LA ESCLAVITUD EN
EL CARIBE (y III)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Tal
vez la última gran hazaña reivindicativa de los indígenas de la isla La
Española (así nombrada desde el 9 de diciembre de 1492 por Cristóbal Colón) la
protagonizó el cacique Enriquillo, el 3 de agosto de 1533, al firmar en el
islote lacustre llamado Cabrito la paz con el capitán Francisco de Barrionuevo,
representante para esos fines del rey Felipe V, el primer Borbón de la saga
española.
Pero
cuando ese hecho histórico ocurrió ya hacía más de tres décadas que la
esclavitud se había expandido hacia una creciente población de negros traídos
bajo fuerza, encadenados en las sentinas de los barcos negreros.
Los
negros capturados como presas de cacería en África subsahariana fueron las
víctimas que sustituyeron a los taínos en el nefasto sistema de producción
esclavista en esta tierra caribeña.
Durante
varias décadas unos y otros coexistieron en su condición de esclavos de
españoles, hasta que los aborígenes terminaron aniquilados. Una parte
considerable de los africanos sobrevivió a los rigores del régimen violento a
que fueron sometidos.
Pedro
Mir, al referirse a la situación anterior, resaltó la actitud retadora de los
negros frente a sus verdugos. En su obra Tres Leyendas de Colores el poeta
nacional, en su rol de investigador de la historia, expresó lo siguiente:
“Tres
razas fueron sometidas a la prueba del azúcar. Una pudo huir amparada en la
máquina compulsiva de la colonia, la blanca. Las otras dos fueron
implacablemente sometidas al restallido del látigo. De estas dos, la india,
reaccionó trágicamente, se ensimismó y cayó vencida junto a los engranajes…La
otra era una raza excepcionalmente enérgica. Reaccionó oponiendo a la desgracia
cósmica una alegría ruidosa indomeñable.”1
Aunque
la esclavitud de negros africanos estaba en curso en la isla La Española desde
hacía dos décadas, fue en el 1518 que la Monarquía de España oficializó su
importación masiva, creando un fatídica institución jurídica, tal y como se
comprueba en un documento de esa fecha, el cual hace parte de los llamados
asientos negros, que son en sí mismos ricos en informaciones sobre la trata.
Lo
que siguió fue una triste historia en el continente que desde el 25 de abril de
1507 comenzó a conocerse con el nombre de América. El violento escenario
original de la macabra vinculación esclavo-amo fue en esta y las demás islas
que forman el arco antillano. Luego se extendió a todos los puntos geográficos
de lo que los castellanos llamaban las Indias.
Fray
Bartolomé de Las Casas, antes de incardinarse en la orden de los dominicos, fue
uno de los que más insistió para que trajeran esclavos africanos a fin de
dedicarlos a trabajar en minas, hatos, haciendas y en otras labores no menos
fatigosas, siempre en beneficio de los colonizadores españoles.
Ese
personaje, cuya vida puede dividirse en dos etapas bien diferenciadas, después
se arrepintió de sus hechos y se convirtió en defensor de las víctimas, tal y
como consta en diversos documentos generados en la siniestra época en que se
produjeron aquí enormes abusos contra aborígenes y africanos.
Importante
es recordar que las añejas anotaciones referentes al comercio de esclavos africanos
señalan que la compraventa de esos desventurados seres humanos se hacía generalmente
con la concha de cauri, un molusco abundante en los mares que recorren muchas
zonas asiáticas y africanas.
El
caparazón de ese caracol, que se mueve entre aguas marinas, corales, algas y
debajo de rocas, fue por siglos moneda apreciada en las regiones de donde
procedía la mayor parte de los esclavos que terminaron sus días en este recodo
del mar Caribe.
Los
negreros también pagaban con cajas de fusiles Birmingham, pólvora y finas
bebidas procesadas en destilería europeas, que eran recibidas por jefes
tribales que no sentían ningún remordimiento con lo que hacían contra sus
congéneres.
El
gran intelectual beninés Zakari Dramani-Issifou de Cewelxa, al examinar todo lo referente a la
trata, añade que también tuvieron un activo protagonismo en la captura de
africanos, para ser esclavizados en América, algunos ex esclavos.
Según
los registros históricos los más activos y despiadados en esa lastimosa labor
fueron unos tales Joaquín de Almeida, Félix de Souza y Domingo Martínez,
quienes actuaban en contubernio con reyezuelos de diferentes tribus enemigas
entre sí.
En
su obra titulada África y el Caribe: destinos cruzados (siglos XV-XIX) el
referido autor, catedrático en la Universidad La Sorbona, al referirse a lo
anterior, profundiza en los turbios e ilimitados horizontes de mentes
retorcidas.
Al
cuestionar a antiguos esclavos negros que se transformaron en feroces
persecutores de hombres y mujeres de su misma raza, para venderlos a los
colonizadores blancos, el Dr. Dramani-Issifou entra en clave de erotema y se pregunta en
forma retórica si ese activismo tendría la categoría de “¿una pirueta
paradójica de la historia?”2
Es
pertinente decir que los esclavos africanos fueron fundamentales en el proceso
de producción de azúcar de caña, tabaco y otros productos agrícolas; además
fueron usados en la tala de árboles de maderas preciosas, así como en la
extensas haciendas llenas de hatos bovinos y equinos que se fueron creando en
estos pagos tropicales desde el comienzo de la colonización, como parte de la
economía primaria.
Justo
es reconocer que la escritora, académica e historiadora sevillana Enriqueta
Vila Vilar, especialista en temas de historia de América, ha hecho aportes
significativos para el mejor conocimiento de la esclavitud de negros en la
demarcación caribeña.
En
sus numerosos ensayos sobre lo que se denominó “la trata atlántica” la
especialista Vila Vilar ha puesto sus mayores esfuerzos de investigación y
reflexión en los libros-registros de esclavos, así como en el sistema de licencias
y la trata que España tenía en el siglo XVI en el amplio territorio bajo su
control, en el antes llamado Nuevo Mundo.
En
uno de sus libros fundamentales sobre el tema de la trata, titulado
Hispanoamérica y el comercio de Esclavos, la sapiente doña Enriqueta no sólo se
refiere al comercio en sí que significó el desastre humanitario de la
compraventa de esclavos africanos, sino que también resalta el aporte forzado
que hicieron estos en el sostenimiento de la economía colonial para beneficio
de España en su condición de metrópoli y de muchos altos funcionarios (civiles
y militares) de la Casa real, que se movían en clave de codicia tanto en la
Península Ibérica como en la América situada al sur del Río Bravo.3
Hay
que repetirlo muchas veces: Fue abominable el comercio de esclavos negros
apresados en sus territorios tribales. Datos extraídos de manera aleatoria de las
abultadas estadísticas disponibles revelan hechos de insólita perversidad.
Sólo
de 1790 a 1800 los ingleses utilizaron más de 100 barcos en una lastimosa e
incesante caravana marina, cargando más de 40 mil víctimas hacia América.
Mucho
antes, el tráfico de esclavos desató una lucha feroz entre las potencias
europeas que entonces mantenían la hegemonía en gran parte del mundo.
En
un período de 15 años (1621-1636) los ingleses movilizaron más de 800 barcos en
el mar Caribe. Así también navegaban por esta zona del mundo cientos de navíos
españoles, franceses, portugueses y holandeses cargando esclavos y mercancías.
Daba igual para los colonizadores, pues para ellos los esclavos eran objetos.
Controversias
sobre la esclavitud de los negros
Ya
en el año 1776 el célebre economista Adam Smith, en su muy conocida obra
titulada La riqueza de las naciones, texto fundamental para analizar la
economía moderna, sostenía, no sin controversias, que:
“…el
trabajo hecho por esclavos, aunque parezca que sólo cuesta su manutención es, a
fin de cuentas, el más caro de todos. Una persona que no puede adquirir
propiedad alguna, no puede tener otro interés que el de comer lo más posible y
trabajar lo menos posible.”4
Siempre
ha habido y habrá polémicas sobre el tema de la esclavitud. Por ejemplo, Eric
Williams, que fuera un prominente político e historiador nacido en la isla
caribeña de Trinidad y Tobago, fallecido hace ahora 30 años, consideraba que la
esclavitud no surgió por asuntos raciales. Afincaba su visión al respecto
indicando que en el Caribe hubo esclavos negros, blancos, morenos, amarillos,
católicos, paganos y protestantes.
En
su ensayo Capitalismo y Esclavitud, versado sobre los temas que le dan el
título, dicho autor externó juicios en disenso con muchos otros autores. Sus
ideas a menudo estaban teñidas de no poca discordia con la realidad.
Al
analizar el tráfico de esclavos desde una visión histórica-económica, Eric Williams
señaló que:
“La
esclavitud en el Caribe ha sido por demás estrechamente identificada con “el
negro.” Se dio así un giro racial a lo que, básicamente, constituye un fenómeno
económico. La esclavitud no nació del racismo; más bien podemos decir que el
racismo fue la consecuencia de la esclavitud…”5
No fueron
sumisos
Es
obligación decir que los esclavos negros que en la isla Española sufrieron el
calvario de su existencia nunca fueron sumisos a su condición de tales.
Una
prueba clara de lo anterior es que muchos de los que fueron llevados por los
franceses al oeste de la isla se escaparon para el lado oriental. Tenían la
creencia de que la vida de este lado les sería menos rigurosa.
Siempre
lucharon para zafarse de la maldad que en su más alta expresión se anidaba en
los espíritus codiciosos de sus amos indolentes. El cimarronaje, que será
abordado en otra ocasión, fue una manifestación de arriesgada rebeldía de los
negros esclavizados.
Una
de tantas pruebas de que los que fueron esclavos negros en la segunda isla en
tamaño de las Antillas Mayores mantuvieron permanentemente su espíritu rebelde
es que no hay ninguna referencia de la existencia en este recodo caribeño de
casos semejantes al creado por Harriet Beecher Stowe en su clásico libro La
cabaña del tío Tom.
Tal
vez por esa actitud insurgente de los esclavos, que imperaba allí donde fueran
transferidos: plantaciones agrícolas,
centrales fabriles, bosques, extensos predios ganaderos, etc. no había aquí la posibilidad
de que se produjera lo que los exégetas de referida novela La cabaña del tío
Tom han dado en llamar “un milagro moral”, visto así entre los sermones que en
forma de surcos fue tejiendo esa brillante escritora estadounidense.
Sobre el cese de
la esclavitud
La
rebelión que se produjo el 27 de diciembre de 1522 en las barracas y chabolas
del ingenio Nueva Isabela, (cerca de Nizao) propiedad de Diego Colón, fue la
primera antorcha lanzada sobre el tupido bosque de la esclavitud de los negros
en América.
Luego
fue el estallido que la radiante mañana del 30 de octubre de 1796 produjeron
los esclavos amontonados en esa especie de “guetto” caribeño que era el Ingenio
Boca de Nigua.
No
obstante lo anterior, faltaba mucho tiempo para que la noche se convirtiera en
amanecer y llegara el día de la abolición de ese cruel sistema de explotación
económica y racial en la ya para entonces llamada con frecuencia isla de Santo
Domingo.
Muchos
creen que la opresión extrema que sufrían los negros cesó aquí el día 10 de
julio de 1801, cuando en la Plaza de Armas de la ciudad de Santo Domingo,
previo al toque de la generala con los tambores de la gendarmería, el jerarca
invasor haitiano Claudio Mondión,
actuando a nombre del poderoso señor Todos los Santos Louverture, proclamó el
fin de la esclavitud en todo el territorio insular donde comenzó la conquista y
colonización española en América.
Luego
de lanzar rayos y centellas contra el cuerpo de leyes que regía en la isla,
hasta entonces dividida en dos colonias, dicho señor invocó la constitución que
en Haití se había proclamado 2 días antes, diciendo que “los habitantes de
Santo Domingo han hecho voto de ser libres.”6
Sobre
ese controversial punto de nuestro pasado me inclino ante la juiciosa opinión
del historiador Vetilio Alfau Durán, quien luego de hacer un largo rastreo por
los meandros de esa cuestión concluyó diciendo que:
“El
histórico suceso de Monte Grande, en febrero de 1844, fue el último destello de
abolicionismo en la isla de Santo Domingo, el epílogo de una lucha secular
verdaderamente heroica…”7
El
gran humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña, en su libro titulado póstumamente
Obra Dominicana, aborda el cese de la esclavitud en Santo Domingo bajo el
prisma de factores económicos. Siendo ese su criterio, y no carente de
sindéresis, así lo divulgo ahora:
“…desde
el siglo XVI, la colonia no tuvo riqueza suficiente para continuar la
importación de africanos, y la esclavitud fue disolviéndose hasta que, cuando
se proclamó la abolición, no suscitó ningún problema, pues los esclavos no
representaban bienes de importancia; con el poco desarrollo de la agricultura,
eran más que nada, sirvientes domésticos.”8
Una
verdad redonda y rotunda, en la que hay consenso por ser asaz evidente, debe
cerrar esta breve serie: Los esclavos negros, tratados peor que animales amaestrados, además de ser
forzados a crear riquezas para los esclavistas, también contribuyeron grandemente,
a pesar de estos, con todo lo que envuelve la etnografía del pueblo dominicano.
Bibliografía:
1-Tres
leyendas de colores. Editora Taller, 1984.Pedro Mir.
2-
África y el Caribe: destinos cruzados (siglos XV-XIX).Editor: AGN.2011. Pp189-190.Zakari
Dramani-Issifou de Cewelxa.
3-Hispanoamérica
y el comercio de esclavos. Editor Universidad de Sevilla, España, 2014.
Enriqueta Vila Vilar.
4-La
riqueza de las naciones. Publicado en el 1776.Libre acceso en internet.P365. Adam
Smith.
5-Capitalismo
y esclavitud. Impresora Gráficas Lizarra. España, 2011. P34. Eric Williams.
6-
Archivo General de Indias, legajo: estado 59. Reproducido en Divulgaciones
Históricas. Editora Taller, 1989.Pp77-84.César Herrera Cabral.
7-Vetilio
Alfau Durán en Clío. Escritos II.P395.Editora Corripio, 1994.
8-Obra
Dominicana. SDB. Editorial Cenapec, 1988.P505.Pedro Henríquez Ureña.
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