LA CONSPIRACIÓN DE LOS ALCARRIZOS
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La conspiración de Los Alcarrizos contra los haitianos comenzó
a tomar forma en febrero de 1824. Hace ahora 199 años de ese hecho que forma
parte de la historia dominicana.
Los cabecillas fueron Baltazar de Nova, el cura Pedro
González, que ejercía su sacerdocio en el referido poblado, los capitanes
criollos incardinados entre las tropas haitianas Lázaro Núñez y José María de
Altagracia; así como los señores Juan Jiménez, Facundo Medina, José Figueredo,
José María García, Esteban Moscoso, Sebastián Sánchez, etc.
Antes hubo otros conatos de rebelión que tampoco
cuajaron. Prueba de eso fue la sentencia condenatoria del 15 de octubre del
1823 contra los señores Agustín de Acosta, Narciso Sánchez, José de Cierra y
León Alcaide.
En la parte oriental del país la rebeldía germinó desde
el principio de la ocupación extranjera, como se comprueba en los informes
oficiales enviados al gobernador Borgellá por los comandantes Maurice Bienvenu,
desde Higüey; Morette, desde Samaná; Proud`Homme desde San José de Los Llanos y
otros.
Así también hubo movimientos de armas en diversos lugares
del Cibao y de la zona sur del país.
Basta un ejemplo: En el 1823 el capitán Lázaro Fermín,
desde San Francisco de Macorís, desafió a los ocupantes haitianos. Inició una
insurrección que obligó al gobernante usurpador Jean Pierre Boyer a enviar al
nordeste a miles de soldados para sofocar la revuelta armada que llegó a
extenderse a otros pueblos cibaeños.
Antes de comenzar las acciones bélicas de Los Alcarrizos
un traidor alertó a las autoridades haitianas, provocando una despiadada persecución
encabezada por el citado general Borgellá al frente de cientos de soldados del
regimiento militar 12. La asonada, en consecuencia, no llegó a romper fuente.
Hay que precisar, para hacer honor a la verdad, que el
objetivo de los conspiradores de Los Alcarrizos no era lograr la soberanía del
pueblo dominicano, sino devolverle a España, en la persona del rey Fernando
VII, el dominio colonial de esta tierra cargada de calamidades durante siglos.
Los autores de las diversas corrientes historiográficas
del país coinciden sobre lo anterior. Por ejemplo, el historiador José Gabriel
García escribió que la revolución de Los Alcarrizos “tenía por objeto vitorear
al rey don Fernando VII, y sustituir el pabellón azul y rojo con el estandarte
glorioso de Castilla.” (Obras completas. Volumen 1.P362.Editora Amigo del
Hogar, 2016).
Se ha sostenido que el clero dominicano estaba detrás de
ese fallido levantamiento armado. Esa creencia tomó cuerpo porque el arzobispo
de Santo Domingo, Pedro Valera Jiménez, era pro español, y el principal gestor
de la conspiración de Los Alcarrizos era el referido sacerdote Pedro González, muy
ligado a ese alto prelado.
Pero vale decir que mientras el arzobispo y varios
sacerdotes rechazaban a las autoridades haitianas, por diversos motivos, otros
curas se prosternaron ante los generales Boyer, Baltazar Inginac, Borgellá y
otros gerifaltes del vecino país.
El caso más revelador de lo anterior fue el del clérigo
Bernardo Correa y Cidrón. Fue designado por el arzobispo Valera como su
delegado en territorio haitiano, con sede en la ciudad de San Marcos, dentro
del departamento Artibonito.
En reunión efectuada el 3 de junio del 1823, en Puerto
Príncipe, el presidente Boyer le exigió a Correa y Cidrón que para poder
ejercer su ministerio sacerdotal en dicho territorio era condición obligatoria
que Valera “se considerara arzobispo y ciudadano de Haití”.
El 28 del mes y año referidos Correa y Cidrón (a quien le
fascinaban las llamadas mieles del poder) le envió a su superior eclesiástico
una carta empapada de indignidad, en la cual lo apremiaba para que aceptara todas
las órdenes de Boyer. Se sabe que Valera rechazó dicho pedido. Las
consecuencias personales de esa actitud las he reseñado en otras crónicas.
Como la conspiración de Los Alcarrizos fue un fracaso
militar muchos de los conjurados fueron capturados de inmediato. Otros lograron
escapar por poco tiempo y muy pocos eludieron la persecución de las autoridades
haitianas.
El presidente Boyer exigía un castigo severo a los que se
rebelaron contra su gobierno de ocupación. Para dar riendas sueltas a la
voluntad de dicho personaje se abrieron juicios de pantomima.
El escenario fue el tribunal de primera instancia de
Santo Domingo, en atribuciones criminales, que operaba al amparo de los
artículos 168 a 210 de la entonces vigente constitución de Haití, así como en
una ley del 15 de mayo de 1819, del mismo país, la cual mediante su artículo 2
eliminó el recurso de apelación, dejando abierto el de casación, que para
ejercerlo había que ir a la sede de la Suprema Corte, en la ciudad de Puerto Príncipe, y estaba
sujetado a condiciones casi insalvables para encartados dominicanos.
El comisario del gobierno,
es decir el fiscal que llevó la acusación contra los rebeldes de Los Alcarrizos,
fue Tomás Bobadilla Briones, un personaje que, al decir de su principal biógrafo, Ramón Lugo
Lovatón, era “…calculador como una máquina de sumar aplicada a la política”.
Los jueces que
decidieron el destino de los conspiradores de Los Alcarrizos fueron Joaquín del Monte, Raymundo Sepúlveda,
Vicente Mancebo, Juan B. Daniel Morette y Leonardo Pichardo. La primera
sentencia condenatoria fue emitida el día 8 de marzo de 1824.
Ordenaron el ahorcamiento de los referidos Lázaro Núñez,
José María de Altagracia, Lico Andújar, Facundo Medina y Juan Jiménez. La
ejecución se produjo el 9 de marzo de 1824.
El presbítero Pedro González y los señores José Ramón
Cabral, Ignacio Suárez y José Figueredo fueron condenados a cinco años de
prisión.
Otros acusados fueron condenados a dos años de prisión,
entre ellos Manuel Gil, Sebastián Sánchez, Esteban Moscoso y José María
González.
Una prueba de la anomalía que existía entonces en el país
quedó demostrada en el análisis que de dicha decisión judicial hizo el
polígrafo Max Henríquez Ureña, al concluir que la misma: “…establecía que era
ineludible ejecutarla, aunque se interpusiera contra ella cualquier recurso…” (Episodios
Dominicanos: La Conspiración de Los Alcarrizos. SDB, edición 1981.Max Henríquez
Ureña).
Agrego aquí que es obvio que con dicha decisión, dada
bajo el biombo de un tribunal obsecuente, se buscaba, en vano, escarmentar y
atemorizar a la población dominicana.
El camino judicial quedó abierto, en razón de que muchos
de los implicados en la conspiración de Los Alcarrizos pudieron escapar del acoso
de los soldados del régimen ilícito.
El 29 de marzo del mencionado 1824 el mismo tribunal
condenó a penas de prisión a otros conspiradores que fueron capturados luego
del primer grupo de acusados.
Dos días después se hizo un juicio en contumacia contra
los que no habían sido aprehendidos hasta entonces. Unos fueron condenados a
muerte, como el dirigente Baltazar Nova (quien pudo escapar hacia Venezuela), y
otros a prisión.
Una cuarta sentencia, dictada el 10 de mayo de indicado año,
cerró en el ámbito de la justicia la conspiración de Los Alcarrizos. Ellas
forman parte de la infamia jurisprudencial que se acumuló durante el largo
período en que el país estuvo sometido al yugo haitiano.
La respuesta de Jean Pierre Boyer a los conatos de
alzamientos que se suscitaban en gran parte del territorio dominicano está
contenida en un discurso cargado de mentiras que pronunció el 5 de abril de
1824 ante el Congreso Haitiano, donde señaló que:
“…la República continuaba gozando de una perfecta
tranquilidad, no obstante que algunos insensatos, poseídos por la ambición y la
malevolencia, se habían atrevido a manifestar pérfidas intenciones en el Este…”
(Discurso de Boyer. Puerto Príncipe.5 de abril de 1824).
Dichas palabras revelan una mezcla de insensatez y de
desprecio por la verdad de parte del tirano Boyer, hijo de un colono francés y
de una esclava nacida en el corazón del Congo.
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