CONVULSIONES
HISTÓRICAS EN HAITÍ (III). BOYER Y GEFFRARD
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Cuando
Francia y España firmaron el llamado Segundo Tratado de San Ildefonso, en el
año 1796, en el que acordaron llevar a cabo una política militar conjunta
frente al entonces Imperio Británico, éste intensificó sus acciones en el Mar
Caribe y las islas que en él están situadas.
Pocos
años después de dicho acuerdo, y tal vez conectado con el mismo, las luchas de
los esclavos que en Haití se alzaron con justos motivos contra los esclavistas,
a finales del siglo 18 y principios del 19, provocaron oleadas de emigraciones
hacia otros lugares.
Por
las graves convulsiones de entonces decenas de familias francesas que vivían en
Haití fueron a establecerse a Higüey, otrora la más oriental población
dominicana.
El
jurista y ensayista Luis Julián Pérez lo narra así en su libro Santo Domingo
frente al Destino:
“Algunos
de los franceses que lograron salvarse, vinieron a refugiarse a territorio dominicano
y no se sintieron seguros sino hasta alcanzar el último rincón, el más lejano
de aquel escenario de muerte y de tragedia; muchos de ellos fueron a parar a
Higüey, el lugar más remoto desde la frontera…”1
Aquello
era el comienzo de dramáticos acontecimientos que se producirían desde entonces
hasta el presente en el país más cercano a nosotros.
En
los primeros días del año 1801 Haití estaba viviendo una de sus más notorias
convulsiones históricas.
Pasado
el ecuador del mes de enero del referido año, bajo el pretexto de una
interpretación antojadiza del tratado de Basilea firmado entre Francia y
España, los jefes militares rebeldes haitianos Toussaint Louverture,
Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe y otros cometieron grandes matanzas
en la ciudad de Santo Domingo y otras que forman el paisaje toponímico
dominicano.
Esa
incursión armada fue, sin quizás, una de las primeras manifestaciones
demostrativas del gran daño que siempre han causado las conmociones sociales
haitianas al territorio y a los habitantes que desde el 1844 forman la
República Dominicana.
Un
hecho de gran trascendencia para el futuro de Haití ocurrió cuando el hábil
general Jean Pierre Boyer decidió unificar ese país, el cual estaba dividido en
dos gobiernos desde el magnicidio de Jean-Jacques Dessaline, ocurrido en el
extrarradio de Puerto Príncipe el 17 de octubre del 1806.
Con
motivo de la muerte por enfermedad, el 29 de marzo de 1818, del presidente que
dirigía la parte Sur de Haití (que incluye su capital, Puerto Príncipe) Alexandre
Pétion, el Senado haitiano escogió al relativamente joven Boyer en lugar del general
Jerónimo Borgellá, que era el favorito de la élite mulata gobernante; incluso
preferido del mismo difunto Pétion. Fue una designación contra todo pronóstico.
Al
suicidarse el emperador Henri I, el 8 de octubre del 1820, en su palacio de Sans Souci, en
Milot, al norte montañoso de ese país, el general Boyer decidió unificar Haití
bajo su mando, para lo cual utilizó la mezcla de inteligencia, agudeza,
mordacidad y eficacia que lo caracterizaban.
Al
margen de la elevada astucia utilizada por esa mente brillante que fue Boyer, no
fueron pocas las rebeliones que se llevaron a cabo en varios lugares del
septentrión del país vecino. En esa convulsa etapa corrió mucha sangre en
pueblos como Cabo Haitiano, Port- de-Paix, Fort- Liberté, Gonaives, Mermelade,
Trou-du Nord y otros.
Pero
ese acontecimiento, que tuvo categoría de terremoto político, social y
económico en Haití, desembocó dos años después, 1822, en la ocupación del
territorio oriental de la isla de Santo Domingo, la cual se prolongaría por más de dos décadas, hasta
que el 27 de febrero de 1844 los intrusos haitianos fueron expulsados por los
dominicanos.
La
ocupación del territorio del entonces Santo Domingo español por parte de Haití,
que marcó un antes y un después en la historia latinoamericana, fue para
algunos historiadores haitianos (Thomas Madiou, Beaubrun Ardouin, Jean Price
Mars, etc.) un acto de complacencia ante supuestas peticiones hechas dizque por
figuras relevantes de la vida pública de la parte oriental de la isla de Santo
Domingo; mientras que historiadores dominicanos del calibre de José Gabriel
García enarbolan, con toda la razón, que ese hecho de barbarie se trató de una
imposición, aunque para ello Boyer utilizó todo su arsenal persuasivo para
captar simpatías envolviendo sus designios en promesas de bienestar colectivo.
Jean
Pierre Boyer, un mulato nacido en Puerto Príncipe que nunca fue esclavo,
gobernó la República de Haití del Sur desde el 30 de marzo de 1818 hasta el 9
de febrero de 1822, y con la unificación que luego hizo de la parte Norte se
mantuvo en el poder durante 25 años (hasta el 13 de marzo1843) cuando fue
obligado por sus enemigos a exiliarse.
Desde
el año 1822 dirigió con puño de hierro la isla de Santo Domingo completa, desde
Jérémie, en la punta más al suroeste de Haití hasta Cabo Engaño, en el extremo
más al oriente de la República Dominicana.
Boyer
luchó junto a Louverture contra los franceses, luego estuvo al lado del general
Leclerc combatiendo a su antiguo socio. En medio del fragor de los combates,
tal vez al observar que la suerte de las armas no era favorable a los
colonialistas, se pasó al bando de los rebeldes bajo las órdenes de Pétion, en
cuyo gobierno desempeñó con eficiencia varias funciones, y finalmente lo
sustituyó con motivo de su muerte, víctima de la fiebre amarilla.
La
agitación que en el año 1843 vivió la vida pública haitiana fue vinculada por
la potencia colonial que entonces era Francia con el destino de lo que meses
después sería la República Dominicana.
Así
se comprueba al examinar la correspondencia de Juchereau de Saint- Denis, a la
sazón cónsul francés en Santo Domingo.
Al
analizar las comunicaciones enviadas y recibidas por dicho representante consular
se observa que quien para la época controlaba las operaciones gubernamentales
de Francia, el hábil político y minucioso historiador Francois Guizot, temía
que si Haití perdía el territorio que usurpaba en la parte oriental de la isla
de Santo Domingo corría peligro el pago de la deuda que se le había impuesto
por independizarse de Francia en el 1804.
Guizot
veía el asunto desde un ángulo exclusivamente crematístico. El tenía informaciones
precisas sobre los grandes beneficios que recibía Haití del expolio que hacían
sus dirigentes en el territorio dominicano.
Guizot
no era cualquier persona, pues además de Ministro de Negocios Extranjeros en la
realidad suplantó en el mando al monarca de formación jacobina Luis Felipe I,
llamado “el rey de las barricadas”, que estaba dedicado a muchas otras cosas,
menos a ejercer sus tareas como símbolo de la Unidad de Francia.
Era
un caldo bien pesado el que se movía entonces en esta área del mundo. En su
comunicación del 25 de enero de 1843 el cónsul de Francia en Haití, Auguste
Levasseur (creador de un plan que lleva su apellido, mediante el cual buscaba
la incorporación de nuestro país al suyo), hizo una descripción amplia de lo
que estaba ocurriendo en términos de convulsiones económicas, políticas y
sociales en Haití, pero con una extrapolación hacia lo que un año después sería
la República Dominicana.2
El
conjunto de las opiniones de Guizot, Levasseur y Juchereau de Saint- Denis demuestra que era de grandes
dimensiones, y con notorias divergencias, el laborantismo previo a la
independencia dominicana. La recopilación de ellas permite analizar la
multiplicidad de intereses que confluían en esta zona caliente del Caribe
insular.3
El
traspaso hacia la República Dominicana de las convulsiones históricas que se
produjeron en cascada en Haití en el año clave de 1845 tal vez estuvo
estimulado en parte por la visión que de los dominicanos se formaron gente como
Rafael Arístegui Vélez, mejor conocido como el Conde Mirasol (el mismo que
ordenó construir ese año el famoso fuerte de la isla Vieques que lleva su
título nobiliario), quien desde Puerto Rico, donde ejerció como gobernador
colonial durante los años 1843-1847, envió sus opiniones negativas a la corona
española sobre la viabilidad de la independencia dominicana:
“El
Gobierno de Santo Domingo es gobierno
porque lleva el nombre de tal, pero que su cimiento es costal de plumas que
espera el viento para llevarlo a puerto de salvación…”4
Ha
habido etapas en la agitada vida pública de Haití que algunos de sus dirigentes
hasta han proyectado desde allí una suerte de solidaridad hacia los intereses
del pueblo dominicano, siendo eso una falsedad total.
Así
lo hizo, por ejemplo, en los tiempos de la nefasta Anexión a España, uno de los
presidentes declarados vitalicios de ese país, Fabre Nicolas Geffrard, también
conocido como el Duque de Tabara, quien con un comportamiento ambivalente (al
estilo de los flamencos con sus levantamientos indistintos de patas) fingía
defender con sinceridad la causa de los
restauradores dominicanos, pero en cada ocasión esa proclamada solidaridad se
iba deslavazando hasta que quedó al descubierto su verdadero objetivo.
El
historiador estadounidense Charles Christian Hauch, conocedor de los entresijos
de la política caribeña, en su calidad de jefe que fue de la división de
Asuntos Centroamericanos y del Caribe de los EE.UU., explica muy bien el
trasvase de las convulsiones haitianas hacia la República Dominicana.
En
su sexto discurso al Congreso el presidente estadounidense James Monroe
proclamó en el 1823 la Doctrina que lleva su apellido, elaborada por el
Secretario de Estado de su administración, y futuro presidente John Quincy
Adams, la cual consideraba hostil cualquier intervención de una potencia de
Europa en América y permitía la represalia militar de su poderoso país. Era la
famosa consigna de “América para los americanos.”
Empalmado
con lo anterior, y aunque parezca a simple vista una exageración, el referido señor
Hauch escribió en el 1942, para su tesis doctoral en la Universidad de Chicago, que con relación a
nuestro país Haití ha tenido como parte de la estrategia para su propia
existencia una especie de “Doctrina de Monroe en miniatura.”5
Del
presidente haitiano Fabre Nicolas
Geffrard, dotado de gran inteligencia y un buen bagaje intelectual, hay que
decir que todavía hay algunas personas que creen que apoyó con sinceridad a los
restauradores dominicanos.
La verdad fue que su único objetivo era
impedir que Haití fuera fagocitado por la otrora potencia colonial española,
cuya soldadesca había vuelto a imponer sus poderes en la parte oriental de la
isla de Santo Domingo.
Lo
anterior dicho al margen de que Geffrard hasta llegó a proclamarse partidario de
una confederación antillana, varios años antes de que Eugenio María de Hostos
popularizara esa idea de unidad caribeña.
Es
oportuno precisar que el gran educador puertorriqueño Hostos estaba imbuido de
un sentimiento de amor colectivo para todos los antillanos, muy diferente a los
propósitos que se anidaban en la mente maquinadora del gobernante haitiano.
El
gobernador anexionista español José de la Gándara Navarro (31 de marzo de
1864-11 de julio de 1865) incluso describe al presidente Geffrard con vocación
de ser un gran líder antillano fusionando la República Dominicana con Haití y
en una segunda fase aspiraba a formar una confederación con Puerto Rico, Cuba y
otras islas cercanas. Obviamente bajo su dirección.6
La
realidad es el crisol de la verdad. La abundante documentación relacionada con
el gobierno de Geffrard, así como los partes militares de los anexionistas
españoles y de los restauradores dominicanos demuestran más allá de toda duda
razonable que no pocas veces él hizo creer que estaba a favor de la restauración de la soberanía de la
República Dominicana, dando apoyo con armas y alimentos a los insurgentes, pero
al mismo tiempo se entendía con los jefes políticos y militares ocupantes.
Geffrard
nació en la aldea de Anse-á-Veau, cercana a la ciudad de Miragoane, en el
suroeste de Haití. Formó parte de la corte del emperador de opereta Faustino I,
pero luego participó en una conjura en su contra que dio al traste con sus
ímpetus imperiales. Devolvió al gobierno haitiano sus órganos republicanos y se
proclamó jefe supremo e indiscutible.
Geffrard
se mantuvo en el poder en Haití, a título de presidente vitalicio, desde el 15
de enero de 1859 hasta el 13 de marzo de 1867, cuando salió exiliado a Jamaica,
donde murió el 31 de diciembre de 1878.
Frente
a las constantes derrotas que a partir de febrero de 1844 sufrieron los
haitianos de parte de los gloriosos combatientes independentistas dominicanos
los dirigentes militares, políticos y económicos del país vecino comprendieron
que era imposible para Haití volver a controlar a la República Dominicana y por
lo tanto se imponía buscar otras fórmulas que les permitieran mantener abierta esa especie de válvula de escape
vital para ellos no asfixiarse.
En
su rol de investigador de la historia de las relaciones domínico-haitianas
Joaquín Balaguer señala en su obra La isla al revés, Haití y el destino
dominicano, que “…el fracaso de las invasiones organizadas por Soulouque,
convencieron a los gobernantes haitianos de que Santo Domingo no podía ya ser
dominado por la fuerza, y que era forzoso recurrir a otros medios…La táctica de
los gobiernos de Haití consistió entonces en favorecer la penetración pacífica
del territorio dominicano y adueñarse paulatinamente de zonas enteras del
territorio fronterizo…”7
Bibliografía:
1-Santo
Domingo frente al Destino. Fundación Universitaria Dominicana, 1990. P134. Luis
Julián Pérez.
2-Comunicación
de Auguste Levasseur a Francois Guizot. 25 de enero de 1843.
3-Correspondencia
del cónsul de Francia en Santo Domingo (1844-1846). AGN, 1944. Editor Emilio
Rodríguez Demorizi.
4-Relaciones
domínico-española.ADH,1955.P40.Recopiladores Emilio Rodríguez Demorizi y otros.
5-La
República Dominicana y sus relaciones exteriores 1844-1882. Editado por la Sociedad
Dominicana de Bibliófilos, 1996. Charles Christian Hauch.
6-
Anexión y guerra de Santo Domingo. Vol. I.Pp402 y siguientes. José de la
Gándara Navarro.
7-
La isla al revés, Haití y el destino dominicano. Editora Corripio, 1984.P31. Joaquín
Balaguer.
Publicado
el 2-enero-2021.www.Diario Dominicano.
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