AZUA EN MARZO DE 1844 (2)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Antonio Duvergé en Azua
El gran héroe Antonio Duvergé, con su coraje, su corpulencia, la compañía siempre fiel de su
perro al que llamaba Corsario, era apodado Papá Bois, tal vez por sus ojos verdes,
su piel morena y su capacidad para quebrar árboles con el ímpetu de sus bríos.
Él no solamente
demostró su perfil heroico el 19 de marzo de 1844 en Azua (“la salamandra
fabulosa”), sino también en las jornadas bélicas de Santomé, Cachimán, Estrelleta,
El Número, El Memiso, Las Carreras y otros lugares de gran significación
histórica en el proceso de consolidación de la independencia nacional.
La República
Dominicana fue atacada, durante once tediosos y sangrientos años, por hordas de
intrusos que penetraban al territorio dominicano desde el lado oeste de los
ríos Masacre, Artibonito, Pedernales y Soliette.
En la batalla de Azua los combatientes dominicanos
eran comandados, en términos formales, vale decir en los papeles de la
incipiente burocracia gubernamental, por el general Pedro Santana.
El presidente haitiano Charles Hérard estaba al frente
de los invasores que persistían en volver a mancillar la soberanía del pueblo
dominicano.
En lo que atañe a la República Dominicana la realidad
fue que Antonio Duvergé tuvo una misión crucial en esa batalla, pues era el
encargado de colocar adecuadamente, en posición de combate, a todos los
batallones del cuerpo militar dominicano desplazado en esa zona de guerra.
Demostró ser un experto en la distribución de los
soldados de caballería y en la utilización de las mortíferas armas blancas. Sus
habilidades militares y su innata capacidad de mando, amén de la superioridad
moral de los dominicanos, suplieron con creces la falta de fortificaciones y la
diferencia abismal en el número de combatientes, con relación a los agresores.
Duvergé está considerado en los hechos como el
principal héroe de ese cruento enfrentamiento.
Mientras el que luego sería mártir en la Cruz de
Asomante exponía constantemente su vida, en incesantes movimientos de
orientación y guía en los puntos de combate, Santana estaba resguardado en el
lugar conocido como El Peñón, cerca de Tortuguero, a varios kilómetros al Este
de las líneas de fuego.
Duvergé, con el auxilio eficaz de Cabral y otros
bizarros oficiales, fueron los que prepararon los planes de combate de la batalla
del 19 de marzo de 1844.
Ordenaron los macheteros con tal pericia bélica que
los mismos hicieron estragos en las tropas invasoras, causando un pánico enorme
entre la soldadesca haitiana.
Otra prueba de que Antonio Duvergé fue el auténtico
héroe de la más gloriosa mañana azuana la brinda el historiador haitiano
Dorvelas Dorval, quien se refiere a él en este contenido: “intrépido…uno de los
más valiosos oficiales; este nómada de nuestros
desiertos aparecía y desaparecía con la celeridad de un relámpago para
mantener la alarma…”1
En diapasón con el criterio de Dorval está Víctor
Garrido. En su obra Los Puello, refiriéndose a Santana y sus tratativas con los
franceses, califica de “dudosos los laureles cosechados el 19 de marzo…Ya era
el amo y no había olido la pólvora.”2
Manuel García
Gautier, a su vez, en su obra titulada La Traición de Santana, refiriéndose a
la participación de Duvergé en Azua, dice lo siguiente: “…Su heroico valor fue
superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria
corría, fue suyo…”3
Una anécdota ocurrida en la indicada batalla azuana da cuenta de que en
medio de los combates el chispeante Vicente Noble observó que los haitianos
estaban preparando una estratagema militar conocida como movimiento envolvente.
Eso lo puso de inmediato en máxima alerta.
Se dirigió raudo hacia donde estaba el mando de las
tropas dominicanas para poner en conocimiento de sus superiores lo que acababa
de ver.
En su obra Narraciones Dominicanas el jurista,
político y ex presidente de la República Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (que
era un reconocido santanista) describe textualmente, sin indicar su fuente de
información, que con quien habló el comandante Noble fue con Pedro Santana,
diciéndole:
“¡General Santana: los haitianos nos están echando una
manga! Al oírlo Santana le gritó a su vez: -¡Pues métanles el brazo!”4
Sin embargo sobre ese mismo episodio hay una versión más
verosímil (por la cual me inclino) de un testigo presencial e instructor
militar de Duvergé, el comandante Francisco Soñé, quien en su ensayo histórico
titulado Memorias de un Capitán de Artillería acotó lo siguiente:
“Noble le dijo a Duvergé: “los haitianos están tirando
una manga por el camino de El Barro.-A lo que respondió Duvergé, “pues
vamos usted y yo con algunos hombres a
meterles el brazo.”5
Otros comandantes que también descollaron en la batalla
del 19 de marzo de 1844, como los mencionados José María Cabral, Vicente Noble
y Francisco Soñé, fueron Nicolás Mañón, Rudescindo Ramírez, Juan Esteban Ceara,
Luis Álvarez, Valentín Alcántara, Lucas Díaz, Marco de Medina, José Leger,
Feliciano Martínez, Matías de Vargas y muchos más.
El coronel Francisco Carvajal fue un bravo barahonero
que realizó una gran jornada épica en los combates de Azua. Era experto en el
manejo de las armas portátiles. Poseía habilidad en el uso de los fusiles con
retrocarga y balas de punta.
Muchos combatientes dejaron para el conocimiento de
las próximas generaciones de dominicanos, mediante testimonios orales, que
Carvajal era muy creativo en la pelea. Con el mérito para él de que era
básicamente intuitivo y no había leído literatura militar.
Más de veinte años después de las ingeniosidades
bélicas del coronel Francisco Carvajal fue que el gran historiador italiano
Cesare Ambrogio Cantú (César Cantú) publicó el tomo VIII de su gigantesca obra Historia
Universal, en el cual analiza con
descarga de profundidad explicativa las creatividades que surgen en el fragor
de las guerras. Algunas de las habilidades sobre la marcha de los combates que
ese autor describe son muy parecidas a las que se pusieron en práctica en la
batalla librada el 19 de marzo de 1844 en Azua de Compostela.6
Otro sobresaliente oficial de mando en ese
enfrentamiento armado fue Juan Esteban Ceara, tal y como lo justiprecia Emilio
Rodríguez Demorizi en su obra Próceres de la Restauración, evocando su
marcialidad y su coraje en los combates.7
La retirada a Sabana Buey y Baní
Cuando el general Pedro Santana decidió retirarse
(desde el lugar conocido como El Peñón, cerca de la cala de Tortuguero) a
Sabana Buey, primero, y a Baní después, luego del triunfo de las tropas
dominicanas del 19 de marzo de 1844 en Azua, se llevó no sólo el tambor mayor
de su Estado Mayor, sino también el clarín de la compañía de caballería, además
de las trompetas de los escuadrones.
Esa desbandada permitió al presidente Hérard,
derrotado en Azua, permanecer allí hasta el 9 de mayo, cuando emprendió su
desordenada retirada hacia Haití, después de cometer muchas tropelías en la
zona. Había sido depuesto de la Presidencia de su país el día 3 de dicho mes, y
en su lugar fue colocado el analfabeto general Philippe Guerrier, quien era
analfabeto y ostentaba el “título nobiliario” de Duque de L´Avancé.
La evasión de Pedro Santana a Sabana Buey no fue una
decisión de praxis militar. O para
decirlo de manera más clara: No fue un acto de aplicación de lo que en
estrategia militar se conoce desde la antigüedad como la economía de fuerza,
pues eso no estaba en los dominios del conocimiento de quien Manuel de Jesús
Galván y otros de sus más cercanos partidarios etiquetaron por mucho tiempo con
el adjetivo de El Libertador.
Fue una huida carente de sindéresis. Un reculamiento
sin ningún sentido, por más que algunos compinches de la corriente pro
santanista hayan hablado de prudencia.
Santana no era un teórico ni tenía un espíritu reflexivo.
Actuaba en base a su carácter montaraz y a una intuición que desconocía los
matices de las decisiones y acciones.
Aquella extraña desbandada ordenada por el general
Santana, luego del triunfo resonante de los combatientes dominicanos
encabezados por Duvergé, fue una iniciativa aislada, y tan incongruente frente
a la realidad que parecía más bien salida de un badulaque.
Esa incomprensible deserción, que en el surco de la
libertad dominicana representaba una semilla amarga y estéril, no se podía entender
en ese momento ni después desde las coordenadas de la lógica.
Por eso no fue aceptada por la inmensa mayoría de los
oficiales que brillaron en el frente de los combates, comenzando por Duvergé.
Bibliografía:
1-Campaña del Este en 1844.Imprenta Jr. Courtois,
1862. Dorvelas Dorval.
2-Los Puello. Editora Taller,1974. P42.Víctor Garrido.
3-La traición de Santana. Ensayo divulgado en el
1862.Manuel María Gautier.
4-Narraciones Dominicanas. SDB. Editorial
Cenapec,1998.Séptima edición.P299.Manuel de Jesús Troncoso de la Concha.
5-Memorias del capitán de artillería de los ejércitos
napoleónicos. Francois Sogne (Francisco Soñé.)
6-Historia Universal. Tomo VIII (Sobre la guerra).
Imprenta de Gaspar y Roig, Madrid, 1870. Reedición de Editora Sopena, 1956.César
Cantú.
7-Próceres de la Restauración. Editora del Caribe,
1963.P70. Emilio Rodríguez Demorizi.
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