SUICIDIOS HISTÓRICOS (I): GUZMÁN,
HEMINGWAY y ALLENDE
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El suicidio es un hecho trágico que no ha tenido plena
explicación ni por especialistas e
investigadores en la conducta humana, con su ancho campo especulativo, ni por
las religiones que en el mundo hay.
Muchos filósofos, criminólogos y antropólogos que han
abordado el tema, reflejando al ser humano en sus líneas corporales y
espirituales, tampoco han avanzado lo suficiente como para esparcir un criterio
firme al respecto.
Ni siquiera hay
avances notables sobre los suicidios en la esfera de la tanatología médico-legal
que, por abarcar un amplio campo del estudio de la muerte, incluyendo la fase
de la agonía, uno presume mayores posibilidades para explicar a los suicidas.
Muchos autores se han referido al suicidio y a los
suicidas, explayándose en comentarios generales sobre factores biológicos,
genéticos, psicológicos, económicos, ambientales, etc., pero el punto final se
les escapa.
Expertos que
han abordado el suicidio incluso han hecho intercalaciones de los aspectos
señalados precedentemente con reguladores de las emociones de cada persona,
pero siempre quedan ripios sueltos en esos análisis.
Ni los exégetas de la teología moral ni los que
manejan las coordenadas de los diversos sistemas legales (más allá del mundanal
ruido de los tribunales) han podido explicar de manera convincente un tema que
en cada caso tiene variantes que causan perpeplejidad y que por lo tanto se
internan en lo que se denomina la casuística.
El profesor chileno de medicina legal Hernán Silva
Silva destaca en su obra Medicina legal y psiquiatría forense “la importancia
de la aplicación de los conocimientos médicos y de la biología a la
investigación y solución de asuntos judiciales y legales.” Sin embargo, soslaya
el tema del suicidio. Así muchos otros investigadores y especialistas se van
por la tangente cuando de suicidas se trata.1
Sólo ha habido reflexiones aproximativas sobre los
motivos que pueden llevar a un ser humano a poner sorpresivamente fin a su
vida.
La verdad rotunda es que son tan diversos y
particulares los elementos individuales que convergen en el suicida que entre
la amplia ramazón de expertos no existe una posición concluyente con relación a
los por qué de la decisión de una persona para suprimir su propia vida.
Es por esa nebulosa que rodea el suicidio que siempre
habrá conjeturas cuando una persona dispone de su vida, al margen incluso de
cualquier expresión escrita u oral que haya dejado como explicación de su decisión.
La psicóloga dominicana Rosa Mariana Brea Franco, con
una larga hoja de excelentes servicios al país, poseedora de una autoridad
sobre los temas que aborda, expresa en su obra El Duelo, lo siguiente:
“Las razones por las que una persona decide quitarse
la vida resultan muy complejas, y, en algunos casos, hasta misteriosas. Cada
caso es único y particular, y deben analizarse muchos factores que pueden
incidir en el mismo. El suicidio es una coalición de fuerzas internas y
externas…”2
Antonio Guzmán Fernández
La madrugada del 4 de julio de 1982 se suicidó el
entonces Presidente de la República Dominicana, Antonio Guzmán Fernández. Tenía
71 años de edad. El escenario fue una habitación del Palacio Nacional.
Faltaban 43 días para terminar su mandato presidencial
de 4 años cuando una bala disparada por él mismo puso fin a su vida. El país
recibió con perplejidad la noticia y la incertidumbre se apoderó de la población.
Cagatintas y
reporteros se dedicaron a publicar con mucho desparpajo crónicas,
reportajes, folletos y libros señalando los supuestos motivos que llevaron al
presidente Guzmán Fernández a suicidarse. Varios de ellos admitieron luego que
cumplían encargos políticos, en condición de remunerados.
Otros, que no entran en el encasillado anterior,
también abordaron el suicidio de Guzmán desde ángulos diferentes. Es el caso
del crítico literario José Rafael Lantigua quien, sin aportar pruebas al
respecto, escribió en su libro titulado La conjura del tiempo lo siguiente:
“…Antonio Guzmán, abrumado por las contingencias y deprimido por las
inconsecuencias, conmutó las penas y penalidades de sus propios partidarios con
su suicidio, justo la víspera de la efemérides partidaria más celebrada por su
organización…”3
Un libro que sí contiene informaciones verosímiles
sobre el tema es el titulado Partidos, Políticos y Presidentes Dominicanos. Su
autora, la destacada periodista Ángela
Peña, incluyó en el mismo una amplia
entrevista que les hizo a la hija y al yerno de Antonio Guzmán Fernández,
quienes compartieron con él el poder.
Los detalles que aparecen en dicha obra sobre los
últimos días del presidente suicida permiten tener una mejor perspectiva del
gobernante en sí y del hombre visto en su mismidad. Juan Bosch, en el prólogo
de dicha obra, escribió lo siguiente:
“Cuando Ángela Peña se propuso escribir acerca de los partidos políticos
dominicanos escogió el tema más difícil que podía ocurrírsele a cualquier historiador, ensayista o periodista…A pesar
de todas las dificultades con que tropezó, poniendo en juego una tenacidad
encomiable, Ángela Peña llevó a cabo su trabajo...”4
En su comentada obra Memorias de un cortesano de la
“Era de Trujillo” Joaquín Balaguer también escribió sobre el suicidio del
presidente Guzmán. Se lo atribuyó a “un desequilibrio emocional” a una “crisis
depresiva”; aunque admitió que: “Es ésta, desde luego, una impresión de quien
esto escribe.” Antes de esa aclaración expresó que fue una “decisión trágica
que privó al país de uno de los políticos de garras más firmes y de uno de sus
hombres que reaccionó siempre con mayor entereza ante las adversidades.”5
En el año 1963 Antonio Guzmán Fernández había sido el
Secretario de Estado de Agricultura del derrocado gobierno de Juan Bosch. En el
tramo final de la guerra de abril de 1965 su nombre fue de los que se barajaron
para encabezar un gobierno provisional.
Un análisis de su gestión de gobierno, iniciada el 16
de agosto de 1978, coloca al mandatario suicida entre los mejores que ha tenido
el país, pues sus ejecutorias propiciaban en sentido general el bien colectivo.
Eso no significa que no hubiera falencias en su administración.
La angustia que provocó su muerte inesperada pudo ser
superada por una cadena de factores cuyos eslabones no hay que desmontar en
estas simples notas.
Al asumir la primera magistratura de la Nación, el 16
de agosto de 1978, le correspondió a Guzmán Fernández desmantelar un amplio
entramado de arbitrariedades que operaban tanto en los cuarteles militares y
policiales como en oficinas de encumbrados burócratas, así como en centros
particulares donde se movían con avidez y actitudes insaciables operadores de
grandes negocios que funcionaban en las periferias del poder mediante contratas
de obras estatales sobrevaluadas, contrabandos de mercancías, extorsiones y
otros ilícitos que afectaban las inversiones públicas.
Encontró las arcas estatales en mínimos y tuvo que
enfrentar las devastaciones del ciclón David y la tormenta Federico, amén de
otros escollos que limitaban el impulso de la economía nacional.
Pero lo anterior no ha sido un valladar para que los
juicios serenos se inclinen a evaluar en términos positivos su obra de
gobierno.
Ernest Hemingway
Ernest Miller Hemingway nació el 21 de julio de 1899
en una pequeña ciudad situada en el extrarradio de la ciudad de Chicago,
Illinois, EE.UU.
Se suicidó con un disparo de escopeta el 2 de julio de
1961, en la ciudad de Ketchum, en el estado de Idaho, entre las Montañas
Rocosas, en el Oeste estadounidense. Tenía 61 años de edad.
Su padre, médico y aficionado como él a la pesca y la
cinegética, se suicidó en el 1928.Así también terminaron sus días otros
familiares colaterales del famoso escritor.
Al momento de su muerte auto infligida Hemingway padecía
varios problemas de salud y tenía dependencia alcohólica que fue incapaz de
superar.
No sé como encajar ese día con lo que él escribió
refiriéndose a una de sus criaturas de ficción: “conoció la angustia y el dolor
pero nunca estuvo triste una mañana.” Tal vez ese fatídico domingo de verano
estaba alegre, quién sabe.
No dejó ninguna
nota explicando su decisión, lo que provocó que llovieran las especulaciones
sobre su muerte. Uno que otro, sin sindéresis, hasta llegó a especular que fue
un accidente.
Es oportuno recordar que Hemingway fue corresponsal de
guerra en diversos lugares del mundo; pero también fue un hombre a quien le
gustaba la diversión, practicaba la cacería, la pesca, disfrutaba la corrida de
toros. Era, además, un reconocido gourmet.
Tenía casas en diversos lugares del mundo. En Cuba
vivió durante varios años, en un pequeño
pueblo de costa marina llamado Cojímar, a pocos kilómetros al Este de La
Habana. Eran famosas las fiestas en su finca La Vigía. Ahora es un museo que
incluye el yate de recreo en el que realizaba épicas jornadas de pesca, aunque
sin Santiago, el protagonista de su relato El viejo y el mar.
Era un asiduo
visitante del famoso bar habanero El Floridita,
donde el daiquirí es el trago más
solicitado, pero él consumía ginebra con agua tónica. Allí tienen una estatua
de su más famoso cliente.
Tal vez la prueba más significativa de la personalidad
de Hemingway, y a la vez de su vinculación con ese lugar de diversión caribeña,
la dio el gran dramaturgo Tennessee Williams, uno de los más reconocidos
clásicos de la literatura de los EE.UU., quien describe en sus memorias lo
siguiente:
“De modo que fuimos al Floridita, la guarida nocturna
y diurna de Hemingway cuando no estaba en el mar, y nuestro anfitrión no pudo
resultar más encantador ni más distinto de lo que yo había imaginado. Esperaba
encontrarme con una especie de supermacho apabullador y malhablado, y fue todo
lo contrario: Hemingway me pareció un caballero y un hombre dotado de lo que yo
llamaría una timidez enternecedora.”6
Otros han escrito que Hemingway era narcisista,
bipolar y que actuaba generalmente con un comportamiento que denotaba una
vocación autodestructiva. Así no opinan los asiduos a la Bodeguita del Medio,
un pequeño bar habanero con solera, donde cuidan con esmero un mensaje suyo
elogiando la exquisitez de una bebida llamada el mojito.
En el 1953 le otorgaron uno de los premios Pulitzer,
administrados desde el año 1917 por la Universidad de Columbia, en New York.
Esos premios tienen una alta categoría en los EE.UU.
Con ellos se han reconocido durante más de cien años a periodistas, escritores,
músicos y personalidades destacadas en otros renglones, que era la voluntad de
su creador, el editor Joseph Pulitzer, quien abogaba por la exaltación de los
talentos.
En el 1954 le otorgaron el premio Nobel de Literatura,
en justo reconocimiento a la calidad, profundidad y perdurabilidad de su
narrativa.
Sus adversarios, que los tenía, se lanzaron en tromba
a criticar ese supremo galardón de las letras universales. Era el típico
reconcomio nacido de la envidia de algunos escritores y críticos literarios. La
obra de Hemingway se mantiene en el tope de la literatura y el chillido de los
otros quedó sepultado para siempre.
Razón tenía el escocés Steward Sanderson, quien por
más señas fue rector de la Universidad de Leeds, en Inglaterra, y reconocido
como una autoridad en el estudio filológico de la obra literaria hemingwayana,
al señalar que: “…siendo cierto que Hemingway no se preocupó gran cosa por los
círculos literarios, sí en cambio, se preocupó muy en serio por la literatura y
por sus relaciones con la vida.”7
Su discurso de aceptación de ese galardón fue de sólo
7 párrafos. El último es una estampa viva de ese hombre excepcional: “Como
escritor he hablado demasiado. Un escritor debe escribir lo que tiene que decir
y no decirlo. Nuevamente les agradezco.”8
Es larga la
lista de obras publicadas por Hemingway. Casi todas han tenido gran demanda de
lectores y han trascendido en el mundo
de las letras por la calidad y el mensaje que contienen. Hacer un recuento de
las mismas no es importante en estas breves notas.
Una de las experiencias más dramáticas que vivió
Hemingway se produjo en la Primera Guerra Mundial. Entonces era un inquieto veinteañero
que se desempeñaba en Italia como conductor de ambulancia, al servicio de la
Cruz Roja Internacional.
Su libro El río de dos corazones fue como una especie
de catarsis, con un personaje que lo simbolizaba a él en medio de la
Naturaleza, buscando espantar de su mente los fantasmas de la primera gran
guerra de los tiempos modernos.
En su obra titulada Muerte en la tarde, que aunque
está centrada en las corridas de toros en las fiestas de San Fermín en
Pamplona, España, y en la historia taurina en sentido general, también abarca
otros aspectos de su vida y su visión sobre el miedo y la valentía, Hemingway
hace en ella un pormenorizado recuento de los terribles momentos que vivió,
incluso porque fue gravemente herido y casi pierde la vida, en Milán, al norte
de Italia.
Uno de los párrafos más conmovedores de esa obra,
(publicada originalmente en New York, en el 1932) y que refleja el talante del
gran escritor que ya era, se refiere a una operación de rescate en una fábrica
de municiones que reventó con el personal adentro: “Me acuerdo que, después de
haber buscado los cuerpos completos, se recogieron los pedazos.”9
Salvador Allende Gossens
El médico y dirigente político chileno Salvador
Allende Gossens había aspirado varias veces a la presidencia de Chile. Había
sido Senador y desde hacía años era una
prestante personalidad de la vida pública de su país.
En el 1970 fue el candidato presidencial más votado.
Logró formar una coalición de partidos que le permitieron alcanzar la primera magistratura de su Nación.
Su triunfo en las urnas electorales no sería un suave
tránsito. Tenía el camino minado por fuerzas internas y externas que le
adversaban de una manera feroz, tanto por motivos ideológicos como por
intereses económicos.
El 25 de octubre de 1970 sectores de ultra derecha
asesinaron en una emboscada al general René Schneider Chereau, entonces Jefe
del Ejército de Chile, quien no se había prestado a ser parte de una incipiente
conspiración contra el orden constitucional.
Tal vez fue ese el puntillazo inicial de las labores
que sobre el terreno desarrollaron
agencias del gobierno de los EE.UU. en conchupancia con grupos cívico-militares
chilenos para impedir que Allende ascendiera al solio presidencial.
Los informes más confiables indican que el presidente
de Chile Salvador Allende Gossens se suicidó la dramática mañana del 11 de
septiembre de 1973, cuando comprendió que militarmente le era imposible
revertir la situación. El suicidio de él tuvo su origen directamente conectado
con los acontecimientos infernales desencadenados desde la noche anterior por
la cúpula militar de aquel alargado país del Océano Pacífico en su desplazamiento por
Sudamérica.
En la víspera muchos de los altos mandos militares y
de carabineros carentes de honor, en contubernio que grupos económicos del más
rancio conservadurismo y el neo fascismo chileno, con el abierto apoyo de la
administración del presidente estadounidense Nixon, decidieron dar un golpe de
Estado al presidente Salvador Allende, sumiendo a Chile en una larga etapa de
terror.
En un libro de denuncia titulado Estos mataron a
Allende, el periodista chileno Robinson Rojas (que no cree en el suicidio del
presidente y que lo culpa junto a otros de tomar un camino equivocado,
permitiendo así el crecimiento del fascismo) resalta que “Salvador Allende
murió como un héroe; eso no lo duda nadie en todo el mundo...murió combatiendo
conscientemente, sin esperanza de salir vivo de la situación si no se rendía. Y
no se rindió.” Dicho autor cree, como simple enunciación teórica, que se
produjo un magnicidio y que los asesinos de Allende fueron “generales y
almirantes en Santiago de Chile, y también generales y almirantes en
Washington.”10
En la madrugada del día de la hecatombe en las calles
santiaguinas, y el suicidio en el palacio de La Moneda, salieron miles de
soldados de los cuarteles y bases militares, aéreas y navales para someter al
pueblo chileno a un terror nunca antes visto allí.
Fueron los mismos hombres de uniformes y civiles
desalmados que luego asesinaron a miles de chilenos amontonados en estadios,
cuarteles y dependencias militares, y que hicieron parte de la tristemente
célebre Caravana de la Muerte, aquel cortejo lóbrego que recorrió el país
cometiendo inimaginables barbaridades con categoría de crímenes de lesa
humanidad.
De los muchos
elementos probatorios del laborantismo que había en curso desde el 1970 para
hacer sucumbir la democracia chilena basta con citar dos informaciones
públicas:
En la edición del 8 de septiembre de 1974 el periódico
New York Times publicó parte de un testimonio dado en el Senado de los EE.UU.
por el entonces jefe de la CIA William Colby, en el cual admitió el
involucramiento del gobierno estadounidense en labores desestabilizadoras
contra Salvador Allende. Estaban moviéndose desde antes del proceso electoral
del año 1970.
A su vez, el 17 de septiembre del referido1974 las
agencias de noticias internacionales recogieron las declaraciones que en rueda
de prensa dio en la Casa Blanca el presidente Nixon admitiendo con sus
conocidas truchimanerías la participación de su gobierno en los trágicos hechos
ocurridos en Chile el año anterior.
El hostigamiento contra el gobierno de Allende fue
permanente y sin un solo día de descanso. El gobierno estadounidense en pleno
actuaba como una activa y decisiva
fuerza operante en Chile.
Todos los actores políticos, militares, económicos y
otras esferas no menos importantes tenían conocimiento de lo que se movía. A
menos de 4 meses de su derrocamiento Allende pronunció un discurso en el que
señalaba lo siguiente:
“El paro de octubre pasado ha sido el intento de mayor
envergadura para impedir la consolidación y el avance de los trabajadores en la
dirección del país. Sus efectos inmediatos produjeron una pérdida superior a
los doscientos millones de dólares.”11
Es importante señalar, por su relieve histórico, que Henry
Kissinger, un halcón ahora nonagenario, cuyo lenguaje vehicular fue siempre
imponer en cualquier lugar del mundo la fuerza de los EE.UU., fue el brazo
ejecutor de los trágicos acontecimientos de 1973 en Chile.
Ese hombre de mente brillante puesta al servicio de la
maldad repetía con frecuencia que era “moralmente aceptable” destruir al gobierno de Allende, lo cual
conllevó miles de asesinatos, torturas, exilio, cárcel y la quiebra de la
democracia chilena.
El presidente Allende y el pueblo chileno no fueron ni
los primeros ni los únicos que sufrieron el acoso y derribo de los EE.UU., con
Kissinger como principal actor.
Los desclasificados papeles del Pentágono, de la Central
de Inteligencia, de la Seguridad y del
Departamento de Estado son una mina informativa sobre los trabajos de
fontanería realizados para socavar a gobiernos democráticos de otros países.
Son los llamados trabajos sucios hechos sobre la base del poder de esa potencia
mundial.
Un ejemplo de lo anterior fue el derrocamiento que en
el 1974 sufrió el primer presidente de la República de Chipre, el Arzobispo
cristiano ortodoxo Makarios III. La acción fue tomada por la Dictadura de los
Coroneles de Grecia, pero las órdenes las impartió Kissinger.
En el libro Entrevista con la Historia, de Oriana
Fallaci, Makarios testimonió que en su defenestración “Fue Kissinger quien puso
el semáforo en verde.”12
Bibliografía:
1-Medicina legal y psiquiatría forense. Editorial Jurídica
de Chile.Impresores Salesianos,1991. Hernán Silva Silva.
2-El Duelo. Un camino hacia la
transformación.Impresora Amigo del Hogar, 2007.P83.Rosa Mariana Brea Franco.
3-La conjura del tiempo.Impresora Amigo del
Hogar,1994.P432. José Rafael Lantigua.
4-Partidos, políticos y presidentes dominicanos.
Editora Lozano, 1996. Ángela Peña.
5-Memorias de un cortesano de la “Era de Trujillo”.
Obras Selectas.Tomo IX. Editora Corripio, 2006.Pp663-666. Joaquín Balaguer.
6-Memorias. Editorial Bruguera, primera edición,2008.P112.
Tennessee Williams.
7-Hemingway.Editorial Epesa, Madrid, España,1972.P14.
Steward Sanderson.
8-Discurso de aceptación del Premio Nobel de
Literatura,1954. Estocolmo.Suecia. Ernest Hemingway.
9-Muerte en la tarde (Death in the afternoon).
Editorial Gaceta Ilustrada,1966. Ernest
Hemingway.
10-Estos mataron
a Allende.Ediciciones Martínez Roca, Barcelona, España,1974.Pp7 y 8.
Robinson Rojas.
11-Discurso.21-mayo-1973.Palacio de La Moneda.
Santiago, Chile.Salvador Allende.
12-Entrevista con la historia.Editorial
Noguer,1986.P559. Oriana Fallaci.
Publicado el 14 de noviembre del 2020. Diario Dominicano.
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