BATALLÓN DE HIGÜEY (y II)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Después de la Independencia
El Batallón de Higüey puso en práctica diferentes
estilos de combate, al socaire de lo que conviniera a los intereses del pueblo dominicano
en cada ocasión. Ello se desprende al analizar los resultados de su accionar en
el terreno bélico.
Realizó múltiples jornadas épicas durante los 11 años
que el pueblo dominicano tuvo que luchar contra invasores haitianos que luego
de proclamarse la independencia nacional, el 27 de febrero de 1844, pretendían
eliminar la naciente República Dominicana.
Esa organización de aguerridos combatientes era sui
géneris. Dependiendo de las circunstancias se desdoblaba en escuadradas, escuadrones
o pelotones, pero en todo momento manteniendo su nombre original en cualquier
lugar. Así fue en los enfrentamientos contra haitianos, y también frente a españoles,
franceses, ingleses y antipatriotas criollos.
Siempre le correspondió luchar en guerras de invasión,
adaptándose con una asombrosa rapidez a terrenos de batallas tan diferentes
como Sabana Larga, en Dajabón; Jácuba, en Puerto Plata o en diversos puntos de
la sabana de Guabatico y áreas adyacentes.
El Batallón de Higüey se fue consolidando con el paso
del tiempo en su objetivo de defender la soberanía dominicana. A sus
integrantes no les importaba que en el teatro de operaciones tuvieran que
actuar como frente o como retaguardia.
Así también, tal vez sin ninguno de ellos haber leído
ni una cartilla de tácticas militares, sabían cómo combatir cuando eran
encuentros de frente y lo hacían diferente cuando, en clave de guerrillas,
tenían que tirarse al monte para atacar de manera sigilosa al enemigo.
En la batalla del 19 de marzo de 1844, en Azua de
Compostela, acompañando al general Antonio Duvergé, estuvieron presentes los
higüeyanos, quienes con su vozarrón colectivo como santo y seña decían, antes
de cada acometida al enemigo, ¡Batallón de Higüey!
A la batalla del 6 de diciembre de 1844, para
recuperar el estratégico cerro de Cachimán, en la periferia del río Artibonito,
los miembros de esa unidad bélica llegaron con su merecida fama de bravura y su
gran habilidad en el uso del arma blanca.
Los jefes militares haitianos himplaban como panteras,
tanto en Cachimán como en otros lugares, pero comoquiera se impusieron los
fusiles y los machetes de los dominicanos.
El 17 de junio de 1845 miembros destacados de ese
cuerpo armado también combatieron en la zona de amortiguamiento del lomerío que
circunda el área de Cachimán. Con ellos estaba el bravo coronel Elías Piña,
quien luego murió por heridas recibidas en combates en los zarzales cercanos al
poblado de Bánica. Así también pelearon fieramente allí muchos otros héroes del
glorioso pasado dominicano.
La infantería y la sencilla artillería del Batallón de
Higüey llenaron en los hechos páginas de gloria en el proceso de consolidación
de la soberanía dominicana.
Una prueba más de lo anterior se verifica con su
presencia en los intensos combates librados en septiembre de 1845 en el llamado
“sur profundo”, específicamente en lugares como Las Matas de Farfán, Los Jobos,
Estrelleta, Matayaya, Sabana Mula, Las Cañitas y otros parajes y poblados
vecinos, donde fueron derrotados los generales extranjeros Morisset, Toussaint
y Telémaque juntos con miles de soldados bajo sus órdenes.
Así lo describe José Gabriel García, considerado como padre
de la historiografía dominicana: “…reservándose el general Puello el mando de
la retaguardia, que formó con el Batallón de Higüey y dos piezas de artillería,
mandadas por los sargentos Juan Andrés Gatón e Hilario Sánchez…se generalizó el
combate…durante dos horas consecutivas, al cabo de las cuales principió a
perder terreno el haitiano…”1
La bizarra actuación de Cleto Villavicencio,
sobresaliente componente de dicha unidad de combate, ha sido resaltada por
algunos cronistas que han desmenuzado los hechos ocurridos en la batalla de Las
Carreras, desarrollada el 21 de abril de 1849 en el poblado de ese nombre
(situado entre Ocoa, Baní y Azua), el cual figura en la topocetea del país como
uno de los más importantes lugares históricos.
El Batallón de Higüey, con el acicate de su valiente
abanderado León Concepción, (quien sin miedo a la muerte penetraba a las filas
enemigas con el lienzo tricolor en alto) sirvió de gran auxilio al general José
María Cabral, en la célebre Batalla de Santomé, librada el 22 de diciembre de
1855, al oeste de la ciudad de San Juan de la Maguana.
Es pertinente decir, para poner en mejor perspectiva
lo que allí ocurrió, (juicio con el que estoy de acuerdo) que esa batalla fue definida
por el acucioso historiador César A. Herrera Cabral como la acción “… donde
Cabral rubricó definitivamente la Independencia Nacional. Bajo el filo de los
machetes vengadores, el ejército haitiano se desbandó impotente.”2
En la Restauración
La Restauración fue una guerra de carácter popular, en
la cual los patriotas que luchaban por revertir la anexión eran campesinos,
trabajadores, artesanos, comerciantes y pequeños burgueses.
El Batallón de Higüey, que al calor de los combates
llegó a especializarse en tácticas de guerrilla, no se andaba “con poesía” a la
hora de entablar combate con el enemigo.
Sus miembros se caracterizaban por la determinación de
siempre ganar, como se impone en el arte de la guerra, tal y como enseñan
muchos manuales militares desde el gran estratega Sun Tzu hasta el gran teórico
de la ciencia militar moderna el sabio
prusiano Carl von Clausewitz, para sólo citar dos autores eminentes.
Tal vez a esos combatientes criollos les cabría
aquella impactante frase del cuento semi-teatral de José Ramón López titulado
De la Restauración, cuyo escenario lo sitúa su autor montecristeño en Puerto Plata,
3 años antes de él nacer:
“¡Poeta…Don Gonzalo! Aquí somos guerreros o
comerciantes. Para la poesía, la Naturaleza.”
El Batallón de Higüey estuvo disponible desde la primera
hora para enfrentar con las armas la execrable anexión del país al reino de
España. Eso se comprueba de una y mil maneras. Y no sólo por el protagónico
papel de su jefe de avanzada, el coronel Dionisio Troncoso.
Por ejemplo, cuando ya era más que evidente que los
anexionistas tenían sazonado el plato de la traición para entregar el país a la
susodicha potencia colonial, patriotas dominicanos exiliados en Curazao le
enviaron al patricio Francisco del Rosario Sánchez una reveladora misiva.
Dicha comunicación estaba fechada el 6 de febrero de
1861.Fue enviada a Haití, donde estaba el mártir Sánchez ultimando los detalles
de una expedición armada para impedir que se consumara la entrega de la patria
de Duarte a la referida potencia colonial ibérica.
Comprobado
quedó, por los hechos siempre tozudos, que no era tal el apoyo ofrecido a los
héroes dominicanos por el presidente Fabre Geffrard. En poco tiempo ese
gobernante haitiano, que todavía algunos confundidos creen que fue solidario
con la República Dominicana, abandonó el compromiso que había asumido y en
parte fue responsable de la hecatombe que tuvo a Sánchez como su víctima más
prominente.
En la aludida comunicación, firmada por figuras tan
conocida en las páginas amarillas de la historia dominicana como José María
Cabral, Pedro Alejandrino Pina, Manuel María Gautier, Franco Saviñón, Valentín
Ramírez y otros le informan a Sánchez la disponibilidad que para la lucha
contra el proyecto anexionista tenía el “comandante Manuel de Luna en Higüey.”3
En esa misma carta hacen saber que han constatado al
general Contreras para que, por su conocida capacidad de organizador militar,
pudiera “utilizar sus influencias desde el Ozama hasta Higüey.” En ese caso
fallaron en sus propósitos.
En ese Juan Contreras pesó más sus vínculos de
subordinación ciega a Santana que su deber patriótico. Aunque sin mucho
entusiasmo se inclinó por la anexión, fatídica decisión que le costó la vida y
colocó una gruesa e indeleble mancha en su memoria.
Nadie mejor que el historiador y narrador Sócrates
Nolasco para describir el drama de Contreras: “Luchó a regañadientes por causa
que no creía la mejor, hasta caer en Maluco abatido por Olegario Tenares, que
entró en la Guerra de Restauración con
ímpetu de huracán y, quizás, con similar discernimiento al que un huracán…”4
Era tal la confianza, bien correspondida, que se tenía
sobre el Batallón de Higüey, para causas patrióticas, que 16 días después de la
misiva citada más arriba los indicados ciudadanos, en clara referencia a esa
aguerrida unidad de combate, le enviaron otra al mismo Sánchez sugiriéndole la
posibilidad de que ellos salieran de Curazao en una “expedición que deba
movilizar a Higüey y Samaná, siquiera para llamar la atención de Santana.”
Más adelante le indicaban que: “Si no es así y los
higüeyanos deben irse de esta isla a hacer el desembarque sería muy importante
el vapor, porque ya a estas horas Santana debe tener armada una fuerte
escuadrilla.”5
Es pertinente señalar que el mencionado comandante
Manuel de Luna fue un miembro distinguido del Batallón de Higüey, quien había
combatido con gran gallardía en las luchas libradas durante 11 años para consolidar
la independencia nacional, con motivo de los reiterados ataques del invasor
haitiano.
Entre los patriotas restauradores que formaban parte
del círculo más cercano del patricio Francisco Del Rosario Sánchez, y que
cayeron fusilados el 4 de julio de 1861 en San Juan de la Maguana, por órdenes
de Santana, estaban los capitanes del
Batallón de Higüey Pedro Zorrilla y Luciano Solís.6
En el este
El célebre Batallón de Higüey se vistió una vez más de
gloria en los campos y pueblos del oriente del país. Fue parte importante en la
derrota que tuvieron los españoles y malos dominicanos que eran sus compinches.
En septiembre de 1863 los anexionistas pensaban que en
las praderas, lomas, mogotes y collados del este dominicano iban a derrotar a
los restauradores.
Al frente de esos aprestos bélicos estaba Pedro
Santana Familias, quien desde el 28 de marzo de 1862 ostentaba sin ningún pudor
el título nobiliario español de marqués de Las Carreras, una de las
gratificaciones que recibió de parte de la reina Isabel II de España.
No fue un chovinista dominicano, sino el capitán del
ejército de ocupación español Ramón González Tablas quien, en su densa y muchas
veces parcializada obra titulada La dominación y última guerra de España en
Santo Domingo, reseñó sobre el poderío de fuego, el numeroso personal de
combate, el gran avituallamiento y en fin el fuerte apoyo logístico que tenían los
anexionistas para intentar avasallar a los patriotas dominicanos que
provenientes de diferentes lugares del territorio nacional se movían desde la
ribera del Río Ozama, a su paso por la ciudad de Santo Domingo, hasta los
campos más al oriente de Higüey.
Así lo escribió el antedicho González Tablas: “El
martes, 15 de septiembre de 1863, salió de Santo Domingo el general Santana,
con una columna compuesta del batallón de cazadores de Bailén, del batallón de
San Marcial, parte del de Vitoria, una compañía de ingenieros, dos piezas de
montaña, sesenta caballos del escuadrón de cazadores de Santo Domingo y cuatrocientos voluntarios de
infantería y caballería de las reservas de San Cristóbal.”7
En los meses siguientes las tropas anexionistas que se
desplazaban por diversos puntos de la región oriental recibieron importantes
refuerzos, entre ellos el batallón del Rey, el regimiento de La Habana, etc.
Era la parte visible de una frenética campaña tratando de prolongar la ocupación del
territorio dominicano. Muy diferente fue la realidad. Se produjo una debacle
para los usurpadores de la soberanía dominicana.
La cartografía bélica de dicha época permite comprobar
que hubo constantes movimientos de tropas desde Mojarra hasta el desembarcadero
de Gato, en la zona de Higüey; así como desde los sitios llamados el Sillón de
la Viuda y Guanuma hasta Los Yagrumos, pasando por Pulgarín, Manchado y El
Jovero.
No valieron las maniobras directas o indirectas de
altos oficiales anexionistas, como Carlos
de Vargas Cerveto, La Gándara, Santana (marqués de Las Carreras), Deogracias
Hevia, Juan Suero, Báez (mariscal de campo del ejército español), Antonio Abad
Alfau, José María Pérez, Mariano Goicoechea, Ramón Fajardo y otros.
A esos jerarcas militares anexionistas les resultó
fallida la consigna que predicaban a sus soldados para que en los combates
contra los restauradores fueran exactos “como en un ejercicio doctrinal.”
Cerrando esta serie de dos entregas es válido decir
que en la región oriental, y en todos los escenarios de guerra del país, el
resultado final de la Guerra de Restauración fue el triunfo resonante del
pueblo dominicano.
La restauración de la independencia dominicana fue una
de las más altas demostraciones del coraje del pueblo dominicano. Allí donde
fuere que la pólvora se vistiera de gloria restauradora estaba el Batallón de
Higüey.
Bibliografía:
1-Obras completas.Vol. I.Tomos I y II. Editora Amigo
del Hogar, 2016.P490.José Gabriel García.
2-Divulgaciones históricas. Editora Taller,1989.P118.
César A. Herrera Cabral.
3-Carta a Sánchez. Curazao, 6-febrero-1861.Franco
Saviñón, J.M. Cabral, P.A. Pina, Valentín Ramírez. J.M. González, M.M. Gautier.
4- Dos Juan Contreras. Obras completas.2-Ensayos
Históricos. Editora Corripio,1994.P283.Sócrates Nolasco.
5-Acerca de Francisco del R. Sánchez. Editora Taller,
1976.P101. Emilio Rodríguez Demorizi.
6-La hecatombe de San Juan o los mártires del 4 de
julio de 1861.Editado por el AGN, 2013. Manuel de Jesús Rodríguez.
7-La dominación y última guerra de España en Santo
Domingo. Editora de Santo Domingo, 1974.P176. Ramón González Tablas.
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