sábado, 5 de diciembre de 2020

GASTÓN FERNANDO DELIGNE Y EDMOND LAFOREST, POETAS SUICIDAS

 

SUICIDIOS HISTÓRICOS (IV): GASTÓN FERNANDO DELIGNE Y  EDMOND  LAFOREST, DOS POETAS ANTILLANOS

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Gastón F. Deligne

Gastón Fernando Deligne Figueroa, el gran poeta capitaleño que fue asimilado como petromacorisano, se suicidó el 18 de enero de 1913 en San Pedro de Macorís, ciudad conocida como la Sultana del Este.

Nació  en la ciudad de Santo Domingo el 23 de octubre de 1861. Al suicidarse tenía 51 años de edad. Cuando bajó al sepulcro se le reputaba como una de las más prominentes figuras de las letras dominicanas.

Cuando murió era, sin duda, uno de los dominicanos más cultos de su época y se encontraba en la cúspide de su madurez como escritor.  

Deligne fue también un crítico literario de fuerte gravitación en el micro mundo cultural que se vivía en la convulsa primera década del siglo veinte dominicano. Se reconoce que fue un gran políglota, traduciendo al español obras en latín, inglés, francés e italiano.

Era un niño cuando murió su padre, un ciudadano francés que fracasó en varios negocios que intentó desarrollar, como también le ocurrió a él después.  Al carecer su madre de bienes materiales los tres hermanos quedaron en indefensión económica ante el óbito de su progenitor.

Esa situación de precariedad extrema de la familia Deligne Figueroa impulsó al sacerdote católico Francisco Xavier Billini a ofrecerle educación gratuita en su colegio Juan Luis Gonzaga al mayor de los hermanos, que era Gastón.

En el libro-enciclopedia titulado Historia de la Cultura Dominicana se recoge como información verídica que el ilustre vate Gastón Fernando Deligne se suicidó “…cuando la lepra mordió sus carnes, tras haber visto morir despedazándose por esta misma enfermedad, a su hermano Rafael.”1 

Se comprende la desesperación que lo invadió al verse afectado por el mismo mal de la lepra, entonces sin cura, que diez años y meses antes (29 de abril de 1902) había acabado en forma miserable con la vida de su referido hermano menor (25 de julio de 1863); aquel a quien ante su tumba le dijo “ya has cavado hondo surco, ve a dormir labrador.”

Desde hace más de 100 años se están publicando diferentes escritos (tesis, ensayos, artículos, crónicas, etc.) sobre la producción literaria y obras de no ficción de Gastón Fernando Deligne.

Hacer mención de algunos de esos trabajos, aunque sea ligeramente, no es posible, por razones de espacio, en estos breves comentarios.

Pero la marca de Gastón F. Deligne en las letras dominicanas no podemos disociarla de lo que en el 1908 (con ligera revisión en el año 1946) dijo de su obra el eminente Pedro Henríquez Ureña, quien luego de desechar lo que llamó “inútil hojarasca” se refirió a él como un “poeta íntegro, real y magnífico.”

El sabio dominicano de fama mundial reconoció que a la poesía de Deligne “le falta un punto para ser poesía perfecta”, pero al mismo tiempo le dio el crédito de ser “un poeta correcto y elegante…Espíritu sagaz y grave…dueño de una fina sensibilidad…aforista de preocupaciones morales…germen de poeta humanista…toda su labor implica esfuerzo de síntesis.”2  

Es importante señalar que Gastón F. Deligne estaba considerado desde las últimas décadas del siglo19 como uno de los integrantes de lo que se denominó por un largo tiempo “los tres dioses mayores de la poesía dominicana.”

Los otros dos eran Salomé Ureña de Henríquez y José Joaquín Pérez. Ella, con mayor calidez emotiva en sus poemas; y el autor de la clásica obra en las letras criollas titulada Fantasías Indígenas con un nivel superior en las líneas que trazan la dramaturgia contenida en sus textos poéticos.

El reconocido historiador de las ideas y filólogo español Marcelino Menéndez y Pelayo hace entusiasta referencia de los dos últimos autores mencionados. Lo expresa en el primer tomo de su libro Historia de la Poesía Hispano-Americana; cuyo capítulo dedicado a Santo Domingo arranca así: “La isla Española….a quien el cielo pareció conceder en dote la belleza juntamente con la desventura.”

El citado poeta y crítico literario no conoció la producción lírica de Deligne, pero al revisar y ampliar su referida obra, y basándose en la investigación hecha por Pedro Henríquez Ureña, puso una nota a pie de página para resaltar que es “Gastón F. Deligne el más notable de los ingenios de su generación.”3

En la semblanza literaria que escribió sobre Gastón Fernando Deligne, el crítico literario Joaquín Balaguer no desperdició oportunidad para descalificar el conjunto de su obra. Puso de ejemplo el poema Ritmos, dedicado a su hermano Rafael, también poeta, con motivo de su muerte.

Dice el mencionado ensayista que en Deligne se observa más “al racionalista que se empeñó en reducir a fórmulas inflexibles el contenido del corazón humano.” Y añade que “la obra poética de Gastón Deligne se caracteriza por su irregularidad desconcertante”; atribuyéndole a su inspiración poética sufrir “repentinamente eclipses pasajeros…”4

 

Sin importar el criterio que cada comentarista haya expuesto sobre su obra, lo cierto es que las fibras patrióticas de Deligne no pueden ser puestas en mejor contexto que al recordar su poema Arriba el Pabellón, donde al referirse al sagrado lienzo tricolor dominicano plasmó estos encendidos versos: “¡Qué linda en el tope estás, dominicana bandera! Quién te viera, quien te viera, más arriba, mucho más…!”5 

El compromiso de Gastón F. Deligne con el destino político del país quedó de manifiesto en múltiples ocasiones.

Alcanzó un peldaño elevado con su poema Ololoi, el cual fue publicado días antes de cumplirse una década del tiranicidio que terminó con el régimen de opresión de Ulises Heureaux (Lilís).

Aunque no menciona a Lilís por su nombre es obvio que todo el discurrir de esa especie de catilinaria envuelta en poesía se refiere a dicho déspota.

Es evidente que el contenido de Ololoi puede proyectarse hacia otros personajes que dirigieron el país en forma dictatorial (Santana, Báez, Trujillo).

Ellos, al igual que el sátrapa que cayó en Moca el 26 de julio de 1899, también fueron de “un temple felino y zorruno, halagüeño y feroz todo en uno…”, como escribió Deligne en Ololoi.

El insigne poeta dominicano alude, en la referida pieza literaria, a aquellos que una vez encaramados en el lomo de la llamada Cosa Pública se hacen dueños “de todo y de todos.”

Debe ser un mensaje de permanente recordación en la memoria colectiva del pueblo dominicano esta lapidaria expresión de Deligne: “¡Y ha caído el coloso al empuje de un minuto y dos onzas de plomo.”!6

Al margen de las disonancias entre críticos literarios me permito expresar que Gastón F. Deligne tenía un manejo excelente de las coordenadas definitorias del movimiento literario conocido como el Romanticismo. Decenas de poemas salidos de su caletre de poeta superior así lo demuestran.

Señalo un verso de su poesía titulada “Subjetiva” como simple prueba de lo dicho arriba: “Cuando prende en dos almas el cariño, su ojo apagado entre la sombra acecha; y brilla-cuando en una se confunden,-como un botón de fuego en las tinieblas.”7

En su obra titulada Páginas Olvidadas hay una parte considerable de su producción literaria, así como fracciones de su cosecha de contenido político, que fueron divulgadas en diferentes periódicos y revistas dominicanas y de otros países vecinos (por ejemplo en el que fuera el famoso magacín Cuba Literaria, de la ciudad de Santiago de Cuba).

En ese libro descubren los lectores muchas de las cualificaciones que poseía Gastón F. Deligne como escritor y hombre pensante, pero también aflora el gran dominio que en la época de su esplendor llegó a tener en el mundo cultural dominicano.

Páginas Olvidadas es como la síntesis, en forma de recopilación, que recoge sus criterios sobre los diversos movimientos literarios que estaban en boga en el mundo antes de la irrupción del dadaísmo de Tristan Tzara y Hugo Ball, que él no conoció porque surgió en Europa un año después de su suicidio.

 

 En dicha obra están, además, sus opiniones, controversiales o no, sobre diversos escritores criollos y extranjeros; sus sesudas críticas literarias, a veces mordaces;  sus conceptos sobre la importancia de la cultura para el desarrollo de los pueblos, así como anécdotas, sátiras criollas y sus opiniones sobre el tejemaneje de la política dominicana.8 

 

Edmond Laforest

 

El 17 de octubre de 1915 (dos meses y pocos días después de la ocupación de su país natal, por la soldadesca americana) el poeta, dramaturgo, educador y periodista haitiano Edmond Laforest se suicidó lanzándose a una piscina con un grueso diccionario atado a su cuello, toda una simbología, quizá única entre las muchas maneras de cometer suicidio. 

Esa decisión de suprimir su existencia terrenal tal vez fue porque se sintió asfixiado por el cargado ambiente de humillación que se vivía entonces en Haití, el más empobrecido pueblo de América Latina.

Describir a Haití como lo que es no es ni por asomo ninguna llamada “narrativa negativa.” Son los organismos internacionales quienes colocan en índices rojos a ese vecino país.

Tal vez, por diferentes motivos que se pueden explicar desde el campo de la indolencia, una gran parte de responsabilidad para que así sea la tienen diversas élites de Haití que no les importa el destino de las masas hambreadas que allí mal viven.

Para Laforest, que no llevó una vida silenciosa, era una situación muy complicada observar las tropelías que cometían soldados invasores contra el pueblo del que él formaba parte.

Las permanentes crisis económicas, políticas, militares y sociales que siempre ha padecido el pueblo haitiano, con sus lógicas repercusiones en el ámbito cultural,  no han impedido que el nombre de Edmond Laforest se mantenga presente, por su calidad, en el pequeño universo de las letras de esa nación vecina a la República Dominicana.

A propósito de comentar brevemente la vida y la muerte de Edmond Laforest es pertinente decir que las letras haitianas tienen su lugar importante en la literatura caribeña.

Muchos de los escritores, poetas, religiosos, historiadores, artistas, así como hombres y mujeres de pensamiento nacidos en Haití también han sido grandes combatientes por la libertad de su tierra. Así lo consigna su larga historia de luchas sociales.

Cuando se penetra, aunque sea por curiosidad de aficionado, en la cantera de las letras de esta zona del mundo surgen a borbotones decenas de nombres de escritores del país más cercano al nuestro.

Si bien es indiscutible que en el centro del trono de la poesía haitiana está la figura ilustre de Jacques Roumain, el también célebre ideólogo político que en su tierra le dio perfiles con características particulares al marxismo, y que escribió desde hermosas páginas surrealistas hasta densos ensayos sobre sus reflexiones políticas, sin soslayar temas propios del folclor de su país; no menos cierto es que antes y después de él otros compatriotas suyos también dejaron su impronta en las letras y las luchas políticas y sociales.

Ese es el caso, por ejemplo, de Edmond Laforest, perteneciente a una generación anterior a la de Roumain.

Laforest nació el 20 de junio de 1876 en la ciudad de Jérémie, en el suroeste de Haití, situada en un recodo marino del Departamento de Grand Ansé. Es famosa por los muchos acontecimientos históricos que allí se han desarrollado a lo largo de cinco siglos.

En Jérémie comenzó, el 25 de marzo de 1762, la saga de la mundialmente famosa familia Dumas. También nacieron en esa tierra bañada por el mar el periodista, poeta, escritor y dramaturgo René Philoctéte y otros poetas que forman parte destacada del parnaso haitiano.

La vida de Laforest fue breve, pero dejó en su tierra semillas como cápsulas seminales para que otros continuaran lo que fue su activismo para hacer de aquella sociedad algo diferente de lo que era en su época.

Como periodista fue un formidable crítico de los políticos haitianos de todos los pelajes que a finales del siglo 19, y a comienzos del siglo pasado, mantenían en jaque a las instituciones de ese país, fomentando crisis en cadena por ambiciones personales y grupales.

En el 1901 Laforest publicó un libro titulado Poemas Melancólicos. Lo escribió bajo el influjo de una elevada inspiración lírica, expresando en cada verso la versatilidad de sus pasiones, con una nítida descripción de su entorno, dejando filtrar en ellos desazón y no poca tristeza por la cruda realidad que vivía.9

Al tiempo que combatía los desafueros de una clase política indolente, Edmond Laforest continuaba solitariamente escribiendo y puliendo su buen quehacer literario.

Fruto de esa paciente labor publicó en el 1909 una obra pequeña, pero de un hondo contenido emocional. La tituló “La última hada. Fantasía en versos” (La derniére fée. Fantaise en vers).10

Ese fue uno de los partos literarios de Edmond Laforest que lo colocaron bien fijo en el panteón de las letras haitianas, en los primeros años del siglo pasado.

Cuando se analiza el conjunto de su obra se comprueba que él logró lo que el gran dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español Lope de Vega Carpio definió con gran acierto como “la pintura de las costumbres.”

Una de sus últimas publicaciones, editada en el 1912 en París, con el título “Cenizas y Llamas” (Cendres et Flammes) le dio un gran impulso para que se le reconociera como un formidable escritor atento a la realidad social, económica y política de su país.11

En esa obra se capta que Laforest hizo una simbiosis de su condición de poeta y su manejo del lenguaje periodístico, simplificando lo que es la formalidad de un tema como el que él trató en ella, sin desdeñar los valores artísticos que debe contener toda producción literaria de ese género.

Cuando el 28 de julio de 1915 cientos de soldados estadounidenses desembarcaron en la bahía de Puerto Príncipe, por órdenes del presidente  Woodrow Wilson, para controlar de manera directa todos los poderes en Haití (hasta el 15 de agosto de 1934) fecha en la cual decidieron irse para seguir gobernando por otros medios, el periodista, poeta, educador y escritor Laforest les plantó cara.

Desde su sencillo pero combativo periódico La Patria no cesó en condenar a los invasores estadounidenses, que en connivencia con grupos internos machacaban la dignidad y la soberanía de su desafortunado país.

Al mismo tiempo Edmond Laforest, hay que repetirlo, se reiteraba en su firme y reconocida postura de culpar también a los grupos políticos y económicos haitianos por sus luchas de intereses. Son  sujetos privilegiados a los cuales no les ha importado nunca la suerte del pueblo llano, con el cual coexisten pero que no se sienten parte del mismo y sólo usan una retórica hueca, fuera y dentro de sus fronteras, para confundir y sorprender a incautos.

Bibliografía:

1-Historia de la Cultura Dominicana.Impresora Amigo del Hogar, 2016.P298. Mariano Lebrón Saviñón.

2-Obras Completas.Tomo II.Estudios literarios.Editora Universal, 2003.Pp35-43.Pedro Henríquez Ureña.

3-Historia de la poesía hispano-americana.www.Cervantesvirtual.com.Pp219-246. Marcelino Menéndez y Pelayo.

4-Ensayos literarios.Tomo II.Editora  Corripio, 2006.Pp377-445.Joaquín Balaguer.

5-Arriba el Pabellón. Poema. Gastón Fernando Deligne.

6-Ololoi. Poema.8 de julio de 1909. Gastón Fernando Deligne.

7-Subjetiva. Galaripsos, poesía,1908. Gastón Fernando Deligne.

8-Páginas Olvidadas. Reeditada por la Universidad Central del Este en el 1982. Gastón F. Deligne.

9- Poemas Melancólicos. Publicación del año1901. Edmond Laforest.

10-La última hada. Fantasía en versos. Publicado en el 1909. Edmond Laforest.

11-Cenizas y Llamas. Publicado en el 1912. Edmond Laforest.

Publicado el 5-diciembre-2020. www.diariodominicano.com

 

 

 

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