día de su nacimiento, aunque sí se
sabe que nació en la ciudad inglesa de Stratford, a un costado del río Avon.
El recuento histórico de esa tierra del medio oeste
inglés recoge que en la época en que nació allí Shakespeare su población tenía una
notable actividad cultural, con profesores que iban a impartir docencia desde las
grandes ciudades de Oxford y Cambridge.
Ese fue el escenario donde abrió por primera vez sus
ojos el poeta y dramaturgo autor de obras tan famosas como Romeo y Julieta,
Julio César, El Mercader de Venecia, Hamlet y las alegres comadres de Windsor,
El rey Lear y Macbeth, entre muchas otras.
Varios siglos atrás se decía que para terminar algunos
de sus libros contó con la colaboración de manos ocultas, pero nunca nadie ha
podido probar esas conjeturas que se pierden en el movedizo campo de la más
grotesca especulación.
Lo que nadie ha podido negar es que con sus obras
dramáticas se abrió una etapa de pasión en el teatro de la Europa de entonces.
Esa hazaña literaria de Shakespeare, con categoría de
axioma, fue calificada por la educadora dominicana Camila Henríquez Ureña como
“una actitud ni necia ni modesta, sino revolucionaria.”(Obras y Apuntes p.98.)
A contradecir esa verdad no se atrevieron ni siquiera
las muchas cabezas pequeñas de alcance limitado que por mucho tiempo osaron emitir opiniones
destempladas en contra de la vasta producción literaria de Shakespeare.
El humanista Pedro Henríquez Ureña, después de
sostener que “de Shakespeare sabemos no pocos”, escribió desde Buenos Aires,
Argentina, el 10 de septiembre de 1939, que “era probablemente católico; pero
bajo el reinado de Isabel había que mantener secreta la fe románica.”
Permitido sea decir que en el caso de Shakespeare,
como en el de Cervantes y otros autores importantes, su vida y su obra
literaria van a la par en el interés de los lectores. Es una fascinación
curiosa que trasciende estilo y contenido de sus partos ora en prosa, ora en
versos.
Ahora se está celebrando aquí la edición 24 de la
feria internacional del libro de Santo Domingo, con la participación de
escritores y expositores extranjeros y dominicanos.
Está dedicada a dos importantes figuras del micromundo
de las letras dominicanas: Carmen Natalia Martínez Bonilla y Pedro Peix.
Carmen Natalia
Hay que consignar brevemente que Carmen Natalia (nunca
usó sus apellidos en sus obras literarias) fue una poeta petromacorisana. También
incursionó con éxito creativo en obras inspiradas en el milenario teatro
trágico griego.
Ella tuvo que apurar el trago amargo del exilio, donde
una parte importante de su producción literaria fue conocida primero que en su
tierra natal.
En su Antología Poética Dominicana, un acontecimiento
cultural dominicano en el año 1945, el crítico literario Pedro René Contín
Aybar impulsó de cara al público lector su figura literaria, al clasificarla
como parte de “los cimeros entre muchos otros jóvenes poetas.”
Sobre la sobresaliente personalidad literaria de
Carmen Natalia, fallecida el 6 de enero de 1976, cuando sólo tenía 58 años de
edad, escribió el culto médico, poeta y ensayista Mariano Lebrón Saviñón quien
resaltó su poesía calificándola de “alta categoría” y la colocó a la altura de
figuras literarias latinoamericanas como Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou
y Delmira Agustini.
Es altamente demostrativo de su gran calidad poética
su poema titulado Una tarde sin sol en tu cabaña, cuyos tres últimos versos lo
dicen todo: “…un suspiro, un recuerdo y una lágrima,/toda una vida y toda una
tragedia/una tarde sin sol en tu cabaña.”
Pedro Peix
Pedro Peix fue un poeta, cuentista, novelista, crítico
literario, abogado, ensayista y antologista. Falleció el 11 de diciembre del
2015, a los 63 años de edad.
Su pluma fue un estilete que no pocas veces introdujo
en la purulencia sobre hechos de extrema violencia cometidos por gobiernos de
fuerza. Entre sus cuentos más leídos y comentados está Responso para un Cadáver
sin Flores.
Su hermana Patricia de Moya fue justa y objetiva
cuando definió a Pedro Peix como “un tremendo rebelde, una pluma fuerte, que se
dedicó de lleno al desarrollo y profundización de la lectura y la escritura
literaria.”
Después de la desgracia colectiva de la Covid-19, que
todavía no ha desaparecido, hay que celebrar con más entusiasmo que antes esa
fiesta de las letras que es la vigésimocuarta edición de la Feria Internacional
del Libro de Santo Domingo.
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