MAGNICIDIOS EN MÉXICO (I)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Francisco I. Madero
Francisco Ignacio Madero González fue el principal
ideólogo de la revolución mexicana. Se propuso y logró poner fin a la larga
tiranía de Porfirio Díaz.
Fue un hombre de pensamiento, con fuertes
inclinaciones hacia el misticismo, pero al mismo tiempo paradógicamente se
caracterizaba por un espíritu intrépido que lo llevaba a la acción constante
para materializar sus ideas.
Madero ganó las elecciones presidenciales celebradas
en México en el 1911, al poco tiempo de salir del escenario el referido
dictador. Tomó posesión del más elevado cargo de la nación azteca el 6 de
noviembre de dicho año.
El recuento
histórico de su gobierno, que apenas duró un año, 3 meses y 13 días, demuestra
que fue un gobernante cuyas ejecutorias se centraron en el cumplimiento de las
reglas usuales de la democracia, con un marcado énfasis en aliviar las
injusticias sociales ancestrales de los sectores más vulnerables de la
población mexicana.
El plan orquestado para provocar el magnicidio del
presidente Madero comenzó a tomar cuerpo el 17 de febrero de 1913, cuando este
se dejó entrampar en un documento denominado El Pacto de la Embajada, cuyos
principales promotores fueron el a la sazón embajador de los EE.UU. en México y
varios personeros vinculados estrechamente al Porfiriato.
Antes de 24 horas de haberse firmado ese malhadado
acuerdo los enemigos del presidente Madero secuestraron a un hermano suyo que
era su colaborador más cercano. Lo torturaron con tal nivel de sevicia que
siendo tuerto le sacaron con un filoso puñal el ojo que le permitía
medianamente ver. Finalmente lo mataron el 19 de aquel mes, como una ominosa
señal de lo que ocurriría en las horas y días siguientes.
Tal vez sea pertinente anotar, como un recuerdo de la
mitología griega, que ese desafortunado diputado por Coahuila Gustavo Adolfo
Madero no tenía las fuerzas ni los colmillos de sables ni la barba del cíclope
Polifemo, el gigante de un solo ojo descrito con su energía descomunal en la
clásica obra la Odisea, del poeta Homero.1
El 19 de febrero de dicho año, casi concomitantemente
con la muerte a mansalva de su referido
hermano congresista, el presidente Madero y el vicepresidente José
Pino Suárez fueron acorralados, sometidos a suplicios
corporales y obligados a firmar un documento redactado por sus verdugos que
contenía la renuncia de ambos a los más elevados cargos de la administración
pública.
Luego de ser encarcelados, vejados y denigrados en su condición
humana, el presidente Madero y el vicepresidente Pino fueron fusilados el 22 de
febrero de 1913.
A la hora de su asesinato el presidente Madero tenía
39 años de edad. El patíbulo donde se produjo ese magnicidio fue una tapia de
la entonces tristemente célebre cárcel de Lecumberri. Los matarifes cumplían
órdenes del gobernante impostor Victoriano Huertas.
Para poner en perspectiva la significación que en la
historia mexicana de comienzos del siglo pasado tuvo el político, empresario y
revolucionario Francisco Ignacio Madero González, en su calidad de líder de la
revolución de México, es oportuno decir que él publicó el 5 de octubre del año
1910 un manifiesto a la Nación, con los subtítulos Sufragio Efectivo y
No-Reelección. Ese documento pasó a
conocerse como el plan de San Luis, por haber sido lanzado desde la ciudad de
San Luis Potosí.
Uno de los objetivos de dicha proclama era desconocer
la presidencia fraudulenta del dictador Porfirio Díaz Mori, poniéndole término
a la larga y sangrienta dictadura que éste encabezaba de manera ininterrumpida
desde el 1884, aunque antes había ejercido el mando presidencial tres veces
para un total de más de 30 años montado sobre el poderoso símbolo del Águila
Azteca.
En junio y julio del referido 1910 el dictador Díaz
había celebrado, una vez más, una pantomima de elecciones para asegurar su
continuidad en el poder, junto con su vicepresidente, senadores, diputados y jueces
de la Suprema Corte de Justicia, adheridos a ese régimen despótico como la
hiedra a la pared.
Dicho plan también tenía como puntos programáticos
realizar nuevas elecciones, devolver a los campesinos las tierras que les
habían quitado bajo el escudo de la llamada ley de terrenos baldíos, así como
establecer con rango constitucional el principio de la no reelección en México.
El punto 7 del referido plan establecía textualmente
que: “El día 20 del mes de Noviembre, de las seis de la tarde en adelante,
todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a
las autoridades que actualmente la gobiernan. (Los pueblos que estén retirados
de las vías de comunicación lo harán desde la víspera)”.2
Lo cierto es que Porfirio Díaz se fue impune al exilio
dorado de París, Francia, donde murió plácidamente, varios años después de su
defenestración disfrazada de renuncia ante el parlamento.
El ambicioso tirano salió de México con mucho dinero y
un río de sangre detrás, cuyo caudal volumétrico nunca dejó de aumentar,
especialmente por su macabra
consigna repetida como un ritornello a gobernadores
estatales y jefes militares para que fueran implacables contra los opositores
irreductibles: “mátalos en caliente y después averiguas.”
Ya extasiado en una zona paradisíaca, con vista al Río
Sena, y pretendiendo vender la falsa idea de que el pueblo mexicano estaba en
deuda con él, el dictador de marras le confesó a Federico Gamboa (quien primero
fue uno de los alias “ese gallo quiere maíz”), diplomático y escritor,
ferviente seguidor suyo, lo siguiente: “Me siento herido. Una parte del país se
alzó en armas para derribarme, y la otra se cruzó de brazos para verme caer.”3
Retomando la figura del asesinado presidente Francisco
Ignacio Madero es válido decir que el historiador y escritor Francisco Urquizo
Benavides (un prominente representante de la corriente narrativa que abordó
como eje central la revolución mexicana de las dos primeras décadas del siglo
pasado), en su novela titulada Viva Madero, recrea en términos literarios el
tenso ambiente en que se movían quien fuera la primera bujía inspiradora de la
revolución mexicana, iniciada en el 1910, así como sus seguidores y la
contraparte que se oponía rabiosamente a cualquier cambio que significara
reducir los exorbitantes beneficios de las castas privilegiadas y facilitar un
nivel de vida menos dramático a las masas depauperadas de pueblos y campos
mexicanos.
En la aludida novela histórica Urquizo, quien además
tuvo un papel destacado en las huestes rebeldes, como general del Ejército
Libertador del Sur, describe la real fisonomía moral del hombre que creó el
marco teórico de la referida revolución mexicana y que, además, impulsó las
acciones armadas para ponerle fin a la larga tiranía que se conoce como el
Porfiriato.
Dicho autor, apodado el novelista del soldado, se
interna complementariamente, además, en lo que los especialistas denominan la
morfopsicología. Por esa vía presenta una mezcla de destellos espirituales y
acciones concretas del personaje que protagoniza la obra, es decir, el
presidente Francisco I. Madero.
El gran
guerrero Urquizo, nacido en San Pedro de las Colonias, en el noroestano estado
de Coahuila, con su facilidad para la escritura y su espíritu escudriñador de
los hechos históricos, también delinea en Viva Madero los hechos ocurridos
durante varios lustros de la historia de México, en la etapa previa, durante y
posterior al protagonismo del torturado y asesinado primer mandatario.
Esa obra aporta, en resumen, una importante visión de los hechos entorno a Madero, desde el
ángulo de la ficción. Su lectura permite entender los motivos que cada bando en
lucha esgrimía en las duras y sangrientas jornadas bélicas que mantuvieron en
zozobra por largo tiempo a México.4
Madero no sólo fue un jurista de elevadas reflexiones
en el campo de las leyes y un empresario visionario, con una depurada formación
académica obtenida en aulas universitarias de México, Francia y Estados Unidos,
sino que además tenía en la doctrina espiritista una fuente de inspiración para
sus más íntimas y personales actividades.
Sus creencias espiritistas eran algo así como el
recodo donde su mente debatía los dilemas existenciales de sí mismo y de su
pueblo, por el cual sentía una genuina devoción y a favor del cual luchó para
revertir una larga cadena de injusticias sociales que afectaban a la inmensa
mayoría de los mexicanos.
Por sus amplios conocimientos del misticismo algunos
comentaristas de la vida de Madero lo ubican en un plano etéreo, y lo proyectan
moviéndose mentalmente en sinuosos corredizos espirituales. Hay quienes hasta
llegan a situarlo, obviamente con intenciones peyorativas, como un duende que
saltaba de manera intermitente del palenque público a los claustros de
conventos franciscanos, benedictinos y jesuitas y viceversa.
Alguien hasta dijo que Madero era “un loco que se
comunica con los muertos.” Muchos de sus críticos carecían de la objetividad
necesaria para captar que en él el espiritismo no era una excentricidad, sino
una obviedad fundada en la solidez de sus creencias, las cuales adquirió en
abundantes lecturas de los libros publicados por el creador de la referida
doctrina, el filósofo francés Allan Kardec.
Al margen de esas críticas, lo cierto es que la obra
Escritos sobre espiritismo, de la autoría de Madero, contiene profundas reflexiones
sobre la amplia e insondable parte espiritual de los seres humanos.
Una breve y simple exégesis del contenido de esa
colección de meditaciones permite decir que Madero supo extrapolar sus
reflexiones de carácter místico al plano de la convulsa realidad política que
vivía México en la época en que a él le tocó ser protagonista.5
Sacerdote Miguel Hidalgo Costilla
El guanajuatense Miguel Gregorio Hidalgo Costilla
tiene la categoría de Padre de la Patria de los Estados Unidos Mexicanos. Su
magnicidio se produjo por fusilamiento el 30 de julio de 1811, en Chihuahua,
luego de dos juicios amañados, uno eclesiástico y otro militar.
Después de dos descargas de fusilería y varios tiros
de gracia los magnicidas le cortaron la cabeza, para obtener una recompensa
económica de los grupos que ordenaron su eliminación. El resto del cuerpo lo
enterraron con imprecaciones en una capilla cercana a donde se produjo su asesinato.
En la ilustrada persona del cura Hidalgo se conjugaban
cuatro condiciones, en todas las cuales sobresalió: patriota, sacerdote,
educador y militar.
Hidalgo nació en la mañana del martes 8 de mayo de 1753,
un poquito más arriba del meridiano del siglo18, en el seno de una familia del
centro de México, en una casa con arquitectura colonial de la minera ciudad de
Guanajuato.
Teniendo la categoría de prócer fue víctima de una
interminable lista de intrigas auspiciadas por sus superiores religiosos, que
actuaban en contubernio con los funcionarios coloniales y con los grandes
comerciantes y hacendados que se aprovecharon de las perturbaciones internas
que en las filas de los independentistas se crearon por rivalidades entre
indios y mestizos.
Se utilizó a la Inquisición (nefasta institución de
persecución que en el México entonces llamado Nueva España llegó a su fin el 10
de junio de 1820) para acusar falsamente a Hidalgo Costilla de apostasía, para
lo cual se invocó que dirigía grupos de
personas insurgentes que supuestamente tenían como divisa de lucha “las impías
máximas de que no hay Infierno, ni Purgatorio, ni Gloria…” Ese alegato carente
de sindéresis fue la base para que lo acusaran de “sedicioso, cismático, y
hereje formal.”6
Luego de que la jurisdicción eclesiástica despojara a
Hidalgo Costilla de su condición de sacerdote, utilizando para ello todo tipo
de añagazas y artilugios seudo legales, se remató la infamia en su contra con
otra caricatura de juicio en un tribunal militar de Chihuahua.
En el
dispositivo de su espuria sentencia el tribunal de marras indicó que el cura
Hidalgo había cometido alta traición. También se le atribuyó una miríada de
hechos para cargar a su vida un amplio prontuario criminal, pretendiendo así
justificar su muerte.
El patriota Hidalgo Costilla fue el impulsor de lo que
se conoce en la historia de México como el Grito de Dolores, que se considera
el punto de arranque para la guerra de independencia de ese gran país de
América Latina, colindante con la América anglosajona situada más al norte del
continente.
El 16 de septiembre de 1810, momento en que España, la
metrópoli imperial, estaba derrumbada por la invasión napoleónica, Hidalgo
ordenó que tocaran a rebato las campanas del templo de la comarca de Dolores
para congregar al pueblo llano integrado por pequeños artesanos, dependientes,
indígenas y campesinos, y anunciarle que era necesario rebelarse de inmediato,
con armas en las manos, contra las autoridades coloniales.
Unos dicen que
su llamamiento a la rebelión fue desde el púlpito de la pequeña iglesia de ese pequeño
pueblo y otros afirman que lo hizo desde un balcón de su casa. Lo mismo daba
para el objetivo que se buscaba.
Aunque hay muchas versiones que se contradicen en los
detalles, mas no en la sustancia, el resultado de los hechos posteriores que se
desencadenaron luego del Grito de Dolores permite decir que las enérgicas y
convincentes palabras del cura Hidalgo surtieron en la población el mismo
efecto que cuando en una guarnición militar se escucha el toque de la generala
para participar en una acción bélica.
En pocos días los luchadores por la independencia de
México, a la cabeza de los cuales iban Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José
Mariano Abasolo y Juan Aldama, dominaron a las autoridades coloniales de muchos
pueblos, entre ellos Celaya, Irapuato, Guanajuato y Valladolid; este último
luego se designó con su actual nombre de Morelia, en honor al héroe José María
Morelos, nacido en esa tierra michoacana.
En el ámbito religioso se puede decir, sin márgenes de
dudas, que los sermones cargados con su cultura literaria que iba pronunciando
el padre Hidalgo en los lugares por donde pasaba en su peregrinar por la
independencia mexicana fueron precursores, a modo de germen, de lo que en la
segunda mitad del siglo pasado fue la teología de la liberación, que se
esparció por una buena parte de la iglesia de base de muchos países de América
Latina, principalmente bajo la inspiración de las prédicas del sacerdote,
filósofo y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino y del teólogo, escritor y
poeta brasileño Rubem Alves.
Pancho Villa
El nombre de pila de quien fue Gobernador de Chihuahua
era José Doroteo Arango, pero pasó a la historia con el sonoro apodo de Pancho
Villa, que es como se le honra copiosamente en la toponimia mexicana.
Pancho Villa nació el 5 de junio de 1878 en la aldea
La Coyotada del municipio San Juan del Río, en el Estado Durango, situado en el
Noroeste de México.
El crimen contra Pancho Villa fue una conjura entre el
entonces primer mandatario de México Álvaro Obregón y el futuro presidente
Plutarco Elías Calles. Entre ambos prepararon los detalles para que un tal
coronel Lara dirigiera el comando de sicarios que en un pequeño pueblo de
Chihuahua llamado Hidalgo del Parral terminaran con la vida del intrépido
combatiente. Cuando se produjo su magnicidio tenía 45 años de edad.
El ataque mortal se produjo en la mañana del 20 de
julio de 1923.Le hicieron una emboscada en un camino curvo. Se desplazaba en un
automóvil hacia la aldea de Río Florido, a participar en una especie de sarao,
con motivo del bautizo de un niño de una familia allegada a él.
En las biografías sobre él siempre se resalta que era
muy aficionado a ese tipo de fiesta. Era la cantera donde conquistó gran parte
de las más de 80 mujeres con las cuales de manera pública y abierta se le
vinculó.
Luego de matar a Pancho Villa decapitaron su cadáver
frente a una amplia milpa de maíz, por donde se oía el aletear de los zopilotes
en busca de carroña.
Siempre se ha
sostenido, sin reporte de desmentido, que la cabeza de ese guerrero mexicano
fue vendida por miles de dólares al multimillonario estadounidense William
Randolph Hearst, pionero de la prensa sensacionalista, también llamada
amarilla; dueño de un imperio editorial que incluía 28 periódicos, 2 canales de
televisión y 8 emisoras de radio. Como esa parte del cuerpo de Pancho Villa no
podía ser un tótem para Hearst, hay que pensar que él se dedicaba a extraños
rituales fetichistas. Tal vez detrás de la fachada de ese opulento californiano
había perturbaciones mentales.
Según una de las tantas versiones difundidas sobre
Pancho Villa, ese apodo lo usó en honor a quien lo protegió y lo hizo parte de
su grupo de asaltantes cuando se llamaba José Doroteo Arango Arámbula y andaba
fugitivo por umbrías y cañadas de las estribaciones del norte mexicano, huyéndole a una especie de
exhorto que disponía su captura por un crimen que cometió en venganza contra un
potentado que abusó de una de sus hermanas.
Sus principales acciones de armas, a partir del 1910,
fueron en la llamada División de Norte, compuesta mayormente por escuadrones de
caballería que bajo su férrea dirección se hicieron fuerte en lugares como
Saltillo, Ciudad de Juárez, Zacatecas, Ojinagas, Chihuahua, Santa Ana del Conde,
San Pedro de las Lagunas, Aguascalientes
y otros lugares de la geografía del Norte de México.
Pancho Villa fue uno de los hombres fundamentales de
la revolución mexicana de principios del siglo pasado; tanto en el plano de la
realidad como en el marco de la amplia y fabulosa leyenda que de él se tejió
desde el principio. Quedó comprobado que él ordenó la captura de trenes y
distribuyó a los campesinos tierra y ganado de los hacendados de los lugares
donde ejercía su mando revolucionario.
Sin importar que lo que se ha proyectado de él sea una
mezcla de verdades, mentiras y medias verdades, pocas veces libres de tintes
fantasiosos, lo cierto es que un examen de las actividades guerreras del hombre
a quien también apodaban El Centauro del Norte demuestra que nunca estuvo
maniatado por el miedo.
Válido es decir que sus restos mortales forman parte
de la selecta lista de los héroes nacionales de México; ello en contraposición
a la leyenda negra que algunos fabricaron en su contra agregándole crímenes y
robos que no eran de su contabilidad.
Es de rigor señalar que la controversial hoja de vida
de Pancho Villa, envuelta en un torbellino de violencia, no está libre de
hechos de sangre injustificables, como la matanza del 2 de diciembre del 1915
cuando fueron asesinados el sacerdote Avelino Flores y decenas de campesinos,
que no eran combatientes, en el montañoso poblado San Pedro de la Cueva, en el
Estado Sonora.
El historiador mexicano Reidezel Mendoza Soriano, en
su libro titulado Crímenes de Francisco Villa: testimonios, hace un amplio
recuento de centenares de personas que perdieron sus vidas a su decir por
voluntad del caudillo Pancho Villa.
Según el referido autor, además de los enemigos ya capturados
y reducidos a la obediencia, en la larga lista de crímenes atribuidos a Pancho
Villa se incluyeron hombres, mujeres, niños, ancianos y sacerdotes no beligerantes, en una espantosa
orgía de sangre, si así hubiesen ocurrido los hechos que le atribuye.
Se trata de una obra que choca frontalmente con el
grueso de las biografías divulgadas sobre esa figura de la historia mexicana. Está
basada esencialmente, según se comprueba desde el inicio de sus páginas, en un
escrutinio de testimonios orales que se han mantenido con el paso del tiempo en
los lugares por donde hizo presencia ese legendario combatiente que fue uno de
los principales líderes en la lucha fratricida que vivió México en las primeras
décadas del siglo pasado.7
En dicho libro se captan juicios de valores del
mencionado autor que son altamente radicales. En sus páginas se detectan,
además, notorias contradicciones en detrimento de la memoria de Pancho Villa.
Lo que no admite dudas es que El Centauro del Norte fue
uno de los más temidos jefes militares de los que combatieron al gobierno de
Victoriano Huertas, del cual primero fue partidario, y quien lo mandó a
fusilar, habiendo salvado la vida por la eficaz intervención del jurista
Francisco I. Madero González.
Su temeridad en los combates iba a la par con esa
oscura vertiente que le atribuyen algunos de tener instintos criminales que
pulsaba para ordenar asesinatos contra personas indefensas.
El intelectual mexicano Enrique Krauze, en su obra
Francisco Villa, entre el ángel y el fierro. Caudillos de la Revolución
mexicana (1910-1940), hace una radiografía exhaustiva sobre las actividades de
Pancho Villa en campos y poblados mexicanos, ora como un líder revolucionario,
cargado de un espíritu de rebeldía, ora como un forajido dedicado al bandolerismo.8
Pienso que la agitada vida de Pancho Villa puede
compararse con esas minas de cielo abierto, cargadas con vetas de diferentes
minerales, pero con taludes finales de bermas quebradizas.
Bibliografía:
1-La Odisea. Canto IX. Homero.
2-Plan de San Luis.5 de octubre 1910.Francisco I. Madero.
3-Mi Diario, mucho de mi vida y algo de la de
otros.1939.Federico Gamboa Iglesias.
4- Viva Madero. Publicado en el 1954. Francisco
Urquizo Benavides.
5-Diarios Espiritistas. Consulta a la publicación
correspondiente al 2015. Francisco I. Madero.
6-La Inquisición contra Hidalgo, publicado el 10 de
abril del 2016, en la revista Relatos e historias en México. Número 25.
Editorial Raíces. Gabriel Torres Puga y Carlos Gustavo Mejía Chávez.
7-Crímenes de Francisco Villa: Testimonios. Editado
por Create Space Independent, 2017. Reidezel Mendoza Soriano.
8-Francisco Villa. Entre el ángel y el fierro. Biografía del Poder.
Tusquets, México. VolumXXV en IV. Décima
reimpresión 2012. Enrique Krauze.
Publicado el 15-agosto-2020.Diario
Dominicano.
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