CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (IV) SOULOUQUE Y PIERROT
POR
TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Desde
los primeros meses de la histórica Revolución Francesa del año 1789 se abrió en
Haití, en su condición de territorio sometido a un régimen de esclavitud, una
larga y sangrienta etapa de luchas raciales, económicas, políticas y sociales.
La
yesca haitiana, o para decirlo de otro modo, la debilidad orgánica del régimen
colonial y esclavista que imperaba en la referida colonia (falencia nacida de
la creencia de los esclavizadores de que serían eternos) contribuyó en mucho a
que la pradera se incendiara sin muchas dificultades.
Varios
historiadores haitianos han coincidido en describir como dramáticas las
enconadas disputas que entonces libraron grupos que fueron clasificados como
“grandes blancos”, affranchís (que eran los mulatos oligarcas), negros libres,
“pequeños blancos”, mulatos y esclavos.
Juan
Bosch, en su obra Composición Social Dominicana, al referirse a la convulsión
de marras, y partiendo de los datos que arrojan las estadísticas económicas de
entonces sobre el cada vez más activo intercambio comercial que desde mediado
del siglo 18 había entre las dos partes en que se divide la isla de Santo
Domingo, puntualizó lo siguiente:
“El
pueblo dominicano se hallaba frente a una fuerza ingobernable que destruía en
un momento las mejores perspectivas del país. Pero esta vez el golpe iba a ser
seguido por muchos otros; la historia dominicana iba a entrar en un proceso
rápido, arrastrada por los acontecimientos desatados en Europa por la
Revolución francesa y en la Isla por la revolución haitiana…de ese proceso
saldría al fin nuestro pueblo agotado y a punto de desaparecer.”1
Como
en cualquier lugar del mundo, todas las convulsiones ocurridas en la historia
haitiana tienen un por qué, aunque no hay consenso en trazar una causa exclusiva como fuente primigenia de las
mismas.
Ejemplo
de lo anterior es la opinión que sostuvo en el 1895 el prócer dominicano Pedro
Francisco Bonó, desde la tribuna de su llamado Congreso Extraparlamentario, al
referirse a las hostilidades de los haitianos contra los dominicanos:
“Haití
tiene por base inquebrantable de su conservación y progreso, el exclusivismo de
una raza; la negra, única objeto de sus amores y predilección…”2
Prueba
de que lo anterior era verdad, aunque no una verdad exclusiva, fue el genocidio
que en febrero, marzo y abril del año 1804 cometieron, por órdenes de
Jean-Jacques Dessalines, cuadrillas de negros armados contra los blancos,
nacidos o no en Haití.
Ya
antes habían ocurrido hechos similares, como por ejemplo el incendio que en el
1791 hicieron del poblado de Plaine du Cap, masacrando a todos los blancos, sin
importar edades o sexos.
En
esa misma línea de crímenes en masa hay que ubicar a los colonizadores blancos
que en Haití arrasaron con familias completas de negros. Se había desatado un incontenible
odio mutuo.
Los
blancos que en Haití mantenían la esclavitud de los negros, y dominaban el
comercio y la economía en general, fueron los iniciadores de esa tragedia cuyas
heridas jamás se han cicatrizado en el cuerpo social de ese país.
Tal
vez sirva para establecer el nivel de animadversión racial que existía en aquel
país la famosa expresión del principal asistente de Dessalines, el escritor e
historiador Louis Félix Mathurin Boisrond-Tonnerre, quien el primero de enero
de 1804 dijo con mucha solemnidad, y convencido de la trascendencia de sus
palabras, que:
“¡Para nuestra declaración de independencia,
deberíamos tener la piel de un hombre blanco como pergamino, su cráneo como
tintero, su sangre como tinta y una bayoneta como pluma!”
Dos
años y meses después de esa terrible declaración de Boisrond-Tonnerre (específicamente
a los pocos días de que se produjo el magnicidio de su jefe Dessalines), ese
brillante pero obnubilado hombre de letras, educado en París y sobreviviente de
un rayo que partió en dos su cuna infantil, fue asesinado en una celda
carcelaria el 24 de octubre de 1806.
Muchas
de las cosas que han ocurrido en la historia de Haití no pueden disociarse de
su dramático pasado. Se trata, en parte, de lo que Pedro Francisco Bonó describió en el 1895:
“Haití conquistó su libertad devastando e incendiando su mismo suelo…extinguió
por odio dos razas de su suelo, la blanca y la mezclada, tal vez se justificaba
con los precedentes y con la barrera que querían poner a la esclavitud…”3
Un
siglo y medio después de esas expresiones del referido héroe restaurador
dominicano las mismas se pueden aproximar a las reflexiones del intelectual
brasileño Ricardo A. S. Seitenfus, quien en su obra titulada Reconstruir Haití:
entre la esperanza y el tridente imperial, publicada en el 2016, señala que:
“Hijo
bastardo e indeseable de una colonización prometedora, transformado con el
proceso de independencia en catástrofe traumática, el Occidente se esfuerza por ahuyentar de su horizonte
cuanto se refiera al colonialismo y, en particular, a Haití…La Revolución
Haitiana fue percibida por Occidente como absurda e inaceptable…”4
El
repaso de los hechos del pasado permite decir que ningún pueblo ha comenzado su
andadura institucional con una pizarra de superficie limpia. Por eso es válido
decir que también en Haití hubo presidentes como Soulouque, Pierrot y otros que gobernaron en medio de los
rutinarios torbellinos que han jalonado la historia de ese país.
Faustino
Soulouque
Faustino
Soulouque, de raza mandinga, nació en un valle rústico de Petit-Goáve, en el
oeste haitiano. Fue presidente y emperador de Haití, mostrando como su
principal condición para llegar a la cima del poder su actitud despiadada. Fue
un pertinaz enemigo de la República Dominicana.
En más de una ocasión tanto Soulouque como
Pierrot trasladaron hacia acá, con grandes daños, las sangrientas convulsiones
que se vivía en Haití cuando ellos ejercieron sus respectivos mandos
presidenciales.
Los
muchos agravios que cometieron contra el pueblo dominicano fueron consecuencias
de la ambición y el interés particular y grupal de ambos individuos. Los dos
fueron de los más ardientes valedores de la absurda idea de que la isla de
Santo Domingo no podía estar dividida en dos Estados.
Uno de los hechos más abominables de Soulouque
comenzó el primero de mayo de 1849, cuando firmó el funesto decreto de invasión
del territorio dominicano.
En
esa excursión armada, como en otras, ese siniestro personaje salió derrotado. Es
pertinente resaltar que en las operaciones militares de ese año, en defensa de
la soberanía nacional, participaron en apoyo a las tropas en tierra las
unidades de la flota dominicana identificadas como la fragata Cibao, el
bergantín 27 de Febrero, y las goletas General Santana y Constitución.
Mediante
ese zafarrancho de combate se comprobó otra vez la pericia naval del general
Juan Bautista Cambiaso, del coronel Juan Alejandro Acosta, del comandante Simón
Corso y del capitán Ramón Gonzales.
Los
registros históricos recogen que ante la ausencia de fuerzas navales enemigas,
las cuales quedaron detenidas en el Cabo Mongó, en el litoral caribeño del
país, el glorioso Cambiaso ordenó que los barcos de guerra dominicanos se
colocaran en línea de batalla en la demarcación marina azuana, a distancia que
les permitieran usar con efectividad sus cañones para impedir el paso, en
formación recta, de las tropas lideradas por el presidente de Haití Soulouque,
las cuales según informes de espías pretendían ocupar lugares estratégicos de
la zona.
Fue
una táctica de guerra efectiva. Los intrusos, bajo el mando militar del mismo
Faustin Soulouque y del general Jean Francois Jeannot, luego de su sufrir
continuas derrotas, tuvieron que internarse usando vericuetos en el lomerío que
forma parte de la Sierra de Ocoa, en la vertiente sur de la Cordillera Central.
De
allí bajaron para ser derrotados en el desfiladero de El Número y en la llanura
de Las Carreras.
Jean-Louis
Pierrot
Jean-
Louis Pierrot vio la luz por primera vez en la aldea llamada Acul-du-Nord, una
tierra rocosa, pero con arroyos que se asemejan a ríos, situada en el norte
montañoso de Haití. Al igual que el mencionado Soulouque fue un enemigo declarado
de la República Dominicana.
Es
válido decir que cuatro años antes de la referida invasión fallida de Soulouque
resultaron aciagas para la flotilla del entonces país enemigo de la República
Dominicana las disposiciones contenidas en la circular No. 20, emitida el 26 de
noviembre de 1845.
En
dicho oficio militar, expedido en la ciudad portuaria de Cabo Haitiano, firmado
por un almirante, cumpliendo órdenes del presidente Jean-Louis Pierrot, se
ordenó que varios barcos de guerra haitianos, formando un convoy que creyeron
invencible, zarparan hacia el litoral atlántico dominicano: “a fin de combatir
los buques de los insurgentes hasta su exterminio…”
El
historiador José Gabriel García señala, en su obra titulada Guerra de la
Separación Dominicana, que al margen del contenido de la referida circular los
intrusos tenían órdenes expresas de que: “una vez posesionados de cualquier
punto que fuera, y como si los dominicanos no tuvieran alma en el cuerpo, las
hordas haitianas deberían pasar a cuchillo a todos los dominicanos: los varones
sin excepción de persona…La tropa desenfrenada se entregaría al pillaje, lo que
les había ofrecido en premio a sus servicios.”5
Es correcto señalar que el presidente Pierrot
trasladó la sede de su gobierno a la ciudad atlántica de Cabo Haitiano, lo cual
causó gran disgusto a la élite de Puerto Príncipe, que sentía así disminuida su
urbe.
El
motivo que alegó dicho mandatario para abandonar junto a sus ministros la
histórica capital situada frente a una hermosa bahía del occidente haitiano fue
la sospecha de que sus poderosos enemigos podían atentar contra su vida en el
mismo interior del palacio presidencial.
La
desconfianza era uno de los puntales en las actuaciones políticas y militares
de Pierrot. Tal vez por haberse forjado en la manigua.
Gran
parte de su vida adulta la pasó vadeando ríos, moviéndose entre valles
intramontanos o picos de montañas, tomando atajos o transitando por caminos
desconocidos, oyendo hablar de casamata, pero pernoctando debajo de árboles.
Reseñas
del pasado haitiano recogen la curiosidad de que él mantenía a sus escoltas en
estado de revista. Siempre al asecho de enemigos.
Lo
anterior permite tener una clara idea del alto nivel de tensión que existía en
Haití, donde el principal jerarca militar y político no se sentía seguro ni
siquiera en los aposentos del edificio donde descansan los resortes del poder
ejecutivo.
Es
importante recordar que el susodicho general Pierrot fue el mismo que en marzo
de 1844 invadió la parte norte de la República Dominicana.
El
propio Pierrot que ante su fracaso invasor, luego de atravesar el río Yaque del
Norte con más de 10 mil militares con potentes armas de uso individual y
decenas de piezas de artillería pesadas y ligeras, le dirigió el 31 de marzo de
1844 una comunicación al victorioso general dominicano José María Imbert,
recibiendo respuesta inmediata en estos términos: “Siempre justa, siempre firme
y generosa, la República Dominicana no fomentará una guerra civil y de
exterminación, aunque el éxito a su favor no puede de ningún modo ser dudoso…”6
El
mismo Pierrot que luego de ser derrotado militarmente en la ciudad de Santiago
de los Caballeros, y llegar en estado de sofocación a Cabo Haitiano, aprovechó
la gran división que había en el gobierno de turno en su país e inició una
asonada militar contra Charles Riviére-Hérard, el hombre de Praslin, logrando
expulsarlo de la poltrona presidencial con el abierto apoyo de la élite mulata
poderosamente anclada en Puerto Príncipe, Jacmel, Jéremie, Les Cayes y otros
pueblos del sur y el oeste de Haití.
El
general Pierrot y su cuerpo de oficiales asesores pudieron entenderse con una
parte de los mulatos porque en esos momentos imperaba una especie de tregua
racial, en razón de que se les daba principalía a otros factores tan comunes en
la convulsa historia haitiana.
El
historiador Jean Price-Mars analizó ese acuerdo coyuntural así: “…la oposición
de clases cuyo símbolo era el color de la piel y que por su origen se remonta a
la formación social de la comunidad haitiana, estaba relegada a un segundo
término, si bien no al olvido.” Más adelante expresa que el defenestrado Boyer
“…había logrado hacer de la República de Haití una unidad política en la que
reinaba un silencio voluntario sobre tales distinciones.”7
Esa
etapa convulsa de la historia haitiana se amainó cuando el depuesto mandatario
Charles Riviére-Hérard fue enviado en calidad de exiliado a Jamaica. Era la
misma ruta hacia Kingston que un año y meses antes él le había impuesto al
presidente Jean- Pierre Boyer, a Incinac y a otras figuras destacadas del
gobierno boyerista.
En
esa ocasión se escogió como presidente de Haití, por pura conveniencia de las
partes protagónicas, a un general retirado, analfabeto, anciano y enfermo de
nombre Philippe Guerrier, a quien le quedaban 11 meses de vida.
Poco
antes del ascenso de Guerrier al gobierno sus partidarios habían protagonizado
en Puerto Príncipe una acción armada encabezada por el bravo oficial Dalzon,
que fue dominada con una matanza que dejó las principales calles de la capital
haitiana tintas de sangre.
Al
día siguiente de la muerte del presidente Guerrier, el 16 de abril de 1845, el
Consejo de Estado escogió para sustituirlo a Pierrot, quien nunca cesó en su
inquina contra la República Dominicana.
Bibliografía:
1-Composición social dominicana. Décimo cuarta edición. Editora Alfa y Omega, 1984.P175.Juan Bosch.
2-Papeles de Pedro Francisco Bonó. Editora del Caribe, 1964. P42. Editor Emilio Rodríguez Demorizi.
3-Apuntes
para los cuatro ministerios de la República. Santiago de los Caballeros, 8 de
mayo de 1857. Pedro Francisco Bonó.
4-Reconstruir
Haití: entre la esperanza y el tridente imperial. Impresora Soto Castillo,
2016.Red de bibliotecas virtuales de Clacso.Pp45 y siguientes. Ricardo A. S.
Seitenfus.
5-Guerra
de la Separación Dominicana. Documentos para su historia. Obras completas.
Editora Amigo del Hogar, 2016.Volumen 3.P66. José Gabriel García.
6-Carta
del general Imbert al general Pierrot. 31 de marzo de 1844. Cuartel General de
Santiago.
7-La
República de Haití y la República Dominicana. Tomo I. Editora Taller,
2000.Pp294 y 295. Jean Price-Mars.
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