TRUJILLO Y FRANCO: DOS GENERALÍSIMOS (2)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Un variado concurso de circunstancias facilitó
que Trujillo y Franco mantuvieran por muchos años, desde ambas orillas del
Atlántico, vínculos de interés político recíproco.
Haciendo claridades sobre la espesura de la
maraña de mentiras organizadas por los publicistas de ambos generalísimos se
comprueba que no ejecutaban ningún acto de gobierno sin calcular beneficios
políticos o económicos para ellos.
Ambos tuvieron un control absoluto del aparato
de gobierno. Franco hasta su agonía en su lecho de muerte, en noviembre de 1975
y Trujillo hasta caer bajo ¨dos onzas de plomo¨ redentor en mayo de 1961.
Desde sus comienzos como jerarcas, incluso
antes de llegar a ser Jefes de Estado de sus países respectivos, ambos tiraron
por la borda todo lo que significara institucionalidad.
De ellos puede decirse que también actuaron a
imitación de Saturno, el dios de la mitología romana que devoraba a sus hijos.
En el caso de Trujillo y Franco destruían de diversas maneras a aquellos de sus
hijos políticos o personajes cercanos que presumieran podían sustituirlos.
Ninguno de ellos jamás concibió el ejercicio
del poder como una circunstancia para servir en favor de la sociedad.
Se mimetizaron como encarnaciones demoníacas
del poder. Absorbieron todo el mando terrenal en sus naciones, pero también se
empinaron, con una descomunal carga de soberbia, tratando de arañar las
particularidades exclusivas del Ser Supremo.
Franco llegó a la cima del poder guiando
soldados y civiles con las armas, que causaron la muerte de cientos de miles de
españoles, en una sangrienta guerra que duró tres años (1936-39).
Trujillo subió a lo más alto del control
absoluto en la República Dominicana maquinando contra el presidente Horacio Vásquez y contra otros que lo ayudaron en su ascenso
militar, social, político y económico.
El historiador español Francisco Javier Alonso
Vásquez, en el prefacio de una obra sobre los aludidos generalísimos, escribió
que: “ambos militares enarbolaron una serie de principios ideológicos
prácticamente idénticos, como fundamentos ilativos de su Estado. Entre otros el
nacionalismo, anticomunismo recalcitrante, catolicismo como elemento
cohesionador de ambas naciones…” (La alianza de dos generalísimos. Editora
Amigo del Hogar 2005.P5)
Por la mayor parte de sus actos Trujillo y
Franco están en los bajos fondos de la historia, mereciendo situarse, en la
escatología dantesca, en varios de los círculos del Infierno de la Divina
Comedia.
Es importante anotar, para conocer mejor
algunas actitudes de ambos, que esos dos
tiranos fueron resentidos sociales. A pesar de la inmensa fortuna que amasaron,
de las lisonjas de que fueron objeto y del poder que acumularon nunca superaron
situaciones traumáticas de su niñez.
Muchos de los que fueron cercanos a Trujillo,
y otros que como especialistas han analizado a ese personaje malvado, coinciden
en afirmar que le tenía malquerencia a su padre, (José Trujillo Valdez, el
inefable Pepito) quien no sólo nunca fue un progenitor responsable sino que
también maltrataba de muchas maneras a la madre del tirano, doña Julia Molina,
la que luego sería llamada “la excelsa matrona”, “la más
noble madre del país” y un largo etc.de ditirambos.
El resentimiento de Franco (que creció como un
niño pobre al igual que Trujillo) nació también de los abusos de su padre
Nicolás Franco a su madre, doña María del Pilar Bahamonde.
José Luis de Vilallonga en una novedosa novela,
cuyo coprotagonista es el sable que recibió Franco al graduarse en la academia
militar, relata que:
¨Abandonada por su marido, la madre del futuro
Generalísimo las pasó moradas para sacar ella sola adelante a sus cuatro hijos,
Nicolás, Ramón, Pilar y Paquito. Franco no supo lo que era el lujo hasta que,
siendo ya comandante, se casó con Carmen Polo¨
(El sable del caudillo.P.21.Plaza y Janés, Editores, 1998.)
En algo que también coincidieron ambos
autócratas fue en recibir el favor de una parte importante de la cúpula
religiosa de sus países.
Franco, en pleno fragor de la guerra civil,
(1936-39) contó con el apoyo entusiasta de las figuras de mayor peso en el alto
clero español. Así consta en las principales obras que versan sobre ese
desgraciado período de la historia de España.
Los cardenales catalanes Isidro Gomá, primado
de España, y Enrique Pla, arzobispo de Toledo, así como el vasco Marcelino
Olaechea, obispo de Pamplona, jugaron un importante papel inclinando la balanza
para ayudarlo a triunfar en los infernales campos de batalla en que se
convirtió el territorio español.
Esos cardenales, y no pocos obispos de las
primeras décadas del siglo XX español, eran una réplica de sus antecesores de
finales del siglo XV, quienes representaban lo que el gran escritor mexicano
Octavio Paz, en su obra Las Peras del Olmo, definió como: ¨Una religión a la
defensiva, sentada sobre sus dogmas.¨
Luego desfilarían ante el caudillo, en su
palacio de El Pardo, muchos purpurados, arzobispos, obispos y pastores
evangélicos, cuyas pastorales eran escrutadas minuciosamente por un equipo de
expertos franquistas antes de darse a la publicidad.
Durante el régimen de Trujillo, salvo algunas
contadas excepciones, hubo una suerte de cohabitación entre el férreo
gobernante (excepto en el tramo final de su vida) y una parte importante de la
cúpula de los diferentes credos religiosos que operaban en el país.
Dos arzobispos de Santo Domingo cubrieron con
plena complacencia los 30 largos y pesados años de la tiranía de Trujillo:
Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla y Ricardo Pittini Piussi, un salesiano
italiano que se compenetró hasta los tuétanos con el régimen de terror que sufrieron los
dominicanos en las tres primeras décadas del siglo pasado.
Vale decir que meritorios mitrados y sacerdotes,
dominicanos y extranjeros, nunca contemporizaron con el tirano Trujillo, tales
como los obispos Juan Félix Pepén, de Higüey, Francisco Panal, de La Vega y Thomás O’ Reilly, en San Juan.
Así también actuaron muchos sacerdotes, entre
ellos el puertoplateño Rafael Conrado Castellanos o aquel español cuyo nombre
no aparece en las crónicas del pasado, enviado a la parroquia de San Cristóbal,
quien a los pocos días de estar allí dijo que había que operar las amígdalas
por el recto porque la gente no podía abrir la boca. En un santiamén fue
expulsado del país.
Connotados personajes del protestantismo
también fueron muy afines a Trujillo e inclusive tuvo como socios a muchos
curanderos y otros elementos de la religiosidad popular.
En la próxima y última entrega de esta breve
serie abordaré los acuerdos que protagonizaron Trujillo y Franco para afianzar
sus vínculos de Estado.
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