MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (I)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Se sabía que la liberación dominicana del yugo haitiano
iba en firme, sin posibilidad de dar marcha atrás, desde que pasada las diez de
la noche del 27 de febrero de 1844 se produjo en la puerta de la Misericordia
el fogonazo redentor de Mella, bajo la consigna de “¡Dios, Patria y Libertad!”
En los minutos siguientes los trinitarios ocuparon el
Baluarte del Conde, con la ayuda del capitán dominicano Martín Girón y los
hombres bajo su mando, muchos de ellos incardinados entre las tropas del
gobierno de ocupación militar.
Desde ese lugar histórico centenares de valientes
dominicanos marcharon con las armas en ristre hacia la fortaleza Ozama, donde
estaba instalado el principal centro de operaciones militares que tenían los
haitianos en el país.
Los hechos de esa noche febrerina, principio de lo que ocurriría
en el marzo siguiente, armonizaron con lo que muchos años después escribió,
lejos de aquí, el ensayista y poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán: “…detrás de
cada noche, viene una aurora sonriente”.
Lo anterior fue una nueva demostración de la legendaria
resiliencia de un pueblo acostumbrado a sobrevivir a todos los avatares y
zozobras de la vida, desde que fue adquiriendo su noción de dominicanidad, sin
importar que ese sustantivo no estuviera todavía incorporado a los diccionarios.
Esa acción redentora, que comenzó a materializarse en la
puerta de la Misericordia, quedó más afincada cuando la mañana y tarde del día
siguiente se desarrolló una intensa jornada de negociación entre los revolucionarios
dominicanos y las autoridades usurpadoras haitianas que durante 22 largos años habían cometido aquí un largo rosario de
abusos de todos los pelajes.
Los representantes dominicanos actuaron con demasiada
generosidad al permitir que jefes civiles y militares haitianos salieran
impunemente del país, con el abrigo protector del habilidoso cónsul francés en
Santo Domingo, Eustache Juchereau de Saint-Denys, a pesar de que en gesto
narcisista él llegó a considerarse a sí mismo como “el padrino de la revolución
de la separación dominicana”. (Oficio emitido en París el 8 de diciembre de
1848, dirigido a la Cancillería de Francia).
Los sucesos posteriores llevan a pensar que los haitianos,
aunque sobrepasados por la sorpresa, cometieron el 28 de febrero de 1844 una
trampa saducea, que es como se conoce en la Biblia la “manipulación capciosa
para conseguir que el adversario dé un paso en falso o cometa un grave error”.
La clave de lo anterior radicó en que pocos días después
de producirse el nacimiento formal de la República Dominicana los mismos
haitianos volverían a cruzar la línea
fronteriza, tratando de derribar lo que era una realidad irreversible, aunque
ellos seguían pensando que la isla de Santo Domingo en pleno estaba integrada
por haitianos.
En pleno regocijo por la alborada de su soberanía llegó
marzo y cargó de gloria a los dominicanos, pues sus improvisados y bizarros combatientes
evitaron que les arrebataran de nuevo su libertad.
La primera luz fulgurante del marzo dominicano de 1844 se
produjo el día 2, cuando el gobierno recién
instalado (Junta Central Gubernativa) envió una delegación a Curazao para traer
a la patria a Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina y a
otros dominicanos que se encontraban en calidad de exiliados en esa isla caribeña.
Ese mismo día 2 de
marzo los registros de la historia de Haití consignan que el Secretario de
Estado de Relaciones Exteriores, de Guerra y Marina de dicho país, el general
de división Hérard-Dumesle, presentó en la asamblea constituyente instalada en
la ciudad de Puerto Príncipe un mensaje cuyo contenido no tenía ni una milésima
parte de verdad, en el cual informaba que en el lado oriental de la isla de
Santo Domingo había una revuelta contra las autoridades haitianas. Ocultó,
entre otras cosas, que ya había sido creado el Estado dominicano.
También se supo ese día que el soberbio presidente
haitiano Charles Riviére- Hérard, autor principal del derrocamiento de
Jean-Pierre Boyer, había decidido iniciar los preparativos para ocupar de nuevo
el territorio dominicano.
Sin imaginarse que apenas le quedaban dos meses en el
poder ordenó que se hiciera saber desde
el recinto congresual, por boca del referido general de división, lo siguiente:
“…el Presidente ha creído indispensable movilizar toda la
guardia nacional y trasladarse él mismo al lugar de los hechos para observar
los movimientos de las tropas y darles la más útil instrucción a fin de
asegurar el éxito…”
El día 4 de marzo del 1844 la asamblea constituyente de
Haití emitió un Decreto otorgando poderes al mencionado primer mandatario de dicho
país, a fin de que movilizara la llamada Guardia Nacional para lo que ellos
llamaban “el restablecimiento de la tranquilidad general…”
Dicho texto legislativo decía textualmente en su artículo
2 que: “El Presidente de la República queda igualmente autorizado a mandar
personalmente las fuerzas de tierra y de mar de la República, las cuales serán
dirigidas a la parte del Este de la República”.
Estaban muy creídos de que lograrían una victoria
fulminante contra el pueblo dominicano. Por eso en el artículo 3 del referido
Decreto se puntualizaba que: “Estas autorizaciones cesarán, de pleno derecho,
al restablecimiento de la tranquilidad pública en la parte Este”.
De inmediato Riviére-Hérard, que se empeñaba en negar el
hecho real de la independencia dominicana, emitió una denominada “orden del día”,
mediante la cual decretó una movilización de todos los militares activos, en
disponibilidad o licenciados, para pasar revista el 7 de marzo de 1844 e
iniciar las acciones bélicas a fin de “…que todo vuelva a entrar en el orden…”
El 7 de marzo de 1844 las autoridades de Haití, y los
grupos económicos que tenían gran incidencia en ese territorio, hicieron
publicar en la prensa de allá que sus tropas entrarían triunfantes “a paso de
carga a Santo Domingo”.
Como se sabe de sobra ese deseo de los jefes haitianos se
convirtió en poco tiempo en humo de paja seca, pura yesca, pues las armas
dominicanas se vistieron de gloria en el marzo de 1844.
El día 9 del mes y año referidos el gobierno dominicano,
que lo era la Junta Central Gubernativa, le hizo saber, con el énfasis
correspondiente, al gobernante haitiano sobredicho que el pueblo dominicano había decidido “ser libre e independiente”.
Pero la respuesta que ese mismo 9 de marzo de 1844 dio
quien menos de dos meses después sería obligado a cesar de la presidencia de
Haití, por el asedio que desde el suroeste (Les Cayes) de ese país le hizo el
denominado “Ejército de los sufrientes”, fue llamar a las armas para dizque “garantizar
la integridad del territorio haitiano y de ahogar en su cuna la hidra de la
discordia que ha osado levantar su cabeza en la Parte Este.”
La realidad del glorioso marzo de 1844 les dio de frente a
los vecinos del oeste de la isla de Santo Domingo, tal y como quedará plenamente
demostrado en las próximas entregas de esta breve serie.
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