MAGNICIDIOS EN ESTADOS
UNIDOS (y II)
POR
TEÓFILO LAPPOT ROBLES
John
F. Kennedy
John F. Kennedy ha sido el único católico en llegar a
la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. También fue el más joven
en ser elegido para sentarse en el principal sillón del Despacho Oval de la
Casa Blanca.
Derrotó a Richard Nixon en las elecciones de 1960, con
su lema electoral de la Nueva América, amén del impulso que tuvo de poderosos
grupos económicos, así como de motivados activistas del Partido Demócrata y,
además, por el carisma y la fotogenia que le caracterizaban.
En su discurso inaugural el presidente Kennedy dijo
que comenzaba la fiesta de la libertad, añadiendo de inmediato que: “el hombre
tiene en sus manos mortales el poder de abolir toda forma de pobreza humana y
de abolir también toda forma de vida humana…Si la sociedad libre no puede
ayudar a la multitud de pobres, jamás podrá salvar al pequeño número de ricos.”1
Kennedy no pudo completar su mandato presidencial. Fue
asesinado el 22 de noviembre de 1963.Su muerte fue confirmada en los quirófanos
de emergencia del hospital Memorial Parkland, en el condado de Dallas, Texas, un territorio donde ni él ni su partido ni sus
ideas gozaban de simpatías.
El asesino material de Kennedy era un individuo de
pésimos antecedentes llamado Lee Harvey Oswald. Fue capturado una hora después
de cometer el magnicidio, al penetrar a una sala de cine, luego de que también
matara a un oficial de policía que encontró en su huida.
El referido magnicida fue asesinado dos días más
adelante, en el sótano del edificio de la Jefatura de Policía de Dallas, cuando
era llevado por una nutrida escolta de policías, alguaciles y detectives para
ingresarlo en una cárcel cercana.
El matador de Oswald fue Jack Ruby, otro sujeto con
turbias referencias, quien sospechosamente actuó sin ningún obstáculo en
presencia de los alguaciles que custodiaban al reo.
Todos los indicios demuestran que esa secuencia
criminosa no estaba anclada en un interés de venganza particular de un
adolorido seguidor del joven presidente sacrificado. Ese hecho fue un eslabón
más de la cadena de encubrimiento del magnicidio de la Plaza Dealey.
Un simple y lineal examen de la forma en que
ocurrieron los hechos en el referido recinto policial conduce a pensar que el
criminal baleado frente a unos perplejos custodios era la punta del iceberg de
la trama criminal que segó la vida del trigésimo quinto presidente de los
Estados Unidos.
Hubo desde el principio, sin ninguna duda, una espesa
red de complicidades con el propósito de impedir que se llegara al fondo del
ovillo o al corazón de la madeja, en relación con el magnicidio del presidente
Kennedy.
Los mil días de Camelot
Con frecuencia se identifica el breve mandato presidencial
de Kennedy con la expresión los mil días de Camelot. Eso tiene su historia, partiendo
de una ficción ampliamente recogida por la literatura europea del siglo XII.
Muchos publicistas e historiadores han hecho un
paralelismo entre la figura del malogrado presidente Kennedy (y el glamour que
él y su esposa Jacqueline le impregnaron a la Casa Blanca) con las leyendas
referentes a las actividades que se realizaban en el castillo-fortaleza llamado
Camelot, en el ficticio reino del rey Arturo.
Comisión Warren
La muerte de Kennedy se ha convertido con el tiempo en
algo misterioso, alrededor de la cual se han tejido mil y una versiones, con
una fuerte concentración de contradicciones.
Las diferentes investigaciones de ese magnicidio han
desembocado en conclusiones que no han
convencido a nadie. Lo que han hecho es abrir un mar de especulaciones.
El grupo de investigación que se consideró más
importante, La Comisión Warren, creada el 29 de noviembre de 1963 por el
sucesor de Kennedy, Lyndon Baines
Johnson, presidida por el magistrado Earl Warren, entonces Presidente de la
Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, no cumplió el papel de
esclarecimiento de la verdad que de ella esperaban millones de estadounidenses.
En algunos
tramos del texto final que elaboró dicha Comisión, dado a conocer en octubre de
1964, se observa más bien una manifiesta voluntad de no llegar al fondo del
caso.
Después de muchos tópicos y frases farragosas, típicas
de una monserga encubridora, Warren y compañía colocaron como núcleo central de
su informe que dicha Comisión “no encuentra evidencias de que Lee Harvey Oswald
o Jack Ruby fueran parte de cualquier conspiración, nacional o internacional,
para asesinar al presidente Kennedy.”2
Otras investigaciones
Del magnicidio de Kennedy se puede afirmar, sin ningún
resquicio de duda, que las investigaciones institucionales abiertas sobre el
mismo, así como las realizadas por grupos e individuos particulares, se
convirtieron en un gelatinoso y enigmático material hundido, por así decirlo,
en los enredos característicos de la mitología griega.
Dicho lo anterior en virtud de que al analizar las
conclusiones de los investigadores de
marras se comprueba que pusieron al Minotauro de la justicia a dar muchos traspiés.
Las opiniones conclusivas de esos supuestos expertos dan
la impresión como si el personaje
mitológico Dédalo hubiese participado en la creación de la tramoya levantada
sobre el fatídico hecho consumado el 22 de noviembre de 1963 en la mencionada
Plaza Dealey de la ciudad de Dallas, Texas.
Todo el andamiaje investigativo se fraguó para que
nunca se pudiera llegar al punto donde está la verdad concernida al asesinato
de Kennedy.
Muchos, fuera y dentro de los EE.UU., siempre han
pensado que grupos enquistados en compañías con intereses fuera de la ley
tuvieron participación en el último magnicidio que registra la historia
estadounidense. La realidad inocultable es que sus portones blindados nunca
fueron tocados.
Kennedy era un hombre con un reconocido apetito
sexual, un refinado tenorio. Dicen que en ocasiones hasta practicaba una
especie de ménage á trois.
Al parecer en su mente se movía con frecuencia la
célebre frase del esclavo romano Publio Terencio Afro, la cual no ha sido
erosionada por el paso de los siglos: “Soy un hombre; nada humano me es ajeno.”
Conociendo de ese flanco kennediano algunos
investigadores se aprovecharon para centrarse en interrogar a féminas que
habían compartido lecho con el mandatario asesinado. Era una deriva provocada
adrede para no llegar a puerto seguro.
Una de esas mujeres, habitante del bajo mundo, fue
vinculada con elementos de la mafia y del hampa, y hacia ella corrieron
sabuesos investigadores, pero quienes los enviaron sabían que esa cabeza de
chorlito nada aportaría para esclarecer la muerte del presidente que siendo muy
joven había combatido en el Océano Pacífico, comandando una lancha torpedera en
la Segunda Guerra Mundial.
Irving Wallace, un comentarista de la vida íntima de
famosos, escribió al respecto lo siguiente: “Las relaciones más sonadas de
Kennedy tuvieron por protagonista a una bella morena…Campbell Exner conoció a
Kennedy antes de que éste accediera a la presidencia, pero prosiguió las
relaciones con él durante sus primeros tiempos en la Casa Blanca.”3
Por la mala gestión de los investigadores del
magnicidio producido en la soleada Dallas no hay constancia cierta de la fuente
donde se elaboraron las maquinaciones que pusieron al asesino Lee Harvey Oswald
a disparar contra Kennedy.
Aunque no ha quedado nada concluyente sobre los
responsables de ese crimen que llenó de espanto al mundo, sí hay muchos
elementos, con la potencia que da la verosimilitud, que llevan a creer que los
organizadores del mismo urdieron su plan incluyendo un capítulo final que
sirviera, como lo ha sido, de muro infranqueable, a modo de valladar, para que
no se pudiera descubrir la verdad del caso.
El asunto no se quedó en la tapadera que fueron las
conclusiones de las respectivas investigaciones hechas por el FBI, la Comisión
Warren, el Departamento de Policía de la ciudad de Dallas, el Servicio Secreto,
la CIA, el Departamento de Justicia y otros grupos o entidades de
investigación. Hubo algo más.
Campaña de descrito
Hay que decir que aparte de lo indicado arriba, también
se abrió una campaña anatematizante contra Kennedy, con todo tipo de comentarios
y publicaciones cargadas de imprecaciones en desdoro de su estatura histórica.
Mientras en muchos lugares del mundo voces autorizadas
se alzaban para reconocer la figura de John F. Kennedy, en EE.UU. sus enemigos
conocidos o encubiertos orquestaron una bestial campaña para desacreditar su
legado.
Lo anterior no era nuevo en la historia de la
humanidad. La dicotomía es permanente entre los que opinan sobre la vida y obra de celebridades relevantes de
pueblos y naciones.
Es pertinente poner un ejemplo que, aunque alejado en
el tiempo, ayuda a recrear lo dicho arriba. El filósofo y poeta Petrarca colmó
de elogios al papa Celestino V. En su obra La vida solitaria resalta la
grandeza y la coherencia del hombre que renunció al inmenso poder que poseía y
por propia voluntad descendió del trono de Pedro, dejando atrás el boato por
una vida monacal de eremita.4
Mientras que, según la más socorrida opinión de los
expertos en filología dantesca, es a ese mismo Pontífice a quien Dante
Alighieri se refiere con dardos venenosos en el capítulo titulado Infierno, de
su obra La Divina Comedia: “Allí, bajo un cielo sin estrellas resonaban
suspiros, quejas y profundos gemidos…Luego de haber mirado fijamente reconocí a
algunos y vi la sombra de aquel que renunció por cobardía.”5
Mito o realidad
Muchos historiadores, ensayistas, politólogos y
cineastas han trabajado el talante de Kennedy moviéndose entre el mito, la
leyenda o la realidad. Tal vez esa
diversidad sea por la forma trágica e inesperada en que terminó su vida.
El renombrado académico francés André Kaspi, en su
biografía sobre John F. Kennedy, se refiere a esa variedad de interpretaciones.
Dice que el sobresaliente político nacido en Brookline, Massachusetts,
representa “la fuerza de un mito que ha transformado una presidencia de mil
días en una leyenda épica, como si los Estados Unidos de noviembre de 1963 fueran
profundamente distintos de los de enero de 1961...No hay lugar a dudas: el
inventor del mito Kennedy fue el propio Kennedy.”6
Theodore Sorense, quien fuera uno de los principales
asesores de Kennedy, a quien éste describió en una ocasión como su “banco de
sangre intelectual”, escribió en su
famoso libro El legado de Kennedy lo siguiente: “Sería una ironía del destino
que su martirio convirtiera hoy en mito al hombre mortal. Según mi opinión, el
hombre era más grande que la leyenda.”7
El denominado Comité Selecto de la Cámara de
Representantes de los Estados Unidos sobre Asesinatos, creado en el 1976, en un
informe conclusivo divulgado en el 1979, luego de indicar, entre otras cosas,
la “alta probabilidad que hubo dos orígenes de disparos”, con “un segundo
asesino localizado en el llamado montículo de hierba…”, señaló que:
“El comité cree, basándose en las pruebas disponibles,
que el presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de
una conspiración…”8
Nixon y el asesino del asesino
No resulta
ocioso decir, como simple curiosidad, que está probado documentalmente que el mencionado
Jack Ruby, fracasado dueño de negocios nocturnos de Dallas y empleado de poca
monta de grupos mafiosos, tenía vinculaciones con Richard Nixon, el candidato
republicano derrotado por Kennedy en las elecciones presidenciales de 1960.
Nixon nunca superó su inquina hacia el hombre que lo
venció en una disputa electoral en la cual la mayoría de los analistas políticos
y expertos en proyecciones electorales lo daban a él como ganador.
En su libro titulado Líderes, publicado 20 años
después del magnicidio de Kennedy, Richard Nixon, a quien por algo apodaban
Tricky Dick (Dick el Tramposo), insinúa con un nivel tan elevado de insistencia
que es en sí una afirmación, aunque sin base probatoria, que Nikita Jruschov,
el renombrado líder soviético, metió baza en favor de Kennedy en el referido
certamen electoral.
Así lo consignó Nixon en la referida obra: “Después de
las elecciones, Jrushchov se vanaglorió abiertamente ante los periodistas de
que había hecho todo lo posible para ayudar a mi derrota. Años después, hasta
llegó a afirmar que le había dicho a Kennedy: ─Le hicimos a usted presidente.”9
James Abram Garfield
Contra la persona del presidente James Abram Garfield
se produjo el segundo magnicidio de la historia de los Estados Unidos de
Norteamérica.
Garfield nació el 19 de noviembre de 1831 en las
afueras de la gran ciudad de Cleveland,
Ohio, en el Medio Oeste del inmenso y poderoso país del Norte de
América.
Estaba dotado de una inteligencia preclara, lo cual le
permitió incluso convertirse en abogado autodidacta y por la enjundia jurídica
que poseía prontamente fue admitido en el colegio de abogados de su estado
natal.
Garfield combatió en la llamada Guerra de Secesión de
los Estados Unidos, llegando a formar parte del Estado Mayor del Ejército de la
Unión, con el rango de mayor general. Fue uno de los más jóvenes dirigentes de
ese victorioso cuerpo armado, acumulando en su uniforme caireles que
simbolizaban su bravura y gran desempeño militar contra los esclavistas del Sur
de su país.
Su escogencia en junio del 1880 como candidato
presidencial republicano fue una sorpresa. Las maniobras realizadas detrás de
las bambalinas apuntaban que otro sería el seleccionado.
Había una feroz pugna entre los generales Grant y
Sherman, incluyendo un rifirrafe entre sus partidarios. Ante el tranque
presentado en el Grand Old Party (El Gran Partido Viejo) se optó por el
abogado, profesor y militar clevelander para que encabezara la boleta del
partido del elefante.
Salió triunfador en la campaña electoral, venciendo
por amplio margen de votos electorales a su rival demócrata Winfield Scott, y
convirtiéndose en el vigésimo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
El 4 de marzo de 1881, investido como presidente,
llegó a la avenida Pensilvania 1600, que es donde está la Casa Blanca; pero
tanto sus altas responsabilidades como las mieles que emanan del poder le
durarían muy poco.
El 2 de julio del referido año fue herido con un arma
de fuego, en una estación de tren de Washington, D.C., por un tal Charles Jules
Guiteau, leguleyo chalado, aparentemente invadido por esquizofrenia, quien
había estado merodeando por los frentes del casoplón presidencial edificado en
la ciudad bañada por la rama baja del famoso río Potomac.
Luego del atentado estuvo más de dos meses guardando
cama en la Casa Blanca. Según recoge la historia hubo un pésimo manejo profesional
del personal médico que lo atendió, lo cual contribuyó a que falleciera el 19
de septiembre de 1881 en su casa del litoral marino de New Jersey, donde había
sido trasladado a propia petición 13 días antes.
El magnicida del presidente Garfield fue ahorcado el
30 de junio de 1882, en cumplimiento de una sentencia. En el caótico juicio, un
auténtico escenario de manicomio, el sujeto en cuestión vociferó “sí, le
disparé, pero sus médicos lo mataron.”
Garfield descrito por José Martí
Con motivo del magnicidio de James A. Garfield el
poeta y escritor cubano José Martí escribió un artículo laudatorio, en octubre
de 1881, en el cual resaltó las cualidades del desafortunado mandatario;
describiéndolo como un hombre virtuosísimo y de apostólico espíritu que honró
su país con su prudente sabiduría.
Así se expresó Martí de Garfield: “La tierra puso en
su camino todos los prejuicios, todos los inconvenientes, todas las vallas que
levanta al paso de los hombres humildes, de los niños pobres…”
Apuntó, además, José Martí que en Garfield: “su
superioridad no consistió en su espada, aunque la manejó como un bravo; ni en
su ciencia, aunque la estudió como un sabio; ni en su elocuencia, aunque habló
una lengua gallarda, sobria, coloreada, amplia…consistió su superioridad en la
evangélica entereza con que afrontó y domó todos los riesgos de la vida…”10
Muchas otras personas han opinado, en el transcurso
del tiempo, sobre ese dignatario que por sus credenciales podía ejercer una
presidencia esplendorosa, que fue truncada por dos heridas de balas que no
fueron tratadas con pericia; al decir de expertos en la materia que han
analizado el protocolo médico que se llevó a cabo.
El historiador y académico del Brooklyn College Ari Arthur
Hoogenboom, en una aproximación al personaje en su dimensión humana, describió
al presidente Garfield, sin haber sido desmentido, con estas gruesas palabras:
“Mitad reformista, mitad spoilsman; mitad moralista, mitad corrupto, Garfield
fue difamado como un político sombrío y deificado como un noble mártir. Ambos
retratos están plenamente justificados.”11
Bibliografía:
1-El teniente J.F. Kennedy. Editorial Juventud,
Barcelona,1968.Pp199 y 201.Michel Duino.
2-Comisión Warren. Dictamen. Octubre del 1964.
3-Vidas íntimas de gente famosa. Ediciones Grijalbo,
Barcelona, España, 1981.P380. Irving Wallace.
4-La vida solitaria. Edición online, 2015.Francisco Petrarca.
5-La Divina Comedia. Editorial Bruguera, 1973.Pp 52 y
53.Dante Alighieri.
6-John F. Kennedy. Biografía. Editorial ABC, 2003. André
Kaspi.
7-El legado de Kennedy. Editorial Macmillan, 1969.Theodore
Sorensen.
8-Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los
Estados Unidos sobre Asesinatos. Informe final, 1979.
9-Líderes.Editorial Planeta, Barcelona, España, 1983.P191.
Richard M. Nixon.
10-La Ofrenda de Oro. La Habana, octubre de 1881.José
Martí.
11-Spoilsmen
and Reformers. Editorial Rand Mcnally,1964. Ari Arthur Hoogenboom.
Publicado el 8-julio-2020.Diario Dominicano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario