SUICIDIOS HISTÓRICOS (V): SÉNECA, MISHIMA Y DORTICÓS.
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
A partir de que los suicidios de personas notables de
la antigüedad comenzaron a reseñarse para fines de registros históricos se iba
anotando también lo que cada cronista consideraba que había motivado la fatal
decisión.
Esas notas mortuorias de los suicidas, conteniendo
algunos detalles claves, quizá fueron los probables orígenes escritos de lo que
se conoce como la casuística, en su connotación de particularidades de los
hechos.
Pienso que podría ayudar a clarificar algunas zonas
brumosas de los suicidios lo que el gran pensador cristiano Pierre Teilhar de
Chardin escribió sobre la fuerza espiritual de la Materia, en su ensayo
titulado El Medio Divino, cuando explica lo siguiente:
“Los hombres, en sus esfuerzos hacia la vida mística,
muchas veces cedieron a la ilusión de oponer brutalmente entre sí, como si se
tratara del Mal y del Bien, el cuerpo y el alma, la carne y el espíritu.”1
Entre las diferentes etapas por las que ha pasado el
suicidio cabe decir que cientos de
siglos atrás se tejían ideas que reflejaban una especie de admiración hacia los
suicidas.
Cuando en el pasado remoto alguien se imponía una vida
de sufrimiento o martirio, como signo de entrega total a sus creencias
especialmente religiosas, se llegó a considerar que se trataba de un proceso de
suicidio lento.
Luego esa visión se aparcó, especialmente en las
discusiones filosóficas-religiosas que se desarrollaron intensamente en la Edad
Media, que fue una época en que se radicalizó la negativa de brindarles ritos
religiosos a los suicidas.
Se dispuso entonces, además, que esos muertos por
voluntad propia no se enterraran en los cementerios, casi todos bajo el control
de las iglesias.
Generalmente los cuerpos de los suicidas se lanzaban
en un hoyo cavado apresuradamente en un terreno yermo, en las afueras del pueblo
donde ocurriera el hecho fatal.
Los estoicos griegos fueron contrarios a esas
decisiones extremas. Ellos tenían el suicidio en su tabla de derechos,
aduciendo que era un medio eficaz para ponerle término a una vida cargada de
pesares, que no tenía sentido mantenerla.
Sin embargo, el filósofo Aristóteles se oponía al
suicidio, basándose en que afectaba la producción de la comunidad. Para él los
suicidas atentaban contra los caudales públicos, con pérdida para la economía
colectiva. Ese era el fundamento que sustentaba su pensamiento sobre ese espinoso
tema.
En el 1670 Luis XIV, conocido también como el rey Sol
de Francia, quien duró en el trono más de 70 años, ordenó que los suicidas fueran
arrastrados por las calles y que se confiscaran sus bienes.
En Francia se puso en práctica, además, por orden de
dicho rey, que los cuerpos despellejados de los suicidas se colgaran en lugares
públicos o que fueran lanzados a un estercolero para alimento de los animales
que por allí pululaban.
De todo lo ocurrido sobre el suicidio y los suicidas
en Francia, durante gran parte del largo reinado de Luis XIV, escribió
abundantemente el eminente sociólogo y filósofo francés Emi Durkheim; pero sólo
hago aquí la enunciación de eso.
Luego, no tan lejos en el tiempo, si se toma en
consideración el largo trayecto de la historia de la humanidad, fueron
siquiatras, neurólogos y sicólogos los que vincularon los suicidios con
problemas de salud ubicados en desbalances cerebrales y conectados con asuntos
referentes a componentes químicos del organismo humano.
Séneca
Lucio Anneo Séneca, quien pasó a la posteridad como
Séneca, apodado El Joven, nació hace ahora 2004 años en la andaluza y milenaria
ciudad de Córdoba, situada entre la Sierra Morena y el río Guadalquivir, en el
sur de España.
La histórica ciudad natal de ese famoso sabio de la
antigüedad fue fundada por los romanos 200 años antes de que él llegara al
mundo.
Séneca pasó a la posteridad principalmente como
filósofo, brillando por sus muchos saberes en la escuela del estoicismo, a la
cual hizo aportes tan significativos como los que se les atribuyen a los
también filósofos Marco Aurelio, un emperador romano conocido como El Sabio, y Epicteto, el genial griego que se empinó por
encima de la miseria de su condición de esclavo.
Séneca también fue un orador de fuste y en su
condición de escritor dejó importantes poemas, obras teatrales y otros escritos
sobre ética y política.
Tenía condiciones sobresalientes de estadista, no sólo
porque fue el mentor de Nerón en su niñez, adolescencia y primera juventud,
enseñándole el difícil arte de la política, sino porque de hecho ejerció por un
tiempo el control del vasto Imperio Romano.
Por sus conocimientos, su don de mando, su ecuanimidad
y el dominio de los entresijos de la burocracia imperial, sus servicios de
asesoría fueron requeridos por los emperadores Tiberio, Calígula, Claudio y
Nerón.
Séneca, que ya tenía 3 años en un apasible retiro,
cayó en desgracia cuando en Roma se produjo lo que pasó a la historia como la
conjura de Pisón, cuyo objetivo era eliminar a Nerón. Fue implicado en ese
fracasado intento de complot para descabezar el imperio romano.
Eran días difíciles pues hacía poco tiempo que Roma
había sido en gran parte destruida por un fuego criminal y las finanzas
imperiales decaían. Ya existía el germen de lo que sería una convulsión social.
Cuando por todos los sectores de la capital imperial y
sus contornos se esparció el rumor de su alianza con el referido influyente
senador Cayo Calpurnio Pisón, Séneca hizo un primer intento de suicidarse, pero
sobrevivió.
Después que se dictó sentencia de muerte en su contra
el autor del magnífico ensayo de meditaciones filosóficas titulado Cartas a
Lucilio intentó, por segunda ocasión, matarse. Se hizo profundas heridas en
brazos y piernas para quedar exangüe y
asegurar su fin, pero de nuevo fracasó como suicida.
Luego tomó cicuta, pero por tercera vez falló. La
diosa de la mitología romana Átropos, que simbolizaba la muerte, rehuyó
llevárselo consigo.
Ese potente veneno, cuya fama pasó a la posteridad al
causar el fallecimiento de Sócrates, dejó a Séneca en condiciones de extrema
debilidad, casi moribundo.
Fue entonces cuando decidió completar su actitud
suicida sumergiéndose en un charco de aguas hipertermales. De ahí lo sacaron
cadáver.
Nerón, tal vez por conveniencia particular, dada su
veteranía criminal, o temiendo que sus enemigos, entre los que había muchos
farsantes, manipularan a las masas populares si no actuaba contra Séneca, hizo
parte del acorralamiento que llevó al suicidio a quien fuera su tutor. Casos
similares los hubo antes.
Sobre el suicidio de Séneca, y las imputaciones que le
hizo Nerón, entre otros alegatos escudándose en lo que algunos cortesanos le
decían sin prueba alguna, es permitido recordar que varios siglos atrás el genial ateniense Platón,
en su obra La República, escrita en la madurez de su pensamiento, pintó un
cuadro humano aplicable a ese caso.
Se refirió Platón a los sofistas, o a los que actúan
como ellos, y al impacto que producen, como una corriente que arrastra, las
“oleadas de alabanzas y de críticas” que se producen en “las asambleas
públicas, en el foro, en el teatro, en el campo, o en cualquier otro sitio
donde la multitud se reúne.”2
Tácito, el historiador
y político romano, fue un gran defensor de la inocencia de Séneca en la
mencionada conjura de Pisón.
En su relato sobre su muerte hizo un pormenorizado
recuento de los últimos mensajes intercambiados a través de un centurión entre
el filósofo (que estaba entonces a unos 4 kilómetros de Roma, retornando de la
zona de Nápoles) y el implacable
emperador.
Cornelio
Tácito, que no fue desmentido en sus notas, señaló que Séneca, ante la
inminencia de su muerte, dijo que dejaba: “…al menos el único bien que le
restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida.”
Es el mismo Tácito quien en sus Anales expresó que
Séneca arengó a su esposa Pompeya Paulina y a dos amigos y discípulos que lo
acompañaban desde la región de Campania: “Porque, en fin,
¿quién no conocía la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su
hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le había
educado e instruido.”3
Yukio Mishima
Yukio Mishima
nació en la ciudad de Tokio, capital del Japón, el 14 de enero de 1925.Fue
prolífico novelista, poeta creativo, dramaturgo de obras impactantes, autor decenas de historias breves, ensayista
relevante y escritor de guiones cinematográficos.
Uno de los más
brillantes escritores japoneses del siglo XX se suicidó en su ciudad natal el 25
de noviembre de 1970.Tenía 45 años de edad.
Ni antes ni
muchos años después de su muerte auto infligida gozaba de simpatías en su país,
pues los críticos literarios y no pocos lectores lo consideraban como una
especie de chiflado, entre otras cosas porque llevaba su apasionado
nacionalismo a niveles que desbordaban la lógica.
Con el tiempo
esa opinión negativa sobre él fue cambiando. Hoy se le considera un polímata
con rasgos geniales, un orgullo de las letras y la cultura japonesas.
Mishima siempre
ha sido bien valorado fuera de las fronteras niponas. En Occidente siempre se
ha reconocido como un literato de gran calidad. Al morir dejó una larga lista
de obras, la mayoría perdurables en el tiempo, como escritor de gran
envergadura que fue.
Dos años antes
de su muerte lo dejaron a la puerta de recibir el premio Nobel de Literatura. Se
le otorgó a su amigo el igualmente japonés Yasunari Kawabata, quien en el
año1972 también se suicidó.
Se divulgaron
diferentes versiones en torno al suicidio de Mishima por el ritual de seppuku.
En forma dramática y teatral, como si fuera una escena de teatro previamente
ensayada de manera reiterada, y con una alta dosis de excentricidades, se abrió
el vientre con una daga llamada tantó, al estilo de un militar de la élite
samurái avergonzado por algún hecho incorrecto o por una derrota bélica.
No sé hasta
dónde para él, anclado en una visión originalista de su creencia religiosa, su
acción suicida pudiera conectarse con la base filosófica del budismo, la cual
se centra en el nirvana y la reencarnación.
Una de las
opiniones más socorridas sobre el por qué del suicidio de Mishima, y que parece
tener mucho asidero, es que tomó esa fatal decisión luego de que fracasó en su
intento de convencer a militares japoneses para que eliminaran la Constitución
del 1947.
Mishima era lo
que se dice un forofo del Emperador, quien había gobernado como un semidiós. Su
figura quedó reducida con dicho texto constitucional.
Minutos antes
del suicidio había ocupado por la fuerza, junto a unos pocos seguidores suyos,
un cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Japón, convirtiendo en rehenes
momentáneos a oficiales y tropas que se alojaban allí.
La referida
Carta Magna fue elaborada por juristas estadounidenses que tenían encima el ojo
escrutador del célebre general Douglas MacArthur, entonces Comandante Supremo
de las Fuerzas Aliadas, vencedoras en la Segunda Guerra Mundial.
Al examinar
textos de Derecho Constitucional Comparado se comprueba que esa es una
Constitución de las conocidas como rígidas. Con sus 5 mil palabras es, además,
corta.
Sus bases
esenciales parten de 3 ejes: a) el pacifismo, y por ende la imposición de no
utilizar las armas para fines ofensivos; b) una visión occidentalizada sobre
los alcances de los derechos humanos y c) la eliminación del poder omnímodo que tenía
el Emperador hasta la derrota militar del Japón en el 1945.
Consta de 103
artículos, muchos de ellos inspirados en la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano que el 26 de agosto del año 1789 aprobó la Asamblea
Nacional Constituyente de Francia.
Dicha ley
fundamental fue dada a conocer al pueblo japonés el 3 de mayo de 1947, hace
ahora 73 años. Se ha mantenido inalterable, aunque una constante movilidad en
el cuerpo de leyes adjetivas es el soporte cotidiano de la legalidad de las
relaciones comerciales, políticas, sociales, culturales, etc. en el Japón
actual.
Con esa
Constitución, tajantemente rechazada por Mishima, se eliminó el carácter de
súbditos de los japoneses, garantizándoles la condición de ciudadanos y creando
otras novedosas situaciones para un país con realidades colectivas inmovilizadas
desde hacía muchos siglos.
Valga la
aclaración de que los ocupantes del también llamado Imperio del Sol Naciente,
creadores de la referida Ley de leyes, dejaron al Emperador Hirohito como “el
símbolo del Estado y de la unidad de la nación.”
Lo anterior
significa que Hirohito siguió siendo jefe de Estado, pero vale recalcar que fue
despojado de los poderes supremos y soberanos, quedándose sólo con un papel
simbólico y ceremonial. En esa condición también se mantuvo su hijo y sucesor
Akihito, hasta el 2019, cuando cedió el trono imperial a su hijo mayor
Naruhito.
Retomo a Yukio
Mishima para decir que entre su producción literaria más relevante es de rigor
citar Confecciones de una máscara, El tumulto de las olas, El pabellón de oro, El
rito de amor y de muerte y El marino que perdió la gracia del mar.
Mishima fue un
budista con una fe concentrada sin margen a matices, tal y como se comprueba
cuando se lee el ensayo que publicó dos años antes de su muerte, titulado El
sol y el acero, que es en realidad su autobiografía.
En su libro
Confesiones de una máscara también se descubren muchos de los elementos que
fueron tejiendo su vida en todas sus ricas, confusas y enigmáticas vertientes,
al menos a la luz de una mirada occidental.
Hay que tomar en
cuenta que la cultura oriental tiene sus propios códigos, generalmente con
grandes diferencias a como el resto del mundo ve y practica las diversas
manifestaciones de la existencia humana.
En sus escritos
Yukio Mishima ponía mucho énfasis en las tradiciones del Japón, enfatizando en
lo que creía vital para no romper con el espíritu de su pueblo.
Aunque en honor
a la verdad hay que decir que él tenía
una vasta cultura sobre las riquezas espirituales de otras zonas del mundo, tal
y como se comprueba en algunos de sus libros, en los cuales comenta o hace
referencia a autores tan diversos como Platón, Dostoievski, Cervantes,
Stendhal, Proust, Goethe y otros cuyas lecturas le facilitaron tener una visión
ecuménica.
En una nota
escrita por Mishima, que revela lo que bullía como ondas contradictorias en su yo interno, él reveló
detalles tan impactantes y dramáticos como este mensaje de gran calado: “…La
vida humana es breve, pero quisiera vivir siempre…”
Varios
escritores de fama mundial publicaron crónicas o ensayos sobre Yukio Mishima,
entre ellos Truman Capote, Henry Miller y Alberto Moravia; pero tal vez una de
las mejores obras para entender a ese controversial personaje de las letras
orientales la escribió la célebre autora de Memorias de Adriano, la novelista y
dramaturga belga Margarite Yourcenar.
En su biografía
literaria titulada Mishima o la visión del vacío Yourcenar plantea, en correcta
alineación con la realidad, que él combinaba en sus obras la cultura oriental
de que era portador con sus grandes conocimientos del acervo occidental,
puntualizando lo siguiente:
“…es esa mezcla
lo que hace de él, en muchas de sus obras, un auténtico representante
occidentalizado, pero marcado a pesar de todo por algunas características
inmutables…sin duda alguna, la muerte tan premeditada de Mishima es una de sus
obras…”4
En el referido
libro Yourcenar señala que el suicidio de Mishima “no fue, como creen los que
nunca han pensado en tal final para sí mismos, un brillante y casi fácil gesto,
sino un ascenso extenuante hacia lo que aquel hombre consideraba, en todos los
sentidos de la palabra, su fin propio.”
Osvaldo Dorticós Torrado
Osvaldo Dorticós
Torrado se suicidó de un balazo el 23 de junio de 1983, en su casa habanera.
Algunas versiones atribuyen su muerte a un estado depresivo por problemas de
salud y por la muerte de su esposa.
Otros, con razón
o sin ella, vinculan el hecho trágico con una discusión que Dorticós tuvo en la
víspera con Ramiro Valdés Menéndez, ahora casi nonagenario, quien es todo un
“apparátchik” en los atajos gubernamentales cubanos desde el mismo 1959, con
los galones de asaltante al cuartel Moncada, expedicionario del barco Granma,
comandante de la Revolución y miembro del poderoso Buró Político del Partido
Comunista de Cuba.
Unos especulan
que ese suicidio fue un escape frente a una situación personal que se tornaba
confusa en su mente. Otros han opinado que lo de Dorticós fue una especie de
venganza con matices políticos.
Tal vez pensó él
en el famoso y mortal último aldabonazo del fundador del Partido del Pueblo
Cubano, Eduardo Chibás, el 16 de agosto de 1951.
La incógnita
sobre la súbita muerte de Dorticós sigue flotando en Cuba y allende sus
fronteras marítimas, a pesar de que han transcurrido casi 40 años de ese hecho
infausto.
Osvaldo Dorticós
Torrado nació el 17 de abril de 1919 en el seno de una de las familias más
ricas de la hermosa ciudad cubana de Cienfuegos, llamada allá La Perla del Sur.
Fue un excelente abogado, pero también tenía conocimientos de las ciencias
médicas.
Cuando en el1959
Fulgencio Batista Saldívar huyó hacia la República Dominicana, sin pensar en el calvario que Trujillo le
haría pasar, casi de manera simultánea Dorticós abandonó su exilio forzado en
México y retornó a La Habana.
Como jurista de
profundos conocimientos y gran cultura fue de los principales creadores de un
texto sustituto de la obsoleta Carta Magna. También participó en la creación
del cuerpo de leyes agrarias y de otros textos adjetivos que comenzaron a
transformar el tinglado legal de Cuba.
Para sorpresa de no pocos el brillante
cienfueguero, que había trabajado estrechamente en su juventud con el gran
intelectual y político Juan Marinello, fue designado presidente de Cuba el 17
de julio de 1959, apenas unos meses después del triunfo de la revolución
encabezada por Fidel Castro que puso término al régimen batistiano.
Osvaldo Dorticós
Torrado fue,
en consecuencia, el segundo jefe de Estado de la etapa de gobierno que en Cuba
comenzó en el 1959 y aún está vigente. El primero lo fue el valeroso juez anti
machadista y anti batistiano Manuel Urrutia Lleó, quien ocupó el cargo por 7
meses y unos días y terminó exiliado en EE.UU.
En el tiempo en que Dorticós fue presidente
de Cuba, con las limitaciones burocráticas que fueran, se vivía un momento
único y estelar, para fines históricos, en la mayor de las islas del Caribe.
El gran intelectual cubano Roberto
Fernández Retamar señaló, con palabras magistrales, la realidad que prevalecía
entonces en Cuba: “La Habana se había convertido en la encrucijada de América,
en el centro de atención del Continente. De todas partes de América, y aun de
todas partes del planeta, empezaron a arribar los que con sus propios ojos
querían ver lo que se está haciendo en este país.”5
Es de rigor decir que Dorticós estuvo
varias veces preso y sufrió exilio por su oposición a la dictadura de Fulgencio
Batista, y por su apoyo a los combatientes de Sierra Maestra y zonas aledañas.
Ocupó el puesto nominal de presidente la
República de Cuba hasta el 2 de diciembre de 1976, fecha en que fue sustituido
por Fidel Castro, quien había ejercido hasta entonces el puesto clave de primer
ministro.
Cuando fue cesado de su alto cargo, con
motivo del cambio que se hizo del organigrama gubernamental cubano, en el citado
año 1976, siguió desempeñando importantes tareas de gobierno.
Fue por varios años Presidente del Banco
Nacional de Cuba, y cumplió otras funciones dentro de la nomenclatura oficial
de ese país.
Sin embargo, algunos con etiqueta de
enemigos políticos suyos y otros con
claros perfiles de envidiosos, lo apodaban (especialmente en mentideros
políticos de Miami) como Cucharita.
Alegaban que ese mote era porque el hombre
ni cortaba ni pinchaba, y ampliaban diciendo que Dorticós era una simple
marioneta de los comandantes que bajaron de la Sierra Maestra con los caireles
del triunfo revolucionario.
Por la realidad concreta que se vivía en la
Cuba de los años 60s y 70s del siglo pasado parece que esos apodadores de
Dorticós no leyeron o no entendieron al poeta Nicolás Guillén cuando escribió
que en Cuba: “La culebra camina sin patas; la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba, caminando sin patas... La culebra muerta no
puede mirar, la culebra muerta no puede beber, no puede respirar, no puede
morder.¡Mayombe,bombe, mayombé!”6
Bibliografía:
1-El medio divino. Alianza Editorial. Octava edición,1998.Pp79 y 80.Pierre
Teilhar de Chardin.
2-La República. Editorial Universo, Perú. Cuarta
edición, 1974.P162.Platón.
3-Expresiones de Séneca vaciadas en Anales XV.
Cornelio Tácito.
4-Mishima o la visión del vacío. Edición de Seix
Barral, 2003. Margarite Yourcenar.
5-Cuba defendida. Editorial Letras Cubanas,
2004.P28.Roberto Fernández Retamar.
6-Sensemayá.Canto
para matar a una culebra. Poema. Nicolás Guillén.
Publicado
el 12-diciembre-2020. www.diariodominicano.com
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