sábado, 18 de febrero de 2023

LA CONSPIRACIÓN DE LOS ALCARRIZOS

 

LA CONSPIRACIÓN DE LOS ALCARRIZOS

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La conspiración de Los Alcarrizos contra los haitianos comenzó a tomar forma en febrero de 1824. Hace ahora 199 años de ese hecho que forma parte de la historia dominicana.

Los cabecillas fueron Baltazar de Nova, el cura Pedro González, que ejercía su sacerdocio en el referido poblado, los capitanes criollos incardinados entre las tropas haitianas Lázaro Núñez y José María de Altagracia; así como los señores Juan Jiménez, Facundo Medina, José Figueredo, José María García, Esteban Moscoso, Sebastián Sánchez, etc.

Antes hubo otros conatos de rebelión que tampoco cuajaron. Prueba de eso fue la sentencia condenatoria del 15 de octubre del 1823 contra los señores Agustín de Acosta, Narciso Sánchez, José de Cierra y León Alcaide.

En la parte oriental del país la rebeldía germinó desde el principio de la ocupación extranjera, como se comprueba en los informes oficiales enviados al gobernador Borgellá por los comandantes Maurice Bienvenu, desde Higüey; Morette, desde Samaná; Proud`Homme desde San José de Los Llanos y otros.

Así también hubo movimientos de armas en diversos lugares del Cibao y de la zona sur del país.

Basta un ejemplo: En el 1823 el capitán Lázaro Fermín, desde San Francisco de Macorís, desafió a los ocupantes haitianos. Inició una insurrección que obligó al gobernante usurpador Jean Pierre Boyer a enviar al nordeste a miles de soldados para sofocar la revuelta armada que llegó a extenderse a otros pueblos cibaeños.

Antes de comenzar las acciones bélicas de Los Alcarrizos un traidor alertó a las autoridades haitianas, provocando una despiadada persecución encabezada por el citado general Borgellá al frente de cientos de soldados del regimiento militar 12. La asonada, en consecuencia, no llegó a romper fuente.

Hay que precisar, para hacer honor a la verdad, que el objetivo de los conspiradores de Los Alcarrizos no era lograr la soberanía del pueblo dominicano, sino devolverle a España, en la persona del rey Fernando VII, el dominio colonial de esta tierra cargada de calamidades durante siglos.

Los autores de las diversas corrientes historiográficas del país coinciden sobre lo anterior. Por ejemplo, el historiador José Gabriel García escribió que la revolución de Los Alcarrizos “tenía por objeto vitorear al rey don Fernando VII, y sustituir el pabellón azul y rojo con el estandarte glorioso de Castilla.” (Obras completas. Volumen 1.P362.Editora Amigo del Hogar, 2016).

Se ha sostenido que el clero dominicano estaba detrás de ese fallido levantamiento armado. Esa creencia tomó cuerpo porque el arzobispo de Santo Domingo, Pedro Valera Jiménez, era pro español, y el principal gestor de la conspiración de Los Alcarrizos era el referido sacerdote Pedro González, muy ligado a ese alto prelado.

Pero vale decir que mientras el arzobispo y varios sacerdotes rechazaban a las autoridades haitianas, por diversos motivos, otros curas se prosternaron ante los generales Boyer, Baltazar Inginac, Borgellá y otros gerifaltes del vecino país.

El caso más revelador de lo anterior fue el del clérigo Bernardo Correa y Cidrón. Fue designado por el arzobispo Valera como su delegado en territorio haitiano, con sede en la ciudad de San Marcos, dentro del departamento Artibonito.

En reunión efectuada el 3 de junio del 1823, en Puerto Príncipe, el presidente Boyer le exigió a Correa y Cidrón que para poder ejercer su ministerio sacerdotal en dicho territorio era condición obligatoria que Valera “se considerara arzobispo y ciudadano de Haití”.

El 28 del mes y año referidos Correa y Cidrón (a quien le fascinaban las llamadas mieles del poder) le envió a su superior eclesiástico una carta empapada de indignidad, en la cual lo apremiaba para que aceptara todas las órdenes de Boyer. Se sabe que Valera rechazó dicho pedido. Las consecuencias personales de esa actitud las he reseñado en otras crónicas.

Como la conspiración de Los Alcarrizos fue un fracaso militar muchos de los conjurados fueron capturados de inmediato. Otros lograron escapar por poco tiempo y muy pocos eludieron la persecución de las autoridades haitianas.

El presidente Boyer exigía un castigo severo a los que se rebelaron contra su gobierno de ocupación. Para dar riendas sueltas a la voluntad de dicho personaje se abrieron juicios de pantomima.

El escenario fue el tribunal de primera instancia de Santo Domingo, en atribuciones criminales, que operaba al amparo de los artículos 168 a 210 de la entonces vigente constitución de Haití, así como en una ley del 15 de mayo de 1819, del mismo país, la cual mediante su artículo 2 eliminó el recurso de apelación, dejando abierto el de casación, que para ejercerlo había que ir a la sede de la Suprema Corte, en la ciudad de Puerto Príncipe, y estaba sujetado a condiciones casi insalvables para encartados dominicanos.

El comisario del  gobierno, es decir el fiscal que llevó la acusación contra los rebeldes de Los Alcarrizos, fue Tomás Bobadilla Briones, un personaje que, al decir de su principal biógrafo, Ramón Lugo Lovatón, era “…calculador como una máquina de sumar aplicada a la política”.

Los jueces que decidieron el destino de los conspiradores de Los Alcarrizos fueron Joaquín del Monte, Raymundo Sepúlveda, Vicente Mancebo, Juan B. Daniel Morette y Leonardo Pichardo. La primera sentencia condenatoria fue emitida el día 8 de marzo de 1824.

Ordenaron el ahorcamiento de los referidos Lázaro Núñez, José María de Altagracia, Lico Andújar, Facundo Medina y Juan Jiménez. La ejecución se produjo el 9 de marzo de 1824.

El presbítero Pedro González y los señores José Ramón Cabral, Ignacio Suárez y José Figueredo fueron condenados a cinco años de prisión.

Otros acusados fueron condenados a dos años de prisión, entre ellos Manuel Gil, Sebastián Sánchez, Esteban Moscoso y José María González.

Una prueba de la anomalía que existía entonces en el país quedó demostrada en el análisis que de dicha decisión judicial hizo el polígrafo Max Henríquez Ureña, al concluir que la misma: “…establecía que era ineludible ejecutarla, aunque se interpusiera contra ella cualquier recurso…” (Episodios Dominicanos: La Conspiración de Los Alcarrizos. SDB, edición 1981.Max Henríquez Ureña).

Agrego aquí que es obvio que con dicha decisión, dada bajo el biombo de un tribunal obsecuente, se buscaba, en vano, escarmentar y atemorizar a la población dominicana.

El camino judicial quedó abierto, en razón de que muchos de los implicados en la conspiración de Los Alcarrizos pudieron escapar del acoso de los soldados del régimen ilícito.

El 29 de marzo del mencionado 1824 el mismo tribunal condenó a penas de prisión a otros conspiradores que fueron capturados luego del primer grupo de acusados.

Dos días después se hizo un juicio en contumacia contra los que no habían sido aprehendidos hasta entonces. Unos fueron condenados a muerte, como el dirigente Baltazar Nova (quien pudo escapar hacia Venezuela), y otros a prisión.

Una cuarta sentencia, dictada el 10 de mayo de indicado año, cerró en el ámbito de la justicia la conspiración de Los Alcarrizos. Ellas forman parte de la infamia jurisprudencial que se acumuló durante el largo período en que el país estuvo sometido al yugo haitiano.

La respuesta de Jean Pierre Boyer a los conatos de alzamientos que se suscitaban en gran parte del territorio dominicano está contenida en un discurso cargado de mentiras que pronunció el 5 de abril de 1824 ante el Congreso Haitiano, donde señaló que:

“…la República continuaba gozando de una perfecta tranquilidad, no obstante que algunos insensatos, poseídos por la ambición y la malevolencia, se habían atrevido a manifestar pérfidas intenciones en el Este…” (Discurso de Boyer. Puerto Príncipe.5 de abril de 1824).

Dichas palabras revelan una mezcla de insensatez y de desprecio por la verdad de parte del tirano Boyer, hijo de un colono francés y de una esclava nacida en el corazón del Congo.

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