sábado, 12 de diciembre de 2020

SÉNECA, MISHIMA Y DORTICÓS. SUICIDIOS

 

SUICIDIOS HISTÓRICOS (V): SÉNECA, MISHIMA Y DORTICÓS.

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

A partir de que los suicidios de personas notables de la antigüedad comenzaron a reseñarse para fines de registros históricos se iba anotando también lo que cada cronista consideraba que había motivado la fatal decisión.

Esas notas mortuorias de los suicidas, conteniendo algunos detalles claves, quizá fueron los probables orígenes escritos de lo que se conoce como la casuística, en su connotación de particularidades de los hechos.

Pienso que podría ayudar a clarificar algunas zonas brumosas de los suicidios lo que el gran pensador cristiano Pierre Teilhar de Chardin escribió sobre la fuerza espiritual de la Materia, en su ensayo titulado El Medio Divino, cuando explica lo siguiente:

“Los hombres, en sus esfuerzos hacia la vida mística, muchas veces cedieron a la ilusión de oponer brutalmente entre sí, como si se tratara del Mal y del Bien, el cuerpo y el alma, la carne y el espíritu.”1

Entre las diferentes etapas por las que ha pasado el suicidio  cabe decir que cientos de siglos atrás se tejían ideas que reflejaban una especie de admiración hacia los suicidas.

Cuando en el pasado remoto alguien se imponía una vida de sufrimiento o martirio, como signo de entrega total a sus creencias especialmente religiosas, se llegó a considerar que se trataba de un proceso de suicidio lento.

Luego esa visión se aparcó, especialmente en las discusiones filosóficas-religiosas que se desarrollaron intensamente en la Edad Media, que fue una época en que se radicalizó la negativa de brindarles ritos religiosos a los suicidas.

Se dispuso entonces, además, que esos muertos por voluntad propia no se enterraran en los cementerios, casi todos bajo el control de las iglesias.

Generalmente los cuerpos de los suicidas se lanzaban en un hoyo cavado apresuradamente en un terreno yermo, en las afueras del pueblo donde ocurriera el hecho fatal.

Los estoicos griegos fueron contrarios a esas decisiones extremas. Ellos tenían el suicidio en su tabla de derechos, aduciendo que era un medio eficaz para ponerle término a una vida cargada de pesares, que no tenía sentido mantenerla.

Sin embargo, el filósofo Aristóteles se oponía al suicidio, basándose en que afectaba la producción de la comunidad. Para él los suicidas atentaban contra los caudales públicos, con pérdida para la economía colectiva. Ese era el fundamento que sustentaba su pensamiento sobre ese espinoso tema.

En el 1670 Luis XIV, conocido también como el rey Sol de Francia, quien duró en el trono más de 70 años, ordenó que los suicidas fueran arrastrados por las calles y que se confiscaran sus bienes.

En Francia se puso en práctica, además, por orden de dicho rey, que los cuerpos despellejados de los suicidas se colgaran en lugares públicos o que fueran lanzados a un estercolero para alimento de los animales que por allí pululaban.

De todo lo ocurrido sobre el suicidio y los suicidas en Francia, durante gran parte del largo reinado de Luis XIV, escribió abundantemente el eminente sociólogo y filósofo francés Emi Durkheim; pero sólo hago aquí la enunciación de eso.

Luego, no tan lejos en el tiempo, si se toma en consideración el largo trayecto de la historia de la humanidad, fueron siquiatras, neurólogos y sicólogos los que vincularon los suicidios con problemas de salud ubicados en desbalances cerebrales y conectados con asuntos referentes a componentes químicos del organismo humano.

Séneca

Lucio Anneo Séneca, quien pasó a la posteridad como Séneca, apodado El Joven, nació hace ahora 2004 años en la andaluza y milenaria ciudad de Córdoba, situada entre la Sierra Morena y el río Guadalquivir, en el sur de España.

La histórica ciudad natal de ese famoso sabio de la antigüedad fue fundada por los romanos 200 años antes de que él llegara al mundo.

Séneca pasó a la posteridad principalmente como filósofo, brillando por sus muchos saberes en la escuela del estoicismo, a la cual hizo aportes tan significativos como los que se les atribuyen a los también filósofos Marco Aurelio, un emperador romano  conocido como El Sabio, y  Epicteto, el genial griego que se empinó por encima de la miseria de su condición de esclavo.

Séneca también fue un orador de fuste y en su condición de escritor dejó importantes poemas, obras teatrales y otros escritos sobre ética y política.

Tenía condiciones sobresalientes de estadista, no sólo porque fue el mentor de Nerón en su niñez, adolescencia y primera juventud, enseñándole el difícil arte de la política, sino porque de hecho ejerció por un tiempo el control del vasto Imperio Romano.

Por sus conocimientos, su don de mando, su ecuanimidad y el dominio de los entresijos de la burocracia imperial, sus servicios de asesoría fueron requeridos por los emperadores Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.

Séneca, que ya tenía 3 años en un apasible retiro, cayó en desgracia cuando en Roma se produjo lo que pasó a la historia como la conjura de Pisón, cuyo objetivo era eliminar a Nerón. Fue implicado en ese fracasado intento de complot para descabezar el imperio romano.

Eran días difíciles pues hacía poco tiempo que Roma había sido en gran parte destruida por un fuego criminal y las finanzas imperiales decaían. Ya existía el germen de lo que sería una convulsión social.

Cuando por todos los sectores de la capital imperial y sus contornos se esparció el rumor de su alianza con el referido influyente senador Cayo Calpurnio Pisón, Séneca hizo un primer intento de suicidarse, pero sobrevivió.

Después que se dictó sentencia de muerte en su contra el autor del magnífico ensayo de meditaciones filosóficas titulado Cartas a Lucilio intentó, por segunda ocasión, matarse. Se hizo profundas heridas en brazos y piernas para quedar  exangüe y asegurar su fin, pero de nuevo fracasó como suicida.

Luego tomó cicuta, pero por tercera vez falló. La diosa de la mitología romana Átropos, que simbolizaba la muerte, rehuyó llevárselo consigo.

Ese potente veneno, cuya fama pasó a la posteridad al causar el fallecimiento de Sócrates, dejó a Séneca en condiciones de extrema debilidad, casi moribundo.

Fue entonces cuando decidió completar su actitud suicida sumergiéndose en un charco de aguas hipertermales. De ahí lo sacaron cadáver.

Nerón, tal vez por conveniencia particular, dada su veteranía criminal, o temiendo que sus enemigos, entre los que había muchos farsantes, manipularan a las masas populares si no actuaba contra Séneca, hizo parte del acorralamiento que llevó al suicidio a quien fuera su tutor. Casos similares los hubo antes.

Sobre el suicidio de Séneca, y las imputaciones que le hizo Nerón, entre otros alegatos escudándose en lo que algunos cortesanos le decían sin prueba alguna, es permitido recordar que  varios siglos atrás el genial ateniense Platón, en su obra La República, escrita en la madurez de su pensamiento, pintó un cuadro humano aplicable a ese caso.

Se refirió Platón a los sofistas, o a los que actúan como ellos, y al impacto que producen, como una corriente que arrastra, las “oleadas de alabanzas y de críticas” que se producen en “las asambleas públicas, en el foro, en el teatro, en el campo, o en cualquier otro sitio donde la multitud se reúne.”2

Tácito, el historiador  y político romano, fue un gran defensor de la inocencia de Séneca en la mencionada conjura de Pisón.

En su relato sobre su muerte hizo un pormenorizado recuento de los últimos mensajes intercambiados a través de un centurión entre el filósofo (que estaba entonces a unos 4 kilómetros de Roma, retornando de la zona de Nápoles) y el  implacable emperador.

 Cornelio Tácito, que no fue desmentido en sus notas, señaló que Séneca, ante la inminencia de su muerte, dijo que dejaba: “…al menos el único bien que le restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida.”

Es el mismo Tácito quien en sus Anales expresó que Séneca arengó a su esposa Pompeya Paulina y a dos amigos y discípulos que lo acompañaban desde la región de Campania: “Porque, en fin, ¿quién no conocía la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le había educado e instruido.”3    

Yukio Mishima

Yukio Mishima nació en la ciudad de Tokio, capital del Japón, el 14 de enero de 1925.Fue prolífico novelista, poeta creativo, dramaturgo de obras impactantes,  autor decenas de historias breves, ensayista relevante y escritor de guiones cinematográficos.

Uno de los más brillantes escritores japoneses del siglo XX se suicidó en su ciudad natal el 25 de noviembre de 1970.Tenía 45 años de edad.

Ni antes ni muchos años después de su muerte auto infligida gozaba de simpatías en su país, pues los críticos literarios y no pocos lectores lo consideraban como una especie de chiflado, entre otras cosas porque llevaba su apasionado nacionalismo a niveles que desbordaban la lógica.

Con el tiempo esa opinión negativa sobre él fue cambiando. Hoy se le considera un polímata con rasgos geniales, un orgullo de las letras y la cultura japonesas.

Mishima siempre ha sido bien valorado fuera de las fronteras niponas. En Occidente siempre se ha reconocido como un literato de gran calidad. Al morir dejó una larga lista de obras, la mayoría perdurables en el tiempo, como escritor de gran envergadura que fue.

Dos años antes de su muerte lo dejaron a la puerta de recibir el premio Nobel de Literatura. Se le otorgó a su amigo el igualmente japonés Yasunari Kawabata, quien en el año1972 también se suicidó.

Se divulgaron diferentes versiones en torno al suicidio de Mishima por el ritual de seppuku. En forma dramática y teatral, como si fuera una escena de teatro previamente ensayada de manera reiterada, y con una alta dosis de excentricidades, se abrió el vientre con una daga llamada tantó, al estilo de un militar de la élite samurái avergonzado por algún hecho incorrecto o por una derrota bélica.

No sé hasta dónde para él, anclado en una visión originalista de su creencia religiosa, su acción suicida pudiera conectarse con la base filosófica del budismo, la cual se centra en el nirvana y la reencarnación.

Una de las opiniones más socorridas sobre el por qué del suicidio de Mishima, y que parece tener mucho asidero, es que tomó esa fatal decisión luego de que fracasó en su intento de convencer a militares japoneses para que eliminaran la Constitución del 1947.

Mishima era lo que se dice un forofo del Emperador, quien había gobernado como un semidiós. Su figura quedó reducida con dicho texto constitucional.

 

 

Minutos antes del suicidio había ocupado por la fuerza, junto a unos pocos seguidores suyos, un cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Japón, convirtiendo en rehenes momentáneos a oficiales y tropas que se alojaban allí.

La referida Carta Magna fue elaborada por juristas estadounidenses que tenían encima el ojo escrutador del célebre general Douglas MacArthur, entonces Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, vencedoras en la Segunda Guerra Mundial.

Al examinar textos de Derecho Constitucional Comparado se comprueba que esa es una Constitución de las conocidas como rígidas. Con sus 5 mil palabras es, además, corta.

Sus bases esenciales parten de 3 ejes: a) el pacifismo, y por ende la imposición de no utilizar las armas para fines ofensivos; b) una visión occidentalizada sobre los alcances de los derechos humanos y  c) la eliminación del poder omnímodo que tenía el Emperador hasta la derrota militar del Japón en el 1945.

Consta de 103 artículos, muchos de ellos inspirados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que el 26 de agosto del año 1789 aprobó la Asamblea Nacional Constituyente de Francia.

Dicha ley fundamental fue dada a conocer al pueblo japonés el 3 de mayo de 1947, hace ahora 73 años. Se ha mantenido inalterable, aunque una constante movilidad en el cuerpo de leyes adjetivas es el soporte cotidiano de la legalidad de las relaciones comerciales, políticas, sociales, culturales, etc. en el Japón actual.

Con esa Constitución, tajantemente rechazada por Mishima, se eliminó el carácter de súbditos de los japoneses, garantizándoles la condición de ciudadanos y creando otras novedosas situaciones para un país con realidades colectivas inmovilizadas desde hacía muchos siglos.

Valga la aclaración de que los ocupantes del también llamado Imperio del Sol Naciente, creadores de la referida Ley de leyes, dejaron al Emperador Hirohito como “el símbolo del Estado y de la unidad de la nación.”

Lo anterior significa que Hirohito siguió siendo jefe de Estado, pero vale recalcar que fue despojado de los poderes supremos y soberanos, quedándose sólo con un papel simbólico y ceremonial. En esa condición también se mantuvo su hijo y sucesor Akihito, hasta el 2019, cuando cedió el trono imperial a su hijo mayor Naruhito.

Retomo a Yukio Mishima para decir que entre su producción literaria más relevante es de rigor citar Confecciones de una máscara, El tumulto de las olas, El pabellón de oro, El rito de amor y de muerte y El marino que perdió la gracia del  mar.

Mishima fue un budista con una fe concentrada sin margen a matices, tal y como se comprueba cuando se lee el ensayo que publicó dos años antes de su muerte, titulado El sol y el acero, que es en realidad su autobiografía.

En su libro Confesiones de una máscara también se descubren muchos de los elementos que fueron tejiendo su vida en todas sus ricas, confusas y enigmáticas vertientes, al menos a la luz de una mirada occidental.

Hay que tomar en cuenta que la cultura oriental tiene sus propios códigos, generalmente con grandes diferencias a como el resto del mundo ve y practica las diversas manifestaciones de la existencia humana.

En sus escritos Yukio Mishima ponía mucho énfasis en las tradiciones del Japón, enfatizando en lo que creía vital para no romper con el espíritu de su pueblo.

Aunque en honor a la verdad  hay que decir que él tenía una vasta cultura sobre las riquezas espirituales de otras zonas del mundo, tal y como se comprueba en algunos de sus libros, en los cuales comenta o hace referencia a autores tan diversos como Platón, Dostoievski, Cervantes, Stendhal, Proust, Goethe y otros cuyas lecturas le facilitaron tener una visión ecuménica.

En una nota escrita por Mishima, que revela lo que bullía como ondas  contradictorias en su yo interno, él reveló detalles tan impactantes y dramáticos como este mensaje de gran calado: “…La vida humana es breve, pero quisiera vivir siempre…”

Varios escritores de fama mundial publicaron crónicas o ensayos sobre Yukio Mishima, entre ellos Truman Capote, Henry Miller y Alberto Moravia; pero tal vez una de las mejores obras para entender a ese controversial personaje de las letras orientales la escribió la célebre autora de Memorias de Adriano, la novelista y dramaturga belga Margarite Yourcenar.

En su biografía literaria titulada Mishima o la visión del vacío Yourcenar plantea, en correcta alineación con la realidad, que él combinaba en sus obras la cultura oriental de que era portador con sus grandes conocimientos del acervo occidental, puntualizando lo siguiente:

“…es esa mezcla lo que hace de él, en muchas de sus obras, un auténtico representante occidentalizado, pero marcado a pesar de todo por algunas características inmutables…sin duda alguna, la muerte tan premeditada de Mishima es una de sus obras…”4

En el referido libro Yourcenar señala que el suicidio de Mishima “no fue, como creen los que nunca han pensado en tal final para sí mismos, un brillante y casi fácil gesto, sino un ascenso extenuante hacia lo que aquel hombre consideraba, en todos los sentidos de la palabra, su fin propio.”

 

Osvaldo Dorticós Torrado

 

Osvaldo Dorticós Torrado se suicidó de un balazo el 23 de junio de 1983, en su casa habanera. Algunas versiones atribuyen su muerte a un estado depresivo por problemas de salud y por la muerte de su esposa.

Otros, con razón o sin ella, vinculan el hecho trágico con una discusión que Dorticós tuvo en la víspera con Ramiro Valdés Menéndez, ahora casi nonagenario, quien es todo un “apparátchik” en los atajos gubernamentales cubanos desde el mismo 1959, con los galones de asaltante al cuartel Moncada, expedicionario del barco Granma, comandante de la Revolución y miembro del poderoso Buró Político del Partido Comunista de Cuba.

Unos especulan que ese suicidio fue un escape frente a una situación personal que se tornaba confusa en su mente. Otros han opinado que lo de Dorticós fue una especie de venganza con matices políticos.

Tal vez pensó él en el famoso y mortal último aldabonazo del fundador del Partido del Pueblo Cubano, Eduardo Chibás, el 16 de agosto de 1951.

La incógnita sobre la súbita muerte de Dorticós sigue flotando en Cuba y allende sus fronteras marítimas, a pesar de que han transcurrido casi 40 años de ese hecho infausto.

Osvaldo Dorticós Torrado nació el 17 de abril de 1919 en el seno de una de las familias más ricas de la hermosa ciudad cubana de Cienfuegos, llamada allá La Perla del Sur. Fue un excelente abogado, pero también tenía conocimientos de las ciencias médicas.

Cuando en el1959 Fulgencio Batista Saldívar huyó hacia la República Dominicana,  sin pensar en el calvario que Trujillo le haría pasar, casi de manera simultánea Dorticós abandonó su exilio forzado en México y retornó a La Habana. 

Como jurista de profundos conocimientos y gran cultura fue de los principales creadores de un texto sustituto de la obsoleta Carta Magna. También participó en la creación del cuerpo de leyes agrarias y de otros textos adjetivos que comenzaron a transformar el tinglado legal de Cuba.

Para sorpresa de no pocos el brillante cienfueguero, que había trabajado estrechamente en su juventud con el gran intelectual y político Juan Marinello, fue designado presidente de Cuba el 17 de julio de 1959, apenas unos meses después del triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro que puso término al régimen batistiano.

Osvaldo Dorticós Torrado fue, en consecuencia, el segundo jefe de Estado de la etapa de gobierno que en Cuba comenzó en el 1959 y aún está vigente. El primero lo fue el valeroso juez anti machadista y anti batistiano Manuel Urrutia Lleó, quien ocupó el cargo por 7 meses y unos días y terminó exiliado en EE.UU.

En el tiempo en que Dorticós fue presidente de Cuba, con las limitaciones burocráticas que fueran, se vivía un momento único y estelar, para fines históricos, en la mayor de las islas del Caribe.

El gran intelectual cubano Roberto Fernández Retamar señaló, con palabras magistrales, la realidad que prevalecía entonces en Cuba: “La Habana se había convertido en la encrucijada de América, en el centro de atención del Continente. De todas partes de América, y aun de todas partes del planeta, empezaron a arribar los que con sus propios ojos querían ver lo que se está haciendo en este país.”5

Es de rigor decir que Dorticós estuvo varias veces preso y sufrió exilio por su oposición a la dictadura de Fulgencio Batista, y por su apoyo a los combatientes de Sierra Maestra y zonas aledañas.

Ocupó el puesto nominal de presidente la República de Cuba hasta el 2 de diciembre de 1976, fecha en que fue sustituido por Fidel Castro, quien había ejercido hasta entonces el puesto clave de primer ministro.

Cuando fue cesado de su alto cargo, con motivo del cambio que se hizo del organigrama gubernamental cubano, en el citado año 1976, siguió desempeñando importantes tareas de gobierno.

Fue por varios años Presidente del Banco Nacional de Cuba, y cumplió otras funciones dentro de la nomenclatura oficial de ese país.

Sin embargo, algunos con etiqueta de enemigos políticos  suyos y otros con claros perfiles de envidiosos, lo apodaban (especialmente en mentideros políticos de Miami) como Cucharita.

Alegaban que ese mote era porque el hombre ni cortaba ni pinchaba, y ampliaban diciendo que Dorticós era una simple marioneta de los comandantes que bajaron de la Sierra Maestra con los caireles del triunfo revolucionario.

Por la realidad concreta que se vivía en la Cuba de los años 60s y 70s del siglo pasado parece que esos apodadores de Dorticós no leyeron o no entendieron al poeta Nicolás Guillén cuando escribió que en Cuba: “La culebra camina sin patas; la culebra se esconde en la yerba; caminando se esconde en la yerba, caminando sin patas... La culebra muerta no puede mirar, la culebra muerta no puede beber, no puede respirar, no puede morder.¡Mayombe,bombe, mayombé!”6

Bibliografía:

1-El medio divino. Alianza Editorial. Octava edición,1998.Pp79 y 80.Pierre Teilhar de Chardin.

2-La República. Editorial Universo, Perú. Cuarta edición, 1974.P162.Platón.

3-Expresiones de Séneca vaciadas en Anales XV. Cornelio Tácito.

4-Mishima o la visión del vacío. Edición de Seix Barral, 2003. Margarite Yourcenar.

5-Cuba defendida. Editorial Letras Cubanas, 2004.P28.Roberto Fernández Retamar.

6-Sensemayá.Canto para matar a una culebra. Poema. Nicolás Guillén.

Publicado el 12-diciembre-2020. www.diariodominicano.com

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