SUICIDIOS HISTÓRICOS (IV): GASTÓN FERNANDO DELIGNE Y EDMOND
LAFOREST, DOS POETAS ANTILLANOS
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Gastón F. Deligne
Gastón Fernando Deligne Figueroa, el gran poeta
capitaleño que fue asimilado como petromacorisano, se suicidó el 18 de enero de
1913 en San Pedro de Macorís, ciudad conocida como la Sultana del Este.
Nació en la
ciudad de Santo Domingo el 23 de octubre de 1861. Al suicidarse tenía 51 años
de edad. Cuando bajó al sepulcro se le reputaba como una de las más prominentes
figuras de las letras dominicanas.
Cuando murió era, sin duda, uno de los dominicanos más
cultos de su época y se encontraba en la cúspide de su madurez como escritor.
Deligne fue también un crítico literario de fuerte
gravitación en el micro mundo cultural que se vivía en la convulsa primera
década del siglo veinte dominicano. Se reconoce que fue un gran políglota,
traduciendo al español obras en latín, inglés, francés e italiano.
Era un niño cuando murió su padre, un ciudadano francés
que fracasó en varios negocios que intentó desarrollar, como también le ocurrió
a él después. Al carecer su madre de
bienes materiales los tres hermanos quedaron en indefensión económica ante el
óbito de su progenitor.
Esa situación de precariedad extrema de la familia
Deligne Figueroa impulsó al sacerdote católico Francisco Xavier Billini a
ofrecerle educación gratuita en su colegio Juan Luis Gonzaga al mayor de los
hermanos, que era Gastón.
En el libro-enciclopedia titulado Historia de la
Cultura Dominicana se recoge como información verídica que el ilustre vate Gastón
Fernando Deligne se suicidó “…cuando la lepra mordió sus carnes, tras haber
visto morir despedazándose por esta misma enfermedad, a su hermano Rafael.”1
Se comprende la desesperación que lo invadió al verse
afectado por el mismo mal de la lepra, entonces sin cura, que diez años y meses
antes (29 de abril de 1902) había acabado en forma miserable con la vida de su
referido hermano menor (25 de julio de 1863); aquel a quien ante su tumba le
dijo “ya has cavado hondo surco, ve a dormir labrador.”
Desde hace más de 100 años se están publicando
diferentes escritos (tesis, ensayos, artículos, crónicas, etc.) sobre la
producción literaria y obras de no ficción de Gastón Fernando Deligne.
Hacer mención de algunos de esos trabajos, aunque sea
ligeramente, no es posible, por razones de espacio, en estos breves
comentarios.
Pero la marca de Gastón F. Deligne en las letras dominicanas
no podemos disociarla de lo que en el 1908 (con ligera revisión en el año 1946)
dijo de su obra el eminente Pedro Henríquez Ureña, quien luego de desechar lo
que llamó “inútil hojarasca” se refirió a él como un “poeta íntegro, real y
magnífico.”
El sabio dominicano de fama mundial reconoció que a la
poesía de Deligne “le falta un punto para ser poesía perfecta”, pero al mismo
tiempo le dio el crédito de ser “un poeta correcto y elegante…Espíritu sagaz y
grave…dueño de una fina sensibilidad…aforista de preocupaciones morales…germen
de poeta humanista…toda su labor implica esfuerzo de síntesis.”2
Es importante señalar que Gastón F. Deligne estaba
considerado desde las últimas décadas del siglo19 como uno de los integrantes
de lo que se denominó por un largo tiempo “los tres dioses mayores de la poesía
dominicana.”
Los otros dos eran Salomé Ureña de Henríquez y José
Joaquín Pérez. Ella, con mayor calidez emotiva en sus poemas; y el autor de la
clásica obra en las letras criollas titulada Fantasías Indígenas con un nivel
superior en las líneas que trazan la dramaturgia contenida en sus textos
poéticos.
El reconocido historiador de las ideas y filólogo
español Marcelino Menéndez y Pelayo hace entusiasta referencia de los dos últimos
autores mencionados. Lo expresa en el primer tomo de su libro Historia de la Poesía
Hispano-Americana; cuyo capítulo dedicado a Santo Domingo arranca así: “La isla
Española….a quien el cielo pareció conceder en dote la belleza juntamente con
la desventura.”
El citado poeta y crítico literario no conoció la
producción lírica de Deligne, pero al revisar y ampliar su referida obra, y basándose
en la investigación hecha por Pedro Henríquez Ureña, puso una nota a pie de
página para resaltar que es “Gastón F. Deligne el más notable de los ingenios
de su generación.”3
En la semblanza literaria que escribió sobre Gastón
Fernando Deligne, el crítico literario Joaquín Balaguer no desperdició
oportunidad para descalificar el conjunto de su obra. Puso de ejemplo el poema
Ritmos, dedicado a su hermano Rafael, también poeta, con motivo de su muerte.
Dice el mencionado ensayista que en Deligne se observa
más “al racionalista que se empeñó en reducir a fórmulas inflexibles el
contenido del corazón humano.” Y añade que “la obra poética de Gastón Deligne
se caracteriza por su irregularidad desconcertante”; atribuyéndole a su
inspiración poética sufrir “repentinamente eclipses pasajeros…”4
Sin importar el criterio que cada comentarista haya
expuesto sobre su obra, lo cierto es que las fibras patrióticas de Deligne no
pueden ser puestas en mejor contexto que al recordar su poema Arriba el
Pabellón, donde al referirse al sagrado lienzo tricolor dominicano plasmó estos
encendidos versos: “¡Qué linda en el tope estás, dominicana bandera! Quién te
viera, quien te viera, más arriba, mucho más…!”5
El compromiso de Gastón F. Deligne con el destino
político del país quedó de manifiesto en múltiples ocasiones.
Alcanzó un peldaño elevado con su poema Ololoi, el
cual fue publicado días antes de cumplirse una década del tiranicidio que
terminó con el régimen de opresión de Ulises Heureaux (Lilís).
Aunque no menciona a Lilís por su nombre es obvio que
todo el discurrir de esa especie de catilinaria envuelta en poesía se refiere a
dicho déspota.
Es evidente que el contenido de Ololoi puede
proyectarse hacia otros personajes que dirigieron el país en forma dictatorial
(Santana, Báez, Trujillo).
Ellos, al igual que el sátrapa que cayó en Moca el 26
de julio de 1899, también fueron de “un temple felino y zorruno, halagüeño y
feroz todo en uno…”, como escribió Deligne en Ololoi.
El insigne poeta dominicano alude, en la referida
pieza literaria, a aquellos que una vez encaramados en el lomo de la llamada
Cosa Pública se hacen dueños “de todo y de todos.”
Debe ser un mensaje de permanente recordación en la
memoria colectiva del pueblo dominicano esta lapidaria expresión de Deligne: “¡Y
ha caído el coloso al empuje de un minuto y dos onzas de plomo.”!6
Al margen de las disonancias entre críticos literarios
me permito expresar que Gastón F. Deligne tenía un manejo excelente de las
coordenadas definitorias del movimiento literario conocido como el
Romanticismo. Decenas de poemas salidos de su caletre de poeta superior así lo
demuestran.
Señalo un verso de su poesía titulada “Subjetiva” como
simple prueba de lo dicho arriba: “Cuando prende en dos almas el cariño, su ojo
apagado entre la sombra acecha; y brilla-cuando en una se confunden,-como un
botón de fuego en las tinieblas.”7
En su obra titulada Páginas Olvidadas hay una parte considerable
de su producción literaria, así como fracciones de su cosecha de contenido
político, que fueron divulgadas en diferentes periódicos y revistas dominicanas
y de otros países vecinos (por ejemplo en el que fuera el famoso magacín Cuba
Literaria, de la ciudad de Santiago de Cuba).
En ese libro descubren los lectores muchas de las
cualificaciones que poseía Gastón F. Deligne como escritor y hombre pensante,
pero también aflora el gran dominio que en la época de su esplendor llegó a
tener en el mundo cultural dominicano.
Páginas Olvidadas es como la síntesis, en forma de
recopilación, que recoge sus criterios sobre los diversos movimientos
literarios que estaban en boga en el mundo antes de la irrupción del dadaísmo
de Tristan Tzara y Hugo Ball, que él no conoció porque surgió en Europa un año
después de su suicidio.
En dicha obra
están, además, sus opiniones, controversiales o no, sobre diversos escritores
criollos y extranjeros; sus sesudas críticas literarias, a veces mordaces; sus conceptos sobre la importancia de la
cultura para el desarrollo de los pueblos, así como anécdotas, sátiras criollas
y sus opiniones sobre el tejemaneje de la política dominicana.8
Edmond Laforest
El 17 de octubre
de 1915 (dos meses y pocos días después de la ocupación de su país natal, por
la soldadesca americana) el poeta, dramaturgo, educador y periodista haitiano
Edmond Laforest se suicidó lanzándose a una piscina con un grueso diccionario
atado a su cuello, toda una simbología, quizá única entre las muchas maneras de
cometer suicidio.
Esa decisión de
suprimir su existencia terrenal tal vez fue porque se sintió asfixiado por el
cargado ambiente de humillación que se vivía entonces en Haití, el más
empobrecido pueblo de América Latina.
Describir a
Haití como lo que es no es ni por asomo ninguna llamada “narrativa negativa.”
Son los organismos internacionales quienes colocan en índices rojos a ese
vecino país.
Tal vez, por
diferentes motivos que se pueden explicar desde el campo de la indolencia, una
gran parte de responsabilidad para que así sea la tienen diversas élites de
Haití que no les importa el destino de las masas hambreadas que allí mal viven.
Para Laforest,
que no llevó una vida silenciosa, era una situación muy complicada observar las
tropelías que cometían soldados invasores contra el pueblo del que él formaba
parte.
Las permanentes
crisis económicas, políticas, militares y sociales que siempre ha padecido el
pueblo haitiano, con sus lógicas repercusiones en el ámbito cultural, no han impedido que el nombre de Edmond
Laforest se mantenga presente, por su calidad, en el pequeño universo de las
letras de esa nación vecina a la República Dominicana.
A propósito de
comentar brevemente la vida y la muerte de Edmond Laforest es pertinente decir
que las letras haitianas tienen su lugar importante en la literatura caribeña.
Muchos de los
escritores, poetas, religiosos, historiadores, artistas, así como hombres y
mujeres de pensamiento nacidos en Haití también han sido grandes combatientes
por la libertad de su tierra. Así lo consigna su larga historia de luchas
sociales.
Cuando se
penetra, aunque sea por curiosidad de aficionado, en la cantera de las letras
de esta zona del mundo surgen a borbotones decenas de nombres de escritores del
país más cercano al nuestro.
Si bien es
indiscutible que en el centro del trono de la poesía haitiana está la figura
ilustre de Jacques Roumain, el también célebre ideólogo político que en su
tierra le dio perfiles con características particulares al marxismo, y que
escribió desde hermosas páginas surrealistas hasta densos ensayos sobre sus
reflexiones políticas, sin soslayar temas propios del folclor de su país; no
menos cierto es que antes y después de él otros compatriotas suyos también
dejaron su impronta en las letras y las luchas políticas y sociales.
Ese es el caso,
por ejemplo, de Edmond Laforest, perteneciente a una generación anterior a la
de Roumain.
Laforest nació
el 20 de junio de 1876 en la ciudad de Jérémie, en el suroeste de Haití, situada
en un recodo marino del Departamento de Grand Ansé. Es famosa por los muchos
acontecimientos históricos que allí se han desarrollado a lo largo de cinco
siglos.
En Jérémie
comenzó, el 25 de marzo de 1762, la saga de la mundialmente famosa familia
Dumas. También nacieron en esa tierra bañada por el mar el periodista, poeta,
escritor y dramaturgo René Philoctéte y otros poetas que forman parte destacada
del parnaso haitiano.
La vida de
Laforest fue breve, pero dejó en su tierra semillas como cápsulas seminales
para que otros continuaran lo que fue su activismo para hacer de aquella
sociedad algo diferente de lo que era en su época.
Como periodista
fue un formidable crítico de los políticos haitianos de todos los pelajes que a
finales del siglo 19, y a comienzos del siglo pasado, mantenían en jaque a las
instituciones de ese país, fomentando crisis en cadena por ambiciones
personales y grupales.
En el 1901
Laforest publicó un libro titulado Poemas Melancólicos. Lo escribió bajo el
influjo de una elevada inspiración lírica, expresando en cada verso la
versatilidad de sus pasiones, con una nítida descripción de su entorno, dejando
filtrar en ellos desazón y no poca tristeza por la cruda realidad que vivía.9
Al tiempo que combatía
los desafueros de una clase política indolente, Edmond Laforest continuaba
solitariamente escribiendo y puliendo su buen quehacer literario.
Fruto de esa
paciente labor publicó en el 1909 una obra pequeña, pero de un hondo contenido
emocional. La tituló “La última hada. Fantasía en versos” (La derniére fée. Fantaise
en vers).10
Ese fue uno de
los partos literarios de Edmond Laforest que lo colocaron bien fijo en el
panteón de las letras haitianas, en los primeros años del siglo pasado.
Cuando se
analiza el conjunto de su obra se comprueba que él logró lo que el gran
dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español Lope de Vega Carpio definió con
gran acierto como “la pintura de las costumbres.”
Una de sus
últimas publicaciones, editada en el 1912 en París, con el título “Cenizas y
Llamas” (Cendres et Flammes) le dio un gran impulso para que se le reconociera
como un formidable escritor atento a la realidad social, económica y política
de su país.11
En esa obra se
capta que Laforest hizo una simbiosis de su condición de poeta y su manejo del
lenguaje periodístico, simplificando lo que es la formalidad de un tema como el
que él trató en ella, sin desdeñar los valores artísticos que debe contener
toda producción literaria de ese género.
Cuando el 28 de julio
de 1915 cientos de soldados estadounidenses desembarcaron en la bahía de Puerto
Príncipe, por órdenes del presidente
Woodrow Wilson, para controlar de manera directa todos los poderes en
Haití (hasta el 15 de agosto de 1934) fecha en la cual decidieron irse para
seguir gobernando por otros medios, el periodista, poeta, educador y escritor
Laforest les plantó cara.
Desde su
sencillo pero combativo periódico La Patria no cesó en condenar a los invasores
estadounidenses, que en connivencia con grupos internos machacaban la dignidad
y la soberanía de su desafortunado país.
Al mismo tiempo
Edmond Laforest, hay que repetirlo, se reiteraba en su firme y reconocida
postura de culpar también a los grupos políticos y económicos haitianos por sus
luchas de intereses. Son sujetos
privilegiados a los cuales no les ha importado nunca la suerte del pueblo llano,
con el cual coexisten pero que no se sienten parte del mismo y sólo usan una
retórica hueca, fuera y dentro de sus fronteras, para confundir y sorprender a
incautos.
Bibliografía:
1-Historia de la
Cultura Dominicana.Impresora Amigo del Hogar, 2016.P298. Mariano Lebrón Saviñón.
2-Obras
Completas.Tomo II.Estudios literarios.Editora Universal, 2003.Pp35-43.Pedro
Henríquez Ureña.
3-Historia de la
poesía hispano-americana.www.Cervantesvirtual.com.Pp219-246. Marcelino Menéndez
y Pelayo.
4-Ensayos
literarios.Tomo II.Editora Corripio,
2006.Pp377-445.Joaquín Balaguer.
5-Arriba el
Pabellón. Poema. Gastón Fernando Deligne.
6-Ololoi. Poema.8
de julio de 1909. Gastón Fernando Deligne.
7-Subjetiva. Galaripsos, poesía,1908. Gastón Fernando
Deligne.
8-Páginas Olvidadas. Reeditada por la Universidad
Central del Este en el 1982. Gastón F. Deligne.
9- Poemas Melancólicos. Publicación del año1901.
Edmond Laforest.
10-La última hada. Fantasía en versos. Publicado en el
1909. Edmond Laforest.
11-Cenizas y Llamas. Publicado en el 1912. Edmond Laforest.
Publicado el 5-diciembre-2020. www.diariodominicano.com
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