Flaubert, a 200
años de su nacimiento
POR TEÓFILO
LAPPOT ROBLES
El 12 de
diciembre pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Gustave Flaubert, el
célebre novelista que abrió por primera vez sus ojos en una ciudad llamada Ruan, en la región de Normandía,
Francia; donde 390 años más atrás había muerto trágicamente Juana de Arco, La
doncella de Orleans.
Flaubert está incrustado
en la controversia histórica que jalona las relaciones de la República
Dominicana y la República de Haití.
La causa de eso
tiene su origen en los rencores que desde los ancestros tiene una parte de la
élite intelectual y política de Haití, empecinada en restarle integridad
colectiva al pueblo dominicano.
Desde siempre,
hasta el presente, los aludidos han esparcido mentiras en contra de la República
Dominicana. Lo han hecho con la irresponsabilidad propia de fanfarrones
traviesos.
Un médico e
intelectual haitiano, Jean Price-Mars, con una alta dosis de soberbia echó mano
de una mentira y utilizó a Madame Bovary, el más famoso personaje de la
creación literaria de Gustave Flaubert, para denostar al pueblo dominicano al
endilgarle un calificativo que no se corresponde con la verdad; atizando así la
malquerencia de nuestros vecinos del oeste.
Ciertos
sectores de poder del otro lado de la frontera han hecho acopio de la infamia
elaborada por el referido historiador para mantener de manera machacona un
embuste contra nuestro país.
En su obra
titulada La República de Haití y la República Dominicana, publicada en el 1953,
dicho historiador y diplomático haitiano se refirió maliciosamente sobre el
pueblo dominicano, utilizando como ariete para eso a la inventada Madame Bovary:
“…el
dominicano, en una exaltación de bovarismo colectivo, cree pertenecer a la raza
blanca, dueña del Universo. Se cree blanco.”
Se trata de una
falsedad completa, pues mezcló con mala intención la opinión desencajada de algunos
intelectuales de aquí con el sentir y el ser del pueblo dominicano. Son dos
cosas muy distintas.
El mencionado
autor (que fue embajador de su país aquí, en el gobierno de León Dumarsais
Estimé) sabía que mentía, pero prefirió convertirse en “profeta de desgracias”,
transformándose en una versión masculina de Casandra, la famosa troyana de la
mitología griega. Así se autocalifica al final de dicho libro.
Como esta
crónica tiene otro propósito, y a Price-Mars le contestaron Emilio Rodríguez
Demorizi y Sócrates Nolasco, entre otros, no es necesario distraer el tiempo en
esa mendacidad de origen haitiano.1
Flaubert está
considerado, por sus inmensos aportes literarios, como el creador de la novela
moderna, fruto de su obra titulada Madame Bovary, escrita con gran lucidez, un
cuidado literario de gran envergadura y portadora de un contenido insuperable.
En los 11
capítulos de esa clásica novela se desparraman el ingenio creativo y el dominio
técnico en el arte de la escritura de su autor.
Dicha narración,
propia de un maestro consumado, a pesar de que fue la obra primeriza de
Flaubert, es considerada por muchos novelistas, críticos literarios,
ensayistas, lexicógrafos, filólogos, y otros especialistas en diversas ramas de
la literatura, como la segunda novela más importante de las letras universales,
después de Don Quijote de la Mancha.
De Madame
Bovary dijo Gabriel García Márquez lo siguiente: “Es una pieza de relojería. Un
mecanismo perfecto.”2
Distinto
opinaban algunos críticos literarios parisinos contemporáneos de Flaubert,
quienes fueron mordaces, unos cegados por la mezquindad y el reconcomio y otros
por variadas motivaciones subalternas.
Lo que nadie
nunca ha podido negar es que Flaubert le daba una expresión propia a cada tema
de su producción literaria. Valoraba, además, la fuerza de los hechos, a los
que colocaba por encima del pensar mismo de los autores.
Así se
comprueba al leer sus inigualables textos de ficción y la copiosa
correspondencia que tuvo con diversos personajes del mundo de las letras o no.
A uno de ellos
le escribió este párrafo impactante: “La vida es algo tan odioso que sólo se
puede soportar evitándola y se le evita viviendo en el arte, en la búsqueda
incesante de la verdad expresada por medio de la belleza.”
El activo
novelista y ensayista peruano Mario Vargas Llosa, que se ha declarado deudor de
las enseñanzas literarias de Flaubert, señaló:
“Hasta Flaubert
la novela era considerada un género plebeyo, a diferencia de la poesía donde la
belleza del lenguaje alcanzaba su máxima expresión…”
Sobre las
exigencias de Flaubert para que la prosa narrativa tuviera el nivel artístico de la poesía, el autor de obras tan
famosas como La casa verde y Conversación en La Catedral puntualiza que: “eso
hace que Madame Bovary nos parezca un objeto en el que nada falta y nada sobra,
como una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Rembrandt o un poema de Góngora.”3
Al leer la
principal obra de Flaubert se comprueba que
Emma Bovary, como figura de ficción, supo bien temprano que el sexo cabalga
en la larga sabana de la individualidad. Más allá de los prejuicios que
existían en la sociedad parisina del siglo 19.
El periodista y
literato español Miguel Salabert Criado, quien fue un gran flaubertiano, al
referirse al conjunto de la obra del escritor francés, de cuyo nacimiento
recién se cumplieron 200 años, escribió en uno de sus ensayos que su estilo literario
le producía “un placer masoquista.”
El anterior no
es un juicio ocioso. Contiene la sustancia que define los méritos literarios
que permitieron colocar a Flaubert en un lugar preeminente en el panteón de las
letras universales.
El personaje de
ficción Emma Bovary es digno de analizarse como parte de la cultura tanática, que
es aquella que surge de situaciones incómodas en el núcleo familiar de un
individuo, con ausencia de amor y educación.
Pero los actos
de esa joven provinciana, deslumbrada con las luces y el glamour de la gran
ciudad de París, también deben ser vistos tomando en cuenta los elementos
sociales que brotan de la vida de apariencias, materialista, y surcada por esa
anomia abarcadora que son los antivalores. En el caso de ella pendía el
aburrimiento de un lecho conyugal cargado de miseria, y una miríada de otras
situaciones. Los elementos de sensibilidad que se captan en la vida diaria de
Emma Bovary están mezclados con alienación.
Dicho lo
anterior, en abono de Madame Bovary (quien en el paroxismo de sus ilusiones siempre
estuvo chocando con la realidad, al creerse lo que no era) hay que señalar que
los tormentos interiores que marcaron su existencia ficticia nunca la llevaron
a los extremos de la célebre Aspasia, la astuta mujer del estadista griego
Pericles, quien en sus momentos de mayor ira provocaba que las callejuelas
empinadas de la isla de Samos y de la ciudad dórica de Mégara se inundaran de
sangre. La criatura flaubertiana sólo ejerció la violencia extrema contra sí
misma, al cometer suicidio.
La otra gran
novela de Flaubert es La educación sentimental, con un contenido también trascendental,
en la cual él no sólo derrochó su talento creativo sino que además demostró su
gran dominio de los presupuestos narrativos.
La relevante
figura que en el mundo de las letras universales es Flaubert lo convierte en acreedor
de famosos escritores. Algunos de ellos incluso han recibido el Premio Nobel de
Literatura.
Novelistas y
cuentistas sobresalientes han admitido la vinculación intrínseca de algunos de
sus textos con la producción literaria de Flaubert.
Cuando se leen,
por ejemplo, las escenas del triángulo formado por Frederic Moreau, Marie
Arnoux y Jacques Arnoux en la novela La educación sentimental, de Flaubert, y
se comparan con la ritualidad
sentimental que se desarrolla en torno a Florentino Ariza, Fermina Daza y
Juvenal Urbino, personajes centrales de la novela titulada El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel
García Márquez, se observan, por efectos de la intertextualidad, notables
semejanzas y acentuadas colindancias entre ambos autores, aunque las tramas
narrativas tengan cursos diferentes.
Por su novela
Madame Bovary, publicada en una sociedad mojigata como la francesa de mediados
del siglo 19, Flaubert y su personaje imaginario Emma Bovary fueron llevados a
un risible juicio penal. Se les acusó de violar la entonces ley 1819, por
supuesto escándalo público y atentar contra la moral religiosa.
La habilidad
argumentativa de Flaubert lo salvó de una condena, aunque para ello tuvo que
lanzar dardos contra Emma Bovary. Se dijo entonces también que el emperador
Napoleón III intervino en su favor por razones políticas.
Lo cierto es
que a petición del fiscal acusador, monsieur Ernest Pinard, la irreal Madame
Bovary fue condenada porque “era un afronte a la conducta decente y a la
moralidad religiosa.”
Luego otros
libros famosos también sufrieron censura en otras partes del mundo. Uno de los
casos más famosos fue el juicio al que en el 1921 fueron sometidos en los
EE.UU. los editores de la monumental novela titulada Ulises, del irlandés de
James Joyce, a quienes se les prohibió publicarla.
Varios años
después de la aparición de Madame Bovary, Flaubert publicó su ya mencionada
otra maravillosa novela, titulada La educación sentimental, cuyo principal
personaje es Federico Moreau. Su lectura permite observar que en algunos de sus
capítulos hay aspectos altamente coincidentes con la vida del escritor. Son
visibles algunos elementos autobiográficos.
Emma Bovary y
Federico Moreau nunca se cruzan en sus historias individuales; tienen actitudes
diferentes frente a los hechos del día a día, pero hay en ellos algo en común:
como criaturas creadas por el célebre autor están invadidas por las pasiones
humanas en todas sus variedades.
En ambos es notorio un espíritu cargado de
idealismo. Los dos terminan sus itinerarios novelísticos desilusionados.
En el caso de Emma
Bovary tomó una fatal decisión luego de la impotencia que la cubrió en su
encuentro final con Rodolfo, su amante de los dos últimos años.
Ella se
envenenó con arsénico. Murió con “un puñado de polvos blancuzcos que se llevó a
la boca”4
El joven observador
y taciturno Federico Moreau, siempre enamorado de Madame Arnoux, una mujer madura, se llenó de
espanto y desencanto al ser testigo presencial del acto criminal cometido por su
amigo Sénécal, quien en su condición de guardia municipal asesinó a su amigo el
militante político socialista Dussardier en el 1851, después de varios años en el
fragor de la revolución de febrero de 1848.
El principal
personaje de la novela La educación sentimental, Federico Moreau, se fue
cubriendo de “la amargura de las amistades truncadas.”
Dicho lo
anterior más allá de los recuerdos que surgieron 16 años después (1867) del
crimen vicioso contra Dussardier, así como las humoradas con flores que
escenificó él y uno de sus amigos de infancia en el burdel de la Turca, al cual
habían acudido en su juventud.5
Bibliografía:
1-La República
de Haití y la República Dominicana. Tomo II. Editora Taller, 2000. Pp817-866.
Jean Price-Mars.
2-Suplemento Libros.
El País.12-diciembre-1985. Pp1-3. Citado por Frances Arroyo.
3-Conferencia
sobre Flaubert. Montevideo, Uruguay,1966. Mario Vargas Llosa.
4-Madame
Bovary. Editorial Ramón Sopena, Barcelona, España, 1982.P245. Gustave Flaubert.
5- La educación
sentimental. De virtual library.org. Traducción de Hermenegildo Giner de los Ríos, 1891. Pp356,
357 y 364. Gustave Flaubert.
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