Napoleón fue perdedor en el Caribe (3)
POR TEÓFILO LAPPOT
ROBLES
Es oportuno decir que el 16 de junio
del año 1810 funcionarios municipales de la
ciudad de Higüey vaticinaron lo que 5 años después fue el principio del
fin del poderoso Napoleón Bonaparte. Su derrota el 18 de junio de 1815 en
Waterloo fue el cumplimiento de ese augurio.
Esa premonición ha sido silenciada por
muchos, pero tiene su importancia en el agitado y tortuoso itinerario del
imperio francés.
Antes de detallar aquel presagio, al
final de esta serie de 4, es oportuno señalar que la venta que en el 1803 hizo
Napoleón del vasto territorio de Luisiana (más de 2 millones de kilómetros
cuadrados) en favor de los EE.UU. fue producto directo de sus derrotas en el
Caribe, principalmente por los hechos de humillación militar que sufrió en la
isla de Santo Domingo.
Esa fue una venta hecha a marchas
forzadas, a precio de “vaca muerta.” Se escribió entonces que el rostro de
Napoleón tenía pliegues de amargura al tomar dicha decisión.
Aunque todavía no era la testa imperial
de Francia (lo sería poco después) tal vez en ese caso, más que en cualquier
otro de sus acciones de Gobierno, quedó comprobada la afirmación que anotó en
sus papeles privados el obispo y político francés Charles Maurice de Talleyrand,
al ser testigo de la autocoronación de Napoleón: “En el título de emperador hay
una combinación de República romana y de Carlomagno, lo que le hace perder la
cabeza.”
Para sólo mencionar algunos casos
previos al referido negocio inmobiliario de la Luisiana hay que decir que en el
1794 perdió a manos de los ingleses las islas de Martinica y Santa Lucía, así
como otras que las circundan.
En abril de 1796 Napoleón, que todavía
no era emperador, pero tenía el control del aparato gubernamental francés,
refunfuñaba porque había autorizado que una poderosa expedición naval saliera
de Guadalupe a recuperar la pequeña y cercana isla de Saint Kitts (174 km2).
Luego de una terrible devastación del tipo “tierra arrasada” aquello terminó en
derrota para sus fuerzas de ocupación.
No hay que olvidar, además, que ya en
el 1795, por órdenes del entonces primer ministro de Gran Bretaña William Pitt
(el Joven), con el apoyo del rey Jorge III, la mitad del ejército de esa
potencia mundial estaba combatiendo en las Antillas contra las fuerzas
napoleónicas y contra esclavos rebeldes esparcidos en diferentes lugares
caribeños, teniendo como centro de atención el territorio antillano que se
dividen la República Dominicana y Haití.
En el 1800 los británicos desplazaron a
las fuerzas de Napoleón Bonaparte de la mitad de Saint-Martin, pequeña porción
de tierra que los galos recuperaron en el 1816, mediante el Tratado de París.
En el 1803 Gran Bretaña, que 5 años
atrás había derrotado a Napoleón en la batalla naval del Nilo, se apoderó de
varias posesiones francesas en el Caribe Oriental, entre ellas Tobago y Santa
Lucía. Fue otra derrota caribeña para ese genio militar que sus enemigos
apodaban el Ogro de Ajaccio.
La Pérfida Albión (expresión creada por
el poeta Augustin de Ximénés y popularizada por Napoleón para burlarse de Gran
Bretaña) se aprovechó de paso para afincarse también en amplios territorios de
América del Sur, como fue el caso de la entonces Guayana Neerlandesa.
No fue sorpresa que como efecto directo
de la decisión de guerra abierta tomada por Napoleón en el año 1803 (entonces
era el jefe del gobierno llamado El Consulado) Gran Bretaña pudo asegurarse, en
el 1808, el control de las islas María Galante y Deseada.
Pronto también volvieron a caer en
poder de los británicos Martinica, Guadalupe y un rosario de pequeñas islas
periféricas como Les Saintes. Pocos años antes esos territorios habían sido
recuperados por las tropas de Napoleón, en ese “tira y afloja” en que se
convirtió el Caribe en la primera década del siglo 19.
Esas pérdidas territoriales estaban
también directamente conectadas con la derrota que el 21 de octubre de 1805
tuvieron la Francia bajo el dominio de Napoleón y España en la batalla naval del cabo de
Trafalgar, luego de que los barcos de esos dos imperios salieron de su refugio
en la rada de Cádiz.
La escuadra franco-hispana estaba
compuesta por 33 barcos, de los cuales sólo retornaron 11 a puerto, en
condiciones precarias.
En ese famoso combate los 27 barcos de
Gran Bretaña que intervinieron quedaron
ilesos, a pesar de que allí murieron cientos de ingleses, galeses, escoceses y
norirlandeses (estos últimos no son británicos). En esa batalla fue que murió
el almirante de la Marina Real británica Horacio Nelson, héroe del ya referido
enfrentamiento en el río Nilo, así como de otras contiendas navales.
Oportuno es decir que el novelista y
dramaturgo español Benito Pérez Galdós, en su primera novela de la serie
titulada Episodios Nacionales, escribió en abundancia sobre la hecatombe que
sufrieron las fuerzas napoleónicas frente al cabo gaditano de Trafalgar.
Las victorias británicas sobre Francia,
con la ocupación de algunas de sus colonias en el Caribe, dio origen en el 1806
a la creación de un mecanismo mediante el cual Napoleón cerró gran parte de los
puertos europeos a los productos comercializados por Gran Bretaña,
especialmente el azúcar. Fue lo que se conoció entonces como “el sistema
continental.”
Eso favoreció en gran medida a los
exportadores de azúcar de los EE.UU., que en esa ocasión encontraron en Europa
un mercado amplio. Napoleón resultó ser en ese sentido un gran aliado
coyuntural de ese poderoso país del norte de América.
Dicho lo anterior al margen de que
luego, olvidando sus colaboraciones recíprocas en acciones contra los pueblos
antillanos, el tercer presidente norteamericano, Thomas Jefferson, escribió
párrafos de acrimonia contra el emperador francés, rey de Italia y a partir del
1806 copríncipe de Andorra.
El poderoso emperador de Francia, cuyas
tropas fueron derrotadas una y otra vez en el Caribe, fue el mismo que el 17 de
mayo de 1809, desde su cuartel general de Schaembrunn, en Austria, emitió un
decreto mediante el cual, entre otras cosas, anexionó al imperio francés los
Estados romanos o pontificios.
En efecto, en esa especie de ucase de
factura napoleónica el también rey de Italia ordenó que el día primero del
mencionado año una junta extraordinaria tomara en su nombre “posesión de los
Estados del Papa y adoptara las medidas convenientes para que se organice la
administración constitucional…” Dicen que esa ha sido una de las etapas más
difíciles de la iglesia católica.
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