LUPERÓN DESPUÉS DE LA RESTAURACIÓN (y III)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Analizando la hoja de vida del prócer Gregorio Luperón
lo primero que pienso es que él vivió atado al mejor porvenir de la patria; una
unión idéntica a como lo hace el sarmiento a la vid, para hacer brotar los
racimos de uvas.
Estuvo vinculado al mejor destino del pueblo
dominicano desde que en el 1857, con sólo 18 años, fue designado jefe auxiliar
en el cantón llamado Rincón, en el entonces Distrito Marítimo de Puerto Plata,
su tierra natal, hasta sus tribulaciones finales de salud, en la misma tierra
que lo vio nacer.
En un texto que nunca ha sido objetado, por provenir
de una voz tan autorizada como era la del cura y patriota Rafael Conrado
Castellanos, se describe con la fuerza de todo su impacto para las futuras
generaciones de dominicanos que a las 9:30 de la noche del 21 de mayo de 1897 Luperón
trató de levantarse de su lecho de muerte exclamando su última frase: “Los
hombres como yo no deben morir acostados…”1
El papel protagónico de Luperón en su lucha por la
libertad trascendió las fronteras dominicanas, en una clara actitud
geohistórica que buscaba una protección de los países chiquitos de la zona
contra la voracidad de los grandes.
Hay abundantes pruebas de que fue un gran abanderado
del enlace entre los pueblos antillanos para que pudieran defenderse en forma
conjunta de las embestidas del Tío Sam, de potencias europeas que por siglos se
mantuvieron activas por esta parte del mundo, así como de los colonialistas
españoles de la llamada Sacarocracia anclada con garfios potentes en puntos
clave del Caribe insular.
Así lo reconoció Eugenio María de Hostos en el 1884,
al referirse al sentimiento de nacionalidad de las Antillas Mayores y al
impulso que a ese deseo dieron “los ánimos y brazos” de la Primera Espada de la
Restauración:
“Luperón fue el primer jefe intencional de ese partido
no nacido, al menos sí nacido en el espíritu de algunos...”
Cuando el 9 de diciembre de 1868 el entonces
presidente de los EE.UU. Andrew Johnson envió el tradicional mensaje anual al
Congreso de ese país, exponiendo con
sofismas, en una parte del mismo, presagios ominosos contra la soberanía de la
República Dominicana, se encontró con la más vigorosa oposición de Gregorio
Luperón, quien aceleró sus planes de convencer a líderes de países vecinos al
nuestro sobre la importancia de la unidad.
Potenció más su antillanismo cuando meses después de
aquel informe subió a la presidencia estadounidense el general Ulises Grant,
compinche de negocios del entreguista dominicano Buenaventura Báez.
Impulsó con acciones concretas los sueños de ilustres
caribeños, entre ellos Betances, Hostos,
Martí y Maceo. Con el último habló largamente en Puerto Plata el 11 de febrero
de 1880.
Retomando la política doméstica hay que anotar que en
las elecciones efectuadas en el 1886 Luperón alentó de nuevo, en más de una
ocasión, al prócer restaurador Pedro Francisco Bonó para que lanzara su
candidatura presidencial, pero este, como había hecho antes, se negó.
Es en esa coyuntura que Luperón, por razones políticas
y al parecer también personales, cometió el gran error de apoyar a Ulises
Heureaux para que volviera a aspirar a la presidencia de la República.
Quedó comprobado que Luperón fue engañado por las
manifestaciones de supuesto arrepentimiento del ladino mandatario en ejercicio,
quien había cometido hechos atroces contra muchos dominicanos. Debió pensar que
aquel sagaz e inescrupuloso compueblano suyo no dejaría de manera voluntaria el
poder. Aquella malhadada ayuda política fue una pifia grande de su parte.
Todavía el
ensayista francés André Breton no había fundado el surrealismo como sinónimo de
absurdo, pero se puede decir que en esas referidas elecciones ocurrieron hechos
que pautaron antecedentes del mundo macondiano caribeño.
Pruebas al canto de lo anterior:
En el tercer tomo de su Autobiografía Luperón relata
que al acercarse el día de las elecciones de 1886 Heureaux le escribió una
carta (fechada en Santo Domingo el 14 de abril de dicho año) en la cual le decía entre otras cosas que:
“Ya no saben a qué apelar los contrarios…Se me rotula la casa “¡abajo el negro!
Se echa “abajo el mañé.”2
Es pertinente decir que el gran simulador que era Lilís comenzó esa carta con un “Mi
querido General” y la terminó con un
zalamero “suyo de corazón.”
El otro candidato fuerte en dichas elecciones,
Casimiro N. de Moya, también se dirigió a Luperón, en carta de fecha 4 de mayo
de 1886, la cual comienza así: “Mi muy estimado General y amigo” y termina con:
“…mande como guste a su amigo de corazón.”
Sin embargo, en el texto que figura entre ambas frases
Moya ponía en duda que las elecciones
fueran “libres y legales” y de que no
“se escatimarán votos.”
Como núcleo de su presentimiento le indicaba a Luperón que: “…hay ya bastantes
indicaciones de que no ha de tener lugar
lo primero y de que, por consecuencia, se dificulte lo segundo.”3
Meses antes Luperón trató de que ambos aspirantes, que
eran enemigos políticos y personales entre ellos, formaran la dupla Heureaux-de
Moya. Eso no cuajó por razones obvias, en el contexto de esa época.
Bajo el escudo de una y mil travesuras se publicó en
el órgano oficial que Heureaux triunfó al obtener 43,740 votos. Su acompañante Segundo
Francisco Imbert Delmonte obtuvo casi igual cifra, sólo 5 votos menos. Al candidato
presidencial declarado perdedor, Casimiro N. de Moya, sólo le contaron 26,112
votos.
El mapa electoral de esa ocasión fue maquillado así:
En beneficio de Ulises Heureaux las provincias o distritos de Santo Domingo,
Puerto Plata, Samaná, El Seybo, Espaillat, Azua, San Pedro de Macorís y
Barahona, con sus municipios y campos.
En favor de Casimiro N. de Moya: Santiago, Monte
Cristi y La Vega, con sus pueblos aledaños.4
El fraude cometido contra Casimiro de Moya provocó que
el 21 de julio de 1886 comenzara una breve pero sangrienta guerra fratricida en
la cual participaron combatientes de La
Vega, Moca, Santiago, Puerto Plata, Dajabón y otros pueblos cibaeños.
En medio de esa contienda armada Heureaux también
utilizó los caudales públicos para sobornar a prominentes moyistas, lo que
llevó a varios coplistas a decir que en esa contienda hubo más plata que plomo.
En la lucha
armada llamada Revolución Moyista Luperón participó del lado de Heureaux. No
era la primera guerra civil en la que
participaba. Por ejemplo en el 1875 conspiró contra el gobierno de Ignacio
María González, el cual tuvo que renunciar a la presidencia de la República
ante el Congreso Nacional.
Cuando Luperón finalmente se percató que las acciones
de Heureaux giraban hacia perpetuarse en el poder mediante la represión, el
soborno o la cooptación de figuras importantes del Partido Rojo, como fueron
los casos de Generoso de Marchena,
Wenceslao Figuereo, José María Gautier y otros, realizó algunas maniobras
políticas tratando de revertir la situación, pero ya era tarde.
A partir de entonces el Partido Azul fue suplantado por la figura todopoderosa del
tirano Lilís. La estrella política de Luperón fue cayendo en picada.
En el 1888 fue expulsado de nuevo del país, a pesar de
que era nominalmente el máximo líder del Partido Azul, el mismo en el cual
militaba Heureaux, a quien un congreso de paniaguados ya había proclamado con
el pomposo título de Pacificador de la Patria, lo cual no dejaba de ser un
auténtico oxímoron.
Cualquier análisis político, por lineal que sea, lleva
a la conclusión de que ya Luperón había perdido la partida en el ajedrez de la
política dominicana, pero su reciedumbre le permitía seguir en pie de lucha.
Fue por esa condición excepcional que desde el pequeño
pueblo de arquitectura danesa llamado Charlotte Amalie, el principal de la isla
de Saint Thomas, mantenía contactos con los que adentro del país luchaban
contra la tiranía de su ex pupilo.
Fue muy activo en la conspiración que se organizó en
todo el país en el 1892, tal y como se comprueba en papeles dispersos dejados
en viejos baules por jóvenes de Higüey, El Seybo, Hato Mayor, La Romana y San
Pedro de Macorís que se habían enfrentado en la loma de El Cabao y sus
alrededores con alias Lilís.
Así también se hace constar en manuscritos que dejaron
personajes como Manuel de Jesús de Peña Reinoso, Pedro F. Bonó y otros, quienes
en la medida de sus posibilidades combatían al sátrapa utilizando como punto
operativo al centro cultural Amantes de la Luz, de la ciudad de Santiago de los
Caballeros.
A Luperón le fue descubierto en su exilio caribeño un
cáncer en la garganta que terminaría con su vida.
Varios años antes había sufrido otras enfermedades,
incluyendo la pérdida de su voz, la cual recuperó consumiendo unas raras flores
fritas en un aceite preparado por el dueño de una posada cercana a la famosa ciudad
de Aix-les Bains, en Saboya, en el sudeste de Francia. Al menos así se ha
descrito en algunos manuales de historia médica de personajes históricos del
país.
A la pequeña isla de Saint Thomas fue a buscarlo
Heureaux, en el crucero Restauración, invitándolo a que lo acompañara en el
retorno. Luperón volvió, pero por sus
propios medios, cinco días después, el 15 de diciembre de 1897.
Había mucho cálculo político, histrionismo, malicia y
faroleo en el referido gobernante. Menos era el alegado acto de su contrición. Era
un hombre con su alma encallecida. Más que un corazón parecía colgarle una
molleja en el lado izquierdo de su caja torácica.
Heureaux tenía décadas ejercitándose en la práctica de
la teatralidad política. Así lo demuestran sus hechos y su epistolario, entre
otras cosas.
Cuando Luperón murió reinaba en el país una calma
presagiosa, anunciadora de que la
tiranía iba rumbo a su desaparición.
Alias Lilís, en otra escena teatral, con el objetivo
de capitalizar en términos políticos el momento de congoja nacional, ordenó que
las honras fúnebres de Luperón, a quien tanto le debía y al que tantas
amarguras produjo, se hicieran con los más elevados niveles de solemnidad. Decidió
pronunciar el panegírico en presencia de importantes personalidades, incluyendo
la cúpula católica encabezada por el Arzobispo Fernando Antonio de Meriño.
Con sus virtudes y defectos, luces y sombras,
genialidades marciales y errores políticos, lo cierto es que al colocar la
figura histórica de Gregorio Luperón en el
fiel de la balanza de nuestro pasado lo positivo en él se impone.
Mientras algunos espíritus sumisos a la mezquindad han
lanzado esputos envenenados contra Luperón, en cambio el gran educador
antillanista Eugenio María de Hostos dijo con motivo de su muerte lo siguiente:
“¡Pobre Luperón! Haber batallado con tanta fuerza y
tanta eficacia por la Independencia y por la libertad de su patria; haber amado
tanto nuestra patria antillana; haber sido tan capaz de servirle del modo más
efectivo; y más brillante; y haber tenido que pasar años enteros en el
destierro insano, muerte de ilusiones, esperanzas y aptitudes que nadie sabe,
sino sufriéndola, cuánto y cómo ayuda a la muerte de los órganos…”5
Bibliografía:
1-Obras. Rafael C. Castellanos. Editora del Caribe,
1975. Tomo I.P531.Editor Rafael Bello Peguero.
2-Notas autobiográficas. Tomo III.P204.Reimpresión
facsimilar. Editora de Santo Domingo,1974. Gregorio Luperón.
3-Ibíden.P205.
4-Gaceta Oficial No.642.11 de diciembre de 1886.Bloque
de Leyes de 1886.
5-Hostos en Santo Domingo. Vol. II. Pp273 y
siguientes. Editado por SDB, 2004. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.
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