LUPERÓN DESPUÉS DE LA RESTAURACIÓN (II)
POR TEÓFILO
LAPPOT ROBLES
Desde que Gregorio Luperón zarpó por los mares
encrespados de la política dominicana comprendió que esa actividad, en la cual
confluyen múltiples intereses inconexos, suele tener naufragios en cadena para
aquellos que no se adaptan a ciertos códigos apartados de los intereses
colectivos.
Aún así no interrumpió su marcha por ese camino
escabroso, que no tuvo para él la temporalidad de una singladura. Estaba consciente
de que en la política los movimientos no eran (y no son) como en el atletismo a
campo traviesa, recién creado en Inglaterra cuando él todavía desarrollaba su
actividad a favor de la democracia dominicana.
En su parábola vital estaba precedido de la fama que
logró como jefe militar en la Guerra de la Restauración, la cual lo convirtió
en una persona resiliente, con una enorme fuerza asertiva para enfrentar todos
los desafíos.
Luperón tenía como objetivo fundamental defender a
ultranza la soberanía nacional y, en consecuencia, procuraba siempre proteger
las fichas del ajedrez de la libertad del pueblo.
Sin embargo, le correspondió lidiar en un ambiente
cargado de personajes tenebrosos y macarrónicos que se movían en los socavones
que se van formando en ese terreno cenagoso que es la vida partidaria.
Él mismo se encargó de detallar, en su autobiografía
de tres tomos, la miseria humana que descubrió en muchos individuos de relumbrón,
quienes estaban considerados de gran valía cuando en realidad eran especies de
sepulcros blanqueados que aparentaban una cosa cuando a menudo eran lo
contrario.
En la segunda mitad del siglo XIX el patrioterismo de
no pocos hacía olas en medio de un torbellino de intrigas. En cada ocasión
muchos de los cabecillas de entonces zanjaban las diferencias sólo en beneficio
de ellos y de los grupos que representaban.
Ese ambiente de permanente convulsión afectó en
algunos momentos la vida anímica de Luperón. Los ataques inmerecidos y las
traiciones de que fue víctima pudieron haber provocado en él una primera
muerte, la del desencanto, antes de que cesaran sus órganos vitales.
El insigne Gregorio Luperón no practicó la actividad
política con la visión (para entonces publicitada) de la cual partía en sus
análisis el teórico de la ciencia militar e historiador prusiano Carl von
Clausewitz, quien sostuvo que: “La guerra es la continuación de la política por
otros medios.” Ese sabio con adn combinado de eslavos, bálticos y teutones
incorporó al lenguaje militar la guerra y la política como una secuencia de
odio, violencia primitiva y el azar de por medio.
Luperón no era partidario del activismo marrullero. En
él primaba la idea de dotar al país de instrumentos democráticos, con
preponderancia de la libertad de cada persona. Fue todo lo contrario a lo que
sostenían sus enemigos y han continuado propalando algunos despistados.
Por otro lado habrá que someter a un análisis
comparativo algunos pasos políticos de Luperón, para ver hasta dónde se pueden
acercar a lo que mucho tiempo después de su protagonismo en las lizas políticas
del país desarrolló como tesis filosófica el sabio francés Paul Michel
Foucault, quien sostenía que la política al ser fuente de poder es sinónimo de guerra.
Sustrayéndola del lenguaje matemático podría decirse
que lo de Foucault es algo así como una mirada convergente-divergente con la
del citado prusiano. Se trata de puntos contrapuestos y aspectos coincidentes
en el pensamiento de dos personas de orígenes y formaciones muy diferentes.
Válido es decir aquí que siempre se ha sabido que la
guerra es un escenario en el cual el derecho y la ley no tienen principalía. Es
el ambiente principal para los abusos, con emanación de sangre y la muerte como
centro de todo.
Los pasos políticos de Luperón se basaban en su
desprendimiento, sin que fuera un ingenuo. Se puede considerar como la más
elevada demostración de su buena fe que lo
animaba buscar lo mejor para el país en cada coyuntura, aunque a veces se
equivocara, como ocurrió con sus apoyos iniciales a Ulises Heureaux.
En varias ocasiones a Luperón le tocó comer el pan
ácimo del exilio, pero también participó en diferentes funciones en el llamado
tren gubernamental: diputado, ministro de Marina y Guerra, enviado en misión
especial a Europa, con rango de ministro plenipotenciario, presidente y
vicepresidente de la República.
Alentó las acciones oficiales del prócer Ulises
Francisco Espaillat, de cuyo breve gobierno
fue Ministro de Guerra y Marina. Esa gestión presidencial fue torpedeada por
poderosos partidarios de los Partidos Rojo y Azul, entonces dominantes en la
vida pública dominicana.
Luperón emprendió nuevamente el camino del exilio, con
motivo de la renuncia de Espaillat, el 5 de octubre de 1876.
Para tener una idea del ambiente imperante en esa
época es pertinente indicar que en los papeles de Espaillat aparecieron unas
notas escritas tres meses antes de hacer efectiva su renuncia. En ellas decía
que iba a abandonar el gobierno al no poder apagar “la sed de justicia” de la
sociedad y vencido por “otra sed aún más terrible: la sed del oro.”1
Como indiqué en la entrega anterior de esta breve
serie, en agosto de 1866 Luperón ejerció la jefatura del Poder Ejecutivo
formando parte de un triunvirato junto a dos generales linieros: Pedro Antonio
Pimentel, nativo de un campo de Castañuelas y
Federico García, oriundo de Dajabón, quienes habían tenido un sonado
protagonismo combatiendo a los anexionistas.
Gregorio Luperón aceptó por el bien del país ser
presidente provisional de la República durante dos meses, desde el 7 de octubre
del 1879 hasta el 6 de diciembre del mismo año. En esa ocasión el asiento
presidencial se estableció en Puerto Plata.
Ese breve ejercicio presidencial se produjo por el
derrocamiento del general hatomayorense Cesáreo Guillermo Bastardo, hijo del ex
presidente Pedro Guillermo. Era miembro prominente del Partido Rojo y fervoroso
partidario del caudillo Buenaventura Báez. En unos cuantos meses realizó una
gestión gubernamental cargada de corrupción y autoritarismo. Guillermo
Bastardo, al verse tambalear, buscó y obtuvo apoyo de tropas coloniales
españolas que le enviaron refuerzos desde Puerto Rico.
Luperón, sucediéndose a sí mismo, fue primer
mandatario constitucional de la República desde el 6 de diciembre de 1879 hasta
el primero de septiembre de 1880.
Ejerciendo la presidencia de la República apoyó la
candidatura presidencial del arzobispo Fernando Arturo de Meriño (1880-1882).
En dos ocasiones fue por breve tiempo vicepresidente
de la República. La primera vez desde el 24 de enero de 1865 hasta el 24 de
marzo del mismo año; con Benigno Filomeno de Rojas como presidente. La segunda
vez lo fue desde el 4 de agosto de 1865
hasta el 15 de noviembre del mismo año; con José María Cabral como presidente.
En el 1882 declinó la candidatura presidencial del
Partido Azul y apoyó el binomio Heureaux-De moya.
En las elecciones de 1884 tampoco quiso aspirar a la
presidencia y realizó ingentes esfuerzos persuasivos para que el gran
intelectual y patriota Pedro Francisco Bonó encabezara la boleta del Partido
Azul, pero este rehusó el ofrecimiento, explicando sus motivos para no lanzarse
al ruedo electoral.
Luperón apoyó entonces la dupla integrada por Segundo
Imbert y Casimiro N. de Moya. En los cómputos oficiales de ese proceso el
primero aparece con 23,767 votos y con 23,387 sufragios el segundo. Fueron
declarados perdedores.
Heureaux y Meriño decidieron apoyar en esa ocasión a
los candidatos Francisco Gregorio Billini Aristi para presidente y Alejandro
Woss y Gil para vicepresidente. La autoridad electoral indicó que Billini obtuvo 34,951 votos
y Woss y Gil 35,216 papeletas. Fueron proclamados ganadores.
En la ocasión se alegó que hubo fraude, lo cual
obviamente no figura ni en la Gaceta Oficial No.521, del 26 de julio de 1884 ni
en la No.525, del 23 de agosto del mismo año. Ambas recogen los resultados
oficiales de dichas elecciones.2
En ese gobierno Luperón fungió como delegado
gubernamental en toda la zona del Cibao, que entonces no tenía la extensión
geográfica de la cartografía actual.
En el referido año se creó un ambiente de gran
incertidumbre y de agitación política en todo el territorio nacional, pues Casimiro de Moya proclamó y demostró que hubo
un enorme fraude electoral en su contra.
Al renunciar Billini, por presiones y zancadillas, unas
abiertas y otras simuladas, tanto de azules como de rojos, Luperón decidió
apuntalar en el mando presidencial al vicepresidente, el aguerrido general
seibano Alejandro Woss y Gil.
Ya Ulises Heureaux (Lilís) había dado sobradas
muestras de sus ambiciones personales, a partir del gobierno de Meriño, del
cual fue ministro de Interior y Policía, encargado entre otras misiones de
poner en práctica el tristemente célebre Decreto de San Fernando, promulgado el
30 de mayo de 1881, que en realidad era una suerte de mampara legal para
fusilar a los adversarios políticos.
Pero fue a partir del primero de septiembre de 1882
cuando Heureaux hizo las más grandes demostraciones de sus habilidades cargadas
de maldad. Se movía como un felino hambriento en medio de una sabana con
abundantes presas sobre las cuales se abalanzaba ante el primer descuido de sus
víctimas.
Un solo ejemplo basta para demostrar el proyecto
personalista y maquiavélico de alias Lilís: Al ascender por primera vez a la
presidencia de la República (1882-1884), para disgusto de Luperón, designó un
solo ministro perteneciente a la plataforma política que lo llevó al más
elevado puesto de la Nación. El escogido fue el general Segundo Imbert, en la
cartera de Relaciones Exteriores.
Luperón fue
bañado de lisonjas por Heureaux, tratando de suavizar sus protestas por la
marginación de figuras prestantes del Partido Azul. En los hechos fue creando
las condiciones para acorralar poco a poco a su mentor y elevar su propia
estatura política.
La tumba política de Luperón la comenzó a cavar en
firme Heureaux desde que se sentó por primera vez en la silla presidencial. Dicho
sátrapa se creyó eterno y enfureció de odio programado hacia su mentor
político. Era una táctica proyectada con
una mezcla de temor y previsión ante quien consideraba como el mayor obstáculo
para lograr que su tiranía fuera vitalicia.
Del epistolario
de Ulises Heureaux, así como de conversaciones con sus cercanos y de sus hechos
concretos, se deduce que tal vez actuaba contra Luperón con una sonrisa cruel,
como aquella que con su delirio observó el personaje de ficción Dorian Gray en
su propio retrato, centro de la famosa novela de terror del escritor irlandés
Oscar Wilde.
Dorian Gray apuñaló a traición a su retratista Basil
Hallward. Lilís lo hizo políticamente con Luperón, quien sin duda fue la más
prominente víctima política de sus muchas artimañas y taimadas maniobras
políticas.
Muchas de las intrigas que contra Luperón hizo
Heureaux fueron analizadas detalladamente por el historiador yumero Ramón
Marrero Aristy, quien agregó como condimento final que alias Lilís “fue
favorecido por el aumento de las rentas fiscales durante el bienio en que
sirvió por primera vez la presidencia.”3
Al acercarse el siguiente torneo electoral, en el
1886, Luperón estaba al tanto de las perversidades que en los últimos tiempos
había cometido Lilís. En su libro autobiográfico relata que lo llamó a Puerto
Plata “para que le diese cuenta de su tortuoso proceder.”
En el tercer tomo de dicha autobiografía se indica
que: “Luperón reprochó al miserable su conducta y le retiró su confianza, lo
que colocó a Heureaux en malísima situación, porque ya estaba desconsiderado
del partido nacional, odiado de los Rojos y de los Verdes por los fusilamientos
de Higüey…”4
Bibliografía:
1-Escritos.Ulises Francisco Espaillat. Editor SDB,
1987.Pp372 y 373.
2- Gacetas Oficiales Nos.521 (26-7-1884) y 525 (23-8-1884).
3-La República Dominicana: origen y destino del pueblo
cristiano más antiguo de América. Editora del Caribe, 1958.volumen II. P207.
Ramón Marrero Aristy.
4-Notas autobiográficas y apuntes históricos. Editora
de Santo Domingo. Reimpresión facsimilar, 1974.Tomo III.P173.Gregorio Luperón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario