OVANDO EN LA HISTORIA DEL CARIBE (3 DE 3)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Ahora que se han cumplido 530 años de la llegada de
los españoles al llamado Nuevo Mundo, es oportuno decir que Nicolás de Ovando
ejecutó en La Española una inicua política de esclavitud de negros e indígenas.
A los indígenas casi los exterminó. Cuando lo
destituyeron del gobierno colonial, el 10 de julio de 1509, apenas quedaban
aquí 60 mil taínos, la mayoría en condiciones maltrechas y a pie de sepultura.
Al cesar como señor de horca y cuchillo del Virreinato
de las Indias, que ejerció con poderes casi ilimitados en los ámbitos políticos,
administrativos y militares, se retiró a disfrutar parte de la inmensa fortuna
que acumuló con malas artes.
El acelerado proceso de su enriquecimiento contó con
el apoyo que indistintamente tuvo de los monarcas Isabel I de Castilla,
Fernando II de Aragón y V de Castilla y nominalmente de Juana I de Castilla,
alias la Loca.
El señor comendador Ovando se hizo acompañar en ese
viaje de retorno a su país de quien fuera el alcalde mayor de la ciudad de
Santo Domingo durante su gestión como mandamás colonial, el salmantino Alonso
de Maldonado, así como de otros de sus amigos y subalternos.
El aragonés Miguel de Pasamonte, entonces recién
nombrado tesorero de La Española, se apoderó de la mayor parte de los bienes
inmobiliarios y semovientes que tenía aquí Ovando.
Pasamonte pudo adueñarse de esas propiedades de Ovando
porque gozó del apoyo de personeros del citado rey Fernando II, entre ellos el
influyente obispo zamorano Juan Rodríguez de Fonseca, considerado el primer
impulsador de las prácticas colonizadoras de España en esta parte del mundo.
Ese mismo monarca le envió al nuevo gobernador
colonial, Diego Colón, una carta de presentación a favor de Pasamonte, en la
cual le decía que lo tenía “por muy buena persona y de buena consideración, y
por muy cierto y leal servidor.”
Pero en estas breves notas es importante señalar que las
obras materiales de Ovando no pueden ocultar sus crímenes ni su memoria puede
justificarse detrás de sofismas como el romance del poeta español Manuel José
Quintana Lorenzo, quien sin ninguna consideración ética escribió: “Que no se es
cruel si se nace en tiempo que importa serlo.”
Nicolás de Ovando se inclinaba hacia la perversidad.
Muchos de sus hechos avalan ese criterio. No se trata de una leyenda negra en
su contra, como han pretendido hacer creer algunos falsificadores de la verdad
histórica.
Está demostrado que Ovando gestionó que se hiciera
institucional el reparto de indios en favor de los españoles (la encomienda),
para lo cual fue complacido por la reina Isabel la Católica mediante una Real
provisión firmada el 20 de diciembre de 1503.
El historiador mexicano Fernando Benítez, al referirse
a esa labor del gobernador colonial, puntualizó lo siguiente: “Ovando
aterrorizaba a los indios. Los repartía entre los españoles y al que más oro o
comida obtenía le daba más esclavos; a los que rendían poco, les quitaba la
encomienda.”(1992: ¿Qué celebramos, qué lamentamos? P.54)
También logró de Isabel la Católica la autorización
para que trajeran aquí a miles de esclavos negros, con unas especificaciones
que luego fueron reveladas por el bellaco funcionario colonial (juez de
residencia, etc.) Alonso de Zuazo, en una carta fechada en enero de 1518.
Valga la digresión para decir que la reina referida
está en proceso de beatificación desde 1958. En el 1974 fue declarada “sierva
de Dios.”
Ovando forma parte destacada de la galería de los personajes
más siniestros de la era colonial española en América. Les hace compañía, entre
muchos otros, a Francisco de Galay y Juan de Esquivel (Jamaica); Alvar Núñez
Cabeza de Vaca (Paraguay), Diego Velázquez (Cuba), Juan Ponce de León (Puerto
Rico), Francisco Pizarro (Perú), Hernán Cortés (México), Alonso de Ojeda (Venezuela),
Pedrarias Dávila (istmo de Panamá); todos responsables de masacres de personas
por lo común vulnerables.
Abundan las crónicas del pasado sobre las acciones de
Ovando, las cuales permiten ubicarlo con prominencia en dicha nómina de
infames.
Bartolomé de las Casas, uno de sus acompañantes en el
viaje de 1502, (estuvo durante un tiempo a su servicio) y quien vivió durante 8
años en la isla que ocupan la República Dominicana y Haití, escribió al
referirse a la matanza de Jaragua, que:
“…el ejército de Ovando, con lanzas, espadas y
mosquetes, se lanzó sobre la multitud indefensa, al mismo tiempo que le ponían
fuego a la cabaña.”
Sobre el horror de los crímenes perpetrados en el
cacicazgo de Higüey, incluyendo el ahorcamiento de la cacica Higuanamá, el
referido cronista colonial consignó con la sintaxis de la época lo siguiente:
“…yo vide quemar vivas y despedazar o atormentar por diversas y nuevas maneras
de muerte o tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron.”
(Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Bartolomé de las Casas.)
Contra Ovando se abrió aquí un Juicio de Residencia, luego
de estar morando en España. Para ello el rey Fernando II emitió una cédula real
en la ciudad de Valladolid, fechada el 15 de noviembre de 1509.
En un ensayo titulado El pleito Ovando-Tapia,
publicado en el 1978, el historiador Emilio Rodríguez Demorizi hace una amplia
descripción de ese sonado caso de la jurisprudencia colonial.
El resumen de ese litigio es que Ovando le confiscó al
comerciante español Cristóbal Tapia un amplio terreno con vista a la ría del
Ozama, sobre el cual construyó un edificio para la llamada Casa de
Contratación. La sentencia, dictada el 23 de enero de 1510, fue a favor de
Tapia. En ese edificio colonial está desde hace décadas el Museo de las Casas
Reales.
Compendiando se puede afirmar que la historia del
gobernador colonial Nicolás de Ovando tiene de manera abultada un saldo
negativo. Sus hechos de gobierno así permiten decirlo en esta breve crónica.
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