MAGNICIDIOS EN R.D. (II)
CÁCERES Y TRUJILLO
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El general Ramón Arturo Cáceres Vásquez participó en
el magnicidio del dictador Ulises Heureaux (Lilís), ocurrido el 26 de julio de
1899 en la ciudad de Moca.
Doce años después, el 19 de noviembre de 1911, en
pleno ejercicio de la Presidencia de la República, contra su persona se cometió
asesinato en el área costera de Güibia, en la capital dominicana.
Cuando el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo Molina fue
“ajusticiado” (comillas por tecnicismo legal) no era nominalmente presidente de
la República, pero tenía pleno control de todos los resortes del poder del
país.
El único recurso que tenía el pueblo dominicano el 30
de mayo de 1961 para librarse de la tiranía que lo aplastaba desde hacía más de
30 años era suprimiendo la existencia terrenal del hombre que la encarnaba.
En el tercer párrafo del preámbulo de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, proclamada y aprobada en el 1948 por las
Naciones Unidas, se faculta a los pueblos a ejercer el “supremo recurso de la
rebelión contra la tiranía y la opresión.”
Eso hicieron los héroes del 30 de mayo de 1961, con el
ingrediente de la realidad que entonces
prevalecía en la República Dominicana.
Magnicidio de Cáceres
El presidente de la República Ramón A. Cáceres Vásquez,
popularmente conocido como Mon, fue asesinado la tarde grisácea del domingo 19 de noviembre de 1911, cuando tenía
44 años de edad.
El ataque mortífero lo hicieron más de 10 hombres
armados, provenientes de diversos grupos políticos, ninguno de los cuales tenía
como centro de su accionar un sentimiento patriótico, sino ambiciones
particulares unos y resentimientos personales otros.
Luego alegaron
que su objetivo inicial era secuestrar al primer mandatario del país
para obligarlo a renunciar de su elevado cargo. Nunca presentaron pruebas de
ese decir utilizado como un simple alegato de defensa.
El magnicidio se produjo cerca de la playa de Güibia,
al sur de la capital dominicana, mientras la víctima disfrutaba un paseo en su
coche tirado por un caballo y con la sola compañía de su valiente cochero José
Mangual, apodado Cachero y del jefe de su escolta, el cobarde y desleal coronel Ramón Pérez, quien
al primer disparo de los conjurados puso pies en polvorosa.
El principal magnicida de Cáceres Vásquez fue Luis
Tejera Bonetti, un general que no llegaba a los 30 años de edad, hijo del fecundo
historiador e ilustre ciudadano de
“relieve apostólico” Emiliano Tejera, quien era amigo del presidente y lamentó la tragedia.
Los alegatos del impetuoso Tejera para cometer el crimen se resumieron en rumiar
resentimientos por la influencia que ante el mandatario asesinado tenía su
rival en los cuarteles, el también joven general Alfredo María Victoria.
Sobre ese magnicidio, y el trágico final del asesino,
narra Joaquín Balaguer en su obra Los Carpinteros lo siguiente: “…el ilustre
historiador don Emiliano Tejera, fiel amigo del Presidente Cáceres, es fama que
desahogó su dolor en estas palabras que envolvían una desaprobación a la
conducta de su hijo y otra a la sevicia conque su cuerpo fue descuartizado:
“Bien muerto, pero mal matado.”1
La muerte alevosa de Cáceres causó hondo pesar. Hubo
un gran repudio por tratarse de un gobernante que dio demostraciones de que lo
animaba el buen deseo de producir avances sociales, económicos y políticos para
los dominicanos. Dicho eso al margen de algunas decisiones gubernamentales
inclinadas a favorecer a cárteles económicos estadounidenses.
El hombre y el gobernante
Para poner en perspectiva detalles básicos sobre el
general Ramón Arturo Cáceres Vásquez es preciso señalar que fue uno de los más
prominentes caudillos militares y políticos de la primera década del siglo
pasado dominicano.
Llegó al estrellato de la vida pública nacional cuando
tenía 32 años de edad, por ser el autor directo del magnicidio del dictador
Lilís, ocurrido en la ciudad de Moca el 26 de julio de 1899.
Esa intrépida acción llevó al filósofo, jurista y
escritor Pedro Troncoso Sánchez a escribir que “Ramón Cáceres entró de golpe en
la historia.”2
En su condición de vicepresidente de la República le
correspondió asumir la primera magistratura de la nación cuando el 12 de enero
de 1906 renunció el titular Carlos Morales Languasco, luego de una rocambolesca
retirada a Haina, víctima en gran medida de los horacistas y de los acreedores
internacionales del país.
Hay una corriente historiográfica que califica a
Cáceres de dictador, especialmente por las acciones de la Guardia Republicana
que comenzó a desarrollarse durante su gestión gubernamental y cuyos actos con
relieves criminales en la Línea Noroeste han sido objeto de mucha controversia.
Era la llamada Guardia de Mon.
También se le critica por el hecho de que fue el más
entusiasta partidario de la creación de la Ley de Concesiones Agrícolas, para
favorecer a emporios empresariales estadounidenses que se dedicaban aquí a
diferentes actividades agropecuarias y comerciales.
Otros, en cambio, tienen una visión positiva sobre los
casi 6 años que gobernó Cáceres. Resaltan que convirtió el Congreso Nacional en
bicameral, al crear la Cámara de Diputados; que fue el impulsor de la Suprema
Corte de Justicia; que estableció niveles de disciplina en la administración
pública, dejando atrás el desorden imperante hasta su arribo al poder y,
además, porque actuó con honradez personal en el manejo de los caudales
públicos.
Pienso que el presidente Cáceres Vásquez fue, en
realidad, un gobernante con luces y sombras, y en el balance de los hechos
todavía no hay, en su caso, una marcada inclinación de la balanza de la
historia para un lado o para otro.
Juan Bosch, en su obra Composición Social Dominicana,
en la cual no escatima críticas, reconoce algunos méritos en la administración
de Cáceres y explica las razones por las que no logró dotar al país de una
burguesía que contribuyera al desarrollo nacional, impedido por: “…dos fuerzas
combinadas: la caótica y destructiva actividad política de la pequeña burguesía
dominicana y el implacable y disolvente imperialismo norteamericano.”3
En la obra La Viña de Naboth, que trata cuestiones
dominicanas desde 1844 hasta 1924, Summer Welles al abordar la personalidad de
Cáceres y evaluar desde su óptica de diplomático estadounidense su presidencia,
expresa que a su juicio fue la primera vez que en el país “hubo un gobierno no
sólo consciente de las necesidades del pueblo, sino también capaz de
satisfacerlas.”4
Una de tantas demostraciones de la vibrante
personalidad del general Ramón Cáceres Vásquez quedó estampada en unas
declaraciones que emitió frente a los rumores sobre su inminente renuncia de la
Presidencia de la República, cuando recién empezaba su ejercicio.
Desafiando a sus enemigos cubiertos y encubiertos se
dirigió al país el 20 de febrero de 1906, cuando aún no se había afianzado en
el manejo de los resortes del poder, señalando que no renunciaría a la
Presidencia de la República “por los peligros para la estabilidad de las
instituciones…Mi lema es todo por la paz i la libertad de la República….como
soldado de la Patria mi único anhelo ha sido cumplir siempre plenamente mis
deberes.”5
Magnicidio de Trujillo
El magnicidio contra la persona del sátrapa Rafael
Leónidas Trujillo Molina se produjo bajo la capa de la noche del 30 de mayo del
1961, después de que ese despótico gobernante mantuviera en su poder por más de
30 año las riendas del mando.
En ese trascendental acontecimiento participaron de
manera directa o indirecta muchos valientes dominicanos. Ora en la
planificación, ora en el teatro de los hechos, ora en la estrategia política.
Entre ellos estaban Antonio de la Maza, Antonio Imbert
Barreras, Pedro Livio Cedeño, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá,
Luis Amiama Tió, Roberto Pastoriza, Huáscar Tejeda, Luis Manuel Cáceres Michel,
Miguel Angel Báez, Modesto Díaz Quezada y otros.
Ese momento culmen, de gran importancia en la historia
nacional, fue relatado por el historiador Juan Daniel Balcácer, en una
cronología sobre el último día de dicho gobernante, insertada en su obra
Trujillo el tiranicidio de 1961: “10:00 p.m. Los conjurados alcanzan el carro
de Trujillo y acto seguido comienza el ataque. Antonio de la Maza hace el
primer disparo, que impacta en el cuerpo del dictador; luego le sigue Amado
García Guerrero. En breve, los tiranicidas se enfrascan en un combate a tiros
con Zacarías de la Cruz, que dura unos diez minutos.”6
Más impactantes resultan unas notas escritas el 2 de
junio de 1961 por Antonio Imbert Barrera, desde su escondite luego de haber
participado de manera directa en el magnicidio de Trujillo, en las cuales revela los que fueron los
últimos momentos de ese criminal que llenó de espanto y miseria al pueblo
dominicano por un poco más de 30 años:
“…vi una figura que salía por la parte de adelante del
carro del tirano y que estaba herido. Y me di cuenta por los gritos y el metal
de voz que era el tirano y que estaba herido. Avanzó un poco más y cayó al
suelo…quedando en medio del pavimento de la autopista boca arriba, con la
cabeza hacia Haina. No se movió más.”7
El cadáver de Trujillo, empapado con su sangre, su
maldad y sus vicios criminosos, fue tirado en el baúl de un carro, y así
comenzó a configurarse una nueva era histórica en la República Dominicana.
Es pertinente decir, en honra de muchos dominicanos
comprometidos con la libertad, que desde
el alzamiento que se produjo en El Mogote de Moca, en el 1930(hasta la acción
patriótica del 30 de mayo de 1961, en el entonces extrarradio de la capital
dominicana) siempre hubo intentos y acciones internas y externas para liquidar
el régimen tiránico de Trujillo; un hombre cuyo ego intrínsecamente crecido
hasta el desborde lo hacía creerse que era Dios en la tierra.
Trujillo y su régimen de fuerza
Trujillo, una auténtica desgracia para el pueblo
dominicano, fue producto de muchas circunstancias, internas y externas. Una
amplia y abigarrada gama de complicidades y zalemas de todo tipo lo llevaron a
creer que era insustituible e incluso algunos pretendieron dotarlo de una
ideología política que nunca tuvo, y de equipararlo en atributos con personajes
cuyas acciones tenían impacto allende las fronteras de los territorios donde
ejercían sus dominios.
Su accionar totalitario en el mando de la nación
dominicana durante 30 largos y pesados años permite afirmar que en su persona
se resumían las frases atribuidas a los monarcas franceses Luis XIV: El Estado
soy Yo (L’État, c’est moi) y Luis XV: Después de mí el diluvio (Aprés moi le
déluge).
Este terrible gobernante sólo saltó del poder cuando
estuvo en un charco de su propia sangre cargando entre sus vísceras “dos onzas
de plomo.”
El poder supremo de Trujillo, alias Chapita, arrancó
en realidad el 23 de febrero de 1930,
cuando cesó el gobierno de Horacio Vásquez, aunque entonces sólo figuraba como
jefe del Ejército Nacional.
A partir de ese momento creció de manera exponencial en
el país el terror en todas sus vertientes: encarcelamiento, secuestros,
torturas, asesinatos, exilio, extorsión económica, etc. Ese estado de cosas muchas
veces incluso traspasó las fronteras del país, con sonados secuestros y
crímenes en los EE.UU. y otros lugares de América.
Las fechorías de Trujillo se iniciaron desde que él
era un adolescente, cuando en las calles polvorientas de su nativa San Cristóbal
cometía actos ilícitos, formando parte de la llamada pandilla de Pepito, como
apodaban a su progenitor.
Dando un salto en su itinerario de vida, para comenzar
cuando era militar al servicio de las fuerzas estadounidenses que invadieron en
el 1916 el país, uno se topa con la verdadera baja calaña moral de Trujillo, quien
siendo oficial subalterno de la Guardia Nacional escribió en marzo de 1919, desde
la ciudad de El Seybo, a un compinche suyo de nombre Mariano Rocafort, morador de San Pedro de Macorís, para que
maniobrara en un oscuro negocio inmobiliario con el fin de que ambos sacaran ventajas económicas mediante
una típica acción de chantaje y extorsión.
La gran zancada para perpetuarse en el poder la dio
Trujillo el 3 de septiembre de 1930 cuando la capital dominicana fue
parcialmente destruida por el ciclón de san Zenón. Millares de muertos,
heridos, casas destruidas y el pequeño aparato productivo colapsado fue
paradójicamente la catapulta que afincó con fiereza las garras del tirano sobre
el pueblo dominicano.
Con motivo de ese desastre de la naturaleza todos los
recursos provenientes de donaciones del exterior fueron manejados por él. Entre
otras cosas Trujillo se auto nombró presidente de la Cruz Roja Dominicana,
ordenó a su Congreso adocenado que le otorgara poderes excepcionales y sin
límites, declarando una ley marcial, con la cual dispuso a su antojo la manera
de aplicar las normas legales. Así comenzó el modus operandi de su régimen de
tres décadas.
Cuando sólo tenía 15 días instalado formalmente en la
presidencia de la República ordenó el asesinato en San José de las Matas del
prominente político Virgilio Martínez Reina y su esposa Altagracia Almánzar, quien estaba en avanzado estado de gestación.
Pero Trujillo Molina no actuó solo. Muchos fueron sus
cómplices durante los largos años de su reinado de terror.
El historiador vegano J. Agustín Concepción, en su
obra titulada Culpables del Trujillato, explica minuciosamente la abyección de
muchos llamados prestantes ciudadanos que en diferentes lugares del país,
siempre en clave de alabarderos, fueron impulsores de una falsa aura de
grandeza que le atribuían a la figura del tétrico gendarme que se encaramó en
el poder cuando comenzaba la tercera década del siglo pasado.8
Un ejemplo de lo descrito por Concepción fue el
reconocido turiferario trujillista Abelardo R. Nanita, resumen del lambonismo
en su más alta expresión.
Nanita escribió un libraco titulado Trujillo, en el
cual presenta a ese entorchado malandrín como un prócer que “en su juventud
escribió versos.” Tal vez por esa “producción literaria” el tirano fue
integrante de la Academia Dominicana de la Lengua e incluso posteriormente fue
incluido como miembro correspondiente de la española, figurando como tal en la
edición del año 1956 de su Diccionario.
El inefable
Nanita, un ofidio con ropaje de burócrata, remata su largo rosario de
ditirambos y cháchara semántica en favor de Trujillo diciendo que era un
“destinado por la Providencia para realizar, en su Patria, una misión
extraordinaria, trascendental y sobrehumana: la regeneración
completa-reconstrucción material y rehabilitación moral-de su pueblo.”9
Pero es importante resaltar que muchos ciudadanos mantuvieron su dignidad, a
costa de lo que fuera. Fue el caso, por ejemplo, de Américo Lugo, jurista,
historiador y ensayista; hombre dotado de sólida y densa formación académica y
de gran reciedumbre moral.
Cuando Osvaldo Bazil, poeta y reconocido correveidile,
fue a su casa en el 1934 para proponerle a nombre de Trujillo que escribiera un
texto de historia del país que abarcara el período que entonces llevaba en
ejercicio el régimen, lo rechazó rotundamente.
El prócer civilista que era Américo Lugo se negó a
complacer los deseos del señor de horca y cuchillo apodado El Jefe, a pesar del
jugoso ofrecimiento monetario que se le hizo y a su precaria situación
económica.
El eminente y honorable Lugo le escribió una carta al
gobernante en cuestión, fechada 4 de
abril de 1934, en la cual le exponía, entre otras cosas, lo siguiente: “Creo un
error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido
durante ella está todavía demasiado palpitante…Recibir dinero por escribirla en
mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene
precio.”10
La fortuna de Trujillo
En su obra titulada Trujillo de cerca el abogado y
político Mario Read Vittini narra un vaticinio que se convirtió en amarga
realidad, atribuido a un ciudadano asombrado del ascenso del hombre que llenó
de cadáveres y miseria a la República Dominicana: “¿Chapita Presidente? Nos
fuñimos…¡El país finca y San Cristóbal batey…!”11
Ciertamente el país fue convertido en una finca de
Trujillo y no exclusivamente porque tuviera tierra en San Cristóbal que
cubría desde la ribera marítima de San Gregorio de Nigua hasta la comunidad Los
Arroyones de Villa Altagracia, ni porque en Cotuí tuviera 124,405 tareas y en La Vega 55,363 tareas, para sólo citar tres
ejemplos.
En resumen, Juan Bosch, en su obra La fortuna de
Trujillo, menciona que el tirano tenía en Constanza “55 mil 364 tareas por un
lado y por otro 255 mil 698; en San Juan de la Maguana 1 millón 110 mil 251; en
San José de Las Matas 12 mil 476; en Palo Alto 49 mil 650…de manera que en
terrenos medidos tenía 1 millón 773 mil tareas, y en terrenos sin medir nadie
sabe cuánto.”12
Un hecho que rompió el silencio
Los desmanes que se cometían contra el pueblo
dominicano no tenían eco a nivel internacional porque no había en el país
libertad de expresión y menos de difusión del pensamiento, así como por la
labor de tapadera que realizaban en el exterior grupos bien pagados de
propagandistas, publicistas y cabilderos.
Pero el fatídico día 2 de octubre del 1937 (se
cumplieron en este mes 83 años) Trujillo ordenó una matanza contra miles de
infelices haitianos que vivían en el territorio dominicano.
Esa ignominia, de la exclusiva responsabilidad del
régimen de fuerza que tenía acogotado al pueblo dominicano, provocó una gran
repulsión. El escándalo estalló como una bomba de alto poder en la prensa
mundial el 14 de octubre del referido año.
Esa hecatombe ha generado, desde entonces hasta hoy,
la publicación de cientos de ensayos, crónicas, informes misceláneos y hasta
obras de ficción. Muchos de esos textos, escritos por los intelectuales
ancilares del trujillismo (Balaguer, Logroño, Peña Batlle, Nanita, Vidal,
etc.), eran monumentos a la tergiversación de los hechos sangrientos referidos.
La mayoría de los que han tratado el tema,
especialmente a partir de la desaparición de la tiranía, han retratado la
crudeza del baño de sangre de octubre de 1937.
Para recordar los hechos espantosos referidos me valgo
de la versión de un haitiano y de un dominicano, luchadores contra dictadores
de sus respectivos países.
En la novela Mi
compadre el General Sol el renombrado escritor haitiano Jacques Stephen Alexis
escribió: “Un camaleón escondido entre el follaje de algún árbol vecino empezó
a lanzar su grito. Ruido monótono y sordo como la percusión sobre un tambor
tenso…era demasiado tarde cuando los hombres se dieron cuenta de que estaban
rodeados…El oficial, acompañado de algunos soldados, les hablaba. Los hacía
desfilar y les ordenaba pronunciar una sola palabra: -Perejil…La mayoría de los
haitianos no la lograban pronunciar correctamente…”13
Uno de los sitios empapados hace ahora 83 años con
sangre de seres humanos indefensos fue el hermoso poblado del Santo Cerro,
enclavado en medio del Valle de La Vega Real.
En su impactante obra De Lilís a Trujillo el
dominicano Luis F. Mejía escribió lo que allí ocurrió: “En el Santo Cerro,
Provincia de La Vega, en un zanjón, enterraron seiscientos haitianos. Casi
todos fueron ejecutados con machetes, puñales y bayonetas…haciáseles levantar
el brazo izquierdo y los verdugos les hundían las bayonetas en el corazón…Se
les obligaba, antes de sacrificarlos, a cavar sus propias fosas.”14
Frente a la crispación que después de 4 años se mantenía
en muchos países por la matanza, que incluyó hombres, mujeres y niños, Trujillo
seguía sobornando a muchos dirigentes del más alto nivel de Haití, lo cual
quedó demostrado con pruebas documentales.
Por eso no es ocioso recordar, para poner un ejemplo,
la comunicación que en fecha 10 de septiembre de 1941 le dirigió Manuel de
Jesús Troncoso de la Concha, entonces presidente nominal dominicano, a Elie
Lescot, presidente de Haití (por lo que
evidentemente era una complicidad del gobernante del vecino país) el cual fue
bien pagado para esa desvergüenza.
En dicha comunicación sobresale la gratitud del
gobierno dominicano en vista de que el sobornado Lescot motivó un comunicado
del gobierno haitiano enfocando los hechos sangrientos “de modo tan eficiente y
honorable…con un espíritu de sincera comprensión…iniciándose así una nueva era
de imperturbable cordialidad y fructífera cooperación en todos los órdenes.”15
Bibliografía:
1-Los Carpinteros. Editora Corripio,1984.P421. Joaquín
Balaguer.
2-Biografía de Ramón Cáceres. Editorial Stela,
1975.P91. Pedro Troncoso Sánchez.
3-Composición social dominicana. Impresora
Soto,2013.P322. Juan Bosch.
4- La viña de Naboth: República Dominicana
(1844-1924).Tomo II.BR-SDB. Reedición 2006.Summer Welles.
5- Proclama al país. Imprenta Flor del Ozama.20 de
febrero de 1906. Ramón Cáceres.
6-Trujillo el tiranicidio de 1961.Sello editorial
Taurus-Santillana, 2007.P34.Juan Daniel Balcácer.
7-Relato de Antonio Imbert Barrera, contenido en las
páginas 197 y siguientes del libro 30 de mayo.Trujillo ajusticiado.Editora
Susaeta, 1999. Eduardo García Michel.
8-Culpables del trujillato. Editora Cultural Dominicana,
1974. J. Agustín Concepción.
9-Trujillo, publicado en enero de 1945. Abelardo R.
Nanita.
10- Carta a Trujillo.4-abril-1934. Américo Lugo.
11-Trujillo de cerca. Editora San
Rafael,2007.P126.Mario Read Vittini.
12- La fortuna de Trujillo. Editora Alfa y Omega,
2005.P108.Juan Bosch.
13-Mi compadre el general Sol. Editora Taller, cuarta
edición, 1974.P 261.Jacques Sthepen Alexis.
14-De Lilís a Trujillo.Editora Talleres M.Pareja,
Barcelona, España,1976.P 316.Luis F. Mejía.
15-Comunicación del presidente dominicano Troncoso de
la Concha al presidente haitiano Elie Lescot.10-septiembre-1941.
Publicado el 17-octubre-2020.Diario Dominicano.
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