AZUA EN MARZO DE 1844 (1)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
En los próximos días se cumplirán 177 años de la
importante Batalla del 19 de marzo de 1844, desarrollada en la ardiente ciudad
de Azua y en campos que la circundan.
Azua es tierra donde “achicharra el Sol”, y sus
radiaciones hacen pensar que allí siempre está el perihelio dominicano.
Esa fue una clásica batalla defensiva, del tipo que
bien definió el gran estratega militar y eminente teórico de temas guerreros
Carl von Clausewitz como “la más débil, con objetivo positivo.”
Como nada es absoluto y en todo caben los matices se
puede decir, con el aval de los hechos, que en el teatro de las operaciones bélicas
azuanas el 19 de marzo de 1844 los dominicanos hicieron una defensa activa,
transformando la debilidad conceptual en fuerza real, y salieron victoriosos.
Fueron los haitianos los que iniciaron las
hostilidades con el objetivo negativo de aniquilar al pueblo dominicano. Lo hicieron de manera
intrusa, apoyados con un impresionante equipaje militar de artillería,
caballería e infantería, así como con miles de granaderos, dragones y cazadores
de la Guardia Nacional de Haití.
A través del tiempo se han dado varias versiones sobre
la duración de los combates llevados a cabo en la Batalla del 19 de marzo de
1844; pero al parecer duraron unas tres horas, tanto por lo que se asentó en un
boletín de las comunicaciones del cuerpo colegiado del gobierno de entonces,
como por opiniones emitidas por algunos de los participantes de aquella epopeya
de las armas dominicanas, además de lo que apuntaron cronistas de la época.
En efecto, en una proclama dirigida al pueblo y al
ejército, fechada el día 21 de marzo de 1844, la Junta Central Gubernativa
detalló las tempraneras agresiones de los haitianos y los combates
desarrollados hasta ese momento en Neiba y Azua, puntualizando sobre los dichos
invasores que:
“…en la jornada del 19 en que ha sido considerable el
número de muertos y heridos de su parte habiéndose visto en la precisión de
abandonar el campo después de tres horas de combate.”1
Antes de la lucha armada en Azua escuadrones y
pelotones de los agresores fueron derrotados en la Fuente del Rodeo, no muy
lejos del pueblo de Neiba.
Ese choque se produjo el 13 de marzo de 1844.Fue
calificado por el historiador José Gabriel García como el bautismo de sangre
del pueblo dominicano en armas.
Días después de aquel hecho heroico, en el paraje Las Hicoteas,
las avanzadas dominicanas paralizaron el galopante avance de batallones de
soldados haitianos.
El coronel Vicente Noble, antes de dirigir a cientos
de fusileros en el gran acontecimiento de guerra del 19 de marzo de 1844 en
Azua, tuvo una destacada participación en el referido combate de la Fuente del
Rodeo, donde sustituyó a Fernando Tavera, gravemente herido en combate. Tavera
era el comandante de los aguerridos y victoriosos dominicanos.
La Batalla del 19 de marzo de 1844 fue muy
significativa, por la cantidad de combatientes involucrados, así como por el
armamento utilizado por los ejércitos en contienda, pero especialmente por el
resonante triunfo del pueblo dominicano.
Los haitianos eran más de 15 mil soldados bien
artillados y con experiencia de guerra, mientras que los dominicanos no
llegaban a los 3 mil hombres, sin hábitos de conflictos armados.
En la cartografía militar dominicana hay un mapa que
detalla en forma didáctica el posicionamiento de las tropas nacionales en el
lado occidental de la entonces pequeña ciudad de Azua.
En los trillos del flanco noroeste, en la zona
conocida como Camino de El Barro, se emplazaron combatientes dominicanos con
fusiles y armas blancas, al igual que en dirección al área de los lugares
llamados Camino de la Conquista y Los Conucos, en el costado sur.
Una importante retaguardia fue ubicada en el Fuerte
Resolí, con el oficial Nicolás Mañón a la cabeza, cuyo nombre fue reivindicado
40 años después, en la voz del héroe azuano Rudescindo Ramírez, cuando dijo
que: “el bravo Nicolás Mañón disparó el primer tiro en estas comarcas en la
Fuente del Rodeo.”2
LOS
CAÑONES AZUANOS
Francisco Soñé comandaba un potente cañón que causó
muchas bajas a los haitianos, fulminando a muchos de ellos que encabezados por
el general Thomas Héctor se desplazaban en columna cerrada en el área donde
estaba emplazada esa importante pieza de artillería.
Soñé, que escribió sus memorias sobre la gran Batalla
de Azua, era un francés avecindado allí; hábil artillero con experiencia en
combates en Italia y Egipto, a las órdenes de Napoleón Bonaparte.
Estaba asistido por aguerridos oficiales como Lucas
Díaz, quien horas antes, en su calidad de jefe de la avanzada dominicana
estacionada en una orilla del río Jura, fue el primero que abrió fuego contra
los atacantes, dirigiéndose luego a la ciudad de Azua para informar la
aproximación de los invasores, (tal y como consta en los partes oficiales).También
estaban al pie de ese cañón Juan Ceara y Luis Álvarez, entre otros.
Otra pieza de la modesta artillería dominicana, la
cual se puede calificar como casi una bombarda por su pequeñez, entró en acción
entre los lugares conocidos como Los Conucos y Las Clavellinas.
Ese cañoncito estaba emplazado en la parte trasera de
un camposanto que entonces existía allí. Su vómito de fuego hizo que cayeran
entre otros los coroneles haitianos Vincent y Giles, quienes dirigían sendos
regimientos de los invasores.
Alrededor de ese canuto de hierro forjado y base de
duelas estaban expertos fusileros y combatientes con armas blancas que eran
constantemente arengados por el genio militar que fue Antonio Duvergé.
Los dos cañones referidos causaron grandes bajas a los
invasores, quienes perdieron en Azua generales, coroneles y numerosos otros
oficiales superiores y subalternos, amén de decenas de dragones y granaderos de
la vanguardia haitiana.
Seis días después de esa sangrienta batalla el cónsul
francés en el país, el inquieto y perspicaz Eustache Juchereau de Saint Denys,
despachó un oficio al señor Francois Guizot, Ministro de Negocios Extranjeros
de Francia, quien en realidad actuaba como jefe de facto del entonces imperio
francés. Aunque ese gobierno lo encabezaba nominalmente el Mariscal Nicolás
Soult, duque de Dalmacia.
Le informó Saint Denys a Guizot en esa ocasión que el
presidente haitiano Charles Hérard había caído abatido en Azua por la metralla
dominicana.
Era obvio que dicha comunicación contenía una suerte
de juego semántico, con claros matices ajustados al marco de eso que los
latinos llamaban en la época medieval la excusatio non petita, de la cual se
derivaba una auto acusación que en el caso de la especie era palpable en las
tareas diplomáticas que Saint-Denys llevaba a cabo en la naciente República
Dominicana.
Aunque en el referido informe el habilidoso cónsul
oscilaba entre la duda y la certidumbre de dicho fallecimiento, precisaba con
lenguaje sagaz lo siguiente: “La muerte del Presidente Hérard y la derrota de
la columna expedicionaria que él comandaba en persona, de día en día toma mayor
consistencia.”3
Luego se supo que se trataba de una noticia falsa
(como los famosos “fake news” tan en boga ahora, aunque con antecedentes que se
remontan muchos siglos atrás).
Sin embargo, en los días siguientes ese bulo consular
tendría repercusiones en otros acontecimientos armados del país. Podría decirse
que puso el clavo en el ataúd de la primera oleada de invasiones haitianas
luego de la independencia de la República Dominicana.
El culto historiador haitiano Thomas Madiou, en su
libro Historia de Haití, con una visión sesgada sobre muchos de los
acontecimientos políticos y militares que involucraron en el pasado a las dos
naciones que se reparten la isla de Santo Domingo, aborda el tema de la batalla
del 19 de marzo de 1844 y aun cuando plantea que los dominicanos no podían
resistir la superioridad numérica y armamentística de los haitianos, concluye,
en desvío de lo anterior, admitiendo que en Azua sus compatriotas fueron
derrotados y el pavor cundió en ellos. Cifra en más 50 los oficiales haitianos
abatidos en la ocasión. Específicamente señala que los haitianos al mando del
presidente Hérard: “Fueron recibidos a cañonazos con metralla y obligados a
replegarse, batiéndose en retirada un poco desordenadamente.”4
Luego del choque bélico de Azua vendrían largas e
incesantes luchas para repeler las continuas agresiones que durante 11 años
hicieron los haitianos al territorio dominicano.
Es de rigor indicar que forman un caleidoscopio de
opiniones profundamente divergentes los relatos, memorias, crónicas y
comentarios construidos en torno a ese acontecimiento histórico, y sobre el rol
de varios de los principales personajes militares vinculados con el mismo.
Hay un mar de versiones contradictorias, lo cual ha
impedido que las generaciones posteriores de dominicanos se hayan podido formar
un juicio claro en relación a lo que allí ocurrió, en esa fecha.
Si los argumentos y/o alegatos escritos sobre esa
batalla se colocan en líneas paralelas se podrá observar una mezcla extraña y
abigarrada del complejo de Guacanagarix y del bovarismo que algunos atribuyen injustamente
a una parte amplia del pueblo dominicano.
Dicho lo anterior porque mientras unos colocan esa
batalla en un carril decisivo para reforzar la independencia nacional, otros
infravaloran su impacto y la califican como una simple escaramuza, sin ningún
impacto en las glorias de las armas dominicanas.
El escritor, diplomático y periodista santiaguero Enrique
Deschamps, en su obra titulada La República Dominicana, habla sobre ese
encuentro bélico así: “Los heroicos azuanos abrillantaron los fastos nacionales
con la gloriosa acción del 19 de marzo de 1844, fecha que integra un luminoso
jalón de la gloria en historia de la independencia dominicana.”5
Pero lo cierto es que algunos de los más prolíficos
historiadores dominicanos, al referirse a las principales batallas libradas en
el largo proceso de consolidación de la independencia nacional, han ignorado el
impacto, incluso en el concepto
meramente militar, de la contienda del 19 de marzo de 1844, y ni
siquiera la mencionan.
Otros no desechan en sus notas a ese formidable choque
armado, pero le han restado importancia. Roberto Cassá, al referirse a Charles
Hérard y sus 20,000 soldados desplegados en el Sur, proyecta esa gesta como una
especie de simple refriega al presentarla así: “El 19 de marzo, las avanzadas
haitianas fueron rechazadas, tal vez porque no esperaban una resistencia
enconada. Este triunfo, aunque de poca monta, elevó la moral de los
dominicanos…”6
Bibliografía:
1-Junta Central Gubernativa. Proclama pública, 21 de
marzo de 1844.
2-Periódico El Nacional, Azua, No.59, 8 de marzo de
1884.
3-Comunicación del 25 de marzo de 1844 del cónsul
Saint Denys al ministro Guizot. Bloque de correspondencias del cónsul de
Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
4-Historia
de Haití. Editorial Forgotten Books, 2018.Volumen III.P135.Thomas Madiou.
5-La República Dominicana.Directorio y
Guía.SDB.Edición facsimilar.Editora Búho,2003. Segunda parte.P202. Enrique
Deschamps.
6-Personajes Dominicanos.Tomo I.Editora Alfa y
Omega,2013.P184.Roberto Cassá.
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