LUPERÓN EN LA RESTAURACIÓN (I)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La Guerra de la Restauración puede considerarse como
la más alta cumbre donde se asentó el patriotismo dominicano.
Frente a la miseria material y la escasez de todo tipo
de medios para combatir a fuerzas muy superiores brotó el coraje del pueblo
llano para derrotar a los enemigos de la soberanía nacional.
Era el mismo pueblo que más de 100 años después de la
hazaña restauradora Fidel Castro definió así: “República Dominicana: país
legendario, David del Caribe y veterano de la historia.”
Desde antes de que se formalizara la desgraciada anexión
a España muchos patriotas dominicanos comenzaron a prepararse, aquí y en el
exterior, para enfrentar ese hecho que eclipsó la libertad.
El martirologio de Sánchez y sus compañeros, a menos
de 4 meses de aquel hecho, es la prueba más elocuente de la voluntad
indeclinable de los dominicanos de buena voluntad para rechazar aquella grosera
intervención extranjera.
Una vez consumado el crimen de lesa patria, con la
proclamación el 18 de marzo de 1861 de la anexión de la República Dominicana al
reino de España, comenzaron diversas comunidades de diferentes lugares del país
a expresar su oposición.
La primera manifestación en contra de aquella barbaridad
se produjo en San Francisco de Macorís, el 23 de marzo de 1861, cuando allí se
presentaron los ocupantes a tomar posesión de la plaza. Hacía 5 días que se
había hecho pública la declaración de entrega de la soberanía nacional.
El segundo acto de rebeldía ocurrió en Moca, al filo
de la media noche del jueves 2 de mayo de referido año. Más de 800 patriotas
dominicanos encabezados por José Contreras y Cayetano Germosén (fusilados por
Santana 18 días después junto a otros participantes de esa gesta) asaltaron el
cuartel de los anexionistas, arriaron la insignia española e izaron el
estandarte tricolor dominicano.
El entonces cónsul inglés en el país Martin J. Hood,
en comunicación fechada en Santo Domingo el 20 de mayo de 1861, dirigida a John
Russell, jefe de la diplomacia de su país, señalaba, entre otras cosas, que “en
Moca…echaron abajo la bandera española y reenarbolaron la bandera dominicana…El
10 de corriente el general Santana dejó esta ciudad para ir a Santiago
acompañado de un cuerpo de lanceros españoles, lo que revela la gran
importancia atribuida a los recientes sucesos en Moca.”1
Así se fueron tejiendo los eslabones que formaron la
cadena de combatientes que devolvieron al pueblo dominicano la libertad que
Duarte encarnó 17 años antes, cuando fue proclamada, en su ausencia forzosa, la
Independencia Nacional.
Al analizar los hechos concernidos a la Guerra de la
Restauración se comprueba que esa formidable gesta del pueblo dominicano tuvo
dos componentes claves: la parte militar y el elemento político. Sin desdeñar
otros aspectos, que también los tuvo.
En la crónica anterior abordé la figura de Gregorio
Luperón antes de la Guerra de Restauración. Sus primeros 20 años fueron
esencialmente de formación autodidacta en diferentes facetas de su vibrante
vida. Eso le sirvió de zapata resistente para con el paso del tiempo
convertirse en uno de los hombres fundamentales del país.
Sobresalió en el manejo de armas, tanto de fuego como
blanca. Fue un excelente conductor de hombres en guerra, guiando regimientos de
infantería de línea y también empleando tácticas de caballería ligera con
escuadrones que se hicieron célebres en el transcurso de las confrontaciones
con los anexionistas.
Pocos, sólo por ruindad, han negado que en la guerra
restauradora Luperón fue un experto en la elaboración y puesta en práctica de
muy variados métodos marciales que
resultaron ser eficaces para el triunfo de la causa nacional.
En la política fue astuto, desplegando entre sus contemporáneos
unos modos y unas habilidades que le permitieron encabezar las fuerzas
liberales que se disputaban la hegemonía con los conservadores. Mantuvo siempre
una postura invariable en materia de patriotismo.
Al hacer acto de presencia en ese escenario que llenó de gloria la
historia nacional Gregorio Luperón, con su enérgico carácter, participó con
altos perfiles protagónicos, y con interés apasionante, en los enfrentamientos
armados así como en las turbulencias de la actividad política.
Es importante señalar que a pesar de ser entonces un
joven veinteañero Gregorio Luperón ya tenía un halo de gloria y que sobresalió
como jefe de armas en el fragor de una guerra en contra de una potencia de
ocupación que pretendía doblegar el espíritu del pueblo.
El reino de España creía que su presencia de nuevo en
esta tierra sería un paseo militar, pues también contaba con la ayuda de malos
criollos que utilizaban el negacionismo como parapeto para no reconocer la
verdad de que los dominicanos jamás permitirían de manera pasiva que su
soberanía desapareciera.
La realidad fue bien distinta. Los guerreros restauradores, con Luperón como uno
de sus más prominentes jefes, vencieron todas las artimañas de los 4 capitanes
generales que tuvo la anexión: Pedro Santana Familias, Felipe Ribero Lemoine,
Carlos de Vargas Cerveto y José de la Gándara Navarro.
Se cifra en más de 20 mil los españoles muertos o
heridos. Es válido decir en ese aspecto que la fiebre amarilla ayudó mucho a la
causa de liberación del pueblo dominicano.
En su estudio sobre la composición social dominicana
Juan Bosch reflexionó con una mezcla de criterios sociológicos e históricos
sobre las características de esa lucha patriótica en la cual Luperón
rápidamente se convirtió en un titán.
Así lo escribió el político, cuentista y ensayista
Bosch Gaviño: “La Revolución Restauradora fue, en verdad, la heredera legítima
de los trinitarios. Si alguien encarnaba en el país las mejores ideas de la
época, eran los jefes restauradores; y además, eran los que se habían
sacrificado por la patria…”2
En esta entrega reseño algunos de los hechos bélicos
con categoría histórica en los que participó Gregorio Luperón desde antes de
que sonara en todo el territorio dominicano el grito de Capotillo.
El estudio de la historia militar de la Guerra de
Restauración permite resaltar que Luperón pronto estuvo colocado en la cúspide
de su dirigencia armada. Más tarde, por motivos variopinto, entró de lleno en
la fase política de aquella época.
A poco tiempo de comenzar la dicha ocupación, cuando
desembarcaron en tierra dominicana los primeros contingentes de tropas del
batallón Valladolid, Luperón fue objeto de una tenaz persecución.
Se refugió, disfrazado de curandero, utilizando el
sobrenombre de Eugenio el Médico, en distintos parajes de la Línea Noroeste, para
allí continuar su labor de reclutamiento de combatientes.
Participó en el tercer levantamiento armado que contra
la anexión tuvo lugar en el país en febrero de 1863.
Esa malograda proeza, encabezada por los generales
Santiago Rodríguez, Pedro Antonio Pimentel y José Cabrera, ocurrió el día 22 del
referido mes en el pueblo de Sabaneta, hoy capital de la provincia Santiago
Rodríguez.
Ese mes de febrero se abrió con la sublevación que el
día 3 dirigió en Neiba el general Cayetano Velásquez. El 17 se produjo el
alzamiento de Guayubín, teniendo al frente al general Juan Antonio Polanco y a los
corones Benito Monción, Lucas de Peña y Norberto Torres.
En el recuento histórico de la gran gesta de la Restauración
se observa que Luperón, con categoría de paladín, aparece siempre enérgico e
intransigente en su propósito de recuperar la soberanía dominicana.
Fue uno de los más brillantes jefes militares del pueblo
en armas. Participó de manera directa en los principales combates de la guerra
restauradora. Sus huellas de proceridad quedaron marcadas para siempre en el
Cibao oriental, central y occidental, así como en el este y el sur del país.
Donde quiera que Luperón hizo acto de presencia, en el
teatro de la guerra restauradora, demostró poseer cualidades excepciones como
líder militar. Siempre desafió con denuedo al enemigo; enfrentó con valentía y
aplomo cualquier adversidad y dejó para la posteridad su impronta de
contendiente bizarro.
Bibliografía:
1-Correspondencia consular inglesa sobre la anexión de
Santo Domingo a España.AGN. Editora Búho 2012.P78.Roberto Marte.
2-Composición social dominicana. Impresora Soto
Castillo, 2013.P268. Juan Bosch.
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