LOS AFRANCESADOS (I)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Reparto en ultramar
Se sabe que durante mucho tiempo la isla de Santo
Domingo estuvo controlada por España y
Francia. Las principales decisiones sobre su destino se tomaban al otro lado
del Océano Atlántico, muy lejos de las aguas caribeñas que bañan esta parte del
mundo.
Francia, otrora potencia colonial, comenzó
oficialmente su presencia en esta tierra caribeña cuando el imperio español le
cedió el territorio que luego sería la República de Haití.
El instrumento legal usado para eso fue la primera
parte del Tratado de Rijswijk, firmado el 20 de septiembre de 1697.
Pero un breve examen de la historia criolla conduce a
pensar que el germen de una corriente de opinión de personas inclinadas por el
dominio de Francia en la isla completa surgió aquí a partir de un convenio
provisional que firmaron el 25 de agosto de 1773 el señor marqués de Valliere,
entonces gobernador del lado francés, y el señor José Solano, Capitán General
del lado español.
El perfeccionamiento de dicho acuerdo se concluyó el
29 de febrero de 1776, con la firma del señor Solano, por España, y por el
señor Víctor Theresa Charpentier, (conde de Ennery) en representación del
imperio francés.
El 28 de agosto de ese mismo año se hizo un
instrumento de aplicación y ejecución de dicho acuerdo, con las firmas añadidas
de los señores Joaquín García y Jacinto Luis, comandantes militares,
respectivamente, de las dos colonias en que entonces se dividía la segunda isla
en tamaño del archipiélago antillano.
Ese proceso de reparto territorial desembocó en el
conocido tratado de Aranjuez, del 3 de junio del año 1777, firmado por el señor
José Moñino Redondo, el famoso conde de Floridablanca, en representación de la
corona española, autorizado por el rey
Carlos III; y el Marqués de Ossún por la corona francesa, cumpliendo
mandato del rey Luis XVI.
La nota de Heneken
En sus escritos, dejados en manos seguras para la
posteridad, el señor Teodoro Heneken (patriota independentista y restaurador
dominicano, de origen británico) describió con elocuencia el dominio que de las
actividades públicas tenían para entonces los afrancesados, así como otros antipatriotas
que abogaban para que diferentes potencias de entonces se apoderaran del país.
Así de claro lo indicó Heneken: “Hay una opinión…de
que los dominicanos se encuentran divididos hoy en una porción de partidos:
unos a favor de Inglaterra, otros a favor de Francia, algunos mostrando
simpatías por los Estados Unidos, y pocos sosteniendo el partido nacional o del
27 de febrero cuya divisa es “a todo trance la independencia.”1
Saboteada antes de nacer
La soberanía nacional, concretada en la independencia,
fue saboteada desde antes de nacer. Recibió dardos envenenados cuando sólo era
un proyecto incubado en el pensamiento de unos cuantos jóvenes.
Las ideas de Juan Pablo Duarte y sus seguidores fueron
brutalmente atacadas por algunos grupos pequeños, pero poderosos, que se
oponían a que el pueblo dominicano se organizara en un Estado libre y soberano.
Partiendo de esa actitud negativa, ajena a motivos
razonables de interés colectivo, comenzó una campaña de obstrucción, a veces de
manera soterrada y en ocasiones en forma directa y frontal, mediante la cual
los enemigos del proyecto liberador de los trinitarios fueron estrechando sus vínculos
con personeros al servicio de potencias europeas y de los EE.UU.
Esos grupos trataban de explicar sus componendas alegando
que no veían viable la independencia nacional. Como manto encubridor de sus
propósitos malsanos decían que, a la altura de la primera mitad del siglo XIX, el pueblo dominicano tenía debilidades
insalvables.
Uno de los grupos que inicialmente más insistía en eso
era el de los llamados afrancesados. Estos alegaban que cobijados bajo el alero
de un país poderoso como Francia los dominicanos disfrutarían de una economía
boyante y otras ventajas colaterales. Esas ofertas eran puras pamplinas,
buscando así engañar al pueblo llano.
La inmensa mayoría de los dominicanos de entonces
nunca creyó en eso, tal y como se comprueba al examinar el comportamiento
popular frente a las incursiones de fuerzas extranjeras en el territorio
nacional.
El ejemplo más elocuente de lo anterior fue la Guerra
de la Restauración, protagonizada por las masas populares, que pusieron a
morder el polvo de la derrota al poderoso ejército del imperio español y sus
cúmbilas, los vendepatria criollos.
La realidad, que es el crisol de la verdad, ha
demostrado que esas camarillas se movían en la nefasta dirección del
entreguismo a poderes externos por puros intereses particulares, con variadas
amalgamas de cabriolas semánticas que pretendían justificar sus hechos, pero
que carecían de fundamentos, tal y como se comprueba en las páginas amarillas
de la historia dominicana.
Los afrancesados, enemigos abiertos del proyecto
liberador de los trinitarios, participaron activamente en el llamado Plan
Levasseur, cuyo objetivo final disfrazado era que Francia se apoderara del
territorio dominicano.
Para ese plan tuvieron la eficaz asesoría (no
precisamente porque la mente de los afrancesados fuera una pizarra en blanco)
del comisario de política internacional de Francia Eugenio Dupon, quien luego
de proclamada la independencia nacional siguió incidiendo de manera indirecta
en la política criolla, tal y como se comprueba en muchos registros de aquella
etapa incipiente de la República Dominicana.
Poniendo en perspectiva lo anterior vale citar al
historiador Leonidas García Lluberes, quien atribuye a la influencia de los
referidos Dupon y Levasseur la actitud de los afrancesados de negar “su
cooperación a la revolución del 27 de febrero, en el momento inicial o magno…”2
En la Asamblea Constituyente
En una suerte de revisionismo histórico es válido
interpretar, con documentos a la vista, (para descubrir nuevas vertientes de
nuestro ayer) las maquinaciones que los afrancesados hicieron contra la
República Dominicana, en el tiempo en que batieron las alas con el malsano
objetivo de quebrar su existencia.
En socorro de ese estudio crítico viene, incluso, el
viejo esquema referente a que “la
historia necesita mucho tiempo para escribirse.”
Sobre las maniobras de los afrancesados conspirando
contra la nación dominicana hay cientos de documentos que forman parte de un
legajo infame sobre hechos que cubren un
largo tramo del siglo XIX.
Mientras se debatía en San Cristóbal la elaboración de
la primera versión de la Constitución el intruso cónsul francés en la naciente
República Dominicana, Eustache de Juchereau de Saint Denys, (pájaro de cuenta
en la historia nacional) intervenía allí, con el apoyo entusiasta de los
afrancesados, para crear las condiciones que permitieran a su país controlar
los destinos del nuestro.
En carta de fecha 30 de noviembre de 1844, dirigida al
ministro de negocios extranjeros de Francia, el susodicho representante
consular le informa que los constituyentes dominicanos eran “hombres recelosos,
sin instrucción, sin ideas firmes…”
En una demostración de sus poderes de manipulación
para ir abonando el terreno de un posible protectorado de Francia sobre la
República Dominicana, aludiendo al bochornoso artículo 210, dicho sujeto hizo esta grave revelación:
“La Constitución ha sido, al fin votada. Mis consejos,
apoyados por algunos amigos adictos, miembros de la Constituyente…han triunfado
de los malos deseos de algunos intrigantes partidarios netos de las hostiles
prevenciones… Mis consejos prevalecieron y la Constitución definitiva le ha
acordado (al Presidente) no sólo
atribuciones muy extensas, sino aún un poder casi dictatorial y sin
responsabilidad para en caso de que la salud de la República pudiera ser
comprometida…”3
Activismo de los afrancesados
Cuando la República no había cumplido su primer año
los afrancesados le enviaron una comunicación al Cónsul General de Francia en
Haití, Auguste Levasseur, en la cual rogaban su intervención para entregar la
soberanía dominicana a dicha potencia colonial.
Los afrancesados hicieron todo lo posible, desde los
primeros meses de proclamada la independencia nacional, para arriar el pabellón
tricolor e izar en el país la bandera de Francia.
Si eso no cuajó fue porque a Francia, cuya política
internacional estaba entonces controlada por el célebre Francois Pierre Guizot,
no le interesaba en ese momento tener roces con Inglaterra. Dicho eso al margen
del desempeño de Guizot como figura estelar del liberalismo doctrinario.
Así se expresaban los afrancesados, en comunicación
del 15 de febrero de 1845 al Cónsul General de Francia en Haití: “Usted no
tiene más que indicarnos el medio que Ud. considere más conveniente para
convencer a Francia de nuestro sincero deseo de colocarnos bajo su poderosa
protección, cual que sea el sacrificio que sea necesario para obtenerla…”4
El 19 de abril de 1849, con el control del Congreso
Nacional, los afrancesados tramitaron, a través del cónsul de Francia en el
país, una súplica a las autoridades instaladas a orillas del río Sena
pidiéndoles ocupar la República Dominicana.
Lo anterior, y no otra cosa, significaban estas
palabras en las cuales hicieron descansar su pedido: “el Congreso Nacional ha
decidido en su sesión de este día invocar el protectorado francés a favor de la
República Dominicana.”5
Esos mismos afrancesados, frente al silencio
deliberado que por conveniencia de política internacional mantenía la potencia
que fijaba la atención de su insensatez
en ruta al delirio, volvieron a la carga con su voz plañidera el 20 de
diciembre de 1849.
Esa vez se dirigieron directamente al presidente de la
Segunda República Francesa, Luis III Bonaparte, urgiéndolo para que tomara una
rápida decisión con relación a “la demanda de protectorado francés.” Un mes
después, el 22 de enero de 1850, ampliaban su abanico petitorio para que el
mandatario galo aceptara la demanda de “anexión o protectorado.”
Un jefe afrancesado
Buenaventura Báez fue uno de los más activos
afrancesados. Esa es una verdad histórica de fácil comprobación.
Sin embargo, es pertinente señalar que el entreguismo
de ese caudillo de la política criolla no se limitaba a favorecer sólo a
Francia. Él se movía hacia la potencia que su olfato político le hiciera pensar
que podría controlar en un momento determinado al pueblo dominicano y en esas
circunstancias él empinarse como vicario de la usurpación.
Por ser afrancesado se opuso tenazmente al movimiento
trinitario que luchaba por poner en práctica el ideal independentista de
Duarte. Al ser derrotado su proyecto anti dominicano, el 10 de marzo de 1844 se
refugió en el Consulado de Francia en la ciudad de Santo Domingo.
Fue arrestado,
pero siguió en su conspiración contra la naciente República. El 9 de junio del
referido año logró salir de la cárcel y volvió asilarse en la mencionada
delegación consular.
Una prueba de que sus inclinaciones iniciales de
afrancesado no lo limitaban en su vocación de vendepatria es que dejando de
lado los enconos entre Santana y él se inclinó por la anexión a España e
incluso fue investido con el alto rango de Mariscal de Campo del ejército español,
en pago por haber sido parte protagónica de esa maldición histórica.
En ese sentido una de sus más acuciosas biógrafas, la
historiadora Mu-kien Adriana Sang, escribió lo siguiente:
“Fue un político profundamente conservador, que
cifraba el éxito de su gestión en la protección de una nación imperial, no
importaba su ubicación geográfica. Y conforme a estos postulados, orientó sus
esfuerzos y dirigió su acción.”6
Lo anterior se confirma con sus múltiples afanes
posteriores de ceder la soberanía dominicana a los EE.UU., de lo cual hay
abundantes documentos con fuerza de sellos históricos, como una supuesta
ratificación popular de fecha 19 de septiembre de 1873 que invocó para ofrecer
en paño de oro a ese país imperial la Península de Samaná.
Bibliografía:
1-Revista Clío No.126. Sept.-dcbre, 1970.P9.Discurso de
ingreso a la ADH. Hugo E. Polanco Brito.
2-Revista Clío No.94.Sept.-dcbre.1952.P177.Leonidas
García Lluberes.
3-Correspondencia del cónsul de Francia en Santo
Domingo, 1844-1846.Eustache de Juchereau de Saint-Denys. Recopilador (1996)
Emilio Rodríguez Demorizi.
4-Comunicación dirigida a Levasseur.15 de febrero de
1844.
5-Oficio s/n.19 abril.1849. Congreso Nacional.
6-Buenaventura Báez. El caudillo del sur. Editora
Taller, 1991.P14.Mu-kien Adriana Sang.
No hay comentarios:
Publicar un comentario