sábado, 24 de octubre de 2020

CÁCERES Y TRUJILLO.MAGNICIDIOS EN R.D.

 

MAGNICIDIOS EN R.D. (II)

CÁCERES Y TRUJILLO

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

 

El general Ramón Arturo Cáceres Vásquez participó en el magnicidio del dictador Ulises Heureaux (Lilís), ocurrido el 26 de julio de 1899 en la ciudad de Moca.

Doce años después, el 19 de noviembre de 1911, en pleno ejercicio de la Presidencia de la República, contra su persona se cometió asesinato en el área costera de Güibia, en la capital dominicana.

Cuando el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo Molina fue “ajusticiado” (comillas por tecnicismo legal) no era nominalmente presidente de la República, pero tenía pleno control de todos los resortes del poder del país.

El único recurso que tenía el pueblo dominicano el 30 de mayo de 1961 para librarse de la tiranía que lo aplastaba desde hacía más de 30 años era suprimiendo la existencia terrenal del hombre que la encarnaba.

En el tercer párrafo del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada y aprobada en el 1948 por las Naciones Unidas, se faculta a los pueblos a ejercer el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.”

Eso hicieron los héroes del 30 de mayo de 1961, con el ingrediente de la realidad  que entonces prevalecía en la República Dominicana.

 

Magnicidio de Cáceres

 

El presidente de la República Ramón A. Cáceres Vásquez, popularmente conocido como Mon, fue asesinado la tarde grisácea del  domingo 19 de noviembre de 1911, cuando tenía 44 años de edad.

El ataque mortífero lo hicieron más de 10 hombres armados, provenientes de diversos grupos políticos, ninguno de los cuales tenía como centro de su accionar un sentimiento patriótico, sino ambiciones particulares unos y resentimientos personales otros.

Luego alegaron  que su objetivo inicial era secuestrar al primer mandatario del país para obligarlo a renunciar de su elevado cargo. Nunca presentaron pruebas de ese decir utilizado como un simple alegato de defensa.

El magnicidio se produjo cerca de la playa de Güibia, al sur de la capital dominicana, mientras la víctima disfrutaba un paseo en su coche tirado por un caballo y con la sola compañía de su valiente cochero José Mangual, apodado Cachero y del jefe de su escolta, el  cobarde y desleal coronel Ramón Pérez, quien al primer disparo de los conjurados puso pies en polvorosa.

El principal magnicida de Cáceres Vásquez fue Luis Tejera Bonetti, un general que no llegaba a los 30 años de edad, hijo del fecundo historiador e ilustre ciudadano  de “relieve apostólico” Emiliano Tejera, quien era amigo del presidente  y lamentó la tragedia.

Los alegatos del impetuoso Tejera para  cometer el crimen se resumieron en rumiar resentimientos por la influencia que ante el mandatario asesinado tenía su rival en los cuarteles, el también joven general Alfredo María Victoria.

Sobre ese magnicidio, y el trágico final del asesino, narra Joaquín Balaguer en su obra Los Carpinteros lo siguiente: “…el ilustre historiador don Emiliano Tejera, fiel amigo del Presidente Cáceres, es fama que desahogó su dolor en estas palabras que envolvían una desaprobación a la conducta de su hijo y otra a la sevicia conque su cuerpo fue descuartizado: “Bien muerto, pero mal matado.”1

La muerte alevosa de Cáceres causó hondo pesar. Hubo un gran repudio por tratarse de un gobernante que dio demostraciones de que lo animaba el buen deseo de producir avances sociales, económicos y políticos para los dominicanos. Dicho eso al margen de algunas decisiones gubernamentales inclinadas a favorecer a cárteles económicos estadounidenses.

 

El hombre y el gobernante

 

Para poner en perspectiva detalles básicos sobre el general Ramón Arturo Cáceres Vásquez es preciso señalar que fue uno de los más prominentes caudillos militares y políticos de la primera década del siglo pasado dominicano.

Llegó al estrellato de la vida pública nacional cuando tenía 32 años de edad, por ser el autor directo del magnicidio del dictador Lilís, ocurrido en la ciudad de Moca el 26 de julio de 1899.

Esa intrépida acción llevó al filósofo, jurista y escritor Pedro Troncoso Sánchez a escribir que “Ramón Cáceres entró de golpe en la historia.”2

En su condición de vicepresidente de la República le correspondió asumir la primera magistratura de la nación cuando el 12 de enero de 1906 renunció el titular Carlos Morales Languasco, luego de una rocambolesca retirada a Haina, víctima en gran medida de los horacistas y de los acreedores internacionales del país.

Hay una corriente historiográfica que califica a Cáceres de dictador, especialmente por las acciones de la Guardia Republicana que comenzó a desarrollarse durante su gestión gubernamental y cuyos actos con relieves criminales en la Línea Noroeste han sido objeto de mucha controversia. Era la llamada Guardia de Mon.

También se le critica por el hecho de que fue el más entusiasta partidario de la creación de la Ley de Concesiones Agrícolas, para favorecer a emporios empresariales estadounidenses que se dedicaban aquí a diferentes actividades agropecuarias y comerciales.

Otros, en cambio, tienen una visión positiva sobre los casi 6 años que gobernó Cáceres. Resaltan que convirtió el Congreso Nacional en bicameral, al crear la Cámara de Diputados; que fue el impulsor de la Suprema Corte de Justicia; que estableció niveles de disciplina en la administración pública, dejando atrás el desorden imperante hasta su arribo al poder y, además, porque actuó con honradez personal en el manejo de los caudales públicos.

Pienso que el presidente Cáceres Vásquez fue, en realidad, un gobernante con luces y sombras, y en el balance de los hechos todavía no hay, en su caso, una marcada inclinación de la balanza de la historia para un lado o para otro.

Juan Bosch, en su obra Composición Social Dominicana, en la cual no escatima críticas, reconoce algunos méritos en la administración de Cáceres y explica las razones por las que no logró dotar al país de una burguesía que contribuyera al desarrollo nacional, impedido por: “…dos fuerzas combinadas: la caótica y destructiva actividad política de la pequeña burguesía dominicana y el implacable y disolvente imperialismo norteamericano.”3 

En la obra La Viña de Naboth, que trata cuestiones dominicanas desde 1844 hasta 1924, Summer Welles al abordar la personalidad de Cáceres y evaluar desde su óptica de diplomático estadounidense su presidencia, expresa que a su juicio fue la primera vez que en el país “hubo un gobierno no sólo consciente de las necesidades del pueblo, sino también capaz de satisfacerlas.”4

Una de tantas demostraciones de la vibrante personalidad del general Ramón Cáceres Vásquez quedó estampada en unas declaraciones que emitió frente a los rumores sobre su inminente renuncia de la Presidencia de la República, cuando recién empezaba su ejercicio.

Desafiando a sus enemigos cubiertos y encubiertos se dirigió al país el 20 de febrero de 1906, cuando aún no se había afianzado en el manejo de los resortes del poder, señalando que no renunciaría a la Presidencia de la República “por los peligros para la estabilidad de las instituciones…Mi lema es todo por la paz i la libertad de la República….como soldado de la Patria mi único anhelo ha sido cumplir siempre plenamente mis deberes.”5

 

 

Magnicidio de Trujillo

 

El magnicidio contra la persona del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo Molina se produjo bajo la capa de la noche del 30 de mayo del 1961, después de que ese despótico gobernante mantuviera en su poder por más de 30 año las riendas del mando.

En ese trascendental acontecimiento participaron de manera directa o indirecta muchos valientes dominicanos. Ora en la planificación, ora en el teatro de los hechos, ora en la estrategia política.

Entre ellos estaban Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barreras, Pedro Livio Cedeño, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Luis Amiama Tió, Roberto Pastoriza, Huáscar Tejeda, Luis Manuel Cáceres Michel, Miguel Angel Báez, Modesto Díaz Quezada y otros.

Ese momento culmen, de gran importancia en la historia nacional, fue relatado por el historiador Juan Daniel Balcácer, en una cronología sobre el último día de dicho gobernante, insertada en su obra Trujillo el tiranicidio de 1961: “10:00 p.m. Los conjurados alcanzan el carro de Trujillo y acto seguido comienza el ataque. Antonio de la Maza hace el primer disparo, que impacta en el cuerpo del dictador; luego le sigue Amado García Guerrero. En breve, los tiranicidas se enfrascan en un combate a tiros con Zacarías de la Cruz, que dura unos diez minutos.”6 

Más impactantes resultan unas notas escritas el 2 de junio de 1961 por Antonio Imbert Barrera, desde su escondite luego de haber participado de manera directa en el magnicidio de Trujillo,  en las cuales revela los que fueron los últimos momentos de ese criminal que llenó de espanto y miseria al pueblo dominicano por  un poco más de 30 años:

“…vi una figura que salía por la parte de adelante del carro del tirano y que estaba herido. Y me di cuenta por los gritos y el metal de voz que era el tirano y que estaba herido. Avanzó un poco más y cayó al suelo…quedando en medio del pavimento de la autopista boca arriba, con la cabeza hacia Haina. No se movió más.”7

El cadáver de Trujillo, empapado con su sangre, su maldad y sus vicios criminosos, fue tirado en el baúl de un carro, y así comenzó a configurarse una nueva era histórica en la República Dominicana.

Es pertinente decir, en honra de muchos dominicanos comprometidos con la libertad, que desde el alzamiento que se produjo en El Mogote de Moca, en el 1930(hasta la acción patriótica del 30 de mayo de 1961, en el entonces extrarradio de la capital dominicana) siempre hubo intentos y acciones internas y externas para liquidar el régimen tiránico de Trujillo; un hombre cuyo ego intrínsecamente crecido hasta el desborde lo hacía creerse que era Dios en la tierra.

 

Trujillo y su régimen de fuerza

 

Trujillo, una auténtica desgracia para el pueblo dominicano, fue producto de muchas circunstancias, internas y externas. Una amplia y abigarrada gama de complicidades y zalemas de todo tipo lo llevaron a creer que era insustituible e incluso algunos pretendieron dotarlo de una ideología política que nunca tuvo, y de equipararlo en atributos con personajes cuyas acciones tenían impacto allende las fronteras de los territorios donde ejercían sus dominios.

Su accionar totalitario en el mando de la nación dominicana durante 30 largos y pesados años permite afirmar que en su persona se resumían las frases atribuidas a los monarcas franceses Luis XIV: El Estado soy Yo (L’État, c’est moi) y Luis XV: Después de mí el diluvio (Aprés moi le déluge).   

Este terrible gobernante sólo saltó del poder cuando estuvo en un charco de su propia sangre cargando entre sus vísceras “dos onzas de plomo.”

El poder supremo de Trujillo, alias Chapita, arrancó en  realidad el 23 de febrero de 1930, cuando cesó el gobierno de Horacio Vásquez, aunque entonces sólo figuraba como jefe del Ejército Nacional.

A partir de ese momento creció de manera exponencial en el país el terror en todas sus vertientes: encarcelamiento, secuestros, torturas, asesinatos, exilio, extorsión económica, etc. Ese estado de cosas muchas veces incluso traspasó las fronteras del país, con sonados secuestros y crímenes en los EE.UU. y otros lugares de América.

Las fechorías de Trujillo se iniciaron desde que él era un adolescente, cuando en las calles polvorientas de su nativa San Cristóbal cometía actos ilícitos, formando parte de la llamada pandilla de Pepito, como apodaban a su progenitor.

Dando un salto en su itinerario de vida, para comenzar cuando era militar al servicio de las fuerzas estadounidenses que invadieron en el 1916 el país, uno se topa con la verdadera baja calaña moral de Trujillo, quien siendo oficial subalterno de la Guardia Nacional escribió en marzo de 1919, desde la ciudad de El Seybo, a un compinche suyo de nombre Mariano Rocafort,  morador de San Pedro de Macorís, para que maniobrara en un oscuro negocio inmobiliario con el fin de que  ambos sacaran ventajas económicas mediante una típica acción de chantaje y extorsión.

La gran zancada para perpetuarse en el poder la dio Trujillo el 3 de septiembre de 1930 cuando la capital dominicana fue parcialmente destruida por el ciclón de san Zenón. Millares de muertos, heridos, casas destruidas y el pequeño aparato productivo colapsado fue paradójicamente la catapulta que afincó con fiereza las garras del tirano sobre el pueblo dominicano.

Con motivo de ese desastre de la naturaleza todos los recursos provenientes de donaciones del exterior fueron manejados por él. Entre otras cosas Trujillo se auto nombró presidente de la Cruz Roja Dominicana, ordenó a su Congreso adocenado que le otorgara poderes excepcionales y sin límites, declarando una ley marcial, con la cual dispuso a su antojo la manera de aplicar las normas legales. Así  comenzó el modus operandi de su régimen de tres décadas.

Cuando sólo tenía 15 días instalado formalmente en la presidencia de la República ordenó el asesinato en San José de las Matas del prominente político Virgilio Martínez Reina y su esposa Altagracia Almánzar,  quien estaba en avanzado estado de gestación.

Pero Trujillo Molina no actuó solo. Muchos fueron sus cómplices durante los largos años de su reinado de terror.

El historiador vegano J. Agustín Concepción, en su obra titulada Culpables del Trujillato, explica minuciosamente la abyección de muchos llamados prestantes ciudadanos que en diferentes lugares del país, siempre en clave de alabarderos, fueron impulsores de una falsa aura de grandeza que le atribuían a la figura del tétrico gendarme que se encaramó en el poder cuando comenzaba la tercera década del siglo pasado.8

Un ejemplo de lo descrito por Concepción fue el reconocido turiferario trujillista Abelardo R. Nanita, resumen del lambonismo en su más alta expresión.

Nanita escribió un libraco titulado Trujillo, en el cual presenta a ese entorchado malandrín como un prócer que “en su juventud escribió versos.” Tal vez por esa “producción literaria” el tirano fue integrante de la Academia Dominicana de la Lengua e incluso posteriormente fue incluido como miembro correspondiente de la española, figurando como tal en la edición  del año 1956 de su Diccionario.

 El inefable Nanita, un ofidio con ropaje de burócrata, remata su largo rosario de ditirambos y cháchara semántica en favor de Trujillo diciendo que era un “destinado por la Providencia para realizar, en su Patria, una misión extraordinaria, trascendental y sobrehumana: la regeneración completa-reconstrucción material y rehabilitación moral-de su pueblo.”9

Pero es importante resaltar que  muchos ciudadanos mantuvieron su dignidad, a costa de lo que fuera. Fue el caso, por ejemplo, de Américo Lugo, jurista, historiador y ensayista; hombre dotado de sólida y densa formación académica y de gran reciedumbre moral.

Cuando Osvaldo Bazil, poeta y reconocido correveidile, fue a su casa en el 1934 para proponerle a nombre de Trujillo que escribiera un texto de historia del país que abarcara el período que entonces llevaba en ejercicio el régimen, lo rechazó rotundamente.

El prócer civilista que era Américo Lugo se negó a complacer los deseos del señor de horca y cuchillo apodado El Jefe, a pesar del jugoso ofrecimiento monetario que se le hizo y a su precaria situación económica.

El eminente y honorable Lugo le escribió una carta al gobernante en cuestión, fechada  4 de abril de 1934, en la cual le exponía, entre otras cosas, lo siguiente: “Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante…Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene precio.”10

 

 

La fortuna de Trujillo

 

En su obra titulada Trujillo de cerca el abogado y político Mario Read Vittini narra un vaticinio que se convirtió en amarga realidad, atribuido a un ciudadano asombrado del ascenso del hombre que llenó de cadáveres y miseria a la República Dominicana: “¿Chapita Presidente? Nos fuñimos…¡El país finca y San Cristóbal batey…!”11 

Ciertamente el país fue convertido en una finca de Trujillo y no exclusivamente   porque tuviera tierra en San Cristóbal que cubría desde la ribera marítima de San Gregorio de Nigua hasta la comunidad Los Arroyones de Villa Altagracia, ni porque en Cotuí tuviera 124,405 tareas y  en La Vega 55,363 tareas, para sólo citar tres ejemplos.

En resumen, Juan Bosch, en su obra La fortuna de Trujillo, menciona que el tirano tenía en Constanza “55 mil 364 tareas por un lado y por otro 255 mil 698; en San Juan de la Maguana 1 millón 110 mil 251; en San José de Las Matas 12 mil 476; en Palo Alto 49 mil 650…de manera que en terrenos medidos tenía 1 millón 773 mil tareas, y en terrenos sin medir nadie sabe cuánto.”12

 

Un hecho que rompió el silencio

 

Los desmanes que se cometían contra el pueblo dominicano no tenían eco a nivel internacional porque no había en el país libertad de expresión y menos de difusión del pensamiento, así como por la labor de tapadera que realizaban en el exterior grupos bien pagados de propagandistas, publicistas y cabilderos.

Pero el fatídico día 2 de octubre del 1937 (se cumplieron en este mes 83 años) Trujillo ordenó una matanza contra miles de infelices haitianos que vivían en el territorio dominicano.

Esa ignominia, de la exclusiva responsabilidad del régimen de fuerza que tenía acogotado al pueblo dominicano, provocó una gran repulsión. El escándalo estalló como una bomba de alto poder en la prensa mundial el 14 de octubre del referido año.

Esa hecatombe ha generado, desde entonces hasta hoy, la publicación de cientos de ensayos, crónicas, informes misceláneos y hasta obras de ficción. Muchos de esos textos, escritos por los intelectuales ancilares del trujillismo (Balaguer, Logroño, Peña Batlle, Nanita, Vidal, etc.), eran monumentos a la tergiversación de los hechos sangrientos referidos.

La mayoría de los que han tratado el tema, especialmente a partir de la desaparición de la tiranía, han retratado la crudeza del baño de sangre de octubre de 1937.

Para recordar los hechos espantosos referidos me valgo de la versión de un haitiano y de un dominicano, luchadores contra dictadores de sus respectivos países.

 En la novela Mi compadre el General Sol el renombrado escritor haitiano Jacques Stephen Alexis escribió: “Un camaleón escondido entre el follaje de algún árbol vecino empezó a lanzar su grito. Ruido monótono y sordo como la percusión sobre un tambor tenso…era demasiado tarde cuando los hombres se dieron cuenta de que estaban rodeados…El oficial, acompañado de algunos soldados, les hablaba. Los hacía desfilar y les ordenaba pronunciar una sola palabra: -Perejil…La mayoría de los haitianos no la lograban pronunciar correctamente…”13 

Uno de los sitios empapados hace ahora 83 años con sangre de seres humanos indefensos fue el hermoso poblado del Santo Cerro, enclavado en medio del Valle de La Vega Real.

En su impactante obra De Lilís a Trujillo el dominicano Luis F. Mejía escribió lo que allí ocurrió: “En el Santo Cerro, Provincia de La Vega, en un zanjón, enterraron seiscientos haitianos. Casi todos fueron ejecutados con machetes, puñales y bayonetas…haciáseles levantar el brazo izquierdo y los verdugos les hundían las bayonetas en el corazón…Se les obligaba, antes de sacrificarlos, a cavar sus propias fosas.”14

Frente a la crispación que después de 4 años se mantenía en muchos países por la matanza, que incluyó hombres, mujeres y niños, Trujillo seguía sobornando a muchos dirigentes del más alto nivel de Haití, lo cual quedó demostrado con pruebas documentales.

Por eso no es ocioso recordar, para poner un ejemplo, la comunicación que en fecha 10 de septiembre de 1941 le dirigió Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, entonces presidente nominal dominicano, a Elie Lescot, presidente de Haití  (por lo que evidentemente era una complicidad del gobernante del vecino país) el cual fue bien pagado para esa desvergüenza.

En dicha comunicación sobresale la gratitud del gobierno dominicano en vista de que el sobornado Lescot motivó un comunicado del gobierno haitiano enfocando los hechos sangrientos “de modo tan eficiente y honorable…con un espíritu de sincera comprensión…iniciándose así una nueva era de imperturbable cordialidad y fructífera cooperación en todos los órdenes.”15

Bibliografía:

1-Los Carpinteros. Editora Corripio,1984.P421. Joaquín Balaguer. 

2-Biografía de Ramón Cáceres. Editorial Stela, 1975.P91. Pedro Troncoso Sánchez.

3-Composición social dominicana. Impresora Soto,2013.P322. Juan Bosch.

4- La viña de Naboth: República Dominicana (1844-1924).Tomo II.BR-SDB. Reedición 2006.Summer Welles.

5- Proclama al país. Imprenta Flor del Ozama.20 de febrero de 1906. Ramón Cáceres.

6-Trujillo el tiranicidio de 1961.Sello editorial Taurus-Santillana, 2007.P34.Juan Daniel Balcácer.

7-Relato de Antonio Imbert Barrera, contenido en las páginas 197 y siguientes del libro 30 de mayo.Trujillo ajusticiado.Editora Susaeta, 1999. Eduardo García Michel.

8-Culpables del trujillato. Editora Cultural Dominicana, 1974. J. Agustín Concepción.

9-Trujillo, publicado en enero de 1945. Abelardo R. Nanita.

10- Carta a Trujillo.4-abril-1934. Américo Lugo.

11-Trujillo de cerca. Editora San Rafael,2007.P126.Mario Read Vittini.

12- La fortuna de Trujillo. Editora Alfa y Omega, 2005.P108.Juan Bosch.

13-Mi compadre el general Sol. Editora Taller, cuarta edición, 1974.P 261.Jacques Sthepen Alexis.

14-De Lilís a Trujillo.Editora Talleres M.Pareja, Barcelona, España,1976.P 316.Luis F. Mejía.

15-Comunicación del presidente dominicano Troncoso de la Concha al presidente haitiano Elie Lescot.10-septiembre-1941.

 

Publicado el 17-octubre-2020.Diario Dominicano.

 

 

 

 

 

 

 

 

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