sábado, 17 de diciembre de 2022

TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (1)

 

TRUJILLO Y FRANCO: DOS  GENERALÍSIMOS (1)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Rafael Trujillo Molina y Francisco Franco Bahamondes fueron dos siniestros personajes que actuaron desde el ejercicio de sus poderes arbitrarios como lo hacían en el feudalismo los señores de horca y cuchillo.

Ambos generalísimos y tiranos (enterrados en el cementerio del poblado español Mingorrubio)mantuvieron vínculos políticos de beneficio mutuo, como demostraré en la próxima entrega.

Los dos sometieron a sus respectivos países, República Dominicana y  España, a los peores rigores, creando una zozobra permanente en la población con muertes, encarcelamientos y exilio de miles de personas.

La violencia era un signo común en ellos. Se afianzaron en el poder ordenando crímenes atroces. No sólo eran avasallantes sino también sanguinarios.

Hay que resaltar que los dos se cobijaron en la cleptocracia para acumular riquezas asqueantes. El dominicano robaba de manera abierta y desembozada. El español generalmente lo hacía bajo la capa de la simulación, pues era un maestro del solapamiento.

Pocas veces, sólo por cuestiones internas, hubo algún alejamiento en el connubio que de hecho tenían, tal y como se comprueba al analizar la política internacional durante las tres décadas de despotismo de Trujillo y las tres décadas y media de Franco.

Hasta el final de sus vidas usaron el terror sobre sus pueblos. Actuaron siempre con un mogollón de malicias para mantenerse en el poder por tiempo indefinido.

Trujillo fue en parte producto de la invasión norteamericana al país(1916-24). Franco fue un engendro, en su significado de persona perversa, de la terrible guerra española de 1936-39.

En gran medida por el origen de su ascensión al poder esos dos generalísimos hundieron en la miseria y la desesperanza a sus respectivos países, a los cuales convirtieron en fincas suyas.

La voluntad de ambos fue transformada en lo que se conoce como “fuente de Derecho”, imponiéndose al tinglado de leyes, jurisprudencia y doctrina en cada nación bajo su control omnímodo.

Ese accionar desde los máximos peldaños del poder fue la puesta en práctica por parte de ellos de la célebre frase que tantas veces enarboló el rey de Prusia Federico II: “Cuando cometo alguna tropelía siempre encuentro algún idiota dispuesto a justificarlo en Derecho.”

Trujillo y Franco eran dos megalómanos, que no desperdiciaban oportunidad para demostrar su ánimo ególatra, tal y como se comprueba al analizar de manera general sus actos.

Esos dos generalísimos y tiranos tuvieron apodos antes y después de elevarse al poder. A Franco, cuando sólo dirigía tropas, tanto en la paz como en la guerra, le decían el Comandantín, Paquito, Franquito, etc. Luego hizo que se divulgara hasta el hartazgo que era El Caudillo “por la gracia de Dios.”

Cuando un cagatintas e irresponsable catalán lo llamó desde una columna periodística como el Centinela de Occidente rio a mandíbula batiente y facilitó que dicho ditirambo se difundiera, como un sonsonete, por todos los rincones de España.

A Trujillo le decían antes de 1930 Chapita. Pero desde que se encaramó en el poder impuso que su persona fuera invocada con los más variados y curiosos calificativos que exaltaban su figura.

Para saciar su vanidad sus alabanceros agotaron todas las palabras que aparecen en el diccionario de la lengua castellana vinculadas con atributos almibarados.

Le gustaba que le dijeran, entre muchos otros apelativos, el Jefe, el Benefactor, el perínclito de San Cristóbal, así como padre de la patria nueva. Hizo que la sugerente frase “Dios y Trujillo” se convirtiera en una suerte de himno en todo el territorio nacional.

Herbert (Harry) Stack Sullivan, eminente psiquiatra especialista en asuntos de conductas desde los escalones superiores del gobierno, en su ensayo titulado El concepto de poder, analizó con profundidad y gran despliegue de detalles todos los eslabones que permiten mantener el control del mando supremo.

Los juicios de ese académico estadounidense abren un amplio abanico para comprender las actuaciones públicas y privadas de gobernantes despóticos como Trujillo y Franco. O como el duce Benito Mussolini en Italia y el Führer Adolf Hitler en Alemania.

Sullivan, que murió en el 1949, y por lo tanto pudo observar parte del modus operandi de los susodichos caudillos, demostró, desde sus observaciones directas, tal vez más eficaces que las visiones abstractas del inconsciente, que hay en realidad “una fuerza poderosa sin descanso” que mueve las palancas del poder político, económico y social.

Los susodichos dos generalísimos tenían muchos puntos comunes, siendo uno de ellos disfrutar las llamadas mieles del poder: Franco en El Pazo de Meirás, en La Coruña, en su Galicia natal, así como en diversos cotos de cacería e inclinado a consumir una gastronomía del más alto nivel, con preferencia por el filete de merluza y los medallones de ternera como plato central, así como otras delicatesen.

Trujillo bebía, comía y practicaba el fornicio en sus mansiones ubicadas en diferentes lugares del país. Tres de las más famosas las concentró en su San Cristóbal natal: Casa de Caoba, en la hacienda Fundación; la Casa Blanca, en la hacienda María y la  casa de playa de Najayo.

Otras sincronías entre ellos las relataré en la próxima entrega de esta breve serie.

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